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viernes, 28 de marzo de 2014

Un año de pontificado del papa Francisco (4 de 7)(Alejandro Sosa Lapida)


4. La ideología homosexualista  [por Alejandro Sosa Laprida]

[Muchos párrafos están abreviados, al objeto de no alargar el artículo más de lo estrictamente necesario. En todo caso, se reflejan la mayoría de las ideas expuestas por el autor, aunque no todas]


Con motivo de una conferencia de prensa dada el 29 de julio de 2013 en el vuelo entre Río de Janeiro y Roma, de regreso de las JMJ, Francisco pronunció la frase siguiente: «Si una persona es gay y busca al Señor con buena voluntad, ¿quién soy yo para juzgar?» Frase extremadamente ambigua y perturbadora (...) ¿Por qué no haberse apresurado a añadir, para evitar malentendidos, que si bien no se juzga moralmente a la persona que padece esta tendencia, el pasar al acto, en cambio, constituye un comportamiento gravemente desordenado en el plano moral? 
Sorprendentemente no lo hizo, y naturalmente, al día siguiente, la abrumadora mayoría de la prensa mundial intituló el artículo dedicado a la atípica conferencia de prensa pontifical retomando textualmente la pregunta formulada por Francisco. ¿Podrá hablarse de impericia de parte de alguien que domina a la perfección el arte de la comunicación mediática? Resulta difícil creerlo… Y aun cuando así fuera, el contexto exigía eliminar todo riesgo de ambigüedad efectuando inmediatamente las precisiones del casoMas las precisiones jamás llegaron. Ni durante la conferencia de prensa ni después. Ni de su boca, ni de la del servicio de prensa del Vaticano


(…) En la extensa entrevista concedida por Francisco a las revistas culturales jesuitas los días 19, 23 y 29 de agosto de 2013 y publicada en l’Osservatore Romano del 21 de septiembre, el Papa Francisco habría podido dar muestras de claridad acerca de esta espinosa cuestión, cortando por lo sano las polémicas que sus desafortunadas declaraciones habían suscitado y disipando drásticamente la confusión y la inquietud generalizada que habían provocado. Pero no fue eso lo que hizo: «En Buenos Aires recibí cartas de personas homosexuales heridas socialmente porque se sienten desde siempre condenados por la Iglesia. Pero eso no es lo que la Iglesia quiere. Durante el vuelo de regreso desde Río de Janeiro dije que si una persona homosexual tiene buena voluntad y está buscando a Dios, yo no soy quien para juzgar. Al decir eso, dije lo que indica el Catecismo [de la Iglesia Católica]. La religión tiene derecho a expresar su opinión al servicio de las personas, pero Dios nos ha creado libres: la injerencia espiritual en la vida de la gente no es posible. Un día alguien me preguntó de manera provocante si yo aprobaba la homosexualidad. Yo le respondí con otra pregunta: ‘‘Dime: Dios, cuando mira a una persona homosexual, ¿aprueba su existencia con afecto o la rechaza condenándola?’’ Siempre hay que considerar a la persona. Entramos aquí en el misterio del hombre. En la vida cotidiana, Dios acompaña a la gente y nosotros debemos acompañarla tomando en cuenta su condición. Hay que acompañar con misericordia. Cuando esto sucede, el Espíritu Santo inspira al sacerdote para que diga la palabra más adecuada.» Habría mucho para decir respecto a estas declaraciones ... excepto que destaquen por su claridad. En aras de la concisión, sólo haré algunas observaciones:

1. Contrariamente a lo que afirma, sus dichos brillan por su ausencia en el Catecismo. En éste se encuentra claramente expuesta la doctrina de la Iglesia (§ 2357 a 2359), precisamente lo que Francisco NO HIZO en la entrevista, durante la cual cultivó la ambigüedad, usó un lenguaje demagógico y añadió aún más confusión.

2. Resulta inconcebible escucharlo decir que «la religión tiene derecho a expresar su opinión al servicio de las personas.» ¿Qué religión? ¿O se trata de las religiones en general? (...)  Lenguaje sorprendente en la boca de quien se encuentra sentado en el trono de San Pedro… ¿Por qué no decir simplemente «la Iglesia»? Y, sobre todo,  corresponde proclamar sin ambages que la Iglesia no expresa de ninguna manera «su opinión». Ella instruye a las naciones, en conformidad con el mandato que recibiera de su Divino Maestro: «Id y enseñad a todas las naciones, bautizándolas en el nombre del Padre, y del Hijo y del Espíritu Santo, enseñándoles a observar todo cuanto os he mandado.» (Mt. 28, 19-20)

3. Y a renglón seguido añade: «pero Dios nos ha creado libres: la injerencia espiritual en la vida de la gente no es posible.»  Otra ambigüedad, pero rasgo clásico ya en labios de Francisco… porque si el hombre puede, en virtud de su libre arbitrio, negarse a obedecer a la Iglesia, no es en cambio moralmente libre de hacerlo: la Iglesia ha recibido de Jesucristo el poder de obligar las conciencias de sus fieles (Mt. 18, 15-19). Pretender que «la injerencia espiritual en la vida de la gente no es posible» equivale a divinizar la conciencia individual y a hacer de ella un absoluto. (...)

4. Finalmente, el hecho de responder a una pregunta -¿aprueba la homosexualidad?- con otra pregunta (...) es una respuesta en la que se halla de nuevo la ambigüedad, (...) al no distinguir entre la condenación del pecado y la del pecador, y dando a entender que el hecho de «aprobar la existencia» (¡sic!) del pecador volvería inútil la reprobación que su acto pecaminoso exige. Sin embargo Nuestro Señor nos enseñó a hablar de otro modo: «Que vuestro lenguaje sea sí, sí; no, no; todo el resto proviene del Maligno» (Mt. 5, 37). 

Retomemos nuestra conferencia de prensa aérea, tras la celebración de las JMJ de Río de Janeiro. Francisco agregó que esas personas «no deben ser discriminadas, sino integradas en la sociedad» ... ¿Pero a qué personas hace alusión? ¿A aquellas que sin pudor alguno se proclaman «gay» o a las que, padeciendo sin culpa de su parte la mortificante inclinación contra-natura se esfuerzan meritoriamente por vivir decentemente? Una ambigüedad suplementaria que naturalmente permanecerá sin aclaración vaticana, pero cuya interpretación «progresista» abandonada a los «medios de información masiva» será la que se impondrá masivamente en el imaginario colectivo

Pero a decir verdad, hay algo peor que la recurrente ambigüedad bergogliana presente en esta afirmación (...). Me refiero a que sus palabras no sólo cultivan la ambigüedad, elemento suficiente para cuestionarlas, sino que son pura y simplemente falsas(...) ¿En dónde reside la falsedad? Pues en el hecho de que, incluso en el segundo caso de la disyuntiva, es perfectamente legítimo y razonable efectuar ciertas discriminaciones que, atendiendo al bien común social, marginen a esas personas en determinados contextos. Eso es, por ejemplo, lo que la Iglesia siempre ha hecho en lo tocante al sacerdocio, a la vida religiosa y a la educación de los niños. 

