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viernes, 15 de mayo de 2020

¿Es la ‘rigidez’ el principal problema de la Iglesia de hoy? (Carlos Esteban)


 
Su Santidad ha vuelto al ataque este mañana en la homilía de la Misa retransmitida en ‘streaming’ desde Santa Marta contra una de sus obsesiones más repetidas: la rigidez. La rigidez es un mal, pero, ¿es el principal mal que afecta ahora a la Iglesia?

“La rigidez no es del buen Espíritu, porque pone en tela de juicio la gratuidad de la redención, la gratuidad de la resurrección de Cristo”, ha dicho esta mañana el Santo Padre, en un ‘ritornello’ que se nos ha hecho ya más que habitual. De acuerdo, la ‘rigidez’ -nunca definida con alguna precisión- es mala. Pero, ¿es el principal defecto de la Iglesia de 2020?

La rigidez de la que habla comúnmente el Papa Francisco tiene una dirección particular. No hay denuncia de clérigos o doctrinas rígidamente progresistas y, créanme, existen. No, la rigidez a la que se refiere el Pontífice, como se ha encargado de aclarar en sus numerosas pláticas y entrevistas, es la que representan esos curas de sotana y saturno, apegados a las tradiciones tanto como a la Tradición, esos que convierten el confesionario en un lugar de tortura (sic) y hablan obsesivamente de sexo.

Esa rigidez, cuando existe, puede ciertamente ser mala, pero, ¿es común? ¿Es mayoritaria? ¿Es lo que más llama la atención en la Iglesia de hoy, en la Iglesia del último medio siglo? La visión de un sacerdote con un saturno, ¿es la habitual, o más bien una rareza exótica, de la que nos hace llevarnos la mano al móvil para sacarle una foto? Confesar los propios pecados rara vez es un plato de gusto, pero, ¿es su experiencia que el confesor convierta la experiencia en una sesión de tortura? ¿Cuándo fue la última que oyó disertar sobre la castidad desde un púlpito en una iglesia elegida al azar?

Advertir contra los males, contra cualquiera, es labor encomiable, pero la eficacia debería ir en el sentido de insistir en lo más frecuente, no en lo inusual. La sequía y la inundación son igualmente males, pero hablar obsesivamente de campos agostados en medio de la riada resulta, cuanto menos, desconcertante.

Su Santidad también ha indicado a menudo su intención de llevar a término las esperanzas nacidas del Concilio Vaticano II, que venía a acabar con tantas rigideces y a abrir la Iglesia al mundo, actualizándola (aggiornamento). Iba, en fin, a iniciar una nueva primavera en la Iglesia, entre otras cosas introduciendo flexibilidad donde había rigidez.

Pero, como metáfora, las primaveras parecen gafadas. No hace tanto que aplaudíamos las ‘primaveras árabes’, que acabaron trayendo cosas como el Estado Islámico. En el caso que nos ocupa, lo que trajo, contabilizándolo del único modo posible, con números, no es mucho más alentador.

El Centro de Investigación Aplicada al Apostolado de la Universidad de Georgetown (CARA) ofrece algunos números interesantes, comparando datos de 1970 con los de 2018 del catolicismo en Estados Unidos. Son, creo, ilustrativos. En 1970 se bautizaron 1.089.153 personas, frente a los 615.119 de 2018. Se ordenaron aquel año 805 sacerdotes; en 2018, 518. De los católicos, iba a misa dominical el 54,9%; hace dos años, el 21%. Si esta es la primavera que nos ha traído la flexibilidad, no quiero imaginar cómo sería el invierno.
Carlos Esteban

Los obispos no pueden ordenar que se reciba la Comunión en la mano ni prohibir recibirla en la boca (Peter Kwasniewski)



