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sábado, 20 de febrero de 2021

Ayuno y abstinencia de carne (Padre Javier Olivera Ravasi)

 QUE NO TE LA CUENTEN


Duración 8:26 minutos


Desde tiempo inmemorial es práctica en la Iglesia observar unos días de penitencia. Y esto porque la Iglesia quiere ser fiel al mandato del Señor, que indicó que “vendrán días en que les será arrebatado el esposo y entonces ayunarán” (Mt, 9, 15).

Especialmente la Cuaresma, es un tiempo en que los católicos debemos hacer algún tipo de penitencia y, la Santa Madre Iglesia, nos manda la del ayuno y la abstinencia de carne, especialmente los viernes.

En este sentido el Código de Derecho Canónico nos dice:

“todos los fieles, cada uno a su modo, están obligados por ley divina a hacer penitencia; sin embargo, para que todos se unan en alguna práctica común de penitencia, se han fijado unos días penitenciales, en los que se dediquen los fieles de manera especial a la oración, realicen obras de piedad y de caridad y se nieguen a sí mismos, cumpliendo con mayor fidelidad sus propias obligaciones y, sobre todo, observando el ayuno y la abstinencia, a tenor de los cánones que siguen” (c. 1249).

La Iglesia establece unos tiempos de penitencia que incluyen el ayuno y la abstinencia. Pero se debe tener en cuenta que los fieles están obligados cada uno “a su modo”: las prácticas que se establecen no dispensan de la obligación moral de hacer penitencia, la cual es personal, y no se debería limitar a las pocas prácticas comunes a todos los católicos.

Los días propiamente de ayuno y abstinencia son: miércoles de ceniza y viernes santo, sin embargo, el resto de los viernes del año también son días penitenciales, más aún los viernes de Cuaresma.

¿Y por qué el viernes? Por ser el día en que el Señor entregó su espíritu.

¿Y por qué la carne? En respeto de la carne del Salvador y por ser de los alimentos más apetecidos y más comunes.

¿Cuáles son las prácticas de penitencia que indica el derecho canónico? El canon 1251 señala que “todos los viernes, a no ser que coincidan con una solemnidad, debe guardarse la abstinencia de carne, o de otro alimento que haya determinado la Conferencia Episcopal; ayuno y abstinencia se guardarán el miércoles de Ceniza y el Viernes Santo” y el c. 1252 nos dice que “la ley de la abstinencia obliga a los que han cumplido catorce años; la del ayuno, a todos los mayores de edad (18 años), hasta que hayan cumplido 59 años. Cuiden sin embargo los pastores de almas y los padres de que también se formen en un auténtico espíritu de penitencia quienes, por no haber alcanzado la edad, no están obligados al ayuno o a la abstinencia”.

No hay obligación de guardar abstinencia los días que coinciden con solemnidad (ej, si en Cuaresma el 19 de marzo, San José o el 25 de Marzo, la Anunciación del Señor caen en viernes).

En algunos casos, la Conferencia Episcopal de cada país, podrá suplir esa penitencia por otra (c. 1253); es el caso de Argentina, por ejemplo, donde se nos dice por una legislación de 1986 que “a tenor del canon 1253, se retiene la práctica penitencial tradicional de los viernes del año (fuera de los viernes de Cuaresma) consistente en la abstinencia de carnes; pero puede ser sustituida, según libre voluntad de los fieles por cualquiera de las siguientes prácticas: abstinencia de bebidas alcohólicas, o una obra de piedad, o una obra de misericordia”.

Con respecto a las obras de piedad que reemplazan la abstinencia, podrían ser, por ejemplo, el Vía crucis, el rezo del Rosario, la adoración al Santísimo Sacramento.

Pues nada. Una ayuda memoria nomás para,

Que no te la cuenten…

P. Javier Olivera Ravasi, SE

viernes, 19 de febrero de 2021

NOTICIAS VARIAS 19 de febrero de 2021


ADELANTE LA FE



IL SETTIMO CIELO


INFOVATICANA


MARCHANDO RELIGIÓN


SECRETUM MEUM MIHI


LIFE SITE NEWS

The anti-hydroxychloroquine campaign was based in politics, not science: biologist

Selección por José Martí

Actualidad Comentada | El mundo sin Dios | P. Santiago Martín FM |

 Magnificat TV - Franciscanos de María

Duración 9:11 minutos

https://youtu.be/LehYz4uS9-E

La sorprendente renuncia romana a la objeción de conciencia (Carlos Esteban)



Como en la batalla provida, durante décadas la Iglesia Católica y sus pastores han estado en la vanguardia de la defensa de la objeción de conciencia. Los católicos han figurado con honores en el combate para que los poderes públicos reconozcan el derecho de todo individuo a abstenerse de hacer lo que su conciencia le impele a evitar, con independencia de que el poder político considere su postura irracional o perniciosa.

Por eso llama poderosamente la atención que sea el propio vértice de la jerarquía eclesial, la propia Curia romana, la que prohíba la objeción de conciencia ante la obligación de vacunarse contra el covid, a pesar no solo de las dudas razonables sobre su seguridad y su naturaleza hasta cierto punto experimental -comparado con el proceso habitual de aprobación de vacunas-, sino de la documentada sospecha de que se han utilizado para su elaboración células de fetos abortados deliberadamente.

Por eso recibimos con alivio la noticia recién aparecida según la cual la oficina del cardenal Bertello ha emitido una declaración en la que rectifica, asegurando que se encontrarán “soluciones alternativas” para aquellos empleados vaticanos que no quieran recibir la vacuna por cualquier razón, y que no perderán su empleo como se amenazaba en el decreto original.

La sorprendente decisión inicial de las autoridades vaticanas, que obviamente pone en peligro todo el edificio jurídico y doctrinal de defensa de la objeción de conciencia en otros campos, contrasta, además, con la decisión de una institución tan poco sospechosa de estrechas miras y tan amada por la línea oficial vaticana de los últimos años como es el Consejo de Europa, cuya Asamblea Parlamentaria acaba de aprobar (27 de enero) una importante resolución en torno a la aplicación de las vacunas contra el Covid19 que dice expresamente que los gobiernos deben asegurarse de que los ciudadanos estén informados de que la vacunación NO es obligatoria y de que nadie es presionado política, social o de otro modo para que se vacune, si no lo desea; deben además velar por que nadie sea discriminado por no haber sido vacunado, por posibles riesgos para la salud o por no querer ser vacunado.

Incluso en el seno de la jerarquía episcopal, especialmente la de Estados Unidos, han surgido voces defendiendo, no ya la libertad que deben tener los ciudadanos para aceptar o rechazar la vacunación, sino directamente la ilicitud de esas mismas vacunas.

Entre estas figuras destaca el obispo de la diócesis texana de Tyler, Joseph Strickland, que no es la primera vez que se pronuncia a la contra del consenso de sus hermanos en el episcopado. En esta ocasión, Strickland ha hecho propaganda activa contra el uso de las vacunas contra el covid, argumentando que aceptar una vacuna desarrollada o probada con células de niños abortados podría constituir una complicidad moral con el crimen del aborto. Ya el pasado mes de junio, Strickland anunció que rechazaría toda vacuna producida usando tejidos de niños abortados.