(...) Y así, por ejemplo, los ideólogos de la causa homosexualista, los organizadores de las Gay Pride y los militantes de asociaciones subversivas del estilo de Act-Up, al igual que los acólitos de la secta LGBT, no sólo no tienen derecho a ser «integrados a la sociedad» sino que deberían verse privados de libertad y apartados sin miramientos de la vida social por atentado contra el pudor y corrupción de la juventud. [Lo que evidentemente no ocurre]

Volviendo de nuevo a la conferencia pontifical en pleno vuelo, asistimos pasmados a la prosecución del extraño discurso de Francisco ante un auditorio cautivado por su desarmante espontaneidad y por el tenor altamente mediático de sus palabras: «El problema no es tener esta tendencia, sino de hacer lobying, eso es lo grave, porque todos los lobbies son malos». (...) esta aseveración (...) no resiste el menor análisis (...) Pretender que la homosexualidad no sea algo problemático, sino solamente el hacer «lobbying», es una falacia que contribuye a trivializar la homosexualidad y a volverla aceptable

Finalmente, es preciso afirmar que, contrariamente a lo que sostiene Francisco, ningún lobby es intrínsecamente perverso. Efectivamente, dado que un lobby es «un colectivo que realiza acciones dirigidas a influir ante la administración pública para promover decisiones favorables a los intereses de ese sector concreto de la sociedad» (Wikipedia). Un lobby será bueno en la medida en que combata por causas justas y será malo cuando lo haga por causas inicuas. Así las acciones conducidas por los grupos feministas en favor del aborto son reprobables, mientras que las realizadas por los grupos pro-vida en su lucha contra la legalización de dicho crimen son encomiables [Un lobby malo y un lobby bueno, podríamos decir]

Esas declaraciones del Papa han sembrado confusión entre los católicos y han favorecido objetivamente a los enemigos de Dios, quienes combaten encarnizadamente para que se acepten los supuestos «derechos» de los homosexuales en el interior de la Iglesia y en la sociedad civil. Prueba de ello es que la más influyente publicación de la comunidad LGBT de los Estados Unidos,The Advocate, eligió a Francisco como la «Persona del año2013», deshaciéndose en alabanzas hacia él por su actitud de apertura y de tolerancia hacia los homosexuales. 

(Continuará)

El infierno existe (por Fray Gerundio)


Desde los últimos 40 años, vengo escuchando constantemente el sonsonete teológico de que el infierno no existe. Es algo que se estuvo cociendo en las calderas de los progresistas mucho tiempo, y que llegado el momento encontró en la propia Iglesia un apoyo monumental. No porque quedara derogada la existencia del infierno (eso cree la gente ignorante y los interesados), sino porque de hecho ni se hablaba de él. Claro, de una cosa de la que no se quiere reconocer su existencia, no se habla. Y asunto concluido.

La Iglesia post-conciliar y los teólogos del progrerío más acusado, creían que hablar del infierno iba a mermar su credibilidad y que le iba a salir la cara de madrastra. Ya dijo Juan XXIII que era preferible el bálsamo de la misericordia. Y efectivamente hablar del infierno no es precisamente un bálsamo, sino una amenaza para la tranquilidad de las conciencias de los cristianos. Aparece muchas veces en el Nuevo Testamento, pero eso no tiene importancia. Son añadidos posteriores (dicen ellos), de algunos aguafiestas –que siempre los ha habido en todas las épocas–, para impedir que los cristianos sean felices y vivan la alegría del Evangelio. Y se quedan tan panchos.

Resulta mucho más fácil decir que Dios perdona y que no hay problema. El infierno son los otros, dijo el cínico de Jean Paul Sartre. El infierno no existe, dijeron los teólogos-vividores apóstatas; el infierno está vacío dijeron otros vividores más comedidos… Y así, un manto de silencio cayó sobre este lugar de perdición.

Claro, con estos prolegómenos, vaya usted ahora a decirle algo a los jóvenes que estudian teología o al hombre de la calle, ese que pontifica sobre lo divino y lo humano después de haber leído un artículo de El País o de haber visto un documental sobre el infierno en alguna cadena televisiva, o de haber leído alguna obra de Pagola, o haberse conectado a periodistadigital, o haber asistido a alguna homilía en alguna catedral. Es igual. Se ha decidido que el infierno no existe y no hay más que hablar.

Mis novicios progres se niegan a reconocer su existencia y dicen que la Iglesia en cierto modo ya lo ha declarado de forma definitiva. Bueno, la verdad es que casi tienen razón, porque nadie habla ya de eso.

Sin embargo, la pasada semana recibí una alegría monumental al leer los sermones del Papa Francisco. En este caso, se trataba de una homilía en una parroquia de Roma, en la cual se hacía un homenaje a todas las víctimas de la mafia, esa plaga que durante muchos lustros viene sacudiendo a la sociedad italiana. Vean lo que dijo el Papa:

“Nosotros rezamos por vosotros, convertíos. Os lo pido de rodillas, es por vuestro bien. Esta vida que vivís ahora no os dará placer, no os dará alegría, no os dará felicidad. El poder, el dinero que tenéis ahora, de muchos negocios sucios, de muchos crímenes mafiosos, el dinero ensangrentado, no podréis llevarlo a la otra vida. Convertíos. Todavía tenéis tiempo para no acabar en el infierno. Es lo que os espera si continuáis por este camino.


Tanta alegría me produjo leer y escuchar estas palabras, que inmediatamente llamé a mis novicios para decirles que ya ven que al final tenía yo razón: el infierno sí que existe, al menos ya para los mafiosos, a no ser que todos se hayan arrepentido antes de morir, como muy bien les indica el Pontífice. Por fin el Papa habla del infierno como algo concreto, a donde pueden ir almas concretas. Es lo que siempre dijo la Iglesia, qué caramba.


Mis pobres muchachos estaban al principio desolados, pero me dijeron que estas palabras las tiene que haber dicho el Papa acuciado en estos momentos de dolor ante las familias; que no ha hecho otra cosa que aprovechar una oportunidad para hacer ver la malicia de la Mafia. Yo les hice observar que no creo que haya hablado el Papa por un motivo oportunista, pensando que iba a agradar a sus oyentes y consciente de que eso de que los mafiosos van al infierno, cae bien entre las multitudes de fanáticos ardientes. No le pega al papa Francisco hablar pensando en agradar al auditorio. Pero el caso es que no he podido convencerles de ello y se han largado a su concierto de rock religioso, sin darme la razón.

Luego, al quedarme solo en mi celda, he sopesado sus argumentos y creo que tienen razón mis novicios. Es la primera vez que se hace alusión a que alguien pueda ir a parar al infierno, pero no lo he escuchado hasta ahora referido a los sodomitas, ni tampoco a los políticos corruptos, ni a los gobernantes que han firmado leyes del aborto (sean de sangre real o de sangre plebeya), ni a los mentirosos, ni a los adúlteros, ni a los que destrozan a los jóvenes con sus impurezas, ni a los que niegan a Dios, ni a los blasfemos que pisotean lo más sagrado, ni a los perjuros de toda calaña, ni a tantos otros que han hecho del pecado su bandera y su orgullo, como los que se autotitulan del orgullo gay. Aquellos que decía san Pablo que su Dios era el vientre y su gloria, sus vergüenzas. Por lo visto, ninguno de éstos puede ir al infierno y no merece la pena advertirles de tamaño peligro.

Tengo que concluir que sí; que ha sido una declaración oportunista. Así que he vuelto a ponerme triste de nuevo. Aunque supongo que todos los que tanto proclaman su fidelidad a Francisco, le seguirán inmediatamente y le imitarán con presteza. Estoy seguro de que de aquí a pocos días, los obispos vascos en pleno, advertirán a los terroristas de ETA que si no se arrepienten van a terminar en el infierno. Una declaración en este sentido de los obispos Setién, Uriarte e incluso los pacíficos Iceta o Munilla, sería demostrativa de su fidelidad al Papa. Como lo sería también alguna advertencia cariñosa al mundo gay de que por ese camino acabarán en el infierno, hecha por algún Obispo.

Pero claro, depende de la oportunidad. Como siempre, es oportuno lo que ayuda al oportunismo. Y no es oportuno lo que no es aclamado por las masas tontorronas.

Desde luego, al menos, ya sabemos que el infierno existe y está poblado… aunque de momento sólo por mafiosos. Vamos a ver si se va llenando. Todo se andará.

Me he sumergido en mis oraciones en la celda y he vuelto a repetir aquella oración que antes era orgullo de la Iglesia y que todo niño aprendía bien pronto: También me pesa porque podéis castigarme con las penas del infierno. Ayudado de vuestra divina gracia, propongo firmemente nunca más pecar, confesarme y cumplir la penitencia….

