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sábado, 24 de noviembre de 2018

Un mensaje mariano para nuestra época (Corrispondenza Romana)



María Santísima se apareció en 1830 en la rue du Bac, París, Francia, para anunciar, con las lágrimas que le caían de su cándido semblante, la llegada de calamidades y para consolar y derramar gracias a quienes creen: los tiempos son malos. Graves calamidades están próximas a abatirse sobre Francia. El trono será derribado. Todo el mundo será devastado por desgracias de toda especie. Pero venid a mis pies en este altar. Las gracias serán derramadas sobre todos aquellos que las pidan con confianza y fervor: grandes y pequeños. Las gracias son derramadas desde entonces a todos aquellos que, con fe, llevan la Medalla Milagrosa, cuya fiesta litúrgica se festeja el 27 de noviembre. 
Nuestra Señora, en sus apariciones, no pidió que se rezara en conjunto con valdenses, luteranos, musulmanes, budistas, hinduistas… no pidió dialogar con ellos ni ceder a sus propios errores religiosos, porque nadie, ni Dios en el Antiguo Testamento, ni Jesús en el Nuevo dieron a entender que el sincretismo constituye un valor religioso y que vender el propio credo constituya el precio a pagar para conquistar la simpatía de los hombres. 
De la religión del pueblo elegido, el hebreo, se pasó a la religión de la Revelación, cuando Nuestro Señor Jesucristo ordenó convertir, en nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo, a todos los pueblos de la tierra, incluso pagando el precio de enormes sacrificios, renuncias, persecuciones y martirios cruentos o incruentos. La Santísima Trinidad no se contradice, como suelen hacer, en cambio, los hombres.  «En el principio era el Verbo (Logos), el Verbo era junto a Dios, y el Verbo era Dios. Él era, en el principio, junto a Dios. Por Él, todo fue hecho, y sin Él nada se hizo de lo que ha sido hecho. En Él era la vida,  y la vida era la luz de los hombres. Y la luz luce en las tinieblas y las tinieblas no lo recibieron.» (Jn. 1, 1-5).
La «luz» continúa no siendo recibida y por esa razón se renueva el Santo Sacrificio del Altar cada día, hasta el fin del mundo, porque continúa siendo indispensable la Pasión y la Crucifixión de Nuestro Señor por causa de los pecados. La Salvación, alcanzada a través del Verbo que se hizo carne y a través de las buenas e incontaminadas enseñanzas de la Tradición de la Iglesia, solo se alcanza a través de la Cruz de Cristo y de la propia cruz, aquella llevada con amor y con  «perfecta alegría», como solía decir San Francisco de Asís.
El actual teólogo de referencia, Walter Kasper, en la línea de la teología revolucionaria francesa y alemana, es partidario de la forma abierta de la argumentación teológicade la cual forma parte «también la escucha de aquello que el Espíritu dice hoy a la comunidad.  Debemos entonces interpretar la fe transmitida una vez para siempre en el hoy y para hoy. Esto no significa que hoy, la mentalidad moderna y aquello que se suele denominar ´signos de los tiempos´ puedan ser una instancia teológica junto con o incluso contra la fe, pero significa que deben ser un punto de referencia en el sentido que el mensaje cristiano ha de interpretarse en orden al respectivo tiempo y en una confrontación constructiva con el mismo. No existen por tanto únicamente desvíos y herejías debidos a la falta de consideración de la tradición y a la adaptación al espíritu de la época. Existen también herejías provocadas por el rechazo obstinado de ser teólogo en el ahora y en el hoy, de hacer teología como transmisión viva de la tradición y de destruir el respectivo kairós. Quien quiere hablar para todos los tiempos termina no hablando para ninguno» (Chiesa cattolica. Essenza-realt-missione, Queriniana, Brescia 2012, p. 93).
Precisamente por estas razones hemos escuchado al Papa (durante su visita a la iglesia evangélica luterana el último 15 de noviembre)  responder  en una forma adecuada a los “signos de los tiempos” (tiempos estos confusos y luciferinos) a la señora Anke de Bernardinis, mujer de un católico que no puede participar, junto con su cónyuge, «a la Cena del Señor», la cual preguntó directamente al Papa  Bergoglio: «¿Qué podemos hacer para acceder finalmente a la comunión, en este caso?». “No es fácil para mí responder a la pregunta, ¡sobre todo delante de un teólogo como el cardenal Kasper! ¡Me da miedo! Yo pienso que el Señor nos lo dijo cuando nos dio este mandato: ´Haced esto en memoria mía´. Y cuando invitamos a la Cena del Señor, recordamos e imitamos, hacemos lo mismo que hizo el Señor Jesús. Y la Cena del Señor se hará, el banquete final en la Nueva Jerusalén se hará,  pero ésta será la última. Sin embargo en el camino, me pregunto -y no se como responder, pero su pregunta la hago mía- yo me pregunto: ¿invitar a la Cena del Señor es el final de un camino o es el viático para caminar juntos? Dejo la pregunta  para los teólogos, a aquellos que comprenden. Es verdad que en un cierto sentido invitar es decir que no hay diferencias entre nosotros, que tenemos la misma doctrina -subrayo la palabra, palabra difícil de entender- pero yo me pregunto: ¿pero no tenemos el mismo Bautismo? Y si tenemos el mismo Bautismo debemos caminar juntos.  Hay preguntas a las cuales sólo si uno es sincero consigo mismo y con las pocas ‘luces’ teológicas que yo tengo se debe responder lo mismo: vea usted”.