A medida que se van suavizando las restricciones a las concentraciones públicas, algunas diócesis están comenzando a fijar nuevas normas para la celebración de misas. Dichas normativas suelen declarar su preferencia por la administración de la Eucaristía en la mano, llegando a veces a prohibir que se reciba en la lengua.
En el presente artículo me propongo demostrar dos cosas: en primer lugar, con relación al Rito Ordinario, aunque los prelados son libres de manifestar su preferencia personal, carecen de potestad para ordenar que se reciba en la mano o para prohibir que se reciba en la lengua (es más, ningún párroco tiene autoridad para ello). Segundo, con respecto al Rito Extraordinario, la Comunión sólo se puede recibir en la boca.
Antes de entrar en estos temas canónicos, es importante señalar que no hay pruebas de que la normativa y la manera tradicionales de recibir la Comunión –es decir, en la boca– sea menos higiénica o en modo alguno menos peligrosa para la salud pública que recibirla en la mano. Un canonista me escribió lo siguiente: «Muchos han señalado que los microbios se propagan con igual facilidad mediante el contacto frecuente de la mano que colocando la Hostia en la boca (cosa que, si el sacerdote sabe hacerla bien, no debería entrar en contacto con la saliva del comulgante)».
El pasado 2 de marzo, la Arquidiócesis de Portland publicó la siguiente declaración:
«Consultamos a dos especialistas, uno de los cuales ejerce de inmunólogo en el estado de Oregón, y ambos concordaron en que si se hace correctamente el riesgo viene a ser más o menos igual tanto si se comulga en la boca como en la mano. Evidentemente, existe el riesgo de tocar la lengua de algún y fiel y transmitir a otros su saliva; no obstante, las posibilidades de rozar la mano son las mismas, y las manos están más expuestas a los microbios.»
A fines del pasado febrero, monseñor Athanasius Schneider sostuvo lo mismo:
«No es más higiénico comulgar en la mano que en la boca. La verdad es que puede agravar el riesgo de contagio. Desde el punto de vista de la higiene, la mano contiene ingentes cantidades de bacterias. Las manos transmiten numerosos gérmenes patógenos. Ya sea al estrecharle la mano a alguien, al tocar constantemente diversos objetos, como manijas o tiradores de puertas, o al asirse de la barra del bus o del metro, los microbios pasan con facilidad de mano en mano, y luego la gente se lleva con frecuencia esas manos y dedos sucios a la nariz o la boca. No sólo eso; a veces los microbios pueden sobrevivir durante días en la superficie de objetos que se han tocado. Según un estudio publicado en 2006 en el boletín BMC Infectious Diseases, los virus de la gripe y otros semejantes pueden sobrevivir durante varios días en superficies como puertas, barandillas o barras del transporte público.
Muchos fieles que van a la iglesia y reciben la Comunión en la mano han tocado antes manillas de puertas o se han asido de la barra en el transporte público o de la baranda en una escalera. Llevan virus sobre la palma de la mano y los dedos, y luego durante la Misa se llevan esas mismas manos a la nariz o la boca. Con esas manos y dedos contaminados tocan la Hostia consagrada, con lo que los virus pasan a su vez a la Sagrada Forma, y luego los virus juntamente con ella a la boca.
Sin duda alguna, comulgar en la boca es menos arriesgado y más higiénico que hacerlo con la mano. Es más, si no se lavan concienzudamente, la palma de la mano y los dedos acumulan muchos microbios.»
Un estudio realizado el pasado noviembre en el Reino Unido obtuvo este inquietante resultado:
«La próxima vez que vaya a un McDonald’s preferirá no pasar por las nuevas máquinas de autoservicio, ya que un estudio reciente descubrió restos de materia fecal en todas las pantallas táctiles de un restaurante de dicha cadena. El estudio, realizado el pasado mes de noviembre [2019] por el diario inglés Metro, tomó muestras de pantallas de ocho establecimientos de la cadena en Londres y Birmingham. Todas las máquinas expendedoras dieron positivo para toda una serie de bacterias patógenas.»
El P. John Zulfsdorf sintetiza la experiencia de todos los sacerdotes con los que he hablado del asunto:
«En mi experiencia de casi tres décadas de distribuir la Comunión tanto en la mano como en la lengua a congregaciones enteras, de forma casi exclusiva en la mano con raras excepciones en el rito del Novus Ordo y en la boca sin excepción en el Extraordinario, es muy raro –repito: muy raro– que me lleguen a rozar los dedos con una lengua. En cambio, es muy frecuente –pasa casi siempre– que haya contacto entre mis dedos y una mano. Insisto: cuando pongo la Hostia directamente en la boca es rarísimo que roce la lengua. Mientras que cuando la doy en la mano es frecuente, muy frecuente, que toque los dedos o la palma de la mano del comulgante. (…) Si se hace bien, aunque sigue siendo frecuente el contacto cuando se comulga en la mano, eso prácticamente no sucede nunca cuando se recibe en la lengua».
Normativa vigente en el Rito Ordinario:
La Instrucción general del Misal Romano promulgada por la Congregación para el Culto Divino y la Disciplina de los Sacramentos el 12 de noviembre de 2002, dice lo siguiente en el apartado 161 (edición para EE.UU. de 2011):
«Si la Comunión se recibe sólo bajo la especie de pan, el sacerdote, teniendo la Hostia un poco elevada, la muestra a cada uno, diciendo: El Cuerpo de Cristo. El que comulga responde: Amén, y recibe el Sacramento, en la boca, o donde haya sido concedido, en la mano, según su deseo.»
Corroborándolo, la importante instrucción Redemptoris Sacramentumde la Congregación para el Culto Divino y la Disciplina de los Sacramentos del 25 de marzo de 2004, dice en su artículo 92:
«Aunque todo fiel tiene siempre derecho a elegir si desea recibir la sagrada Comunión en la boca, si el que va a comulgar quiere recibir en la mano el Sacramento, en los lugares donde la Conferencia de Obispos lo haya permitido, con la confirmación de la Sede Apostólica, se le debe administrar [así] la sagrada hostia.»
La Congregación para el Culto Divino ha expresado su parecer en al menos tres ocasiones en respuesta a situaciones en que se ha intentado imponer la Comunión en la mano. En una carta fechada el 3 de abril a la Conferencia Episcopal de Estados Unidos [Prot. 720/85] se puede leer:
«Desde 1969 la Santa Sede, aun manteniendo la forma tradicional de recibir la Comunión, concede a las conferencias episcopales que lo solicitan facultades para distribuir la Sagrada Comunión colocándola en las manos de los fieles. (…) Éstos no están obligados a adoptar la costumbre de comulgar en la mano. Cada uno es libre de hacerlo de una u otra manera.»
Veamos una respuesta de la Congregación para el Culto Divino y la Disciplina de los Sacramentos publicada en Notitiae (abril de 1999):
«Pregunta: Si en las diócesis en que se permite administrar la Comunión poniéndola en las manos de los fieles pueden los sacerdotes y los ministros extraordinarios obligar a los comulgantes a recibir la Comunión en las manos en vez de en la lengua.
Respuesta: Sin duda alguna, los propios documentos de la Santa Sede dejan claro que en las diócesis en que el Pan Eucarístico se pone en las manos de los feligreses el derecho a recibirlo en la boca se mantiene intacto. Por consiguiente, quienes obligan a los comulgantes a recibir la Sagrada Comunión exclusivamente en la mano contravienen las normas, al igual que quienes se niegan a dar la Comunión a los fieles de Cristo en las diócesis beneficiadas por el indulto.»
Más recientemente, durante la epidemia de  gripe   porcina, el P. Anthony Ward S.M. subsecretario de la misma congregación, respondió así a una consulta (Prot. N. 655/09/L, con fecha 24 Julio de 2009):
«Nuestra congregación acusa recibo de su carta del 22 de junio preguntando por el derecho de los fieles a recibir la Sagrada Comunión en la boca. Este dicasterio señala que la Instrucción Redemptoris Sacramentum (25 de marzo de 2004) estipula claramente que “todo fiel tiene siempre derecho a elegir si desea recibir la sagrada Comunión en la boca” (nº92). Del mismo modo, tampoco es lícito negar la Sagrada Comunión a ninguno de los fieles de Cristo que no esté legalmente impedido para recibir la Sagrada Eucaristía» (cf. nº91).
El pasado mes de febrero, cuando aparecieron las primeras normativas locales, consulté con un canonista, y me respondió lo siguiente:
«Desde mi perspectiva, un obispo no puede exigir a nadie que la reciba en la mano. En el mismo Rito Ordinario, la norma consiste en comulgar en la boca, existiendo el derecho de acercarse a recibirla en la mano. Ésa es ni más ni menos la norma, y se basa en el derecho de los fieles a decidir cómo adorar a Dios en un momento de la Misa profundamente personal por naturaleza, no comunitario. Baso mi opinión en la   abundante jurisprudencia de la Santa Sede en lo referente a hacer valer el derecho de los fieles a comulgar en la boca y arrodillados en una Misa según el Rito Ordinario, aun en el caso de que su obispo haya decretado lo contrario. Estas normas se consideran por naturaleza sugerencias y no son en modo alguno vinculantes. Si esto es así con la normativa emanada de un obispo, con más razón lo es en el caso de un párroco. No se puede negar a un lego el Santísimo Sacramento salvo que se trate de un pecador público notorio. El sacerdote que por iniciativa propia dijese a los feligreses que sólo pueden comulgar en la mano incumpliría el reglamento y haría que lo incumplieran también ellos.»
A fin de evitar toda posible confusión, reitero que toda la legislación arriba citada se aplica exclusivamente al Rito Ordinario o Novus Ordo.
Normas relativas al Rito Extraordinario:
Así como los obispos carecen de potestad para alterar lo legislado por la Iglesia sobre la forma de recibir la Comunión en el Rito Ordinario, tampoco tienen autoridad para modificar lo legislado para el Rito Extraordinario. El documento pertinente, la instrucción Universae Ecclesiae determina lo siguiente en los nº 24 y 28):

«Los libros litúrgicos de la forma extraordinaria han de usarse tal como son. Todos aquellos que deseen celebrar según la forma extraordinaria del Rito Romano deben conocer las correspondientes rúbricas y están obligados a observarlas correctamente en las celebraciones. (…) Además, en virtud de su carácter de ley especial, dentro de su ámbito propio, el Motu Proprio “Summorum Pontificum” deroga aquellas medidas legislativas inherentes a los ritos sagrados, promulgadas a partir de 1962, que sean incompatibles con las rúbricas de los libros litúrgicos vigentes en 1962.»
 
