BIENVENIDO A ESTE BLOG, QUIENQUIERA QUE SEAS
Reproduzco, en esta entrada, un pequeño trozo de vídeo de una homilía del padre Alfonso Gálvez, del 22 de febrero de este mismo año; concretamente el intervalo de tiempo comprendido entre las marcas 54:03 min y 58:18 min, que supone una duración de 4 minutos y 15 segundos.
El contenido del vídeo está relacionado con la tercera tentación de Jesucristo en el desierto, de la que estamos considerando algunos aspectos a lo largo ya de varias entradas.
En esta entrada concreta le cedo la palabra al padre Alfonso Gálvez, quien hace referencia a un fenómeno que se está produciendo también en el seno de la Iglesia, y que se suele denominar "trepismo".
"Todo esto te daré si, postrándote, me adoras" (Mt 4, 9) le dijo el Diablo a Jesús, a quien le había prometido todos los reinos del mundo y su gloria. Jesús no cayó en la tentación. Su respuesta, además, fue contundente: "¡Apártate, Satanás!, porque escrito está: "Al Señor, tu Dios, adorarás y a Él solo servirás" (Mt 4, 10).
Sin embargo, hoy en día -incluso en el seno de la Iglesia- se da con demasiada frecuencia la búsqueda de las riquezas y del poder mediante el conocido y antiguo método de la adulación y de "dar la coba" al poderoso. ¿Para qué? Para subir y ascender a puestos de importancia dentro de la Jerarquía eclesiástica, para "trepar". La adulación es el arma de los trepas, dice el padre Alfonso.
Esta podría ser una de las razones que explican el silencio de gran parte de la Jerarquía actual ante los males que sufre la Iglesia, pues observamos cómo se conculca la ley divina, se desprecia la Revelación y la Tradición, etc ... y, sin embargo, la Jerarquía calla. Es el silencio de los pastores; un silencio que se produce por miedo a perder el status quo, el puesto conseguido.
En fin, dejamos hablar ya al padre Alfonso acerca de esta penosa realidad de los trepas, que se está dando hoy en la Jerarquía eclesiástica ... se cede en todo, no importa lo que sea, con tal de conservar el puesto que se tiene. El miedo a perder su puesto les lleva a callar ... en el mejor de los casos. Esto es muy grave.
(Continuará)
Como se puede observar hay un rechazo del mundo con relación a Jesús [Los que le recibieron, que fueron los menos, éstos ya no son "mundo" en sentido bíblico: desde el momento en que creyeron en Él son "nacidos de Dios" (1 Jn 13). Y "todo lo que ha nacido de Dios vence al mundo" (1 Jn 5, 4a). "Ésta es la victoria que ha vencido al mundo: nuestra fe" (1 Jn 5, 4b)].
Ante ese rechazo, Dios sigue sin abandonar al hombre, aunque haciendo uso de unos criterios que el mundo no ha comprendido ni puede comprender. Y es que ante la infidelidad del hombre para con Dios, y su negativa a servirle, Dios no lo dejó solo. Humanamente hablando es imposible de imaginar la respuesta de Dios, que fue -nada menos- que "el Verbo se hizo carne y habitó entre nosotros" (Jn 1, 14).
No cabe en mente humana, por mucha creatividad que posea, la idea de que Dios, el Creador de todo cuanto existe (inmenso, infinito, todopoderoso, etc), se haya rebajado, por amor, haciéndose un hombre en todo igual a nosotros, menos en el pecado.
Y actuó así por dos razones: primero, para que pudiéramos salvarnos; y segundo, para que pudiéramos quererlo como Él nos quiere, lo que nos era completamente imposible antes de la venida de Jesucristo, pues Dios es Espíritu. Y "a Dios nadie lo ha visto jamás" (1 Jn 4, 12). Fue su Hijo Unigénito quien, "teniendo la forma de Dios, no consideró una presa codiciable el ser igual a Dios, sino que se anonadó a sí mismo, tomando la forma de siervo, haciéndose semejante a los hombres" (Fil 2, 7). Además de ser Dios, como perfecto hombre que también es (mediante su Encarnación en el vientre de la Virgen María) Jesucristo ha hecho posible no sólo que podamos salvarnos, sino también que podamos conocer a Dios, ser sus amigos y enamorarnos de Él: "Felipe, el que me ve a Mí, ve al Padre" (Jn 14, 9).
Incomprensible y misterioso, sin lugar a dudas; pero absolutamente cierto. Lo sabemos por la fe, que es "seguridad de las cosas que se esperan" (Heb 11, 1), una fe que podremos tener si se la pedimos a Dios: "Pedid y se os dará" (Mt 7, 7) con insistencia. Dice el apóstol Santiago que "si a alguno le falta sabiduría, que la pida a Dios y se la dará, pues a todos da abundantemente y sin echarlo en cara" (Sant 1, 5). [La sabiduría es un don del Espíritu Santo, que nos lleva a conocer y amar con prontitud las cosas divinas]. Sabemos que en Jesucristo, y sólo en Él, podemos encontrar a Dios y conocerlo, pues Él mismo es Dios, además de ser hombre.
Como sabemos, en todo amor verdadero debe de existir reciprocidad entre los que se aman; de lo contrario no puede hablarse de amor. Esto es especialmente cierto cuando nos referimos a la relación de Amor que tiene lugar entre Dios y el hombre. Por otra parte -y esto es fundamental- sin libertad no puede haber tampoco amor, pues el amor es esencialmente libertad. En lo que se refiere a la relación amorosa del hombre con Dios, éste es tremendamente respetuoso con nuestra libertad. De modo que, aun siendo todopoderoso, como lo es, Dios no puede obligar a nadie a que lo quiera. Precisamente porque nos quiere Dios nos creó libres ... ¡libres de verdad! ... para que nuestro amor hacia Él pudiese ser verdadero, como verdadero es su amor por cada uno de nosotros ...el máximo amor posible, pues por todos dio su Vida y "nadie tiene amor más grande que el que da la vida por sus amigos" (Jn 15, 13).