¡¡Que lejanas y olvidadas me han resultado estas palabras al recitarlas….!!

jueves, 27 de marzo de 2014

Un año de pontificado del Papa Francisco (3 de 7) (Alejandro Sosa Lapida)


3. Francisco y la laicidad del Estado [por Alejandro Sosa Laprida]

Es preciso recordar que, según el principio de laicidad, (piedra angular del pensamiento iluminista), Dios es excluido de la esfera pública y el Estado es emancipado de la Revelación Divina y del Magisterio Eclesiástico en el ejercicio de sus funciones, y es habilitado para actuar de manera totalitaria, quedando 
absolutamente desligado de cualquier tipo de trascendencia espiritual o ética a la que someterse para mantener y conservar su legitimidad, pues no reconoce otra legitimidad como no sea la emanada de la llamada voluntad general y que, por ende, se funda únicamente en la ley positiva que los hombres se dan a sí mismos.

Resultado lógico de este principio es la separación de la Iglesia y del Estado: la sociedad políticamente organizada se exonera ... de respetar la ley divina en su legislación y de someterse a la enseñanza de la Iglesia en materia de fe y de moral ... La laicidad conculca el orden natural existente entre el poder temporal y el espiritual y erige al Estado en poder absoluto, transformándolo así en una maquinaria de guerra con vistas a la descristianización de las instituciones, de las leyes y de la sociedad en su conjunto

Esta supuesta independencia del poder temporal respecto al poder espiritual no debe confundirse con la legítima autonomía de la que goza la sociedad civil en relación a la autoridad religiosa en su propio ámbito de acción, esto es, en la búsqueda del bien común temporal, el cual a su vez se halla ordenado a la búsqueda del bien común sobrenatural, a saber, la salvación de las almas. Esta es la doctrina católica tradicional de la distinción de los poderes espiritual y temporal y de la subordinación indirecta de éste respecto de aquél.


El gran artesano de la pretendida neutralidad religiosa del Estado es la francmasonería, enemigo jurado de la civilización cristiana. Dicha neutralidad no es más que una superchería (...) El Estado laico no es neutro sino en apariencia (...). Sin embargo, en un discurso dirigido a la clase dirigente brasilera el 27 de julio de 2013, durante el transcurso de las Jornadas Mundiales de la Juventud, celebradas en Río de Janeiro, Francisco realizó un elogio entusiasta de la laicidad y del pluralismo religioso, a punto tal de regocijarse por la función social desempeñada por las «grandes tradiciones religiosas, que ejercen un papel fecundo de levadura en la vida social y de animación de la democracia.» , para continuar diciendo que «la laicidad del Estado (…) sin asumir como propia ninguna posición confesional, es favorable a la cohabitación entre las diversas religiones.» Laicismo, pluralismo, ecumenismo, relativismo religioso, democratismo: el número y la magnitud de los errores contenidos en esas pocas palabras, condenados formalmente y en múltiples ocasiones por el Magisterio, requeriría una prolongada exposición que excedería ampliamente los límites de este artículo. 



[Para quienes deseasen profundizar la doctrina católica en la materia, he aquí los documentos esenciales: Mirari vos (Gregorio XVI, 1832),Quanta cura, con el Syllabus (Pío IX, 1864); Immortale Dei y Libertas (León XIII, 1885 y 1888); Vehementer nos y Notre chargeapostolique (San Pío X, 1906 y 1910); Ubiarcano y Quas primas (Pío XI, 1922 y 1925); Ci riesce (Pío XII, 1953)]

(...) La lectura de estos textos del Magisterio permite comprender que el Estado laico, supuestamente neutro, no confesional (...) no es más que una aberración filosófica, moral y jurídica moderna, una monstruosidad política, una mentira ideológica que pisotea la ley divina y el orden natural. La distinción –sin separación- de los poderes temporal y espiritual es algo muy diferente de la pretendida independencia del temporal respecto del espiritual en relación con Dios, la Iglesia, la ley divina y la ley natural: eso tiene nombre, y se llama la apostasía de las naciones


Esta apostasía es el fruto maduro del Iluminismo, de la francmasonería, de la Revolución Francesa y de todas las sectas infernales que de ella proceden (liberalismo, socialismo, comunismo, anarquismo, etc.) Esos son los enemigos despiadados de Dios y de su Iglesia (...) La sociedad moderna, secularizada y apóstata, llega al paroxismo de revolverse contra todo lo que se encuentra por encima de su propia voluntad autónoma y soberana (...). 

Pensemos, por no citar sino un puñado de ejemplos representativos, en esas aberraciones inimaginables que son el matrimonio homosexual, la adopción homo-parental, el derecho al aborto, la legalización de la industria pornográfica, la escuela sin Dios pero con teoría de género y educación sexual obligatorias para corromper la infancia y mancillar la inocencia de las almas inocentes…

Reitero que en esta pretensión insensata de la criatura de prescindir de su Creador radica la característica definitoria de la modernidad, la que constituye la raíz del mal moderno, desvarío metafísico que se manifiesta con una actitud de repliegue del individuo sobre su propia subjetividad, acompañada por el rechazo categórico de un orden objetivo (...) Esta actitud modernista adopta múltiples facetas: Nominalismo, Voluntarismo, Subjetivismo, Individualismo, Humanismo, Racionalismo, Naturalismo, Protestantismo, Liberalismo, Relativismo, Utopismo, Socialismo, Feminismo, Homosexualismo

En todas ellas la raíz es siempre la misma: el sujeto autónomo pretendiendo emanciparse del orden objetivo de las cosas y cuyo desenlace trágico e inevitable es el proyecto descabellado de proponerse crear una civilización que, tras haber expulsado a Dios de la sociedad, se funde exclusivamente en el libre arbitrio soberano del hombre, convertido en fuente de toda legitimidad.  
(Continuará)

miércoles, 26 de marzo de 2014

Un año de Pontificado del Papa Francisco (2 de 7) (Alejandro Sosa Lapida)


2. La cuestión del judaísmo [por Alejandro Sosa Laprida]

La primera carta oficial de Francisco, enviada el mismo día de su elección, fue dirigida al gran rabino de Roma. Hecho por demás sorprendente. La primera carta de su pontificado ¡enviada a los judíos! Acaso esta decisión habrá obedecido a un imperativo evangelizador apremiante, a saber, una proclamación inequívoca del Evangelio, destinada a curarlos de su tremenda ceguera espiritual, una solemne invitación a que reconozcan por fin a Jesús de Nazareth como a su Mesías y Salvador… 


Pues nada de eso. Francisco evoca la «protección del Altísimo», fórmula convencional y vacía de contenido, destinada a ocultar las divergencias teológicas insalvables que separan a la Iglesia de la Sinagoga, para que sus relaciones avancen «en un espíritu de ayuda mutua y al servicio de un mundo cada vez más en armonía con la voluntad de su Creador.» 



Hay dos preguntas que un lector prevenido no puede dejar de formularse. La primera es la siguiente: ¿Cómo puede concebirse una «ayuda mutua» con un enemigo que no tiene sino un objetivo en mente, a saber, la desaparición del cristianismo, y esto desde hace casi dos mil años? ¿En qué cabeza puede caber el absurdo según el cual los judíos desearían «ayudar» a la Iglesia, fundada según ellos por un impostor, por un falso mesías, el cual constituye el principal obstáculo al advenimiento del que ellos aguardan, y a propósito del cual Nuestro Señor les advirtió: «Yo he venido en nombre de mi Padre y vosotros no me habéis recibido; otro vendrá en su nombre y vosotros lo recibiréis» (Jn., 5, 43). 

