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lunes, 10 de agosto de 2020

Vaticano II y el Calvario de la Iglesia (Padre Lanzetta)



Aquí está el reciente discurso del padre Serafino Lanzetta, en el contexto del reavivado debate sobre el Vaticano II [ ver índice ], muy recomendado por Peter Kwasniewski al final de su artículo [ aquí ] como una de las mejores intervenciones: un ejemplo de discusión equilibrada y profundidad de pensamiento requerido por la severidad del tema.

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Artículo de interés (aunque está en inglés) Why Vatican II cannot simply be forgotten, but must be remembered with shame and repentance (Peter Kwasniewski)

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Recientemente se ha reavivado el debate sobre la correcta interpretación del Concilio Vaticano II. Es cierto que todo concilio trae consigo problemas de interpretación y muchas veces abre otros nuevos en lugar de resolver los que se han planteado. El misterio siempre lleva consigo una tensión entre lo dicho y lo indecible. Baste recordar que la consustancialidad del Hijo con el Padre del Concilio de Nicea (325), contra Arrio, se estableció de manera incondicional sólo sesenta años después con el Concilio de Constantinopla (385), cuando también se definió la divinidad del Espíritu Santo. 

Llegando a nosotros, unos sesenta años después del Concilio Vaticano II, no tenemos la aclaración de alguna doctrina de fe, sino un enturbiamiento adicional. La Declaración de Abu Dhabi (4 de febrero de 2019) [ ver índice] establece con total certeza que Dios quiere la pluralidad de religiones como quiere la diversidad de color, sexo, raza e idioma. Según el Papa Francisco, en el vuelo de regreso tras la firma del documento, "desde el punto de vista católico, el documento no pasó ni un milímetro más allá del Concilio Vaticano II". Sin duda, se trata de un vínculo más simbólico con el espíritu del Consejo que resuena en el texto de la Declaración sobre la Hermandad Humana. Sin embargo, existe un vínculo y ciertamente no es el único con lo eclesial de hoy. Una señal de que entre el Concilio de Nicea y el Vaticano II hay una diferencia que hay que tener en cuenta.

La hermenéutica de la continuidad y la reforma nos ha dado la esperanza de poder leer las nuevas doctrinas del Vaticano II en continuidad con el magisterio anterior en nombre del principio según el cual un concilio, si se celebra con las debidas normas canónicas, es asistido por el Espíritu Santo. Y si no ves la ortodoxia, búscala. Mientras tanto, sin embargo, surge aquí un problema no secundario. Confiar en la hermenéutica para resolver el problema de la continuidad ya es un problema en sí mismo. In claris non fit interpretatio, dice un conocido adagio, que si no se demostrara la continuidad con la interpretación, no habría necesidad de la hermenéutica como tal. La continuidad no es evidente, pero debe demostrarse o más bien interpretarse. Desde el momento en que se utiliza la hermenéutica, entramos en un proceso creciente de interpretación de la continuidad, un proceso envolvente que no se detiene. Mientras haya intérpretes también estará el proceso interpretativo y existirá la posibilidad de que esta interpretación sea confirmada o negada por ser adecuada o perjudicial a los ojos del próximo intérprete.

La hermenéutica es un proceso, es el proceso de la modernidad que sitúa al hombre como existente y lo capta dentro del rango del ser aquí y ahora. Un eco de esto es el problema del Concilio que intenta dialogar con la modernidad, que a su vez es un proceso existencial que no puede resolverse fácilmente en los círculos hermenéuticos. Si nos apoyamos únicamente en la hermenéutica para resolver el problema de la continuidad, corremos el riesgo de enredarnos en un sistema que coloca la continuidad como existente (o en el lado opuesto de la ruptura), pero que en realidad no la alcanza. Y no parece que lo hayamos alcanzado hoy, casi sesenta años después del Vaticano II. No hace falta una hermenéutica que nos dé garantía de continuidad, sino un primer principio que nos diga si la hermenéutica utilizada es válida o no: la fe de la Iglesia.

La hermenéutica de la continuidad nos deja oír algunos crujidos desde el principio; más recientemente parece que el propio Joseph Ratzinger se ha distanciado un poco. De hecho, en sus notas relativas a las raíces del abuso sexual en la Iglesia [ aquí ] (publicadas exclusivamente para Italia por Corriere della Sera , 11 de abril de 2019), el Concilio Vaticano II es cuestionado repetidamente. Con más libertad teológica y no a título oficial, Benedicto XVI apunta a una especie de biblicismo que emana de Dei Verbum la principal raíz doctrinal de la crisis moral de la Iglesia. En la lucha emprendida en el Concilio, trató de liberarse del fundamento natural de la moral para basarla exclusivamente en la Biblia. 

La estructura de la Constitución sobre la Divina Revelación -que no quiso mencionar el papel de la Traditio constitutiva , aunque estaba regida por Pablo VI- quedó reflejada en el dictado de Optatam totius16, que de hecho fue luego declinado con la sospecha de una moral pronto definida como "preconciliar", despectivamente identificada como manuales por derecho natural. Los efectos negativos de este reposicionamiento no tardaron en sentirse y aún están bajo nuestra asombrada mirada. En las mismas notas de Ratzinger también hay una denuncia de la llamada "conciliaridad" que se convirtió ende lo verdaderamente aceptable y proponible, hasta el punto de llevar a algunos obispos a rechazar la tradición católica. En los diversos documentos posconciliares que han tratado de corregir el juego, dando la correcta interpretación de la doctrina, nunca se ha considerado seriamente este problema teológico-fundamental inaugurado por la "conciliaridad", que de hecho se abre a todos los demás problemas y sobre todo se vuelve un espíritu libre que deambula y siempre sobresale del texto y sobre todo de la Iglesia. Se habló de ello durante el Sínodo de los Obispos de 1985, pero nunca se materializó en un claro distanciamiento.

El problema hermenéutico del Vaticano II está destinado a no acabar nunca si no abordamos un punto central y radical del que depende la clara comprensión de las doctrinas y su valoración magisterial. El Vaticano II se configura como un concilio con una finalidad puramente pastoral. Todos los concilios anteriores han sido pastorales en la medida en que afirmaron la verdad de la fe y lucharon contra los errores. El Vaticano II, con un propósito pastoral, elige un nuevo método, el método pastoral que se convierte en un verdadero programa de acción. Al declararlo varias veces, pero sin dar nunca una definición de lo que significa "pastoral", el Vaticano II se sitúa así de una manera nueva con respecto a los otros concilios. Es el consejo pastoral que más que ningún otro ha propuesto nuevas doctrinas, pero habiendo optado por no definir nuevos dogmas, ni para reiterar nada de manera definitiva (quizás la sacramentalidad del episcopado, pero no hay unanimidad). El pastoralismo preveía una ausencia de condena y una indefinición de la fe, pero solo una nueva forma de enseñarla para el tiempo de hoy. Una nueva forma que influyó en la formación de nuevas doctrinas y viceversa. Un problema que sentimos hoy con toda su virulencia, cuando preferimos dejar de lado la doctrina por motivos pastorales, sin poder prescindir de enseñar otra doctrina.

El método pastoral (era un método) juega un papel primordial en el Concilio. Dirige la agenda conciliar. Establece lo que se va a discutir y rehace algunos esquemas centrales poco pastorales; omitir doctrinas comunes (como el limbo y la insuficiencia material de las Escrituras, reiteradas por la enseñanza ordinaria de los catecismos) porque aún están en disputa y abrazar y enseñar doctrinas muy nuevas que no gozaron de ninguna disputa teológica (como la colegialidad episcopal y la restauración del diaconado matrimonial permanente). De hecho, la pastoral llega a ascender al rango de constitución con Gaudium et Spes (estábamos acostumbrados a una constitución que era tal en relación a la fe), un documento tan cutre que incluso a Karl Rahner se le ponen los pelos de punta, quien aconsejó al cardenal Döpfner que el texto declarara su imperfección desde el principio. Esto se debió principalmente a que el orden creado no parecía dirigido a Dios, pero Rahner fue el promotor de una pastoral trascendental.

Así, el Consejo se planteó el problema de sí mismo, de su interpretación, y esto no partiendo de la fase receptiva, sino a partir de las discusiones en la sala del Consejo. Comprender el grado de calificación teológica de las doctrinas conciliares no fue una empresa fácil para los mismos Padres, que repetidamente hicieron una solicitud a la Secretaría del Concilio. La pastoralidad entra entonces también en la redacción del nuevo esquema sobre la Iglesia. Para muchos Padres el misterio de la Iglesia (aspecto invisible) era más amplio que su manifestación histórica y jerárquica (aspecto visible), y esto hasta el punto de considerar una no co-extensividad del Cuerpo Místico de Cristo con la Iglesia Católica Romana. ¿Dos iglesias yuxtapuestas? ¿Una Iglesia de Cristo por un lado y la Iglesia Católica por el otro? Este riesgo no surgió del intercambio verbal con el " subsistit in”, Pero fundamentalmente por haber renunciado a la doctrina de los miembros de la Iglesia (pasamos de membris a de populo ) para no ofender a los protestantes, miembros imperfectos. Hoy parece que todos pertenecen más o menos a la Iglesia. Si hiciéramos una pregunta: "¿Creen los Padres que el Cuerpo Místico de Cristo es la Iglesia Católica?", ¿Qué responderían muchos? Varios Padres conciliares dijeron que no, por eso estamos donde estamos.

