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sábado, 21 de marzo de 2020

Juan 13, 1


“La víspera de la fiesta de la Pascua, sabiendo Jesús que había llegado su hora de pasar de este mundo al Padre, como hubiera amado a los suyos que estaban en este mundo, los amó hasta el fin.” (Jn. 13, 1)
En primer lugar, estaban a punto de celebrar la Pascua que era la fiesta judía conmemorativa de la liberación del pueblo de Israel de su cautiverio en Egipto. Jesús, con su muerte, estaba a punto de efectuar la liberación nuestra del cautiverio del pecado.

Jesús sabía lo que le venía encima. Veía con total claridad que estaba a un paso de la muerte. Esto nos muestra la conciencia clara que tenía Jesús de que le quedaba poco tiempo con sus discípulos y que todo lo que les va a decir desde aquí hasta el final tiene el tono de uno que sabe que se va… y que son éstas sus últimas palabras.

…hubiera amado a los suyos…” ¿Los suyos? Aquellos que su Padre le había confiado, y los que habían decidido responder ante esa llamada del Señor. Cómo y porqué el Padre elige, para nosotros es un misterio, pero lo que sí depende de nosotros es ser de los suyos porque respondemos a su llamada. La elección, el porqué me ha concedido a mí conocerlo y poderle amar, es algo que nunca entenderemos del todo en esta tierra. Tantos hay que no le conocen… Tan solo podemos intentar comprender el valor de tal regalo y hacer todo lo posible por no perderlo. No cabe mayor ofensa que despreciar este regalo se Él.

…los amó hasta el fin…” En el tiempo, por supuesto. Hasta el momento de su muerte, habiendo sufrido lo indecible por nosotros. No hay descansos en el amor del Señor, no hay que temer que se vaya a cansar de amarnos. Sí que “se cansará” algún día, pero no de amar, sino del pecado. No cabe en la boca del Señor las palabras, “Ya no te quiero”. Qué diferencia con la pequeñez del amor humano que no se fundamenta en el Amor De Dios.

Pero ama sin fin no sólo en el tiempo, en extensión, sino en intensidad también. El amor del Señor no conoce límites. No es mezquino para decir, “Hasta allí podemos llegar”. Nuestros defectos no restan de su amor; ni siquiera nuestros pecados. Y como nos dijo que habíamos de amar a los demás como Él no ha amado, nuestra manera de amar tiene que ser hasta el fin, tanto en el tiempo, como en intensidad.

Esto queda más patente en lo que se refiere al matrimonio, por ejemplo. Ni los pecados, ni las traiciones, ni las faltas de comprensión, ni la dureza de corazón pueden hacer que Él nos deje de amar hasta el último día de nuestra vida. De esta lección de cómo es el amor del Señor, hasta el fin, tenemos mucho, mucho, mucho que aprender.

Suficiente para hoy.

misatradicionalmurcia

Actualidad comentada: "Tiempo de oportunidades " - Padre Santiago Martin


Duración 13:43 minutos

«Nos gloriamos en las tribulaciones»: cómo vivir la Fe cuando se prohíbe el culto público (Mons. Schneider)



«Nos gloriamos en las tribulaciones» (Rm.5,3)

Millones de católicos en el supuestamente libre mundo occidental se verán privados durante las próximas semanas o incluso meses, y sobre todo durante la Semana Santa y la Pascua –culminación de todo el año litúrgico–, de todo acto público de culto a causa de la reacción tanto por parte de las autoridades civiles como eclesiásticas al brote del coronavirus Covid-19. La más dolorosa y angustiosa de las medidas que se han dispuesto es privar a los fieles de la Santa Misa y la Sagrada Comunión sacramental.

El ambiente de pánico que impera en casi todo el planeta se alimenta constantemente del dogma universalmente proclamado de la nueva pandemia del coronavirus. Las draconianas y desproporcionadas medidas de seguridad que niegan derechos humanos fundamentales como las libertades de desplazamiento, de reunión y de opinión tienen las trazas de haber sido orquestadas a nivel poco menos que mundial siguiendo un plan preciso. Toda la especie humana se ve prisionera de una dictadura sanitaria mundial que se manifiesta también como una dictadura política.

Un efecto colateral de esta novedosa dictadura sanitaria que se está propagando por el mundo es la creciente e implacable prohibición de toda forma de culto público. A partir del 16 de marzo de este año, el gobierno alemán ha decretado la prohibición de toda forma de reunión para los fieles de todas las religiones. Prohibiciones tan drásticas de toda forma de culto público eran impensables desde el Tercer Reich.

Antes de que se tomaran tales medidas en Alemania, ya había prohibido el gobierno en Italia, y en la propia Roma, epicentro del catolicismo y la Cristiandad, la prohibición de todo culto público. La actual prohibición de culto en Roma nos lleva de vuelta a los tiempos de prohibiciones análogas decretadas por los emperadores paganos de los primeros siglos.

Los sacerdotes que se atrevan a celebrar la Santa Misa en presencia de fieles en semejantes circunstancias se arriesgan a sufrir sanciones y encarcelamientos. La dictadura sanitaria mundial ha creado una situación tal que recrea el ambiente de las catacumbas, de una Iglesia perseguida, una Iglesia clandestina, sobre todo en Roma. El papa Francisco, que el pasado 15 de marzo recorrió sólo y con paso vacilante las calles desiertas de Roma en peregrinación a la imagen de Salus Populi Romani en la iglesia de Santa María la Mayor, a la cruz milagrosa de San Marcelo, transmitía una imagen apocalíptica. Recordaba a la siguiente descripción de la tercera parte del secreto de Fátima (dado a conocer el 17 de julio de 1917): «el Santo Padre, antes de llegar a ella, atravesó una gran ciudad medio en ruinas y medio tembloroso con paso vacilante, apesadumbrado de dolor y pena».

¿Cómo deben reaccionar y comportarse los católicos en semejante situación? Tenemos que aceptarla como recibida de la Divina Providencia, como una prueba que nos proporcionará mayor beneficio espiritual que si no experimentáramos una situación así. Esta situación puede entenderse como una intervención divina en la crisis sin precedentes que vive la Iglesia. Dios se está valiendo de la implacable dictadura sanitaria mundial para purificar la Iglesia, para despertar a la jerarquía de la Iglesia, empezando por el Papa y los obispos, del ensueño de vivir en mundo moderno maravilloso, de la tentación de  juguetear con el mundo, de la inmersión en las cosas temporales y terrenas. Las autoridades de este mundo han apartado a la fuerza a los fieles de sus pastores, han ordenado a los sacerdotes que celebren la liturgia sin fieles presentes.

