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jueves, 27 de junio de 2019

El nuncio en España llama ‘democraturas’ a Italia y Hungría (Carlos Esteban)



Renzo Fratini, nuncio saliente de la Santa Sede en España, demuestra en una entrevista concedida al órgano de la Archidiócesis de Madrid, Alfa & Omega que la diplomacia vaticana puede ser muy poco diplomática.

Quién lo diría. El Vaticano inventó la diplomacia moderna con sus nunciaturas, y esa red de enviados a todos los países tiene fama de ser, en el sentido vulgar de la palabra, la formada por los profesionales más ‘diplomáticos’. Pero en la Iglesia de Francisco, seguir a rajatabla la línea del partido parece pesar más que la necesidad de no insultar a Estados amigos.

Al menos, a juzgar por la entrevista concedida a Alfa & Omega, órgano de la Archidiócesis de Madrid, por el nuncio saliente en España, Renzo Fratini. En ella, Fratini repite, con esa parresia, esa libertad de disenso razonable que ha pedido el Papa desde el principio de su pontificado, idéntica visión política que se repite machaconamente en el Vaticano, aun a riesgo de alienar a una parte importante, quizá mayoritaria, de católicos practicantes.

Lean: “En Europa estamos viendo aparecer grupos que provocan divisiones, rupturas, casi como una nostalgia de las dictaduras. Es lo que algunos han llamado ‘democraturas’, democracias desde el punto de vista formal con sistemas políticos crecientemente autoritarios”.

¿A qué se refiere el prelado? ¿Quizá a la creciente petición de censura desde el Parlamento Europeo con la fácil excusa de las supuestas ‘fake news’? ¿Tal vez a la tiranía de la ideología de género que se extiende por todo el Continente sin que el pueblo tenga arte ni parte en estas aberraciones? ¿A la masacre silenciosa del aborto, que suma al horror del homicidio agravar la suicida crisis de natalidad europea? ¿Podría referirse Fratini a una apertura de fronteras que encuesta tras encuesta demuestra que los europeos de a pie no quieren, pero sus líderes imponen? ¿Habla de la ingeniería social por decreto que está alejando a nuestras sociedades a toda prisa de un modelo que guarde algún lejano parecido con la idea cristiana de comunidad?

No, claro. Habla de los ‘populismos’. Lean, lean: “Y esto es peligroso. Se ve en Italia, en Hungría, en otros países en los que la gente tiene miedo a la llegada de migrantes y refugiados… No podemos aceptar esta democratura ni permitir que la democracia se transforme en una defensa de nuestra identidad, en un “nosotros primero”.

El pueblo, nos dice Fratini, no puede pretender beneficiarse de las políticas que se le imponen por políticos que él mismo ha elegido y que paga. Eso no sería plenamente democrático. La democracia, no sabemos muy bien por qué, no puede “transformarse en una defensa de nuestra identidad”, aunque el Papa haya hablado a menudo de la importancia de esa misma identidad, de la importancia de las raíces. 

De alguna extraña manera, ahora que estamos en la fase preparatoria del Sínodo de la Amazonía, nuestro respeto por la identidad de los yanomamis debe de ser reverencial y escrupulosa, aunque suponga dejar a este puñado de indígenas viviendo en el Paleolítico, con una esperanza de vida escandalosa y unos rituales salvajes. Pero que los húngaros o los italianos tengan la curiosa pretensión de seguir siendo húngaros e italianos es, para el nuncio saliente, algo que no podemos aceptar ni admitir. Porque lo dice él, fundamentalmente.

No sé si monseñor conoce muchas democracias donde la gente vote pensando en el beneficio de terceros, mucho menos en la disolución de la propia identidad, de eso que permite hablar de ‘pueblo’ y pronunciar ese ‘nosotros’. Nos encantaría conocerlas, aunque me temo que no existen más que en la mente de Fratini y en el deseo de quienes encuentran en las fronteras un obstáculo a sus negocios o su ambición política.

Claro que no todas las identidades nacionales es malo defenderlas incluso a costa del escándalo. Observen el quiebro intelectual cuando se refiere a Joan Planellas Barnosell, recién nombrado Arzobispo de Tarragona: “[H]a sido muy triste últimamente leer algunas críticas contra el nuevo arzobispo de Tarragona. Los periodistas le ponen a uno determinada bandera y con eso ya lo condenan o lo redimen definitivamente, sin conocerlo. «¡Es un nacionalista!». Bueno, un momento, usted no lo conoce… Y yo lo que puedo decirle es que es un buen sacerdote. Y un hombre bueno, humilde…”

A Orbán, en cambio, sí le conoce, parece, y no es ni bueno ni humilde, qué le vamos a hacer.

