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sábado, 15 de agosto de 2020

Monseñor Viganò: “Cristo Rey no sólo ha sido destronado de la sociedad, sino también de la Iglesia”





TE ADORET ORBIS SUBDITUS

O ter beata civitas
cui rite Christus imperat,
quae jussa pergit exsequi
edicta mundo caelitus!

Ciudad tres veces dichosa
en que Cristo bien gobierna impera,
la que obedece gozosa
la ley que del Cielo llega.

Tomó Jesús a Pedro, a Santiago y a Juan, su hermano, a un monte alto. Y se transfiguró ante ellos; brilló su rostro como el sol y sus vestidos se volvieron blancos como la luz. Y se les aparecieron Moisés y Elías hablando con Él Tomando Pedro la palabra, dijo a Jesús: «Señor, ¡qué bien estamos aquí! Si quieres, haré aquí tres tiendas, una para Ti, otra para Moisés y otra para Elías.» Aún estaba él hablando, cuando los cubrió una nube resplandeciente, y salió de la nube una voz que decía: «Éste es mi Hijo amado, en quien tengo mi complacencia; escuchadle.» Al oírla, los discípulos cayeron sobre su rostro, sobrecogidos de gran temor. Jesús se acercó, y tocándolos dijo: «Levantaos, no temáis». Alzando ellos los ojos, no vieron a nadie, sino solo a Jesús. Al bajar del monte, les mandó Jesús diciendo: «No deis a conocer a nadie esta visión hasta que el Hijo del hombre resucite de entre los muertos» (Mt. 17, 1-9).

Permítanme, queridos amigos, que les transmita algunas reflexiones sobre la realeza de Nuestro Señor Jesucristo, que se manifestaron en la Transfiguración que celebramos hoy, después de otros episodios importantes de la vida terrena del Señor: desde los ángeles que se cernían sobre la cueva de Belén hasta su bautizo en el río Jordán, pasando por la adoración de los Magos.

He escogido este tema porque creo que en cierta forma sintetiza el hilo conductor de nuestro compromiso católico; no sólo en privado y en la vida familiar, sino también y ante todo en la vida social y política.

Para empezar, reavivemos nuestra fe en la realeza universal de nuestro Divino Salvador.

Él es verdaderamente Rey del Universo. Es decir, posee soberanía absoluta sobre toda la creación, toda la especie humana, incluso sobre quienes no pertenecen a su grey, que es la Iglesia Santa, Católica, Apostólica y Romana.

Toda persona es ciertamente una criatura de Dios. Toda persona le debe todo su ser, tanto en el conjunto de su naturaleza como en cada una de las partes que la componen: cuerpo, alma, facultades, inteligencia, voluntad y sentidos. Las acciones de dichas facultades, así como las de todos los órganos corporales, son dones de Dios, cuyo dominio se extiende a todos sus bienes como frutos de su inefable generosidad. La mera consideración de que nadie elige ni puede elegir la familia a la que pertenece en este mundo basta para convencernos de esta verdad fundamental sobre nuestra existencia.

De ello se desprende que Dios Nuestro Señor es el soberano de todos los hombres, tanto individualmente como reunidos en grupos sociales, pues aunque se agrupen en diversas comunidades no por ello pierden su condición de criaturas. Es más, la misma existencia de la sociedad civil obedece a los designios de Dios, que creó al hombre como un ser social por naturaleza. Por ello, todos los pueblos y naciones, desde los más primitivos a los más civilizados, están sujetos a la divina soberanía y tienen de por sí el deber de reconocer este dulce gobierno del Cielo.

LA REALEZA DE JESUCRISTO

Dios ha otorgado esa soberanía a su Hijo Unigénito, como atestiguan con frecuencia las Sagradas Escrituras.

En sentido general, San Pablo afirma que Dios ha constituido a su Hijo «heredero de todo» (Heb. 1,2). Por su parte, San Juan corrobora en muchos pasajes de su Evangelio lo que dice el Apóstol de los Gentiles; por ejemplo, cuando recuerda que «el Padre no juzga a nadie, sino que ha entregado al Hijo todo el poder de juzgar» (Jn.5,22). De hecho, la prerrogativa de administrar justicia corresponde al Rey, y quien la tiene la tiene porque está investido de poder soberano.

La realeza universal que el Hijo ha heredado del Padre no se debe entender meramente como la herencia eterna mediante la cual, en su naturaleza divina, ha recibido todos los atributos que lo hacen igual y consustancial a la Primera Persona de la Santísima Trinidad en la unidad de la esencia divina.

La realeza también se le atribuye a Jesucristo de un modo especial en tanto que es verdadero hombre, el Mediador entre los Cielos y la Tierra. Es más, la misión del Verbo Encarnado consiste precisamente en establecer el Reino de Dios en la Tierra. Observamos que cuando la Sagrada Escritura habla de la realeza de Jesús se refiere sin asomo de duda a su condición humana.

Él se presenta ante el mundo como el hijo del rey David, en nombre del cual viene a heredar el trono de su Padre, que se extiende hasta los confines de la Tierra y se hace eterno, por los siglos de los siglos. Así fue cuando el arcángel San Gabriel anunció a María la dignidad del Hijo: «Darás a luz a un Hijo, a quien pondrás por nombre Jesús. Él será grande y llamado Hijo del Altísimo, y le dará el Señor Dios el trono de David su padre, y reinará en la casa de Jacob por los siglos de los siglos, y su reino no tendrá fin» (Lc.1,31-33). No sólo eso; los Magos que vienen de Oriente para adorarlo lo buscan como a Rey: «¿Dónde está el Rey de los judíos que acaba de nacer?» (Mt.2,2) La misión que el Padre Eterno confía al Hijo en el misterio de la Encarnación consiste en fundar el Reino de Dios en la Tierra, el Reino de los Cielos. Al fundar este Reino se concreta la inefable caridad con que Dios ama a todos los hombres desde la eternidad atrayéndolos misericordiosamente a Él: «Dilexi te, ideo attraxite, miserans». «Con amor eterno te amé; por eso te he mantenido favor» (Jer. 31:3).

Jesús consagra su vida pública a proclamar y establecer su Reino, al que unas veces se llama Reino de Dios y otras Reino de los Cielos. Con arreglo a la costumbre oriental, Nuestro Señor expone unas fascinantes parábolas para inculcar el concepto y la naturaleza del Reino que ha venido a instaurar. Sus milagros tienen por objeto convencer de que su Reino ya ha venido; se encuentra en medio de las personas. «Si in digito Dei eiicio daemonia, profecto pérvenit in vos regnum Dei»: «Si expulso a los demonios por el dedo de Dios, sin duda que el Reino de Dios ha llegado a vosotros» (Lc.11,20).

