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sábado, 4 de enero de 2020

Tu es Petrus: la verdadera devoción a la cátedra de San Pedro (Roberto de Mattei)



Asistimos a uno de los momentos más críticos que haya conocido la Iglesia a lo largo de su historia. Sin embargo, estoy convencido de que la verdadera devoción a la cátedra de San Pedro nos puede facilitar las armas para salir victoriosos de esta crisis.
Verdadera devoción. Porque hay falsas devociones a la cátedra de San Pedro, del mismo modo que, según San Luis María Griñón de Monfort, existe una verdadera devoción y falsas devociones a la bienaventurada Virgen María.
La promesa Jesús a Simón Pedro en Cesarea de Filipo es clara: Tu es Petrus, et super hanc petram aedificabo Ecclesiam meam, et portae inferi non praevalebunt adversus eam (Mt 16, 15-19).
Tú eres Pedro y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia, y las puertas del infierno no prevalecerán contra ella.
El primado de San Pedro es el cimiento sobre el que Jesucristo ha instituido su Iglesia, y sobre el cual ésta permanecerá hasta el final de los tiempos. La promesa de la victoria de la Iglesia es, no obstante, el anuncio de una guerra. Una guerra que, hasta el fin de los tiempos, llevará a cabo el infierno contra la Iglesia. En el centro de esta rabiosa guerra se encuentra el Papado. A lo largo de la Historia, los enemigos de la Iglesia han intentado siempre acabar con el primado de San Pedro, porque han comprendido que constituía el cimiento visible del Cuerpo Místico. Cimiento visible, porque la Iglesia tiene un cimiento primario e invisible que es Jesucristo, cuyo vicario es Pedro.
La verdadera devoción a la cátedra de San Pedro es, desde esta perspectiva, la devoción a la visibilidad de la Iglesia, y constituye, como señala el P. Faber, una parte esencial de la vida espiritual cristiana.(1)
Ataques contra el Papado a lo largo de la Historia
Uno de los ataques más violentos que ha sufrido el Papado en la Historia tuvo lugar en los años inmediatamente anteriores a la Revolución Francesa, bajo el pontificado de Gianangelo Braschi, Pío VI (1775-1799). En Alemania, el teólogo Johann Nikolaus von Hontheim, conocido por el pseudonónimo de Justino Febronio, negaba el primado de gobierno de Pedro y era partidario de una organización eclesiástica cuya potestad suprema radicaba en la colegialidad de los obispos. Febronio afirmaba que no quería combatir al Papa, sino el centralismo de la Curia Romana, a la cual quería contraponer los sínodos episcopales, nacionales y provinciales. Pío VI condenó sus tesis mediante el decreto Super soliditate Petrae del 28 de noviembre de 1786.
En Italia, ideas análogas eran expresadas por Scipione de’ Ricci, obispo jansenista de Pistoia, que en 1786 convocó un sínodo diocesano con miras a reformar la Iglesia, reduciendo al Papa a cabeza ministerial de la comunidad de pastores de Cristo. Entre tanto estalló la Revolución Francesa, y Pío VI, por la carta Quod aliquantum del 10 de marzo de 1791 condenó la Constitución Civil del Clero, la cual afirmaba que si los obispos son independientes  del Papa, los sacerdotes son superiores a los obispos y los párrocos deben ser elegidos por los fieles. Por la bula Auctorem fidei del 28 de agosto de 1794 se condenaron también los errores eclesiológicos del Sínodo de Pistoia.(2)
Pío Vi quedó muy afectado por la Revolución. En 1796, el ejército de Napoleón invadió la península itálica, ocupó Roma y el 15 de febrero de 1798 proclamó la República Romana. El Sumo Pontífice fue hecho prisionero y conducido a Francia, a la ciudad de Valence, donde el 29 de agosto de 1799 falleció agotado por los sufrimientos. La Revolución parecía haber triunfado sobre la Iglesia. El cadáver de Pío VI permaneció insepulto durante varios meses, hasta que fue inhumado en el cementerio de la ciudad, en una caja de las reservadas a los pobres, sobre la que estaba escrita la leyenda: «Ciudadano Gianangenlo Braschi, aliás Papa». La municipalidad de Valence notificó al Directorio la muerte de Pio VI, añadiendo que se había dado sepultura al último pontífice de la Historia.
Diez años más tarde, en 1809, también Pío VII (1800-1823), sucesor del anterior, anciano y enfermo, fue hecho prisionero, y tras dos años encarcelado en Savona  fue llevado a Fontainebleau, donde permaneció hasta la caída de Napoleón, obligado a plegarse a la voluntad de éste. Nunca se había visto al Papado tan débil a los ojos del mundo. Pero diez años más tarde, en 1819, Napeleón había desaparecido de la escena y Pío VII estaba de vuelta en el solio pontificio y era reconocido como suprema autoridad moral por los soberanos europeos. Aquel año de 1819 se publicó en Lyon Del Papa, obra maestra del conde Joseph de Maistre, que alcanzaría centenares de reimpresiones y fue precursora del dogma de la infalibilidad pontificia que más tarde definiría el Concilio Vaticano I.
El libro Del Papa está considerado un manifiesto del pensamiento contrarrevolucionario, que se opone al liberalismo católico de los siglos XIX y XX. Quisiera hoy hacerme eco de esta escuela de pensamiento católica.(3)
Cuando en 1869 se inauguró el Concilio Vaticano I, se enfrentaron dos partidos: por una parte, los católicos ultramontanos o contrarrevolucionarios, apoyados por Pío IX, que defendían la aprobación del dogma del Primado Petrino y la infalibilidad pontificia. Entre ellos figuraban ilustres prelados, como el cardenal Henry Edward Manning, arzobispo de Westminster; monseñor Louis Pie, obispo de Poitiers; monseñor Konrad Martin, obispo de Paderborn, arropados por los mejores teólogos de la época, como los padres Juan Bautista Franzelin, Joseph Kleutgen o Henri Ramiere. En el bando opuesto, los católicos liberales estaban capitaneados por monseñor Maret, decano de la facultad de teología de París, y por Ignaz von Döllinger, rector de la Universidad de Munich.
Los liberales, haciéndose eco de las tesis conciliaristas y galicanas, sostenían que la autoridad de la Iglesia no reside sólo en el Sumo Pontífice, sino en el Papa unido a los obispos, y consideraban erróneo, o al menos inoportuno, el dogma de la infalibilidad. El 8 de diciembre de 1870, Pío IX definió mediante la constitución Pastor Aeternus los dogmas del primado petrino y de la infalibilidad pontificia.(4) Hoy en día dichos dogmas constituyen para nosotros un precioso punto de referencia en que basar la verdadera devoción a la Cátedra de San Pedro.
El Concilio Vaticano II y el nuevo concepto del Papado
Aunque los católicos liberales fueron derrotados en el Concilio Vaticano I, un siglo más tarde serían los protagonistas y vencedores del Concilio Vaticano II.
Galicanos, jansenistas y febronianos sostenían abiertamente que la estructura de la Iglesia debía ser democrática, guiada desde abajo por los sacerdotes y obispos, de quienes el Papa sería un mero representante. La constitución Lumen gentium, promulgada el 21 de noviembre de 1964 por el Concilio Vaticano II, fue, como todos los documentos emanados de este concilio, una constitución ambigua influida por estas tendencias, si bien no las llevó a sus últimas consecuencias.
La Nota explicativa previa, incluida a petición de Pablo VI para salvaguardar la ortodoxia del documento, fue un arreglo para conciliar el principio del primado de San Pedro y el de la colegialidad episcopal. Con Lumen gentiumsucedió lo mismo que con la constitución conciliar Gaudium et Spes, que puso en pie de igualdad los dos fines del matrimonio, el procreativo y el unitivo. En la naturaleza la igualdad no existe. Uno de los dos principios está destinado irremisiblemente a imponerse sobre el otro. Y así como en el caso del matrimonio el principio unitivo se impuso sobre el procreativo, en el de la constitución de la Iglesia se está imponiendo el principio de colegialidad sobre el del primado del Romano Pontífice.
Sinodalidad, colegialidad y descentralización son las palabras que expresan actualmente la tentativa de transformar la constitución monárquica y jerárquica de la Iglesia en una estructura democrática y parlamentaria.
Un manifiesto programático de esta nueva eclesiología lo podemos ver en el discurso pronunciado por el papa Francisco el 17 de octubre de 2015 durante la ceremonia de conmemoración del quincuagésimo aniversario de la institución del sínodo de los obispos. En aquel discurso Francisco puso como comparación una pirámide invertida para representar la conversión del Papado propuesta en la exhortación Evangelii Gaudium de 2013 (nº32). Parece que el Papa quiere sustituir la iglesia centralizada en Roma por una Iglesia policéntrica o poliédrica, según la imagen frecuentemente empleada por él. Un Pontificado renovado, concebido como una especie de ministerio al servicio de las demás iglesias, renunciando al primado jurídico o de autoridad de Pedro.
Para democratizar la Iglesia, los innovadores tratan de despojarla de su aspecto institucional y reducirla a una dimensión puramente sacramental. Es el paso de la Iglesia jurídica a la Iglesia sacramental o de comunión. ¿Y cuáles son las consecuencias? En el plano sacramental, el Papa, como obispo, es igual a todos los demás prelados. Lo que lo sitúa por encima de todos ellos y le confiere un poder supremo, pleno e inmediato sobre toda la Iglesia es su oficio jurídico. El munus específico del Sumo Pontífice no consiste en su potestad de orden, que comparte con todos los demás obispos del mundo, sino en su potestad de jurisdicción, o de gobierno, que lo distingue de todos los demás prelados. El cargo cuya titularidad ostenta el Papa no supone un cuarto nivel en las órdenes sagradas por encima del diaconado, el sacerdocio y el episcopado. El ministerio petrino no es un sacramento, sino un oficio, porque el Papa es el vicario visible de Jesucristo. La Iglesia-sacramento disuelve, por la propia visibilidad de la Iglesia, el Primado Petrino.
La visibilidad de la Iglesia
Jesucristo confió la misión de Gobierno a San Pedro después de la Resurrección, cuando le dijo: «Apacienta mis corderos, pastorea mis ovejas» (Jn. 21, 15-17). Con estas palabras el Señor confirma la promesa hecha al Príncipe de los Apóstoles en Cesarea de Filipo cuando lo nombró su Vicario en la Tierra, con potestad de Jefe supremo de la Iglesia y Pastor universal. La verdadera devoción a la Cátedra de San Pedro no es el culto al hombre que ocupa esa cátedra, sino amor y veneración a la misión que Jesucristo confió a San Pedro y a sus sucesores. Se trata de una misión visible y perceptible para los sentidos, como explicaron León XII en la encíclica Satis cognitum (1896) y Pío XII en la encíclica Mystici Corporis (1943.)
Al igual que su Fundador, la Iglesia consta de un elemento humano, visible y externo, y de un elemento divino, espiritual e invisible. Es una sociedad al mismo tiempo visible y espiritual, temporal y eterna, humana por los miembros de los que está compuesta y divina por sus orígenes, sus fines y sus medios sobrenaturales. La Iglesia es visible en primer lugar porque no es ni una corriente espiritual ni un movimiento de ideas, sino una verdadera sociedad, dotada de una estructura jurídica como las otras sociedades humanas. Y es visible también como sociedad sobrenatural, porque se la puede reconocer por sus notas externas al ser siempre una, católica, apostólica y romana.(5)
Es en el Papa en quien se se concentra y condensa dicha visibilidad. Ése es el sentido de la frase pronunciada por San Ambrosio: «Ubi Petrus ibi Ecclesia»(6) (donde está Pedro, allí está la Iglesia), que presupone que remite a otro dicho, atribuido a San Ignacio de Antioquía, «Ubi Christus ibi Ecclesia» (7)No hay verdadera Iglesia fuera de la fundada por Jesucristo, que continúa a guiarla y asistirla de modo invisible mientras su Vicario la gobierna visiblemente en la Tierra.
En la actualidad se ha infiltrado el modernismo en la Iglesia, pero no hay dos iglesias. Ésa es la razón por la que el P. Gleize considera impropio hablar de Iglesia conciliar (8), y ése es también el motivo por el que debemos tener cuidado con expresiones como Iglesia bergogliana o neoiglesia. La Iglesia de hoy está ocupada por hombres de la Iglesia que traicionan o deforman el mensaje de Cristo, pero no ha sido sustituida por otra Iglesia. Solamente hay una Iglesia católica en la que conviven, de modo confuso y fragmentario, teologías y filosofías diversas y contrapuestas. Es más correcto hablar de una teología bergogliana, de una filosofía bergogliana, de una moral bergogliana y, si se quiere, de una religión bergogliana, pero sin llegar a definir como Iglesia bergogliana a la que comprendería, junto al papa Bergoglio y los cardenales, la Curia y los obispos de todo el mundo. Porque en caso de imaginar que el Papa, los cardenales, la Curia y los prelados de todo el mundo constituyen en su conjunto una nueva Iglesia, deberíamos preguntarnos legítimamente: ¿Dónde está la Iglesia de Cristo? ¿Dónde está su visibilidad social y sobrenatural?
Éste es el argumento principal contra el sedevacantismo. Pero también es un argumento contra ese tradicionalismo exagerado que aunque no declare vacante la sede de San Pedro se cree autorizado a expulsar de la Iglesia a papas, cardenales y obispos, y reduce en la práctica el Cuerpo Místico de Cristo a una realidad puramente espiritual e invisible.
El error de la papolatría
La Iglesia, como sociedad visible, tiene necesidad de una jerarquía visible, de un Vicario de Cristo que la gobierne visiblemente. La visibilidad es, ante todo, la de la Cátedra de San Pedro, sobre la que se han sentado hasta hoy 266 pontífices.
El Papa es una persona que ocupa una cátedra. No es la cátedra en persona, pero existe el peligro de que la persona haga olvidar la existencia de la cátedra, es decir, la institución jurídica que antecede a la persona.
La papolatría es la falsa devoción de quien no ve en el papa reinante a uno de los sucesores de San Pedro, sino que lo considera un nuevo Cristo en la Tierra, personalizando, reinterpretando, reinventado, imponiendo el Magisterio de sus predecesores, acrecentando, mejorando y perfeccionando la doctrina de Cristo.
Antes que un error teológico, la papolatría es una actitud psicológica y moral deformada. Los papólatras suelen ser conservadores o moderados que se engañan creyendo que pueden lograr buenos resultados en la vida sin lucha y sin esfuerzo. El secreto de su vida está en adaptarse continuamente a fin de sacar el mejor partido a toda situación. Su lema es que no pasa nada y no hay motivo de preocupación. Para ellos, la realidad no es jamás un drama. Los moderados no quieren que la vida sea un drama, porque los obligaría a asumir responsabilidades de las que no quieren hacerse cargo. Pero como la vida es con frecuencia dramática, su sentido de la realidad está trastornado y caen en un irrealismo total. Ante la crisis actual de la Iglesia, el moderado reacciona negándola instintivamente. Y la manera más eficaz de tranquilizar la propia conciencia es afirmar que el Papa nunca se equivoca, aun cuando se contradiga a sí mismo o contradiga a sus predecesores. A estas alturas, el error pasa inevitablemente del plano psicológico al doctrinal y se transforma en papolatría, o sea, en la mentalidad de que siempre hay que obedecer al Papa independientemente de lo que haga o diga, porque el Santo Padre es la regla única y siempre infalible de la fe católica.
En el plano doctrinal, la papolatría hunde sus raíces en el voluntarismo de Guillermo de Occam (1285-1347), que, paradójicamente, fue un rabioso adversario del Papado. Mientras Santo Tomás de Aquino afirma que Dios, Verdad absoluta y Sumo Bien, no puede querer ni hacer nada contradictorio, Occam sostiene que Dios puede querer y hacer cualquier cosa, incluso –qué paradoja– el mal, ya que el mal y el bien no existen en sí, sino que Dios hace que sean tales. Para Santo Tomás, una cosa se ordena o se prohíbe porque ontológicamente es buena o mala. Para los seguidores de Occam, es todo lo contrario: una cosa es buena o mala dependiendo de que Dios la haya mandado o prohibido. El adulterio, el asesinato o el robo son malos solamente porque Dios los ha prohibido. En cuanto se admite ese principio, no sólo la moral se vuelve relativa, sino que el representante de Dios en la Tierra, el Vicario de Cristo, podrá a su vez ejercer su autoridad suprema de modo absoluto y arbitrario, y los fieles no podrán hacer otra cosa que tributarle obediencia incondicional.
