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miércoles, 23 de diciembre de 2020

Sobre la ilicitud moral del uso de vacunas a base de células derivadas de fetos humanos abortados



Queridos amigos de Duc in altum, un cardenal y cuatro obispos han redactado un documento, que os propongo en versión italiana, relativo a la ilicitud moral del uso de las vacunas realizadas utilizando células derivadas de fetos abortados. El cardenal es Janis Pujats, arzobispo metropolitano emérito de Riga (Letonia). Los obispos son Tomash Peta, arzobispo de María Santísima en Astana (Kazajistán), Jan Pawel Lenga, emérito de Karaganda (Kazajistán), Joseph E. Strickland, obispo de Tyler (Estados Unidos) y Athanasius Schneider, obispo auxiliar de María Santísima en Astana (Kazajistán).

Recientemente se ha publicado por parte de varios servicios de información y fuentes periodísticas que, en relación con la emergencia Covid-19, en algunos países se están produciendo vacunas utilizando líneas celulares de fetos humanos abortados y en otros países está prevista la producción de tales vacunas. Cada vez son más numerosas las voces de eclesiásticos (conferencias episcopales, así como determinados obispos y sacerdotes) que afirman que, a falta de alternativas para la vacunación con sustancias éticamente lícitas, sería moralmente lícito para los católicos utilizar vacunas aun si para su desarrollo se han utilizado líneas celulares de niños abortados. Los defensores de tales vacunas invocan dos documentos de la Santa Sede (Pontificia academia para la vida, “Reflexiones morales sobre vacunas preparadas a partir de células derivadas de fetos humanos abortados” de 9 de junio de 2005 y Congregación para la doctrina de la fe, Instrucción “Dignitas Personae, sobre algunas cuestiones bioéticas” de 8 de septiembre de 2008), que consienten el uso de tales vacunas en casos excepcionales y por tiempo limitado sobre la base de lo que en teología moral se denomina cooperación material, pasiva y remota con el mal. Los documentos citados afirman que los católicos que recurran a dichas vacunas tienen al mismo tiempo “el deber de manifestar su desacuerdo al respecto y exigir que los sistemas sanitarios pongan a disposición otros tipos de vacunas”.

En el caso de vacunas obtenidas a partir de líneas celulares de fetos humanos abortados vemos una clara contradicción entre la doctrina católica, la cual rechaza categóricamente y más allá de cualquier sombra de ambigüedad el aborto en todo caso como un grave mal moral que clama venganza al cielo (ver Catecismo de la Iglesia católica 2268, 2270 ss.), y la práctica de considerar las vacunas derivadas de líneas celulares fetales abortadas como moralmente aceptables en casos excepcionales de “urgencia”, sobre la base de una cooperación material, pasiva y remota. Sostener que tales vacunas pueden ser moralmente lícitas si no hay alternativas es de por sí contradictorio y no puede ser aceptable para los católicos. Se deben recordar las siguientes palabras del Papa Juan Pablo II sobre la dignidad de la vida humana no nacida: “La inviolabilidad de la persona, reflejo de la absoluta inviolabilidad de Dios mismo, encuentra su primera y fundamental expresión en la inviolabilidad de la vida humana. Es de todo punto falso e ilusorio el discurso habitual, que por otra parte se hace con justicia, sobre los derechos humanos – como por ejemplo sobre el derecho a la salud, a la vivienda, al trabajo, a la familia y a la cultura – si no se defiende con la máxima resolución el derecho a la vida, como derecho primero y originario, condición de todos los restantes derechos de la persona” (Christifideles laici, 38). El uso de vacunas producidas a partir de células de niños no nacidos y asesinados contradice la máxima resolución en la defensa de la vida aún no nacida.

El principio teológico de la cooperación material es ciertamente válido y puede ser aplicado a toda una serie de casos (pago de impuestos, uso de productos realizados con trabajo esclavo, etc.). Sin embargo, este principio difícilmente puede ser aplicado al caso de las vacunas obtenidas a partir de líneas celulares fetales, puesto que quienes consciente y voluntariamente reciben tales vacunas entran en una suerte de concatenación, aun remota, con el proceso industrial del aborto. El crimen del aborto es tan monstruoso que cualquier tipo de concatenación con dicho crimen, aunque sea muy remoto, es inmoral y no puede ser aceptado en ninguna circunstancia por parte de un católico con plena conciencia de ello. Quienes usan estas vacunas deben darse cuenta de que su cuerpo se está beneficiando de los “frutos” (mediando una serie de procesos químicos) de uno de los mayores crímenes de la humanidad.

Toda cooperación con el proceso del aborto, incluso la más remota o implícita, ensombrecería el deber de la Iglesia de mantener firme testimonio hacia la verdad de que el aborto debe ser completamente rechazado. Los fines no pueden justificar los medios. Estamos viviendo uno de los peores genocidios conocidos por el hombre. Millones y millones de niños en todo el mundo están siendo masacrados en el seno de su madre, y día tras día este genocidio oculto continúa mediante la industria del aborto, las tecnologías fetales y la presión de los gobiernos y organismos internacionales que promueven tales vacunas como uno de sus objetivos. Los católicos no pueden ceder en estos momentos; hacerlo sería groseramente irresponsable. La aceptación de estas vacunas por parte de los católicos, sobre la base de que implican sólo una “cooperación remota, pasiva y material” con el mal, sería utilizada a manos de sus enemigos y debilitaría el último bastión contra el aborto.