Hasta tal punto ha absorbido la misión de Jesús instaurar este Reino que sus enemigos aprovecharon la idea para justificar las acusaciones que le hicieron ante el tribunal de Pilatos: «Si sueltas a Ése, no eres amigo del César; todo el que se hace rey va contra el César» (Jn.19,12). Corroborando la opinión de sus enemigos, Jesucristo confirma al gobernador romano que es verdaderamente Rey: «Tú dices que soy Rey» (Jn.18,37).

REY EN EL VERDADERO SENTIDO DE LA PALABRA

Es imposible poner en duda el carácter real de la obra de Jesucristo. Es Rey.

Ahora bien, nuestra fe exige que entendamos bien el alcance y sentido de la realeza del Divino Redentor. Pío XI rechaza desde el primer momento el sentido metafórico por el que calificamos de Rey y de real todo lo que hay de excelente en una manera humana de ser o de comportarse. No; Jesucristo no es Rey en sentido metafórico. Es Rey en el sentido propio de la palabra. En las Sagradas Escrituras Jesús aparece ejerciendo las prerrogativas reales de una autoridad soberana, dicta leyes y manda castigos para los transgresores. Se puede decir que en el famoso Sermón de la Montaña promulgó la Ley de su Reino. Como verdadero soberano, exige obediencia a sus leyes so pena de nada menos que la condenación eterna. Y también en la escena del Juicio que anuncia para el fin del mundo cuando el Hijo de Dios venga a juzgar a vivos y muertos: «Cuando el Hijo del Hombre venga en su gloria (…) separará a unos de otros, como el pastor separa a las ovejas de los cabritos (…) Entonces dirá el Rey a los que están a su derecha: “Venid, benditos de mi Padre” (…) Y dirá a los de la izquierda: “Apartaos de Mí, malditos, al fuego eterno (…) E irán al suplicio eterno, y los justos a la vida eterna» (Mt.25,31 ss.)

Considerarlo así basta para comprender lo vital que es identificar claramente dónde está el Reino de Jesucristo en la Tierra, ya que nuestro destino eterno depende de pertenecer o no a su Reino. Decimos aquí en la Tierra porque el hombre se hace en este mundo merecedor de premio o de castigo en la vida eterna. Por tanto, en la Tierra los hombres tienen que entrar en el inefable Reino de Dios e integrarse a él; Reino que es a la vez temporal y eterno, porque se forma en este mundo y alcanza su plenitud en el Cielo.

LA SITUACIÓN ACTUAL

El furor del Enemigo, que detesta el género humano, se desata en primer lugar contra la doctrina de la realeza de Cristo, porque la realeza está unida a la persona de Nuestro Señor, verdadero Dios y verdadero Hombre. El secularismo del siglo XIX, fomentado por la Masonería, ha conseguido reorganizarse con una ideología aún más perversa, pues no sólo ha extendido la negación de los derechos del Redentor a la sociedad civil, sino también al Cuerpo de la Iglesia.

Esta ofensiva se consumó con la renuncia por parte del Papado al concepto mismo de la realeza vicaria del Romano Pontífice, introduciendo con ello en la propia Iglesia las exigencias de la democracia y el parlamentarismo que ya se habían utilizado para socavar las naciones y la autoridad de los gobernantes. El Concilio Vaticano II debilitó en gran medida la monarquía pontificia como consecuencia de haber negado implícitamente la divina realeza del Eterno Sumo Sacerdote. Al hacerlo asestó un golpe maestro a la institución que hasta entonces se había mantenido como muralla defensiva contra la secularización de la sociedad cristiana. La soberanía del Vicario quedó menoscabada, y a ello siguió la paulatina negación de los derechos soberanos de Cristo sobre su Cuerpo Místico. Cuando Pablo VI depositó la tiara, haciendo alarde de ello, como si abdicara de su sagrada monarquía vicaria, despojó también a Nuestro Señor de su corona, reduciendo la realeza de Jesús a un sentido meramente esjatológico. Prueba de ello son los significativos cambios introducidos en la liturgia de la festividad de Cristo Rey y el traspaso de ésta al final del año litúrgico.

El objeto de dicha fiesta, la celebración del Reinado Social de Cristo, ilumina también su puesto en el calendario. En la liturgia tradicional tenía señalado el último domingo de octubre, con la que la festividad de Todos los Santos, que reinan por participación, estaba precedida por la fiesta de Cristo, que reina de pleno derecho. Con la reforma litúrgica aprobada por Pablo VI en 1969, la festividad de Cristo Rey se trasladó al último domingo del año litúrgico, borrando con ello la dimensión social del Reinado de Cristo y relegándola a una dimensión puramente espiritual y escatológica.

¿Se dieron cuenta todos los padres conciliares que aprobaron con su voto Dignitatis humanae y proclamaron la libertad de culto de Pablo VI de que en la práctica lo que hicieron fue derrocar a Nuestro Señor Jesucristo despojándolo de su corona y de su reinado en la sociedad? ¿Entendieron que claramente habían destronado a Nuestro Señor Jesucristo de su dominio divino sobre nosotros y sobre el mundo entero? ¿Comprendieron que al hacerse portavoces de naciones apóstatas hicieron subir a su trono estas execrables blasfemias: «No queremos que reine sobre nosotros» (Lc. 19,14) y «no tenemos más rey que al César» (Jn.19, 15)? Pero Él, en vista de la confusa algarabía de aquellos insensatos, apartó su espíritu de ellos.

Quien no esté cegado por prejucios no puede menos que ver la perversa intención de minimizar la festividad instituida por Pío XI y la doctrina que ésta expresa. Destronar a Cristo, no sólo en la sociedad sino también en la Iglesia, es el mayor crimen con el que se ha podido manchar la jerarquía, incumpliendo su misión de custodia de la enseñanzas del Salvador. Consecuencia inevitable de semejante traición ha sido que la autoridad otorgada por Nuestro Señor al Príncipe de los Apóstoles haya desaparecido sustancialmente. Lo hemos visto confirmado desde la proclamación del Concilio, cuando la autoridad infalible del Romano Pontífice fue deliberadamente excluida en favor de una pastoralidad que ha creado las condiciones para se hagan formulaciones equívocas gravemente sospechosas de herejía, cuando no descaradamente heréticas. Con lo que no sólo nos vemos acosados en el plano de lo civil, en el que durante siglos las fuerzas de las tinieblas han rechazado el dulce yugo de Cristo e impuesto la odiosa tiranía de la apostasía y el pecado a las naciones, sino también en el ámbito religioso, en el que la Autoridad se derriba a sí misma y niega que el Dios Rey deba reinar también sobre la Iglesia, sus pastores y sus fieles. También en este caso el dulce yugo de Cristo es sustituido por la odiosa tiranía de los novadores, que con su autoritarismo no diferente de sus equivalentes seculares imponen una nueva doctrina, una nueva moral y una nueva liturgia en las que la sola mención de la realeza de Nuestro Señor se considera una molesta herencia de otra religión, de otra Iglesia. Como dijo San Pablo, «Dios les envía un poder engañoso para que crean la mentira» (2 Tes.2,11).