Por su parte, el Santo Padre señaló hace un mes que no conseguía explicarse el “negacionismo suicida” de quienes se negaban a la vacunación, añadiendo que “desde el punto de vista ético todo el mundo debe vacunarse, porque no solamente pones en peligro tu salud, tu vida, sino también las de los otros”.

Pero si el principio moral que plantea el Papa es difícilmente discutible en abstracto, la resistencia al uso de una vacuna concreta en una situación específica escapa a las competencias del Santo Padre. Incluso dejando de lado -y es mucho dejar- la ilicitud grave de su forma de producción o testeo, es perfectamente lícito cuestionar la idoneidad, eficacia y efectos secundarios de una vacuna desarrollada y probada en un tiempo absolutamente récord -el tiempo normal suele ser de entre 8 y 10 años- y para la que los laboratorios -empresas comerciales con ánimo de lucro y un comprobable historial de prácticas cuestionables- ensayan una tecnología nunca antes empleada, más aún cuando dichas firmas han obligado a los gobiernos a firmar un acuerdo que las hace en caso de que algo salga mal. Se trata, en fin, de discusiones científicas sobre las que el Vaticano no tiene competencias, y ante las que cualquiera esperaría que guardase un prudente respeto a la libertad individual.

Llama, en cualquier caso, la atención este desvío de la línea invariablemente seguida por la cúpula eclesiástica en defensa de un principio tan esencial como la objeción de conciencia.

Carlos Esteban

jueves, 18 de febrero de 2021

La iglesia vaciada (Javier Urcelay)

 THE WANDERER


Parece ser que los obispos españoles están preocupados por la disminución del número de asistentes a las misas dominicales después del confinamiento. Lo han notado también en la bajada de la recaudación en los cepillos de las iglesias. Y la cuestión preocupa. La caída podría llegar a un 40%.

Es ya un lugar común decir que el coronavirus ha cambiado nuestras vidas, y que algunos cambios han llegado ya para quedarse. Son frases hechas y tópicas que se repiten en los periódicos. Sin embargo, no hay nada que haya venido para quedarse que no estuviera ya de alguna forma presente. Y, desde luego, muchas cosas que han venido, se irán por la misma puerta cuando “esto” pase: mascarillas, geles, distancias sociales…

Lo que sí ha hecho el coronavirus, es acelerar algunas tendencias prexistentes, es decir, adelantar de alguna manera el futuro previsible. Por ejemplo, las compras por internet, el teletrabajo, la explosión de las redes sociales, el dominio de las cinco grandes tecnológicas, la tendencia de los poderes a controlar nuestras vidas y dictar nuestros comportamientos… y el vaciamiento de las iglesias.

La tendencia al vaciamiento de las iglesias viene observándose, de manera constante, desde hace ya bastantes años. Los españoles, que hace algunas décadas constituíamos la “reserva espiritual” de Occidente junto con irlandeses y polacos, nos hemos ido “europeizando”, y con ello abandonando la religión y la práctica religiosa.

Las iglesias españolas van despoblándose, y encontrar en ellos un menor de cuarenta años, o incluso varones, empieza a ser raro. Según una reciente encuesta del CIS, ya sólo el 57% de los españoles se declaran católicos, diez puntos menos que al inicio de la pandemia, y cuando hace apenas un par de décadas la cifra estaba en torno al 90%. Entre la juventud, la asistencia regular a la misa dominical está por debajo de uno de cada diez. En una reciente encuesta de World Vision y Barna Group, a la pregunta sobre la importancia de la dimensión religiosa en sus vidas, el 60% de los jóvenes entrevistados respondía que poco o nada.

Tampoco el panorama de los curas es mucho más alentador. Rara avis es un celebrante que baje de los sesenta, o de los setenta, o incluso de los ochenta…es decir, sacerdotes jubilados que siguen al pie del cañón, porque falla la “tasa de reposición”. Los seminarios están vacíos, las congregaciones religiosas subsisten gracias a las vocaciones de los países subdesarrollados. Los jesuitas, franciscanos, agustinos y dominicos están en torno a cinco seminaristas en España, muchos menos si contamos sólo a los nativos. Si la tendencia continúa, en quince o veinte años, desaparecerán de nuestro país las que han sido principales órdenes religiosas durante siglos. Por otra parte, los pueblos se quedan sin cura que les diga misa, es decir, en situación análoga a la que antes oíamos contar de los países de misión, donde los fieles tenían que andar 30 kilómetros para recibir los sacramentos.

No voy a entrar en las causas de todo lo anterior, porque desde luego que deben ser múltiples y complejas. Sólo señalo que van en paralelo con la proliferación eclesiástica de planes pastorales, comisiones de trabajo, documentos consensuados y deseos de los obispos, y más que obispos, de resultar simpáticos y políticamente correctos. Y en paralelo, también, a esa tendencia actual de convertir a la iglesia en una ONG. Porque, si la cosa va de ayudar a los más necesitados, a los migrantes, refugiados y marginados, ¿para qué necesita un jóven comprometerse al celibato, la pobreza, la obediencia…?

En este contexto, el coronavirus no ha cambiado nada, pero si puede haber acelerado las cosas, es decir, la progresión hacia una “iglesia vaciada”, y en esto sí que podemos descubrir algunas responsabilidades.

El trabajo de los curas -sanar las almas- no fue considerado “trabajo esencial” durante el confinamiento, y nuestros obispos aceptaron de buen grado y con plena sumisión todo aquello. Tampoco era el momento de organizar plegarias y rogativas como antaño. Un bien superior, la salud de la población, justificaba todos los sacrificios, incluido el del culto divino. Los sacerdotes deberían seguir diciendo sus misas en privado, y los fieles no habría ningún problema porque podrían seguir la Eucaristía desde sus casas, en la televisión, por internet, o incluso por la radio.

La situación era excepcional y lo primero, la salud de todos, era lo primero. Lo importante era seguir las recomendaciones del Ministerio de Sanidad -el “Ministerio de la Verdad” orweliano-, que se convirtió en gran administrador apostólico: cuándo podrían abrir las iglesias, con qué aforo, en qué horarios y con qué ritual: mascarillas, pasillos, señalizaciones, espaciamiento en los bancos…

Los obispos completarían el cuadro con más instrucciones sanitarias: circulación para acercarse a recibir la comunión, extensión de los brazos para la distancia de seguridad con el sacerdote, mamparas en los confesionarios (en los pocos que siguen funcionando), y sustitución del signo de la paz por una pequeña inclinación de cabeza, o un guiño a la señora de al lado.

En España fueron muy pocas las voces episcopales que se dieron entonces cuenta de lo que todo aquello significaba, del mensaje que se estaba dando a la feligresía con tanto anteponer la salud y tanta sumisión a los dictados del gobierno orweliano.

El primero, naturalmente, que la salud es lo primero, y ante ello, todo lo demás tiene que ceder, incluido el culto divino y los derechos de Dios. Un mensaje sin duda novedoso en la historia de la Iglesia, y que de haberse conocido antes hubiera ahorrado mucho mártir en el Coliseo y mucha madre Teresa atendiendo moribundos contagiosos.

El segundo, es que el gobierno tiene autoridad para abrir y cerrar iglesias y para disponer el orden interior en las mismas. Y si el gobierno puede decidir que no se pueden hacer procesiones el día del Corpus en el atrio de la iglesia, supongo que con más motivo se le está legitimando para que mañana disponga quitar el crucifijo de las escuelas o prohibir la celebración en las calles de la Semana Santa.