... La segunda pregunta que se plantea a propósito de la carta enviada por Francisco al gran rabino de Roma es la siguiente: ¿Cómo puede concebirse que una religión falsa (el judaísmo talmúdico, corrupción del judaísmo veterotestamentario), estructurada en base al rechazo, a la condena y al odio de Jesucristo, pueda estar «al servicio de un mundo cada día más en armonía con la voluntad del Creador»? Tamaño absurdo ... se encuentra naturalmente en perfecta consonancia con la modificación de la plegaria por los judíos del Viernes Santo, que Juan XXIII se apresuró a efectuar en marzo de 1959, apenas cuatro meses después de su elección, suprimiendo los términos «perfidis» y «perfidiam» aplicados a los judíos, y que sería luego suprimida definitivamente del nuevo misal aprobado por Pablo VI en abril de 1969 y promulgado en 1970. He aquí la nueva plegaria que en él figura: «Oremos por los judíos, a quienes Dios habló en primer lugar: que progresen en el amor de su Nombre y en la fidelidad a su Alianza.» Plegaria a propósito de la cual cabría efectuar varias observaciones:

1. No se menciona la necesidad de su conversión a Jesucristo.

2. El término «alianza» insinúa que la «antigua» aún tendría vigor.

3. Todo «progreso» en el amor de alguien implica un amor ya presente; ahora bien, ¿cómo podrían «progresar» en el amor del Padre si niegan al Hijo?

4. ¿Y cómo podrían «progresar» en la «fidelidad a su alianza» si se obstinan en rechazar a Jesucristo, sacerdote perfecto y cordero sin tacha, que ha sellado una Nueva Alianza entre Dios y los hombres al inmolarse en la Cruz?

La conclusión cae por su propio peso: nos encontramos ante una nueva teología que marca una ruptura de fondo con la que había tenido curso en la Iglesia desde sus orígenes hasta Vaticano II y que la antigua plegaria por la conversión de los judíos, eliminada de la liturgia latina, expresaba de manera luminosa: «Oremos igualmente por los judíos, que no han querido creer (perfidis judaeis), a fin de que Dios nuestro Señor quite el velo de sus corazones y que conozcan, ellos también, a Jesucristo nuestro Señor (…) Dios eterno y todopoderoso, que no rehúsas tampoco tu misericordia a la infidelidad judía (judaicam perfidiam), escucha las oraciones que te dirigimos por este pueblo enceguecido; haz que conozcan la luz de la verdad, que es Jesucristo, para que sean liberados de sus tinieblas»

El contraste con la nueva plegaria es pasmoso ... Desgraciadamente, el episodio de la carta enviada por Francisco al rabino de Roma en el día de su elección no habría de quedar en eso. En efecto, doce días más tarde Francisco reincidió enviando una segunda carta al rabino, esta vez con motivo de la pascua judía, dirigiéndole sus «felicitaciones más fervientes por la gran fiesta de Pesaj»



Todo esto no deja de suscitar una pregunta insoslayable: desde una perspectiva católica, ¿cuál puede ser la naturaleza de esas « felicitaciones » con motivo de una celebración en la que se ultraja a Jesucristo, único y verdadero Cordero Pascual inmolado en la Cruz en redención de nuestros pecados? Tales « felicitaciones » no pueden sino confortar a los judíos en su ceguera espiritual y mantenerlos, por lo tanto, alejados de su Mesías y Salvador, lo cual es cuando menos paradójico viniendo de parte de un soberano pontífice… Deseo precisar aquí, para evitar cualquier tipo de malentendido, que de ningún modo ataco a los judíos de manera personal, ya que no me caben dudas de que los hay excelentes personas y que profesan sus creencias con toda buena fe.

Al referirme a los judíos entiendo situarme en el plano de los principios teológicos, el único que es pertinente en esta cuestión. Y en ese terreno se comprueba una enemistad irreductible entre la Iglesia, que busca establecer el reino de Jesucristo en la sociedad, y el Judaísmo talmúdico que habiéndose estructurado en oposición a Jesucristo y a la Iglesia, busca obstaculizar su misión evangelizadora, en total coherencia con su teología, que no le permite ver en Jesús de Nazareth más que a un impostor ... y a un falso Mesías que impide la venida del verdadero, el que ellos aguardan ansiosamente con vistas a restaurar del reino de Israel y a regir las naciones desde Jerusalén convertida en la capital de su reino mesiánico mundial.

...Hecha esta aclaración, volvamos a la carta de Francisco, quien concluye diciendo: «Les pido que recen por mí, y les garantizo mi oración por ustedes, con la confianza de poder profundizar los lazos de estima y de amistad recíproca». ... En buena lógica, si los judíos aceptaran rezar por el papa, cosa inimaginable considerando que su misión se opone diametralmente a la suya, se verían obligados a pedir su apostasía del cristianismo y su conversión al judaísmo. Es decir que Francisco implícitamente les estaría pidiendo nada menos que rezaran por él para que pudiera rechazar a Cristo, ¡tal como lo hacen ellos! ... Y esto sin mencionar los lazos de «amistad recíproca» que Francisco evoca al final de su mensaje, ya que la incoherencia de esta expresión no es menos flagrante que la de la anterior.

Expliquémonos: Un amigo es un alter ego, un otro yo, de lo que se sigue que la verdadera amistad no es viable si los amigos no poseen una correspondencia de pensamientos, de sentimientos y de objetivos que vuelva posible la comunión de las almas. Ahora bien, los pensamientos y la acción de la Iglesia y de la Sinagoga son, como ya lo hemos dicho, diametralmente opuestos, sus proyectos son incompatibles, la oposición que existe entre ellas es radical, de suerte que hasta que los judíos no hayan aceptado a Cristo como a su Mesías y Salvador, la enemistad entre ambas permanecerá irreductible, por razones teológicas evidentes, del mismo modo que lo son la luz y las tinieblas, Dios y Satán, Cristo y el Anticristo…

Con este tipo de deseos entramos de pleno en el terreno de la utopía, de la sensiblería humanista, de la negación de la realidad y, sobre todo, en la falsificación del lenguaje y en la perversión de los conceptos: nos encontramos de lleno en la esfera de la ilusión, de la manipulación intelectual y de la mentira. Mentira de la cual sabemos fehacientemente quien es el padre… Monseñor Jorge Mario Bergoglio, cuando era arzobispo de Buenos Aires y cardenal primado de la Argentina, tenía ya la muy peculiar costumbre de acudir regularmente a sinagogas para participar en encuentros ecuménicos, el último de los cuales no remonta más allá del 12 de diciembre de 2012, apenas tres meses antes de su elección pontifical, con motivo de la celebración de Hanukkah, la fiesta de las luces, en la cual se enciende cada tarde una vela en un candelabro de nueve brazos durante ocho días consecutivos, liturgia cuyo significado es, desde un punto de vista espiritual, la expansión del culto judío.

El cardenal Bergoglio participó activamente en la ceremonia del quinto día, encendiendo la vela correspondiente. De más está decir que evento semejante no se había producido jamás en la historia de la Iglesia. Y que constituye un hecho altamente perturbador. Aunque no menos inquietante resulta ser el hecho de que este tipo de gestos escandalosos pasen completamente desapercibidos para la inmensa mayoría de los católicos, profundamente aletargados, imbuidos hasta la médula del pensamiento revolucionario que socava la Fe y debilita el sensus fidei de los creyentes, compenetrados de la ideología pluralista, humanista, ecuménica, democrática y derecho-humanista que sus pastores les inculcan sin cesar desde hace más de medio siglo, ideología que es totalmente extraña al depósito de la Revelación y que se ha vuelto el leitmotiv de los discursos oficiales de la jerarquía eclesiástica desde el Vaticano II.

Para concluir este apartado, he aquí un pequeño extracto de lo que Francisco decía a los judíos en otra sinagoga de Buenos Aires, Bnei Tikva Slijot, en septiembre de 2007, durante su participación a la ceremonia de Rosh Hashanah, el año nuevo hebreo: «Hoy, en esta sinagoga, tomamos nuevamente conciencia de ser pueblo en camino (???) y nos ponemos en presencia de Dios. Hacemos un alto en nuestro camino para mirar a Dios y dejarnos contemplar por El». ¿Qué interpretación podrá atribuirse al «nosotros» empleado por Francisco? ¿Qué realidad querrá designar utilizando la palabra «Dios»? En todo caso, habida cuenta del contexto, no podría designar a Dios Padre, pues si no está claro que los judíos no rechazarían al Hijo. En efecto, Nuestro Señor les dijo: «Si Dios fuese vuestro Padre, me amaríais, pues Yo salí y vengo de Dios (Jn 8,42) ... 
Vosotros tenéis por padre al Diablo, y queréis cumplir los deseos de vuestro padre (Jn 8,44) Quien es de Dios escucha las palabras de Dios; por eso vosotros no las escucháis, porque no sois de Dios» (Jn. 8,47). 