Jamás ha habido la menor duda sobre lo que significan estas normas: en el Rito Extraordinario, los laicos que se acercan a comulgar deben recibir la Comunión en la boca; la legislación no contempla ni permite otra cosa. Para establecer una nueva costumbre (no lo quiera Dios), un prelado o una conferencia episcopal debería obtener un decreto de la Congregación para la Doctrina de la Fe, del mismo modo que los obispos de algunos países lo solicitaron hace décadas para permitir la Comunión en la mano. Es más, en el caso de que lo consiguiera, no se alteraría el derecho de los laicos a escoger la manera de comulgar.
Desde el punto de vista psicológico, sería un abuso decirles a los católicos amantes del Rito Extraordinario por su tremenda reverencia a la Eucaristía que contradijesen todos las inclinaciones naturales y las rúbricas de esta liturgia tradicional romana alargando las manos para recibir la Hostia de un modo que, según el sentir tradicionalista, sólo puede hacerlo el ministro sagrado en nombre de Cristo.
Todo el mundo comprende que pueden darse situaciones extraordinarias que excluyan temporalmente a los católicos de la recepción de los sacramentos. Con todo, los obispos tienen el  solemne deber de velar porque dichas situaciones duren el menor tiempo posible. Es indiscutible que constituiría un abuso de sus atribuciones episcopales establecer medidas arbitrarias que no sólo contravinieran la legislación universal sino que además redundasen en perjuicio de algunos miembros de su grey, como los que participan del rito romano tradicional.
Conclusión
A pesar de su importancia, las consideraciones que acabamos de exponer se reducen al ámbito de lo natural y lo jurídico. Para considerar el asunto en toda su complejidad habría que tener en cuenta además la dimensión sobrenatural de la reverencia que se debe tributar a Nuestro Señor  en el Santísimo Sacramento, que no puede supeditarse a nuestras preocupaciones sanitarias, y que la Ley de la Iglesia tiene por objeto proteger y promover. Como dice monseñor Schneider, los pastores y la grey de la Iglesia serán acusados de mundanos ante el tribunal de Dios si no les importa hacer concesiones en lo que se refiere al tratamiento que corresponde al Cuerpo de Cristo a fin de salvar su vida mortal y perecedera. Se nos acusaría con justicia de anteponernos al Reino de Dios:
«Si la Iglesia de nuestro tiempo no vuelve a esforzarse con el máximo empeño por estimular la fe, la reverencia y las medidas de protección para el Cuerpo de Cristo, toda medida de protección para los fieles será en vano. Si la Iglesia actual no se convierte y vuelve a Cristo, concediendo la primacía a Jesús, y en concreto a Jesús-Eucaristía, Dios demostrará la veracidad de sus palabras: «Si Yahvé no edifica la casa, en vano trabajan los que la construyen. Si Yahvé no guarda la ciudad, el centinela se desvela en vano” (Sal.126, 1-2)».
 Peter Kwasniewski
(Traducido por Bruno de la Inmaculada. Artículo original)

NOTA:

"Este modo de distribuir la santa comunión (en la boca), considerando en su conjunto el estado actual de la Iglesia, debe ser conservado no solamente porque se apoya en un uso tradicional de muchos siglos, sino, principalmente, porque significa la reverencia de los fieles cristianos hacia la Eucaristía. [...]" (Memoriale Domini, Pablo VI)

Viganò: “el Llamamiento a la Iglesia y al mundo ha recibido casi 40.000 adhesiones”


 
En pocos días, el Llamamiento a la Iglesia y al mundo ha recibido casi 40.000 adhesiones

El pasado 8 de mayo, tres cardenales y nueve obispos, junto con una serie de médicos, periodistas, abogados, intelectuales y profesionales diversos de todo el mundo lanzaron un Llamamiento para sensibilizar a la opinión pública, los gobernantes, la comunidad científica y los medios informativos sobre los graves peligros que corren las libertades individuales en relación con la propagación del Covid-19.

En algunos países se han percibido más dichos peligros; en otros menos. Sea como sea, por todas partes es necesario llamar la atención de los fieles católicos y de los hombres de buena voluntad para que en un momento tan difícil se entienda con un criterio humano lo que está sucediendo. Limitarse a considerar los aspectos sanitarios de la epidemia sin tener en cuenta sus repercusiones sociales, económicas y políticas puede conducir al mundo a un futuro en el que las autoridades de los estados y de la Iglesia se debiliten o se vean absorbidas por poderes autorreferentes con objetivos que como mínimo no están muy claros.

El proyecto de un Nuevo Orden Mundial en el que todos los países y ciudadanos pierdan su identidad se propagandiza además como un bien para la sociedad y para las personas. Es preciso desenmascarar, dar a conocer y denunciar semejante plan propuesto por organismos supranacionales, de manera que cada uno de nosotros seamos conscientes de cuanto sucede y podamos expresarnos claramente como personas, como creyentes y como miembros de la sociedad.

Ése es precisamente el objetivo del Llamamiento: romper el silencio mediático impuesto sobre el momento presente, sobre todo en lo que respecta a las libertades individuales y a los derechos de la persona, amenazados por medios de censura y de control; pedir igual dignidad de debate para la comunidad científica, sin dejarse guiar por intereses económicos o ideológicos; y recordar a los gobernantes la grave obligación que tienen de trabajar con miras al bien común.