El tercero, es que, ante el bien superior de la salud, internet o la televisión suplen sin problema a la asistencia y participación directa en los sacramentos. Y, qué duda cabe, acaba hasta resultando más cómodo: elijo horario, oigo misa en un sofá, y hasta me paso de un canal a otra si el cura me aburre en la homilía. ¡No digamos ya la ventaja que tendría para las confesiones!

Conclusión: una parte de los católicos españoles que tenían el hábito de la asistencia dominical a misa, han perdido esa rutina durante los confinamientos, que están siendo suficientemente largos y frecuentes como para hacernos cambiar de hábitos. Y una vez pasadas las restricciones, casi como que se han acostumbrado ya a que ir a misa pueda ser un poco como a la carta y un poco como cuando apetece.

A ello se suma el que, tantas medidas de seguridad, tanta distancia en los bancos y tanto gel hidroalcohólico en las iglesias hace que, ¿quién no?, todos pensemos que en las iglesias es uno de los sitios donde hay más riesgo. Total, que lo voy dejando, que por ahora no voy, que no quiere decir que haya dejado de ir a misa…

Así a lo tonto, y aun cuando este resultado estuviera lejos de lo que pretendían los obispos con sus recomendaciones, lo cierto es que hemos acortado algunos años en nuestro caminar hacia una iglesia vaciada. Lo que se nota también en la recaudación de los cepillos. La situación es preocupante.

Hace algunos meses escribí un artículo al que titulé “la profecía de Ratzinger”. Se trataba de la visión profética de un espíritu privilegiado, como el del papa emérito, sobre el futuro de la Iglesia en Europa. Algunos acogían ese panorama con alborozo -una iglesia minoritaria pero fervorosa-, y a otros se nos helaba la sangre: una Cristiandad en ruinas y un mundo mayoritariamente sin Dios.

La iglesia vaciada no es solo una tragedia para la Iglesia y para los creyentes. Es una tragedia, de incalculables consecuencias, para la humanidad, para las almas. Y será el fin de España como nación.

Cada uno haría bien en reflexionar sobre su papel y sus responsabilidades.

No hay motivos para el optimismo, y pocos para la esperanza humana. Pero si para avivar la esperanza virtud teologal. Dios ha vencido al mundo, y Él sabrá sacar bien del mal: omnia in bonum.

Vaticano del Covid-19: los que se negaron a ser vacunados pueden ser despedidos

GLORIA TV


Un decreto del cardenal Giuseppe Bertello (ver a continuación), presidente de la Pontificia Comisión del Estado de la Ciudad del Vaticano, aprobado específicamente por Francisco, amenaza a los empleados del Vaticano con “fuertes sanciones” si se niegan a la vacunación por el Covid-19, escribe el 18 de febrero el sitio web FaroDiRoma.it.

El Vaticano hace que la vacuna relacionada con el aborto esté disponible en forma gratuita para todos los trabajadores y sus familias.

El decreto se refiere a una ley del Vaticano, datada en el 2011, en la que se amenaza a empleados que no se someten a un examen de salud a “consecuencias de diverso grado que pueden ir hasta la interrupción del empleo”.

El decreto menciona otras normas del Covid-19 como el distanciamiento, las mascarillas, la cuarentena y la prohibición de reuniones, y prevé sanciones financieras en caso de incumplimiento.

Esta rigidez contrasta con el tratamiento de Francisco a los que no respetan la regla de la fe: ellos son elogiados y promovidos.

Las Tentaciones del Señor (Primer Domingo de Cuaresma)

PADRE ALFONSO GÁLVEZ


Duración: 50 minutos

https://www.alfonsogalvez.com/podcast/episode/1cdb7f12/i-domingo-de-cuaresma


Meditación predicada el 8 de marzo de 1987. Texto evangélico: Mateo, 4-11.

miércoles, 17 de febrero de 2021

Un gran documental acerca de San Fernando Rey

 QUE NO TE LA CUENTEN


Nuestros amigos de EUKMAMIE han publicado en estos días este excelente documental acerca de San Fernando Rey, que no debe dejar de verse.

Estará disponible de modo gratuito durante todo el mes de Febrero. Vale la pena para,

Que no te la cuenten…

P. Javier Olivera Ravasi, SE

Hacer clic AQUÍ para acceder al documental (DURACIÓN: 85 MINUTOS)

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– Editorial y librería: https://editorial.quenotelacuenten.org/

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Susanna Tamaro juzga los templos modernos (Roberto De Mattei)



Susanna Tamaro es una novelista italiana que ha escrito nóvelas de mucho éxito, algunas de las cuales han sido llevadas al cine. No es católica, y a veces ha asumido posturas que se apartan de la fe católica o la contradicen. Con todo, más de una vez ha conseguido zafarse del conformismo que nos invade revelando una honda sensibilidad a la dimensión trascendente de la vida. La pandemia que atravesamos le ha dado ocasión para escribir un artículo que publicó Il Corriere della Sera el pasado 7 de febrero, del cual me gustaría citar algunas cosas.

Escribe Susanna Tamaro: «El destino nos agobia y no alcanzamos a otear un destello de esperanza en el horizonte. En el fondo no nos diferenciamos mucho de Atlas, obligado a cargar el universo sobre sus hombros. Mientras él miraba al suelo, nosotros, en la misma postura, consultamos obsesivamente nuestros aparatos electrónicos en busca de algo que alivie el peso invisible que nos dobla la espalda. ¿Cuál es el peso que oprime con una fuerza cada vez más sutil nuestra vida de sapiens modernos? La falta de una dimensión trascendente. Somos hijos de la casualidad y esclavos del tiempo, y esta condición nos obliga a cargar con todo el peso del mundo sobre nuestras espaldas».

Añade la escritora: «He viajado mucho por Italia en estos últimos años, y en numerosas ocasiones, al toparme con la infinidad de horrendas iglesias modernas construidas en la posguerra, me he preguntado: ¿podría alguien convertirse aquí dentro, o al menos, llegar a pensar que tras el mundo material existe otro que se concreta y manifiesta en el misterio de la belleza? ¿Quien decidió, proyectó y costeó la construcción de estas abominaciones arquitectónicas se preguntó alguna vez si le hubiera gustado casarse, o asistir a un bautizo o a un funeral en un lugar semejante? Ahora bien, el horror que siento no es de índole intelectual; es un horror que hiere directamente el corazón porque la fealdad, la disonancia y lo desagradable son la negación misma de la trascendencia».

Y prosigue: «Hará unos diez años, atormentada por este sentimiento de rabia, pregunté a un importante cardenal que estaba presente a qué obedecería la abominable deriva que, en un país como el nuestro, duele más todavía por la enorme cantidad de parroquias, capillas y catedrales maravillosas edificadas a lo largo de los siglos. Me explicó que se trataba de una tendencia surgida en los años sesenta con la prosperidad económica que llevó a la construcción de nuevas barriadas. Se pensaba que como el hombre moderno pasaba mucho tiempo en fábricas, garajes y otros edificios feos levantados a toda prisa, hacían falta templos que por el estilo del mundo que lo rodeaba para que se sintiera en su casa, sin tener en cuenta que unos lugares así no podían tener otro fruto que un alejamiento progresivo de las realidades que se ofrecían como complementarias a la horizontalidad del mundo».