El espíritu del Concilio nació por tanto en el Concilio. Se cierne sobre el Vaticano II y sus textos; Suele ser reflejo de un espíritu pastoral no claramente identificable, que construye o derriba en nombre de la conciliaridad, es decir, muchas veces del sentimiento teológico del momento que más arraigó porque la voz del hablante era más fuerte, no tanto a través de los medios de comunicación, sino en el aula. y en la Comisión Doctrinal. Una hermenéutica que no lo advierte acaba cediendo su lado a un problema aún hoy sin resolver: el Vaticano II como absoluto de fe, como identidad del cristiano, como paspartú en la Iglesia "posconciliar". La Iglesia está dividida porque depende del Concilio y no al revés. Esto puede generar otro problema.

Primero el concilio como absoluto de la fe y luego el papa como absoluto de la Iglesia son de hecho dos caras de la misma moneda, del mismo problema de absolutizar ahora uno, ahora el otro, pero olvidando que primero está la Iglesia, luego el Papa. con su magisterio papal y luego un concilio con su magisterio conciliar. El problema de estos días de un Papa visto como absoluto surge como un eco del concilio como ab-solutus y esto por el hecho de que se enfatiza como criterio clave de medida un espíritu conciliatorio, es decir, el acontecimiento superior a los textos y sobre todo al contexto. ¿Es una coincidencia que quienes intentan bloquear el magisterio de Francisco apelen constantemente al Vaticano II, viendo los motivos de la crítica en un rechazo al Vaticano II? Sin embargo, el hecho es que entre Francisco y el Vaticano II hay un vínculo más bien simbólico y casi nunca textual. Los papas del Concilio y del postconcilio son santos (o lo serán pronto) mientras la Iglesia languidece, sumida en un desierto silencioso. ¿Eso no nos dice nada?

En cuanto a las últimas posiciones adoptadas, paradójicamente, no me parece que las razones de Su Excelencia Monseñor Viganò y el Cardenal Brandmüller estén tan lejos. 

Viganò prefiere olvidar el Vaticano II; no cree que la corrección de sus doctrinas ambiguas sea una solución porque en su opinión en el Vaticano II hay un problema embrionario, un golpe modernista inicial que ha socavado no su validez sino su catolicidad. 

Brandmüller, en cambio, prefiere adoptar el método de lectura histórica de los documentos del Concilio, especialmente para aquellas doctrinas que son más difíciles de leer en línea con la Tradición. Esto le permite afirmar que documentos como Nostra aetate, al que Unitatis redintegratio y Dignitatis humanae , por ahora sólo tienen un interés histórico, también porque la interpretación correcta de su valor teológico fue dada por el magisterio posterior, especialmente por Dominus Iesus . 

Si Viganò prefiere olvidar el Concilio y Brandmüller sugiere historizarlo y así superarlo sin golpe, evitando una corrección magisterial ad hoc y dejando fuera la hermenéutica de la continuidad, parece que la distancia está en las modalidades. 

Sin embargo, se podría objetar que será difícil que con la hermenéutica historizadora sola, aunque necesaria, en un nuevo Enchiridion de los Concilios, actualizado a esta reciente discusión histórico-teológica, el Vaticano II aparece sólo como un concilio de interés histórico. Y nada evitará que un Abu Dhabi 2.0 se refiera explícitamente a Nostra aetate , ignorando Dominus Iesus nuevamente , o que Amoris laetitia se involucre en Gaudium et spes sin pasar por Humanae vitae . No hay que olvidar que la Escuela de Bolonia intentó hacer algo así con el Concilio de Trento, considerándolo ahora sólo un Concilio general y ya no ecuménico, de rango inferior desde el punto de vista teológico. El Vaticano II ciertamente no es Trento, sino solo desde el punto de vista teológico y no histórico.

También debemos ser conscientes de que la hermenéutica histórica, que deja el texto en su contexto y en las ideas del editor, se adapta bien al Vaticano II como un concilio pastoral plenamente inmerso en su tiempo. La misma hermenéutica, sin embargo, no funciona con el Concilio de Trento, por ejemplo. De hecho, si intentáramos historizar la doctrina y los cánones del Santo Sacrificio de la Misa, nos encontraríamos haciendo el mismo trabajo de Lutero con respecto a la tradición doctrinal y favoreceríamos el trabajo de los neoprotestantes que ven en la Misa nada más que una cena.

Entre estas dos posiciones se encuentra la de Monseñor Schneider que parece más practicable: corregir las ambiguas expresiones y doctrinas presentes en los textos conciliares que han dado lugar a innumerables errores acumulados a lo largo de los años, sin desconocer las múltiples enseñanzas virtuosas y proféticas, como la santidad laical y el sacerdocio común de los fieles. Monseñor Schneider señala como "cuadrar el círculo" el funcionamiento de quienes ven todo en continuidad en nombre de la hermenéutica correcta.

Debemos comenzar con un sincero acto de humildad propuesto por Monseñor Viganò, reconociendo que nos hemos dejado engañar por la presunción de resolver todos los problemas en nombre de la autoridad, tanto de buena como de mala fe. O la autoridad se basa en la verdad o no se sostiene. No se trata de repudiar o anular el Vaticano II, que sigue siendo un concilio de la Santa Iglesia, sino todas las distorsiones, tanto por exceso como por defecto. Ni siquiera se trata de dárselo a los tradicionalistas, sino de reconocer la verdad. Cuando el Vaticano II se libere de toda la política que lo rodea, estaremos en un buen camino.

P. Serafino Maria Lanzetta

NOTA: La traducción del italiano al español se ha realizado usando el traductor de Google

San Lorenzo y los tesoros de la Iglesia (Carlos Esteban)



La ‘opción preferencial por los pobres’ puede ser una expresión moderna, pero es una realidad tan antigua como la Iglesia, y así lo prueba la historia del santo del día, San Lorenzo, patrón de Roma.

Lorenzo vivió en un momento que se parece, en realidad, a todos los momentos de la historia de la Iglesia en alguna parte del mundo, no muy distinto de la China de hoy o de algunos países islámicos o comunistas. Es decir, un momento de persecución.

Aunque el cristianismo fue, hasta Constantino y su célebre Edicto de Milán, una ‘religio illicita’, no hay que imaginar esos primeros trescientos años como una persecución continua. Hubo épocas en las que emperadores o gobernadores de provincias hacían la vista gorda o se limitaban a castigar los casos más recalcitrantes, junto a otras en las que la autoridad se proponía desarraigar de una vez por todas la ‘superstición del Nazareno’ con campañas crudelísimas.

Uno de estos ‘brotes’ fue el que le tocó vivir al diácono Lorenzo, natural de Huesca, en Roma bajo el reinado del emperador Valeriano, que en 257 publicó un decreto en el que ordenaba que todo el que se declarara cristiano fuera condenado a muerte. No era una amenaza vacía: ese mismo año, mientras celebraba la Santa Misa, el Papa de entonces, San Sixto, fue asesinado junto con cuatro de sus diáconos.

Como diácono, Lorenzo custodiaba los fondos que la Iglesia de Roma empleaba para subvenir a las necesidades de los pobres y los ‘descartados’ del sistema. Y el prefecto de Roma pensó aprovechar la renovada hostilidad anticristiana para hacerse con ese tesoro, que la imaginación popular hacía fabulosos. Sí, ya en aquella época existía el mito de ‘las riquezas de la Iglesia’.

Así que el prefecto hizo comparecer a Lorenzo y le emplaza para que, en el plazo de tres días, vuelva a verle llevando consigo los afamados tesoros de la Iglesia para incautarlos a favor del tesoro imperial (descontando, es de suponer, una cantidad para el propio prefecto).

Al tercer día, llega Lorenzo a presencia del magistrado y le dice que salga al atrio, donde ha acumulado los tesoros de su Iglesia. Al salir el prefecto, que ya esperaba ver el espacio cubierto de pilas de monedas, lingotes de oro y joyas, se encuentra apelotonada en el patio una multitud de ancianos, pobres, lisiados, ciegos y familias enteras que eran atendidas por la Iglesia de Lorenzo, quien antes de que se recuperara de su sorpresa el representante del emperador habló así: “Éstos son el tesoro de la Iglesia, como hizo Jesús, el Hijo de Dios; así hacemos los cristianos hoy y así hará la Iglesia siempre: eran los más queridos de Jesús, también son los nuestros”.