Esta purificadora intervención divina es capaz de hacernos ver a todos lo que es esencial en la Iglesia: el Sacrificio Eucarístico de Cristo con su Cuerpo y Sangre y la salvación para la eternidad de las almas inmortales. Muchos fieles que de la noche a la mañana se han visto privados de lo esencial comienzan a ver y apreciar más claramente su valor.

A pesar de la dolorosa situación de verse privados de la Santa Misa y la Sagrada Comunión, los católicos no debemos dejarnos vencer por la frustración y la melancolía. Debemos aceptar esta prueba como una oportunidad de obtener abundantes gracias que nos ha preparado la Divina Providencia. Ahora muchos católicos tienen una oportunidad de experimentar lo que era vivir en tiempos de las catacumbas, en la Iglesia clandestina. Esperemos que esta situación rinda nuevos frutos espirituales de confesión de fe y de santidad.

La presente situación obliga a las familias católicas a vivir de primera mano la experiencia de lo que es una iglesia doméstica. En la imposibilidad de asistir a la Santa Misa, ni siquiera los domingos, los padres católicos deben congregar a su familia en casa. Pueden oír Misa por televisión o internet, y si no les es posible, dedicar una hora santa a la oración para santificar el Día del Señor y unirse espiritualmente a las misas celebradas por sacerdotes a puerta cerrada en su localidad o su barrio. 

La hora santa dominical en una iglesia doméstica se podría celebrar de la siguiente manera:

Rezo del Rosario, lectura del Evangelio del domingo, acto de contrición, Comunión espiritual, letanías, oración por los que sufren y están muriendo, oración por el Papa y los sacerdotes y oración por que termine la actual crisis física y espiritual. La familia católica debe rezar también el Vía Crucis los viernes de Cuaresma. No sólo eso: los domingos los padres pueden reunirse con sus hijos por la tarde para leerles vidas de santos, y en particular historias de épocas de persecución de la Iglesia. Yo tuve la inapreciable bendición de vivir una experiencia así en mi niñez, y me proporcionó el cimiento de la Fe católica para toda la vida.

Los católicos que ahora se ven privados de asistir a la Santa Misa y recibir sacramentalmente la Sagrada Comunión, quién sabe si por varias semanas o varios meses, pueden pensar en aquellos tiempos de persecución en que durante años los fieles no pudieron asistir a la Santa Misa ni recibir otros sacramentos. Así sucedió, por ejemplo, durante la persecución comunista en muchos lugares del imperio soviético.

Sirvan las siguientes palabras de Dios para infundir fuerzas a todos los católicos que actualmente sufren por estar privados de la Santa Misa y la Sagrada Comunión:

«No os sorprendáis, como si os sucediera cosa extraordinaria, del fuego que arde entre vosotros para prueba vuestra; antes bien alegraos, en cuanto sois participantes de los padecimientos de Cristo, para que también en la aparición de su gloria saltéis de gozo» (1ª de Pedro 4,12-13).

«El Dios y Padre de nuestro Señor Jesucristo, el Padre de las misericordias y Dios de toda consolación; 4 el cual nos consuela en todas nuestras tribulaciones, para que nosotros podamos consolar a los que están en cualquier tribulación, con el consuelo con que nosotros mismos somos consolados por Dios» (2ª a los Corintios 1,3-4).

«A fin de que vuestra fe, saliendo de la prueba mucho más preciosa que el oro perecedero –que también se acrisola por el fuego– redunde en alabanza, gloria y honor cuando aparezca Jesucristo» (1ª de Pedro 1, 6-7)

En tiempos en que la Iglesia era objeto de crueles persecuciones, San Cipriano de Cartago (+ 258) impartió esta edificante enseñanza sobre el valor de la paciencia:

«Es la paciencia lo que refuerza y afirma los cimientos de nuestra fe. Es lo que acrecienta nuestra esperanza. Lo que dirige nuestras acciones, para que nos afirmemos en el camino de Cristo mientras andamos guiados por su paciencia. Cuán grande es el Señor Jesús, y cuán grande su paciencia, que quien es adorado en el Cielo todavía no es vengado en la Tierra. Tengamos en cuenta, amados hermanos, la paciencia de Él en nuestras persecuciones y padecimientos. Obedezcamos aguardando con gran ilusión su venida» (De patientia, 20; 24).

Queremos rogar con plena confianza a la Madre de la Iglesia, invocando la potencia intercesora de su Corazón Inmaculado, para que esta privación de la Santa Misa rinda abundantes frutos espirituales de verdadera renovación en la Iglesia al cabo de décadas de noche de persecución de los auténticos católicos, sacerdotes y fieles que sufre la Iglesia. 

Prestemos atención a estas estimulantes palabras de San Cipriano:

«Si se descubre la causa de la calamidad, ya se conoce el remedio para el mal. El Señor ha dispuesto que su familia sea puesta a prueba. Y como una larga paz corrompió la disciplina que Dios nos había impuesto, esta reprensión celestial ha despertado nuestra fe, que flaqueaba, iba a decir que dormía. Y si bien merecíamos más por nuestros pecados, nuestro misericordiosísimo Señor lo ha mitigado todo hasta tal punto que lo que nos ha sucedido parece más una prueba que una persecución» (De lapsis, 5).