De todos modos, hay que reconocer que la tendencia de la que habla este desconocido cardenal es consecuencia de la llamada apertura al mundo, del aggiornamento que trajo a la Iglesia el Concilio Vaticano II. Si no se dice esto, no se llega a la raíz del problema. Después, dice Tamaro que ha leído con alegría y consuelo Disegnare il sacro, ensayo publicado recientemente por Christiano Sacha Fornaciari, publicado por la editorial Lindau reivindicando el papel de la luz en el espacio litúrgico cristiano.

Hasta el siglo XX –recuerda el autor– toda época tuvo una arquitectura adecuada a su estilo musical y su teología: la arquitectura románica y el cántico gregoriano se reflejan mutuamente, y «mientras asciende el canto, ayudado por los arcos de medio punto y los grandes ábsides semicirculares, fuentes de luz natural iluminan el lugar donde se anuncia la Palabra de Dios (…) En la catedral gótica todo está ordenado a la total participación emotiva de los fieles».

»¿Y ahora? –se pregunta Susanna Tamaro– ¿A qué dimensión nos transporta la música de estos templos modernos? A la del desaliento: voces en su mayoría incultas, aunque no les falte fervor, que cantan como si estuvieran de acampada; alegres conjuntos juveniles con guitarra y batería que se apagan de repente sin dejar huella en el ánimo de quienes han asistido a la función, salvo tal vez una especie de alegría epidérmica. La dimensión de la fraternidad es sin duda importante, pero cuando la dimensión trascendente se vincula exclusivamente a esto, a la primera crisis, al primer choque con las asperezas de la vida, la fe que se creía poseer se derrite como la nieve al sol».

»La soledad en que vivimos –prosigue– es la soledad del abandono de lo sagrado porque, paradójicamente, la fe en la Encarnación ya no está en condiciones de acompañarnos en una dimensión que nos abra a los interrogantes y nos motive a buscar respuestas a las inquietudes que ontológicamente nos son propias. Aturdidos por las imágenes, convulsionados en un mundo que desconoce las razones profundas de la existencia, y más en unos momentos tan graves como los que atravesamos, ¿cómo es posible reconquistar la estabilidad profunda que nos proporciona la contemplación del misterio?

»Los ecomonstruos cúbicos, las astronaves, las velas de cemento y los campanarios siderúrgicos que, como un cáncer maligno, invaden nuestro país humillando con su agresiva fealdad no sólo a los creyentes sino a todo el que pase nos hablan de la ceguera espiritual de los arquitectos y de la todavía mayor ceguedad de quienes les han encargado el diseño. La naturaleza, con sus formas armoniosas, suscita en nosotros un asombro que nos conduce a las puertas de lo sagrado. Pero la naturaleza jamás tiene en cuenta la rigidez geométrica que se nos ofrece en estas construcciones modernas. Si hay geometría, si hay matemática –y la hay, y mucha, en la naturaleza–, siempre se caracteriza por la armonía.»

Susanna Tamaro cita en su artículo un episodio de la vida de Santa Edith Stein, que siendo filósofa atea entro por casualidad en una capilla y quedó conmocionada ante la visión de una anciana que rezaba sola con la bolsa de la compra a su lado. «Entonces entrevió una frontera invisible: la del fanum, el lugar sagrado, un espacio suspendido en el tiempo donde era posible recogerse un día cualquiera de semana para entablar un diálogo íntimo con la eternidad. Fue el principio de su conversión».

La conversión de Santa Edith Stein recuerda a la del escritor francés Paul Claudel, estudiante incrédulo que vagando por las calles parisinas la Nochebuena de 1886 entró en la catedral de Notre-Dame mientras el coro entonaba el Magnificat. «En aquel momento –recuerda– tuvo lugar un suceso que se convirtió en el eje de mi vida. El corazón se me conmovió y creí. Creí con una fuerza de adhesión tan grande, con tal elevación de todo mi ser, que no quedaba lugar para la menor duda. Desde entonces, ningún razonamiento, ninguna circunstancia de mi agitada vida ha sido capaz de sacudir ni alterar mi fe.

Aquella noche, Paul Claudel comprendió en un abrir y cerrar de ojos y con palpable evidencia que la vida de cada uno de nosotros nos presenta ante los ojos una elección ineludible: el amor infinito de Dios o la condenación eterna. Y nos recuerda: «Me hablaba en concreto a mí, a Paul, y me prometía amor. Pero al mismo tiempo, si no lo seguía, no me planteaba otra opción que la condenación. No hacía falta que me explicara lo que era el Infierno; yo ya había cumplido condena allí. Aquellas pocas horas me bastaron para entender que el Infierno está donde no está Cristo. ¿Qué me importaba el mundo, si me encontraba ante este Ser prodigioso que se me acababa de revelar?» Estas palabras ya nadie las dice: o Cristo o la condenación eterna. Esto también se aplica igualmente a la vida humana y a la sociedad. Y si la armonía de las catedrales antiguas prefigura la belleza del Paraíso, el horror de las modernas nos muestra una vislumbre de la gélida frialdad y la tristeza infinita del Infierno.

ROBERTO DE MATTEI


Son pocos los que animan ya a negar que Bergoglio dejará a la iglesia, cuando su pontificado termine de terminar, en un estado de postración quizás único en toda su historia. Literalmente, y aprovechándose del envión recibido por el Vaticano II, se cargó dos mil años de teología y espiritualidad cristiana. Y no se da cuenta o, en todo caso, no le importa hacerlo.

¿Cómo será entonces esa iglesia post-Francisco? Es un tema en el que vale la pena detenerse a pensar, sabiendo que nos adentramos en el área de las especulaciones y fácilmente podemos equivocarnos.

Para comenzar se impone una reserva. Quien obra en la iglesia es el Espíritu Santo, por lo que las previsiones que podamos hacer tienen siempre un valor muy relativo. Por ejemplo, al Papa lo eligen los cardenales que son asistidos por el Espíritu Santo; sin embargo, ellos son libres de aceptar o rechazar esa asistencia. Cualquier análisis, entonces, que pretenda dar alguna perspectiva sobre el futuro, deberá siempre enfrentarse a las incertidumbres de la acción del Paráclito y de la libertad de los hombres.

La muerte de Francisco se acerca inexorablemente, como se acerca la todos nosotros. Y se acerca también la llegada de su sucesor luego de un cónclave al que todos temen.

Nadie sabe qué saldrá de ese aquelarre escarlata y lo que podamos decir no son más que quinielas. Pero podemos hacer algún análisis de los datos que tenemos, incluyendo a los nuevos purpurados anunciados el último domingo de octubre de 2020. Hay 128 cardenales electores, más de los previstos por la ley canónica. De ellos, 16 fueron creados por Juan Pablo II, 39 por Benedicto XVI y 73 por Francisco. Estos datos dicen algo pero no dicen todo. Estaríamos tentados a dar por sentado que los cardenales que deben su púrpura a Bergoglio votarán en masa por el candidato que unja, con todas las sutilezas del caso, el Papa reinante antes de morir. Pero no necesariamente es así, y una prueba de ello es lo sucedido en el cónclave anterior: no todos los cardenales benedictinos votaron por Scola, el candidato de Ratzinger. Y esto señala la incertidumbre que encierran los resultados, pues por el secreto propio del cónclave no sabemos cómo se mueven allí las fuerzas.