Hecho de lo más sorprendente: durante su extenso discurso pronunciado en esa sinagoga de la capital argentina, quien en ese entonces no era «sino» Monseñor Jorge Mario Bergoglio, arzobispo de Buenos Aires y cardenal primado de la Argentina, no se dignó a pronunciar ni siquiera una vez el Santo Nombre de Jesús

martes, 25 de marzo de 2014

Un año de Pontificado del Papa Francisco (1 de 7) (Alejandro Sosa Lapida)


Un año de Pontificado, una desoladora realidad
(por Alejandro Sosa Laprida)

He leído este artículo en Tradición digital. Y, aunque es bastante largo, creo que merece la pena su lectura. Como se trata de una tarea ardua, que requiere mucho tiempo, me he permitido incorporarlo poco a poco en este blog, a lo largo de varias entradas, en las categoría "Varios autores" y "El Papa Francisco". En la parte superior se encuentra un enlace a las diferentes partes en las que he dividido este estudio del autor. A veces añado algún comentario entre corchetes. Los subrayados, negritas y cursivas son míos. El nombre del autor es Alejandro Sosa Laprida. Aunque no sea muy conocido (al menos para mí) dice una serie de cosas que considero que nos pueden servir de reflexión. Hace un estudio sobre el primer año de pontificado del papa Francisco, diciendo sólo algunas de las muchísimas cosas que se podrían decir; y todo ello documentado. Comienza expresando un deseo, y es lo bueno que sería tener ahora un apologeta de fuste, y que ojalá la Divina Providencia, en su misericordia infinita, nos enviara uno para esclarecer nuestras aletargadas inteligencias con sus luminosas enseñanzas. Pero, como dice el autor, "a la espera de que ello ocurra, me atrevo a hacer público este modesto artículo, en el que he intentado suplir con un trabajo serio y minucioso mi escasez de talento y compensar una ciencia exigua con el amor incondicional y sin reservas por la verdad ultrajada".

1.- El extraño pontificado del Papa Francisco

Como católico, verme en conciencia obligado a emitir críticas hacia el Papa me resulta sumamente doloroso. Y la verdad es que sería muy feliz si la situación de la Iglesia fuese normal y no encontrase, por consiguiente, ningún motivo para formularlas.

Desafortunadamente, nos hallamos confrontados al hecho incontestable de que Francisco, en apenas un año de pontificado, ha realizado incontables gestos atípicos y ha efectuado un sinnúmero de declaraciones novedosas y por demás preocupantes.

Los hechos en cuestión son tan abundantes que no resulta posible tratarlos todos en el marco, necesariamente restringido, de este artículo. A la vez, no es tarea sencilla limitarse a escoger sólo algunos de ellos, ya que todos son portadores de una carga simbólica que los vuelve inauditos a la mirada del observador atento y sintomático de una situación eclesial sin precedentes en la historia.

Tras ardua reflexión, he retenido aquellos que me parecen ser los mejores indicadores de la tonalidad general que es posible observar en este nuevo pontificado. Esos hechos se agrupan en CINCO TEMAS DIFERENTES: el Islam, el Judaísmo, la laicidad, la homosexualidad y la masonería.

Tras haberlos expuestos en ese orden, intentado hacer ver en qué medida son indicadores de una inquietante anomalía en el ejercicio del Magisterio y de la pastoral eclesiales, expondré de manera más sucinta otra serie de dichos y hechos que permitirán ilustrar aún más, si eso fuera posible, la heterodoxia radical que trasuntan los principios y la praxis bergoglianos. Finalmente, suministraré una serie de enlaces a artículos de prensa en los que el lector podrá verificar la exactitud de los hechos referidos en el cuerpo del artículo.

1. LA CUESTIÓN DEL ISLAM

El 10 de julio de 2013 Francisco envió a los musulmanes de todo el mundo un mensaje de felicitación por el fin del Ramadán. Debemos precisar que se trata de un gesto que jamás se había producido en la Iglesia Católica antes del Concilio Vaticano II. Y debemos añadir que ningún Papa había dirigido semejantes saludos a los mahometanos antes del pontificado de Francisco. La razón es muy sencilla, y por cierto manifiesta para cualquier católico que no haya perdido completamente el sensus fidei: los actos de las otras religiones carecen de valor sobrenatural y, objetivamente considerados, no pueden sino alejar a sus adeptos del único camino de salvación: Nuestro Señor Jesucristo. ¿Cómo no estremecerse de espanto al escuchar a Francisco decir a los adoradores de «Allah» que «estamos llamados a respetar la religión del otro, sus enseñanzas, sus símbolos y sus valores»? Es imposible dejar de comprobar la distancia insalvable que existe entre esta declaración y lo que nos enseñan los Hechos de los Apóstoles y las epístolas de San Pablo… Que se deba respetar a las personas que se encuentran en los falsos cultos, eso cae de su peso y nadie lo discute, pero que se promueva el respeto de falsas creencias que niegan la Santa Trinidad de las Personas Divinas y la Encarnación del Verbo de Dios es algo insostenible desde el punto de vista del Magisterio Eclesiástico y de la Revelación divina.

Sin embargo, es preciso reconocer que, en este punto, no se puede tildar a Francisco de innovador, ya que no hace más que continuar con la línea revolucionaria introducida por el Concilio Vaticano II, el cual pretende, en la declaración Nostra Aetate acerca de la relación de la Iglesia con las religiones no cristianas (Hinduismo, Budismo, Islam y Judaísmo) que «la Iglesia Católica no rechaza nada de lo que es verdadero y santo (!!!) en esas religiones. Considera con un sincero respeto esas maneras de obrar y de vivir, esas reglas y esas doctrinas (…) Exhorta a sus hijos para que (…) a través del diálogo y la colaboración (!!!) con los adeptos de otras religiones (…) reconozcan, preserven y hagan progresar los valores espirituales, morales y socio-culturales que se encuentran en ellos.» Palabras que provocan estupor, ya que es algo palmariamente absurdo pretender que se deba «colaborar» con gente que trabaja activamente para instaurar creencias, y a menudo costumbres, que son contrarias a las del Evangelio.

¿Cómo no ver en ese «diálogo» tan mentado una profunda desnaturalización de la única actitud evangélica, que es la de anunciar al mundo la Buena Nueva de Jesucristo, quien nos ha dicho sin ambages lo que nos corresponde hacer como discípulos: «Todo poder me ha sido dado en el cielo y en la tierra. Id y haced discípulos de todas las naciones, bautizándolos en el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo, y enseñadles a observar todo cuanto os he mandado» (Mt. 28, 18-20).

Esta noción de «diálogo» con las demás religiones carece de todo fundamento bíblico, patrístico y magisterial y, de hecho, no es sino una impostura tendiente a desvirtuar el auténtico espíritu misionero, que consiste en anunciar a los hombres la salvación en Jesucristo, y de ninguna manera en un utópico « diálogo » entre interlocutores situados en pie de igualdad, enriqueciéndose recíprocamente y pretendiendo buscar juntos la verdad. Esa pastoral conciliar innovadora fundada en un «diálogo» inscrito en un contexto de «legítimo pluralismo», de «respeto» hacia las religiones falsas y de «colaboración» con los infieles no es más que una pérfida celada tendida por el enemigo del género humano para neutralizar la obra redentora de la Iglesia.