Quiera Dios que esta breve prueba de privación del culto público y de la Santa Misa infunda en el corazón del Sumo Pontífice y de los obispos un renovado celo apostólico por  los tesoros espirituales perennes que Dios les confió: celo por la gloria y el honor de Dios, por la unicidad de Jesucristo y su sacrificio redentor, por la centralidad de la Eucaristía y su sagrada y sublime forma de celebración, por la mayor gloria del Cuerpo Eucarístico de Cristo; celo por la salvación de las almas inmortales, por un clero casto y de mentalidad celestial. Prestemos nuevamente atención a las alentadoras palabras de San Cipriano:

«Es necesario alabar a Dios y celebrar con acción de gracias, aunque ni siquiera durante la persecución han dejado nuestras voces de dar gracias. Pues no hay enemigo que sea tan poderoso para impedirnos a quienes amamos al Señor con todo nuestro corazón, nuestra vida y nuestras fuerzas, proclamar siempre y en todo lugar sus bendiciones y alabanzas glorificándolo. Gracias a las oraciones de todos, ha llegado el día que tanto ansiábamos. Tras las temibles y espantosas tinieblas de una larga noche, resplandece en el mundo la luz del Señor» (De lapsis, 1)

+Athanasius Schneider, obispo auxiliar de la Archidiócesis de Santa María de Astaná

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Oraciones que se pueden rezar en la hora santa doméstica

Acto de contrición perfecta

Me pesa, Dios mío, de todo corazón haberos ofendido y aborrezco todos mis pecados por temor a perder el Cielo y a las penas del Infierno, pero ante todo por haberos ofendido, Dios mío, que eres todo bien y digno de todo mi amor. Ayudado de tu divina gracia, me propongo firmemente confesar mis pecados, hacer penitencia y enmendar mi vida, amén.

Comunión espiritual

«Me postro a tus pies, Jesús mío, y te ofrezco el arrepentimiento de mi corazón contrito, doblegado en su nada y ante tu sagrada presencia. Te adoro en el sacramento de tu amor, la inefable Eucaristía. Deseo recibirte en la humilde morada que te ofrece mi corazón. Mientras aguardo la dicha de la Comunión sacramental, anhelo poseerte espiritualmente. ¡Ven a mí, Jesús mío, pues por mi parte me dirijo a Ti! Tu amor abrace mi corazón en la vida y en la muerte. Creo en Ti, espero en Ti y te amo. Amén.»

Oración del Ángel de Fátima

¡Dios mío, yo creo, adoro, espero y te amo! ¡Te pido perdón por los que no creen, no adoran, no esperan, no te aman! Santísima Trinidad, Padre, Hijo y Espíritu Santo, yo te adoro profundamente y te ofrezco el Preciosísimo Cuerpo, Sangre, Alma y Divinidad de nuestro Señor Jesucristo, presente en todos los Sagrarios del mundo, en reparación de los ultrajes con los que El es ofendido. Por los méritos infinitos del Sagrado Corazón de Jesús y del Inmaculado Corazón de María, te pido la conversión de los pecadores.

Oración universal (atribuida a Clemente XI)

Creo en Ti, Señor; aumenta mi fe. Confío en Ti; refuerza mi confianza. Te amo; haz que te ame cada vez más. Estoy arrepentido de mis pecados; acrecienta mi dolor. Te adoro como principio mío, te ansío como mi último fin, te alabo como mi ayuda incesante y te invoco como mi amoroso protector.

Guíame con tu sabiduría, corrígeme con tu justicia, consuélame con tu misericordia, protégeme con tu poder. Te ofrezco, Señor, mis pensamientos para que estén firmes en Ti; mis palabras, para que seas el centro de ellas; mis actos, para que reflejen mi amor por Ti; y mis padecimientos, para soportarlos a mayor gloria de Ti. Deseo hacer lo que me pidas; como me lo pidas, por tanto como me lo pidas y porque lo pides. Ilumina, Señor, mi entendimiento, fortalece mi voluntad, purifica mi corazón y hazme santo. Ayúdame a arrepentirme de mis pecados pasados y a resistir la tentación de los futuros. Ayúdame a sobreponerme a mis debilidades humanas y fortalecerme como cristiano.

Himno y oración a Nuestra Señora, estrella del Cielo

Stella caeli exstirpávit,
quae lactávit Dóminum
Mortis pestem quam plántavit
Primus parens hóminum.
Ipsa Stella nunc dignétur
sídera compéscere,
Quorum bella plebem caedunt
Dirae mortis úlcere.
O piíssima stella maris,
A peste succúrre nobis.
Audi nos, Dómina,
nam Fílius tuus nihil negans te honórat.
Salva nos Jesu, pro quibus Virgo Mater te orat!

℣ In omni tribulatióne et angústia nostra.
℞ Succúrre nobis, piíssima Virgo Maria.

Oremus: Deus misericordiae, Deus pietatis, Deus indulgentiae, qui misertus es super afflictione Populi tui, et dixisti Angelo percutienti Populum tuum: contine manum tuam ob amorem illius Stellae gloriosae, cujus ubera pretiosa contra venenum nostrorum delictorum quam dulciter suxisti: praesta auxilium gratiae tuae, ab omni peste, et improvisa morte secure liberemur, et a totius perditionis incursu misericorditer liberemur.

Per te Jesu Christi Rex Gloria, Salvator Mundi: Qui vivis, et regnas in secula seculorum. Amen

Estrella del Cielo que amamantasteis al Señor 
y acabasteis con la peste 
que sembraron los primeros padres de la humanidad
Dígnese esta Estrella 
contener a las estrellas que con sus guerras 
matan con crueles y mortíferas llagas.
Oh piísima Estrella del mar, libradnos de la peste. 
Oh Señora Nuestra, óyenos por amor de tu Hijo, 
que te honra y no te niega nada. 
¡Sálvanos, Jesús, a quien implora tu Virgen Madre!

℣En todas nuestras tribulaciones y angustias
℞Socórrenos, piísima Virgen María.

Oremos. Dios misericordioso, Dios de amor, Dios perdonador, Tú que te compadeces de los padecimientos de tu pueblo y dijiste al ángel que lo exterminaba: detén tu mano por amor a esa gloriosa Estrella de cuyos preciosos pechos te amamantaste para traer el antídoto a nuestras transgresiones. Concédenos la ayuda de tu gracia, y nos libraremos sin falta de toda plaga, de que la muerte nos pille desprevenidos y de todo ataque pernicioso. Por Jesucristo Rey de la Gloria, Salvador del mundo, que vive y reina por los siglos, amén.

(Traducido por Bruno de la Inmaculada. Artículo original )

viernes, 20 de marzo de 2020

«No podemos privarnos de la misa ahora que el virus ha desenmascarado el individualismo» (Mons. Reig Pla)



«La Misa es el Cielo en la Tierra. No podemos privarnos ahora de ella, cuando la crisis del coronavirus está poniendo en evidencia el individualismo de la sociedad. Con esta decisión he querido enfatizar que Dios no nos abandona nunca». El obispo de Alcalá, Juan Antonio Reig Pla, explica así, en esta entrevista a la Nuova Bussola Quotidiana, la decisión que ha tomado para su diócesis de no privar al pueblo de la Santa Misa, tomando, claro está, las necesarias medidas sanitarias.