Pero como insultar a Italia y a Hungría, únicos países, junto con Polonia, donde las autoridades hacen una explícita llamada a la identidad cristiana -esa misma que hace que Fratini tenga un cómodo y agradable puesto-, no le parece suficiente, también dirige sus dardos contra el país más poderoso de la tierra donde, por primera vez en muchas décadas, la lacra del aborto legal empieza a retroceder. No ayuda a lo mal que va todo en el mundo, dice, “una situación como la de Estados Unidos, que a veces alimenta una actitud de conflicto, con su apoyo a la ultraderecha” en el resto del mundo.

Carlos Esteban

Aquí la entrevista completa de Alfa y Omega, realizada por Ricardo Benjumea:

¿Qué se lleva usted de estos diez años en España?

Una impresión muy positiva. Yo venía de lugares mucho más difíciles, y venir a España me pareció, no diré un premio, pero sí un motivo de gran satisfacción personal. Este es un país moderno, con una sociedad que funciona…

¿Y a nivel eclesial?

Me he encontrado con una Iglesia muy viva, que no conocía. En estos diez años me ha tocado vivir dos etapas, prácticamente a partes iguales, con el pontificado de Benedicto XVI y el de Francisco. También dos etapas en la Iglesia local, con dos presidencias de la Conferencia Episcopal y actitudes distintas por parte de los obispos.

¿En qué sentido?

He sigo testigo de la diversidad que existe en la Iglesia. Me gusta la metáfora de un barco de vela. Pensemos en la Copa América: el viento sopla y empuja la nave hacia delante, pero las velas las maniobramos nosotros; el timón somos el Papa y los obispos, y la barca sigue hacia adelante, a veces escorándose un poco hacia la derecha, y a veces un poco hacia la izquierda. Y así es como la Iglesia sigue adelante, gracias al soplo del Espíritu y al compromiso de todos para sortear los problemas y evitar que el barco se hunda, porque hay también a veces momentos de tempestad.

La crisis económica, la cuestión catalana, el cambio de pontificado… ¿Qué situaciones le han marcado más?

Los nuncios somos siervos, estamos para ayudar a la Iglesia local a resolver sus problemas, y también para informar a Roma, siendo nexos de unión con el Papa y la Santa Sede. El nuncio tiene ser una persona capaz de mediar y de informar objetivamente a Roma sobre las diversas situaciones. Y debe ayudar en los nombramientos de los obispos, este el problema más importante.

¿Qué criterios sigue un nuncio en la propuesta de nombramientos episcopales?

Debemos ser respetuosos con la realidad y las circunstancias de la Iglesia local (lo que llamamos inculturación), pero desde la fidelidad a la Iglesia universal. Y evitar que Roma conozca solo una parte de la verdad.

¿Cómo se adaptó usted al cambio de pontificado? No es que en tiempos de Benedicto XVI los obispos no fueran pastores, pero el perfil pastoral se ha acentuado claramente con Francisco.

Es verdad. Antes el Papa era un teólogo y se subrayaba más la fidelidad a la doctrina de la Iglesia, ese era el punto más importante. Ahora Francisco insiste más en la parte pastoral: que el obispo sea un pastor cercano, dialogante … Y esto cambia el perfil de los nuevos nombramientos. El Papa ve los problemas como un pastor, como el confesor que nunca ha dejado de ser. Esto se percibe por ejemplo cuando trata los problemas de la vida de las familias y los matrimonios. Francisco se pone en una posición de confesor, que es diferente de la posición de un teólogo que enseña desde la cátedra. Por eso se dice ahora que hay que tener en cuenta el caso por caso. Al confesar, uno trata con la persona concreta, y esa es una posición diferente, aunque obviamente no completamente separada de la doctrina, porque no podemos enseñar cosas falsas. El Sínodo de las familias reflejó esta actitud: tener en cuenta los casos concretos, a las personas concretas, muy especialmente a las que están pasando por momentos de dificultad. Porque, como también ha dicho el Papa, el confesionario no puede ser una sala de tortura. Hay que acoger y ayudar a la conversión, a un cambio de vida.

¿Dónde ha salido usted a buscar estos perfiles episcopales? ¿Cómo se ha informado acerca de los candidatos?