Sin embargo, podemos encontrar alguna pista mirando a reuniones semejantes como los concilios. Y lo que allí vemos es que la masa de obispos se mueve al compás que marca un apretado puñado de líderes. Es decir, las reuniones episcopales se caracterizan por estar compuestas de un número muy reducido de capitostes y una rebaño de borregos. Es cuestión de ver lo que ocurrió durante el concilio Vaticano I, tan bien relatado por O’Malley, o lo sucedido en el Vaticano II, mejor relatado por De Mattei: los obispos entendían poco los temas que se trataban, aplaudían lo que aplaudía la mayoría y votaban a los que más aplausos cosechaban. Y convengamos que esta suele ser la conducta de todas los cuerpos colegiados, desde los consejos académicos de una universidad a la cámara de diputados de la nación, pasando por las reuniones de consorcio de cualquier edificio de mala muerte.

No he hecho, ni ganas que tengo de hacerlo, un análisis detallado de los cardenales nombrados por Bergoglio, pero aventuro alguna hipótesis. Como viejo zorro de la política y sabedor de la mecánica de los cuerpos colegiados, lo previsible es que se haya preocupado de llenar el sacro colegio de borregos, agregando de cuando en cuando algún líder que, llegado el momento, pueda ser elegido él mismo, o bien, ser un king maker. Y creo plausible esta maniobra por dos hechos fácilmente comprobables.

El primero y más universalmente conocido, es que Francisco de ha caracterizado por armar un colegio cardenalicio que posee dos características principales: su mediocridad y su color. Sobre la primera de ellas, remito al artículo de Tosatti, cuya conclusión se puede sintetizar afirmando que los cardenales creados por Bergoglio son apéndices de sí mismo. Sobre la segunda, con la fácil y cuestionable excusa de que en púrpura debe estar representada toda la iglesia, se ha preocupado de hacer cardenal desde el obispo de Toga, una remota y perdida isla del Pacífico hasta, últimamente, al vicario apostólico de Brunei. No conozco a estos prelados y nada puedo decir de ellos, pero el sentido común indica que se trata de personas que pasaron sus vidas en ocupaciones y preocupaciones de una grey reducida y maltratada, y que difícilmente tengan las habilidades que sí tienen los peligrosos lobos vaticanos, a los cuales serán arrojados. Aventuro que con este tipo de cardenales, que son mayoría, ocurrirá lo que ocurrió en los concilios: serán fácilmente amedrentados, o comprados, por los king makers y votarán por quien se les indique.

En cambio, Bergoglio se ha cuidado mucho de hacer cardenales a los titulares de sedes que tradicionalmente fueron ocupadas por la púrpura. Uno de los casos más clamorosos es el de París. Su arzobispo, Mons. Michel Aupetit, cuya nominación fue aplaudida incluso por la FSSPX, sigue sin ser cardenal aunque han pasado ya dos consistorios desde su elección. Y a Aupetit, claro, no le calentaría la cabeza ningún bergogliano en los corredores del cónclave.

¿Qué puede esperarse? Las posibilidades que salga electo algún cardenal cercano a la tradición son nulas. Nadie elegiría, por ejemplo, al cardenal Burke. Y no sé cuán bueno sería que eligieran al cardenal Sarah. A pesar de la campaña que se hizo para convertirlo en papabile en los últimos años, lo cierto es que el Su Eminencia ha dado muestras de tener miedo aún de su propia sombra.

¿Debemos prepararnos para lo peor? Pareciera ser ese el caso. Sin embargo, hay dos factores que considerar. Primero, aunque Francisco elija cardenales a aquellos que le son vergonzosamente fieles, lo cierto es que las fidelidades terminan cuando desaparece su objeto. Como se ha dicho, Bergoglio no participará del próximo cónclave. La muerte disolverá la fidelidad mafiosa al porteño. Y por ese lado, nada está dicho. La segunda es que las instituciones, como los seres vivos, tienen una indestructible tendencia a la supervivencia, y cualquiera sabe que la iglesia, desde un punto de vista puramente humano, no aguantaría otro pontificado como el de Francisco. Más bien lo contrario. No sería raro que la elección se adecuara al movimiento pendular y, para compensar la devastación de los últimos años, se eligiera, por mera cuestión instintiva, a un moderado o conservador, versado en teología y con algún resto de fe católica.

Emociones no nos faltarán.

THE WANDERER

Conferencia Episcopal de Estados Unidos financia al diablo



La Campaña Católica para el Desarrollo Humano (CCHD, por sus siglas en inglés), el programa de justicia social y contra la pobreza de los obispos de Estados Unidos, financia cuatro organizaciones en Nashville (Tennessee), que están en connivencia con el aborto y la ideología transgénero, informa el 15 de febrero el sitio web Lepanto.org.

El peor es el llamado “Proyecto de Dignidad de los Trabajadores” (WDP, por sus siglas en inglés), el cual recibió seis subvenciones de la CCHD desde el 2013, por un total de u$s 245.000. El sitio web Lepanto.org reunió evidencia, incluyendo grabaciones de audio y video, de que WDP está impulsando el aborto y el transgénero en los inmigrantes y trabajadores que se supone debe cuidar:

• WDP respaldó el “Orgullo Nashville” 2017.

• WDP fue incluido como “socio comunitario” en el informe anual 2018 de Tennessee y North Mississippi de la red abortista Planned Parenthood.

• Cecilia Prado, codirectora de WDP, se rodea en Facebook.com de organizaciones a favor del aborto, marxistas y homosexuales (captura de pantalla a continuación).

• La estación de radio de WDP presenta regularmente a ideólogos homosexuales y de Planned Parenthood.

De acuerdo con sus pautas fantasma, CCHD “no” financia organizaciones que contradicen las enseñanzas morales de la Iglesia.

Burke acusa implícitamente a Francisco de mentiroso

GLORIA TV


“El mejor término para describir el estado actual de la Iglesia es confusión, que con frecuencia limita “con el error”, escribe el 15 de febrero el cardenal Raymond Burke en el sitio web LaNuovaBq.it.

Él advierte una negación de la verdad, el pretexto de “no conocerla” y el fracaso de proclamarla. Implícitamente, Burke critica declaraciones de Francisco, tales como la afirmación de que todos los hombres son hijos de Dios y que los católicos deberían referirse a las personas de otras religiones y sin religión como hijos de Dios: “Esta es una mentira fundamental y fuente de la más grave confusión”.

Todos los hombres son creados por Dios, pero solo pueden llegar a ser hijos de Dios en Cristo a través de la fe y el bautismo, explica Burke.

Rechazó la acusación de que “Dios quiere una pluralidad de religiones”, porque Dios ha enviado a Cristo como el único Salvador, y que las otras religiones son “falsas”.

Aquéllos que se aferran a la verdad son “etiquetados como rígidos” y descritos “por los autores de la cultura de la mentira y la confusión como personas pobres y deficientes, personas enfermas que necesitan una cura”, analiza Burke.

martes, 16 de febrero de 2021

Se cierra la trampa china (Carlos Esteban)



Si vas a cenar con el diablo, reza un viejo refrán inglés, necesitarás una cuchara muy larga. Imagino que la diplomacia vaticana, de las más antiguas y eficaces del mundo, se las prometía muy felices cuando Pekín se abrió a negociar un acuerdo con la Santa Sede, esto es, con la propia Iglesia Católica.