Excelencia, ¿por qué ha decidido mantener abiertas las iglesias, y celebrar las misas con el pueblo?

Como obispo he decidido mantener abiertas las iglesias y también el horario habitual de las celebraciones de la Santa Misa. Con ello quiero ofrecer a los fieles un signo de que la Iglesia no abandona a nadie que requiera los auxilios divinos, especialmente los sacramentos. Para ello disponemos las celebraciones siguiendo todas las indicaciones de prevención que recomiendan las autoridades sanitarias. Además, a las 12 y a las 20.30 horas las campanas de la Catedral anuncian dos toques de oración para rezar por las necesidades que provoca esta epidemia. Entre los bienes de la persona (bienes útiles, placenteros, el bien moral, etc.), el máximo bien es el espiritual, que va unido al destino eterno del hombre. Esta es la razón por la que no podemos privar a los fieles, incluso en circunstancias extremas, de los dones divinos y particularmente de la Eucaristía.


¿Es importante mantener las distancias de seguridad, pero es aún más importante dar a los fieles el pan del Cielo?

No solo mantenemos la distancia de seguridad, sino que tomamos todas las medidas para prevenir la infección: higiene en las manos del sacerdote, desinfección del suelo y de los bancos, de los vasos sagrados, etc. Todo ello es importante, sin embargo ninguna de estas cosas apaga el deseo de infinito que hay albergado en cada corazón humano. Por eso, junto a las medidas de seguridad, no puede faltar lo que especifica la obra de la Iglesia: ofrecer la salvación lograda por Jesucristo mediante la oración, la predicación de la Palabra y los sacramentos.


¿Qué significado hay que dar a la Misa en estos días? ¿Es indispensable?

La Santa Misa, en todas las ocasiones, y más en esta situación extrema, es el cielo en la tierra. Sin la presencia del cielo -hecho presente en la humanidad de Jesucristo y ahora en los sacramentos- el hombre desfallece. Se puede dispensar de acudir a la Eucaristía dominical, por esta situación extrema y con razones justas, pero no hay que negar el pan del cielo a cuantos, con las prevenciones indicadas por las autoridades sanitarias, pueden acudir y desean el consuelo de Dios. Los fieles que acuden son conscientes de su responsabilidad y ofrecen la Santa Misa por todos los que sufren la pandemia.


¿Le han criticado? ¿Tal vez las críticas son la demostración que se piensa más en la salud del cuerpo que en la del alma?

De los fieles he recibido algunas indicaciones, sugerencias para mejorar las celebraciones y algunas dudas. Críticas directas no he recibido ninguna. Sí he recibido, en cambio, muchas muestras de gratitud. De todas maneras, es comprensible que entre los fieles se dé alguna incertidumbre. Saber que el bien espiritual es el máximo bien contrasta con el espíritu del mundo y este espíritu mundano también puede penetrar en la Iglesia. Para ello son consoladoras las palabras de Jesús: “En el mundo tendréis luchas; pero tened valor: Yo he vencido al mundo” (Jn 16,33).


¿Ha recibido presiones del gobierno, o le han obligado a cerrar las misas o suspender las misas? ¿Cómo se ha comportado el gobierno con ustedes, los obispos?

Gracias a Dios no he recibido ninguna presión del gobierno. En el Decreto de Alarma está previsto poder acudir a los actos religiosos tomando las medidas de prevención. A tenor de las circunstancias tomaremos las decisiones oportunas.


Un aspecto que vivimos en Italia es el hecho de que muchos capellanes de hospital no pueden entrar en las Unidades de Cuidados Intensivos, lo que hace que la gente muera sola. ¿Cómo es la situación en su diócesis? ¿Consiguen los capellanes llevar los Sacramentos a los enfermos y moribundos?

La situación en los hospitales ubicados en el territorio de la diócesis es preocupante, por el número de infectados. Los sacerdotes ejercen su labor con la prudencia necesaria y con las prevenciones previstas. Hasta ahora las personas o los familiares que solicitan los sacramentos pueden ser atendidos. Para los enfermos que están en las unidades de cuidado intensivo hay medidas especiales y no siempre se puede acceder a ellas.


¿En qué medida el coronavirus nos interroga como castigo y purificación de Dios?

La pandemia del Coronavirus nos ha colocado en una situación límite. De momento ha puesto en evidencia la precariedad humana y ha desenmascarado la mentira del individualismo que ha propiciado la ruptura de vínculos con la familia, con la tradición y con Dios. La soberbia del globalismo y de la sociedad tecnocrática ha sufrido un duro golpe. Hoy hemos de reconocernos todos más humildes y dependientes los unos de los otros y dependientes de la sabiduría amorosa de Dios creador y redentor. De manera especial, Occidente necesita una purificación y una vuelta a la tradición cristiana, que ofrece una verdadera respuesta a los interrogantes humanos y promueve el modo adecuado de vivir desde la virtud. Este es un tiempo de prueba y, a la vez, un tiempo de gracia. Solo Dios puede convertir esta situación penosa en una ocasión de salud para el espíritu humano.


¿Qué le dice a la Iglesia, hoy, este virus? La Iglesia, ¿debe plantearse preguntas?

Evidentemente, esta situación afecta también a la Iglesia y nos hace volver a las cuestiones básicas que afectan a la salvación humana. La Iglesia no es una organización simplemente humana, una ONG. En sus entrañas lleva el ofrecimiento de la salvación eterna pagada al precio de la sangre de Cristo. Esta pandemia nos invita a todos a volver el corazón a Dios, a insistir en el destino eterno del hombre y a poner el énfasis en la gracia de Dios, en recomponer los vínculos humanos; resaltar la importancia de la familia, de la comunidad cristiana y de los medios de salvación (oración, Palabra de Dios, sacramentos, caridad, etc.). Frente a la soberbia del individualismo y la autonomía radical, esta es una ocasión de gracia para cambiar el concepto de libertad. La libertad no es simplemente independencia y ruptura de vínculos. Nuestra libertad creada es para la comunión y para la dependencia amorosa de la sabiduría de Dios. Redescubrir a Cristo, dejarnos abrazar por su gracia redentora y aprender a vivir en comunidad son los retos para poner en pie a la Iglesia y a la sociedad.