¿Qué otra cosa podría ser el uso de líneas celulares embrionarias de niños abortados sino una violación del orden de la creación dado por Dios, desde el momento en que se basa sobre la ya grave violación de dicho orden al matar a un nascituro? Si a este niño no le fuese negado su derecho a la vida, sus células (que a continuación se someten varias veces a cultivo en probeta) no estarían disponibles para la producción de una vacuna, no podrían ser comercializadas. Por tanto, hay una doble violación del orden sagrado de Dios: por una parte, a través del aborto mismo y, por otra, por el negocio atroz de comercializar el tejido de los niños abortados. Sin embargo, este doble desprecio al orden de la creación nunca puede ser justificado, ni siquiera con la intención de preservar la salud de una persona a través de la vacunación basada en dicho desprecio del orden de la creación dado por Dios. Nuestra sociedad ha creado una religión de sustitución: la salud se considera el bien mayor, operación realizada con la creación de un “dios” ante el que deben realizarse sacrificios. En este caso, con una vacuna que se aprovecha de otra vida humana.

Al examinar las cuestiones éticas relativas a las vacunas, debemos preguntarnos: ¿cómo ha llegado todo esto a ser posible? ¿Por qué una tecnología basada en el homicidio se incluye en la medicina, cuya finalidad es proteger la vida y la salud? La investigación biomédica que se aprovecha de los nascituros inocentes y utiliza sus cuerpos como “materia prima” a los fines de la vacuna parece más cercana al canibalismo. Deberíamos también considerar, como último análisis, que para algunos en la industria biomédica, las líneas celulares de niños aún por nacer son un “producto”, el abortista y el fabricante de la vacuna son el “proveedor” y los destinatarios de la vacuna son consumidores. La tecnología basada sobre el homicidio radica en la desesperación y termina en la desesperación. Debemos resistirnos al mito de que “no hay alternativas”. Al contrario, debemos proceder con la esperanza y el convencimiento de que existen alternativas y de que el ingenio humano, con la ayuda de Dios, pueda descubrirlas. Ésta es la única vía para pasar de la oscuridad a la luz y de la muerte a la vida.

El Señor dijo que al final de los tiempos hasta los elegidos serán seducidos (cfr. Mc. 13,22). En la actualidad, la Iglesia entera y todos los fieles católicos deben tratar urgentemente de ser reforzados en la doctrina y en la práctica de la fe. Al afrontar el mal del aborto, más que nunca los católicos deben “abstenerse de toda apariencia de mal” (1 Tess. 5,22). La salud física no es un valor absoluto. La obediencia a la ley de Dios y la salvación eterna de las almas deben mantener su primado. Las vacunas derivadas de las células de niños no nacidos y cruelmente asesinados tienen un carácter claramente apocalíptico y hacen presagiar la marca de la bestia (cfr. Apoc. 13,16).

Algunos eclesiásticos de nuestros días tranquilizan a nuestros fieles afirmando que la vacunación con la vacuna anti Covid-19, preparada con las líneas celulares de un niño abortado, es moralmente lícita si no hay alternativas disponibles, justificándola con la llamada “cooperación material y remota” con el mal. Tales afirmaciones por parte de eclesiásticos son altamente anti-pastorales y contraproducentes, considerando el continuo crecimiento de la industria del aborto y de las inhumanas tecnologías fetales, en un escenario casi apocalíptico. Y precisamente en el contexto actual, que probablemente podría empeorar aún más, los católicos categóricamente no pueden animar y promover el pecado del aborto ni siquiera en forma remota y leve, aceptando la mencionada vacuna. Por tanto, como sucesores de los Apóstoles y de los Pastores, responsables de la salvación eterna de las almas, hemos considerado imposible callar y adoptar una actitud ambigua frente a nuestro deber de resistir con “máxima resolución” (Papa Juan Pablo II) contra el “crimen indecible” del aborto (Concilio Vaticano II, Gaudium et spes, 51).

Nuestra presente declaración ha sido redactada con el auspicio de médicos y científicos de diversos países. Hemos recibido una contribución sustancial por parte de laicos, monjas, padres y madres de familia y jóvenes. Todas las personas consultadas, con independencia de su edad, nacionalidad y profesión, han rechazado unánime y casi instintivamente las vacunas preparadas mediante líneas celulares embrionarias de niños abortados y, al mismo tiempo, han considerado inadecuada la aplicación del principio de “cooperación material y remota” y de determinadas analogías en relación con este supuesto. Ello es reconfortante y al mismo tiempo revelador, puesto que su respuesta unánime es una demostración más de la fuerza de la razón y del sensus fidei.

Necesitamos, más que nunca, el espíritu de los confesores y mártires, que evitaron la menor sospecha de colaboración con el mal de su época. La Palabra de Dios nos dice: “Sed sencillos como hijos de Dios sin mancha en medio de una generación depravada y perversa, en la cual debéis resplandecer como luces en el mundo” (Fil. 2,15).

12 de diciembre de 2020, Memoria de la Santísima Virgen María de Guadalupe

Cardenal Janis Pujats, arzobispo metropolitano emérito de Riga (Letonia)

+ Tomash Peta, arzobispo metropolitano de María Santísima en Astana (Kazajistán)

+ Jan Pawel Lenga, arzobispo-obispo emérito de Karaganda (Kazajistán)

+ Joseph E. Strickland, obispo de Tyler (USA)

+ Athanasius Schneider, obispo auxiliar de María Santísima en Astana (Kazajistán)