No es sorprendente, pues, que así como en el plano secular los jueces subvierten la justicia condenado a inocentes y absolviendo a culpables, los gobernantes abusan de su poder oprimiendo a los ciudadanos, los médicos incumplen el juramento de Hipócrates haciéndose cómplices de quienes fomentan la propagación de las enfermedades y transforman a los enfermos en pacientes crónicos, y los maestros no enseñan a amar el conocimiento sino a cultivar la ignorancia y manipulan ideológicamente a sus alumnos, también en el corazón de la Esposa de Cristo hay cardenales, obispos y sacerdotes que escandalizan a los fieles con su reprensible conducta moral, difunden herejías desde los púlpitos, promueven la idolatría celebrando a la Pachamama y el culto a la Madre Tierra en nombre de un ecologismo de clara matriz masónica y en total consonancia con el plan disolvente ideado por el mundialismo. «Ésta es vuestra hora, el poder de las tinieblas» (Lc.22,53). Se diría que ha desaparecido el katejón, si no contáramos con las promesas de nuestro Salvador, Señor del mundo, de la historia y de la propia Iglesia.

CONCLUSIÓN

Y sin embargo, mientras ellos destruyen, nosotros tenemos la dicha y el honor de reconstruir. Y hay una dicha todavía mayor: una nueva generación de laicos y sacerdotes participan ardorosamente en esta labor de reconstrucción de la Iglesia para la salvación de las almas. Lo hacen bien conscientes de sus debilidades y miserias, pero también dejando que Dios se sirva de ellos como dóciles instrumentos en sus manos: manos útiles, manos fuertes, las manos del Todopoderoso. Nuestra fragilidad pone de relieve más todavía que se trata de una obra del Señor, y más cuando esa fragilidad humana va acompañada de humildad.

Esa humildad debería llevarnos a instaurare omnia in Christo, empezando por el corazón de la Fe, que es la oración oficial de la Iglesia. Volvamos a la liturgia que reconoce a Nuestro Señor el primado absoluto, al culto que los novatores adulteraron ni más ni menos que por odio a la Divina Majestad a fin de exaltar con soberbia a la criatura humillando al Creador, afirmando su derecho a rebelarse contra el Rey en un delirio de omnipotencia y proclamando su non serviam contra la adoración debida a Nuestro Señor.

Nuestra vida es una guerra: la Sagrada Escritura nos lo recuerda. Pero es una guerra en la que sub Christi Regis vexillis militare gloriamur (Postcomunión de la Misa de Cristoi Rey), y en la que tenemos a nuestra disposición armas espirituales muy potentes y contamos con un despliegue de fuerzas angélicas con las que no puede ninguna fortaleza de la Tierra o del Infierno.

Si Nuestro Señor es Rey por derecho de herencia (por ser de linaje real), por derecho divino (en virtud de la unión hipostática) y por derechos de conquista (al habernos redimido con el Sacrificio de la Cruz), no debemos olvidar que en el plan de la Divina Providencia este Divino Soberano tiene a su lado a Nuestra Señora y Reina, su augusta Madre María Santísima. No puede haber realeza de Cristo sin la dulce y maternal realeza de María, la cual nos recuerda San Luis María Griñón de Monfort que es nuestra Mediadora ante el Trono de la Majestad de su Hijo, ante el que se encuentra como Reina que intercede ante el Rey.

El triunfo del Rey Divino en la sociedad y en las naciones parte de que ya reina en nuestros corazones, almas y familias. Que reine también Cristo en nosotros, y junto con Él su Santísima Madre. Adveniat regnum tuum: adveniat per Mariam.

Marana Tha, Veni Domine Iesu ! ¡Ven, Señor Jesús!

+ Carlo Maria Viganò, arzobispo

(Traducido por Bruno de la Inmaculada/Adelante la Fe)

Edad Media | 3 | El Monacato | P. Javier Olivera Ravasi, SE |

QUE NO TE LA CUENTEN



Duración 20:21 minutos

Homilía de hoy | La Asunción de la Santísima Virgen María | 15.08.2020 | P. Santiago Martín FM



Duración 11:31 minutos

jueves, 13 de agosto de 2020

All Seminarians to Learn the Traditional Latin Mass



Duración 3:55 minutos


US Archbishop Wants ALL His Seminarians to Learn the Traditional Latin Mass

The Benedict XVI Institute published on August 10 an interesting online discussion with priests and laypeople who promote the Traditional Latin Mass in the United States. The most prominent guest was San Francisco Archbishop Salvatore Cordileone

US Archbishop Cordileone Defends Latin

Archbishop Cordileone stressed that the Church abolished Latin and introduced the vernacular exactly at the wrong time. Now, more than ever, we need a universal language of the Church because of migration and tourism, he explained. Cordileone believes that Latin could be re-introduced. Quote: “What was universal before, could be universal now.” And, “We need to open that door.” The archbishop revealed that he wants his seminarians to learn the Traditional Latin Mass as part of their priestly formation, primarily for their liturgical education. For Cordileone the experience of the Traditional Latin Mass inculcates the sense of reverence, of the sacred and respect of Tradition.

Black Catholic ministries Organizes Mass

The co-host was Alex Begin, Harvard’s youngest graduate in 1982 and founder of a software company. He converted through the Latin Mass. His apostolate is now to train priests and bishops in how to celebrate the Old Liturgy. He informed about an August 28 Old Rite Mass in the three-level Saint Aloysius Church in downtown Detroit that has not been used for 50 years. The Mass will be sponsored by the office for black Catholic ministries of Detroit Archdiocese. It is celebrated by Father John McKenzie, a black American priest and former monk of Norcia, Italy, who was ordained a year ago for Detroit. McKenzie believes the Traditional Mass has a key role to play now, as it has historically, in uniting Catholics of all races.

Downtown Detroit Old Rite Mass Success

Alex Begin told the audience about a Friday Night Traditional Latin Mass that was instituted in downtown Detroit’s Old Saint Mary’s. Because the church has a huge pipe organ, the organisers decided to take an add out on the Classical Musica radio station in town promoting the music during this mass. The result: 200 to 250 people attending this Mass on a Friday night. Often, they are not Latin Mass people. The Mass has created a great opportunity for evangelisation.