Esto es algo que el mundo no acepta, ni entiende ni, en realidad, puede entender, pues no cree en el amor ... el amor entendido tal y como Dios lo entiende (esto es, como donación libre, total y recíproca entre los amantes) pues así es el verdadero amor. Para el mundo, en cambio, hablar de amor es hablar de pasárselo bien dos personas estando una junto a la otra, pero sin que exista un compromiso de por vida entre ellas; y admitiendo, de entrada, la posibilidad de una vuelta atrás, cuando surjan problemas. Se asocia el amor solamente con el placer. Falso amor. Ésta es, en realidad, la razón principal, por no decir la única, por la que el matrimonio va hoy a la deriva: la mayoría de los jóvenes ya no se casan. Tienen miedo a comprometerse. No se fían. No quieren atarse. Entienden esa atadura como algo negativo. Por eso viven juntos, sin más, pero siempre con la puerta abierta a una posible salida por ella, si la relación no funciona.
El verdadero amor conlleva la disposición, completa y definitiva, a entregarse recíprocamente el uno al otro y el otro al uno, venciendo cualquier tipo de dificultades; lo que supondrá, con frecuencia, sacrificio, dolor y sufrimiento; la cruz, en otras palabras. El mundo no entiende la felicidad si no va unida al placer. Y sin embargo, no es al placer sino al amor verdadero a lo que la felicidad va siempre unida; en definitiva, la felicidad va unida a la cruz. Si al amor le quitamos la cruz, no hay tal amor ... y hacen su aparición la tristeza, el vacío y el aburrimiento.
Se teme cualquier contrariedad o contratiempo. Se odia cualquier tipo de dificultad. Y, sin embargo, éstas forman parte de la vida. Desde que Adán y Eva pecaron nuestra naturaleza es una naturaleza caída y (aunque redimida por Jesucristo, al morir en la Cruz por amor a nosotros) lleva aparejados el dolor, las enfermedades, el sufrimiento y la muerte. Por todo ello pasó el Señor, como verdadero hombre que era y es.
Lo verdaderamente increíble es que, siendo como somos, Dios haya querido elevarnos a la categoría de amigos suyos, aunque para ello haya tenido que hacerse uno de nosotros, pues los amigos lo comparten todo, en un plano de igualdad. Por contra, a nosotros nos asusta el compromiso, apostar nuestra vida por Dios, "perderla" ... ¡lo que es un engaño del Diablo! ... pues, según decía Jesús: "El que quiera salvar su vida, la perderá; mas el que pierda su vida por Mí, la encontrará" (Mt 16, 25). No debemos tener miedo: merece la pena dar el salto y apostar por Jesucristo: "Tomad sobre vosotros mi yugo. Y aprended de Mí, que soy manso y humilde de corazón, y encontraréis descanso para vuestras almas. Pues mi yugo es suave y mi carga ligera" (Mt 12, 29-30).
Junto al Señor la cruz ya no es pesada y tiene un sentido muy bien definido: el de compartir su propia Vida puesto que Él ha querido compartir primero la nuestra. Se trata de un intercambio de vidas. Y, desde luego, salimos ganando en el trueque. Le damos nuestra vida (la cual "perdemos") y Él, a cambio, nos da la Suya (la cual "ganamos"). Este intercambio de vidas (entre el hombre y Dios) ... que en eso consiste el amor, es el que da sentido a toda nuestra existencia. No estamos solos.
Pienso que queda suficientemente claro, a la luz de lo dicho, que entre Dios y el mundo la incompatibilidad es absoluta. Por si aún nos queda alguna duda leamos algunos pasajes evangélicos: Cuando Jesús, en la oración sacerdotal de la última Cena, pedía a su Padre por sus discípulos, le decía: "Yo les he dado tu Palabra, y el mundo los ha odiado porque no son del mundo, como Yo no soy del mundo" (Jn 17, 14.16). Con relación a los judíos (aquellos que no aceptaban su mensaje) no se andaba con contemplaciones cuando les hablaba: "Vosotros sois de este mundo. Yo no soy de este mundo" (Jn 8, 23). El apóstol Santiago insiste en esta misma idea: "¿No sabéis que la amistad con el mundo es enemiga de Dios? ... Quien desee hacerse amigo del mundo se convierte en enemigo de Dios" (Sant 4, 4).
Se pueden encontrar muchísimos más pasajes del Nuevo Testamento referentes al mismo tema. Si después de estas lecturas nos encontramos con que todavía no nos queda suficientemente claro la incompatibilidad entre Dios y el mundo ... una de dos: o bien el concepto de "mundo", usado en sentido bíblico, no lo acabamos de entender [Téngase en cuenta que la palabra mundo, en términos peyorativos, se usa al referirnos a todo aquello que hay en el mundo real (que en sí mismo es bueno) en tanto en cuanto nos separe de Dios. Sobre este tema se ha escrito ya algo en una entrada anterior] o bien hemos optado por hacer nuestra la actitud del avestruz, que consiste en cerrar los ojos para no ver lo que, en el mejor de los casos, es una ingenuidad; o tal vez se trate de querer acallar la propia conciencia, según el conocido refrán: "Ojos que no ven, corazón que no siente". De momento no se me ocurre otra posibilidad, aunque no la descarto.
Preferir las riquezas del mundo, el camino fácil y cómodo, el aplauso de las gentes, el dinero, la fama, el poder, la exaltación del propio yo, etc... supone adorar a satanás, como nuestro señor; y dejar a Dios de lado. Esta opción de entrar por la puerta ancha y espaciosa, según Jesucristo "conduce a la perdición y son muchos los que entran por ella" (Mt 7, 13). Queda claro que, según estas palabras del Señor, son muchos los que se pierden por optar libremente por lo cómodo y rechazar la puerta estrecha, es decir, la cruz. Éste es el gran engaño en el que cae el mundo; y en el que, a poco que nos descuidemos, podemos caer también nosotros. De manera que se hace preciso y necesario "vigilar y orar para no caer en la tentación" (Mt 26, 41).
Optar por la puerta ancha es el gran engaño en el que, voluntariamente, incurrimos los hombres, para perdición nuestra. En el fondo de esa adoración al Diablo, lo que pretende el hombre es ocupar el puesto de Dios (de un "dios" fabricado por él mismo, claro está) para decidir, sin que nadie decida por él, lo que son las cosas, lo que es bueno y lo que es malo, etc. Se cambia el significado de las grandes y hermosas palabras, comenzando por el de la palabra amor.
Ya estamos viendo, en la sociedad, los resultados de esta actitud de soberbia del hombre frente a Dios. Se comienza actuando como si Dios no existiera, se le ignora, se le desprecia como un "residuo" de la ignorancia del pasado, como algo obsoleto y al final se le persigue y se quiere erradicar su Nombre de la faz de la tierra, matando a los cristianos, si es preciso: esto está ocurriendo hoy, en este mundo de "progreso", que se jacta de su poder.
