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viernes, 2 de mayo de 2025

Cónclave. Eijk y Sarah marcaron el tono de la Primera Congregación. Sarah la más aplaudida.



Mientras los italianos están agitados y los españoles brillan por su ausencia, dos voces resuenan fuerte en el aula sinodal: la del holandés Willem Eijk y la del africano Robert Sarah. El tono general entre los cardenales sorprende por su serenidad.

El lunes fue un día importante en este precónclave que poco a poco va tomando forma. Y no por maniobras, pérdidas o bloqueos, sino por lo que más debe contar: el contenido de las intervenciones. Y entre todas las palabras escuchadas en la Congregación General de ayer, dos sobresalieron claramente por su profundidad, claridad y acogida: la del cardenal Willem Eijk y la del cardenal Robert Sarah.

Mons. Eijk, arzobispo de Utrecht, habló con la sobriedad que le caracteriza, pero también con una fuerza doctrinal que no dejó indiferente a nadie. Un diagnóstico claro, sin dramatismo: una Iglesia desorientada en Europa, sin dirección moral ni litúrgica, víctima de su propia confusión interna más que de amenazas externas. Lo más sorprendente fue su tono: ni derrotista ni alarmista, sino profundamente realista. Muchos han comentado que Eijk dijo en voz alta lo que la mayoría de la gente piensa en silencio.

Sarah, por su parte, no decepcionó. Su discurso fue, según varias fuentes, uno de los más aplaudidos de la jornada. Habla con firmeza, con serenidad, con su estilo que mezcla un vigor africano contenido con la espiritualidad monástica. No hizo política, no dio nombres, no buscó notoriedad: simplemente recordó que la crisis actual sólo se superará volviendo a Dios, al silencio, a la adoración, a la verdad. Grandes palabras, pero no grandilocuentes. Parecían necesarios.

Aunque estas dos voces se alzaron con autoridad, el resto del panorama era más difuso. Los italianos siguen nerviosos, distribuyen nombres sin conseguir generar consenso ni entusiasmo. Y los españoles, en masa, permanecen dispersos. No hay intervenciones pendientes, no hay propuestas claras, no hay un intento mínimo de liderazgo. Es como si hubieran acordado jugar a la irrelevancia.

Lo que sorprendió a todos fue el buen tono general. Después de años de tensiones, sospechas, divisiones y silencios incómodos, las congregaciones son sorprendentemente cordiales. Nos escuchamos unos a otros. Aplaudimos. Incluso sonreímos. Podría ser un respiro temporal. O tal vez, cuando Francisco murió tan abruptamente, los cardenales sintieron el vértigo de tener que reconstruir, esta vez con más humildad.

En cualquier caso, si hay algo que dejó claro el lunes es que hay rumores que todavía pueden tomar vuelo. Y que los cardenales, cuando quieren, todavía pueden hablar como pastores, no como administradores.