Heaven on Earth

Father Jeremiah Payne, the parish-priest of St Joseph’s in Palm Bay, Florida, spoke about a 17-year-old girl whom he didn’t know and who participated in a Latin Mass because she had missed the previous English Mass. Her comment, “Father, I don’t know what this was, but if heaven could be on earth I, at least, know that was it.”



TRADUCTOR GOOGLE

Un arzobispo de Estados Unidos quiere que TODOS sus seminaristas aprendan la misa tradicional en latín

El Instituto Benedicto XVI publicó el 10 de agosto un interesante debate online con sacerdotes y laicos que promueven la Misa Tradicional en Latín en Estados Unidos. El invitado más destacado fue el arzobispo de San Francisco, Salvatore Cordileone.

El arzobispo estadounidense Cordileone defiende el latín

El arzobispo Cordileone enfatizó que la Iglesia abolió el latín e introdujo la lengua vernácula exactamente en el momento equivocado. Ahora, más que nunca, necesitamos un lenguaje universal de la Iglesia debido a la migración y el turismo, explicó. Cordileone cree que el latín podría reintroducirse. Cita: "Lo que antes era universal, ahora podría serlo". Y, "Tenemos que abrir esa puerta". El arzobispo reveló que quiere que sus seminaristas aprendan la Misa en latín tradicional como parte de su formación sacerdotal, principalmente para su educación litúrgica. Para Cordileone, la experiencia de la Misa en latín tradicional inculca el sentido de reverencia, de lo sagrado y el respeto de la Tradición.

Ministerios católicos negros organiza misa

El coanfitrión fue Alex Begin, el graduado más joven de Harvard en 1982 y fundador de una empresa de software. Se convirtió a través de la Misa en latín. Su apostolado ahora es capacitar a sacerdotes y obispos en cómo celebrar la antigua liturgia. Informó sobre una misa de Old Rite del 28 de agosto en la iglesia de San Luis de tres niveles en el centro de Detroit que no se ha utilizado durante 50 años. La misa será patrocinada por la oficina de ministerios católicos negros de la Arquidiócesis de Detroit. Lo celebra el padre John McKenzie, un sacerdote negro estadounidense y ex monje de Norcia, Italia, que fue ordenado hace un año para Detroit. McKenzie cree que la Misa Tradicional tiene un papel clave que desempeñar ahora, como lo ha hecho históricamente, en unir a los católicos de todas las razas.

Éxito masivo del Old Rite del centro de Detroit

Alex Begin le contó a la audiencia acerca de una misa tradicional en latín los viernes por la noche que se instituyó en Old Saint Mary's en el centro de Detroit. Debido a que la iglesia tiene un enorme órgano de tubos, los organizadores decidieron sacar un complemento en la estación de radio Classical Musica de la ciudad promocionando la música durante esta misa. El resultado: 200 a 250 personas asistieron a esta misa el viernes por la noche. A menudo, no son personas de la misa latina. La Misa ha creado una gran oportunidad para la evangelización.

El Cielo en la tierra

El padre Jeremiah Payne, párroco de St Joseph's en Palm Bay, Florida, habló sobre una niña de 17 años a la que no conocía y que participó en una misa en latín porque se había perdido la misa anterior en inglés. Su comentario , "Padre, no sé qué fue esto, pero si el cielo pudiera estar en la tierra yo, al menos, sé que era esto"

Edad Media | 1 | Introducción | P. Javier Olivera Ravasi, SE |





Vídeo de duración 12:36 minutos, haciendo clic en:


miércoles, 12 de agosto de 2020

¿Por qué ser Católico y no de otra religión? José Plascencia y P. Javier Olivera Ravasi, SE

QUE NO TE LA CUENTEN


Una entrevista de José Plascencia al padre Javier Olivera Ravasi. Para verla y escucharla hacer clic en el siguiente link:  https://youtu.be/80_gw32sS80 

La duración del video es de 1 hora y 12 minutos.

Noticias varias del 10 al 12 de agosto de 2020




GLORIA TV


QUE NO TE LA CUENTEN


SECRETUM MEUM MIHI


FIRST THINGS

JESUS BECOMING JESUS (Padre Weinandy). Video en inglés de 1:04:25

CHIESA E POST CONCILIO



INFOHISPANIA


MARCHANDO RELIGIÓN


THE WANDERER


IL SETTIMO CIELO



Selección por José Martí

Respuesta de Mons. Viganò al padre Thomas sobre el Vaticano II




Fiesta de San Lorenzo Mártir

Reverendo padre Thomas:

He leído atentamente su artículo Vatican II and the Work of the Spirit, publicado el pasado 27 de julio en Inside the Vatican (ver aquí). Yo diría que su pensamiento se puede resumir en estas dos frases:

«Comparto muchas de las preocupaciones expresadas y reconozco la validez de algunos los problemas teológicos y cuestiones doctrinales enumerados. Con todo, me produce incomodidad llegar a la conclusión de que el Concilio Vaticano II sea de algún modo fuente y causa directa del desalentador estado en que se encuentra actualmente la Iglesia.»

Permítame, reverendo padre, que me apoye para responderle en la autoridad de un interesante escrito suyo, Pope Francis and Schism, que apareció en The Catholic Thing el pasado 8 de octubre. Sus observaciones me permiten apreciar una analogía que espero contribuya a aclarar lo que pienso y demostrar a nuestros lectores que algunas divergencias aparentes pueden se pueden resolver gracias a un provechoso debate que tenga como máximo fin la gloria de Dios, el honor de la Iglesia y la salvación de las almas.

En Pope Francis and the Schism, usted señala muy oportunamente y con la perspicacia que caracteriza sus intervenciones que hay una especie de disociación entre la persona del Papa y Jorge Mario Bergoglio, una dicotomía en la que el Vicario de Cristo calla y deja hacer mientras habla y actúa el exuberante argentino que actualmente reside en Santa Marta. Hablando de la gravísima situación que atraviesa la Iglesia alemana, usted escribe:

«Para empezar, al interior de la Iglesia alemana muchos saben que de hacerse cismáticos perderían su voz y su identidad católica. No pueden permitirse algo así. Necesitan estar en comunión con el papa Francisco, porque es precisamente él quien promueve el concepto de sinodalidad que tratan de llevar a cabo. Él es, por tanto, su máximo protector.

En segundo lugar, mientras el papa Francisco puede impedirles que hagan algo que sería escandalosamente contrario a la doctrina de la Iglesia, deja que hagan cosas que son ambiguamente contrarias, porque esa enseñanza y práctica pastoral ambigua concordarían con las de Francisco. Con esto, la Iglesia se encuentra en una situación en la que nunca habría esperado encontrarse.»