SENSATEZ



No se trata de negar que la situación actual podrá ser utilizada para una ingeniería social de dimensiones planetarias. Tampoco que el Hijo de la Perdición pueda aprovecharse de esta calamidad para hacer de las suyas, sean éstas cuales fueren. Se trata de no caer en ideologías, justamente nosotros que alardeamos de nuestra fina capacidad para detectarlas. Se trata de ser realistas, y la realidad es que el Covid-19 es una peste gravísima, y esto no lo dicen los científicos financiados por Soros, sino la realidad de lo que está ocurriendo en Italia y España, por ahora.

Les dejo el comentario que envió al blog un médico español "nuestro":


Soy médico español, soy católico tradicionalista, leo a los clásicos, admiro a Ayuso y Castellani, y siempre que puedo voy a misa tradicional. Leo con gusto a Wanderer y soy lo más alejado a la complicidad con un gobierno mundial, no digamos anticristiano.

Queridos amigos argentos del otro lado del charco: no sé si el Covid-19 lo creó un laboratorio maligno, o fue una mutación animal debida a que los chinos comen toda clase de bichos asquerosos, como lo fueron otras pandemias.

Sí sé lo que estoy viendo: es un virus genéticamente pariente de la gripe, pero su comportamiento es mucho más agresivo: infecta más, da síntomas más tarde, y es muchísimo más mortífero.

Por favor, no se dejen engañar por las cifras de mortalidad global, tampoco la de los chinos, que son una dictadura mentirosa, apenas empezamos con este virus.

En Italia, y ahora en España, en las ciudades donde hay foco de coronavirus, los hospitales se colapsan con enfermos graves, una cuarta parte de ellos más o menos acaban precisando intubación y vigilancia, todos ellos alrededor de un mes. No sólo ancianitos muy enfermos, también jóvenes. Mueren muchos y muchos más que morirán. Muchos sanitarios también enferman y deben guardar cuarentena o incluso ingresarse también.

Ambas circunstancias hacen que si a usted, querido católico enemigo de las conspiraciones mundialistas, le acontece un infarto, o un edema agudo de pulmón, o un traumatismo grave accidental, o cualquier otra enfermedad importante es posible que ya no queden camas ni médicos para atenderle. Y se muera usted de enfermedades curables en pleno siglo XXI.

Tienen mi permiso para pensar mal de los dirigentes mundiales, pero les aseguro que en esto no han ido por delante del virus, sino a remolque. Quédense en casa, no esperen a tener muchos casos para empezar a preocuparse, porque para entonces ya estarán todos infectados (aunque aún no den síntomas).

Tal vez en climas tropicales sea menos virulenta, tal vez con más humedad haya menos casos. No lo sé. No intenten hacer la prueba. Mejor hacer una cuarentena hasta que alguno de los tratamientos que se están probando se demuestre eficaz.

El mundo no ha conocido nada igual desde la (mal) llamada "gripe española" hace un siglo.

Más vale empezar con rogativas y oraciones a Dios para que nos libre de esta plaga.

En Cristo Rey y Maria Regina

Wuhan y la Iglesia patriótica (Bruno Moreno)





 

Estos días, la ciudad china de Wuhan está en boca de todos. En ella surgió, no se sabe muy bien cómo, el virus que ha sembrado el pánico por el resto del mundo y que, por primera vez, ha hecho que se suspenda el culto católico público en multitud de diócesis de Europa y América y hasta que se cierren las iglesias. Sin duda, una distinción suficiente para que aparezca en los libros de historia de la Iglesia.

No es, sin embargo, la primera vez que Wuhan aparece en un lugar destacado en la historia de la Iglesia. Como señala Riposte Catholique, en Wuhan se ordenaron los primeros obispos chinos “patrióticos”, es decir, los primeros que habían sustituido la obediencia al Papa y a la Iglesia por el sometimiento al Partido Comunista chino.

El 13 de abril de 1958, dos franciscanos chinos, Bernardin Tong Guang-quing y Marc Yuan Wen-hua, fueron consagrados obispos de la “Iglesia patriótica”. La Asociación Patriótica Católica China había sido creada el año anterior por la Oficina de Asuntos Religiosos del gobierno chino con el objetivo de domesticar el catolicismo y convertirlo en un órgano más del omnipresente Partido Comunista, desgajándolo de sus lazos con la Iglesia universal. La creación de este absurdo (un catolicismo no católico) fue desencadenada por el reconocimiento por la Santa Sede de Taiwán en 1951 y la consiguiente ruptura de relaciones diplomáticas por parte de la China comunista en represalia.

El Partido Comunista también creó asociaciones similares para protestantes (el Movimiento de las Tres Autonomías o las Tres Independencias) y musulmanes (la Asociación Islámica de China). Aunque las relaciones de estas dos religiones con un Partido oficialmente ateo son complejas, en general los problemas han sido mucho menores que en el caso de los católicos, ya que tanto protestantes como musulmanes no tienen una autoridad central, como sucede en el Catolicismo, y a lo largo de la historia se han visto frecuentemente subordinados al poder civil.


Los dos obispos ordenados en Wuhan sin permiso del Vaticano y sus consagrantes quedaron excomulgados latae sententiae. Tres meses después, el Papa Pío XII escribió una encíclica, Ad Apostolorum principis, en la que recordaba cómo había florecido la Iglesia en China y lamentaba que la Asociación Patriótica “arranca a las almas de la necesaria unidad de la Iglesia”, con el objeto de que “los Católicos den progresivamente su adhesión a las falsedades del materialismo ateo, con las cuales se niega a Dios y se rechazan todos los principios sobrenaturales”. Asimismo, calificó las ordenaciones realizadas de “sacrílegas”, “abusivas”, “gravemente ilícitas” y “pecaminosas” y recordó que su efecto era la excomunión para los consagrados y los consagrantes.

Otros muchos obispos de la “Iglesia patriótica” siguieron a aquellos dos en la ordenación y en la excomunión latae sententiae. Esto creó, de facto, dos catolicismos en China, uno cismático, que seguía a los obispos consagrados ilícitamente, y otro fiel al Papa y a la Iglesia Católica, que tuvo que permanecer más o menos oculto y que consagraba sus obispos secretamente con mandato pontificio, la Iglesia china de las catacumbas. La vida de esta última, como es fácil imaginar, rápidamente se hizo muy dura y el gobierno utilizó todo tipo de herramientas, desde los “campos de reeducación”, a los arrestos y condenas, para acabar con ella. Son numerosísimos los mártires y confesores chinos, reconocidos oficialmente o no, que ha dado el catolicismo en China desde la implantación del comunismo.