La ocurrencia le costó a Lorenzo la vida, en un martirio especialmente cruel que todos conocemos: carne de barbacoa, asado sobre una parrilla cuyo diseño imita el Monasterio de El Escorial.

Pero si el martirio es solo ocasional en la historia de la Iglesia, la ‘opción preferencial’ por lo que a veces Su Santidad llama ‘los descartados’ -los que nadie quiere, los que a nadie interesan- sigue siendo central en su misión y lo seguirá siendo hasta el final de los tiempos, porque si la Iglesia es la Esposa de Cristo, se la reconocerá por obrar como obró Cristo.

Carlos Esteban

domingo, 9 de agosto de 2020

Cardenal Raymond Burke predica contra los profetas del coronavirus



Los falsos profetas del mundo nos dicen que nuestra vida “nunca será la misma” como resultado de lo que está ocurriendo hoy, dijo el 31 de julio el cardenal Raymond Burke en una homilía en la iglesia Nuestra Señora de Guadalupe, situada en la ciudad de La Crosse, en Wisconsin.

Enfatizó que se nos dice que tenemos que “resetear nuestras vidas” y “organizar nuestras vidas según principios que ellos nos dicten”. Burke no niega que nuestras vidas tienen que cambiar, pero no en la forma dictada por “expertos mundanos”.

“Nuestros corazones deben ser más y más purificados del pecado”, explicó.

sábado, 8 de agosto de 2020

Sobre el cierre del seminario de San Rafael




Estos días escuchábamos la noticia referente al cierre del seminario de San Rafael. Una persona que conoce bien la situación nos habla de ello.

Quien no conoce la diócesis de San Rafael difícilmente pueda comprender porque a los laicos y sacerdotes ha entristecido tanto la noticia del cierre del Seminario “Santa María Madre de Dios”.

Soy laica, nacida y criada en esta diócesis. Aquí también trabajo y vivimos en la actualidad con mi esposo e hijos.

Nuestro Seminario comienza con Monseñor León Kruk, 4to Obispo de nuestra diócesis que comprende los departamentos de San Rafael, Malargüe y General Alvear. Un territorio de 87.286 km. Cuando León Kruk inicia su actividad pastoral, año 1973, se evidencia la necesidad de contar con un seminario diocesano donde formar sus propios pastores. Para las 250.000 almas encomendadas a su ministerio solo había nueve sacerdotes diocesanos y diez sacerdotes religiosos.

Fue así que, después de muchas oraciones y sacrificios, recién el 24 de marzo de 1984, se pudo fundar nuestro Seminario. Se veía a esta casa de formación, como obra de Dios y manantial de bendición y gracias para toda la diócesis. Prueba de ello es el aporte de laicos y empresas para las obras de construcción. La mayoría de las familias sanrafaelinas contribuyeron y contribuyen, en la medida de sus posibilidades, al sostenimiento de la Institución.

Muchos frutos de santidad han dado este Seminario, algunos visibles… pero los más, invisibles y solo conocidos por Dios.

Centenares de sacerdotes se han formado en esta casa de estudios con una enseñanza coherente, sólida y fiel al Magisterio de la Iglesia. Dios se ha valido de esta generosa Institución, y de sus sacerdotes, para que la Semilla del Reino sea esparcida. Baste el actual ejemplo del trabajo de los sacerdotes diocesanos en Cuba; las decenas de sacerdotes incardinados en otras diócesis de Argentina y el mundo. Y el aporte de sacerdotes que NUESTRO SEMINARIO ha realizado al clero castrense.

Esta referencia meramente histórica de nuestro Seminario es para que se pueda, aunque sea sucintamente, apreciar la entrañable y estrecha relación que el Seminario tiene con el pueblo sanrafaelino y con miles de laicos dispersos por el país, incluso en el mundo.

Que no parezcan exageradas las cadenas de Rosario, Horas de Adoración, Novenas, Treintenas a San José, pedidos en las redes sociales, cartas a nuestro Obispo, Nunciatura e incluso a la Santa Sede pidiendo para que no se cierre esto que es TAN NUESTRO…

Al Seminario “Santa María Madre de Dios” aprendimos a quererlo siendo niños… a la casa de mis padres todos los sábados (días de apostolado) iban a almorzar los primeros años entre tres y cinco seminaristas y terminábamos nuestra sobremesa con una guitarreada… Somos 11 hermanos, pero en nuestra mesa siempre había lugar para un curita más. Luego de casada, siendo parte del Movimiento Familiar Cristiano, fueron varios sacerdotes de NUESTRO SEMINARIO quienes asesoraron a los distintos grupos de matrimonio. También fueron varios los sacerdotes de NUESTRO SEMINARIO los que atendieron y acompañaron los grupos parroquiales donde iban nuestros hijos. Y con el tiempo, nuestro hogar se transformó en aquello que al principio conté era la casa de mis padres: siempre en la mesa había lugar para un curita más de NUESTRO SEMINARIO. Nuestros hijos aprendieron a apreciar, respetar y querer a los sacerdotes de NUESTRO SEMINARIO como nosotros lo aprendimos en nuestra casa natal. Y les voy a explicar porque la gran mayoría de nuestra diócesis sureña comparte este cariño entrañable por NUESTRO SEMINARIO:

¿Había o hay algún enfermo de urgencia en terapia intensiva? Un sacerdote de NUESTRO SEMINARIO va a administrarle la Unción o llevarle el Santo Viático… No importa la hora, puede ser la madrugada, un sacerdote de NUESTRO SEMINARIO estará en vela en el Servicio Sacerdotal Nocturno por si alguna urgencia lo requiere.

¿Había o hay algún problema de adicción en hijos o amigos? ¡Que gracia la nuestra! Un sacerdote de NUESTRO SEMINARIO te va a aconsejar, ayudar, consolar… para eso se formó y sigue formando: estas son las problemáticas actuales y NUESTRO SEMINARIO debe saber dar respuestas.

¿Había o hay alguna dificultad o ruptura familiar? ¿Algún matrimonio o pareja amiga pensando en la separación? Con cuanta sencillez, humanidad y visión sobrenatural un sacerdote DE NUESTRO SEMINARIO va a aconsejar, va a custodiar el orden natural y va a saber acompañar.

¿Estabas preocupado o lo estás por la educación de tus niños? ¡Bendito sea Dios! Hay Colegios, atendidos por sacerdotes de NUESTRO SEMINARIO, que se disponen a acompañar en la educación familiar.

Hay recreos con niños correteando alrededor de sacerdotes DE NUESTRO SEMINARIO, que al igual que San Juan Bosco comparten con ellos sus alegrías para hacerse cercanos y acercarlos a Dios.

Hay sotanas por los pasillos y filas de niños que, sacerdotes de NUESTRO SEMINARIO, van a confesar y acercar al Banquete Celestial.

¿Había o hay algún enfermo en la familia? Rápido, avisamos en el hospital, y un sacerdote de NUESTRO SEMINARIO, asignado exclusivamente para ese apostolado, va a confesarlo y llevarle la Sagrada Comunión diariamente si el enfermo lo pide y también lo va a acompañar.

¿Sabes la necesidad material de alguna persona o las carencias de algún barrio o asentamiento? Ahí está Caritas. Y algún sacerdote de NUESTRO SEMINARIO, incluso en su propio vehículo, va a socorrer y llevar mercadería, ropa, medicamentos a esa familia o lugar. Es más, si la emergencia lo requiere, algún sacerdote de NUESTRO SEMINARIO pueda prestar sus instalaciones y conseguir lo que haga falta para que en su parroquia se instale un comedor infantil. No importa su siesta, no importan los ruidos, no importa su poca privacidad.

¿Falleció algún familiar? ¡Qué inmenso consuelo y que Misericordia la de Dios! No importa si es plena pandemia, si la cuarentena y el miedo al contagio impide alguna actividad, si incluso a tu madre no pudiste velar… Un sacerdote de NUESTRO SEMINARIO se va a asegurar que no le falte el Responso, que aún en la frialdad de una morgue, ese querido difunto se lleve la bendición final.

¿Cometiste un pecado mortal y tu conciencia no te deja continuar? ¡Que dicha la de nuestra diócesis! Con 28 parroquias, algún sacerdote de NUESTRO SEMINARIO siempre vas a encontrar disponible para confesar. Casi a la hora que desees y si tus disposiciones lo permiten la Misericordia de Dios se va a hacer actual.

Y podría seguir enumerando acontecimientos pasados y actuales de nuestro pueblo donde algún sacerdote de NUESTRO SEMINARIO ha sido protagonista, organizador, gestor o acompañante: Bautismos, Comuniones, Confirmaciones, Retiros, Campamentos, Peregrinaciones, Convivium, Obras de teatro, Autos Sacramentales, Congresos, Viajes, Conferencias, Aniversarios… Siempre fieles, siempre atentos a dar respuesta a las necesidades espirituales y también materiales de su rebaño.