Hasta ese extremo llega el odio al Dios encarnado en Jesucristo, el Único Dios que se presenta como Verdad Absoluta. Y esto el hombre no lo admite. No consiente que haya nada a lo que tenga que estar sometido, como si debiera a él mismo su propia existencia. Se cae en el absurdo y en lo irracional. Y, en esta negación de Dios, que es la negación del Amor, el hombre pierde su "humanidad" para con los demás. El resultado es desolador, desde cualquier punto de vista que se mire; no sólo el aspecto religioso, sino también el moral, el social, el político, el económico, etc...aspectos por los que se rige una nación; y sin los cuales va abocada a un desastre irremediable.
El Diablo, "que es mentiroso y padre de la mentira" (Jn 8, 44) está consiguiendo su propósito, que es el de separar a los hombres de Dios; y, en concreto, de Jesucristo, su gran Enemigo, engañándoles y haciendo que se crean sus propias mentiras. Sería lamentable que nosotros cayéramos también en estas mentiras diabólicas, cuyo objeto es el de conducirnos a la desgracia y a la infelicidad ..., cerrándonos los ojos para no ver y los oídos para no oir. ¡Y todo ello por un simple plato de lentejas!
¿De veras merece la pena apostar por el mundo y por el Diablo? Mi sentido común, rectamente ejercido, me dice que no. Sólo el amor a la verdad, y sobre todo, el amor a la Verdad (con mayúsculas) que es Jesucristo, nos puede librar de este abismo al que estamos abocados.
(Continuará)
Si hacemos un breve resumen de lo que se ha dicho hasta ahora, con relación a la tercera tentación de Jesús nos encontramos con el hecho de que no podremos salir airosos de este tipo de tentación si no actuamos como lo hizo el Señor: "Apártate, Satanás, porque escrito está: Al Señor tu Dios adorarás y a Él sólo servirás" (Mt 4, 10). La proposición diabólica era realmente "tentadora". Le muestra todos los reinos del mundo y su gloria y le dice: "Te daré todo esto si postrándote, me adoras" (Mt 4, 9). Jesús salió victorioso de esta tentación (y también de las otras dos) porque su corazón estaba completamente entregado a la voluntad de su Padre, el Único que merece adoración.
A lo largo de su vida pública Jesús nos ha recordado en varias ocasiones: "No podéis servir a Dios y a las riquezas" (Lc 16, 13). El que se decide por las riquezas, ipso facto, se vuelve contra Dios, cometiendo un pecado de idolatría, que va directamente contra el primer mandamiento de la ley de Dios. Se elige al Diablo (por el poder que ofrece) y se rechaza a Dios. Por la avaricia se cae en la idolatría: sólo importa tener y tener. Y cuanto más se tiene tanto más se quiere tener. Un "tener" que, por cierto, no conduce al hombre a ser feliz, sino que lo deja vacío. San Pablo no se anda con remilgos a la hora de hablar y afirma con contundencia, que "la avaricia es una idolatría" (Col 3, 5) y "raíz de todos los males" (1 Tim 6, 10a), hasta el punto de que "algunos, llevados de ella, se apartaron de la fe" (1 Tim 6, 10b).
Es absolutamente necesario tener siempre presentes las palabras del Señor con respecto a este tema: "Estad atentos y guardaos de toda avaricia, pues aunque uno abunde en bienes, su vida no depende de aquello que posee" (Lc 12, 15). Y dijo más: "No os preocupéis por vuestra vida acerca de qué comeréis, ni por vuestro cuerpo acerca de qué os vestiréis. Porque la vida vale más que el alimento, y el cuerpo más que el vestido" (Lc 12, 22-23). Y un poco más adelante: "No estéis intranquilos, porque son las gentes del mundo las que se afanan por estas cosas. Bien sabe vuestro Padre que las necesitáis. Buscad, ante todo, su Reino, que esas otras cosas se os darán por añadidura" (Lc 12, 29-31)
El afán por las cosas del mundo sólo produce estrés, ansiedad y soledad: esclavitud, en definitiva. En cambio, el cristiano que intenta vivir como tal, procurando hacer realidad en sí las palabras de Jesús, trabaja con afán (¡por supuesto!) y posee cosas, pero no es poseido por esas cosas (las que sean). Es consciente de que "nada hemos traído a este mundo, y nada podremos tampoco llevarnos de él" (1 Tim 6, 7). La razón de ser y el sentido de la existencia para un cristiano consiste en tener como única meta el parecerse a Jesús y conformar su vida a la de Él; lo que conlleva, entre otras cosas, el mandato de dar a conocer su Mensaje a todas las gentes: "Id y predicad, diciendo: 'El Reino de los cielos está al llegar! " (Mt 10, 7) "Gratis lo recibisteis, dadlo gratis" (Mt 10, 8).
El cristiano no tiene derecho a guardarse para sí solo el tesoro del que disfruta: "Que cada cual ponga al servicio de los demás los dones recibidos" (1 Pet 4, 10). De ahí la importancia del proselitismo en contra de lo que a veces se oye: ¿Qué sentido tendrían, si no, las misiones? El mayor don recibido por los cristianos, sin merecimiento alguno de su parte, es la posibilidad de conocer a Jesucristo: su Persona y sus palabras. Éste es el don por excelencia que debe transmitir a los demás. Y eso es, precisamente, el proselitismo: se trata de que haya un número cada vez mayor de personas que se conviertan al catolicismo, sin violentar nunca su voluntad.
Para ello es necesario estar enamorados de Jesús, tener la máxima seguridad en su Amor y dar a conocerlo a la gente: cada uno lo hará de modo diferente, según cuál sea su oficio; pero todo cristiano tiene que estar dispuesto a dar testimonio de su fe a cualquiera que se lo pida, ya que "quien se avergüence de Mí y de mis palabras, de él se avergonzará el Hijo del hombre cuando venga en su gloria, en la del Padre y en la de los santos ángeles" (Lc 9, 26). Estas palabras fueron pronunciadas por Jesucristo.