En realidad, la obediencia en la Iglesia supone para el súbdito el deber de cumplir, no sólo la voluntad del superior, sino únicamente la de Dios. Por esta razón, la obediencia no es nunca ciega ni incondicional. Tiene límites fijados por la ley natural y divina y por la Tradición de la Iglesia, de la cual el Pontífice es custodio y no creador.
Para el papólatra, el Papa no es el Vicario de Cristo en la Tierra, que tiene el cometido de transmitir íntegra y pura la doctrina que ha recibido, sino un sucesor de Cristo que perfecciona la doctrina de sus predecesores adaptándola con el paso de los tiempos. La doctrina del Evangelio está para él en perpetua evolución porque coincide con el Magisterio del pontífice en ese momento reinante. El Magisterio perenne es sustituido por un magisterio viviente expresado en una enseñanza temporal que cambia a diario y tiene su regula fidei en el sujeto de la autoridad en vez de en el objeto de la verdad transmitida.
Una consecuencia de la papolatría es la pretensión de canonizar a todos y cada uno de los papas para que toda palabra y todo acto de gobierno de ellos adquiera retroactivamente carácter infalible. Eso sí, esto sólo se hace con los pontífices posteriores al Concilio Vaticano II, no con los que precedieron tal concilio.
Llegados a este punto deberíamos plantearnos lo siguiente: la época dorada de la Iglesia fue la Edad Media. Y sin embargo, los únicos papas medievales canonizados por la Iglesia son Gregorio VII y Celestino V. En los siglos XII y XIII vivieron grandes pontífices, y ninguno de ellos ha sido canonizado. Durante siete siglos, entre el XIV y el XX, sólo se canonizó a Pío V y a Pío X. ¿Es que los otros fueron papas indignos y pecadores? Desde luego que no. Pero la virtud heroica en el gobierno de la Iglesia es la excepción, no la regla, y si todos los papas son santos, ninguno lo es. La santidad lo es cuando es excepcional, pero pierde sentido cuando se convierte en la regla. Hay quien sospecha que actualmente se quiere canonizar a todos los pontífices precisamente porque ya no se cree en la santidad de ninguno. Quien quiera ahondar en este problema encontrará provechosa la lectura del artículo que dedicó Christopher Ferrara en The Remnant a The canonisations crisis (9).
¿Es posible una diarquía pontificia?
La papolatría no existe en sentido abstracto: hoy en día se debería hablar con más precisión de, por ejemplo, franciscolatría, y también de benedictolatría, como bien ha señalado Miguel Ángel Yáñez en Adelante la Fe (10).  Esa papolatría puede llegar a contraponer un pontífice a otro. Por ejemplo, los seguidores del papa Francisco a los de Benedicto, pero también puede conducir a intentar la armonía y convivencia de ambos papas imaginando una posible división de funciones. Es significativo e inquietante lo sucedido con ocasión del quinto aniversario de la elección del papa Francisco. Toda la atención de los medios se ha concentrado en el caso de la carta de Benedicto XVI a Francisco: una carta que resultó haber sido manipulada y que ha causado la dimisión del encargado de comunicación en el Vaticano, monseñor Dario Viganò. Con todo, el debate reveló la existencia de una falsa premisa aceptada por todos: que hay una especie de diarquía pontificia, según la cual hay uno que es papa en el ejercicio de sus funciones, Francisco, y otro, Benedicto, que sirve a la Cátedra de San Pedro con la oración  y, en caso necesario, orientando. La existencia de dos pontífices se admite como un hecho consumado; sólo se discute la naturaleza de su relación, Pero la verdad es que es imposible que haya dos papas. El papado es indivisible: sólo puede haber un Vicario de Cristo.
Benedicto XVI tenía la facultad de renunciar al pontificado, pero habría debido, en consecuencia, renunciar al nombre de Benedicto XVI, a la sotana blanca y al título de papa emérito. En resumidas cuentas, tendría que haber dejado definitivamente de ser papa, e incluso haber dejado de residir en el Vaticano. ¿Por qué no lo ha hecho? Porque parece que Benedicto XVI está convencido de que todavía es papa, aunque sea un papa que ha renunciado al ejercicio de su ministerio petrino. Esta convicción nace de una eclesiología profundamente errónea, fundada en un concepto sacramental y no jurídico del Papado. Si el munus petrino es un sacramento y no un cargo jurídico, imprime carácter, pero en ese caso sería imposible renunciar al cargo. La renuncia presupone la revocabilidad del cargo, y es por tanto irreconciliable con un concepto sacramental del pontificado.
Con toda razón el cardenal Brandmüller encuentra incomprensible la tentativa de establecer una especie de paralelismo contemporáneo entre un papa reinante y un papa orante: «Un papado bicéfalo sería una monstruosidad»(11), ha afirmado. «El derecho canónico no reconoce la figura de un papa emérito.»  «El dimisionario, en consecuencia, ya no es obispo de Roma ni papa, ni siquiera cardenal».(12)
Por lo que se refiere a las dudas en cuanto a la elección del papa Francisco, la profesora Geraldina Boni (13) señala que el Derecho Canónico siempre ha enseñado que una serena universalis ecclesiae adhaesio es señal y efecto infalible de una elección válida y un pontificado legítimo, y la adhesión del pueblo de Dios al papa Francisco no ha sido puesta en duda hasta el momento por ninguno de los cardenales que participaron en el cónclave. Esto también es consecuencia del carácter visible de la Iglesia y del Papado.
A nemine est judicandus, nisi a fide devius…
El carácter jurídico del cargo petrino ha sido descrito con bastante acierto por un canonista libre de toda sospecha, ex rector de la Universidad Gregoriana: el jesuita Gianfranco Ghirlanda, que durante el periodo de transición entre ambos pontificados publicó en La Civiltà Cattolica un explícito artículo titulado La vacancia de la Sede Romana, en el que dijo:
«La Sede Romana está vacante en el caso de que el Romano Pontífice cese en el ejercicio de sus funciones, y esto se verifica por cuatro motivos: 1) fallecimiento; 2) locura cierta e incurable o enfermedad mental total; 3) notoria apostasía, herejía o cisma; y 4) dimisión».
El padre Ghirlanda explica: «En el primer caso, la Sede Apostólica queda vacante desde el momento de la muerte del Romano Pontífice; en el segundo y tercero, desde el momento de la declaración por parte de los cardenales; y en el cuarto, desde el momento de la renuncia. En este caso, el criterio a seguir es la salvaguarda de la propia comunión eclesial. Si ésta no correspondiese ya al Papa, el pontífice ya no tendría ya ninguna potestad, porque ipso iure perdería su cargo primado.»
En este punto el padre Ghirlanda se centra en el tema del papa hereje. No hace la menor alusión a un pontífice que en febrero de 2013 no había sido elegido aún. El padre Ghirlanda pone un ejemplo teórico: «En la doctrina está admitido el caso de notoria apostasía, herejía o cisma en que podría incurrir el Sumo Pontífice, pero como doctor privado que no requiere la aceptación por parte de los fieles, ya que por la fe en la infalibilidad personal que tiene el Santo Padre en el ejercicio de su cargo, y por tanto con la asistencia del Espíritu Santo, debemos decir que no puede hacer afirmaciones heréticas empeñando su autoridad primada, ya que si lo hiciere perdería ipso iure el cargo. Sin embargo, en tal caso, como la sede primada no puede ser juzgada por nadie (cf. 1404), nadie podría deponer al Romano Pontífice. Ahora bien, se tendría tan sólo una declaración del hecho, y tendrían que hacerla los cardenales, al menos los que estuviesen presentes en Roma. Con todo, tal eventualidad, si bien está prevista en la doctrina, se considera totalmente improbable por la intervención de la Divina Providencia en favor de la Iglesia».(14)
En su exposición, el padre Ghirlanda no adopta una postura tradicionalista ni progresista, sino la de un estudioso que compila miles de años de tradición canónica.
Si, en el terreno de la filosofía y la teología, el vértice indiscutible del pensamiento cristiano está representado por Santo Tomás de Aquino, en el del Derecho Canónico el equivalente sería la Escolástica y está representado por el maestro Graciano y sus discípulos.
Evocando una afirmación de San Bonifacio, obispo de Maguncia, Graciano dice que el Papa «a nemine est iudicandus, nisi deprehendatur a fide devius».(15) Este principio es reafirmado en la Summa decretorum de Hugo de Pisa,(16) considerado el más grande de los magister decretorum del siglo XII.
El padre Salvatore Vacca, que ha esbozado la historia del axioma Prima Sedes a nemine iudicatur, recuerda que «la tesis de la posibilidad del papa hereje será tenida en cuenta […] durante todo el Medioevo hasta la llegada del Cisma de Occidente (1379-1417)».(17)
En el caso de un papa hereje, el principio Prima Sedes a nemine iudicatur no es vulnerado, en primer lugar porque, según la tradición canónica, este principio admite como única excepción el caso de herejía; y en segundo lugar, los cardenales se limitarían a constatar el hecho de la herejía, como sucedería en el caso de la pérdida de las facultades mentales, sin ejercer en modo alguno la deposición del Romano Pontífice. El cese del cargo oficial simplemente sería constatado y declarado por ellos.
Los teólogos discuten si la pérdida del pontificado se da en el momento en que el Papa incurre en herejía o sólo en el caso de que la herejía se haga manifiesta o notoria y se divulgue públicamente.
Arnaldo Xavier da Silveira (18) sostiene que aun habiendo incopatibilidad de raíz entre la herejía y la jurisdicción pontificia, el Papa no pierde su cargo hasta que se herejía es puesta de manifiesto. Dado que la Iglesia es una sociedad visible y perfecta, la pérdida de la fe por parte de su Cabeza visible tiene que ser hecho público, claramente reconocido por los fieles comunes. Así como un árbol puede vivir cierto tiempo después de que se le han cortado las raíces, la jurisdicción también puede mantenerse aunque sea precariamente después de que el titular de ella caiga en herejía. Jesucristo mantiene provisionalmente la persona del pontífice hereje en el ejercicio de su jurisdicción hasta que la Iglesia constate que está depuesto.
Lo que es cierto es que reconocer la posibilidad de que un papa incurra en herejía no significa en modo alguno que disminuyan el amor y la devoción al Papado. Significa admitir que el Papa es el Vicario, no siempre impecable ni siempre infalible, de Jesucristo, única Cabeza del Cuerpo Místico de la Iglesia.
Contra el catacumbismo
El tema de la visibilidad de la Iglesia es un argumento válido para combatir otra tentación actualmente muy extendida: el catacumbismo. El catacumbismo es la actitud de quien se retira del campo de batalla y se esconde, creyendo ilusamente que podrá sobrevivir sin combatir. El catacumbismo es el rechazo del concepto combativo del cristianismo.
El catacumbista no quiere combatir porque está convencido de que ya ha perdido la batalla. Acepta como un hecho la situación de inferioridad de los católicos sin remontarse a las causas que la han determinado. Pero si los católicos son minoritarios hoy en día es porque han perdido una serie de batallas. Han perdido esta batalla porque no la han combatido. Y no la han combatido porque han perdido la idea misma de que hay enemigos. Han vuelto la espalda al concepto agustiniano de las dos ciudades que luchan en la Historia, único que puede brindar la explicación de todo lo que ha sucedido. Rechazar esa mentalidad combativa es aceptar como principio la irreversibilidad del proceso histórico y del catacumbismo se pasa inevitablemente al progresismo y el modernismo.
Los catacumbistas oponen la Iglesia constantiniana a la Iglesia minoritaria y perseguida de los tres primeros siglos. Pero Pío XII, en su discurso a los jóvenes de Acción Católica del 8 de diciembre de 1947, refuta esa tesis, y explica que los católicos de los tres primeros siglos no se refugiaron en las catacumbas, sino que fueron vencedores:
«Con frecuencia, la Iglesia de los primeros siglos ha sido presentada como la Iglesia de las catacumbas, como si los cristianos de entonces acostumbraran vivir escondidos en ellas. Nada más inexacto: aquellas necrópolis subterráneas, destinada principalmente a la sepultura de los fieles difuntos, no servían de refugio, salvo quizás en momentos de violenta persecución. La vida de los cristianos en aquellos siglos marcados por el derramamiento de sangre, se desenvolvía en las calles y las casas, abiertamente. No vivían apartados del mundo; frecuentaban, como los demás, los baños, los talleres, las tiendas, mercados y plazas públicas; ejercían profesiones como marineros, soldados, agricultores y comerciantes” (Tertuliano, Apologeticum, c. 42). Querer convertir a aquella Iglesia valerosa, dispuesta siempre a vivir al pie del cañón, en una sociedad de cobardes que viven escondidos por vergüenza o por pusilanimidad, sería un ultraje a su virtud. Eran plenamente conscientes de su deber de conquistar el mundo para Cristo, de transformar según la doctrina y la ley del Divino Salvador la vida privada y la pública, donde debía nacer una nueva civilización, surgir otra Roma sobre los sepulcros de los dos Príncipes de los Apóstoles. Y lograron su objetivo. Roma y el Imperio Romano se hicieron cristianos.»
Antes se decía que el sacramento de la Confirmación nos hace soldados de Cristo, y Pío XII, dirigiéndose a los obispos de los Estados Unidos, les dijo: «El cristiano digno de tal nombre siempre es apóstol; es indecoroso para el soldado de Cristo alejarse de la batalla, porque sólo la muerte pone fin a su milicia».(19) Es preciso recuperar esta percepción militar de la vida cristiana.
La fuerza del silencio y la fuerza de la palabra
Hay quienes dicen que hace falta renunciar a la acción y a la lucha porque en el plano humano ya no es posible hacer nada. Que es preciso esperar una intervención extraordinaria de la Divina Providencia. Es cierto que Dios, y sólo Dios, es quien dirige y transforma la Historia. Pero Dios exige la colaboración de los hombres, y si los hombres dejan de actuar, deja también de actuar la gracia divina. Es más, como señala San Ambrosio, «Dios no manda su bendición a quien se duerme, sino a quien vela».(20)
Hay también quien dice que no hay que renunciar sólo a la acción, sino también a la palabra. Cada tanto nos topamos con alguien que con el dedo ante la boca y los ojos alzados al Cielo nos dice que es necesario callar y rezar. Nada más. Pero sería un error hacer del silencio una regla de comportamiento, porque el Día del Juicio no sólo daremos cuenta de las palabras ociosas, sino también de los silencios culpables.
Hay vocaciones al silencio, como las de tantos religiosos contemplativos; pero los católicos, desde los pastores al último de los fieles, tienen el deber de dar testimonio de su fe con la palabra y con el ejemplo. Por medio de la Palabra los apóstoles conquistaron el mundo y se difundió el Evangelio de un extremo a otro de la Tierra.
No callaron San Atanasio ni San Hilario ante los arrianos, ni San Pedro Damián ante los prelados corruptos de su tiempo. Tampoco calló Santa Catalina de Siena ante los papas de su época, ni San Vicente Ferrer, que además se presentó como el Ángel del Apocalipsis.
Ni callaron, sino hablaron, en tiempos recientes, Clemens August von Galen, obispo de Münster, ante el nazismo, ni el cardenal Josef Mindszenty, primado de Hungría, ante el comunismo.
Por otro lado, hoy en día el silencio no se vive como un momento de recogimiento y reflexión que prepara para la lucha, sino como una estrategia política alternativa a la misma. Un silencio que predispone al disimulo, la hipocresía y la rendición final. Día tras día, mes tras mes y año tras año, la política del silencio se ha convertido en una jaula que encierra a muchos conservadores. En este sentido, el silencio no es sólo una culpa de hoy, sino también el castigo por las culpas de ayer. Hoy son prisioneros del silencio los que han callado durante demasiados años. Y en cambio, es libre quien a lo largo de los últimos cincuenta años no ha guardado silencio, sino que ha hablado abiertamente y sin transigir, porque sólo la Verdad nos hace libres (Jn.8, 32).