Solo en los territorios chinos de Hong Kong y Macao la Iglesia permaneció libre de la intromisión del Partido Comunista, ya que en aquella época no pertenecían a China, sino al Reino Unido y a Portugal, e incluso después de la devolución a China conservaron una organización política separada.

Sin embargo, un par de décadas después del cisma, numerosos obispos patrióticos comenzaron a buscar canales discretos de contacto con Roma para transmitir al Vaticano sus deseos de estar en comunión con el Papa. En muchos casos, desde mediados de los ochenta, esos obispos fueron reconocidos a posteriori por el Papa y pasaron a ser considerados obispos católicos legítimos, reconciliados con Roma.

Esto complicó mucho la situación, porque esos nuevos obispos cuya situación se había regularizado seguían perteneciendo a la Asociación patriótica y, por lo tanto, dependían del Partido Comunista (aunque es de suponer que al menos tenían la intención de obedecer al Papa por encima de las indicaciones del Partido). A la vez, seguían existiendo los obispos de la Iglesia clandestina y también otros obispos patrióticos en cisma, que no habían buscado reconciliarse con Roma. Las fronteras entre los católicos cismáticos y los católicos fieles a Roma se hicieron menos claras, ya que, de forma indirecta, se había hecho posible formar parte de la Asociación Patriótica y estar en comunión con el Papa.

En cuanto a los fieles, el Vaticano reconoció que podían asistir a las celebraciones de los obispos y sacerdotes patrióticos, porque sus sacramentos eran válidos, siempre que no deseasen con ello separarse de la obediencia debida al Papa. Eso hizo aún más borrosas las fronteras entre la Iglesia clandestina y la patriótica. Muchos fieles clandestinos se negaban a tener nada que ver con los clérigos sometidos al Partido Comunista, pero otros se resignaban a recibir de ellos los sacramentos si no podían conseguirlos de otro modo.

Esta nueva situación, unida a los grandes cambios económicos y pequeños cambios políticos que iba experimentando el comunismo chino desde los años ochenta, despertaron en el Vaticano las esperanzas de llegar a un acuerdo con las autoridades chinas. A fin de cuentas, desde sus orígenes el catolicismo ha tenido un gran respeto por la autoridad civil, aunque no sea católica (ya San Pablo llamaba a rezar por el Emperador) y, en algunas épocas de la historia de la Iglesia, el poder civil ha intervenido de diversas maneras en el nombramiento de obispos y otros clérigos.

El Papa Benedicto XVI, en su carta a los católicos chinos de 2007, expresó esas esperanzas, pero también el convencimiento de que, para llegar a un acuerdo, no era posible traicionar los principios de la Iglesia Católica. El entendimiento con las autoridades chinas no se podía lograr a cualquier precio, especialmente si ese precio era la sumisión completa de los obispos al Partido Comunista en lugar de al Papa y a la doctrina católica. Las autoridades chinas prohibieron la publicación de la carta.

En el pontificado del Papa actual se ha producido un claro acercamiento al gobierno chino, que puede resumirse en las sorprendentes afirmaciones de Mons. Sánchez-Sorondo de que los chinos eran los que “mejor realizan la doctrina social de la Iglesia” y de que China estaba “defendiendo la dignidad de la persona” y mantenía un “liderazgo moral” en cuanto al seguimiento de la encíclica ecológica Laudato Si.

Como culminación de ese acercamiento, el pasado 22 de septiembre de 2018, la Santa Sede y China firmaron un acuerdo provisional, en el que se establecía un sistema de nombramiento de obispos por el gobierno chino, pero dando al Papa la “última palabra” sobre ese nombramiento. El Vaticano señaló que el acuerdo era “pastoral” y destinado a permitir que hubiera obispos católicos en comunión con el Papa y reconocidos por el Estado chino.

El contenido concreto del acuerdo se ha mantenido en secreto, lo que impide valorar sus consecuencias y ha suscitado considerables temores tanto entre los católicos de la Iglesia clandestina como fuera de China, especialmente por el hecho de que se pidió a varios obispos fieles al Papa, como Mons. Guo Xijin, que renunciaran a sus puestos en favor de obispos anteriormente cismáticos. Para apaciguar esos temores, el Papa Francisco envió una nueva carta a los católicos chinos el 26 de septiembre, en la que señalaba, entre otras cosas, que se levantaba la excomunión a los últimos siete obispos cismáticos de la Asociación Patriótica y se pedía a todos los católicos chinos que se mantuvieran unidos y superaran las “contradicciones del pasado”. Para ello, debían dejarse “sorprender por la fuerza renovadora de la gracia”, una exhortación característica del Papa Francisco y que ya ha utilizado en numerosas ocasiones en relación con otras reformas, como el cambio “pastoral” relativo a los divorciados en una nueva unión.


Las reacciones ante el anuncio del acuerdo y la carta papal han sido muy diversas. Para algunos, el acuerdo secreto es un hito de esperanza que marca el fin de una época de persecución del catolicismo en China y de división entre católicos fieles al Papa y católicos patrióticos sometidos al Partido Comunista. Para otros, en cambio, entre ellos el cardenal Zen, arzobispo emérito de Hong Kong, el acuerdo parece ser una rendición en toda regla ante un régimen ateo y una traición a los numerosos mártires y confesores de la Iglesia clandestina. Las diferencias sobre este tema han llevado a un cruce de cartas del cardenal Zen y el cardenal Re, decano del Colegio Cardenalicio, con apasionadas acusaciones en ambas direcciones.

De nuevo, debido al secretismo del acuerdo, es imposible llegar a conclusiones claras sobre el mismo. Lo que sí sabemos es que, desde su firma, las autoridades chinas han recrudecido sus políticas de “sinización”, es decir, de adaptación del cristianismo a la realidad de China, eliminando todo aquello que se considere una influencia indebida del exterior.

Como parte de esa política, se cierran cientos de iglesias que se niegan a convertirse en “patrióticas”, se prohíben actos públicos, los obispos patrióticos deben defender la anticoncepción, el aborto y la eutanasia, en algunas zonas se impide la presencia de jóvenes en los actos religiosos e incluso se sustituyen imágenes religiosas en las iglesias por fotografías del Presidente chino y lemas políticos. Asimismo, la Asociación Patriótica ha reafirmado desde entonces su adhesión a los principios del socialismo y su independencia de “otras iglesias católicas”. 