Es indudable que el Llamamiento ha dado lugar a cierto debate. En Alemania, numerosos exponentes de Episcopado se han limitado a despachar genéricamente su contenido tildándolo de teoría de la conspiración sin refutarlo, y corroborando con ello que han tomado acríticamente partido por el pensamiento dominante. En una entrevista concedida a Die Tagespost, el cardenal Gerhard Müller (que figura entre los firmantes) ha señalado valerosamente que hoy en día se tiende a «tildar de conspiracionista a todo el que expresa una opinión disidente». Dijo también: «Los que no distinguen entre oportunidades y peligros asociados a la globalización niegan la realidad. El papa Francisco también se opone a que los estados y los organismos internacionales impongan el aborto a los países pobres en una suerte de neocolonialismo negando ayudas al desarrollo para los que no lo acepten. En Perú, durante el gobierno de Fujimori, yo mismo hablé con hombres y mujeres que habían sido esterilizados sin saberlo, engañados con dinero y falsas promesas de salud y felicidad en la vida. ¿Eso es una teoría de la conspiración?» De igual modo, no se puede tildar de conspiracionismo «la hipótesis de vacunar a siete mil millones de personas aunque la vacuna no se haya probado debidamente todavía, limitando los derechos fundamentales. No se puede obligar a nadie a creer que unos pocos filántropos multimillonarios tengan programas más eficaces para hacer un mundo mejor por el mero hecho de haber acumulado enormes riquezas privadas».

Hay que señalar que el Llamamiento, más allá de las evidentes críticas por parte de quienes desean falsear su sentido para no encarar las numerosas incongruencias que tenemos a la vista, ha recabado el apoyo de importantes personalidades dentro del laicado y de destacados exponentes del mundo de la ciencia y la información. Robert Francis Kennedy Jr. también ha manifestado su apoyo. En menos de una semana, el Llamamiento ha reunido casi 40.000 firmas y ya se está difundiendo hasta en los países del Este.

Se percibe claramente que hay una especie de fisura -la cual el Llamamiento tiene el mérito de haber hecho visible- entre los fieles y las altas esferas de la Jerarquía; lo confirma también la imposición obviamente globalista de la Jornada de Oración “por la humanidad” convocada por el Alto Comisionado para la Fraternidad Humana de los Emiratos Árabes para pedir el fin de la pandemia, al que lamentablemente se ha apresurado a adherirse la Santa Sede.

Este proyecto, ratificado no hace mucho con la Declaración de Abu Dabi, está claramente inspirado en la ideología relativista propia del pensamiento masónico. Como tal, no tiene nada de católica, y resulta cuanto menos inquietante que las altas esferas de la Iglesia se presten a servir de brazo espiritual al Nuevo Orden Mundial, el cual es ontológicamente anticristiano.

+ Carlo Maria Viganò

Arzobispo y Nuncio Apostólico


14 de mayo de 2020

(Traducido por Bruno de la Inmaculada/Adelante la Fe)

Schneider: “Un día la Iglesia recordará con pesar a los clérigos del régimen”



El pasado 8 de mayo de este año se publicó un texto titulado Llamamiento a la Iglesia y al mundo para los fieles católicos y los hombres de buena voluntad. Entre los primeros signatarios figuraban entre otros tres cardenales, nueve obispos, once médicos, veintidós periodistas y trece abogados

Sorprende que los representantes del as instituciones eclesiásticas y políticas y de los medios de difusión hayan desacreditado al unísono, según el pensamiento dominante, la preocupación del Llamamiento con el falaz argumento de tildarlo de teoría de la conspiración a fin de cortar de raíz todo posible debate. Recuerdo una forma semejante de reacción y de lenguaje en tiempos de la dictadura soviética, cuando los disidentes y los críticos de la ideología y la política dominante eran acusados de complicidad con la teoría de la conspiración del Occidente capitalista.

Los críticos del Llamamiento se niegan a reconocer las pruebas, como por ejemplo la comparación entre los datos oficiales de la tasa de mortalidad correspondiente al mismo periodo para la gripe estacional de 2017/2018 y la actual de Covid-19 en Alemania, donde la tasa de mortalidad es muy inferior. Hay países con medidas moderadas de seguridad y prevención del coronavirus que, por ese motivo, no tienen una tasa más alta de mortalidad. Si reconocer hechos evidentes y debatirlos se tilda de teoría de la conspiración, los motivos de preocupación por la existencia de formas sutiles de dictadura en nuestra sociedad están bien fundamentados para toda persona que todavía piense de manera autónoma. Como es sabido, la eliminación o el descrédito del debate social y de las voces no alineadas es una de las principales características que distinguen a un régimen totalitario, cuya principal arma contra los disidentes no son argumentos tomados de la realidad, sino el recurso a una retórica demagógica y populista. Sólo las dictaduras tienen miedo a los debates objetivos en caso de disparidad de opiniones.

El Llamamiento no niega la existencia de una epidemia y la necesidad de combatirla. Sin embargo, algunas de las medidas de seguridad y prevención suponen la imposición forzada de formas de vigilancia total de las personas que, so pretexto de la epidemia, vulneran las libertades civiles fundamentales y el orden democrático del Estado. También es sumamente peligrosa la anunciada vacunación obligatoria, que excluye toda alternativa, con las consecuencias previsibles de restricción de las libertades personales. A consecuencia de ella, los ciudadanos se están habituando a una forma de tiranía tecnocrática y centralizada, con la consecuencia de que la valentía cívica, el pensamiento independiente y sobre todo, cualquier forma de resistencia están seriamente paralizados.

Un aspecto de las medidas de seguridad y prevención impuesto análogamente en todos los países consiste en la drástica prohibición de todo culto público que sólo ha existido de una forma tan implacable en épocas de persecución de cristianos. Algo verdaderamente novedoso es que en algunos lugares las autoridades estatales llegan a prescribir normas litúrgicas para la Iglesia, como la manera de administrar la Sagrada Comunión; es una injerencia en cuestiones para las que únicamente la Iglesia tiene atribución. Un día la historia recordará con pesar a los clérigos del régimen de nuestro tiempo que aceptaron servilmente tales injerencias de las autoridades civiles. La historia siempre ha deplorado que en tiempos de grandes crisis la mayoría guarde silencio y se acallen las voces disidentes. Al Llamamiento para la Iglesia y para el mundo debería concedérsele por lo menos la oportunidad de entablar un debate objetivo sin miedo a represalias sociales y morales, como lo exige una sociedad democrática.

+Athanasius Schneider, obispo auxiliar de la Arquidiócesis de Santa María de Astaná
13 de mayo de 2020

(Traducido por Bruno de la Inmaculada)

jueves, 14 de mayo de 2020

La infección masiva de virus masónico, el Papa Francisco reza al señor de la pandemia, la profunda quiebra del Vaticano, el informe McCarrick.



 
En Roma las iglesias se están preparando para la llamada ‘fase 2’ desinfectando los espacios que recuperan en lunes día 18 las celebraciones religiosas, el ayuntamiento de Roma está realizando la primera limpieza. El Papa Francisco celebrará el lunes 18 en el altar de San Juan Pablo II en la Basílica de San Pedro y dará por inaugurada está nueva fase y por terminadas las retransmisiones de la Misa diaria de Santa Marta. Entramos en una fase en que el Papa Francisco pierde la presencia diaria, y la posibilidad de lanzar mensajes en su homilía y se retoma una cierta normalidad absolutamente anormal. Se ven cada día más lejos las celebraciones con un número consistente de fieles y la realidad que hemos conocido como normal puede quedarse para los recuerdos de un tiempo histórico que fue y ya no será.