Tempus est tacendi, tempus loquendi.
 Hay tiempo de callar y tiempo de  hablar, dice el Eclesiastés (3,7). Hay momentos en que se debe callar, pero también hay un momento para hablar. Y hoy es el momento de hablar.
Hablar significa ante todo dar testimonio público de fidelidad al Evangelio y a las inmutables verdades católicas, denunciando los errores que se contraponen a éstas. En épocas de crisis, la regla a seguir es la que proclamó Benedicto XV en la encíclica Ad beatissimi Apostolorum Principis del 1 de noviembre de 1914 contra los modernistas. «Queremos, por tanto, que sea respetada aquella ley de Nuestros mayores: Nihil innovetur nisi quod traditum est, Nada se innove sino lo que se ha trasmitido». La Sagrada Tradición sigue siendo el criterio para discernir lo católico de lo que no es católico y poner de manifiesto las notas visibles de la Iglesia. La Tradición es la Fe de la Iglesia que los pontífices han mantenido y transmitido a lo largo de los siglos. Pero la Tradición tiene preeminencia sobre el Papa, y no el Papa sobre la Tradición.
Por tanto, no basta con hacer una denuncia genérica de los errores que se oponen a la Tradición de la Iglesia. Es preciso que demos a conocer el nombre de quienes en el seno de la Iglesia profesan una teología, una filosofía, una moral o una espiritualidad que se opongan al Magisterio perenne de la Iglesia, sea cual sea el cargo que ocupen. Y hoy en día debemos reconocer que el propio Papa promueve y difunda errores y herejías dentro de la Iglesia. Necesitamos el valor para decirlo, con toda la veneración debida al Sumo Pontífice. La verdadera devoción al Papado se manifiesta en una actitud de resistencia filial, como la de la Corrección filial que se elevó al papa Francisco en 2017.
Pero no sólo hay un tempus loquendi. Hay también un modus loquendi con el que se expresa el católico. La corrección debe ser filial, como se ha hecho; respetuosa, devota, sin sarcasmo, sin irreverencia, sin desprecio, sin celos amargos, sin complacencia, sin orgullo, con profundo espíritu de caridad, que es amor a Dios y a la Iglesia.
En la actual crisis, a toda profesión de fe y declaración de fidelidad que no tenga en cuenta la responsabilidad del papa Francisco le falta fuerza, claridad y sinceridad. Necesitamos el valor para decir: Santo Padre, vuestra santidad es responsable de la confusión que reina hoy en la Iglesia; Santo Padre, vuestra santidad es el primer responsable de las herejías que circulan actualmente en la Iglesia. Los cardenales que callan, y que al callar incumplen su cometido de ser consejeros y colaboradores del Papa, al que deberían dirigir públicamente palabras de amonestación y corrección fraterna, no dejan de ser responsables.
Pero no basta con denunciar a los pastores que demuelen o que promueven la demolición de la Iglesia. Es necesario reducir al mínimo indispensable la convivencia con esos, como en el caso de una separación matrimonial. Si un padre ejerce la violencia física contra su mujer o sus hijos, la esposa, aunque reconozca la validez del matrimonio y no pida la anulación, puede solicitar la separación a fin de protegerse y proteger a sus hijos. La Iglesia lo permite. Dejar de vivir juntos habitualmente significa en este caso distanciarse de las enseñanzas y prácticas de los malos pastores, negarse a participar en los programas y actividades que promueven.
No debemos olvidar, sin embargo, que la Iglesia no puede desaparecer. Por consiguiente, es necesario apoyar el apostolado de los pastores que se mantengan fieles a las enseñanzas tradicionales de la Iglesia, participar en sus iniciativas y animarlos a hablar, actuar, y guiar a la desorientada grey.
Es hora de apartarnos de los malos pastores y asociarnos a los buenos, dentro de la única Iglesia en la que también conviven, en un mismo terreno, el trigo y la cizaña (Mt. 13,24-30). Y tener presente que la Iglesia es visible y no se puede salvar sola apartada de sus legítimos pastores.
La Iglesia es visible y se salvará con el Papa, no sin el Papa. Es preciso renovar el vínculo de amor y de veneración que nos une al sucesor de San Pedro, principalmente con la oración, para que Jesucristo les dé a él y a todos los pastores la fuerza necesaria para no traicionarel sagrado depósito de la Fe, y si eso sucediera, de retomar la dirección de la grey abandonada.
Sólo una voz suprema y solemne puede poner al proceso de autodemolición que está en acto: la del Romano Pontífice, única persona a quien ha sido garantizada la posibilidad de definir la Palabra de Cristo, haciéndose portavoz infalible de la Tradición.
Y si aun así el Vicario de Cristo es infiel a su misión, el Espíritu Santo no dejará de asistir ni por un momento a su Iglesia, en la que, en momentos de apartamiento de la Fe, un resto, aunque pequeño, de pastores y fieles seguirá siempre observando y transmitiendo la Tradición, confiando en la divina promesa: «Yo con vosotros estoy todos los días, hasta la consumación del mundo (Mt. 28,20).
En la encíclica Fulgens radiator del 21 de marzo de 1947, con motivo del XIV centenario de la muerte de San Benito, Pío XII dijo: «Todo el que examine su ilustre vida e investigue a la luz verdadera de la historia la época tormentosa en que vivió, comprobará sin duda la verdad de aquella divina promesa, hecha por Jesucristo a sus Apóstoles y a la sociedad que fundaba: «Ego vobiscum sum omnibus diebus, usque ad consummationem saeculi»; Yo mismo estaré continuamente con vosotros, hasta la consumación de los siglos (Mt. 27,20). Promesa que no pierde su valor en ningún tiempo, sino que alcanza al curso todo de los siglos, regido por el imperio de Dios. Más aún, cuando con más encarnizamiento los enemigos acometen al nombre cristiano, cuando la nave de Pedro, dirigida por la providencia, es zarandeada por olas cada vez más violentas, cuando todo parece que está para desplomarse y no hay esperanza ninguna de humano auxilio, entonces aparece Jesucristo cumpliendo su palabra, consolando y dispensando aquella fuerza que viene de lo alto, con lo que suscita nuevos atletas, defensores de la causa católica, que le devuelvan su antiguo esplendor, y que, con la ayuda de las gracias celestiales, le comuniquen todavía un mayor perfeccionamiento.»
El modelo para quienes permanecen fieles a la Tradición en tiempos de crisis es la Santísima Virgen María, que mantuvo sola la fe el sábado previo a la Resurrección, y que después de la Ascensión de Jesús al Cielo no calló, sino que sostuvo a la Iglesia naciente con la firmeza y claridad de su palabra. Su corazón fue, y sigue siendo, cofre del tesoro de la Tradición de la Iglesia.(22)
Los verdaderos devotos de María de los que habla San Luis María Griñón de Monfort son también los verdaderos devotos del Papado, que en tiempos de dejación de funciones por parte de la autoridad y de entenebrecimiento de la fe no vacilan en empuñar la espada de dos filos de la Palabra de Dios (Heb. 4,12) con la que atravesarán por la vida o por la muerte a aquellos a quienes los envíe el Altísimo.(23)
Su batalla contra los enemigos de Dios acercará la hora del triunfo del Inmaculado Corazón de María, que será también la del triunfo del Papado y de la Iglesia restaurada.
1 FREDERICK WILLIAM FABER, La devozione e fedeltà al Papa, en AA. VV., Il Papa nel pensiero degli scrittori religiosi e politici, La Civiltà Cattolica, Roma 1927, II, pp. 231-238.
2 DENZ-H, 2601-2612.
3 Para una síntesis de este pensamiento, cfr. PLINIO CORRȆA DE OLIVEIRA, Revolución y contrarrevolución.
4 DENZ-H, 3050-3075.
5 LOUIS BILLOT, De Ecclesia Christi,I, Prati, Giachetti, 1909, pp. 49-51
6 SAN AMBROSIO, Expositio in Psalmos, 40.
7 S. IGNACIO DE ANTIOQUÍA, Epístola a los discípulos de Esmirna, 8, 2.
8 ABBÉ JEAN-MICHEL GLEIZE FSPX, Angelus, julio de 2013.
11 WALTER BRANDMÜLLER, Renuntiatio Papae. Alcune riflessioni storico-canonistiche, en Archivio Giuridico, 3-4
(2016), p. 660.
12 ivi, pp. 661, 660.
13 GERALDINA BONI, Sopra una rinuncia. La decisione di papa Benedetto XVI e il diritto, Bononia University Press,
Bolonia 2015
14 GIANFRANCO GHIRLANDA, Cessazione dall’ufficio di Romano Pontefice, “La Civiltà Cattolica cuaderno nº 3905 del 2 de marzo de 2013 “, pp. 445-462., p. 445
15 GRAcIANO, Decreto, Pars I, Dist. XL.
16 HUGO DE PISA, Summa Decretorum, Pars I, Dist.. XL, c. 6.
17 SALVATORE VACCA, Prima Sedes a nemine judicatur. Genesi e sviluppo storico dell’assioma fino al Decreto di
Graziano, 
Pontificia Universidad Gregoriana, Roma 1993, p. 254.
18 ARNALDO XAVEIR DA SILVEIRA, Ipotesi teologica di un Papa eretico,Solfanelli, Chieti 2016.
19 PÍO XII, Discurso a los obispos de los Estados Unidos del 1 novembre 1939.
20 S. AMBROSIO, Expos. Evang. sec. Luc., IV, 49.
21 S. ESTEBN I,Carta a San Cipriano, en DENZ-H, 110. 4
22 SAN BONAVENTURA, De Nativitate B. Virginis Mariae Sermo V, Op., cit., IX, p. 717).
23 SAN LUÍSI MAÍA GRIÑÓN DE MONTFORT, TrataDo de la verdadera devoción a la Santísima Virgen María, nº 57.
(Traducido por Bruno de la Inmaculada/Adelante la Fe)