De hecho, el obispo Presidente de la Asociación, Mons. Fang Xingyao, ahora en comunión con el Papa, ha llegado a afirmar que “el amor por la patria debe superar el amor hacia la Iglesia". Según informan varios medios, los clérigos clandestinos sufren presiones, arrestos y expulsiones para convencerlos de que se hagan miembros de la Asociación Patriótica, supuestamente porque eso es lo que manda el acuerdo, a pesar de que, según el Vaticano, el acuerdo solo permite la pertenencia a esa Asociación, pero en ningún caso obliga a ella.

A cambio, se han producido algunos encuentros diplomáticos de alto nivel con China y se ha empezado a consagrar obispos con mandato pontificio. Asimismo, se ha sugerido que podría estar preparándose el establecimiento de relaciones diplomáticas entre la Santa Sede y la República Popular China e, incluso, la posibilidad de un futuro viaje del Papa Francisco a China cuando se solucione la crisis por la epidemia actual, un viejo sueño del Pontífice.

¿Será este el fin del cisma que se produjo hace más de sesenta años en Wuhan? ¿Se producirán simultáneamente las soluciones de ambas tragedias originadas en aquella región de China? Solo el tiempo lo dirá.

Bruno Moreno

Obispo Schneider: “Restricción de la libertad”, “Plan globalmente orquestado”



El “dogma” universal de la nueva “pandemia del coronavirus” incluye un “pánico planetario” y priva a millones de católicos de la Misa occidental “libre”, escribe el 19 de marzo el obispo Athanasius Schneider en el sitio web OnePeterFive.com.

Estas medidas niegan derechos humanos fundamentales y parecen “casi globalmente orquestados junto a un plan preciso”.

Para Schneider la humanidad se ha convertido en prisionera de una “dictadura sanitaria”, de la que la prohibición del culto público es un importante efecto colateral.

Él menciona la prohibición del gobierno alemán sobre todas las reuniones religiosas públicas, una medida “inimaginable incluso durante el Tercer Reich”.

Schneider huele el aire de una Iglesia que es empujada bajo la tierra.

Coronavirus. Dos pastores de Iglesia, dos estilos. Comparando sus palabras


 
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El mismo día del miércoles 18 de marzo, el papa Francisco y el cardenal Camillo Ruini han dado a conocer dos entrevistas sobre la aparición del coronavirus.

El Papa con Paolo Rodari para “la Repubblica”, el diario fundado por Eugenio Scalfari.

El cardenal Ruini en “TG2 Post”, la conversación en profundidad conducida por Manuela Moreno, que sigue las noticias diarias vespertinas de la RAI 2.

A continuación publicamos las transcripciones de las dos entrevistas. Para que los lectores las comparen.



EL PAPA: “NO DESPERDICIES ESTOS DÍAS DIFÍCILES”


CIUDAD DEL VATICANO – “En estos días difíciles podemos volver a descubrir aquellos pequeños gestos concretos de proximidad hacia las personas más cercanas a nosotros, una caricia a nuestros abuelos, un beso a nuestros hijos, a las personas que amamos. Son gestos importantes, decisivos. Si sabemos vivir así estos días no se desperdiciarán".

El Papa Francisco vive estos días en el Vaticano siguiendo de cerca las noticias sobre la emergencia del coronavirus. Hace dos días fue a rezar a Santa María Maggiore y a la iglesia de San Marcello al Corso. Hoy le cuenta a Repubblica lo que le están enseñando estos días.

P. – Santo Padre, ¿qué pidió cuando fue a rezar a las dos iglesias romanas?

R. – Le pedí al Señor que detuviera la epidemia: Señor, detenla con tu mano. Recé por esto.

P. – ¿Cómo podemos vivir estos días para que no se desperdicien?

"Debemos redescubrir lo concreto de las pequeñas cosas, de los pequeños cuidados que hay que tener hacia nuestros allegados, la familia, los amigos. Comprender que en las pequeñas cosas está nuestro tesoro. Hay gestos mínimos, que a veces se pierden en el anonimato de la vida cotidiana, gestos de ternura, de afecto, de compasión que, sin embargo, son decisivos, importantes. Por ejemplo, un plato caliente, una caricia, un abrazo, una llamada telefónica... Son gestos familiares de atención a los detalles de cada día que hacen que la vida tenga sentido y que haya comunión y comunicación entre nosotros.

P. – ¿No solemos vivir así?

R. – A veces sólo vivimos una comunicación virtual entre nosotros. En cambio, deberíamos descubrir una nueva cercanía. Una relación concreta hecha de cuidados y paciencia. Muy a menudo las familias, en casa, comen juntas en un gran silencio, pero no es para escucharse mejor unos a otros, sino más bien porque los padres ven la televisión mientras comen, y sus hijos están concentrados en sus teléfonos móviles. Parecen unos monjes aislados unos de otros. Así no hay comunicación; en cambio, escucharnos es importante porque entendemos los problemas de cada uno, sus necesidades, esfuerzos, deseos. Hay un lenguaje hecho de gestos concretos que debe ser salvaguardado. En mi opinión, el dolor de estos días debe abrirnos a lo concreto.

P. – Hay mucha gente que ha perdido a sus seres queridos, mientras muchos otros están luchando al frente para salvar otras vidas. ¿Qué quiere decirles?

R. – Agradezco a los que se dedican de esta manera a los demás. Son un ejemplo de esta sensibilidad hacia lo concreto. Y pido que todos estén cerca de aquellos que han perdido a sus seres queridos y traten de estar cerca de ellos de todas las maneras posibles. El consuelo debe ser ahora el compromiso de todos. En este sentido me impresionó mucho el artículo escrito en Repubblica por Fabio Fazio sobre las cosas que está aprendiendo estos días.

P. – ¿Qué le ha impresionado en particular?

R. – Muchos pasajes, pero en general el hecho de que nuestro comportamiento siempre afecta a la vida de los demás. Tiene razón, por ejemplo, cuando dice: "Se ha hecho evidente que los que no pagan impuestos no sólo cometen un delito, sino un crimen: si faltan camas y aparatos de respiración, también es culpa suya". Esto me impresionó mucho.