La percepción de que la iglesia se ha quedado sin alma es muy profunda. En estos meses estamos escuchando como altos eclesiásticos repiten hasta la saciedad las consignas acrisoladas durante siglos por la masonería y que hoy se concretan en el llamado ‘nuevo orden mundial’, que tan poco tiene de nuevo. Causa desprecio la prostitución que se hace del evangelio para justificar lo injustificable y no deja de sorprender la desfachatez de quien ha dedicado su vida presuntamente a algo sagrado y se pone al servicio de lo más villano. Vivimos inmersos en un llamado proyecto ideológico que ha infestado hasta el tuétano la esencia de la vocación cristiana. Tenemos que purificar con urgencia la fe cristiana de este virus que la está parasitando , haciéndole perder su vitalidad y mutando su naturaleza. La imagen de la desinfección sanitaria de nuestras iglesias nos tiene que ayudar a entender que el problema es mucho más profundo de lo que creemos y que nos enfrentamos a momentos muy difíciles en los que tendremos que luchar para mantener derechos que hemos disfrutado y por los que poco hemos hecho.

Hoy es la jornada de oración convocada por el ‘Alto Comité para la Fraternidad Universal’ en la que, con expresión del Papa Francisco: » le pedimos al señor que salve al mundo de la pandemia». En este lío monumental en el que nos encontramos ya no sabemos muy bien a qué señor, o señora, hemos de dirigirnos, ¿Alá?, ¿la pachamama?, ¿Buda? para pedirle que pase una epidemia que habíamos quedado en que nada tenía que ver con Dios. Si Dios nada tiene que ver en la epidemia no tiene sentido pedirle que la pare, porque al fin es una pataleta de la pachamama y ya se le pasará. Aquí estamos perdiendo el oremos; mejor rezar el rosario a la Virgen de Fátima, que es mucho más útil y seguro que no perdemos el tiempo. La jornada solo aparece en los medios adeptos al régimen.

Ha tenido que salir el prefecto SJ de economía del Vaticano para tranquilizar el rebaño y decirnos que las cosas están muy mal, pero que no hay riesgo de quiebra. Todo esto lo afirma sin aportar ni una pequeña prueba que atraiga a los incrédulos. Los pocos que van quedando en los sacros palacios se enfrentan a una situación de la que desconocen casi todo. La realidad es terca y solo tenemos que esperar. Los números que se filtraron estos días son terribles y, podemos asegurar, incompletos a peor. La realidad es mucho más terrible de lo que le han contado al SJ y ahora firmaríamos por la peor de las opciones presentada. El nerviosismo se nota demasiado y las decisiones serán muy duras y no fáciles de vender. No se puede estar predicando el derecho al salario universal y dejar a los tuyos sin nada. La apertura programada de los museos les hará entender que esto se ha terminado y que el mana ya no existe. Lo veremos en pocos días y tendremos que informar de muchas decisiones incómodas. Entendemos que en una situación así los que se encuentran en el centro del problema están sonados, tiempo habrá.

Del prometido informe sobre McCarrick nada sabemos y nada esperamos. Se anunció para finales del año pasado o, a lo más, primeros de este, y ya lo vemos mediando sin noticias a las vista. Lo grave de todo esto es que tendremos que terminar defendiendo a McCarrick al que se le ha privado de la mínima defensa con el deseo de evitar toda investigación sobre el caso. El caso McCarrick tiene demasiados implicados que han ocultado y tolerado durante decenios sus asquerosas extorsiones. No olvidemos que muchos de sus pupilos siguen con mando en plaza y sin ánimo alguno de propósito de la enmienda. Intuimos que tendremos mucho antes el funeral de McCarrick que el informe del Vaticano.

El Santuario de Lourdes retoma una cierta actividad evitando concentraciones. Hay mucho más peligro en el metro o en supermercado de la esquina. Los aireados espacios del Santuario no son los más propicios para contagios, pero está visto que antes los museos que las iglesias, porque hay que hacer caja.

El caso de Silvia Romano sigue muy presente. Es una joven italiana raptada por terroristas islámicos que acaba de regresar después de pagar un cuantioso rescate. Nos ha vuelto convertida al islam y hablando maravillas de sus asesinos raptores. Esperemos que superado el terror inicial recupere la cordura.

103 años de las apariciones de Fátima y 39 de atentado a Juan Pablo II. Nuestro Dios es el Dios de la historia y se hace presente entre nosotros. Son tiempos en que tenemos que aprender a leer los signos de los tiempos que nos hablan, nos gritan, y debemos estar con los oídos bien abiertos.

«Si guardáis mis mandamientos, permaneceréis en mi amor…»

Buena lectura.
 
Specola

Algunos pastores están llevando el ecumenismo demasiado lejos.



El Alto Comité para la Fraternidad Humana, nacido como consecuencia del documento que el Papa firmó con el Gran Imán de Al Azhar en 2019, en los Emiratos Árabes, ha convocado una jornada de ayuno y oración para el día de hoy, a la que animó el Pontífice a unirse hace unos días.

La convocatoria del Alto Comité está dirigida a todas las religiones, para pedir el fin de la pandemia. Francisco se ha referido esta mañana a la convocatoria, comentando en su homilía que quizás habrá alguien al que le parezca relativismo religioso. “Pero cómo que no se puede hacer, ¿no podemos rezar al Padre de todos? Cada uno reza como sabe, cómo puede, según su propia cultura”, ha dicho el Papa.
“No estamos rezando unos contra otros, esta tradición religiosa contra esta, ¡no! Todos estamos unidos como seres humanos, como hermanos, rezando a Dios, de acuerdo con la propia cultura, de acuerdo con la propia tradición, de acuerdo con las propias creencias, pero hermanos y rezando a Dios, esto es lo importante: hermanos, ayunando, pidiendo perdón a Dios por nuestros pecados, para que el Señor tenga misericordia de nosotros, para que el Señor nos perdone, para que el Señor detenga esta pandemia. Hoy es un día de hermandad, mirando al único Padre, hermanos y paternidad. Día de oración”, ha dicho el Santo Padre.
Si embargo, hay pastores que están llevando demasiado lejos esta ‘fraternidad’. Así, la diócesis de Brentwood, sufragánea de la archidiócesis de Westminster, situada al este de la capital de Reino Unido, ha publicado una polémica foto en las redes sociales.

“Preparación para el servicio de oración interreligiosa para el Día de Oración en Hornchurch esta noche, 7pm”, se puede leer en el mensaje publicado por la diócesis en Twitter. Junto al mismo, un enlace para seguir la ceremonia en YouTube y una foto.