Prosigue:

«Es importante recordar que es preciso ver la situación de Alemania en un contexto más amplio: la ambigüedad teológica interna de Amoris Laetitia; el avance indisimulado del proyecto homosexual; la refundación del Instituto (romano) Juan Pablo II para el Matrimonio y la Familia, o sea el debilitamiento de la coherente doctrina de la Iglesia sobre absolutos morales y sacramentales, sobre todo en lo que respecta a la indisolubilidad del matrimonio, la homosexualidad, la contracepción y el aborto.

También está la declaración de Abu Dabi, que contradice abiertamente la voluntad del Padre y socava el primado de Jesucristo su Hijo como Señor definitivo y Salvador universal.

Es más, el actual Sínodo para la Amazonía rebosa de participantes solidarios y promotores de todo lo antedicho. Hay que tener en cuenta también a los numerosos cardenales, obispos, sacerdotes y teólogos de ortodoxia discutible a los que Francisco respalda y promueve nombrándolos para altos cargos en la Iglesia».

Y concluye con estas palabras:

«Teniendo en cuenta todo lo anterior, observamos una situación de creciente intensidad en la que por un lado la mayoría de los fieles del mundo, tanto en el clero como entre los laicos, se mantienen fieles al Papa, porque es su pontífice aunque critiquen su pontificado, y por otro hay una gran cantidad de fieles en el mundo, tanto clero como seglares, que apoyan entusiásticamente a Francisco porque permite y promueve las ambiguas enseñanzas y prácticas eclesiales de ellos.

Por consiguiente, terminaremos con una Iglesia que tendrá un papa que será el pontífice de la Iglesia Católica y será al mismo tiempo en la práctica cabeza de una iglesia cismática. Por ser el jefe de ambas, parecerá que hay una sola Iglesia cuando en realidad serán dos».

Sustituyamos ahora al Papa por el Concilio, y a Bergoglio por el Concilio Vaticano II: creo que encontrará interesante el paralelo casi literal que resulta. De hecho, tanto para el Papado como para un concilio ecuménico, el católico cultiva la veneración y el respeto que le exige la Iglesia: por un lado hacia el Vicario de Cristo, y por otro hacia un acto solemne de magisterio, en los que la voz de Nuestro Señor habla a través del Romano Pontífice y todos los obispos en unión con él. Si pensamos en San Pío V y el Concilio de Trento, o en Pío IX y el Concilio Vaticano I, no resultará difícil encontrar una correspondencia entre esos papas y el Papado, así como entre esos pontífices y el magisterio infalible de la Iglesia. Es más, la sola idea una posible dicotomía incurriría con toda justicia en sanciones canónicas y ofendería a los piadosos fieles.

Ahora bien, como usted mismo señala, con Jorge Mario Bergoglio ejerciendo surrealísticamente el cargo de sucesor del Príncipe de los Apóstoles, «las únicas palabras que encuentro para expresar esta situación son cisma al interior del Papado, ya que el Papa, precisamente por serlo, es a todos los efectos cabeza de un amplio sector de la Iglesia que con su doctrina, enseñanza moral y estructura eclesial es a todos los efectos cismático».

Yo ahora me pregunto: Si usted, estimado padre Thomas, reconoce, como dolorosa prueba a la que la Providencia somete a la Iglesia para castigarla por las culpas de sus indignísimos miembros, en grado máximo sus dirigentes, el propio Papa esté en cisma con la Iglesia, hasta el punto de que se pueda hablar de «un cisma al interior del Papado, por qué motivo no puede usted aceptar que haya sucedido lo mismo con un acto solemne como un concilio, y que el Concilio haya supuesto «un cisma interno en el Magisterio»? Si este papa puede ser «cismático en la práctica» –y yo diría que hasta hereje–, ¿por qué no puede haberlo sido también ese concilio, a pesar de que tanto el uno como el otro sean instituciones de Nuestro Señor para confirmar a los hermanos en la fe y la moral? ¿Qué impide, le pregunto, que las actas del Concilio se aparten del camino de la Tradición si el propio Pastor Supremo es capaz de renegar de las enseñanzas de sus predecesores? Y si la persona del Papa está en cisma con el Papado, ¿por qué no va a poder un concilio que se ha querido hacer pastoral y se ha abstenido de proclamar dogmas contradecir a otros concilios canónicos, creando con ello un cisma en la práctica con el Magisterio católico?

Es cierto que esta situación es un caso único, sin precedentes en la historia de la Iglesia, pero si puede ser así con el Papado -en un crescendo que va de Roncalli a Bergoglio-, no veo por qué no podría ser así con el Concilio Vaticano II, que precisamente gracias a los últimos pontífices se ha presentado como un acontecimiento único, y como tal es utilizado por sus defensores.

Retomando sus palabras, «con lo que terminará la Iglesia será con un concilio que es un concilio de la Iglesia Católica, y al mismo tiempo, con una Iglesia en la práctica cismática, es decir, la Iglesia conciliar que se considera nacida del Concilio. Aunque el Vaticano II fue a la vez un concilio ecuménico y un conciliábulo, sigue siendo en apariencia un solo concilio, mientras que en realidad son dos. Digo más: uno legítimo y ortodoxo abortado subversivamente con los esquemas preparatorios, y otro ilegítimo y herético (o al menos que contribuye a la herejía) al cual aluden todos los novadores, Bergoglio incluido, para legitimar sus desviaciones doctrinales, morales y litúrgicas. Exactamente como «numerosos cardenales, obispos, sacerdotes y teólogos de ortodoxia discutible a los que Francisco respalda y promueve nombrándolos para altos cargos en la Iglesia» sostienen que se debe reconocer la autoridad del Vicario de Cristo en los actos de gobierno y de magisterio realizados por Jorge Mario, precisamente en el momento en que con dichos actos se manifiesta «cismático en la práctica».

Si por un lado es cierto que «mientras el papa Francisco puede impedirles que hagan algo que sería escandalosamente contrario a la doctrina de la Iglesia, deja que hagan cosas que son ambiguamente contrarias, porque esa enseñanza y práctica pastoral ambigua concordarían con las de Francisco», no es menos cierto, parafraseando las palabras de Ud., que «mientras que Juan XXIII y Pablo VI habrían podido impedir que los modernistas hicieran nada escandalosamente contrario a las enseñanzas de la Iglesia, permitieron que hicieran cosas ambiguamente contrarias, porque esas enseñanzas y prácticas pastorales ambiguas concordaban con las de Roncalli y Montini».