Respetuosos y obedientes al Magisterio de la Iglesia, siempre buscando la gloria de Dios, siempre buscando que sus fieles amen y respeten lo más sagrado: La Sagrada Eucaristía, la santísima Virgen y la Santa Madre Iglesia representada en la persona del PAPA.

Quizás los medios periodísticos pueden informar. Pero difícilmente puedan situar en su justo lugar el dolor de todo un pueblo, porque ante un posible cierre de este Seminario, toda la diócesis ha mostrado su disconformidad y ha sido noticia en la gran mayoría de los medios nacionales e internacionales. Este seminario es parte de la historia, de la vida, de la cotidianidad de nuestro San Rafael, Malargüe y General Alvear.

Fabiola Martín de Pérez

Del mega-empujón de Monseñor Viganò a la mega-trampa de Roncalli y Ratzinger (Enrico Maria Radielli)



Con el presente artículo damos la bienvenida como autor en Adelante la Fe al profesor Enrico Maria Radielli, descollante teólogo italiano, que se ha integrado al debate sobre el Concilio y apoya enérgicamente la crítica del arzobispo Viganò sobre las ambigüedades y manipulaciones del Concilio Vaticano II. Citando al P. Schillebeeckx y al cardenal Suenens, el profesor demuestra cómo personajes clave incluyeron expresiones ambiguas y hablaron de concilio pastoral con la intención de relajar la doctrina de la Iglesia. Y nos advierte: «Si se elimina el dogma, se da rienda suelta al Anticristo».

Enrico Maria Radaelli es profesor de Filosofía de la Estética y director del departamento de Estética de la asociación internacional Sensus Communis (Roma), es desde hace tres años catedrático adjunto de Filosofía del Conocimiento (dep. Conocimiento Estético) en la Pontificia Universidad Lateranense y editor oficial de las obras completas de Romano Amerio para la editorial Lindau de Turín. Entre sus libros, todos publicados por Aurea Domus, figuran: La Chiesa ribaltata (2018), Street Theology (2019) y Al cuore di Ratzinger, al cuore del mondo (2017)

El profesor Radaelli es un filósofo y teólogo católico, discípulo del intelectual suizo Romano Amerio (1905-1997), el cual según Sandro Magister, fue «uno de los más grandes pensadores católicos tradicionalistas del siglo XX. Como tal, es un severo crítico del Concilio Vaticano II y de los papas postconciliares y sus intentos de hacer caso omiso de las innovaciones doctrinales introducidas por el Concilio. En 2003, el respetado vaticanista Sandro Magister promocionó uno de sus libros, en el que censuró el ecumenismo y no escatimó críticas a los pontífices que lo promovieron. Magister lo consideró «importante porque enriquece la serie de volúmenes de crítica teológica al catolicismo de hoy escritos por autores tradicionalistas de gran talla intelectual». Autores tan eminentes y eruditos como el recientemente fallecido profesor Antonio Livi, el también recientemente fallecido filósofo Roger Scruton, monseñor Mario Olivero, el teólogo Bruno Gherardini y los periodistas Alessandro Gnocchi y Mario Palmaro han colaborado con Radaelli en la redacción de sus libros.

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Cartas desde Babilonia

Digo yo:

Desde hace sesenta años se sigue engañando a la gente utilizando indebidamente los términos “progresistas” y “conservadores”, ahora también en referencia a la reciente trifulca desencadenada por la santísima toma de posición del Arzobispo Carlo Maria Viganò, pero ya es tiempo de acabar con el uso deliberadamente desleal de unas categorías que pertenecen todas exclusivamente al ámbito de la política y sin embargo son aplicadas a la Iglesia, la cual es una sociedad cabal y exquisitamente religiosa.

Es hora ya de acabar con eso, porque se trata sólo de una estratagema pecaminosa para ocultar el hecho de que lo que se quiere hacer pasar por oro es estiércol y lo que se quiere hacer pasar por estiércol es oro. Una auténtica tontería.

¿Acaso en el siglo III se definía a los herejes arrianistas “progresistas” y a los que quedaban fieles al Dogma “conservadores”?

¿O acaso en el siglo XVI se prefería hablar de “progresistas” en lugar que de herejes luterano-calvinistas y de “conservadores” en lugar que de personas fieles a las leyes de Dios enseñadas por la santa Romana Iglesia?

Por ejemplo.

P. D.: Uy, se me olvidaba:

Del mega-empujón de Monseñor Viganò a la mega-trampa de Roncalli y Ratzinger

Entonces basta ya de una vez con estas miserables astucias que alteran la realidad haciendo pasar por buenos a los herejes y por pérfidos trogloditas a los firmes y santos fieles de Dios: los así llamados “progresistas” no son nada más que los que resumen en su perversa doctrina el coacervo de las peores herejías desembocadas en el Modernismo; los así llamados “conservadores”, por el contrario, son simplemente los cristianos fieles al Dogma y a la verdadera y santa liturgia pre-Montiniana exponiéndose al riesgo de convertirse en enemigos del mundo, Papas incluidos.

Hasta en las contemporáneas vicisitudes en las que el Arzobispo Carlo Maria Viganò está tomando una fuerte y severa posición respecto al Concilio Vaticano II —y en realidad ésta es la única posición que hay que tomar—, él no es el “conservador”, sino el cristiano fiel al Dogma, mientras que los Papas que convocaron, condujeron, defendieron y aún defienden esa perversa Asamblea no son unos buenos y valientes “progresistas”, sino Papas totalmente infieles al Dogma, en sus casos respectivos precisamente Papas modernistas y neo-modernistas.

El hecho es que estas categorías de pacotilla tienen que ser reemplazadas por las categorías verdaderas. ¡Basta ya con los subterfugios! Que los herejes se queden con sus herejías y que los fieles se queden con su fidelidad.

Las únicas categorías aceptables, en una disputa doctrinal en el interior de la Iglesia católica de Roma, son las de “hereje” para definir a quienes no adhieren al Dogma y al Magisterio pastoral que está fuertemente vinculado a él, así como lo enseña el Magisterio dogmático, y de “católico” para definir a los que adhieren a él.

No hay más categorías. Y las que se utilizan no son nada más que mentiras.

Es más: que se deje ya de hablar de “hermenéutica” —otro ardid, como si todos estuviéramos colgando de cada palabra de la Escuela de Fráncfort y fuéramos las mascotas del profesor Ratzinger, el cual ha hecho de la hermenéutica y del historicismo sus estrellas Polares— y se retome la metafísica, la única ciencia católica, la única metodología concreta, la única filosofía racional, volviendo así a tocar con mano —al final de sesenta años de oscura noche hermenéutica e historicista— la verdadera realidad de la Iglesia, antes de que más bien sea la terrible realidad actual de la Iglesia a hacernos dar de bruces contra ella: pero entonces será ya demasiado tarde.

Ninguno de los veinte Concilios ecuménicos de la Iglesia necesitó jamás que los documentos, órdenes y anatemas producidos tuvieran que ser sometidos a la criba de la interpretación: ninguno de ellos, porque el Dogma no lo permite, dado que es demasiado claro para ser “interpretado”, diga lo que diga el Cardenal Brandmüller.

Y además, que se deje ya de una vez de hablar de la todavía más farragosa, enrevesada y retorcida hermenéutica indicada por el Papa Ratzinger en su más que funesto y célebre Discurso a la Curia Romana del 22 de diciembre de 2005: « la “hermenéutica de la reforma” —glosaba el Pontífice en aquellas consideraciones suyas—, de la renovación dentro de la continuidad del único sujeto-Iglesia ».

Que alguien regale al augustísimo Autor de tamaño enrevesamiento conceptual —el cual se encuentra en un peligro siempre mayor— y le exhorte a leer lo más pronto posible El traje nuevo del emperador, la maravillosa fábula de Andersen que podrá explicarle por qué tiene que cesar —después de décadas— de producir, con una insistencia digna si acaso de esfuerzos más nobles, nada más que suaves almohadas de plumas cuya única utilidad estriba en permitirle apoyar su propia cabeza —tan necesitada de descanso— y sus cansados codos en ellos y así dormir sueños tranquilos entre el bullicio del mundo, dándole esquinazos a los rayos de Ez 13,18, la santa Palabra de Dios.

Al recalcar uno por uno los términos de la fórmula “hermenéutica de la reforma en la continuidad” se extrapola que: primero, se trata de una interpretación (=hermenéutica); segundo, de una discontinuidad (=reforma); tercero, en la ortodoxia (=continuidad).