El resultado podría ser un maravilloso triunfo para el Vaticano, para el pontificado de Francisco, en muchos sentidos, no el menor un golpe de efecto para su imagen. Ya en sí mismo, normalizar las relaciones diplomáticas con el gigante asiático por primera vez en la historia reciente sería un paso de gigante, permitiendo cauces oficiales para presionar a favor de la población católica china, condenada a la persecución, el ostracismo y el cisma.

Y esa del cisma sería, sin duda, otra victoria resonante: acabar con la dolorosa división, la duplicidad de iglesias con sus respectivas jerarquía y clero, una quiebra entre la Iglesia Patriótica, dependiente del Partido Comunista y con un cuadro nombrado por el gobierno y los obispos, sacerdotes y laicos fieles a Roma que vivían una existencia clandestina. ¿Qué Papa no desearía ardientemente cerrar un cisma de esta magnitud? Y la imagen del primer Papa en pisar China desde el principio de los tiempos tampoco es irrelevante.

A cambio, naturalmente, había que ceder, había que consentir sacrificios y pasos atrás. Los sacrificios serían, esencialmente, los de los obispos fieles a Roma que deberían ceder sus sedes a ‘obispos’ de la Iglesia Patriótica cuya consagración había sido hasta entonces inválida. En cuanto al principal paso atrás sería la admisión de cierto cesaropapismo superado tras largas luchas en el resto del mundo por el que las autoridades civiles propondrían los nombres de los obispos para cada nombramiento.

Naturalmente, la diferencia con la lucha de las investiduras medieval era que, en ese caso, los reyes y nobles laicos que realizaban los nombramientos eran, al menos, cristianos, e incluso concebían su propio poder como delegado por Dios, mientras que en el caso chino los responsables de nombrar a los obispos serían funcionarios de un partido agresiva y confesamente ateo. Pero, tranquilizaba el Papa y los representantes de la Secretaría de Estado, Roma tendría en cualquier caso la última palabra para consagrar o denegar la consagración del prelado propuesto.

Los chinos no parecen sentirse obligados por el acuerdo. Llevamos desde el anuncio del mismo -que sigue siendo secreto en sus detalles- haciendo la crónica del creciente acoso sobre los clérigos y fieles chinos por parte del gobierno de Pekín, como ya advirtiera desde el principio el arzobispo emérito de Hong Kong, cardenal Joseph Zen, que aunque conoce bien a sus compatriotas del PCCh, ha predicado en el más absoluto desierto.

Las autoridades han decretado qué deben predicar los sacerdotes en sus iglesias (y qué no), cómo deben incluir en sus prédicas loas al (incompatible) socialismo con rasgos chinos, o cómo los fieles deben sustituir estampas y crucifijos en sus hogares por imágenes de Mao o Xi Jinping.

Pero hoy hemos sabido que tampoco piensan cumplir con lo estipulado sobre los nombramientos episcopales, de los que se han publicado las normas sin referencia alguna al papel de Roma en el proceso.

Y aquí es donde viene a colación el refrán con que abría este texto: el Vaticano ha iniciado un proceso que no tiene vuelta atrás, del que no puede salir sin muchísimo quebranto. Denunciar un acuerdo que uno mismo ha buscado suele equivaler a ‘perder la cara’, como dicen en la propia China. Pero en este caso las consecuencias van mucho más allá. Supondría renovar el cisma, indisponerse públicamente con la que está llamada a ser a plazo fijo la mayor potencia de la tierra y multiplicar la confusión de los fieles de la Iglesia de la clandestinidad, muchos de los cuales ya se sienten traicionados y abandonados por Roma.

Por otra parte, permitir que la tiranía china haga mangas y capirotes con la parte del acuerdo que no le gusta y que siga organizando la iglesia nacional a su gusto es totalmente inasumible. Bastante difícil ha debido de ser para un pontífice tan debelador de las injusticias y defensor de los derechos humanos callar ante los desmanes descarados y masivos de esta enorme tiranía. Seguir ese camino sin contrapartida alguna, figurar como cómplice de una secta cada vez más controlada pastoral y doctrinalmente por un funcionariado ateo y que esa complicidad permitirá usar la etiqueta de católico, sería un desastre como hacía mucho no vivía la Iglesia.

Carlos Esteban

lunes, 15 de febrero de 2021

NOTICIAS VARIAS 15 de febrero de 2021

 


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SPECOLA

La trastienda del ‘sínodo italiano’ del Papa Francisco: estrategias y riesgos, la música en las iglesias: entre el cielo y el infierno.

Selección por José Martí

Todos los sínodos del papa Francisco. Pero no hay ninguno que funciona

 IL SETTIMO CIELO



*
Francisco es el Papa más autocrático del último siglo, el más inclinado a hacer y deshacer todo por sí, aunque no hace más que reclamar, sin instaurarlo, un gobierno sinodal de la Iglesia. No importa que de los tres grandes sínodos convocados hasta ahora por él dos hayan resultado de hecho en nada -sobre los jóvenes y sobre la Amazonia-, y otro -sobre la familia - fue descaradamente piloteado desde arriba. El próximo sínodo, en agenda en el 2022, lo ha querido dedicar precisamente a la cuestión de la sinodalidad de la Iglesia.

Luego están los sínodos a escala nacional, también éstos demasiado invocados por el papa Francisco. Pero incluso aquí con resultados que son nulos o extremadamente riesgosos.

El primer caso, el del sínodo que no existe, se refiere a Italia, de la que el Papa es primado. Desde 2015 Francisco ha estado presionando a los obispos italianos, en persona o a través de sus escuderos, los jesuitas Antonio Spadaro y Bartolomeo Sorge, pero siempre sin ser escuchado. Hasta que el pasado 30 de enero perdió visiblemente la paciencia y expresó a la Conferencia Episcopal Italiana ya no un deseo sino un mandato, ordenando que “debe comenzar un proceso de sínodo nacional, comunidad por comunidad, diócesis por diócesis”.

El problema es que este sínodo hecho “de abajo hacia arriba y de arriba hacia abajo”, otra fórmula querida por Francisco, y “comunidad por comunidad”, no está claro cómo se debe configurar, si en un solo bloque o en una serie de asambleas multidimensionales y multinivel. Tanto es así que el cardenal Gualtiero Bassetti, presidente de la Conferencia Episcopal Italiana (CEI), al simular el 3 de febrero en “Avvenire” que obedecía el mandato del Papa, dijo en realidad que sí, en la Iglesia existen los grandes concilios, existen los sínodos, los verdaderos, pero también existe una “convención” que en Italia es la de las convenciones eclesiales nacionales que se celebran cada diez u once años desde 1976, primero en Roma y luego en Loreto, Palermo, Verona, Florencia. Así se hizo y así se hará de nuevo, nos hizo entender, y eso es suficiente.

Bassetti no lo dice, pero su terror y el de muchos otros hombres de Iglesia es que un sínodo nacional único o múltiple, formado no sólo por obispos, sino -como está de moda hoy- por clérigos y laicos, todos en pie de igualdad y con derecho a voto, podría poner en marcha también en Italia ese desplazamiento de tierras que está conduciendo directamente a un cisma en la vecina Alemania, donde está en pleno desarrollo un “Synodale Weg”, un “camino sinodal” de ese tipo:


Pero lo más extraño es que hasta el papa Francisco está aterrorizado por lo que está sucediendo en Alemania. Y ha hecho bastante para intentar bloquear o al menos ralentizar el desplazamiento de tierras. Pero también allí sin lograr que lo escuchen:


Sí, es cierto. La noticia de que el Papa quiere un sínodo nacional también en Italia fue recibida al norte de los Alpes con una salva de aplausos. “Ya no nos sentimos una excepción”, dijo Thomas Sternberg, presidente del Comité Central de los Católicos Alemanes (ZDK), es decir, del bloque de laicos que en el sínodo de Alemania, junto con teólogos, diáconos y religiosos, tiene muchos más votos que los obispos y dirige el baile.