jueves, 2 de enero de 2020

Las ‘perdidas de paciencia’ y los ‘malos ejemplos’ del Papa Francisco, el enfado por los pactos chinos del Vaticano, la venida de la Virgen




El tema estrella de toda la información de hoy es la agresión del Papa Francisco a una pobre mujer en la plaza de San Pedro. Las imágenes del más que visible enfado pontificio y de los violentos manotazos a la pobre mujer han dado la vuelta al mundo. 


Francisco enojado golpea a mujer (Vídeo)

ÚLTIMO MOMENTO – Francisco se disculpa por golpear a una mujer (Vídeo)

La cara de pepinillo en vinagre ha alcanzado sus mas altas cumbres y deja en muy mal lugar la estabilidad, claramente perdida, del Papa Francisco. Los millones de comentarios, muchos de ellos irreproducibles y groseros, han inundado la red y han servido de enfado, de ironía, de broma en las celebraciones de fin de año de todo el mundo. La tradicional respuesta del silencio vaticano aquí no aguantaba y el mismo Papa Francisco se ha visto obligado a pedir perdón por su ‘perdida de paciencia’ y el ‘mal ejemplo que ha dado’. No es la primera vez que esto sucede en público y todos recordamos el episodio de México donde además el enfado vino acompañado de griterío. Es voz común que estos episodios son mucho más habituales de lo que suponemos y los muros de Santa Marta son testigos de demasiadas ‘perdidas de paciencia’ que dan un pésimo ejemplo. Hoy el Papa Francisco tenía previsto hablar de maltrato y de la violencia contra la mujer, palabras que quedan absolutamente fuera de lugar si van acompañadas de estas brutales imágenes. Triste fin de año y triste comienzo que presagia un periodo complicado en que vemos muy propenso al Papa Francisco a perder la paciencia.

Los expertos empiezan a analizar el video del triste suceso. La señora oriental es cualquier cosa menos una loca exaltada y es la más comedida de su entorno. Si la observamos bien, algunos ya afirman que es china, no está sacando fotos, espera en silencio religioso la llegada del Papa Francisco, se dirige al Papa Francisco en inglés en tono de reproche y da la impresión de que, por eso, el papa se aleja dándole la espalda. Es en este momento cuando esta señora lo toma del brazo para que la escuche y empieza a darle los violentos manotazos. Nos dicen que lo que esta mujer estaba gritando y continúa haciéndolo cuando se está alejando el Papa Francisco es: I just wanna say (sólo quiero decirle) Don´t destroy the fold (no destruya el rebaño) Don´t betray the See (no traicione la Sede (petrina)). Si esto es cierto (lo sabremos en estos días con precisión) añadiría un elemento de gravedad mucho mayor al hecho. La teología del pueblo solo aguanta cuando cuenta con un pueblo de borregos que permanezca en silencio.


¿Qué dijo la mujer golpeada por Francisco?

Cuando leemos los evangelios vemos cómo se repite en múltiples ocasiones que Jesucristo hablaba con autoridad. Esta autoridad no venia de la imposición forzosa de lo que decía sino de que sus palabras y sus obras eran concordes. Los jueces, cuando tienen que enfrentarse a un caso en su tribunal, juzgan sobre los hechos y no sobre las buenas intenciones o las declaraciones bondadosas, y se valora la trayectoria de la persona juzgada para ver si el hecho es aislado o continuado. Estamos en un mundo en que estamos saturados de palabras vacías, nuestros políticos son maestros en decir lo mismo y lo contrario, sin ningún tipo de problema. En los documentos, el papel lo soporta todo, hoy todo se escribe y se publica sin que esto añada un ápice a su autoridad. Una persona es creíble cuando lo que predica lo vive y hay una armonía natural y evidente entre lo que dice y sus obras.

«Se puede engañar a todo el mundo algún tiempo. Puedes engañar a algunos todo el tiempo. Pero no puedes engañar a todo el mundo todo el tiempo.» Así reza la conocida máxima atribuida a Abraham Lincoln. Si la credibilidad, la autoridad, es importante para todos lo es mucho más para el que está constituido en autoridad pública y mucho más cuando hablamos de autoridad sagrada en nombre de Dios. Siempre será ineficaz la predicación del que no se cree lo que proclama y su vida entra en contradicción, casos tenemos demasiados. La falta de paciencia es un hecho que los especialistas sabrán analizar pero que no se puede permitir en una persona pública y mucho menos en el papa. Si un párroco, un obispo, un alcalde, un ministro hace lo mismo que hemos visto en el Papa Francisco, habría pedido disculpas sin duda, pero unidas a la dimisión del cargo que ocupa, porque para que las disculpas sean creíbles no pueden salir gratis.
El año que empieza no parece que será fácil. Dicen que para ganar un batalla hay que contar con una buena salud, equilibrio emocional y estrategia. No parece que estemos en el camino justo y hechos como éste denotan un desequilibrio impropio de la condición y autoridad que debe rodear el ministerio petrino.

Terminamos con otra de Abraham Lincoln: «Casi todos los hombres pueden soportar la adversidad, pero si quieres probar el carácter de un hombre, dale poder.»

Hoy se celebra la desconocida fiesta de la venida de la Virgen del Pilar a la que nos encomendamos en el inicio del año y nos unimos a la celebración gozosa de los amigos de Zaragoza.

«¿Quién eres? Para que podamos dar una respuesta a los que nos han enviado, ¿qué dices de ti mismo?»


Buena lectura.

Specola

miércoles, 1 de enero de 2020

Cardenal Burke: las declaraciones de Francisco son “heréticas”, “presionan a favor de la Pachamama” y de un “mundo único masónico”



Para el cardenal Raymond Burke, el pedido de Francisco para una “conversión ecológica” es “presión para rendir culto a la Madre Tierra”.

Burke dijo el 26 de diciembre al sitio web TheWandererPress.com que “nuestra madre no es la Tierra” o “un ídolo pagano como la Pachamama”, sino la Virgen.

El término “conversión ecológica” es utilizado para promover un único gobierno mundial, explica Burke. Él llama a esto una “idea masónica” de un “pueblo completamente secularizado” que niega que Dios gobierna el mundo.