La nunciatura, cuando prepara un proceso, pide información confidencial a obispos, a sacerdotes, a algunos laicos y religiosos… [NdR: según el Código de Derecho Canónico, al menos cada tres años, los obispos de una provincia eclesiástica deben elaborar una lista secreta actualizada con los sacerdotes más idóneos para el episcopado, a partir de la cual el nuncio selecciona a tres candidatos. Cabe también la posibilidad de trasladar a obispos de otras diócesis]. Es una información suficientemente amplia y plural, bastante más de lo que suele suceder en otros ámbitos de la sociedad con respecto a los nombramientos. Enviamos cuestionarios a personas que conocen a los [tres] candidatos, y con esas respuestas –unos dos o tres folios cada una–, elaboramos una relación sobre sus cualidades humanas y sacerdotales, sobre su espíritu de diálogo… Presentamos la terna a la asamblea general de la Congregación de los Obispos, y de ahí la propuesta de nombramiento pasa al Papa. Es un proceso que puede durar entre cinco y siete meses. Ahora está pendiente el nombramiento de Toledo, pero nosotros hemos dejado el trabajo hecho; el resto ya depende de Roma.

¿Ha sido difícil para usted esta parte del trabajo, especialmente en estos últimos años, con un número inusualmente alto de relevos episcopales en España?
Uno ya tiene experiencia, pero siempre hay sorpresas. Porque uno piensa que va a salir el primero [de los candidatos de la terna], y sale después el segundo o el tercero… La elección es un proceso delicado. A veces las cosas pueden tergiversarse por cómo después algunos juzgan a los nuevos obispos. Por ejemplo, ha sido muy triste últimamente leer algunas críticas contra el nuevo arzobispo de Tarragona. Los periodistas le ponen a uno determinada bandera y con eso ya lo condenan o lo redimen definitivamente, sin conocerlo. «¡Es un nacionalista!». Bueno, un momento, usted no lo conoce… Y yo lo que puedo decirle es que es un buen sacerdote. Y un hombre bueno, humilde…

Con Francisco ha cambiado no solo el perfil del obispo. También el del nuncio, que sin dejar de ser un diplomático, ha adquirido una dimensión más pastoral. ¿Se puede decir así?

Sí, es cierto. El Papa nos acaba de dejar un decálogo [durante el tercer encuentro con nuncios del mundo], inspirado en la oración de Merry del Val [secretario de Estado de san Pío X]: el nuncio tiene que ser un hombre de Dios y de Iglesia, paternal, amable, comenzando por sus colaboradores más estrechos, en la nunciatura, porque la vida cristiana hay que vivirla en la realidad cotidiana. Y es importante la cercanía con los obispos de la Iglesia local, desde una actitud de sencillez y humildad. Porque la humildad es una virtud difícil: cuando uno piensa que la tiene, ya la ha perdido.

Un tema que ha estado muy presente en sus intervenciones públicas en estos últimos años ha sido la secularización de la sociedad española. En 20 años, los matrimonios canónicos han pasado del 80 al 20 %, por poner un ejemplo.

La Iglesia está muy preocupada por la secularización y la difusión del relativismo. Benedicto hablaba de un secularismo agresivo. En España el relativismo creció especialmente durante el Gobierno de Zapatero con la aprobación de leyes como el matrimonio homosexual o el aborto prácticamente libre. Esto ha provocado en la sociedad un abandono de la fe. El 69 % de la población se considera católica, pero muchos católicos no practican, apenas un 20 % va a la Misa dominical, vive una vida cristiana y está realmente comprometido. Pero no hay que perder la esperanza. Los cristianos seremos siempre minoría en el mundo. Hay que confiar en la fuerza del Espíritu Santo, que empuja a la Iglesia. Uno ve, sí, que las vocaciones sacerdotales disminuyen, que hay monasterios que están cerrando, pero consuela la presencia de nuevas vocaciones, de nuevos grupos… Tenemos que mantener la esperanza y confiar menos en nosotros mismos y más en Dios. Y junto a eso, ayudar a que haya buenas familias que vivan verdaderamente la vida cristiana. Nunca hay que perder el ánimo.

Pero sí afrontar estos problemas.
La Iglesia los está afrontando, comenzando por el Papa. Hay problemas nuevos, como el daño que provoca el cibersexo en los adolescentes. Después esos jóvenes llegan a los 30 o los 35 años y son incapaces de decidir sobre lo que van a hacer con su vida, si se casan o no se casan… Los padres tienen que ser conscientes de qué significa darle un teléfono móvil a un chico de 11 o 12 años, todavía sin la capacidad suficiente de decisión para escoger el bien. Porque existe el mal, eso no se puede negar. Y no solo el período de la adolescencia es fundamental. Los niños están abiertos a los valores religiosos, pero hay que enseñarles a rezar cuando tienen 4 o 5 años. Si no, después será demasiado tarde. Y la escuela no ayuda muchas veces; puede incluso ser negativa. Hay que defender a los niños y jóvenes del bombardeo de falsos valores. Hay que decir esto claro: se trata de una falsa libertad. En italiano hay una palabra, cattivo, que significa malo, pero también cautivo, prisionero. La persona cattiva es prisionera de sí misma, de los malos influjos del ambiente. No es libre.