A ese respecto, baste con citar la única situación de auténtico «diálogo» que nos relatan las Escrituras, y lo que es más, justo al comienzo, a fin de estar definitivamente alertados acerca de su carácter intrínsecamente viciado: se trata del «diálogo» al cual se prestó Eva en el jardín del Edén con la serpiente y que habría de desembocar en la caída del género humano (Gn. 3, 1-6). Se podría dar una lista interminable de citas del Nuevo Testamento, de los Santos Padres y del Magisterio de la Iglesia para refutar la patraña según la cual los falsos cultos deben ser objeto de un «respeto sincero» hacia sus «maneras de obrar y de vivir, sus reglas y sus doctrinas» y para probar que, a diferencia de las personas que los profesan y que naturalmente deben ser objeto de nuestro respeto, de nuestra caridad y de nuestra misericordia, pero de ningún modo las falsas doctrinas religiosas merecen «respeto». En dichas religiones no se encuentra ningún elemento de «santidad» y los elementos de verdad que puedan contener están subordinados al servicio del error.

Se debe reconocer que Francisco es perfectamente coherente en su mensaje con lo que el documento conciliar dice acerca de los musulmanes, a saber, que «la Iglesia mira también con estima a los musulmanes, que adoran al único Dios, viviente y subsistente, misericordioso y todopoderoso, creador del cielo y de la tierra, que ha hablado a los hombres y que procuran someterse con toda su alma a los decretos de Dios». Ahora bien, cualquiera sea la sinceridad de los mahometanos en la creencia y en la práctica de su religión, no por ello es menos falso sostener que «adoran al único Dios», «que ha hablado a los hombres» y que « buscan someterse a los decretos de Dios», por la sencilla razón de que «Allah» no es el Dios verdadero, que Dios no ha hablado a los hombres a través del Corán y que sus decretos no son los del Islam.

Se trata de un lenguaje inédito en la Historia de la Iglesia y que contradice veinte siglos de Magisterio y de pastoral eclesiales. Esa práctica heterodoxa ha conducido a los múltiples encuentros inter-religiosos de Asís, en donde se ha alentado a los miembros de los diferentes cultos idolátricos a rezar a sus «divinidades» para obtener «la paz en el mundo». Falsa paz, naturalmente, puesto que se persigue injuriando al único Señor de la Paz y Redentor del género humano, al igual que a su Iglesia, única Arca de Salvación. Y esta engañosa noción de «diálogo» ha conducido igualmente a los últimos pontífices a mezquitas, sinagogas y templos protestantes en los que, con el gesto y la palabra, ..., no han vacilado en denigrar públicamente a la Iglesia de Dios criticando la actitud « intolerante » de la que la Iglesia habría dado muestras hacia ellos
 en el pasado .

Un ejemplo reciente de esta nueva mentalidad ecuménica malsana, sincretista y relativista, condenada solemnemente por Pío XI en su encíclica Mortalium Animos de 1928 : El 19 de enero de 2014, con motivo de la Jornada mundial de los migrantes y de los refugiados, Francisco se dirigió a un centenar de jóvenes refugiados en una sala de la parroquia del Sagrado Corazón, en Roma, diciéndoles que es necesario compartir la experiencia del sufrimiento, para luego añadir: «que los que son cristianos lo hagan con la Biblia y que los que son musulmanes lo hagan con el Corán (!!!). La fe que vuestros padres os han inculcado os ayudará siempre a avanzar.»

[Tomo de Stat Veritas el siguiente párrafo que habla de esto precisamente. Como acabamos de leer, según el Papa Francisco: “Los que son cristianos, con la Biblia, y los que son musulmanes, con el Corán”.


Resulta, por lo tanto, que según la mirada modernista del ecumenismo conciliar, la falsa religión musulmana y el cristianismo parecen ser más o menos lo mismo, siendo así que el Corán es un libro donde –entre otras cosas- se niega la divinidad de Cristo y se recomienda la persecución al cristianismo. ¿Cómo puede recomendar el Papa Francisco a estos jóvenes musulmanes que sigan leyendo y profundizando el Corán, “la fe de sus padres”? ]


Esta nueva praxis conciliar es lisa y llanamente escandalosa, por un doble motivo: por un lado, mina la fe de los fieles cristianos cuando éstos confronten su Religión con esas falsas religiones, que son valoradas positivamente por sus propios pastores; por otro lado, socava las posibilidades de conversión de los infieles, quienes se ven confortados en sus errores [que ya dejarían de serlo] precisamente por aquellos que deberían ayudarlos a librarse de ellos, anunciándoles la Buena Nueva de la Salvación, recibida por Aquel que dijo [de Sí mismo]: «Yo soy el Camino, la Verdad y la Vida» (Jn. 14, 6).

(Continuará)

lunes, 24 de marzo de 2014

El gran atractivo del Evangelio (2 de 2) [José Martí]


Dios es rechazado. No soportamos su amor, no lo queremos. Aceptarlo supone complicarnos la vida. Y puesto que se piensa que no hay más vida que ésta y que todo acaba con la muerte, pues ¡ancha es Castilla!, como aquel que dice. Se implanta así el egoísmo como norma de vida. Y se vive en la mentira (si a eso se le puede llamar vida)... cuando sería tan bonito escuchar y vivir conforme a las palabras de Jesús, esas palabras que son Espíritu y Vida (Jn 6,63) y que nos dicen que Él es la Verdad (Jn 14,6) y que "la Verdad os hará libres" (Jn 8,32). Sólo el estar junto al Señor, el vivir para Él, el vivir como Él, el tener sus sentimientos y su mente, el tener su Corazón, sólo eso nos puede hacer realmente felices, ya en este mundo... y luego por toda la eternidad.

No lo debemos olvidar: "Ésta es la victoria que ha vencido al mundo: nuestra fe" (1 Jn 5,4), pues "¿quién es el vencedor del mundo sino el que cree que Jesús es el Hijo de Dios?" (1 Jn 5,5). 


Lo que atrae al mundo (y a todos los hombres de buena voluntad) es lo que viene de Dios y no lo que es invención de los hombres. Jesús arremetió duramente contra los fariseos, porque querían cambiar el mensaje de Dios por preceptos que son invenciones humanas: "Hipócritas, bien profetizó de vosotros Isaías, según está escrito: 'Este pueblo me honra con los labios, pero su corazón está lejos de Mí. En vano me dan culto, ya que enseñan doctrinas que son preceptos de hombres' " (Mc 7, 6-7). Hoy en día -incluso en las altas capas de la Jerarquía eclesiástica- por lo que se conoce como "razones pastorales", se quiere cambiar la doctrina católica por doctrinas que son invenciones de hombres




Se pueden poner muchos ejemplos. Valga uno de muestra: el mero hecho de plantear la posibilidad de la comunión de los que están divorciados y vueltos a casar (a fin de evitar que sufran) conlleva, además de minusvalorar el mandamiento de Dios, que no hay ningún problema en plantear dudas sobre temas que son de fe y que, por lo tanto, no son cuestionables. El gran peligro es que si algo se pone en tela de juicio es porque no debe ser muy importante o porque no está tan claro que tenga que ser así, que es lo que la gente acabará pensando... con lo que se estaría cambiando la doctrina dada por Dios acerca de este tema ... ¡y esto es muy grave! Además de estar en contra de la voluntad de Dios, según la cual el matrimonio es indisoluble ["Lo que Dios ha unido no lo separe el hombre" (Mc 10,9)], "misericordiar" para que no sufran no les hace ningún bien, porque se les está mintiendo. La verdad es que "cualquiera que repudie a su mujer y se case con otra, comete adulterio; y si la mujer repudia a su marido y se casa con otro, adultera" (Mc 10, 10-12). Y ya sabemos que "los adúlteros... no poseerán el reino de Dios" (1 Cor 6,9). El adulterio es un pecado grave. Siendo esto así, si se llegara a admitir que los divorciados y vueltos a casar pueden recibir la comunión, nos estaríamos encontrando con que es posible recibir la comunión en estado de pecado grave, en contra de lo que leemos en la Sagrada Escritura: "Quien coma el pan o beba el cáliz del Señor indignamente, será reo del cuerpo y de la sangre del Señor" (1 Cor 11,27). 

