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martes, 10 de julio de 2018

Peregrinación ecuménica del Santo Padre Francisco en Ginebra con motivo del 70 aniversario de la fundación del Consejo Mundial de Iglesias (21 de junio 2018) [comentado por José Martí] (1 de 3)


La tarde del 21 junio de 2018, a las 15,35,  tuvo lugar el Encuentro Ecuménico en el Visser 't Hooft Hall del Centro Ecuménico de Ginebra (...)
A continuación la traducción al español de lo más relevante de este discurso [incluye comentarios personales]
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Queridos hermanos y hermanas: 
Me es grato encontrarme con vosotros y os agradezco vuestra amable acogida. En particular, doy las gracias al Secretario General, Reverendo Dr. Olav Fykse Tveit, y a la Moderadora, Dra. Agnes Abuom, por sus palabras y por haberme invitado con ocasión del 70º aniversario de la institución del Consejo Ecuménico de las Iglesias. (...) 
Somos los depositarios de la fe, de la caridad, de la esperanza de tantos que, con la fuerza inerme del Evangelio, han tenido la valentía de cambiar la dirección de la historia, esa historia que nos había llevado a desconfiar los unos de los otros y a distanciarnos recíprocamente, cediendo a la diabólica espiral de continuas fragmentaciones. Gracias al Espíritu Santo, inspirador y guía del ecumenismo, la dirección ha cambiado y se ha trazado de manera indeleble un camino nuevo y antiguo a la vez: el camino de la comunión reconciliada, hacia la manifestación visible de esa fraternidad que ya une a los creyentes. (...)
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¿Quién ha dicho alguna vez que el Espíritu Santo haya inspirado el Ecumenismo y que, además, éste se guíe por el Espíritu Santo? ¿Cómo es posible que el Espíritu Santo trace un camino de comunión reconciliada? ¿Qué tipo de comunión? El Espíritu Santo es el "Espíritu de Verdad que guiará (a los discípulos de Jesús) hacia la verdad completa" (Jn 16, 13). El Espíritu Santo comienza a habitar en una persona cuando ésta es bautizada. En ese momento, el sujeto que se bautiza, pasa a formar parte de la familia de Dios, es hecho "realmente" hijo de Dios y "participa" de la Naturaleza Divina. Esto es pura gracia, inmerecida para quien la recibe. Pero es lo cierto que "quien crea y sea bautizado se salvará; pero quien no crea se condenará" (Mc 16, 16). Estas palabras son de Jesucristo. Y el Espíritu Santo es el Espíritu de Jesucristo (Espíritu que lo es conjuntamente del Padre y del Hijo, espirado por ambos) quien dijo de Sí mismo: "Yo soy el Camino, la Verdad y la Vida. Nadie va al Padre sino por Mí" (Jn 14, 6).

Existe una Verdad absoluta (la Persona de Jesucristo) y ésta debe de ser predicada por todo el mundo: "Id por todo el mundo y predicad el Evangelio a toda criatura" (Mc 16, 15). Se trata de un mandato explícito. No hay muchas verdades ni hay muchas iglesias. Sólo una es la Verdad y ésta se encuentra en la Iglesia Católica. Ése es el Mensaje de Jesús.  ¿Mezcla de "iglesias" y de religiones, en donde cada uno cree una cosa diferente? Eso no es posible; el mero sentido común lo repudia. Pero es que, además, decir que el Espíritu Santo es quien ha inspirado y quien guía el movimiento ecuménico (batiburrillo de ideas contradictorias) es algo que raya en la blasfemia. Y aún diría más: ¡es una blasfemia contra el Espíritu! ... "Y la blasfemia contra el Espíritu Santo no será perdonada" (Mt 12, 31)].


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El Consejo Ecuménico de las Iglesias ha nacido como un instrumento de aquel movimiento ecuménico suscitado por una fuerte llamada a la misión [¿?]: ¿cómo pueden los cristianos evangelizar si están divididos entre ellos? Esta apremiante pregunta es la que dirige también hoy nuestro caminar y traduce la oración del Señor a estar unidos «para que el mundo crea» (Jn 17,21).
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Citemos el versículo completo de lo que dijo el Señor en la oración sacerdotal de la Última Cena, hablando con su Padre, y refiriéndose sólo a sus discípulos y a quienes crean en Jesús por su palabra:  "Que todos sean UNO: como Tú, Padre, en Mí y Yo en Tí, que también ellos sean uno en nosotros, para QUE EL MUNDO CREA que Tú me has enviado" (Jn 17, 21).

Está claro que para que los cristianos puedan evangelizar es preciso que haya UNIDAD entre ellos,  como dice Francisco: "no deben de estar divididos" ... pero esta unidad debe comenzar por la UNIDAD DE DOGMA: si cada uno tiene una idea diferente de Jesucristo, lo que prediquen no será a Jesucristo sino sus propias ideas, que pueden ser -y lo serán- completamente distintas a las de los demás "discípulos". Esa UNIDAD, que es necesaria (por supuesto) tiene que serlo de verdad, o sea, ha de serlo en el Espíritu de Jesucristo. Y no tratarse de otra palabra más, sin significado, al estilo modernista, en donde cada uno entiende lo que quiere y lo que le conviene ... lo cual es proceder con mentira y no es propio del Espíritu Santo, que es Espíritu de Verdad ... y ésta se encuentra sólo en la Iglesia Católica, en la Tradición de la Iglesia, para ser exactos (no en lo que diga cualquier Papa, por muy Papa que sea). El Depósito Revelado y fielmente transmitido, eso es lo definitivo. Sin embargo, en eso no hay acuerdo, por lo que todo este movimiento ecuménico es una auténtica farsa y un montaje.