Por eso me parece, reverendo padre, que puede encontrar una confirmación de lo que afirmo en mi escrito sobre el origen del debate en torno al Concilio: que el Concilio ha sido utilizado para dar visos de autoridad a una operación deliberadamente subversiva, del mismo modo que hoy vemos con nuestros propios ojos como el Vicario de Cristo es utilizado para dar apariencia de autoridad a una operación deliberadamente subversiva. En ambos casos, el sentido innato de respeto a la Iglesia por parte de los fieles y del clero ha servido de infernal estrategia, como un caballo de Troya introducido en la ciudad santa, para disuadir toda forma de desacuerdo respetuoso, de crítica o de legítima denuncia.

Es doloroso observar que esta constatación, lejos de rehabilitar el Concilio, confirma la profunda crisis que aqueja a toda la institución eclesiástica por culpa de renegados que han abusado de su autoridad para atacar a la Autoridad misma, de la autoridad pontificia para atacar al propio Pontífice, de la autoridad de los padres conciliares para atacar a la Iglesia. Una astuta y cobarde traición efectuada desde el interior de la propia Iglesia, como ya predijo y condenó San Pío X en la encíclica Pascendi, señalando a los modernistas como «enemigos de la Iglesia, que no los ha tenido peores».

Reciba, reverendo y estimado padre Thomas, mi bendición.

+Carlo Maria Viganò, arzobispo

(Traducción oficial por Bruno de la Inmaculada/Adelante la Fe)

El Santo Rosario con el P. Javier Olivera Ravasi, SE: en latín y español. Los Misterios Dolorosos





El enlace a seguir es:

Duración 24:12 minutos

lunes, 10 de agosto de 2020

Vaticano II y el Calvario de la Iglesia (Padre Lanzetta)



Aquí está el reciente discurso del padre Serafino Lanzetta, en el contexto del reavivado debate sobre el Vaticano II [ ver índice ], muy recomendado por Peter Kwasniewski al final de su artículo [ aquí ] como una de las mejores intervenciones: un ejemplo de discusión equilibrada y profundidad de pensamiento requerido por la severidad del tema.

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Artículo de interés (aunque está en inglés) Why Vatican II cannot simply be forgotten, but must be remembered with shame and repentance (Peter Kwasniewski)

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Recientemente se ha reavivado el debate sobre la correcta interpretación del Concilio Vaticano II. Es cierto que todo concilio trae consigo problemas de interpretación y muchas veces abre otros nuevos en lugar de resolver los que se han planteado. El misterio siempre lleva consigo una tensión entre lo dicho y lo indecible. Baste recordar que la consustancialidad del Hijo con el Padre del Concilio de Nicea (325), contra Arrio, se estableció de manera incondicional sólo sesenta años después con el Concilio de Constantinopla (385), cuando también se definió la divinidad del Espíritu Santo. 

Llegando a nosotros, unos sesenta años después del Concilio Vaticano II, no tenemos la aclaración de alguna doctrina de fe, sino un enturbiamiento adicional. La Declaración de Abu Dhabi (4 de febrero de 2019) [ ver índice] establece con total certeza que Dios quiere la pluralidad de religiones como quiere la diversidad de color, sexo, raza e idioma. Según el Papa Francisco, en el vuelo de regreso tras la firma del documento, "desde el punto de vista católico, el documento no pasó ni un milímetro más allá del Concilio Vaticano II". Sin duda, se trata de un vínculo más simbólico con el espíritu del Consejo que resuena en el texto de la Declaración sobre la Hermandad Humana. Sin embargo, existe un vínculo y ciertamente no es el único con lo eclesial de hoy. Una señal de que entre el Concilio de Nicea y el Vaticano II hay una diferencia que hay que tener en cuenta.

La hermenéutica de la continuidad y la reforma nos ha dado la esperanza de poder leer las nuevas doctrinas del Vaticano II en continuidad con el magisterio anterior en nombre del principio según el cual un concilio, si se celebra con las debidas normas canónicas, es asistido por el Espíritu Santo. Y si no ves la ortodoxia, búscala. Mientras tanto, sin embargo, surge aquí un problema no secundario. Confiar en la hermenéutica para resolver el problema de la continuidad ya es un problema en sí mismo. In claris non fit interpretatio, dice un conocido adagio, que si no se demostrara la continuidad con la interpretación, no habría necesidad de la hermenéutica como tal. La continuidad no es evidente, pero debe demostrarse o más bien interpretarse. Desde el momento en que se utiliza la hermenéutica, entramos en un proceso creciente de interpretación de la continuidad, un proceso envolvente que no se detiene. Mientras haya intérpretes también estará el proceso interpretativo y existirá la posibilidad de que esta interpretación sea confirmada o negada por ser adecuada o perjudicial a los ojos del próximo intérprete.

La hermenéutica es un proceso, es el proceso de la modernidad que sitúa al hombre como existente y lo capta dentro del rango del ser aquí y ahora. Un eco de esto es el problema del Concilio que intenta dialogar con la modernidad, que a su vez es un proceso existencial que no puede resolverse fácilmente en los círculos hermenéuticos. Si nos apoyamos únicamente en la hermenéutica para resolver el problema de la continuidad, corremos el riesgo de enredarnos en un sistema que coloca la continuidad como existente (o en el lado opuesto de la ruptura), pero que en realidad no la alcanza. Y no parece que lo hayamos alcanzado hoy, casi sesenta años después del Vaticano II. No hace falta una hermenéutica que nos dé garantía de continuidad, sino un primer principio que nos diga si la hermenéutica utilizada es válida o no: la fe de la Iglesia.

La hermenéutica de la continuidad nos deja oír algunos crujidos desde el principio; más recientemente parece que el propio Joseph Ratzinger se ha distanciado un poco. De hecho, en sus notas relativas a las raíces del abuso sexual en la Iglesia [ aquí ] (publicadas exclusivamente para Italia por Corriere della Sera , 11 de abril de 2019), el Concilio Vaticano II es cuestionado repetidamente. Con más libertad teológica y no a título oficial, Benedicto XVI apunta a una especie de biblicismo que emana de Dei Verbum la principal raíz doctrinal de la crisis moral de la Iglesia. En la lucha emprendida en el Concilio, trató de liberarse del fundamento natural de la moral para basarla exclusivamente en la Biblia. 