El resultado más negativo del documento final del Sínodo sobre la Amazonia es para él el punto sobre la abolición del celibato, la cual no puede ser presentada como una medida limitada a la región pan-amazónica.

Burke llama a esto un “engaño”, dado que la Iglesia alemana argumentará que lo que es bueno para la Amazonia es bueno para la Iglesia universal.

Para el cardenal, la Declaración de Abu Dhabi según la cual Dios quiere religiones falsas es “falsa” y “herética”. El argumento de un Dios permisivo no podrá ser utilizado como “que se entiende que lo que Él permite no es su voluntad y, en efecto, es contrario a su voluntad”.

Empezamos 2020, los malos aires del Papa Francisco, el tribunal Vaticano sin penalistas, María Corredentora


Empezamos el año del Señor de 2020. Son tiempos revueltos y convulsos para la vida de la iglesia pero también en la sociedad en que vivimos no hay dónde mirar. Son tiempos de mudanza en los que todo parece fracasar y en los que la fe milenaria se muestra aparentemente inútil para dar sentido a la vida del ser humano de la posmodernidad. Son tiempos de elevar la mirada hacia Dios, Señor de la historia, para que nos ilumine en medio de la tormenta que no termina. Creemos que es un día de oración y de esperanza ante un nuevo periodo de nuestra vida que Dios nos concede vivir y pedirle con insistencia que lo vivamos en plenitud. Son tiempos de retos que nos llevan a la purificación, a fiarnos mucho más de Dios y dejarnos de seguridades humanas, que siempre son tan inseguras, y que no pueden colmar las sedientas almas de los humanos creadas para la eternidad. Debemos tomar aire y dejarnos de agonías que solo son fruto de la falta de fe. Son tiempos en los que Dios necesita de amigos fuertes y por tanto debemos fortalecer nuestras debilidades para ser instrumentos adecuados y poder realizar el proyecto divino.
En medio de las tinieblas ha brillado una luz que a los ojos de los hombres es imposible que triunfe pero que más de dos mil años después sigue marcando el rumbo de la historia. Lo pasajero, lo caduco, lo terreno que nos ocupa no nos debe preocupar y tenemos que fiarnos mucho más de quien tiene las riendas y se va abriendo paso, misteriosamente pero de forma eficaz, en medio de los tiempos.
Es absurdo, además de inútil, el pensar que otros tiempos fueron, o serán, mejores; los nuestros son estos y no tenemos otros. Aprendamos del pasado y vivamos con confianza el presente, el mañana está en las manos de Dios y lo debemos esperar con tranquilidad. El 2020 es un tiempo de gracia que empieza y no volverá, no despreciemos el don de Dios y vivamos el tiempo presente. 
Mal ha terminado el año para el Papa Francisco. Estaba programada una tarde perfecta. Asistencia sorpresa a un funeral en una parroquia romana de una amiga fallecida y visita al nacimiento de la Plaza de San Pedro después del Te Deum. Los demonios, la pachamama, o lo que sea,  enredan y al fin todo ha terminado en unas terribles imágenes en que el Papa Francisco, visiblemente enfadado, se lía a manotazos con un pobre señora. Mejor guardar las fuerzas y los enfados para expulsar mercaderes del templo, el año no ha sido fácil, la edad se va notando y hace que se controlen peor las reacciones primarias. Es una imagen de una reacción impropia de un pontífice que parece que va recuperando con rapidez los malos aires de Buenos Aires.
El tribunal único del Vaticano está también en crisis y no encuentra penalistas. En el imposible reino pontificio está en vigor el código penal italiano de 1889, el Zanardelli, y esto complica todo. El retraso histórico no llega a doscientos años pero casi. Por si esto fuera poco se pide el uso fluido del latín y además el sueldo no es gran cosa.  Esto sí que es arqueología y basta ver los resultados del tribunal para ver que estamos ante un imposible histórico en nombre del Papa Rey.
Buen comienzo de año para los lectores y amigos de Specola y que María Corredentora nos bendiga en este 2020.
“El Señor te bendiga y te proteja,
ilumine su rostro sobre ti
y te conceda su favor.
El Señor te muestre tu rostro
y te conceda la paz”
.
Buena lectura.
Specola

martes, 31 de diciembre de 2019

Noticias varias 29 a 31 de diciembre de 2019



SPECOLA

El Vaticano quiere morir matando, el silencio envuelve el caso McCarrik, el Papa Francisco busca un cisma, la familia es sagrada. 
29 dic 19

El fin del cristianismo del Papa Francisco, la renuncia a la evangelización, la familia y el teléfono, el Vaticano olímpico. 30 dic 19

Scalfari pontifica sobre la Navidad, el Papa Francisco y el Vaticano en silencio, Viena musulmana, la pachamama y los gretinos. 31 dic 19

Te Deum laudamus. In te, Domine, speravi: non confundar in aeternum.31 dic 19

INFOVATICANA

Un repaso a 2019 (Fernando Beltrán) 31 dic 19


Domine, ut Videam! Una reflexión para comenzar el 2020 con algo de esperanza



Domine, ut videam! Lc XVIII, 41

El ciego que nunca ha visto la luz no sabe qué son los colores, así como el sordo que nunca ha escuchado un sonido no tiene idea de lo que sea la música o la voz de un ser querido. Pero incluso aquel que ve no sabe lo que significa estar condenados a la ceguera, privados de la visión de una puesta de sol o de la posibilidad de mirar a los ojos a quien se ama; y aquel que escucha no imagina el vacío de la ausencia de una melodía, del canto de los pájaros, del flujo del agua en un arroyo. Y a menudo sucede que dos personas no alcanzan a comunicarse porque aquel que ve intenta en vano explicar al ciego las tonalidades que inflaman las hojas de los árboles en otoño, o al sordo cuánto sean capaces despertar de sentimientos indescriptibles los maravillosos acordes de una sinfonía.
Del mismo modo, aquel que no tiene la gracia de la Fe no puede entender la luz resplandeciente que ésta proyecta en el alma, ni la sublime armonía que une admirablemente todas las verdades católicas. Pero incluso aquel que posee la Fe difícilmente alcanza a concebir las tinieblas en las que camina a tientas el incrédulo, el silencio de muerte que lo circunda. Incluso en esto puede haber incomunicabilidad, cuando aquel que considera a la Fe como algo que no requiere explicación intenta persuadir al amigo de que su ceguera espiritual y su sordera moral no tienen motivo y pueden superarse con un simple razonamiento, casi con un vistazo del alma sobre la realidad. 
Sin embargo. Sin embargo, aquel que ve puede perder la vista en un accidente, aquel que oye puede quedar sordo y descubrir lo doloroso que es verse privado de estos sentidos que se tenían por descontados, normales y obvios. Todos los hechos cotidianos se convierten en acciones complejas, algunos resultan impedidos, otros necesitan de la ayuda de otros. No hay más colores en nuestra vida, no hay más autonomía en el obrar, todo es oscuridad y silencio. Nos damos cuenta de lo que hemos perdido sólo cuando ya no lo tenemos. Y pensamos con pesar que ese amanecer, aquel sonido de campanas, esa voz amiga permanecen como un recuerdo destinado a difuminarse con el tiempo, y que quizás podríamos haber utilizado mejor nuestros días saboreando con avidez los claroscuros de una pintura, los rasgos faciales de nuestra madre, la voz de la niña que juega en el patio, el ladrido lejano de un perro.
Incluso aquel que asiste al inexorable enceguecimiento del mundo que lo rodea, a la sordera espiritual de la humanidad, termina lamentando muchos gestos pequeños y simples que hasta entonces tenía por obvios, cosas en las que ni siquiera había necesidad de detenerse porque se daban por sentado. Pienso en cuando, de niño, mi madre solía enjugar mis ojos al sonido de las campanas el Sábado Santo -entonces el Exsultet resonaba durante el día-, o cuando se recibía en casa al cura para la bendición pascual y se le ofrecía un pequeño refrigerio; cuando se instalaba el pesebre en el escaparate de la panadería, o cuando para Epifanía, los niños esperábamos no encontrar trozos de carbón en el calcetín, y nos contentábamos con un par de caramelos, con un pequeño coche de hojalata, con un trompo. Pienso en cuando se saludaba por la calle a las monjas o los clérigos con ese alabado sea Jesucristo que distinguía a los católicos de los comunistas y los liberales; cuando mi padre se arrodillaba descubriendo su cabeza si nos encontrábamos con un sacerdote que llevaba el Viático a un  moribundo. Pienso en el velo que mi madre y mi hermana se ponían para entrar a la iglesia, aunque solo fuera para decir un  Ave María mientras se iba de compras o a colocar una flor en el altar de Santa Rita. Pienso en el silencio austero de la radio el Viernes Santo, en las rosas recogidas del jardín para arrojar los pétalos al paso del Santísimo el jueves de Corpus Domini, en las telas y las alfombras puestas para decorar los balcones cuando el Señor pasaba por la avenida de la iglesia. Pienso en los paseos en bicicleta para ir a servir a las Vísperas los domingos: aquellas Vísperas de las cuales, aun de niño, conocía todos los Salmos de memoria, y el turíbulo que de jovencito le extendía al párroco en el Tantum ergo. Y la cola en el confesionario el sábado y los días previos a las fiestas. Pienso en la voz solemne de Pío XII, en su mirada hierática y serena, en su dignidad no afectada, en su dulzura con los hijos del Cardenal Ottaviani. Pienso en los cantos lejanos de las monjas detrás de las rejas, en el aroma a cera de los bancos de la sacristía, en las palabras de la Súplica a Nuestra Señora de Pompeya que mi abuela  recitaba para sí. En este día sumamente solemne de la fiesta de vuestros triunfos… Pienso en la imagen de san Antonio Abad en el negocio del carnicero, con su vela encendida, o en el cuadro de la Virgen de Fátima en la sala de la modista a la que acompañaba a mi madre. Pienso en el vestido blanco de la Confirmación, en el lazo atado en la frente, en las estampas de la Comunión de mis compañeros, en el folleto del Precepto Pascual. Pienso en las monjas sombreronas en los hospitales, en los frailes con sandalias incluso en invierno, con la alforja llena de pan viejo que el panadero guardaba aparte para ellos. En las Misas de las seis de la mañana, casi siempre de Requiem, a las que asistían alumnos y estudiantes, dependientes y damas, en silencio, con el Rosario en la mano. Pienso en mi tonsura –Dominus pars haereditatis meae– y en el rito con el que recibí las Órdenes Menores, en el sacerdote asistente en pluvial: Eminentissime Pater, postulat Sancta Mater Ecclesia… En la mesa sobre la que se ordenaba silentium, en las Precesdicendae y en la meditación diaria en el silencio de la capilla, en el canto de Completas, en la oración a Nuestra Señora de la Confianza. 
Y me veo ciego, o temo convertirme en uno tal, porque ya no veo a las monjas con la toca, siempre de a dos y con la mirada baja, ni al monseñor con medias rojas que bajaba, rodeado de clérigos en saturno, la escalera del Seminario. En su lugar, mujeres con los cabellos tratados con permanente y homúnculos con la cruz escondida en el bolsillo. No veo aquellos ojos serenos, esas sonrisas espontáneas, esa compostura educada, aquella despreocupación del repartidor que cantaba mientras iba a hacer las entregas, del albañil en el andamio, del zapatero en su tienda. 
Me siento sordo, o al menos no encuentro ya más todos aquellos sonidos queridos, aquellas voces amadas, esas melodías tan sublimes como normales para nosotros en aquellos tiempos. Música alegre, sonidos familiares, una costumbre con lo sagrado que estaba tan íntimamente ligada a nuestra vida cotidiana como para no despertar ni asombro ni vergüenza. Y también el herrero socialista, el librero judío, el médico masón respetaban y se adaptaban voluntariamente a un orden social que hacía que nuestros días fueran serenos a pesar de fatigosos, nuestra mesa feliz aunque sobria. Porque todo giraba en torno a Cristo. 
Han pasado tantos años desde aquel tiempo, que hoy parece que estemos viviendo en otro mundo. No nos dimos cuenta. No nos percatamos de que alguien había decidido trocar una civilización milenaria por los cigarrillos estadounidenses y las radios de transistores, por las minifaldas y los jeans, y luego por el referéndum sobre el divorcio, por los ataques de las Brigadas Rojas, por la ley sobre el aborto. Pero este grotesco trueque era mundano, era profano, no había tocado el alma de la Iglesia ni mucho menos la de los fieles. La verdadera venta de liquidación la hemos visto con el Concilio, con los birretes sacerdotales arrojados al Tíber, y con todo este frenesí de complacer al mundo, de mostrarse modernos, de no suscitar la impresión de quedarse atrás. Fuera con todo, y todavía no era nada: aún debía llegar Bergoglio.
Como señaló sagazmente monseñor Viganò en su última intervención (aquí), todo sucedió «sin que la mayoría repare en ello. Sí, porque el Concilio Vaticano II abrió algo peor que la Caja de Pandora: la Ventana de Overton, de un modo tan gradual que nadie se ha dado cuenta de la alteración que se ha llevado a cabo, de la auténtica naturaleza de las reformas, de sus dramáticas consecuencias, y ni siquiera se ha llegado a sospechar quién manejaba realmente los hilos de esta gigantesca operación subversiva». 
El mundo –nuestro mundo, nuestra Patria, Italia, que se enorgullecía de ser católica, apostólica y romana- se está volviendo ciego y sordo. Ya no quiere ver ni escuchar más a Dios. Y quizás Dios no quiere ver el abismo en el que se hunde en violación de Su ley, no quiere escuchar sus blasfemias. Y hay quien espera que ese mundo finalmente resulte destruido, esfumado, extinto. Es más: se alegraría de ello, porque la mera presencia de un Crucifijo o de un Niño en el pesebre provoca escándalo, ofende a los que no creen, viola la libertad de religión. Esa libertad aclamada desgraciadamente por el Concilio, y de la cual hoy vemos los frutos amargos, con las estatuas de Lucifer erigidas en las plazas y los niños inmolados al Moloch pro-choice
Pero en este mundo de imágenes y fantasmas, de estrépito y rumor, de obscenidades y herejías, hay ciegos y sordos que comienzan a entender qué es lo que han perdido, al igual que aquel que ha sido privado de la vista o del oído después de haber visto y oído. Hay quien entiende que es ciego y sordo, mientras que antes no entendía acerca del ver y del oír, o tal vez no quería hacerlo. Hay sacerdotes que, enfrentados con la sordidez calvinista de la liturgia reformada, no acertaban a tomar una decisión que hoy resulta inevitable, y vuelven -o comienzan ex novo- a celebrar los ritos antiguos y venerandos. Hay monjas que, ante la persecución de figuras como Braz de Aviz, redescubren el espíritu de la Regla y se inmolan por la Iglesia. Hay frailes que se dejan crucificar por sus Superiores, tal como Cristo se dejó prender por los Sumos Sacerdotes del templo. Hay fieles que descubren la vida cristiana precisamente cuando desde el Solio se los incita al adulterio en nombre del discernimiento. Hay pecadores que comprenden el heroísmo del arrepentimiento y de la virtud precisamente cuando los Pastores legitiman el concubinato y la sodomía. Hay Católicos tibios que se encuentran defendiendo el honor de Dios ante los eclesiásticos que vilipendian a la Virgen y adoran a los ídolos. Profesores mudos y teólogos hasta aquí silenciosos que denuncian públicamente las desviaciones doctrinales del Clero, periodistas moderados que escriben artículos en defensa de la moral tradicional, mientras que horrendos jesuitas alaban la herejía y arguyen en pro de la inmoralidad. Hay jóvenes que descubren la Sagrada Escritura y los tesoros invaluables de los Santos Padres, mientras los Obispos falsifican el Antiguo y el Nuevo Testamento. Hay políticos que aprenden a defender a la Nación y su Fe mientras desde Santa Marta se repite ad nauseam el mantra de la acogida. 
La Gracia nos toca cuando menos lo esperamos, como le sucedió al ciego al paso de Nuestro Señor. 
Los últimos tiempos que estamos viviendo nos muestran que en las buenas almas la Verdad brota límpida y cristalina y que en las almas corruptas el engaño, el fraude, la mentira que propagan es la misma que sugirió la Serpiente antigua desde su Non serviam. y desde la caída de Adán y Eva: seréis como dioses. Pero el pecado no es, en el sentido de que al no remitir a la Verdad que es Dios, no posee en sí mismo el ser, no puede ni debe existir, y como tal está destinado a desaparecer cuando la Providencia nos haya hecho comprender nuestra ceguera y nuestra sordera. Cuando nos demos cuenta de cuán verdaderas son las palabras del Salvador: “Sine me nihil potestis facere”. Por esta razón, tanto al ciego del Evangelio como a cada uno de nosotros, Él pregunta: «¿Quid vis tu faciam tibi?», porque quiere que reconozcamos nuestra enfermedad y que Lo reconozcamos como nuestro único Médico. 
En estos tiempos de tribulación vemos al Mal por lo que es, en su fealdad, en su insoportable arrogancia, en su violencia verbal y física, en su inevitable carga subversiva y revolucionaria; pero precisamente por esto -a diferencia de otras épocas en que la cizaña infestaba el campo de Dios pero aún no había sofocado la mies como lo hace hoy- es la ostentación del Mal lo que ha abierto los ojos de muchos fieles, haciéndolos comprender el engaño al que habían estado sujetos. 
Pensemos en mons. Viganò: sus palabras de fuego contra la apostasía de la secta bergogliana nunca se hubieran podido oír hace sólo diez años, aun cuando todas las premisas de esta crisis habían sido ya puestas, y de hecho remitían a una conspiración de más de cincuenta años de vigencia. Y dan ganas de decir: Viganò habla como Lefebvre. “Hago y digo lo que me han enseñado”, dice el cardenal Burke. Palabras que hacen eco al Tradidi quod et accepti de San Pablo. Es cierto: son las mismas palabras de los Apóstoles, de los Santos Padres, de los Doctores de la Iglesia, de los Papas de los siglos pasados. Debido a que la fuente de la que provienen es siempre la misma, la Verdad que los ilumina es siempre idéntica, como siempre el mismo es Dios, inmutable en el tiempo. E incluso aquellos que hasta ahora no habían entendido, hoy tienen la gracia de poder recuperar la vista. 
A los mismos errores malditos de Satanás diseminados a lo largo de los siglos, opongamos con orgullo la misma y bendita Verdad de Dios, quien nos prometió la victoria final. Pero antes de que podamos saludar ese día glorioso, todos nosotros -todos: Prelados, clérigos, fieles- clamemos al cielo: «¡Domine, ut videam!», para que finalmente caiga el velo que oscurece nuestra visión espiritual. “Domine, ut audiam!», para que nuestros oídos se abran a la voz de Cristo.  
Cesare Baronio
(Traducción: Flavio Infante. Artículo original)