Se trata pues de una opinión, una hipótesis de trabajo, no es nada más que un parecer alrededor de un concepto determinado que quisiera estar en continuidad con el sano desarrollo del Dogma y al mismo tiempo, sin embargo, al reformarlo, quisiera también ser su propio opuesto, y la suma de todo a la vez, o sea, ser una cosa y su contrario, pero sin dejarlo mínimamente percibir, sin desvelar el conflicto, la contradicción, la guerra estridente —hasta su última esencia— entre los dos polos.

¡Ay, Ratzinger, Ratzinger! ¿Cuándo dejarás de enredarte en ovillos de blancas y suaves plumas, sólo para no ver la sangre de la Redención que fluye a tu alrededor y así, quizá, al final, también salvarte?

Siempre se cita el hasta demasiado célebre Discurso a la Curia Romana, incluso alabándolo, puesto que en su sencillez —hermenéutica de la continuidad SÍ, hermenéutica de la ruptura NO— parece resolver todos los problemas asaz añosos nacidos en el Vaticano II y luego nunca resueltos, pero no se profundiza nunca en esas líneas en las que su augustísimo Autor permite la realización de un crimen gravísimo, a tal punto de cortar en la raíz toda la potencia del celebérrimo esquema que engatusa a todos, continuidad sí, ruptura no, desde un punto de vista hermenéutico, claro está, es decir siempre al estilo de Rashomon, esa película de Kurosawa en la que cuatro hermeneutas interpretan el mismo episodio llegando a cuatro conclusiones irreconciliables: la interpretación es la realidad.

Ya, pero ¿cuál interpretación? ¿Por qué razón la del Papa debería ser más cierta que la mía, puesto que no está hablando ex cathedra?

Y ésta es la cuestión. Y es sobre este punto que los ejércitos se enfrentan desde hace casi sesenta años. Pues sí: siempre andando y combatiendo sobre una capa de hojas que esconde a las soldadescas de Cardenales, Obispos, Monseñores y simples fieles —tanto “progresistas” como “conservadores”— la astuta trampa que hace que todos se desplomen en el único hoyo, aquiescentes, puesto que están todos bien amaestrados por el régimen clerical —y digo “todos” porque nadie manifiesta el rechazo público que se requiere y es debido, todos menos el susodicho Arzobispo Carlo Maria Viganò.

Pero, después de que el mismo Amerio, en su Iota unum —y de ahí luego, repetidamente, el abajo firmante en sus propios libros— había afirmado que los mismísimos neotéricos no tenían ningún escrúpulo en pregonar el asunto sin pudor —véase el Padre Schillebeecks que escribe: « Nous l’exprimons d’une façon diplomatique, mais après le Concile nous tirerons les conclusions implicites » (P. Edward Schillebeecks op, en De Bazuin n. 16, 1965)— ¿por qué razón, pregunto, todos siguen aún evitando enfrentar la realidad y acabar de una vez con esta mega-trampa conciliar de la ambigüedad?

Éste es el fraudulento escamoteo que quien escribe denuncia desde hace décadas, recomendado por el Cardenal Suenens a los oídos listos, finos y astutos del así llamado “Papa bueno” Juan XXIII, quien lo puso inmediatamente en práctica ya desde la apertura formal del Concilio en su potestad meramente “pastoral”, absolutamente no “dogmática” —como habría por el contrario debido ser por la presencia del Papa— el 11 de octubre de 1962: y el escamoteo estriba en no utilizar nunca la potestad dogmática de Magisterio, sino siempre y sólo la potestad “pastoral”, así que nadie se ve obligado a pronunciar enseñanzas infalibles, que natura sua —por su misma naturaleza— tienen que ser perfectamente verdaderas y seguras y que, por su divina indefectibilidad, no permiten ninguna ambigüedad —pues la ambigüedad es un defecto—, ni siquiera si hubiera intención de utilizarla, y por tanto ninguna “interpretación”.

La potestad dogmática, la máxima potestad de enseñanza, del que sólo el Papa —o un Concilio, pero sólo en unión con el Papa— goza, es el verdadero y único Katéchon que puede embridar al Anticristo. El Katéchon es el Dogma.

Eliminen el Dogma y liberarán al Anticristo.

Y ni siquiera es preciso eliminarlo de verdad, el Dogma: es suficiente esconderlo —como le aconsejó el astuto Purpurado francés al plácido Papa bergamasco— y luego simular que no esté y usar temerariamente la potestad pastoral de Magisterio: como si dicha potestad pastoral no dependiera totalmente del Dogma y no tuviera la precisa obligación moral de ser siempre lo más posible coherente y lo más exactamente consecuente a él, así como siempre ha sido vivido y por consiguiente actuado durante siglos por el santo Magisterio de la Iglesia.

Ya está: para liberar al Anticristo es suficiente esta disipación de hecho del Dogma, este “no tomarlo en cuenta”, este astuto “olvido” —vamos a definirlo así—, que desde luego es totalmente inmoral, pecaminoso y está basado en un maquiavelismo elaborado sobre la Palabra de Dios.

Una pequeña regla muy simple. Y férrea: si por ejemplo el Papa convocara un Concilio al que quitara toda posibilidad de enunciar una locutio ex cathedra, p. ej. atribuyéndole la forma de Magisterio llamada “pastoral”, las definiciones que ese Papa expondría en ese Concilio “nunca correrían el riesgo” —vamos a llamarlo así— “de ser infaliblemente verdaderas”, y es eso que el Cardenal Suenens y Papa Roncalli querían lograr y de hecho lograron: “Nunca ser obligados a pronunciar verdades infalibles sino, por el contrario, estar seguros de poder decir siempre cualquier cosa, a lo mejor hasta alguna herejía (con tal de que no se note, pero para eso es suficiente envolver el lenguaje en una nube de ambigüedad: ¡muchas gracias, Schillebeecks!), total: primero, el Papa nunca podrá ser acusado de herejía formal, eso es propiamente de herejía; segundo, el Dogma de la infalibilidad nunca será menoscabado: ese Dogma que nos garantiza precisamente eso”.

Para conocer todos los detalles sobre la mega-trampa, lean mi All’attacco! Cristo vince, [¡Al ataque! Cristo vence], Ediciones Aurea Domus, Milán 2019, § 16, pp. 63-7, que se puede pedir también a quien aquí escribe.

Este perverso mecanismo es el motor, el perno, la causa material y eficiente, el genius absconditus —el demonio oculto— del abnorme y vacío edificio modernista en el que hoy se ha convertido la Iglesia, por tanto es el mecanismo sin el cual la Iglesia no sería la ruina preagónica que es, el Modernismo no habría logrado desalojar la Verdad desde el Trono más alto y la Esposa de Cristo sería hoy más espléndida, santa y gloriosa que nunca.

Sin embargo, a pesar de eso, a pesar de este perverso dispositivo —que quien escribe ha resumido en la fórmula “Guerra de las dos Formas”, hablando de él e ilustrándolo en todos los idiomas desde hace más de diez años— nadie lo ha debatido, nadie lo ha tomado en cuenta en lo más mínimo, nadie siquiera se ha molestado en echar un vistazo por un instante al espejo retrovisor.

Pero hoy por fin un Arzobispo se atreve a tomar el asunto en sus propias manos, un asunto narcotizado desde hace casi sesenta años de vergonzosas astucias elaboradas en primer lugar por los Pastores más altos y de más alta responsabilidad en la Iglesia.

Hoy el Arzobispo Carlo Maria Viganò no teme reconocer que el Concilio Vaticano II debe ser cancelado tanto en su totalidad como en cada una de sus miles de ambigüedades a las que sus partidarios recurrieron para introducir solapadamente conceptos que —si él hubiera sido abierto con la debida forma dogmática— no sólo habrían sido rechazados con energía, sino que habrían sido también —y aún más duramente— anatemizados.

¡Basta ya con las mega-trampas al estilo de Roncalli y Ratzinger! Que la Iglesia retome su camino de única estrella Polar de salvación divina, agarrándose con fuerza y decisión absoluta a la firme claridad del Dogma: « Cuando ustedes digan “sí”, que sea sí, y cuando digan “no”, que sea no. Todo lo que se dice de más, viene del Maligno » (Mt 5,37).

Enrico Maria Radielli
(Traducción al español de Antonio Marcantonio)

jueves, 6 de agosto de 2020

Pekín da por hecho que el Vaticano renovará los acuerdos secretos



Todavía faltan ocho semanas para que expire el controvertido acuerdo secreto entre las autoridades comunistas chinas y la Santa Sede, pero los chinos, a través de uno de sus órganos de prensa, da por hecho su renovación. Mientras, aumentan las voces de quienes imploran al Vaticano que no lo ratifique.