¿Que está ocurriendo? A mi entender, todo hace pensar que en el fondo de estas cuestiones late una falta de fe en la presencia real de Jesucristo en la Eucaristía, por nombrar sólo lo más importante. ¡Tales cuestiones ni siquiera deberían llegar a plantearse! Si hay algo claro, en cuestión de misericordia es que, como decía San Agustín, es preciso amar al pecador y ayudarle, pero nunca engañarle. El pecado sigue siéndolo y, como tal, ha de ser odiado porque aparta de Dios, que es el Sumo Bien. La persona que pasa por situaciones tan difíciles debe ser ayudada y comprendida y sufrir con ella, pero no merece ser engañada y que se le diga que está bien aquello que no está bien. 


Miremos por donde lo miremos, lo mejor y lo único que nos puede salvar es, ha sido y será siempre el vivir conforme a la voluntad de Dios, manifestada en Jesucristo. No hay otro camino. Y, además, es el mejor. ¿O es que nosotros somos más listos y más buenos que Dios? 

El gran atractivo del Evangelio (1 de 2) [José Martí]




Para llegar mejor a la gente, se dice que no se cambia la doctrina sino la praxis. Se habla de "razones pastorales" y de adaptarse al mundo de hoy para proceder así. En teoría eso está bien, pues de lo que se trata es de que el Evangelio llegue a todas las gentes. Eso es verdad. Pero el peligro es manifiesto, porque el Evangelio debe transmitirse íntegramente, sin añadir ni quitar nada. Y, además, no se trata de "dialogar con el mundo": Tal diálogo es imposible. Se trata de atraer al mundo hacia Cristo, pero no de mezclarse con el mundo y hacerse mundanos. No es la Iglesia la que debe adaptarse al mundo (¡doctrinalmente no puede hacerlo!), sino el mundo el que debe acercarse a la Iglesia, para lo cual es necesario que ésta cumpla las enseñanzas de su Maestro: "Y Yo, cuando sea levantado de la tierra, atraeré a todos hacia Mí" (Jn 12,32). Lo único que puede atraer a la gente a Dios, encarnado en Jesucristo, es el Amor. Sólo el amor (entendido como Dios lo entiende) puede dar sentido a la vida. Y "nadie tiene amor más grande que el que da la vida por sus amigos" (Jn 15,13). De nuevo aparece la Cruz (la cruz de Cristo) como la máxima expresión de amor. Eso es lo que atrae y lo que hace hermosa la vida: el amor. Pero no se puede olvidar que amor y sufrimiento van unidos en esta vida. San Juan aclara el "atraeré a todos hacia Mí": "Decía esto [Jesús] señalando de qué muerte iba a morir" (Jn 12,33). 



Por más vueltas que le demos siempre llegamos a lo mismoSan Pablo escribía a los filipenses: "Escribiros lo que os he dicho en otras ocasiones no me molesta, y para vosotros es motivo de seguridad" (Fil 3,1). Y es que es así, no hay otro camino"Yo soy el Camino, la Verdad y la Vida. Nadie va al Padre sino por Mí" (Jn 14,6). 

Así pues: para que el mundo se acerque a la Iglesia (en definitiva, para que el mundo se acerque a Dios) para que la Iglesia sea realmente "atractiva" debe seguir el camino que su Fundador le ha trazado. ¿Pensamos nosotros que nuestras ideas son mejores que las de Dios? ¿Pensamos que si cambiamos el mensaje "exigente" del Evangelio por otro "más acorde" con nuestro tiempo, la gente se va a acercar más a Dios? Pues no es eso lo que está ocurriendo; justo todo lo contrario: la sociedad, en su conjunto, se está alejando cada vez más de Dios, y precisamente desde que se han rebajado las exigencias del Evangelio, queriendo hacerlo más "humano". Recordamos aquí el famoso "aggiornamiento" (o puesta al día) que ha tenido lugar a partir del Concilio Vaticano II, desde hace cincuenta años. Los frutos recogidos no son los que hubiera cabido esperar.

¡Y es que no podemos inventarnos un nuevo Evangelio, distinto del que ya existe, del que ya ha sido dado de un modo definitivo y permanente!: "Jesucristo es el mismo ayer y hoy y lo será siempre(Heb 13,8). Es por eso por lo que nos exhorta San Pablo diciendo: "no os acomodéis a este mundo, sino transformaos por la renovación de la mente" (Rom 12,2); o también: "Tened entre vosotros los mismos sentimientos que tuvo Cristo Jesús" (Fil 2,5). Los frutos se producirán cuando cumplamos bien con la misión que se nos ha encomendado, como cristianos. Y sabemos perfectamente que la condición normal del cristiano es la de odio por parte del mundo. No tenemos por qué asustarnos. Todo lo contrario. Deberíamos preocuparnos si no fuese así, porque eso fue lo que nos dijo Jesús: "Si el mundo os odia, sabed que me ha odiado a Mí antes que a vosotros. Si fuerais del mundo, el mundo amaría lo suyo; pero como no sois del mundo, sino que Yo os escogí del mundo, por eso el mundo os odia" (Jn 15, 18-19). Y con una advertencia muy seria: Ay cuando todos los hombres hablen bien de vosotros!" (Lc 6,26). 

El hombre de hoy se quiere fabricar su propia religión, sustituyendo la religión de Dios por una "religión" del hombre; una religión, además, cambiante, en función de los acontecimientos que vayan surgiendo a medida que pasa el tiempo. Nada de verdades absolutas. Todo es relativo, todo cambia (como decía Heráclito). Lo que hoy es cierto mañana será falso; no hay nada seguro; cada uno tiene sus propias verdades que hay que respetar, etc. Esta situación de relativismo, extendida a todo, también a lo moral, ha dado lugar a que hoy se admiten como normales (e incluso como signos de progreso) cosas tales como la homosexualidad, el divorcio, el aborto, etc... que son auténticas aberraciones. La "libertad" del hombre es la que decide lo que está bien y lo que está mal. Y la libertad no se puede sujetar a nada...Como decía Zapatero, ex-presidente de Gobierno, haciendo alarde, una vez más, de sus continuas sandeces y parafraseando a Jesucristo, en términos que yo calificaría de blasfemos, puesto que son burlescos: "La libertad os hará verdaderos". Y es en este ambiente de hedonismo, de relativismo moral, de huida de cualquier contrariedad, por nimia que sea, de ausencia de amor, en definitiva, en el que nos estamos moviendo; este es el ambiente social que se respira hoy en día.
(Continuará)

domingo, 23 de marzo de 2014

El pecado, misterio de Iniquidad (José Martí)

El amor de Dios hacia nosotros es algo realmente misterioso, pues no es una palabra más, como las que utilizamos nosotros. Se trata de un verdadero amor, siendo así que nosotros somos tan solo sus criaturas. Por eso, cuando el hombre pecó (pecado que se transmitiría a toda su descendencia, pues en Adán pecó toda la humanidad, humanidad que se reducía a un solo hombre y una sola mujer), Dios no lo abandonó, sino que le hizo una Promesa. "El Señor dijo a la serpiente: ... Pondré enemistad entre tí y la mujer, entre tu linaje y el suyo; Él te herirá en la cabeza, mientras tú le herirás en el talón" (Gen 3, 15). 

[Este pasaje suele conocerse como "Protoevangelio", porque es el primer anuncio del Redentor, nacido de una mujer. La Iglesia siempre ha entendido estos versículos en sentido mesiánico, referidos a Jesucristo; y ha visto en la mujer, madre del Salvador prometido, a la Virgen María, como nueva Eva].  