lunes, 30 de diciembre de 2019

La revolución de Francisco no perdona tampoco a la Virgen. Así es como él quiere que sea (Sandro Magister)



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En el octavo día después de Navidad, cuando Jesús fue circuncidado y le fue impuesto el nombre que dictó el ángel, la Iglesia celebra la fiesta de María Santísima Madre de Dios.

Pero, ¿quién es María en la devoción y en la predicación del papa Francisco? Una de sus recientes homilías ha causado estupor por el modo cómo ha rediseñado el perfil de la madre de Jesús.

Pietro De Marco nos ha enviado este análisis de la homilía papal. El autor, anteriormente docente de sociología de la religión en la Universidad de Florencia y en la Facultad Teológica de Italia central, filósofo e historiador por formación, es conocido y apreciado por los lectores de Settimo Cielo desde hace años.

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“NO NOS PERDAMOS EN TONTERAS”. LOS DOGMAS MARIANOS SEGÚN EL PAPA FRANCISCO
por Pietro De Marco

En pocos días hemos tenido conocimiento tanto de la noticia de que el comentario a la fiesta de la Inmaculada para los fieles de la archidiócesis de Milán había sido encomendado a dos pastores baptistas, marido y mujer, como de la sorprendente homilía del papa Francisco sobre María durante la misa en San Pedro, en el día de la festividad de la Virgen de Guadalupe.

Si bien Francisco no ha emulado el estilo protestante en la cuestión mariológica, ha querido, sin embargo, dar a conocer, con todo su fervor, un juicio restrictivo personal sobre los dogmas marianos, y negativo en lo que respeta al título de corredentora, tema que es objeto de reflexión teológica desde hace siglos. “No nos perdamos en tonteras”, en tonterías, –“in chiacchiere” ["en habladurías"], en la traducción oficial al italiano–, ha dicho a propósito de las investigaciones que, desde hace siglos, llevan a cabo la teología y la espiritualidad marianas.

¿Qué ha querido afirmar el papa en esta homilía? Ante todo, que María es mujer. Y como mujer es portadora de un mensaje, es señora, es discípula. “Es así de simple. Ella no pretende otra cosa”. Los otros títulos, por ejemplo, los del himno “Akathistos”, o las letanías lauretanas, y los títulos milenarios de alabanza a María, “no añaden nada” según Francisco. Ahora bien, esto en sí ya es un error. María nunca ha sido “la mujer”, una homología peligrosa con la variedad de cultos femeninos mediterráneos y de Medio Oriente. Ni tampoco ha sido lo femenino en cuanto tal, en una de sus múltiples versiones románticas o decadentistas, por mucho asombro que pueda causar el culto que generaciones de artistas tuvieron por la Virgen de Dresde de Rafael. María tampoco es la mujer de las revoluciones femeninas contemporáneas, cuyas facciones católicas aborrecen los iconos de la maternidad de María. No es Señora, “domina”, en la medida en que es “mujer” o madre. Es “domina” en la medida en que esa maternidad, la maternidad divina, le da realeza. La humilde esclava de Lucas 1, 38 es la virgen madre de Dios, definida así, ante todo, por las tradiciones cristianas a lo largo de los siglos, y no puede ser sustituida por figuras sagradas de la Madre Tierra o el principio femenino.

El lector puede observar que el apelativo de virgen no aparece ni una sola vez en la homilía de Jorge Mario Bergoglio, mientras que el “Nican mopohua” (“Aquí se relata”, de 1556 aproximadamente) que él cita, el relato en lengua nahuatl de la aparición de María a Juan Diego, lo explicita en el testimonio de Juan Bernardino, el tío de Juanito: la imagen milagrosa deberá ser designada como “la perfecta Virgen Santa María de Guadalupe”. Y aparece, claramente, en otros pasajes de ese texto; por ejemplo, en la invocación: ”Noble reina de los cielos, siempre virgen, madre de Dios”.

Además, el apelativo de “señora” no es una fórmula genérica como parece creer el papa, sino que es un título elevado, de soberanía, como el “déspoina” bizantino. El uso absoluto de “nuestra señora” (el italiano antiguo “nostra donna” está calcado de “nostra domina”) demuestra que “domina” es un título real, equivalente a reina: “Salve regina”. Así, y siguiendo el modelo de Ester, María es “domina”, “patrona”, “advocata nostra”. Cuando también Ignacio de Loyola, citado en la homilía, llama a María “nuestra señora”, utiliza una expresión antigua y siempre presente entre los cristianos a partir, parece ser, del ”emè kyría”, mi soberana, de Orígenes, expresión análoga a “déspoina”.

Por tanto, una simple reflexión sobre “domina”, “señora”, etc., anula las tesis minimalistas de la homilía. De hecho, es evidente que este tipo de intervenciones papales tiene como objetivo degradar la gran mariología occidental y oriental en favor de una imagen horizontal de María, idónea más bien para dignificar la cotidianidad de la mujer contemporánea.

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¿Entonces María es una madre que se hizo “discípula” de Jesús, su hijo? Para que el apelativo de “discípula”, raro en la tradición, no quede reducido a una obviedad con tintes pastorales, debe por lo menos tener el significado que le dio Máximo el Confesor: “La santa Madre se convirtió en discípula de su dulce Hijo, verdadera Madre de la sabiduría e hija de la Sabiduría, porque ya no Le miraba de manera humana o como simple hombre, sino que Le servía con respeto como Dios y acogía Sus palabras como palabras de Dios”.