Hace apenas unos días defendía usted en un acto académico la vigencia de los Acuerdos de España con la Santa Sede. ¿Le preocupa su continuidad?
Sí, me preocupa un poco. Porque tanto la izquierda como Ciudadanos han hablado de revisarlos, alguno incluso de «abolición». En algunos puntos se podría plantear una revisión, porque después de 40 años algunas cosas pueden haber cambiado, pero los Acuerdos son importantes, porque tocan la educación, tocan la participación y la contribución de los católicos a la sociedad española… Católicos hay en varios partidos, la mayoría hoy probablemente en el Partido Popular. Sobre todo en la los partidos de izquierda han perdido mucha fuerza; en el PSOE prácticamente han desaparecido. Esto explica seguramente que a veces haya un discurso que transmite una imagen negativa de la Iglesia que no se corresponde con la realidad. La Memoria de la Conferencia Episcopal muestra cómo la Iglesia ha contribuido en los momentos de dificultad, ayudando a los más desfavorecidos. Pero no podemos solo subrayar esta parte social; la Iglesia desempeña también un gran importancia en la sociedad española por los valores que transmite. Sin esos valores, se pierde el concepto de derechos humanos fundamentales como el derecho a la vida o la acogida a los refugiados.

¿Ve peligrar la enseñanza de la Religión y los conciertos educativos?
Hace unos días en Roma el cardenal Parolin nos decía a los nuncios que hay que promover los acuerdos, especialmente ahora con países africanos, sobre todo por este aspecto de la educación. La Iglesia pide libertad religiosa y de enseñanza, no para imponer ni hacer adoctrinamiento, sino todo lo contrario: a los jóvenes hay que ayudarles a pensar. Y la sociedad de hoy les anima a ser instintivos, a instalarse en lo instantáneo… Hay que enseñarles a pensar, a razonar, a discernir (qué significa saber escoger lo que es bueno para uno). Debemos enseñarles a tomar decisiones por sí mismos, que es lo más difícil.

¿Su sucesor recibirá al Papa en España?
Probablemente. No digo seguro, pero sí probablemente. El arzobispo de Santiago ya ha recibido respuesta de la Santa Sede a su invitación. No le dicen ni sí ni no. 2021, con el Año Santo, es una buena ocasión para esta visita. Pienso que, si el Papa continúa con buena salud, va a querer venir, aunque ya sabemos que está dando prioridad a países pobres y pequeños. Además, permanece la incertidumbre sobre la situación en Cataluña. También tendría que pasar por Madrid, y estamos aún pendientes de que el Gobierno formule su invitación, porque hasta ahora Pedro Sánchez no se ha encontrado con el Papa (yo creo que no tardará en hacerlo, esto lo he hablado con la embajadora de España ante la Santa Sede). Y tiene que ser invitado por la Conferencia Episcopal.

El rey sí le ha invitado a venir.
Creo que sí, pero la Santa Sede quiere invitaciones explícitas, no un comentario durante un encuentro: «¿Cuándo va a venir usted a visitarnos?».

¿Qué quiso el decir el Papa con aquello de que vendrá a España «cuando haya paz»?
Fue una broma durante una conversación coloquial [con periodistas en el avión rumbo a Marruecos]. Se refería probablemente a una cierta división aquí interna, también a la situación en Cataluña, al Gobierno en funciones… Pero enseguida esto lo aprovecharon algunos grupos que acusan al Papa de todo. Francisco tiene muchos amigos, pero también enemigos; hay gente que no acepta sus decisiones, la línea de su pontificado… Mire, los católicos –no solo los nuncios y los obispos– tenemos que ser fieles al Papa, a este Papa actual, no al Papa que uno sueña. Si no, sucede como con Lefebvre, que era tan fiel, tan fiel al papado que él tenía en la cabeza, que no aceptaba al verdadero sucesor de Pedro.

¿Qué impresión tiene el Papa Francisco sobre España?
Yo creo que muy buena. Ve España como un gran país, uno de los más importantes del mundo católico, podríamos decir. Cierto, también hay problemas: los españoles no son todos santos. Pero de facto la fuerza de la Iglesia en España es muy relevante. Alrededor del 30 % de los monasterios de clausura femeninos del mundo están aquí. Uno percibe enseguida la importancia de la presencia social de la Iglesia a través, por ejemplo, de las Cáritas. Un político que sea inteligente no puede ignorar a la Iglesia, ni olvidar la importancia de la tradición católica de España, que ha tenido tantos santos y mártires que dieron su vida por defender la fe. Solo durante la guerra civil hubo 7.000 sacerdotes asesinados solo por ser sacerdotes, ejemplo único en el mundo. Por todo eso España es un país destacado para la Iglesia. Tiene problemas, claro, ¿pero dónde nos los hay?