P. – ¿Cómo puede vivir con esperanza frente a estos días alguien que no cree?

R. – Todos somos hijos de Dios y estamos bajo su mirada. Incluso aquellos que aún no han encontrado a Dios, aquellos que no tienen el don de la fe, pueden encontrar ahí su camino, en las cosas buenas en las que creen: pueden encontrar la fuerza en el amor a sus hijos, a su familia, a sus hermanos y hermanas. Uno puede decir: "No puedo rezar porque no soy creyente”. Pero al mismo tiempo, sin embargo, puede creer en el amor de la gente que le rodea y encontrar allí la esperanza.

(Traducción de Luis E. Moriones)

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RUINI: “CRISTO RESUCITADO ES NUESTRA GRAN ESPERANZA”

P. – Cardenal, en esta emergencia Italia quizás ha redescubierto también los pequeños tesoros que están escondidos dentro de nuestras casas. ¿Es así?

R. – Sí, creo que este momento verdaderamente trágico nos lleva a redescubrir la importancia de la relación con Dios y, en consecuencia, de la oración. Yo al menos lo vivo así: un momento en el cual me confío con todo el corazón al Señor y a su misericordia.

P. – ¿Pero cómo podemos hacer para qué este momento dramático se transforme en un recurso, en un redescubrimiento también de nuestra humanidad, de nuestros sentimientos y de la ayuda mutua?

R. – Creo que este momento nos impulsa a la solidaridad. Todos comprendemos que estamos en la misma barca, que debemos buscar ayudarnos el uno al otro, porque ésta es una cuestión de vida o muerte. Y aquí de nuevo la fe puede sernos de gran ayuda, porque la fe nos dice precisamente esto, que todos somos hermanos, hijos de un único Padre que vela por nosotros. Debemos creer en esto, creer que no estamos solos, no solamente porque hay otras personas con nosotros, sino también porque frente a la muerte el cristiano sabe que la muerte no tiene la última palabra. Es necesario también decir esto, porque cuando se habla de centenares de muertos, y naturalmente de tantas personas que pierden a sus seres queridos, este interrogante se plantea inevitablemente: ¿con la muerte se termina todo? ¿O la muerte es un tránsito, doloroso y dramático, pero hacia la vida? Es por esto que Cristo resucitado es nuestra gran esperanza, es el punto de referencia. ¡Aferrémonos a él! ¡Creamos en él!

P. – Muchos fieles en este momento están también un poco desorientados, porque para evitar el contagio no pueden ni siquiera encontrarse con Dios en una iglesia. ¿Cuál es el consuelo que podemos dar a quién en concreto no logra vivir su religiosidad y su fe en una iglesia?

R. – Creo que podemos encontrar a Dios en nuestra conciencia. Jesús ha dicho: cuando reces, enciérrate en tu habitación y reza. Las circunstancias externas son importantes, es cierto, es importante ir a la iglesia, pero sobre todo es importante la relación interior con Dios.

Quiero resaltar la importancia de la confianza. No debemos perder la confianza. Es verdad que de algún modo este coronavirus nos ha derrotado, por ahora. Pero es verdad también que el hombre sabrá vencer. Sabrá vencer a través de la solidaridad recíproca, ciertamente, pero también a través de su ingenio, el ingenio humano que viene de Dios y que nos hará encontrar también los remedios para el coronavirus. Sea una terapia, una vacuna o lo que sea, no sé cuándo acontecerá esto, pero estoy convencido que superaremos también al coronavirus, y por esto debemos tener confianza y pedir al Señor que nos haga emplear al máximo las capacidades que nos ha dado.

P. – Hemos visto el domingo pasado las imágenes del papa Francisco caminando por las calles desiertas de Roma, lo hemos visto rezar frente al Crucifijo de San Marcelo, en Santa María Mayor. Y hoy se ha publicado una entrevista en “la Repubblica”, en la que ha hablado del carácter concreto de las cosas pequeñas, de transformar este aislamiento para descubrir un tesoro. La exhortación estaba en el título: “No desperdicien estos días difíciles”. ¿Cómo se hace, cardenal?

R. – Estos días nos ofrecen espacios nuevos. Mientras estamos encerrados en casa, mientras debemos renunciar a nuestras actividades habituales, tenemos más tiempo para dedicarnos a otras cosas. Y una de éstas es ciertamente redescubrir las relaciones recíprocas, redescubrir nuestros afectos, nuestras amistades, los valores que nos mantienen unidos. Y como decía antes, en la misma línea se plantea el redescubrimiento de nuestra relación con el Señor. En consecuencia, de este modo podemos ciertamente poner en positivo, poner en valor también esas cosas que debemos sufrir para respetar las reglas y para combatir el coronavirus. Quiero decir también que es muy importante que, como dijo el Papa, cada uno de nosotros busque hacer todo lo que le es posible, que cada uno de nosotros sepa que es también responsabilidad suya. Cada hombre es libre, cada hombre es responsable. Debemos ser conscientes de esto y no dejarlo ir jamás. Lamentablemente hay aquí ejemplos muy negativos – debemos decirlo en esta circunstancia – de personas que se aprovechan del desastre para lucrar con cualquier ventaja económica personal irrisoria. Pero frente a esto hay muchos testimonios positivos: pensemos en los médicos, en los enfermeros, pero no sólo en ellos. Ahora bien, esto provoca también a nuestra libertad. Somos personas libres, podemos decidir conscientemente utilizar bien todas los recursos que tenemos, también en el sentido de la solidaridad y de la ayuda a quien tiene más necesidades que nosotros.

P. – Cardenal, muchas personas nos dejan a causa de este maldito virus y lo más triste es que se van en soledad. Con frecuencia no tienen ni siquiera la posibilidad de tener un funeral.

R. – Esto es verdaderamente muy triste: no poder estar cerca de los propios seres queridos que nos dejan. Esperamos que las personas que se encuentran allí – los médicos, los enfermeros – les digan una palabra buena, que a través de ellos sientan que no están abandonados. Y sobre todo quiero rezar al Señor que les haga sentir que Él está cerca y les espera, de la misma manera que el Padre espera a su propio hijo que vuelve a casa, como el padre de la parábola esperaba al hijo pródigo o como Abraham esperaba al pobre Lázaro que moría.

Sandro Magister

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Duración 7:50 minutos