Sexo, mujeres, poder. Los temas del orden del día del sínodo alemán son explosivos, y las perturbadoras resoluciones que saldrán de él ya gozan de una abrumadora mayoría de votos. También entre los obispos hay muy pocos opositores, se cuentan con los dedos de una mano y, por si fuera poco, el más destacado de ellos, el cardenal de Colonia, Rainer Maria Woelki, se ha visto recientemente paralizado por una “querella” sobre abusos sexuales en su diócesis.

Basta con leer los textos elaborados hasta ahora por el "Synodale Weg" para comprender los riesgos que conlleva para la Iglesia no sólo en Alemania, sino en todo el mundo. La asamblea plenaria prevista para los últimos días se ha aplazado hasta otoño a causa de la pandemia. Pero el documento principal que se debatirá y votará punto por punto ya está listo y se hizo público el 22 de enero.

Tiene unas cuarenta páginas y fue elaborado por el primero y fundamental de los cuatro "Foros" en que se articula el sínodo, presidido por el súper progresista obispo de Essen, monseñor Franz-Josef Overbeck, y Claudia Luecking-Michel, del Comité Central de los Católicos Alemanes.

Su título es: “El poder y la separación de poderes en la Iglesia” y reclama una democratización radical de la estructura de la Iglesia católica, con la admisión respecto a los Órdenes Sagradas de hombres y mujeres casados, y a la elección directa de los obispos.

He aquí una antología de ellos, con nuestros subtítulos.

*

PRIMERO: DEMOCRATIZAR LA IGLESIA

La Iglesia Católica está en una crisis profunda. Por un lado, hay tensiones internas entre la doctrina de la Iglesia y su práctica. Por otro lado, hay una divagación sobre cómo el poder es efectivamente concebido y ejercido en la Iglesia y los estándares de una sociedad pluralista y abierta en un Estado constitucional democrático.

Sería necesario reexaminar el ordenamiento del poder en la Iglesia a los fines de su inculturación fructífera en una sociedad democrática basada en el estado de derecho.

LA MINORÍA SE PONE EN LÍNEA

En el transcurso de importantes deliberaciones sinodales, y de acuerdo con las normas de una sociedad democrática, esperamos que las recomendaciones y decisiones tomadas por una mayoría sean aplicadas también por los que han votado en sentido contrario.

UN SÍNODO ES DE TODOS, NO SÓLO DE LOS OBISPOS

Actualmente, el Derecho Canónico prevé que sólo los obispos tienen el derecho de tomar decisiones en los sínodos. Se debe superar esta restricción.

SI UN OBISPO PONE EL VETO SE LO ANULA

Se debe reforzar el estatus de los organismos eclesiásticos existentes para que no sólo puedan aconsejar, sino también decidir, tanto a nivel parroquial como diocesano. Si se prevé que el obispo o el párroco puedan vetar una decisión, debe establecerse una mayoría cualificada que permita anular el veto, si es necesario.

QUE TODOS SEAN ELEGIDOS, TAMBIÉN LOS OBISPOS

Una forma esencial de participación es el derecho de voto.
Todo el que se atribuya un rol de liderazgo en la Iglesia Católica debe ser elegido para este cargo por el pueblo de la Iglesia, si es necesario a través de órganos representativos electos. Mientras las leyes universales de la Iglesia no prevean elecciones, se deben encontrar formas adecuadas de acuerdo con la ley diocesana para que el pueblo de Dios participe efectivamente en la selección de las personas que asuman un puesto de liderazgo en la Iglesia.

¿EL CELIBATO DEL CLERO? PARA PENSARLO

En el acceso al sacerdocio está en discusión el celibato, que desde hace tiempo forma parte de la disciplina de la Iglesia latina, pero no es obligatorio en las Iglesias [orientales] unidas a la Sede Apostólica, ni excluye del sacerdocio a los pastores protestantes casados que se han convertido. En el sínodo de la Amazonia, la cuestión del celibato para los sacerdotes diocesanos fue discutida abiertamente. La atención va, por un lado, a la solución de los problemas pastorales agravados en Alemania por una caída drástica del número de sacerdotes activos y todavía más de las ordenaciones, y, por otro lado, a la cuestión de si no hay una gran ventaja en la forma de vida de los casados para el ejercicio del ministerio sacerdotal, como en el caso de la Ortodoxia.

O MÁS BIEN DAR PASO A LOS SACERDOTES CASADOS…

El celibato ha modelado profundamente la espiritualidad del sacerdocio en la Iglesia Católica Romana; es un tesoro del que los fieles no quieren prescindir. Sin embargo, la idea de que los que han dado prueba de su fe y de su vida (habitualmente denominados "viri probati") también pueden ser ordenados sacerdotes debe ser reconsiderada a la luz de los desafíos pastorales, de los carismas dados y de las experiencias positivas con los diáconos ordenados. Es necesaria una discusión abierta al respecto. Esto debería llevar a una resolución adoptada en Alemania y dirigida a la Sede Apostólica, y a una recopilación de experiencias de la Iglesia universal, para que las diferentes situaciones pastorales puedan ser resueltas de diferentes maneras a nivel local.

… Y ADELANTE CON LAS MUJERES CASADAS

La cuestión de la admisión de las mujeres al ministerio ordenado es también una cuestión de poder y de separación de poderes, con motivo de su exclusión del acceso.

Si las mujeres pueden ser ordenadas al diaconado es actualmente objeto de renovada discusión por parte de la Sede Apostólica. Este Foro I pide un voto motivado, durante el camino sinodal, que lleve a admitir a las mujeres al diaconado. El papa Juan Pablo II, en su carta apostólica “Ordinatio sacerdotalis”, ha afirmado que la Iglesia no tiene ningún derecho para ordenar mujeres al sacerdocio. Sin embargo, a causa de nuevas profundizaciones sobre el testimonio de la Biblia, sobre los desarrollos de la Tradición y sobre la antropología de género, la coherencia de su argumentación y la validez de su afirmación son con frecuencia puestas en duda. Es necesario volver a conectar de nuevo el testimonio de la Escritura y de la Tradición con los signos de los tiempos y el sentido de fe del pueblo de Dios. El Forum I propone que la Iglesia en Alemania, durante el camino sinodal, exprese un voto motivado también sobre la cuestión de la admisión de las mujeres a la ordenación, que incluya una invitación a la Iglesia universal y a la Sede Apostólica a estudiar de nuevo las cuestiones suscitadas, y a encontrar soluciones.

HACIA UN CONCILIO DEMOCRATICO I

Hay necesidad de un foro sinodal también en la Iglesia universal, una asamblea de la Iglesia universal, un nuevo concilio, en el que los creyentes – dentro y fuera del ministerio ordenado – deliberen y decidan juntos sobre cuestiones de teología y de la atención pastoral, también sobre la constitución y estructura de la Iglesia.