La serpiente simboliza al Diablo, que es nuestro gran enemigo. Como sabemos el Diablo no es un dios malo (Dios sólo hay uno y es infinitamente bueno). El Diablo es una de las criaturas (espíritus puros; no tienen un cuerpo como nosotros) también) creadas por Dios y sometidas a una prueba; es uno de los millones de ángeles que Dios creó: "Se entabló un gran combate en el cielo: Miguel y sus ángeles lucharon contra el dragón. También lucharon el dragón y sus ángeles, pero no vencieron, y no hubo ya para ellos un lugar en el cielo. Fue arrojado aquel gran dragón, la antigua serpiente, llamado Diablo y Satanás, que seduce y engaña a todo el universo. Fue arrojado a la tierra, y sus ángeles fueron arrojados con él" (Ap 12, 7-9) ... "Cuando el dragón vio que había sido arrojado a la tierra, persiguió a la mujer que había dado luz al varón" (Ap 12,13)...El relato cuenta cómo la mujer escapó del dragón, y añade: "El dragón se enfureció contra la mujer y se marchó a hacer la guerra al resto de su descendencia, aquellos que guardan los mandamientos de Dios y mantienen el testimonio de Jesús(Ap 12,17) 

Por eso el apóstol Pablo, en su carta a los efesios, les dice: "No es nuestra lucha contra la sangre o la carne, sino contra los principados y potestades, contra los dominadores de este mundo de tinieblas, y contra los espíritus malignos que están en los aires" (Ef 6,12)

El Diablo es una realidad ignorada. Tanto mayor es su triunfo cuanto más se le ignora y se niega su existencia. El linaje de la serpiente se refiere precisamente a todos aquellos que consienten en ser engañados y seducidos por ella (es decir, por el Diablo) y odian a Jesucristo y a los cristianos (en lenguaje bíblico, "el mundo"). El linaje de la mujer se refiere a Jesucristo, en primer lugar; y luego a todos los que se acogen a Él como única tabla de salvación. Recordemos lo que le dijo Dios a la serpiente: "Pondré enemistad entre tu linaje y el suyo [el de la mujer]". La Biblia es muy clara en la relación que debe existir entre aquellos que sirven a Jesucristo y aquellos que lo odian"No os unzáis a un mismo yugo con los infieles. Porque, ¿qué tiene que ver la justicia con la iniquidad? ¿Y qué armonía cabe entre Cristo y Belial? ¿O qué parte tiene el creyente con el infiel? ¿Y cómo es compatible el templo de Dios con los ídolos(2 Cor 6, 14-16). 

El mismo Jesús lo ha dicho en multitud de ocasiones: "Nadie puede servir a dos señores" (Mt 6,24); "El que no está conmigo está contra mí(Mt 12,30), etc. Todo esto significa que no cabe ningún "diálogo" con los que son enemigos de Jesucristo. La única actitud propia de un cristiano para con aquellos que no lo son es la de rezar por ellos, para que se conviertan; y la de amarlos, según el mandamiento que Jesús nos dejó: "Amad a vuestros enemigos y rezad por los que os persiguen" (Mt 5, 44). Pero la doctrina es intocable. 

Que es justamente lo que dijo Pedro, el primer Papa, hablando de Jesucristo"En ningún otro está la salvación; pues no hay ningún otro nombre bajo el cielo, dado a los hombres, por el que podamos salvarnos" (Hech 4,12). La cantidad de párrafos del Evangelio en los que aparece esta idea es innumerable, por lo que no debería caber ninguna duda, en este sentido, entre los cristianos, acerca del único tipo de relaciones que podemos tener con aquellos que no son cristianosY no es que nosotros seamos mejores que ellos (¡en absoluto!), pero "no podemos dejar de hablar de lo que hemos visto y oído" (Hech 4,20). Y esto aunque nos amenacen, nos insulten e incluso aunque nos quiten, por ello, la vida. No podemos avergonzarnos del Señor.

Nuestro modo de actuar ha de ser como el de los apóstoles. Cuando, después de haber sido encarcelados, los condujeron al Sanedrín, y el Sumo Sacerdote les increpó para que no siguieran enseñando en el nombre de Jesús, ellos respondieron: "Hay que obedecer a Dios antes que a los hombres" (Hech 5,29). Y luego "los azotaron, les ordenaron que no hablaran en el nombre de Jesús, y los soltaron. Ellos salieron gozosos de la presencia del Sanedrín, porque habían sido dignos de sufrir ultrajes a causa de su Nombre. Y todos los días, en el Templo y en las casas, no cesaban de enseñar y anunciar a Cristo Jesús" (Hec 5, 40-42)

La Promesa que aparece en el Protoevangelio se cumple con la venida de Jesús al mundo. El Amor de Dios por nosotros le llevó hasta el extremo de querer vivir nuestra propia vida. Y para que eso fuera posible, el Hijo de Dios, en obediencia a la voluntad de su Padre, asumió nuestra condición humana y se hizo realmente hombre, uno de nosotros (en todo igual a nosotros, menos en el pecado). 

Su Amor por nosotros (por cada uno), un amor real y verdadero, le llevó a compartir "real y verdaderamente" nuestra vida, haciéndose uno de nosotros (sin dejar de ser Dios). Tomó sobre sí los pecados de todos los hombres de todos los tiempos y lugares que existieron, existen y existirán. Los asumió como suyos, como verdaderamente suyos; los hizo suyos. Así lo afirma San Pablo, usando una expresión muy fuerte y misteriosa: "se hizo pecado por nosotros" (2 Cor 5,21). Él, que no conoció pecado alguno, el Justo entre los justos, atrajo sobre Sí toda la Justicia del Padre, que recayó sobre Él, como si Él fuese pecador y responsable de los pecados de toda la Humanidad



¿Cómo es esto posible? Es un misterio: tremendo misterio de Amor en íntima relación con el misterio de Iniquidad que es el pecado (2 Tes 2,7). Una ofensa infinita (como era la ofensa hecha a Dios por el hombre) necesitaba de una reparación infinita (algo que el hombre, ser finito, no podía llevar a cabo de ninguna de las maneras). Y es aquí donde aparece el inexplicable Amor personal de Dios por todos y cada uno de nosotros. Este Amor le llevó hasta el extremo de tomar nuestra naturaleza humana, haciéndose uno de nosotros, para redimirnos, haciendo Suyos todos nuestros pecados. Se ofreció a Sí mismo a su Padre, como Víctima expiatoria, y padeció y murió para hacer posible nuestra salvación:


[una salvación objetiva, que es para todos los hombres. Y una salvación subjetiva, en el sentido de que es precisa una respuesta de amor por nuestra parte para que la salvación objetiva se nos pueda aplicar]

"Murió por todos, para que los que viven no vivan ya para sí, sino para Aquel que por ellos murió y resucitó" (2 Cor 5, 15). El Amor que Él nos mostró requiere por nuestra parte una respuesta amorosa, pues el amor verdadero siempre es bilateral: o es recíproco, del uno para el otro y del otro para el uno... o no es amor. Por eso no es suficiente el hecho de que Dios se haya hecho hombre para salvarnos. ¿Por qué? Pues, precisamente, porque lo ha hecho por Amor, lo ha hecho para que nosotros lo amemos también, libremente ... pues el amor jamás puede imponerse. Se salvarán aquellos que respondan con un amor semejante a aquel que Él nos tiene (un amor, por lo tanto, que esté dispuesto a dar la vida por Él, como Él la dio por nosotros; un amor que va unido, necesariamente, a la Cruz).


Y ésta es la razón por la que Dios, revelado en Jesucristo, es negado y perseguido. No se puede comprender que Dios haya procedido como lo relatan los Evangelios. Es algo completamente inaccesible a la razón y a la imaginación humana. Hoy, más que nunca, de hecho, y de un modo sistemático, el Amor, que es Dios, es rechazado. Vuelven a cumplirse las palabras de San Pablo, cuando decía: "Nosotros predicamos a Cristo crucificado, escándalo para los judíos y locura para los gentiles" (1 Cor 1,23), con la agravante de que hoy se conoce mejor que entonces hasta dónde puede llegar la Humanidad cuando se rechaza a Jesucristo.

Digámoslo una vez más: La negación de la Cruz de Jesucristo es la negación del Amor de Dios, es la negación del mismo Dios quien, en la Persona de su Hijo, se hizo uno de nosotros porque quería mantener con cada uno unas relaciones íntimas de amor. Esto "el mundo" no lo puede comprenderDe ahí esa lucha contra lo sobrenatural que se está produciendo en la actualidad, una lucha que es realmente odio hacia todo lo que es Bueno, Verdadero y Bello.
José Martí