En la instantánea, junto al altar de la Iglesia de los Mártires Católicos Ingleses, parroquia de Hornchurch, se observa la preparación que están llevando a cabo para celebrar este día de oración. Un Buda, el ‘tasbih’ musulmán, la diosa Shiva y lo que parece ser un ídolo de alguna religión animista africana. Entre estos ídolos, podemos encontrar, como uno más, a Nuestro Señor Jesucristo, bajo la imagen del Buen Pastor.

Todo esto en una iglesia católica. No hace falta añadir nada más.
Fernando Beltrán

Monseñor Schneider, de origen soviético, sobre el régimen del coronavirus: “Los opositores son silenciados, los hechos son ignorados”



Los furiosos ataques contra el Llamamiento de Viganò le recuerdan a monseñor Athanasius Schneider “la estrategia de los regímenes totalitarios”, dijo el 13 de mayo al sitio web Die-Tagespost.de. El opositor es amordazado, los hechos son ignorados.
Una verdad crucial para Schneider es que el índice de mortalidad por el coronavirus es más bajo que durante la última temporada de gripe.
Schneider hace una advertencia respecto a una vacunación obligatoria: “Los ciudadanos son acostumbrados a formas de tiranías controladas tecnocrática y centralmente, las cuales paralizan la valentía civil, el pensamiento independiente y sobre todo cualquier forma de resistencia”.

El obispo, quien creció en la Unión Soviética, sabe de lo que está hablando.

miércoles, 13 de mayo de 2020

El acordonamiento policial del santuario de Fátima (R. De Mattei)



En la víspera del centésimo tercer aniversario de las apariciones de Fátima, se ha sabido que la Guardia Nacional Republicana portuguesa inició el pasado 9 de mayo la operación «Fátima en casa» al objeto de impedir que los peregrinos accedan al santuario este 13 de mayo. La noticia la ha dado Vítor Rodriguez, jefe de operaciones, que ha elogiado la «fantástica actitud de colaboración» de los miembros de la Iglesia Católica con los que la GNR ha cooperado «durante muchas semanas» ). A raíz de esta operación de «confinamiento», el santuario de Fátima ha sido colocado bajo la vigilancia de 3500 efectivos de la Guardia Nacional, con la misión de evitar que se acerquen fieles sin una justificación razonable (https://diariodistrito.pt/fatima-cercada-por-3500-gnr/amp/). Está claro que para las autoridades rezar no es una justificación razonable. En la práctica, no sólo se han acordonado todas las vías de acceso, sino también otros centros de devoción como Aljustrel, pueblo natal de Lucía, Francisco y Jacinta; Valinhos, lugar de la aparición de agosto, y el propio Vía Crucis.

Parece que hubiéramos vuelto a las vísperas de la Revolución Francesa, cuando el jansenismo, el galicanismo, el iluminismo y el catolicismo iluminado –fuerzas dispares y heterogéneas pero con el común denominador del odio a la Iglesia Roma– se entremezclaban y redoblaban esfuerzos a la sombra de las logias masónicas con miras a la destrucción definitiva del orden religioso y social que se cimentaba en la Cristiandad.

La limitación de las actividades de la Iglesia al terreno de la conciencia se basaba en la idea de que sólo el Estado tenía autoridad sobre la sociedad. Pero despojar a la Iglesia de su misión pública significa condenarla a una lenta asfixia y posteriormente a la muerte. El representante de esa política anticatólica en Portugal fue José de Carvalho e Melo, marqués de Pombal, destacado exponente de la Masonería y jefe del Gobierno entre 1750 y 1777 bajo el reinado de José I de Braganza. En el Imperio de Austria, José II de Habsburgo-Lorena aplicó una política similar entre 1765 y 1790, por lo que se conoció como josefinismo. El soberano nombraba obispos y abades, intervenía en la vida de las órdenes religiosas y se presentaba como reformador de la disciplina eclesiástica. Derechos tradicionalmente atribuidos a la Iglesia, como la educación y la institución misma del matrimonio, fueron absorbidos por el Estado. Las confiscaciones del patrimonio eclesiástico, el cierre de los conventos y seminarios, una nueva distribución de las diócesis, una reglamentación minuciosa del culto y la influencia doctrinal del Estado en la formación del clero priorizando las corrientes heterodoxas llevaron al colmo el proceso de secularización de la casa real de Habsburgo. «Con este gobierno filosófico –señalará el filósofo suizo Carl Ludwig von Haller en un célebre texto–, ya nada era sagrado: ni propiedad, ni ley natural, ni promesas, ni contratos ni derecho privado» (La restaurazione della scienza politica, tr.it., Turín, Utet 1963, vol. I, p. 280).

La diferencia que va de entonces a hoy es que en aquella época la política laicista la llevaron a cabo gobiernos fuertes, a veces con la colaboración de los obispos, pero siempre contra la Cátedra de Roma. Los papas condenaron enérgicamente dicha política. Hoy en día, por el contrario, gobiernos débiles e incompetentes ejercen una política análoga, en muchos casos con la colaboración de los obispos, y siempre con la tácita aprobación de la autoridad de Roma. Bastaría ciertamente una palabra clara del papa Francisco para desbaratar esta maniobra anticlerical y dar nuevamente voz al pueblo de Dios, que después del coronavirus se muestra, no sumiso, sino más vivo y dispuesto a la resistencia de lo que había estado hasta ahora.

En un ambiente de creciente confusión, el acordonamiento del santuario de Fátima por parte de la Guardia Nacional portuguesa resulta igual de escandaloso que la clausura de las piscinas de Lourdes el pasado 1 de marzo. Ahora bien, la mayor responsabilidad del escándalo no recae sobre las autoridades militares portuguesas, sino sobre las eclesiásticas, empezando por el cardenal Marto, obispo de Leiría-Fátima. Dichas autoridades ofrecieron, o quizás solicitaron, colaboración a las autoridades civiles para prohibir las peregrinaciones en el aniversario de las apariciones de Fátima.

El actual espíritu de sumisión al mundo y a sus autoridades por parte de los prelados lusos y del propio papa Francisco deja entrever que en un futuro a estos clérigos no les importará someterse al islam aceptando convivir en régimen de sharía –es decir, total subordinación– a quienes desean convertir a Europa en tierra de Mahoma. El caso de Silvia Romano, la voluntaria italiana secuestrada en Kenya el 20 de noviembre de 2018 y liberada en Somalia el pasado 9 de mayo, resulta emblemático. Esta muchacha, que trabajaba en una ONG en Kenya, al cabo de dieciocho meses prisionera reapareció como una convencida seguidora del Corán. La iglesia de su barrio la recibió echando las campanas al vuelo. Está claro que para su párroco la apostasía es un mal menor en comparación con el bien de la recuperada libertad. Actualmente, junto con la salud, la libertad contra toda restricción parece ser el bien supremo para todos. En el caso de Silvia Romano se ha hablado de síndrome de Estocolmo, ese estado particular de dependencia psicológica que se manifiesta en muchas víctimas de violencia. Pero se diría que hoy en día el síndrome de Estocolmo es el estado psicológico y moral del Vaticano y de buena parte de las conferencias episcopales para con los poderles laico-masónicos de Occidente y con el islam que avanza.