La estructura de la Constitución sobre la Divina Revelación -que no quiso mencionar el papel de la Traditio constitutiva , aunque estaba regida por Pablo VI- quedó reflejada en el dictado de Optatam totius16, que de hecho fue luego declinado con la sospecha de una moral pronto definida como "preconciliar", despectivamente identificada como manuales por derecho natural. Los efectos negativos de este reposicionamiento no tardaron en sentirse y aún están bajo nuestra asombrada mirada. En las mismas notas de Ratzinger también hay una denuncia de la llamada "conciliaridad" que se convirtió ende lo verdaderamente aceptable y proponible, hasta el punto de llevar a algunos obispos a rechazar la tradición católica. En los diversos documentos posconciliares que han tratado de corregir el juego, dando la correcta interpretación de la doctrina, nunca se ha considerado seriamente este problema teológico-fundamental inaugurado por la "conciliaridad", que de hecho se abre a todos los demás problemas y sobre todo se vuelve un espíritu libre que deambula y siempre sobresale del texto y sobre todo de la Iglesia. Se habló de ello durante el Sínodo de los Obispos de 1985, pero nunca se materializó en un claro distanciamiento.

El problema hermenéutico del Vaticano II está destinado a no acabar nunca si no abordamos un punto central y radical del que depende la clara comprensión de las doctrinas y su valoración magisterial. El Vaticano II se configura como un concilio con una finalidad puramente pastoral. Todos los concilios anteriores han sido pastorales en la medida en que afirmaron la verdad de la fe y lucharon contra los errores. El Vaticano II, con un propósito pastoral, elige un nuevo método, el método pastoral que se convierte en un verdadero programa de acción. Al declararlo varias veces, pero sin dar nunca una definición de lo que significa "pastoral", el Vaticano II se sitúa así de una manera nueva con respecto a los otros concilios. Es el consejo pastoral que más que ningún otro ha propuesto nuevas doctrinas, pero habiendo optado por no definir nuevos dogmas, ni para reiterar nada de manera definitiva (quizás la sacramentalidad del episcopado, pero no hay unanimidad). El pastoralismo preveía una ausencia de condena y una indefinición de la fe, pero solo una nueva forma de enseñarla para el tiempo de hoy. Una nueva forma que influyó en la formación de nuevas doctrinas y viceversa. Un problema que sentimos hoy con toda su virulencia, cuando preferimos dejar de lado la doctrina por motivos pastorales, sin poder prescindir de enseñar otra doctrina.

El método pastoral (era un método) juega un papel primordial en el Concilio. Dirige la agenda conciliar. Establece lo que se va a discutir y rehace algunos esquemas centrales poco pastorales; omitir doctrinas comunes (como el limbo y la insuficiencia material de las Escrituras, reiteradas por la enseñanza ordinaria de los catecismos) porque aún están en disputa y abrazar y enseñar doctrinas muy nuevas que no gozaron de ninguna disputa teológica (como la colegialidad episcopal y la restauración del diaconado matrimonial permanente). De hecho, la pastoral llega a ascender al rango de constitución con Gaudium et Spes (estábamos acostumbrados a una constitución que era tal en relación a la fe), un documento tan cutre que incluso a Karl Rahner se le ponen los pelos de punta, quien aconsejó al cardenal Döpfner que el texto declarara su imperfección desde el principio. Esto se debió principalmente a que el orden creado no parecía dirigido a Dios, pero Rahner fue el promotor de una pastoral trascendental.

Así, el Consejo se planteó el problema de sí mismo, de su interpretación, y esto no partiendo de la fase receptiva, sino a partir de las discusiones en la sala del Consejo. Comprender el grado de calificación teológica de las doctrinas conciliares no fue una empresa fácil para los mismos Padres, que repetidamente hicieron una solicitud a la Secretaría del Concilio. La pastoralidad entra entonces también en la redacción del nuevo esquema sobre la Iglesia. Para muchos Padres el misterio de la Iglesia (aspecto invisible) era más amplio que su manifestación histórica y jerárquica (aspecto visible), y esto hasta el punto de considerar una no co-extensividad del Cuerpo Místico de Cristo con la Iglesia Católica Romana. ¿Dos iglesias yuxtapuestas? ¿Una Iglesia de Cristo por un lado y la Iglesia Católica por el otro? Este riesgo no surgió del intercambio verbal con el " subsistit in”, Pero fundamentalmente por haber renunciado a la doctrina de los miembros de la Iglesia (pasamos de membris a de populo ) para no ofender a los protestantes, miembros imperfectos. Hoy parece que todos pertenecen más o menos a la Iglesia. Si hiciéramos una pregunta: "¿Creen los Padres que el Cuerpo Místico de Cristo es la Iglesia Católica?", ¿Qué responderían muchos? Varios Padres conciliares dijeron que no, por eso estamos donde estamos.

El espíritu del Concilio nació por tanto en el Concilio. Se cierne sobre el Vaticano II y sus textos; Suele ser reflejo de un espíritu pastoral no claramente identificable, que construye o derriba en nombre de la conciliaridad, es decir, muchas veces del sentimiento teológico del momento que más arraigó porque la voz del hablante era más fuerte, no tanto a través de los medios de comunicación, sino en el aula. y en la Comisión Doctrinal. Una hermenéutica que no lo advierte acaba cediendo su lado a un problema aún hoy sin resolver: el Vaticano II como absoluto de fe, como identidad del cristiano, como paspartú en la Iglesia "posconciliar". La Iglesia está dividida porque depende del Concilio y no al revés. Esto puede generar otro problema.

Primero el concilio como absoluto de la fe y luego el papa como absoluto de la Iglesia son de hecho dos caras de la misma moneda, del mismo problema de absolutizar ahora uno, ahora el otro, pero olvidando que primero está la Iglesia, luego el Papa. con su magisterio papal y luego un concilio con su magisterio conciliar. El problema de estos días de un Papa visto como absoluto surge como un eco del concilio como ab-solutus y esto por el hecho de que se enfatiza como criterio clave de medida un espíritu conciliatorio, es decir, el acontecimiento superior a los textos y sobre todo al contexto. ¿Es una coincidencia que quienes intentan bloquear el magisterio de Francisco apelen constantemente al Vaticano II, viendo los motivos de la crítica en un rechazo al Vaticano II? Sin embargo, el hecho es que entre Francisco y el Vaticano II hay un vínculo más bien simbólico y casi nunca textual. Los papas del Concilio y del postconcilio son santos (o lo serán pronto) mientras la Iglesia languidece, sumida en un desierto silencioso. ¿Eso no nos dice nada?

En cuanto a las últimas posiciones adoptadas, paradójicamente, no me parece que las razones de Su Excelencia Monseñor Viganò y el Cardenal Brandmüller estén tan lejos. 

Viganò prefiere olvidar el Vaticano II; no cree que la corrección de sus doctrinas ambiguas sea una solución porque en su opinión en el Vaticano II hay un problema embrionario, un golpe modernista inicial que ha socavado no su validez sino su catolicidad. 