*

No sorprende que un documento así acabara en Roma bajo la mirada de la Congregación para la Doctrina de la Fe. Ni que el cardenal Kurt Koch, presidente del Pontificio Consejo para la Unidad de los Cristianos, haya vuelto a rechazar otra de las innovaciones propugnadas por la Iglesia de Alemania, la de la comunión eucarística compartida por católicos y protestantes, justificada en un reciente documento teológico redactado y firmado por representantes de ambas partes. Ya en 2018 la Congregación para la Doctrina de la Fe había dicho “alto” a la intercomunión, en una carta de su cardenal prefecto Luis Ladaria al entonces presidente de la Conferencia Episcopal de Alemania, el cardenal Reinhard Marx, de Múnich. Sin lograr que lo escuchara.

También el papa Francisco, cada vez más inquieto, llamó nuevamente al orden a la Iglesia de Alemania en un pasaje de su discurso previo a la Navidad, el 21 de diciembre, dirigido a la Curia romana:

“Sin la gracia del Espíritu Santo, podemos incluso comenzar a pensar en la Iglesia de modo sinodal, pero, en lugar de hacer referencia a la comunión con la presencia del Espíritu, se la concibe como una asamblea democrática cualquiera, formada por mayorías y minorías. Como un parlamento, por ejemplo; y esta no es sinodalidad. Sólo la presencia del Espíritu Santo hace la diferencia”.

Pero, una vez más, sus palabras se deslizaron como el agua sobre el mármol. A principios de 2021, en una maxi-entrevista con "Herder Korrespondenz", el presidente de la Conferencia Episcopal Alemana, monseñor Georg Bätzing, obispo de Limburgo, dijo que "no debemos detenernos en cada afirmación pronunciada por el Papa en cada audiencia particular". Y relanzó todos los objetivos del "Camino Sinodal", incluida la bendición de las parejas homosexuales, sin retroceder un solo milímetro.

Tan querida por Francisco, la sinodalidad está hundiendo de hecho su pontificado y dividiendo a la Iglesia católica, con una asimilación de la misma al protestantismo que en Alemania está ya en un estadio muy, muy avanzado:


Sandro Magister

viernes, 12 de febrero de 2021

Muerte en el Estado de Virginia



La noticia es de la semana pasada. Virginia es el primer Estado del sur de los Estados Unidos (y el 23º de la Unión) en abolir la pena de muerte. El Senado local aprobó la medida con una mayoría de 21 a 17 votos, mientras que la Cámara la aprobó con una mayoría de 57 a 41. El gobernador demócrata Ralph Northam anunció de inmediato que firmará el proyecto de ley correspondiente. Una vez aprobada, la ley tendrá el efecto de que no habrá más ejecuciones a partir de julio, mientras que las penas de muerte ya dictadas se conmutarán por cadenas perpetuas.

Al mismo tiempo, con mayorías similares, la Cámara y el Senado de Virginia han legalizado el uso de la marihuana con fines recreativos, y este también es un récord que la Virginia se adjudica entre los Estados del sur. Esta simultaneidad debería hacernos reflexionar sobre una cierta confusión moral del legislador virginiano (en lugar de legalizar la marihuana, ¿no habría sido mejor cuestionar la posible conexión entre las drogas y los crímenes atroces sancionados con la pena de muerte?). Pero el punto más doloroso es otro.

En la breve declaración que comenta el pasaje del proyecto de ley de abolición de la pena de muerte en el Senado, el gobernador dijo que «esta práctica es fundamentalmente injusta. Es deshumana. Es ineficaz. Y sabemos que, en algunos casos, hubo personas condenadas a la pena capital, de las que después se probó la inocencia».

¿Pero no es este el mismo Gobernador Northam quien, hace dos años, había suscitado gritos de horror por su comentario sobre la relajación de las restricciones a los abortos en el tercer trimestre? En una entrevista radial, el gobernador (de quien, siendo neurólogo pediatra de profesión, se presume que sabe lo que dice, al menos sobre estos temas) declaró: «Los abortos en el tercer trimestre se realizan cuando pueden existir deformaciones graves … Cuando una madre está en trabajo de parto, puedo decirle exactamente lo que sucede … El bebé es dado a luz y se mantiene en un estado confortable.. Luego, el bebé es resucitado si este es el deseo de la madre y su familia. Y después la madre y los médicos mantienen una conversación».

Ahora bien, como suele suceder, los llamados sites que pretenden restablecer los hechos discutiendo las declaraciones de los políticos, en realidad terminan ofuscando estos mismos hechos con fines políticos. El “fact-checking” -la verificación de los hechos- de la declaración del gobernador Northam es un ejemplo claro (ver, por ejemplo, de cómo, en defensa del gobernador, se trepa a los espejos).:Sin embargo, sea como sea, las palabras del gobernador (y de los Demócratas en general) no dejan lugar a dudas: una vez dado a luz (por lo tanto, ya ni siquiera es un aborto), la suerte del niño, es decir, si se le permite vivir o se le deja morir, es decidida en una afable charla entre la madre y los médicos, mientras que el bebé (¡nunca!) es mantenido en un estado confortable.

En pocas palabras, si se comparan las dos declaraciones del Gobernador Northam, por un lado están la inequidad y la inhumanidad de la pena capital, mientras que la posibilidad de no atender a un bebé nacido obviamente no sería ni injusta ni inhumana; y por otro, el horror de la ejecución de un condenado, presuntamente culpable, pero después juzgado inocente, mientras que el niño sin duda inocente puede ser dejado morir sin suscitar ningún horror.

Por otro lado, incluso si solo se verifican los números, alrededor de 1.300 personas han sido ejecutadas en Virginia en más de cuatro siglos a partir de 1608 y 111 a partir de 1976. Los datos relacionados con el aborto, en Virginia, son de una magnitud decididamente diferente: solo en el 2018, los abortos (al menos los registrados) superaron los 16 mil. Y si se tiene la paciencia de consolidar los datos (paciencia que hay que encontrar, dada la enormidad del crimen), se puede hacer una comparación entre el número de condenas a muerte (111) desde 1976 y el número de abortos en el mismo período (aproximadamente 4 millones), por lo tanto, 40 mil abortos por cada ejecución.

¿La moraleja de todo esto? Independientemente de lo que se piense de la pena de muerte y de su abolición, sería quizás conveniente tener el sentido de las proporciones. Si se guarda silencio sobre los abominables crímenes del aborto y del infanticidio (ante los cuales, por gravedad y número, todos los demás palidecen), cualquier alarde sobre la abolición de la pena de muerte tiene un sabor de hipocresía que sólo una parte de los Estados Unidos, la Demócrata de Biden y Northam, no advierte. Y sería oportuno que los legisladores abolicionistas de la pena de muerte pusieran al día sus conocimientos (o echaran un vistazo por primera vez) sobre la obra de Beccaria, quien, aunque portaestandarte de la crítica a la pena de muerte, no vacilaba en expresar el «justo horror» que merecen delitos como el infanticidio (Dei delitti e delle pene (De los delitos y de las penas, cap. 31), y presumiblemente el aborto (en la nota 7 del capítulo 31, los editores de una de las ediciones en inglés escriben que «aquí Beccaria probablemente se refiere a ambos delitos, el de infanticidio y el del aborto«: Cesare Beccaria, On Crimes and Punishments (5ta. edición Newman y Marongiu, 2009), pág.141).