El binomio papal mujer-discípula, si es declinado en la espiritualidad de lo cotidiano y la exégesis sociológica, resulta entonces ajeno al orden de la divina revelación y deja entrever en el imaginario del papa a ese Jesús itinerante con su séquito, mujeres incluidas, tan querido por los exegetas y los escritores desconocedores de la cristología; un Jesús separado del conjunto de la historia teológica y sacramental de la Iglesia. La madre-discípula de la homilía recuerda demasiado a la madre de una película reciente cuya protagonista es María Magdalena, uno de los productos resultado del “movimiento de Jesús”, cuyos partidarios teosociológicos pueden presumir de ser los guionistas gratuitos.

Una María que ha sido despojada del dogma para ser “prototipo” de lo femenino proyecta, también, esta misma banal simplificación en una Iglesia que se quiere cada vez más "femenina". Todo vale para ir contra el dogma. Esto ha sucedido durante siglos, pero nunca, hasta hoy, desde la cátedra de Roma.

El tono combativo de la homilía (“no pretenden”, “no tocaba”, “tocaban para nada”, “jamas quiso”, etc.) está, por lo tanto, mal fundamentado y mal dirigido. De ella emerge una especie de clara indiferencia teológica, además de un ultraje a la Iglesia de siempre, para poder tener, en práctica, las manos libres y, así, establecer alianzas con la opinión pública progresista mundial.

A esta actitud, buena para engañar a los simples, pertenece también el curioso argumento papal según el cual la Virgen nunca quiso quitarle nada al Hijo (“tomar algo de su Hijo”, o: “No robó para sí nada de su Hijo”). Es decir, fuera la corredención, porque sería un hurto; y también fuera casi toda la teología mariana. Cualquier tratado mariológico presenta, además de la maternidad y, en virtud de esta, la concepción inmaculada de María, su “immunitas” del pecado y los otros “privilegia”, incluyendo la gloria asunción al cielo. La teología clásica afirma que la Virgen es, objetiva y ontológicamente, mediadora de todas las gracias, partícipe de los méritos de Cristo “in quantum universo mundo dedit Redemptorem”, puesto que ella dio el Redentor al mundo.

La unión “sui generis” a la carne redentora del Hijo hace que María esté necesariamente dentro del orden de la acción y la gracia redentora: “omnium gratiarum mediatrix”. De la mediación redentora a la corredención hay sólo un paso, y muchos teólogos marianos lo han dado. Su ser madre de Dios eleva a María a este nivel “de congruo”, como expresa el lenguaje teológico: es decir, no por su naturaleza ni porque ella sea “immediate co-operans”: sólo Cristo actúa “immediate”, sólo el Hijo es redentor “de condigno” como consecuencia debida y justa de su sacrificio. En el magnífico pasaje de san Anselmo atribuido hoy a Eadmer de Canterbury (“De excellentia Virginis”, 11), a menudo citado por los dogmáticos, y en la encíclica “Ad caeli Reginam” de Pío XII, podemos leer: “Así como... Dios, al crear todas las cosas con su poder, es Padre y Señor de todo, así María, al reparar con sus méritos las cosas todas, es Madre y Señor de todo”. En otro pasaje, María es, según Eadmer, “nutrix Reparatoris totius substantiae meae”, la que ha nutrido, ha tomado sobre sí, el Regenerador de todo mi ser.

La “esclava del Señor por excelencia”, la “discípula”, o es todo lo que sus “privilegia” de madre de Dios declaran, o es poca cosa, como ya lo es en las tradiciones protestantes, y como es cada vez más en la predicación católica. Una parte considerable de la espiritualidad cristiana ha vivido y vive de la gran cantidad de riquezas teológicas que María ha merecido y ha atraído sobre sí. Estas riquezas no se conservarán con una mariología de tipo populista, y mucho menos sustituyéndolas. Que, además, se puedan degradar los “privilegia” de la madre de Dios, tal como descienden teológicamente de su estatus de criatura eminente y única, transmitiendo a los fieles la sospecha ridícula de que en María esos "privilegia" serían hurtos, o ambiciones indignas de una madre-discípula, es un dislate. Esta y otras locuras de la homilía implican realmente, en profundidad, que el papa niega todo el significado y valor del trabajo teológico cristiano desde los orígenes. Y que desprecia el maravilloso alimento que la teología proporciona al culto, a las tradiciones, a las espiritualidades vivas, al mismo tiempo que ignora la santidad de su depósito en la tradición de la Iglesia. ¿Y para qué? ¿Para proponer una revelación cristiana sin misterio, sin transcendencia, sin gloria, sin divino-humanidad, como en las iglesias reformadas?

“Cecidere manus”, es decir, se cae el alma a los pies ante tanta impertinencia y malicia; esa malicia restrictiva de los teólogos innovadores que estaba ya presente en el Concilio Vaticano II, apenas desenmascarada. Si, además, para los hombres del papa –no oso decir para él– es válido el “esto no puedo creerlo” del obispo y teólogo liberal anglicano John A.T. Robinson, que lo digan. Y que busquen amparo, si los acogen, en el protestantismo residual. Me reservo la posibilidad de volver sobre la cuestión de la protestantización en curso. Basta recordar que la ambición protestante de cristianizar la secularización, tras haber contribuido a ella, ha fracasado, aplastando a las iglesias reformadas.

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Ahora me gustaría abordar la cuestión del “mestizaje” cristológico con la que Francisco termina su homilía del 12 de diciembre, inmediatamente convertida en objetivo por parte de comentaristas severos como Maria Guarini, Roberto de Mattei y otros del ámbito “tradicional”. ¿Acaso se puede encontrar en otro lugar de la Iglesia el mismo valor y cuidado de la fe?

Recuerdo que “mestizaje” es el equivalente español a la categoría general de mezcla interracial o interétnica, mientras que con el término “mestizos” se indica a las personas nacidas de la mezcla de españoles e indios. En la imagen milagrosa en el ayate de Juan Diego, la Virgen de Guadalupe es “morenita”; muchos hemos podido contemplarla en el cerro de Tepeyac. Esto le sugiere a Bergoglio un desarrollo brillante que, sin embargo, acaba en otra metedura de pata.

Dice el papa que María “se mestizó para ser Madre de todos. […] ¿Por que? Porque ella mestizó a Dios”. De hecho, prosigue la homilía, este es el gran misterio: “María mestiza a Dios, verdadero Dios y verdadero hombre, en su Hijo”. Qué significa esto realmente, nos gustaría que nos lo explicaran.

No me atrevo a pensar -como, legítimamente, han hecho otros– que Francisco con esto quiera decir que María ha mestizado a Dios; es decir, que en su seno haya mezclado la naturaleza divina y humana, mediando en sí misma lo divino con la carne humana, de la que sólo sería madre, porque este sería uno de los errores del siglo IV-V contra el que combatió Cirilo de Alejandría.

Suponemos, más bien, que el papa quiere decir que en el ser hijo de María, es decir, en el ser generado de una mujer, el Cristo eterno habría sido mestizado como ella “se mestizó” –siguen siendo palabras del papa– para ser madre de todos los hombres. Entonces, este “mestizar” es un recurso oratorio, una teología de la situación para la gran fiesta de la nación mexicana en la basílica de San Pedro. Es sólo un modo sugestivo de subrayar el hecho de que Dios se hizo hombre, mezclándose metafóricamente, como hombre, con la humanidad. Sin embargo, ¿puede quedar reducido el inmenso tema cristológico del “Dios con nosotros” de Cirilo a un ejemplo del “convivid y mezclaos”?

O este “mestizaje“ lleva en sí, de verdad, algo más: la idea de que en María, Dios mismo haya sido mestizado, en contra de las definiciones de los Concilios antiguos, necesarias para salvar la verdad y la riqueza de la fe; y en contra, también, del Credo y lo que proclamamos en la liturgia. Me inclino por la versión ligera, aunque muy imprudente. Es bien cierto que nadie puede ya fiarse del papa porque, en lugar de “confirmare fratres suos”, “infirmat” día tras día la fe de sus hermanos.

De hecho, la idea de la “Theotokos” que mestiza a Dios no es menos insensata que la de los cónyuges baptistas de Milán, que honran a María porque “acogió” un embarazo irregular, fuera de la norma, el “más irregular” de los embarazos, y acogió “a ese extranjero que venía de Dios mismo, ¡y sin permiso de residencia!”. Tal vez el fantasioso teologúmeno de Cristo migrante en la miseria de la “kenosis” (se supone) hasta la hospitalidad en la Virgen pretende ser, con el repudio a las “tonteras” dogmáticas por parte de Francisco para una mariología “de la puerta de al lado”, la nueva frontera del anuncio cristiano.

A esto hay que oponer que la misma afirmación de que la “esencialidad” de María es su ser mujer y madre es una traición a la mariología milenaria. De hecho, una maternidad de María que no incluya de manera explícita, para la conciencia teológica y la vida espiritual, también la realidad y la potencia de la participación de la Madre a la carne redentora, proyecta en la misma obra del Hijo sombras llenas de relativismo. La banalización de María, reducida de la “omnium gratiarum mediatrix” a la subjetividad virtuosa de un “ecce” y un “fiat” y un discipulado totalmente humano, hiere simétricamente a la cristología, no sólo en la dimensión fundamental de la redención y la gracia, sino también en el núcleo dogmático de las mismas prerrogativas sobrenaturales de Cristo. ¿Es este el precio que hay que pagar en aras de la “nueva evangelización”? ¿En qué es esto una buena noticia?

Los argumentos de Francisco, expresados en esa especie de submagisterio subjetivo que él lleva a cabo “in persona papae” pero “quasi papa non esset”, como papa pero como si no lo fuera, como si no existiera una responsabilidad petrina, son un daño seguro para la Iglesia. Y creo que ha llegado el momento de no tolerar más esta distonía.

Pietro de Marco

domingo, 29 de diciembre de 2019

El sodomita Salvini (Carlos Esteban)




En el documento encargado por Su Santidad, del que ya hemos tratado, la Pontificia Comisión Bíblica enmienda la plana a milenios de interpretación de las Escrituras y nos dice que el pecado por el que fueron destruidas Sodoma y Gomorra no fue la perversión sexual, sino tratar mal a los extranjeros. Y usted se preguntará: ¿Y cómo durante tres mil años se dio una explicación tan errónea? Fácil, responden los ‘expertos’: los exégetas y autores materiales de la Escritura estaban “históricamente condicionados”.

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Todos estábamos equivocados todo este tiempo. Yahvé hizo llover fuego y azufre sobre las ciudades del llano, no porque se entregaran a todo tipo de perversiones sexuales, como ya de yacer varón con varón, sino porque su política migratoria era notoriamente restrictiva. Esa es la nueva interpretación que ofrece la Pontificia Comisión Bíblica consultada por Francisco, que en todas partes (todas las partes convenientes, se entiende) ve explicaciones y posicionamientos “arcaicos”, “históricamente condicionados”, “anticuados” y carentes de una “comprensión nueva y más adecuada de la persona humana”.

Así que borren de sus diccionarios personales las acepciones comunes de las palabras ‘sodomita’ y ‘sodomía’ -aunque no estén muy en uso, de cualquier forma-, y sustitúyanlas por la nueva, por la que el pecado de sodomía vendría a ser votar a Salvini, a Orbán o a Abascal, para entendernos.

Naturalmente, este planteamiento presenta un problema, no por común demasiado evidente. Cada época -cada hombre, en realidad- cree ocupar un punto central en la historia, lo que es obviamente absurdo. Nuestra época no es la culminación de los tiempos, ni se halla en una cumbre desde la que juzgar infalible a todas las demás. Es, como todas, solo un punto en una línea temporal de la que no conocemos cuánto queda.

Dicho de otra manera: si nuestros antepasados, al juzgar con tal severidad las perversiones sexuales, eran esclavos de los prejuicios y las ideas de su tiempo, si estaban ‘históricamente condicionados’, ¿qué nos hace pensar que la Pontificia Comisión Bíblica no lo esté al enmendarles la plana y juzgar con desusada benignidad actos que en la Biblia “llaman la ira de Yahvé”?