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Permitidme, queridos hermanos y hermanas, manifestaros también, además del vivo agradecimiento por el esfuerzo que realizáis en favor de la unidad, una preocupación. Esta nace de la impresión de que el ecumenismo y la misión no están tan estrechamente unidos como al principio.
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¿Y cuándo han estado unidos ecumenismo y misión? ... Se entiende que hablamos de la verdadera misión de los cristianos. A mi entender, nunca lo han estado, por la sencilla razón de que sus misiones son diferentes. 
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Y, sin embargo, el mandato misionero, que es más que la diakonia y que la promoción del desarrollo humano, no puede ser olvidado ni vaciado. Se trata de nuestra identidad. El anuncio del Evangelio hasta el último confín es connatural a nuestro ser cristianos. Ciertamente, el modo como se realiza la misión cambia según los tiempos y los lugares y, frente a la tentación ―lamentablemente frecuente―, de imponerse siguiendo lógicas mundanas, conviene recordar que la Iglesia de Cristo crece por atracción.
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En lo primero tiene razón el Santo Padre: el mandato de Jesús, de llevar el Evangelio a toda criatura, es connatural al cristiano. No queda muy claro, en cambio, lo que quiere decir cuando habla de que el modo de realizar esa misión cambia en función de los tiempos y lugares. Digo que no queda muy claro porque puede dar lugar a confusión, puesto que tal cambio en el modo  puede conllevar, de modo sibilino, un cambio en la doctrina. Es preciso, por lo tanto, tener muy claras las ideas ... y en particular estos dos puntos: Primero, que "Jesucristo es el mismo, ayer y hoy y por los siglos" (Heb 13, 8). Segundo, que aun siendo verdad que hay cambios, a lo largo del tiempo y en función de los diferentes lugares de la tierra, en los que se predique, sin embargo, las necesidades fundamentales del ser humano no cambian: "Nos hiciste, Señor, para Tí, y nuestro corazón está inquieto hasta que descanse en Tí" (San Agustín). Si estos dos puntos se tienen claros, no cabe la menor duda de que cada pastor encontrará el modo más adecuado de presentarle a la gente la Palabra de Dios, sin desfigurarla ni escamotearla. No queda tampoco muy claro a qué se refiere el Santo Padre con esa expresión de imponerse siguiente lógicas mundanas. Cierto que habla, acto seguido, del crecimiento de la Iglesia por atracción. Pero, ¿a qué se refiere? 
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¿En qué consiste esta fuerza de atracción? Evidentemente, no en nuestras ideas, estrategias o programas. No se cree en Jesucristo mediante un acuerdo de voluntades y el Pueblo de Dios no es reductible al rango de una organización no gubernamental. No, la fuerza de atracción radica en aquel don sublime que conquistó al apóstol Pablo: «conocerlo a él [Cristo] y la fuerza de su resurrección y la comunión con sus padecimientos» (Flp 3,10). Sólo de esto podemos presumir: del «conocimiento de la gloria de Dios reflejada en el rostro de Cristo» (2 Cor 4,6), que nos da el Espíritu vivificador. Éste es el tesoro que nosotros, frágiles vasijas de barro (cf. v. 7), debemos ofrecer a nuestro amado y atormentado mundo.
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Bueno, eso es verdad: el conocimiento de Jesús, el poder de su resurrección y la comunión en sus padecimientos, todo esto atrae ... en la misma medida en la que estemos enamorados de Jesucristo, como le ocurrió a san Pablo. Su Espíritu nos da la fortaleza necesaria para poder hacerlo, pues el tesoro que debemos ofrecer al mundo lo llevamos encerrado en vasijas de barro. 

No obstante, lo considero incompleto, pues me vienen a la mente aquellas palabras que pronunció Jesús en la parábola de las bodas del Gran Banquete al que fueron invitados muchos, inicialmente, pero todos se excusaron porque, en el fondo, no querían saber nada con Aquél que los invitó. Y aquí es donde aparece una reacción del Dueño, que tal vez nos pueda parecer extraña ... y es que se irritó contra aquéllos que pusieron tantas trabas y MANDÓ que trajeran al banquete a toda clase de personas: pobres, tullidos, ciegos, cojos, etc... Más todavía: como aún no se había llenado la casa de gente, dijo a su criado: "Sal a los caminos y a los cercados y OBLIGA A ENTRAR para que se llene mi casa" (Lc 14, 23). ¿Siguió Jesús aquí una lógica mundana? ¿Dónde aparece en este pasaje evangélico esa idea de que la Iglesia de Cristo crece por atracción? Tal vez sería bueno reflexionar sobre ello un poco más. Tal vez el "proselitismo" no sea ninguna tontería.


José Martí (continuará)