Tiembla en las venas la fe de los católicos, mientras se complace el Cardenal Kasper que dice padecer las dudas de todos y no ofrece ningún tipo de certeza porque: «No es posible demostrar de forma pura y simple que el cristianismo es la verdadera religión y que la iglesia católica es la verdadera iglesia» y esta apostasía voluntaria está respaldada por el hecho de que: «A cada argumento, incluso el mejor, es de hecho posible contraponer, desde otro punto de vista, otro argumento» (Chiesa cattolica… op.cit., pp. 96-97).
Es decir, una gran caldera en la cual se pierde y se revela la propia insatisfacción, bien representada por los cónyuges católico-luteranos de Bernardinis. El Papa actual, llamado a custodiar el depositum fidei, ya no está en condiciones de ofrecer certezas, sino solo multiplicar dudas sin resolver. ¿Para qué sirve, entonces, ser aún católico? El pastor valdense Ricca, durante el Sínodo mundial de Torre Pellice en el último mes de agosto dijo, a propósito del pedido de perdón del Papa respecto a ellos: «Es el inicio de una nueva historia: perdonar como vicario en el lugar de las víctimas es imposible pero se puede en lugar de ello aceptar la voluntad de la iglesia católica de disociarse radicalmente del pasado»Es propiamente eso lo que está ocurriendo bajo nuestros ojos.
Nuestra Señora creyó siempre en  la Verdad, desde el anuncio del Arcángel San Gabriel hasta  la Resurrección. Y nunca más tuvo dudas: fue fiel solo a Dios. A Santa Catalina Labouré (1806-1876) le ordenó hacer acuñar una Medalla con símbolos bien precisos, que no hay necesidad de comentar ni de interpretar especulativamente: Maria Santísima está representada en el acto de aplastar la cabeza de la serpiente (el demonio). La imagen fue preanunciada en la Biblia con estas palabras: «Enemistad pondré entre ti y la mujer (…) ella te pisará la cabeza mientras acechas tú su calcañar.» (Gen. 3,15).
De este modo, Dios declaró la lucha entre el bien y el mal. Esta lucha  está ganada por Nuestro Señor Jesucristo, el nuevo Adán, junto con María, la  nueva Eva. Los rayos de luz  simbolizan la gracia. La santa vio dicha figura circundada por esta invocación  «Oh María concebida sin pecado, rogad por nosotros que recurrimos a vos». Después Catalina vio el reverso de la medalla con otros símbolos: 12 estrellas (las 12 tribus de Israel y  los 12 apóstoles: Antiguo y Nuevo Testamento,  así como las 12 estrellas de la Virgen, según el Apocalipsis); el Corazón coronado de espinas, que representa el  Sagrado Corazón de Jesús y el corazón atravesado por una espada, es decir, el Corazón Inmaculado de María (Lc. 2,33-35), dos Corazones inseparables: también en el momento más trágico de la Pasión y de la muerte en la Cruz, María estaba allí para compartir todo.
Además también figuran las letras, M: María. La M sustenta un travesaño sobre el que se apoya la Cruz, que representa la prueba. Este simbolismo indica la estrecha relación entre María y Jesús en la historia  de la salvación. I: Jesús. El monograma está compuesto de la I de Jesús entrecruzada por la  M de Maria y la Cruz representa a Jesús Salvador y a Nuestra Señora, corredentora, absolutamente vinculada a Él en la obra de la Redención.
En 1950 el Consejo de Europa anunció un concurso para confeccionar la bandera de la futura Europa unida, aquella que repudiaría su raíz cristiana no convirtiéndola en referencia de su Carta constitucional. Llegaron 101 bocetos y en 1955 fue elegido el de un diseñador alsaciano, el católico Arsène Heitz (1908-1989). De repente estalló el escándalo porque la bandera era un perfecto símbolo mariano: 12 estrellas en círculo sobre un campo azul celeste. Europa (broma de la Providencia) tiene como estandarte el símbolo mariano por antonomasia. Arsène Heitz, revelerá que, en el momento en el cual conoció la convocatoria al concurso por la bandera europea, estaba leyendo la historia de la Medalla Milagrosa.