Tengamos presente que "Dios, nuestro salvador, quiere que todos los hombres se salven y lleguen al conocimiento de la verdad. Porque uno solo es Dios y uno solo también el Mediador entre Dios y los hombres, Jesucristo hombre, que se dio a Sí mismo como rescate por todos" (1 Tim 2, 4-6). De ahí la urgencia de la predicación del Evangelio de Jesucristo a toda criatura. El proselitismo no es ninguna tontería sino un mandato de Jesús a los suyos. Por lo tanto, de ninguna de las maneras se puede relegar la Religión Católica, como si se tratase de algo privado y subjetivo, algo de tipo personal y sentimental. Quien así piense es que no ha entendido nada de la Religión fundada por Jesucristo.
Dios instituyó su Iglesia con una finalidad muy concreta: la de que su Palabra, encarnada en Jesucristo [y fielmente guardada e interpretada por el Magisterio y la Tradición perenne de la Iglesia] llegue al mayor número posible de personas, de manera que éstas puedan llegar a ser auténticamente felices, ya en este mundo. A pesar de las contrariedades que, sin duda alguna, van a encontrar en su camino a la conversión, no les importará demasiado porque en Jesucristo habrán hallado el sentido de su vida: el que supone saberse amados, de un modo único y exclusivo por Aquél que, siendo Dios, se hizo hombre para que pudiéramos salvarnos y para que pudiéramos amarle también nosotros a Él.
El Mensaje cristiano es el de la Alegría, una Alegría que debe serlo para todos ... ¡Pero este Mensaje necesita ser conocido! Y para ello debe ser predicado. "¡Ay de mí si no predicara!" (1 Cor 9, 16), decía el apóstol Pablo. El hacerlo era para él una obligación que hacía a la fuerza y que cumplía por ser "una misión que se le ha confiado" (1Cor 9, 17): "Id por todo el mundo y enseñad a todas las gentes ... todo lo que Yo os he mandado" (Mt 28, 19-20). Estas fueron las palabras que dirigió el Señor a sus discípulos, inmediatamente antes de ascender en cuerpo y alma a los cielos. En ellas se hacía patente su voluntad con relación a los cristianos y, en particular, a los que son llamados al sacerdocio.
Nunca acabamos de darnos cuenta del todo de la enorme importancia del sacerdocio y de la acuciante necesidad que tiene el mundo (incluso aun cuando no sea consciente de ello) de buenos y santos sacerdotes. Sin ellos la Iglesia no podría salir adelante. Decía Jesús que "la mies es mucha, pero los obreros pocos" (Mt 9, 37). Ante la escasez de sacerdotes, y de sacerdotes santos, los cristianos tenemos la obligación de actuar conforme al mandato expreso de Jesús para que esta situación se solucione: "Rogad al Señor de la mies que envíe obreros a su mies" (Mt 9, 38). La oración ardiente, ante el sagrario, y la súplica confiada, por nuestra parte. El Señor hará el resto. Para que el hombre salga de esta idolatría que supone valorar las riquezas, el poder, el aplauso, etc... más que a Dios, es necesario que la gente conozca a Jesucristo, es necesaria la Evangelización; en otras palabras: es necesario el proselitismo, que viene a ser lo mismo.
Se utiliza mucho, hoy en día, la expresión "nueva evangelización" ... a mi entender, expresión poco afortunada, confusa; y, en rigor, falsa y sin sentido, en sí misma: no hay nada nuevo que anunciarle a la gente. El Mensaje no ha cambiado. Se trataría, en todo caso, de hacerlo más comprensible, pero no de alterarlo. Puede que el uso de esa expresión se refiera a esto, pero -desde luego- si se piensa un poco y se analiza, el uso del adjetivo nuevo, refiriéndose a la Evangelización, supone otra evangelización; o sea, otro Mensaje, distinto del que se ha recibido de una vez por todas y para siempre. En cualquier caso, es lo cierto que -cuando menos- tal frase se presta a confusión, lo que no tendría por qué ocurrir si se tratase de una expresión clara e inequívoca. Pero el hecho real nos indica que se hacen diferentes lecturas e interpretaciones de ella. No es ese el Mensaje de Jesús a sus discípulos: "Sea vuestra palabra: 'Sí, sí','No, no'. Lo que pasa de esto del Maligno viene" (Mt 5, 37)
No hay que inventarse ningún Evangelio distinto del que ya hay y que, por desgracia, hay infinidad de cristianos que desconocen. Bastaría -y sobraría- con hablar a la gente de Jesucristo que es "el mismo ayer y hoy y lo será siempre" (Heb 13, 8). Ésta es la auténtica pastoral que el mundo de hoy necesita, más que nunca: oir hablar de Jesucristo, para que así sus mentes se iluminen y pueda arder su corazón. ¡Grave es la responsabilidad de los pastores que tienen ovejas a su cargo y les enseñan doctrinas mundanas, en lugar de procurarles el sano alimento, que es la Palabra de Jesús!

Escuchemos otra vez al Señor, utilizando ejemplos de sentido común, que todos pueden entender. Dice así: "Nadie enciende una lámpara para ponerla en un sitio oculto, ni debajo del celemín sino sobre el candelero, para que los que entren vean la luz" (Lc 11, 33). Y añade: "¡Brille así vuestra luz ante los hombres, para que vean vuestras buenas obras y glorifiquen a vuestro Padre que está en los cielos!" (Mt 5, 16), pues "vosotros sois la luz del mundo" (Mt 5, 14). De nuevo el imperativo, el mandato: ¡Brille vuestra luz!; aunque nos quedamos con la duda de no saber a qué luz se refiere Jesús: ¿acaso puede venir luz alguna de los apóstoles? La pregunta es legítima. Y la respuesta está recogida en los Evangelios para que no quepa la más mínima duda acerca de cuál es esa luz que debe brillar en los discípulos y, además, como luz propia.
La respuesta, como siempre, se encuentra en las palabras de Nuestro Señor: "Yo soy la luz del mundo; quien me sigue no andará en tinieblas, sino que tendrá la luz de la vida" (Jn 8, 12). Y puesto que sus discípulos "dejándolo todo, le siguieron" (Lc 5, 11); y lo acogieron en su vida ... ellos mismos, por la gracia de Dios, se transformaron en luz para el mundo, cuando llegó la hora prevista; es decir, cuando Jesús se marchó y envió su Espíritu. Desde entonces, la luz que sale de ellos es la Luz de Jesús mismo, la única que puede iluminar al mundo ...; bien es cierto que para ser luz de Cristo deben de vivir la Vida de Cristo en sus propias vidas. Sólo así podrán dar un testimonio veraz de Jesús ... y la gente, viéndoles y escuchándoles, irán a Jesús y creerán en Él, que ese es el fruto que el Padre espera.