El Vaticano está decidido a renovar el acuerdo provisional con la República Popular, se lee en el Global Times, uno de los órganos del Partido, según informa Katholische.de. Las negociaciones actuales son “una prueba de que el acuerdo marco ha funcionado bien durante los últimos dos años”, lo que contribuye a “llevar las relaciones bilaterales al siguiente nivel”. Para su valoración, el diario cita, entre otros, al canciller de la Academia de Ciencias del Vaticano, monseñor Marcelo Sánchez Sorondo, afirmando que Pekín y el Vaticano “renovarán el acuerdo, lo que significa que la primera experiencia fue bien”. Sánchez Sorondo, recuérdese, causó cierto revuelo cuando afirmó que la tiranía china era el máximo exponente de la Doctrina Social de la Iglesia.

Otra fuente que cita el diario es el vicepresidente de la Conferencia de Obispos del Estado chino, el obispo Zhan Silu de Mindong, quien se limita a señalar que el acuerdo provisional, que expira el 22 de septiembre, será permanente si se prorroga. Zhan fue uno de los siete obispos cuyo nombramiento el Papa reconoció posteriormente en el otoño de 2018, habiendo sido previamente designado por la Asociación Patriótica Católica del estado y consagrado a otros obispos.

Desde su firma, el acuerdo muñido por el ex cardenal pedófilo McCarrick (de quien seguimos esperando con casi un año de retraso la investigación vaticana) y cerrado por el secretario de Estado, cardenal Pietro Parolin, ha sido una fuente de perplejidad para los fieles de todo el mundo, especialmente los de la propia China.

Desde fuera, al menos, parece como si una parte -la Santa Sede- hubiera hecho cesiones extraordinarias -reconocer a la cismática Iglesia Patriótica elegida por el Partido Comunista, levantar la excomunión a sus prelados y sacerdotes e incluso darles sedes, apartando a los obispos fieles, animar a los fieles a ser ‘buenos socialistas’, etcétera- a cambio de nada. Pekín no ha hecho más que aumentar la persecución y la presión sobre los fieles chinos, demoliendo iglesias y santuarios, deteniendo a clérigos, imponiendo la prédica socialista en las iglesias y las imágenes de Mao sustituyendo a las de Cristo en los hogares.

Por eso han sido muchos, encabezados por el arzobispo emérito de Hong King, cardenal Joseph Zen, quienes han implorando a la Santa Sede que no renueven unos acuerdos que, según Zen, “son una trampa”, y según cualquiera que siga las noticias parece una cesión sin contrapartida y una traición a una Iglesia clandestina china que se ha mantenido fiel a Roma en medio de la peor de las persecuciones.

Marcos Oliver

Entrevista a Mons. Schneider por el padre Ravasi (el 15 de octubre de 2017)



Humilde, sereno y alegre, Mons. Schneider nos recibe durante una visita de apenas tres o cuatro días por Buenos Aires. Regala su tiempo y, como las almas grandes, no tiene prisa.

P. Javier Olivera Ravasi: ¿Algún tema que desee obviar? –le digo antes de comenzar la entrevista.

Mons. Schneider: “Nada hay oculto que no sea develado”; pregunte lo que quiera –responde en un correcto italiano.

P. Javier Olivera Ravasi:: Bueno –le digo– pero antes una pregunta medio incómoda: ud. es obispo auxiliar de Astaná, Kazajistán… “pero se la pasa viajando” –dicen por ahí…

Mons. Schneider: Es verdad: es que eso mismo me ha pedido mi arzobispo, Mons. Tomasz Peta, de quien dependo. Sucede que, especialmente en estos tiempos de confusión, es importante que los obispos hablemos, máxime cuando la grey de la cual soy auxiliar es tan pequeña y está bien cuidada (apenas el 0.5 % de su diócesis se declara católico).

P. Javier Olivera Ravasi: Pues comencemos entonces. Ud. proviene de un país donde hay gran cantidad de población musulmana ¿cuáles cree que deberían ser, en un continente como Europa, los criterios de aceptación de inmigrantes no cristianos?

Mons. Schneider: Lo primero que debemos tener en cuenta es el fenómeno acerca de esta denominada “inmigración” (que no es una inmigración, sino una supuesta inmigración), porque los hechos demuestran que estos denominados inmigrantes son fruto de una política de los poderes globales, una inmigración artificial hecha para transportar a una gran cantidad de musulmanes, especialmente musulmanes, a los países cristianos de Europa.

Es evidente, para aquellos que aún usan su inteligencia y ven con realismo este fenómeno, que se trata de una acción política regional y global hecha por los grandes poderes mundiales para, en una ulterior etapa, descristianizar Europa. Se trata de mezclar los pueblos para que Europa pierda su identidad, que no es otra que la identidad cristiana. Esta guerra en Medio Oriente, por ejemplo, ha sido hecha por el denominado Estado Islámico, que ha sido financiado y apoyado por EE.UU y la Unión Europa, por medio de algunos países árabes. Se ha realizado este fenómeno migratorio y la cosa más natural era que estos inmigrantes deberían haber sido recibidos por los países musulmanes vecinos, que son ricos –Arabia Saudita y otros, por ejemplo. Esto sería lo más lógico y lo más humano, porque desde el punto de vista moral, en toda inmigración, se debe evitar sacar a las personas de sus ambientes naturales, de su mentalidad, de su historia, etc., y este es un gran error en que los políticos están incurriendo, evidentemente en base a un programa.

Ciertamente, entre estos inmigrantes hay también personas inocentes que deben sufrir y están siendo usadas como instrumentos, pero la mayoría son hombres jóvenes, que han dejado sus familias. ¿Qué refugiado huye de su país dejando a su mujer y a sus hijos? Ningún hombre haría esto. El hombre debe permanecer allí donde está su familia para defenderla. Esta es una nueva demostración de que este fenómeno de la denominada “inmigración” es una acción política programada.

P. Javier Olivera Ravasi: Nos encontramos ante el centenario de las apariciones de la Virgen de Fátima. Nuestra Señora dijo entonces que, si Rusia, con todos sus errores doctrinales, ideológicos, etc., no se convertía, los dispersaría por todo el mundo: ¿cree Ud. que la ideología de género, avalada por el marxismo cultural y hasta el progresismo en la Iglesia, podrían ser consecuencias de lo que la Virgen profetizó en 1917?

Mons. Schneider: Como sabemos, la Virgen ha dicho que Rusia difundiría sus errores por todo el mundo y, de entre los primeros errores, se encontraba el de intentar convertir en atea a la sociedad. Es una cosa única en la historia de la humanidad. Jamás hubo en la historia, un pueblo o una cultura atea; incluso entre las más primitivas.

El segundo, aparte del grandísimo error el de querer fundar una sociedad sin religión, atea es el materialismo, es decir, que toda la vida de la sociedad consista en la cosa temporal. Se trata de una radical exclusión de la trascendencia, de la sobrenaturalidad.

El tercer error que la Unión Soviética implantó fue el aborto. Como sabemos, la URSS fue el primer país del mundo que impuso, en 1920, el aborto: la destrucción de la vida.

Estos errores se difundieron también en los países de tradición cristiana: el aborto, el materialismo radical, la exclusión de la trascendencia, de lo sobrenatural, la inmersión en el mundo meramente material y, como Ud. ha dicho, el marxismo cultural, que ha sido creado en Europa, en el tiempo de la Guerra Fría; incluso aquí en América Latina, la teología de la liberación fue una creación y un error de la URSS, que se dio aquí, con consecuencias desastrosas de la destrucción de la vida espiritual verdaderamente católica en los países latinoamericanos. También la denominada “teoría del género” que es la última consecuencia del marxismo cultural.

En el ámbito de la Iglesia, también los errores de Rusia, del comunismo, del marxismo, han entrado de un modo siempre más evidente y con más fuerza en la vida de la Iglesia. Comenzando con el Concilio Vaticano II, y especialmente después del Concilio, se han dado en el ámbito de la disminución del aspecto sobrenatural de la vida de la Iglesia, del acercamiento, de la pastoral, en el fondo una concentración en los aspectos puramente temporales y materiales. Hoy constatamos casi el culmen de esta actitud naturalista, materialista en la pastoral y en la actividad de la Iglesia, con gran difusión, comprobando que estos errores han entrado también en la vida de la Iglesia.

P. Javier Olivera Ravasi: Hace unas semanas ha sido publicado el Motu proprio “Magnum Principium”, que otorga a las Conferencias episcopales nacionales la facultad de realizar las traducciones de los libros litúrgicos a las lenguas vernáculas. ¿Esta posibilidad no podría llegar a atentar, si las traducciones no estuviesen bien hechas, contra la unidadde la Iglesia? En el mismo sentido ¿cuál cree Ud. que sería la solución frente al caos desatado luego de la última reforma litúrgica?