Veamos: ¿se muestra nuestra era benigna con las relaciones homosexuales? No, no benigna: positivamente entusiasta. Las multinacionales se dan codazos el Día del Orgullo para presentarse más ‘gay-friendly’ que la competencia, los partidos rivalizan en halagar al colectivo LGTBI, la cultura oficial canta incesante las loas al amor que antaño, al decir de Oscar Wilde, “no se atreve a decir su nombre”.

Incluso en ambientes eclesiales, ¿no son evidentes los esfuerzos por complacer al ‘lobby lavanda’, desde el jesuita James Martin a los últimos nombramientos cardenalicios en Estados Unidos y otras partes, entre los prelados más comprensivos en este asunto? Siendo así, ¿no tendría sentido pensar que la Pontificia Comisión Bíblica podría -podría- estar más que ‘históricamente condicionada’. Mucho.

Por otra parte, ¿cuál es la obsesión más repetida del Pontífice, para hablar de la cual tanto le vale la Navidad que la Pascua, y que se ha transmitido intacta, sin romperse ni mancharse, por un milagro de la sinodalidad, a la última parroquia de Occidente: la ‘acogida’ indiscriminada e incuestionada de la inmigración masiva. ¡Caramba, qué feliz coincidencia! A eso le llamo yo matar dos pájaros de un tiro.

Así las cosas, mientras la Pontificia Comisión Bíblica no ofrezca argumentos de que piensa y actúa ‘sub specie aeternitatis’, me asisten más razones para pensar que es ella la ‘históricamente condicionada’ (y pronto, inevitablemente, ‘arcaica’ y ‘anticuada’) y no tres mil años de visión común.

Carlos Esteban

viernes, 27 de diciembre de 2019

Su Santidad repitió la palabra ‘cambio’ -y sus variantes- varias decenas de veces en su alocución navideña a la Curia, muchas más de las que nombró a Nuestro Señor o cualquier otra realidad sobrenatural o exclusiva de nuestra fe, y nos conminó a que no tuviéramos miedo al ‘cambio’, sin especificar en qué sentido (Carlos Esteban).



O sí, si atendemos la cita que hizo del Cardenal Martini, asegurando que la Iglesia lleva doscientos años de retraso. Ir con retraso significa saber con respecto a qué, y esa mención a los dos siglos, si contamos hacia atrás, nos lleva al Periodo Revolucionario que puso fin a la Europa cristiana. ¿Es eso? ¿Tiene que adecuarse la Iglesia al mundo?

Basta pensar unos minutos para darse cuenta de que la Iglesia no puede contentar al mundo -adecuarse a su mensaje, por lo demás cambiante- sin acometer cambios radicales en su doctrina perenne, y hacer algo así significaría, sin más, dejar de ser la Iglesia de Cristo. De modo que el Santo Padre debe de referirse a otra cosa, debe de estar hablando de las formas, de las estrategias de comunicación, de lo que puede, en fin, cambiarse.

Ahora bien, cuando alguien habla obsesivamente de la necesidad del ‘cambio’, aunque utilice esa palabra genérica, siempre tiene en la cabeza una dirección, tiene una idea más o menos clara de hacia dónde hay que cambiar o se va ineluctablemente a cambiar. Pero el pontífice, llamado a ser pastor y maestro, no tiene por qué ser un profeta acertado en el sentido vulgar de la palabra, en cuanto a saber por dónde irán los cambios. Y sospecho que no van a ser precisamente en la dirección que parece tener en la cabeza.

Francisco es un hombre de la generación del inmediato postconcilio, formado en aquella efervescencia de la llamada ‘primavera de la Iglesia’ a la que quiere, explícitamente, dar culminación, retomar el camino que se vio moderado o directamente interrumpido por sus dos inmediatos predecesores. Ese es el paradigma en el que se mueve; esa es su ‘modernidad’.

Pero, al menos en términos cuantificables, la celebrada ‘primavera’ ha sido un desastre. La proporción de católicos en Occidente ha caído en picado, pero no para dar ese ‘resto de Israel’ que, reducido, es más ferviente y comprometido. Este mismo año que termina supimos, por ejemplo, que una holgada mayoría de católicos en Estados Unidos no cree en la Presencia Real de Cristo en la Eucaristía. ¿En qué sentido se sigue siendo católico sin eso?

El cambio real que, por el contrario, se está detectando entre los fieles practicantes quizá vaya en una dirección muy diferente a la que se refiere el Santo Padre. Por ejemplo, la preferencia por el Rito Extraordinario de la Misa. Se suponía que la misa de San Pío V, la que ha sido universal durante siglos, se permitía como una reliquia para un puñado de ancianos nostálgicos. Pero se está convirtiendo en algo muy distinto.

En la Iberoamérica natal de Su Santidad, por ejemplo. He aquí una enorme región sólidamente católica hace solo unas décadas que está apostatando en bandadas hacia el secularismo o hacia el protestantismo. Y un número no despreciable y creciente de quienes se quedan parecen optar por la ‘misa indultada’ y finalmente liberada por el motu proprio de Benedicto XVI ‘Summorum pontificum‘. Y no, no son el puñadito de viejos que reviven la misma de su niñez, sino en muchos casos familias jóvenes que no la han conocido hasta ahora.

Ya no existe la Cristiandad, como nos recuerda el Papa; los católicos somos cada día menos relevantes en la cultura y en la vida pública. Pero quizá la reacción que buscan los fieles no sea en seguir fundiéndose con el mundo halagando sus modas ideológicas, sino satisfacer el hambre de Dios, de esa sobrenaturalidad y transcendencia que parece haber desaparecido del mensaje cotidiano de nuestros pastores, con una práctica religiosa que acentúe el misterio central de nuestra fe.

Carlos Esteban

NOTICIAS VARIAS (26 y 27 de diciembre de 2019)



GLORIA TV

Cardenal Müller: ¿El evangelista falsificó el Evangelio? (26 dic 19)


Inmigracionismo del Papa Francisco, el rígido San Esteban, información digital, la pachamama del Vaticano (27 dic 19)



Selección por José Martí

Inmigracionismo del Papa Francisco, el rígido San Esteban, información digital, la pachamama del Vaticano



No son unas navidades fáciles en el Vaticano. Estábamos acostumbrados a que estos días todo se ralentizaba y los periódicos se llenaban de noticias amables esperando el retorno al trabajo después de la befana, o de reyes en las tierras hispanas. Este año estamos observando cómo las noticias tienen una vida propia, independiente de la Navidad, y siguen su camino. No son tiempos de perder el tiempo y tenemos la sensación de que todo se está precipitando.

Lo que el Papa Francisco puede decir o hacer a estas alturas de su pontificado ya no es una sorpresa para nadie. En un primer momento podían sonar a cierta novedad alguno de sus argumentos y actuaciones. Esto ya no es así y estamos cayendo en la continua repetición. Algunos se plantean que esto se parece mucho más a una obsesión enfermiza que a una estrategia. Hablar siempre, a todas horas, de inmigración, sean pascuas o ramos, no es normal. Los hay que hablan de una nueva religión laica centrada en una visión chata del fenómeno de la inmigración. Olvidarse de la Navidad, de la Revelación divina, de todo lo sagrado que compone la vida del ser humano y quedarnos en los discursos vacíos a la moda produce un cansancio intelectual que se está volviendo en contra de su predicador máximo, el Papa Francisco.

Otro fenómeno que estamos observando es la capacidad de hacer el ridículo por parte de las autoridades vaticanas. Nos están demostrando su total incapacidad para enfrentarse a los complicados asuntos que traen entre manos. El paso del tiempo está enrareciendo y complicando toda la situación en torno a los abusos. Los casos aumentan y los procesos no terminan nunca. El prometido informe McCarrick sigue esperando y no termina de ver la luz. La justicia civil sigue su lenta marcha, aplicando sanciones económicas que están llevando a la bancarrota a algunas diócesis americanas y está saltando al Vaticano. En escándalos financieros mejor no entramos, pero hasta en Navidad seguimos con las noticias de las sorprendentes inversiones en Budapest, en Londres … en una cadena que no tiene fin.

Por si faltará algo, seguimos haciendo el ridículo universal viendo a sus eminencias, el bertoniano Versaldi en primer plano con el amigo Edgar, en situaciones pueriles siguiendo las instrucciones de una chamana en el corazón del Vaticano y en plenas celebraciones navideñas. Creemos que no es mucho pedir que si tanto les gustan estás cosas las hagan en la intimidad y nos ahorren a todos el verlos con sus vergüenzas aireadas. Hay motivos sobrados (por mucho menos, las personas sensatas lo hacen) para acercarse a un buen especialista que tranquilice a tan elevadas inteligencias ante la locura colectiva en la que están sumergidos.

Hoy no está de moda celebrar a los mártires, porque todos, absolutamente todos, eran poco dialogantes y de una rigidez insoportable. Son tiempos de besos y abrazos, aunque sean vacíos y falsos, de fraternidades platónicas, sin paternidades que las sustenten, de apegarse a lo políticamente correcto, de cambiar de chaqueta (ahora lo llaman discernimiento) todas las veces que haga falta. El diácono Mártir San Esteban sigue siendo el mejor fruto de la Navidad y su martirio la llena de sentido.

El blog amigo de Marco Tosatti nos ofrece los datos de sus lectores que ya pasan de los 13 millones. Estamos ante un nuevo fenómeno, cuyas consecuencias no podemos valorar, que está cambiando lo que entendemos como información. Sabemos, lo estamos viviendo en propia carne, lo importante que está siendo en este momento la información libre en el mundo religioso: nos ayuda a estar unidos y a ser conscientes de que ni somos pocos ni estamos solos. Ya quisieran los medios oficiales del Vaticano contar con este número de lectores. Están gastando enormes sumas de dinero, que no tienen, en sostener medios de información que no interesan a nadie. Tienen buen cuidado de no dar nunca los datos de lectores porque la decisión de cierre sería inmediata. Mientras sus eminencias, y el amigo Edgar, estén entretenidos con la pachamama, Parolin en su mundo multicolor, y el Papa Francisco con sus chalecos salvavidas, todo sigue tranquilo aunque todos callen la inutilidad.

Un grupo de fieles se ha acercado a la prisión en la que se encuentra el Cardenal Pell a cantar villancicos, con la esperanza de llevarle un poco de consuelo en estos días. Cuanto más tiempo dure esta injusta situación más se engrandecerá la figura del cardenal, injustamente apresado. Esperemos que aguante el tirón (no es fácil) y pueda salir fortalecido. Tenemos la esperanza de que los cantos de los fieles curen la herida de los silencios, o cosas peores, del Vaticano.

En la curia romana las felicitaciones de Navidad y Pascua son una plaga. Un cardenal medio, o un alto cargo, puede pasar de 2.000 felicitaciones oficiales. La inmensa mayoría son giros entre organismos vaticanos de personas que se encuentran a pocos metros, pero que consideran una vulgaridad prescindir del lujoso tarjetón. En medio de esta avalancha se busca con intensidad si existe alguna pequeña carta que contenga una verdadera felicitación. El Papa Francisco nos dice que recibe muchas, y le creemos: una avalancha incontenible de cartas y tarjetas imposibles de contestar. Esperemos que muchas de ellas sean fruto de un verdadero cariño.

Terminamos con unas palabras de Benedicto XVI al que aprovechamos para felicitar también en estos días: “Queridos amigos, la solemnidad del Nacimiento del Señor nos invita a vivir esta misma humildad y obediencia de fe. La gloria de Dios no se manifiesta en el triunfo y en el poder de un rey, no resplandece en una ciudad famosa, en un suntuoso palacio, sino que establece su morada en el seno de una virgen, se revela en la pobreza de un niño. La omnipotencia de Dios, también en nuestra vida, obra con la fuerza, a menudo silenciosa, de la verdad y del amor. La fe nos dice, entonces, que el poder indefenso de aquel Niño al final vence el rumor de los poderes del mundo”

«…os damos testimonio y os anunciamos la vida eterna que estaba con el Padre y se nos manifestó.»

Buena lectura.

Specola