Hay que decir que, aun siendo cierto que la Luz de Cristo es luz de Vida que ilumina todo y a todo da su sentido, se trata, no obstante, de una Luz especial ... especial en el sentido de que no se impone, no se manifiesta al hombre en todo su esplendor, pues sólo así puede darse una respuesta amorosa y libre del hombre al Amor de Dios. De hecho, así ocurrió con una gran cantidad de personas cuya libre respuesta al Amor de Dios no fue la esperada ... de modo que, aunque "la luz luce en las tinieblas, ..., las tinieblas no la acogieron" (Jn 1,5) ... ¡Y eso que "Él era la Luz verdadera que ilumina a todo hombre que viene a este mundo!.(Jn 1, 9). ¡Misterio tremendo éste de la libertad del hombre que llega hasta el extremo de rechazar a su Creador!
De manera que, debido a la libertad que Dios concedió al hombre, y aun sabiendo que "todo fue hecho por Él y que sin Él nada se hizo de cuanto ha sido hecho, que en Él estaba la Vida y la Vida era la Luz de los hombres" (Jn 1, 3-4); pese a todo ello, el hombre hace un mal uso de la libertad que le había sido dada y, procediendo del mismo modo en que lo hizo Adán, se produce, de nuevo, lo insólito: "En el mundo estaba, y el mundo fue hecho por Él, pero el mundo no le conoció. Vino a los suyos, pero los suyos no le recibieron" (Jn 1, 10-11)
(Continuará)
El mundo ha alcanzado su mayor esplendor y su mayor progreso cuando ha procedido conforme al Mensaje de Jesucristo. Y esto en todos los niveles: personal, cultural, social, científico y religioso.
No es la Iglesia la que debe inclinarse ante el mundo, sino el mundo el que debe aprender de Cristo y de su Iglesia [la verdadera Iglesia, que es la Católica, la que se mantiene fiel al Mensaje recibido]. El mundo necesita convertirse a Dios, encarnado en la Persona de Jesucristo. Sólo los que así lo hagan alcanzarán la máxima felicidad que es posible conseguir en este mundo, que consiste en la amistad íntima con Jesús; una felicidad que subsiste aun en medio del dolor y de las contrariedades de esta vida terrena (una vida que pasa); y que será el anticipo de aquella otra vida celestial (y eterna) que Jesús tiene reservada para quienes lo aman en este mundo y han perseverado hasta el fin en su fidelidad a Él y a la Iglesia que Él fundó.
Quienes digan otra cosa están engañando al pueblo cristiano ... y apareciendo como pastores no lo son, en realidad. Son falsos pastores o falsos profetas [que viene a ser lo mismo], que pretenden medrar y escalar puestos en el mundo, aunque para ello haya que traicionar el Mensaje recibido. No se puede adulterar y cambiar el Evangelio, pero se está haciendo, de hecho. De ahí la inmensa responsabilidad que tienen ante Dios aquellos que han sido llamados por Él al sacerdocio, comenzando por los simples sacerdotes pero, sobre todo, los obispos, arzobispos y cardenales ... hasta llegar al propio Papa. Todos ellos tienen la obligación de estar muy atentos para no consentir tal "cambio" en el Evangelio: un "cambio" que, de hacerse efectivo, cambiaría la Iglesia en "otra cosa" pero, desde luego, no sería ya la Iglesia fundada por Jesucristo. Si la Jerarquía Eclesiástica pasa por alto los errores -que son herejías, en su mayoría- y callan ... con su su silencio son cómplices de tal engaño al pueblo cristiano y Dios les pedirá cuentas por no haber cumplido con su misión de pastorear a las ovejas que les han sido encomendadas.
El Pastor por excelencia, el buen Pastor, es Jesucristo, el fundador de la Iglesia. Él nombró a Pedro como primer Papa y todos los sucesores de Pedro, es decir, los Papas, tienen la gravísima obligación de mantener íntegra la doctrina recibida de su Maestro. Y hay más todavía: suponiendo (y es más que una suposición) que alguno de los miembros de la Jerarquía hubiera perdido la fe, se impone un mínimo de honradez intelectual, puesto que la Verdad que predican no les pertenece. No pueden aparecer ante el pueblo cristiano como portadores de una Verdad en la que ya no creen; y enseñar, en cambio, ideas mundanas. Su misión es, fundamentalmente, la de ser transmisores de lo que han recibido. Y lo que se busca en un transmisor es que sea fiel al mensaje original y que no se invente su propia doctrina, diciéndole a la gente lo que la gente quiere oir.
Actuando así traicionan la confianza que Dios depositó en ellos cuando fueron ordenados al sagrado ministerio del sacerdocio. Una traición que tiene tanta mayor trascendencia cuanto mayor sea el puesto que ocupen en la Jerarquía Eclesiástica. Su misión principal es la de procurar, por todos los medios legítimos a su alcance, que el rebaño que les ha sido encomendado no se disperse y se mantenga fiel a la fe recibida. Los cristianos deben de tener muy claro aquellas palabras que dirigió el apóstol san Pablo a los Gálatas: "Aunque nosotros mismos o un ángel del cielo os anunciara un Evangelio distinto del que os hemos anunciado, ¡sea anatema!" (Gal 1, 8).
De manera que ni siquiera el Papa (ni, por supuesto, cualquier obispo o cardenal) puede inventarse otra doctrina distinta de la que ya está dada de una vez para siempre (sin añadir ni quitar nada). En el libro del Apocalipsis, son puestas en boca de Jesús las siguientes palabras: "Yo aseguro a todo el que oiga las palabras de la profecía de este libro que si alguien añade algo a esto, Dios enviará sobre él las plagas descritas en este libro; y si alguien sustrae alguna palabra a la profecía de este libro, Dios le quitará su parte del árbol de la Vida y de la ciudad santa que se describen en este libro" (Ap 22, 18-19).