Mons. Schneider: Ud. ha hablado justamente del caos litúrgico. Vivimos hace ya más de cincuenta años en una anarquía litúrgica de la Iglesia. Esto contradice, justamente, la nota de la unidad de la Iglesia porque no solamente tenemos la unidad en la Fe, que es la lex credendi, sino que la Iglesia debe también una unidad en la lex orandi, en la liturgia. Ciertamente existen, como ha existido siempre en la Iglesia, varios ritos litúrgicos; esto es hermoso y es la riqueza de la Iglesia, pero el peligro que tenemos hoy y que ya hemos experimentado, es que las traducciones a las lenguas vernáculas, en algunas regiones lingüísticas, han producido un daño que han tocado incluso la Fe. Las traducciones, por ejemplo, eran tan defectuosas en algunos países que el Papa Juan Pablo II debió intervenir publicando el documento Liturgiam authenticam donde la Santa Sede precisaba con mucha claridad cómo se deben traducir ciertos conceptos teológico-dogmáticos en la liturgia. Porque en la liturgia proclamamos nuestra Fe con fórmulas dogmáticas. Un gran trabajo, en este sentido, es la traducción anglófona del Misal romano, según las indicaciones del Papa Juan Pablo II, a la lengua inglesa, que, desde hace unos años, demuestra ser un óptimo ejemplo de fidelidad en la traducción. Pero ahora, en mi opinión, este nuevo documento parecería ser un paso hacia atrás, de nuevo, dentro de la confusión, viendo un peligro real contra la unidad en las cosas esenciales que tenemos en la liturgia, al momento en que cada Conferencia episcopal decida cómo traducir sus propios libros, especialmente en las expresiones dogmáticas. Pienso que la Iglesia, la Santa Sede, debería, al contrario, ser más vigilante, y dar a las Conferencias episcopales, normas concretas, como sucedió con Liturgiam authenticam de Juan Pablo II. Según mi convicción, entonces, no veo la necesidad de realizar este nuevo documento, porque bastaba con el de Juan Pablo II.

P. Javier Olivera Ravasi: El Sínodo de las familias trajo algunas dificultades y divisiones dentro de los mismos obispos intervinientes. Por otra parte la exhortación post-sinodal Amoris laetitia, con la interpretación del mismo Papa Francisco (según la Carta enviada a los obispos de Buenos Aires) parecería ser un cambio en la doctrina de la Iglesia, respecto a la recepción de la comunión por parte de aquellas personas que se encuentran en una situación objetiva de pecado. Algunos cardenales han planteado algunas dudas (dubbia) al Papa sobre el tema; incluso varios teólogos, obispos y distinguidos académicos, realizaron una corrección filial (Correctio filialis). A muchos laicos les cuesta entender que la Iglesia esté dando estos cambios tan abruptos, y, al mismo tiempo, se preguntan si es lícito y legítimo para un obispo, para un cardenal o para un simple laico, preguntar o hasta corregir al Santo Padre sobre estos temas. ¿Cuál es su opinión al respecto?

Mons. Schneider: La primera cosa que debemos decir es que es evidente e innegable que el documento Amoris laetitia ha causado una gran confusión. Hay Conferencias episcopales que, de hecho, permiten el acceso a la comunión a los divorciados no arrepentidos, es decir, que quieren continuar viviendo en adulterio. ¡Porque esto es adulterio! Debemos llamar a las cosas por su nombre. Otras Conferencias episcopales lo niegan. Unos obispos diocesanos lo hacen y otros no. Y así tenemos una situación evidente, una contradicción diametral, frontal, entre una Conferencia episcopal y otra, entre un obispo y otro, y esto no es la Iglesia Católica, porque acerca de estas cosas, que se refieren a la sacralidad e indisolubilidad del matrimonio, la Iglesia debe hablar con una sola voz y actuar coherentemente con la Fe. Si creemos en el dogma divino de la indisolubilidad matrimonial, la Iglesia debe obrar conforme y coherentemente con esta Fe; lo contrario va contra el mismo espíritu del Evangelio.

La Iglesia jamás tuvo esta actitud que implica decir una cosa y hacer otra y esto es evidente hoy; no podemos continuar así, porque la pastoral -la disciplina, en este caso- toca las cosas más santas de la Iglesia, empezando por la Eucaristía, evidentemente y el sacramento, la sacralidad y la indisolubilidad del matrimonio. Y así, con estas normas ya introducidas como la aplicación de la Amoris laetitia, con un lenguaje a veces sofístico, permite de hecho vivir en adulterio y reconocer, no en teoría pero sí de hecho, el divorcio. Y esto es una cosa peligrosa y un gran daño y, ante esto, ningún obispo que aún tenga conciencia de su responsabilidad, no sólo respecto de su diócesis, sino de toda la Iglesia (porque los obispos son ordenados, según la fórmula de la consagración, no sólo para su diócesis, como dice el Vaticano II) debe dejar de velar por el bien de la Iglesia toda, como miembro del Colegio Episcopal. Incluso los mismos fieles, que son miembros de la Iglesia, como miembros de un mismo Cuerpo (porque obispos, papas, jerarquía y fieles, son una sola familia), como en una familia, si observan cosas peligrosas o daños sustanciales para la vida de esta familia o de este Cuerpo, los miembros que lo ven, deben decirlo, exteriorizarlos, y hasta preguntar. Y esto es una cosa completamente legítima y hasta conforme al espíritu del Concilio Vaticano II, que ha alentado a los obispos a obrar junto con el Papa, conforme a un espíritu colegial. Y esto es colegialidad: si los obispos ven que esto es un peligro y que algunas expresiones de Amoris laetitiae son objetivamente ambiguas, y que han sido la causa de estas interpretaciones y aplicaciones contrarias que dañan la Fe, deben en este espíritu de colegialidad, alzar la voz y decir al Santo Padre estas cosas. Esto respecto de las dubbia.

Pero lo mismo han hecho los fieles laicos. Si los hijos ya grandes de una familia ven un riesgo para ésta mientras que su propio padre no lo ve, ellos deben indicar, con reverencia y respeto, los peligros para el conjunto. Por ello, estas formulaciones –tanto las dubbia como la Correctio filialis­- deben ser hechas siempre con respeto por el oficio del Papa, que es la cabeza visible de la Iglesia, como ha sucedido tanto en una como en otra y por esto dichos actos no sólo son legítimos sino, a mi entender, meritorios y alabables. Ciertamente, los historiadores de la Iglesia, después de nosotros, aplaudirán esta acción de los laicos. Es más, a mi juicio, los fieles han actuado según el espíritu del Concilio Vaticano II que los alienta a participar activamente, con sus propias contribuciones, en la vida de la Iglesia; y este es un hermoso ejemplo de cómo se está aplicando el espíritu del Concilio Vaticano II, acerca de la conciencia de los laicos que también tienen cierta responsabilidad en el bien de la Iglesia.

P. Javier Olivera Ravasi: El cardenal Ratzinger, en el año 2005, antes de su asunción como Benedicto XVI, dijo que la Iglesia parecía un barco que hacía “agua portodas partes”.El Papa Francisco, por su lado, apenas asumido, dijo que su pontificado no iba a ser muy largo. Ante esta división que parece haber ahora en la Iglesia en su esfera jerárquica, ¿qué puede esperarse de los próximos años de la Iglesia?

Mons. Schneider: Hay una cosa que es cierta y es que la Iglesia siempre se encuentra en las manos seguras de Cristo. Él es el verdadero jefe, el verdadero capitán de este barco donde ya ha entrado tanta agua; no el Papa. El Papa es un capitán vicario, vicarius Christi, pero el verdadero capitán, el capitán oficial y verdadero de este ejército, de esto barco, es Nuestro Señor Jesucristo quien siempre cuidará y defenderá a Su Iglesia. Y Cristo permite a veces –de hecho lo ha permitido otras veces– grandes crisis en la Iglesia, grandes peligros, para intervenir luego. Y así se encargará de nuestro tiempo ante esta gran confusión y oscuridad que vivimos en esta época. Esto es una cosa cierta. Además, la Virgen, nuestra Madre del Cielo, es la Madre de la Iglesia y se preocupa por Ella.

Esta es la primera cosa.

La otra cosa es que, en los momentos más difíciles y confusos de la Iglesia, debemos intentar tener una visión sobrenatural. Porque la Iglesia es algo sobrenatural.