La cosa adquiere más gravedad si se tiene en cuenta que precisamente en Fátima la Santísima Virgen pidió oración y penitencia, tanto privada como pública, para evitar los castigos que se ciernen sobre el mundo. Pero este 13 de mayo el santuario de Fátima está inmerso en un vacío fantasmal, como Lourdes y como la Basílica de San Pedro en Semana Santa. Cuesta no ver en tan simbólicos sucesos la proximidad de los grandes castigos que anunció la propia Virgen en Fátima. La prohibición para los fieles católicos de manifestar públicamente su devoción a la Virgen en su santuario acerca la hora de los mencionados castigos, que tal vez se hayan iniciado ya con el coronavirus. Olvidar la inminencia de estos castigos para perseguir a los propagadores de la peste puede conducirnos a un peligroso laberinto.

Quien no recuerda la presencia de la mano de Dios en las calamidades a lo largo de la historia demuestra que no ama la justicia divina. Y quien no ama la justicia de Dios, corre el riesgo de no merecer su misericordia. El aislamiento del santuario de Fátima, más que la clausura de un lugar, parece el silencio impuesto a un mensaje.

(Traducido por Bruno de la Inmaculada)
 
Roberto de Mattei

Fátima, un recuerdo incómodo (Carlos Esteban)


 
Hoy se cumple el aniversario de las primeras apariciones de la Virgen en Fátima, aprobadas por la Iglesia, una conmemoración de advertencias y milagros muy poco acorde con la tendencia actual entre nuestros jerarcas.

Tal día como hoy, 103 años atrás, la Virgen María se empezó a aparecer a tres pastorcitos en una remota y paupérrima región de Portugal. La Reina del Cielo les reveló profecías en forma de secretos, hizo advertencias de castigos, pidió penitencias y oraciones, especialísimamente el rezo del Rosario, les dio a los videntes visiones del infierno, obró milagros ante miles de testigos. Incluso el ángel que precedió en las visiones a la Virgen se presentó como “el ángel de Portugal”, un ángel al que sí parecen importarle las fronteras y que les conminó a una especial devoción por esa misma Eucaristía de la que hoy estamos privados los fieles.

Todo, en fin, muy incómodo, casi embarazoso, para una clerecía cuyas obsesiones van, si no abiertamente en contra de todo esto, sí por caminos muy diferentes.

Para empezar por alguna parte, la Virgen anuncia castigos a la humanidad, algo que más de un obispo y numerosísimos teólogos nos aseguran hoy, a cuenta de la pandemia que ha dado excusa a un parón y a un encierro casi universales, que Dios no hace nunca.

Para seguir, hizo milagros. Los milagros pertenecen, a efectos prácticos, al sector de la Iglesia más despreciado por los doctos renovadores y clérigos avanzados. Cuando José Manuel Vidal, de Religión Digital, escribió recientemente su satisfacción de ver que avanzábamos hacia una Iglesia “menos milagrera y más científica”, estaba expresando una opinión ampliamente compartida por la hodierna cúpula oficial. Los milagros dan así como un poco de vergüenza ajena a los teólogos imperantes, no digamos ya la Virgen apareciéndose a unos pastorcitos analfabetos (ni un solo doctorado de Teología entre los tres) para anunciar prodigiosos castigos.

Y el infierno, ay. ¿Quién habla hoy del infierno? ¿Cuándo fue la última vez que su párroco predicó sobre el infierno, o incluso lo mencionó? ¿O del Cielo, o el Juicio, o cualquier otra realidad teológica que les y nos recuerde que estamos de paso y que nos espera, para siempre, un destino inefablemente glorioso o terrible? Son, al fin, realidades de obvio interés general, de las que están llenos los evangelios (como lo están de milagros, por otra parte), mientras que Jesús no dijo una palabra de ecología o política migratoria.

Realmente es una conmemoración que parece, como en su día, levantar ampollas en la propia Iglesia a la que se dirige y que ha decidido dar importancia a asuntos muy alejados de los que anuncia la Virgen.

Carlos Esteban

Fátima: una revelación privada con vocación de universalidad (Padre Ángel David Martín Rubio)