Por supuesto; y a mí no me cabe la menor duda, de que los que adulteran el Evangelio, se justificarán y defenderán su manera de proceder como la correcta y la que está en conformidad con los signos de los tiempos. De manera que, sacando pecho incluso, esgrimirán que lo que les lleva a actuar así son razones de tipo pastoral y que ese es el único modo de llegar a la gente. Tal excusa (porque no es otra cosa) es falsa y mentirosa, por una razón muy sencilla: la pastoral más importante que necesitan los cristianos de hoy es la de conocer su fe. ¡Son innumerables los cristianos que desconocen su doctrina, pues no se les predica! ¡ Esto es sumamente grave! A causa de ello se ha llegado en el mundo a una situación de apostasía generalizada; de olvido, desprecio o indiferencia en el mejor de los casos, con relación al contenido sublime del Cristianismo, del que se ha eliminado toda referencia a lo sobrenatural; y al que se quiere reducir a unas consignas meramente humanas, lo que supondría la destrucción de la Iglesia (aunque ésta no puede ocurrir porque "las puertas del infierno no prevalecerán contra ella" (Mt 16, 18) sin embargo, sí puede quedar reducida, como de hecho está ocurriendo, a un estado catacumbal, como en tiempo de los primeros cristianos.
Fue un mandato explícito el que dio Jesús a sus apóstoles, antes de subir a los cielos: "Id y enseñad a todas las gentes ..." (Mt 28, 19). No fue un simple deseo. No hay más que observar que el verbo ir está en imperativo. ¿Qué es lo que deben enseñar? "... a guardar todo lo que Yo os he mandado" (Mt 28, 20). Por lo tanto, su primera obligación es la de ir por todo el mundo y no quedarse para sí solos la hermosa Noticia y la inmensa Alegría que han recibido de parte de Dios, manifestado en Cristo Jesús. Y, en segundo lugar ... no pueden enseñar cualquier cosa que se vayan inventando sobre la marcha sino sólo, única y exclusivamente la Doctrina que han recibido, la cual queda reflejada en las Sagradas Escrituras (en especial en el Nuevo Testamento), así como en la Tradición de la Iglesia de veinte siglos, aquélla que se ha mantenido fiel al Mensaje inicial de Jesucristo, fundador de la Iglesia.
El Evangelio ya está dado de una vez por todas y para siempre. No nos podemos inventar la doctrina y la fe "transmitida a los santos de una vez para siempre" (Jd, 3) ¡Qué poco han entendido los que piensan que la religión es algo subjetivo y que debe reservarse para la esfera privada, sin imponerla a los demás, aquellos que van en contra del apostolado y del proselitismo! ¡Es cierto que la Religión católica no se puede imponer a nadie! ¿Por qué? Pues porque tal es la voluntad de Jesús, quien "decía a todos: 'Si alguno quiere venir en pos de Mí ..." (Lc 9,23): Jesús usa del máximo respeto hacia la libertad de cada persona: "Si alguno quiere..." [pues el amor que Él tiene a la gente, a cada uno, sólo puede ser correspondido en libertad ; de lo contrario no podría hablarse de amor]. Pese a lo cual, es una obligación para los discípulos de Jesús predicar su Doctrina a todos los hombres, hacer todo cuanto esté en su mano para que a todos llegue su Mensaje. La Religión católica, por su propia esencia, no es para que se quede en el ámbito privado, sino que es una verdad que es para todos los hombres: Todos están llamados a la máxima felicidad posible, y ésta sólo tiene lugar en el seno de la Iglesia Católica. La predicación es, para un sacerdote, un deber, una obligación grave: "¡Ay de mí si no predicara!" (1 Cor 9, 16) -decía san Pablo. Eso sí: se trata de predica el auténtico Mensaje de Jesús, no las propias ideas, teniendo presente y muy claro, tanto en la mente como en el corazón, que las palabras de Jesús son siempre actuales. Jesús nunca se queda obsoleto.

Las personas que rigen la Iglesia, es decir, la Jerarquía, con el Papa a la Cabeza, no son los fundadores de la Iglesia, sino meros delegados, cuya misión es la de conservar el depósito de la fe (1 Tim 6, 20), que fue dada de una vez para siempre. "Te ordeno que conserves el mandamiento, sin tacha ni reproche, hasta la manifestación de nuestro Señor Jesucristo" (1 Tim 6, 14). ¿O es que vamos nosotros a inventar ahora la Iglesia? Pretender fundar una "nueva religión", una "nueva Iglesia", que ya no es la Católica, y seguir llamándola Iglesia católica, es algo muy grave. Y "de Dios nadie se burla" (Gal 6, 7).
Se pretende sustituir la "Religión de Dios" por la "Religión del Hombre". Dios sustituido por el Hombre, que pasa a ser el "nuevo dios" ... un "dios", ciertamente ciego y engañado, debido a su vanidad, soberbia y avaricia, pues "el dios de este mundo" (2 Cor 4, 4) no es él, sino el Diablo, que se regocija -si eso fuera posible en él- de su triunfo y de su engaño magistral, al hacerle creer al hombre que el mundo es suyo, siendo así -y esto es la pura realidad- que es a él, al Diablo, a quien adoran: éste, hábilmente, les ha hecho creer que no existe y que es una leyenda que sólo cree la gente ignorante y anclada en el pasado. De este modo se oculta, permaneciendo invisible y como un mero producto de imaginaciones enfermizas y supersticiosas, para que su engaño no resulte manifiesto ... ¡hasta el final! ... cuando ya no haya remedio y cada cosa sea llamada por su nombre, esto es, cuando llegue el fin de los tiempos.
(Continuará)
Ningún cristiano, que lo sea de veras, puede tener complejo ante el mundo. De hecho, ha sido en una "matriz cristiana" donde ha tenido lugar de modo efectivo casi todo el desarrollo y el avance del que disfrutamos hoy en día (incluidos la mayoría de los avances técnicos) Ante lo cual -como reacción esquizofrénica y difícil de comprender- nos encontramos con el hecho de que Europa reniega de sus raíces cristianas. Es como si un hijo renuncia de sus padres ... ¡no por eso deja de ser hijo, aunque no quiera a sus padres! Hay evidencias, más que suficientes, acerca de las raíces cristianas de Europa. No hay más que contemplar la infinidad de monasterios, catedrales y obras de arte de motivos religiosos históricos para que el que quiera ver pueda ver. Sin embargo, se niega la evidencia.
No deja de ser curioso, por ejemplo, que la llamada "época oscura" -como se suele denominar a la Edad Media- sea, en realidad [con sus limitaciones y errores, ciertamente, como los hay en cualquier otra época histórica] una de las épocas más luminosas por las que ha atravesado la humanidad, a lo largo de su historia; así lo atestiguan infinidad de documentos que suelen ocultarse; desde luego, fue mucho más luminosa que la época de la Ilustración en el siglo XVIII, el llamado "siglo de las luces", que hizo un "dios" de la razón, aunque de una "razón" que prescindía, muchas veces, de hechos evidentes y del sentido común (y, por supuesto, de Dios); de modo que era, en verdad, más irracional que aquella otra razón a la que combatía porque armonizaba la fe y la ciencia.