Debemos siempre mantenernos firmes y fuertes en la Fe inmutable de la Iglesia. Y esta Fe la conocemos: es la Fe y la práctica inmutable de la Iglesia (puntualmente, en este caso de los divorciados, por ejemplo). Y sabemos que estamos seguros en la Fe, leyendo los textos de los Papas, de los concilios, etc., que se encontraban siempre en el mismo espíritu. No había antes una ruptura en la práctica sustancial de la Iglesia respecto de los sacramentos. Y todo esto fue sintetizado en el Catecismo, tanto en los anteriores al Concilio Vaticano II como en el posterior a éste, en lo que concierne a estas cosas más sustanciales. Todas estas cosas las sabemos y a ellas debemos atenernos y, si en algún momento algunos sacerdotes, obispos o cardenales contradicen estas cosas que la Iglesia siempre ha enseñado y practicado, no debemos escucharlos. Debemos escuchar la voz de la Iglesia; porque la Iglesia no es el Papa. En efecto, el Papa no puede decir: “Yo soy la Iglesia”, como dijo, en Francia, el rey Luis XIV: L’état c’est moi, “el Estado soy yo”. El Papa es también un miembro de la Iglesia; aunque sea la cabeza visible, es un miembro. Y él es el primero que debe obedecer las doctrinas transmitidas hasta él. Su obligación es la de ser un fiel administrador, no un inventor de cosas nuevas. Este es su oficio y el de todos los obispos: fieles administradores, como dijo Nuestro Señor en el Evangelio, “¿quién es el fiel administrador?” (Lc 12,41). Estos son los obispos, el Papa y, en modo subordinado, los sacerdotes.

Si en algunos momentos, lamentablemente, representantes de la jerarquía contradicen lo que la Iglesia siempre ha hecho o ha dicho de modo continuo, nosotros como sacerdotes, obispos o laicos, debemos decir con respeto y reverencia: “Eminencia o Excelencia: esto que Ud. está haciendo o diciendo, contradice la voz de la Iglesia de siempre”.

Y este es el peso más grande: la voz y la práctica de la Iglesia durante dos mil años tiene más peso que una nueva voz, abrupta y de ruptura, o una práctica efímera como hoy tantas veces observamos. Y así debemos decir con total humildad y seguridad interna: “yo sé a Quién he creído”, scio cui credidi (2 Tim 1,12); en esto se da la firmeza y la paz interior en medio de la confusión.

Por último quiero decir, aunque sea en realidad lo primero en cuanto al valor, que debemos en estos tiempos de crisis tener nuestro refugio en la oración y el sacrificio. Esta es nuestra fuerza más grande. La Iglesia se renueva, en el fondo, con la oración y los sacrificios de tantos de sus miembros, especialmente los más pequeños. Y esto sucede hoy y es nuestro consuelo: que la Providencia divina use, en medio de esta tremenda confusión que está pasando en la Iglesia, de los pequeños, de las almas víctimas y sacrificadas que renueven la Iglesia por medio del trabajo que hace el Espíritu Santo.

Por esto debemos tener confianza en el futuro de la Iglesia.

FIN

* Entrevista realizada por el P. Javier Olivera Ravasi para Que no te la cuenten

lunes, 3 de agosto de 2020

NOTICIAS VARIAS 1 al 3 de agosto de 2020




INFOVATICANA



ADELANTE LA FE


SECRETUM MEUM MIHI



QUE NO TE LA CUENTEN



INFOCATÓLICA





Selección por José Martí

Viganó critica al Vaticano II por "desviaciones doctrinales" (Parte 4 de 4) - Dr. Taylor Marshall




Duración 11:02 minutos
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Viganó critica al Vaticano II por "desviaciones doctrinales" (Parte 3 de 4) - Dr. Taylor Marshall




Duración 14:39 minutos
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viernes, 31 de julio de 2020

El silencio de los corderos (Padre Santiago Martín)




Duración 12:09 minutos

Carta abierta de Mons. Viganò al obispo de San Rafael sobre el cierre del seminario



30 de julio de 2020

Excelencia:

Conocer a través de la prensa internacional la noticia de que ha decidido clausurar el Seminario de la Diócesis de San Rafael y despedir a su rector, don Alejandro Miguel Ciarrocchi, me ha causado consternación y dolor.

Esta decisión habría sido adoptada, a través de la diligente indicación de Vuestra Excelencia, por la Congregación para el Clero, que ha considerado inadmisible el rechazo por parte de algunos sacerdotes bajo su jurisdicción a administrar y recibir la Sagrada Eucaristía en la mano en vez de en la boca. Supongo que el loable y coherente comportamiento de los sacerdotes y fieles de San Rafael le habrá brindado un pretexto ideal para clausurar el seminario más grande de Argentina y dispersar a los seminaristas para reeducarlos en otros lugares, seminarios tan ejemplares que ya están vacíos. Vuestra Excelencia ha sabido llevar admirablemente a la práctica aquella invitación a la parresia, en nombre de la cual hay que terminar con la plaga de clericalismo denunciada desde el más alto Solio.

Puedo entender su decepción al ver que, a pesar del machacón adoctrinamiento ultramodernista que se viene llevando a cabo en las últimas décadas, quedan todavía sacerdotes y religiosos valientes que no anteponen la obediencia lisonjera al obligado respeto en su relación el Santísimo Sacramento. Puedo igualmente imaginar su rabia al ver que también fieles laicos y familias enteras de lo que se ha llegado a llamar la Vandea de los Andes siguen a los buenos pastores, cuya voz, como dice el Evangelio, reconocen, y no la de asalariados a los que nos les importan nada las ovejas (Jn.10,4; 13).

Estos episodios confirman la acción del Espíritu Santo en la Iglesia: el Paráclito infunde el don de la fortaleza a los humildes y los débiles y confunde a los soberbios y poderosos, poniendo de manifiesto por un lado la fe en el Santísimo Sacramento del altar y por otro la culpable profanación por respeto humano. Conformarse a la mentalidad del mundo puede ganar tal vez a Vuestra Excelencia el aplauso fácil e interesado de los enemigos de la Iglesia, pero no evitará la unánime condena de los buenos, ni el juicio de Dios, presente en Cuerpo, Sangre, Alma y Divinidad bajo las especies eucarísticas, que pide a sus sagrados pastores que den testimonio de Él, no que lo que traicionen y persigan.

Con permiso de Vuestra Excelencia le voy a señalar cierta incoherencia entre su comportamiento y el lema que escogió para su blasón: Paterna atque fraterna charitate. No me parece que tenga nada de paterno castigar a sacerdotes que no quieren profanar la Hostia santa, ni veo la menor caridad verdadera hacia quienes han recibido órdenes inaceptables. La Caridad se ejecuta con miras al Bien y a la Verdad: si tiene por principio el error y por fin el mal, no es sino una grotesca parodia de la virtud. Un prelado que en lugar de defender la honra debida al Rey de reyes y elogiar a quien se ocupa de tan noble empeño llega al extremo de clausurar un florecientísimo seminario y amonestar en público a sus sacerdotes no realiza una obra de caridad sino que comete un deplorable abuso del que tendrá que dar cuenta ante el tribunal de Dios. Le ruego que comprenda hasta qué punto su gesto, valorado sub specie aternitatis, es grave de por sí y escandaloso para los sencillos. Haber estudiado en el Angelicum debería ayudar a Vuestra Excelencia a manifestar un saludable arrepentimiento, que impone sub gravi una obligada reparación.

Cuenta la prensa que en la diócesis de Basilea, en la iglesia de Rigi-Kaltbad, una mujer ataviada con vestiduras sagradas suele simular la celebración de la Santa Misa por falta de un sacerdote ordenado, omitiendo apenas las palabras de la Consagración. Me pregunto si monseñor Felix Gmürr se hará notar por el mismo celo que animó a V.E. y recurrirá a los dicasterios romanos para hacer castigar de modo ejemplar tan sacrílega puesta en escena. Temo también que la rigidez que ha manifestado al castigar a los sacerdotes que se han visto obligados a desobedecerlo no encuentre imitadores en Suiza. Desde luego, si un sacerdote hubiera celebrado una Misa Tridentina en aquel altar, habría incurrido en las iras del Ordinario; pero una mujer que celebra abusiva y sacrílegamente la Misa se considera hoy en día algo sin importancia, a pesar de que profana gravemente al Santísimo Sacramento del Altar.

Junto a los sacerdotes y diócesis de la diócesis de V.E., a los que ha castigado injustamente y hecho objeto de una grave ofensa, ruego por V.E., por las autoridades de la Santa Sede y en particular por el cardenal Beniamino Stella, al que conocí como sacerdote devoto y nuncio apostólico fiel, y a quien visité en Bogotá como delegado de la Representación Pontificia. Fue amigo mío y colaboré con él durante años en la Secretaría de Estado; desgraciadamente, desde hace algún tiempo no puedo reconocerlo como tal debido a su participación en la obra de demolición de la Iglesia de Cristo.

Rogamos por vuestra conversión, conversión a la que todos somos llamados y que es inaplazable para quienes no trabajan para la gloria de Dios sino contra el bien de las almas y la honra de la Iglesia.

Roguemos por todos los seminaristas y por los fieles de San Rafael, a quienes Vuestra Excelencia ha declarado la guerra.

Con caridad fraterna, en la verdad

+Arzobispo Carlo Maria Viganò

(Traducción oficial por Bruno de la Inmaculada/Adelante la Fe. Puede reproducirse citando la fuente)