Discernir el valor y la función de las apariciones en la Iglesia es la cuestión fundamental que hay que responder para dilucidar todas las demás implicadas en la pregunta sobre Fátima[1].
Las apariciones y revelaciones
La teología bíblica opone la Revelación, que es palabra de Dios, a otras revelaciones, que no tienen su mismo carácter[2]. Vallgornera define la revelación como «la manifestación sobrenatural de una verdad oculta o de un secreto divino hecha por Dios para bien general de la Iglesia o para utilidad particular del favorecido». De esta misma definición se desprende la división fundamental de las revelaciones divinas en públicas y privadas, según que se dirijan a toda la Iglesia (las Sagradas Escrituras) o a una persona en particular. Las públicas son el fundamento de nuestra fe, y solamente la Iglesia es su depositaria y guardiana; de ellas se ocupan la Apologética —motivos de credibilidad— y la Teología dogmática. A la Teología mística afectan únicamente las revelaciones particulares o privadas.
Para Melchor Cano «Las revelaciones privadas no conciernen a la fe católica y no pertenecen al fundamento y principio de la doctrina eclesiástica, es decir, de la verdadera y auténtica teología, porque la fe no es una virtud privada, sino común» (Opera de locis regis, libro 12, c. 3, conclusión, 3). La mística se muestra reservada sobre estos fenómenos: «…el alma pura, cauta, y sencilla y humilde, con tanta fuerza y cuidado ha de resistir las revelaciones y otras visiones, como las muy peligrosas tentaciones» (San Juan de la Cruz, Subida al Carmelo, 2, c. 27).
La certidumbre absoluta de la Revelación se opone con toda razón a la incertidumbre relativa de las apariciones, incluso reconocidas, porque este reconocimiento no se hace sino a título de probabilidad. ¿Es realmente Cristo, o es realmente la Virgen quien se aparece? ¿No puede tratarse de una piadosa ilusión? ¿No es natural que el caso de los visionarios sugiera y reclame una exquisita prudencia?
En los siglos XIX y XX la crítica de inspiración racionalista, modernista y neomodernista ha desarrollado contra las apariciones unas objeciones radicales que, al igual que la ideología que las inspira ha encontrado eco abundante y frecuente en ambientes eclesiales. La desmitologización propuesta llegaba incluso a poner en duda las apariciones de Jesucristo después de su Resurrección, para terminar negando la resurrección de los cuerpos.
Este movimiento reductor utilizó contra las apariciones múltiples argumentos:
  • El racionalismo prohibía toda interferencia del cielo con la tierra. El cientifismo declaraba imposible el milagro y llamaba alucinaciones a las apariciones.
  • Más profundamente y más radicalmente, la filosofía idealista, que domina en nuestra época desde Kant y Hegel, y hace prevalecer la subjetividad en todas las cosas, notablemente en materia de apariciones.
  • En la época moderna, la crítica se ha convertido en sospecha, en duda sistemática. Esta crítica de los valores supremos, desarrollada a partir de enfoques materialistas, hizo las delicias de los grandes maestros de la sospecha: Marx, negador de Dios y de todo lo que sea espiritual; Nietzsche, iconoclasta del cristianismo en el nombre de los valores vitales de la voluntad de poder; Freud, desmitificador de los valores morales y religiosos, fuente de rechazo y de neurosis.
En aparente contradicción con este panorama, en los siglos XIX y XX han proliferado las manifestaciones marianas. Las apariciones de Nuestra Señora a Santa Catalina Labouré, en 1830, marcaron el inicio de un ciclo de grandes revelaciones marianas: La Salette (1846), Lourdes (1858) y Fátima (1917).
Fundamento escriturístico
La visión de la Mujer Coronada (Ap 12) ¾que la Liturgia lee figurativamente en las fiestas de la Virgen y la iconografía cristiana utiliza para representar a la Inmaculada Concepción¾ tiene por objeto, a la vez, el misterio de Cristo, el misterio de la Iglesia, el misterio del desencadenamiento de las hostilidades y la caída definitiva de Satán y sus asociados.
Y un signo magno apareció en el cielo
Una mujer revestida del sol
Y la luna debajo de sus pies
Y en su cabeza una corona
De doce estrellas –
Y gestaba en su vientre
Y clamaba los dolores
Y era atormentada de parto[3]
Aunque muchos autores refieren la figura de la mujer de Ap 12 a Israel o a la Iglesia, con o sin referencia mariana explícita, «parece lógico concluir que, dada la ambivalencia simbólica del género apocalíptico, no hay necesidad, en principio, de seleccionar de modo excluyente la interpretación mariana o la eclesial, ya que caben perfectamente las dos lecturas». Más aún si tenemos en cuenta el contexto: «globalmente el autor del Apocalipsis quiere asegurar a sus lectores la victoria última de la Iglesia en tiempos de persecución». «La lucha con el dragón no se concreta en ningún episodio histórico de la vida de la Virgen, sino que se aplica a su plena asociación al Hijo Redentor»[4].
Fundamento teológico
A lo largo de toda la historia de la Iglesia hubo quienes se ocuparon de recordar y destacar que María Santísima es el Gran Signo de Dios sobre la tierra. Entre aquellos que han enseñado y predicado la misión providencial de la Madre de Dios se destaca san Luis María Grignion de Montfort. En su «Tratado de la Verdadera Devoción a la Santísima Virgen», el santo misionero anuncia, con acentos de profeta, que pronto se establecerá el Reino de Jesús por María.
Por María ha comenzado la salvación del mundo y por María debe ser consumada. María casi no ha aparecido en el primer advenimiento de Jesucristo… Pero, en el segundo María debe ser conocida y revelada mediante el Espíritu Santo, a fin de hacer por Ella conocer, amar y servir a Jesucristo… Dios quiere, pues, revelar y descubrir a María, la obra maestra de sus manos, en estos últimos tiempos. (Cfr. nº 49-50).
Fátima y los papas
El evento de Fátima ha recibido por parte de la Iglesia -que por lo general, se muestra siempre muy cauta ante los fenómenos sobrenaturales- un reconocimiento que no tiene igual en la historia cristiana y que sitúa esa aparición y ese mensaje, objetivamente, por encima de todas las llamadas “revelaciones privadas”: todos los papas que se han sucedido han acreditado las apariciones con discursos oficiales, actos y peregrinajes, evocando a menudo comparaciones bíblicas. Pablo VI sentía Fátima como un lugar “escatológico”. Dijo: “Era como una repetición o una anunciación de una escena del final de los tiempos”. El santuario portugués recibió nada menos que tres visitas de Juan Pablo II. Más tarde, el papa Wojtyla beatificó a los dos pastorcillos que murieron de niños (Francisco y Jacinta Marto) y consagró solemnemente el tercer milenio al Corazón Inmaculado de María. Por último, la tercera parte del Secreto –que durante todo el siglo XX dio pábulo a voces apocalípticas- fue desvelada por la Santa Sede con un sesgo oficial que, una vez más, no tiene precedentes en la historia cristiana»[5].
En conclusión, no puede reducirse el mensaje de Fátima a simple y no vinculante “revelación privada”, similar a otras muchas apariciones y experiencias sobrenaturales personales, vividas por los místicos y los santos
  • Porque los protagonistas no son místicos, sino unos niños corrientes.
  • Porque la Virgen les confía un mensaje público dirigido al mundo a través de la Iglesia.
  • Porque tales apariciones han recibido un particular respaldo por parte de la Iglesia.
Cuando una revelación privada es ratificada públicamente por la Iglesia, aunque con ello no pretenda obligar a los cristianos, sería una temeridad despreciar superficialmente el juicio que, como sello de autenticidad da la Iglesia y máxime cuando estamos hablando de unas revelaciones universalmente conocidas y cuya influencia en el pueblo fiel nunca ha escapado a la autoridad eclesiástica.
La Santísima Virgen tiene una misión que Dios le ha dado. Y Fátima no hace sino recordar y confirmar esta verdad, en unos tiempos en que el mundo se ha apartado de Dios y necesita convertirse, y los cristianos necesitamos de una especial asistencia del Cielo para mantenernos firmes en la fe y en la fidelidad a los Mandamientos. Esa asistencia Dios quiere dárnosla por mediación de su Madre.

[1] Cfr. René LAURENTIN, Apariciones actuales de la Virgen María, Madrid: Rialp, 1989.
[2] Cfr. sobre el fenómeno místico de las locuciones y revelaciones en general: Antonio ROYO MARÍN, Teología de la perfección cristiana, Madrid: BAC, 1958, 814ss.
[3] Leonardo CASTELLANI, -El Apokalipsis de San Juan, Madrid: Homo Legens, 2010, 177; cfr. 177- 189.
[4] Cfr. Miguel PONCE CUÉLLAR, Mariología, Barcelona: Herder, 1995, 166-183
[5] Antonio SOCCI, El cuarto secreto de Fátima, Madrid: La Esfera de los Libros, 2012, 24-25.