[El filósofo más influyente fue el idealista alemán Kant (1724-1804), con su teoría de la moral autónoma. Nadie tiene que decirle al hombre lo que éste tiene que hacer; cada uno tiene su propia autonomía; y decide lo que es bueno y lo que es malo para él. El hombre se convierte en un "dios" para sí mismo. La libertad es, realmente autonomía; y la responsabilidad, si la hay, es sólo ante la propia conciencia. Y los deberes (en cuanto que son una imposición externa) son sustituidos por los derechos (sin deberes, naturalmente). De manera que la Ilustración, en realidad, no acabó a finales del siglo XVIII, pues sus "ideales" siguen vigentes en la actualidad. Para dar una explicación más adecuada -y detallada- de lo que acabo de decir, se requiere de un análisis detenido y riguroso, pero no vamos a entrar en ello en esta entrada del blog. El que desee una mayor información acerca de la Ilustración puede leer el libro "Kant y la Ilustración" de Rafael Corazón González (2004)].
Por cierto: aquí sí que vendría bien una ley de memoria histórica que hiciera honor a la verdad, tanto en lo bueno como en lo malo, y que llamara a las cosas por su nombre. Entonces veríamos por qué digo que la Edad Media fue mucho más luminosa que la época de la Ilustración, en contra de la opinión generalizada (o pensamiento único impuesto). La gente sólo conoce de esa época lo que los enemigos de Dios y de la Iglesia, es decir, los que detentan el poder en este mundo, quieren darle a conocer que, por lo común, suele ser una sarta de mentiras, con algún dato histórico concreto real para que lo falso posea algún viso de credibilidad. Aconsejo la lectura del libro "El espíritu de la filosofía medieval", del gran conocedor de esa época que fue Etienne Gilson. Es altamente esclarecedor y objetivo, nos sitúa de lleno en esa época, sin prejuicios, y está muy bien documentado.
La época en que vivimos sobresale por sus adelantos técnicos pero la gente es muy poco crítica con la información que recibe siendo, por lo tanto, fácilmente manipulable. Las causas de esta recepción acrítica por parte de la gran mayoría de las personas del siglo XXI -y en particular, de los jóvenes de menos de treinta años- son varias. Aunque, a mi entender, una de las más importantes es el hecho -comprobable- de que en la educación que recibieron en su infancia, no se les enseñó a pensar que es, exactamente, lo que sigue sucediendo hoy en día. Y en ese sentido, al menos, la época actual no supone un "progreso" sino un "retroceso" con relación a la mal denominada "época oscura", que es la Edad Media.
Lo que escribo a continuación, entrecomillado, esta tomado del libro "Cómo la Iglesia construyó la civilización occidental", de Thomas E. Woods, Ed. Ciudadela, año 2007; págs 264 y 265. De su lectura se deduce la enorme influencia de la Edad Media en el progreso real. Sobre el tema del progreso se puede leer algo en este mismo blog, pinchando aquí y aquí
"Las Universidades europeas fueron creadas en la Alta Edad Media bajo los auspicios de la Iglesia y fueron lugares de intenso debate e intercambio intelectual (...). El pensamiento económico, el Derecho Internacional, la ciencia, la vida universitaria, la caridad, las ideas religiosas, el arte y la moral constituyen los cimientos de una civilización; y en Occidente, todo ello surgió del núcleo de la Iglesia católica"

Un cristiano jamás tiene miedo del progreso. El auténtico progreso no nos separa de Dios. Más bien es lo contrario. La existencia de Dios puede ser demostrada por la recta razón, si no existe mala voluntad en el corazón del hombre que razona. En cambio, nadie ha demostrado nunca (y repito: ¡nadie!) la no existencia de Dios. Quien diga lo contrario miente como un bellaco. Por eso, los adelantos de la técnica, como todo lo que suponga un mayor y mejor conocimiento de la realidad son siempre bienvenidos, porque son un acercamiento a la verdad ... [¡a Dios, en definitiva!] según decía Jesús: "todo el que es de la verdad escucha mi voz" (Jn 18, 37). El conocimiento de las cosas haciendo un uso recto de la razón, que conduce a la ciencia y a la técnica, cualquier actividad que suponga una mejor comprensión de la realidad, todo ello puede y debe llevar al hombre hasta Dios. La ciencia, en sí misma, no aparta al hombre de Dios: por eso nos encontramos con científicos creyentes y científicos que no lo son. Pero lo que tiene que quedar claro es que el hecho de que un científico sea creyente o ateo no tiene a la ciencia como causa, sino que se debe a una opción personal que el tal científico ha realizado (bien a favor o bien en contra de Dios); y esto vale para cualquiera, sea o no científico.
Ciencia y Religión no sólo no están reñidas, sino que se armonizan en la consecución del mismo fin que es el conocimiento de la realidad; esto es, la posesión de la verdad por parte del hombre ... No tiene absolutamente ningún sentido que la Iglesia se arrodille o se incline ante el mundo, porque es en el seno de la verdadera Iglesia de Cristo donde se halla el máximo progreso posible, tanto a nivel personal como a nivel social.

Cuando se conoce "algo" de Jesús, aunque sea un "poquito" -y si se ama la verdad- se llega al convencimiento inequívoco de que en Él la humanidad ha llegado a su plenitud, a su perfección máxima. Claro está que estamos hablando del Jesús real (y no del inventado por los hombres), el que es perfecto hombre [es un hombre igual que nosotros, además de ser Dios: dos naturalezas, la humana y la divina unidas en una sola Persona divina, el Hijo: misterio insondable de la unión hipostática que se da en Jesucristo] y hombre perfecto, Aquél que más ha amado, que en esto consiste la máxima perfección y el verdadero progreso del hombre: en el amor, entendido éste como tal y como Dios lo entiende, que es tal y como es realmente, a saber, como donación de la propia vida, pues "nadie tiene amor más grande que el que da la vida por sus amigos" (Jn 15, 13). Jesús dio su vida por amor a nosotros, a todos y a cada uno. Dado que en Jesús la humanidad llegó a su máxima perfección el hombre se perfeccionará y progresará en tanto en cuanto se asemeje a Jesús y se identifique con Él.