Brandmüller, en cambio, prefiere adoptar el método de lectura histórica de los documentos del Concilio, especialmente para aquellas doctrinas que son más difíciles de leer en línea con la Tradición. Esto le permite afirmar que documentos como Nostra aetate, al que Unitatis redintegratio y Dignitatis humanae , por ahora sólo tienen un interés histórico, también porque la interpretación correcta de su valor teológico fue dada por el magisterio posterior, especialmente por Dominus Iesus . 

Si Viganò prefiere olvidar el Concilio y Brandmüller sugiere historizarlo y así superarlo sin golpe, evitando una corrección magisterial ad hoc y dejando fuera la hermenéutica de la continuidad, parece que la distancia está en las modalidades. 

Sin embargo, se podría objetar que será difícil que con la hermenéutica historizadora sola, aunque necesaria, en un nuevo Enchiridion de los Concilios, actualizado a esta reciente discusión histórico-teológica, el Vaticano II aparece sólo como un concilio de interés histórico. Y nada evitará que un Abu Dhabi 2.0 se refiera explícitamente a Nostra aetate , ignorando Dominus Iesus nuevamente , o que Amoris laetitia se involucre en Gaudium et spes sin pasar por Humanae vitae . No hay que olvidar que la Escuela de Bolonia intentó hacer algo así con el Concilio de Trento, considerándolo ahora sólo un Concilio general y ya no ecuménico, de rango inferior desde el punto de vista teológico. El Vaticano II ciertamente no es Trento, sino solo desde el punto de vista teológico y no histórico.

También debemos ser conscientes de que la hermenéutica histórica, que deja el texto en su contexto y en las ideas del editor, se adapta bien al Vaticano II como un concilio pastoral plenamente inmerso en su tiempo. La misma hermenéutica, sin embargo, no funciona con el Concilio de Trento, por ejemplo. De hecho, si intentáramos historizar la doctrina y los cánones del Santo Sacrificio de la Misa, nos encontraríamos haciendo el mismo trabajo de Lutero con respecto a la tradición doctrinal y favoreceríamos el trabajo de los neoprotestantes que ven en la Misa nada más que una cena.

Entre estas dos posiciones se encuentra la de Monseñor Schneider que parece más practicable: corregir las ambiguas expresiones y doctrinas presentes en los textos conciliares que han dado lugar a innumerables errores acumulados a lo largo de los años, sin desconocer las múltiples enseñanzas virtuosas y proféticas, como la santidad laical y el sacerdocio común de los fieles. Monseñor Schneider señala como "cuadrar el círculo" el funcionamiento de quienes ven todo en continuidad en nombre de la hermenéutica correcta.

Debemos comenzar con un sincero acto de humildad propuesto por Monseñor Viganò, reconociendo que nos hemos dejado engañar por la presunción de resolver todos los problemas en nombre de la autoridad, tanto de buena como de mala fe. O la autoridad se basa en la verdad o no se sostiene. No se trata de repudiar o anular el Vaticano II, que sigue siendo un concilio de la Santa Iglesia, sino todas las distorsiones, tanto por exceso como por defecto. Ni siquiera se trata de dárselo a los tradicionalistas, sino de reconocer la verdad. Cuando el Vaticano II se libere de toda la política que lo rodea, estaremos en un buen camino.

P. Serafino Maria Lanzetta

NOTA: La traducción del italiano al español se ha realizado usando el traductor de Google

San Lorenzo y los tesoros de la Iglesia (Carlos Esteban)



La ‘opción preferencial por los pobres’ puede ser una expresión moderna, pero es una realidad tan antigua como la Iglesia, y así lo prueba la historia del santo del día, San Lorenzo, patrón de Roma.

Lorenzo vivió en un momento que se parece, en realidad, a todos los momentos de la historia de la Iglesia en alguna parte del mundo, no muy distinto de la China de hoy o de algunos países islámicos o comunistas. Es decir, un momento de persecución.

Aunque el cristianismo fue, hasta Constantino y su célebre Edicto de Milán, una ‘religio illicita’, no hay que imaginar esos primeros trescientos años como una persecución continua. Hubo épocas en las que emperadores o gobernadores de provincias hacían la vista gorda o se limitaban a castigar los casos más recalcitrantes, junto a otras en las que la autoridad se proponía desarraigar de una vez por todas la ‘superstición del Nazareno’ con campañas crudelísimas.

Uno de estos ‘brotes’ fue el que le tocó vivir al diácono Lorenzo, natural de Huesca, en Roma bajo el reinado del emperador Valeriano, que en 257 publicó un decreto en el que ordenaba que todo el que se declarara cristiano fuera condenado a muerte. No era una amenaza vacía: ese mismo año, mientras celebraba la Santa Misa, el Papa de entonces, San Sixto, fue asesinado junto con cuatro de sus diáconos.

Como diácono, Lorenzo custodiaba los fondos que la Iglesia de Roma empleaba para subvenir a las necesidades de los pobres y los ‘descartados’ del sistema. Y el prefecto de Roma pensó aprovechar la renovada hostilidad anticristiana para hacerse con ese tesoro, que la imaginación popular hacía fabulosos. Sí, ya en aquella época existía el mito de ‘las riquezas de la Iglesia’.

Así que el prefecto hizo comparecer a Lorenzo y le emplaza para que, en el plazo de tres días, vuelva a verle llevando consigo los afamados tesoros de la Iglesia para incautarlos a favor del tesoro imperial (descontando, es de suponer, una cantidad para el propio prefecto).

Al tercer día, llega Lorenzo a presencia del magistrado y le dice que salga al atrio, donde ha acumulado los tesoros de su Iglesia. Al salir el prefecto, que ya esperaba ver el espacio cubierto de pilas de monedas, lingotes de oro y joyas, se encuentra apelotonada en el patio una multitud de ancianos, pobres, lisiados, ciegos y familias enteras que eran atendidas por la Iglesia de Lorenzo, quien antes de que se recuperara de su sorpresa el representante del emperador habló así: “Éstos son el tesoro de la Iglesia, como hizo Jesús, el Hijo de Dios; así hacemos los cristianos hoy y así hará la Iglesia siempre: eran los más queridos de Jesús, también son los nuestros”.

La ocurrencia le costó a Lorenzo la vida, en un martirio especialmente cruel que todos conocemos: carne de barbacoa, asado sobre una parrilla cuyo diseño imita el Monasterio de El Escorial.

Pero si el martirio es solo ocasional en la historia de la Iglesia, la ‘opción preferencial’ por lo que a veces Su Santidad llama ‘los descartados’ -los que nadie quiere, los que a nadie interesan- sigue siendo central en su misión y lo seguirá siendo hasta el final de los tiempos, porque si la Iglesia es la Esposa de Cristo, se la reconocerá por obrar como obró Cristo.

Carlos Esteban