El hombre tiende a actualizar sus potencialidades y a dar de sí todo lo que le sea posible. Esto, que es lo propio de cualquier persona, lo es aún más de un cristiano, y de una manera muy especial, pues "cada cual recibirá la recompensa según su trabajo" (1Cor 3, 8); o lo que es igual, según su amor, manifestado en el trabajo. [Se puede leer, a este respecto, la parábola de los talentos en Mt 25, 14-30)]. El cristiano debe hacer rendir sus talentos al máximo y dar cuenta a Dios de todo lo que haya hecho con su vida, por sí mismo y por los demás, tal como nos dice el apóstol Pedro: "Que cada cual ponga al servicio de los demás los dones recibidos" (1 Pet 4, 10).
(Continuará)
En la tarea de destrucción de la Religión Católica, el mundo lleva ya empeñado bastantes siglos, aunque nunca acaba de lograrlo; pero de dos siglos atrás, más o menos, este empeño se ha ido radicalizando cada vez más, de modo sistemático, debido -sobre todo- a la influencia de las filosofías idealistas, encarnadas particularmente en Kant (época de la Ilustración) y en Hegel. Como consecuencia lógica llegó, a finales del siglo XIX y comienzos del siglo XX, el pensamiento modernista, el cual ataca toda idea de sobrenaturalidad; y éste es el que domina hoy prácticamente toda la sociedad actual. Fue condenado de modo solemne por San Pío X en su encíclica Pascendi, y definido como la suma de todas las herejías. La gran desgracia es que, al día de hoy, gran parte de la Jerarquía de la Iglesia está imbuida de ideas modernistas. En este sentido se podría decir, sin temor a equivocarnos, que la situación actual por la que atraviesa la Iglesia es la más grave de su historia, desde que fue fundada por Jesucristo, hace ya veinte siglos.
No cabe duda de que en todo este intento de aniquilación de la Iglesia hay ocultas poderosas influencias masónicas. No obstante, si vamos a la raíz del problema, que es lo que realmente importa, debemos de tener muy claro que "nuestra lucha no es contra la sangre o la carne, sino contra los principados y potestades, contra los dominadores de este mundo tenebroso, contra los espíritus malignos que están por las regiones aéreas"(Ef 6, 12). En la homilía que pronunció el papa Pablo VI el 29 de Junio de 1972 -una fecha posterior a la celebración del Concilio Vaticano II- dijo que "a través de una grieta ha entrado el humo de Satanás en el templo de Dios" ; y añadía, un poco más adelante: "Se creía que después del Concilio vendría un día de sol para la historia de la Iglesia. Por el contrario, ha venido un día de nubes, de tempestad, de oscuridad, de búsqueda, de incertidumbre y se siente fatiga en dar la alegría de la fe". Pues bien: estas palabras (que entonces eran ciertas) poseen hoy una mayor credibilidad, hasta el punto de que, en la actualidad, sería más apropiado decir -en mi opinión- que es el mismo Satanás (y no sólo su humo) el que -de alguna manera- se ha infiltrado en el seno de la misma Jerarquía Eclesiástica.

También las palabras del Señor: "Os envío como ovejas en medio de lobos" (Mt 10, 16) poseen hoy una actualidad aún mayor que cuando fueron pronunciadas, al añadirse ahora la dificultad -y no pequeña- de saber discernir entre los buenos y los malos pastores, pues tanto unos como otros están "sentados en la cátedra de Moisés" (Mt 23, 2). Contra los malos pastores ya nos previno Jesús: "Guardaos de los falsos profetas que vienen a vosotros disfrazados de ovejas, pero por dentro son lobos rapaces" (Mt 7, 15). Y, además, acto seguido, nos dio la receta infalible para diferenciar entre unos y otros: "Por sus frutos los conoceréis" (Mt 7, 16). Y san Pablo, en su carta a los colosenses, nos advierte, con gran seriedad: "Mirad que nadie os atrape por medio de vanas filosofías y falacias, según la tradición de los hombres, conforme a los elementos del mundo, y no según Cristo" (Col 2, 8). Estamos, pues, avisados, tanto del problema como de su solución.
Es evidente que el Mensaje evangélico debe adaptarse a las diferentes épocas, ..., pero siempre permaneciendo íntegro. Habría que usar -si se quiere- palabras más inteligibles, de modo que la gente llegue a conocer y a querer a Jesús con más facilidad : ¡eso no se discute ni está en tela de juicio, porque es de sentido común! ... pero lo que jamás puede hacer la Iglesia es cambiar la Doctrina recibida de su Fundador. En este sentido, que es el correcto, hay que decir que es el mundo el que tiene que adaptarse a la Iglesia y no al revés. El mundo necesita conocer a Jesucristo; además, convirtiéndose a Él dejaría de ser "mundo"; y podría salvarse.
Por si hubiera todavía alguna duda hay un mandato expreso del Señor, en este sentido: "Id, pues, y enseñad a todas las gentes, bautizándolas en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo, enseñándoles a guardar TODO lo que Yo os he mandado" (Mt 28, 19 - 20a). ... De manera que no se puede alegar como excusa para realizar determinado tipo de cambios en la Iglesia que "se procede así por razones de tipo pastoral, para que sea mayor el número de personas que lleguen a Jesús": esta argumentación es una falacia. La pastoral no se puede desligar nunca de la Doctrina; proceder de ese modo sería darle a la gente un Jesús inexistente e "inventado por el hombre", un Jesús que queda difuminado y desaparece, pues no es nada: es evidente que el tal Jesús no sería el verdadero, Aquél de quien se dice en la Biblia que "es el mismo ayer y hoy y lo será siempre" (Heb 13, 8).
Un cristiano no puede presentarse "acomplejado" ante el mundo, como si estuviera suplicando. Quien procediese de ese modo es que no conoce aún la profundidad y la grandeza de su fe. De ahí la enorme importancia de que, quien evangeliza enseñe bien la Doctrina de Jesús, la que ha recibido y se encuentra en las Escrituras, siempre rectamente interpretada por el Magisterio de la Iglesia. No se puede enseñar a la gente cualquier doctrina y decirles que esa es la doctrina de Cristo. La gente se merece que se le diga la verdad acerca del cristianismo, porque la mayoría de los cristianos de hoy (entendiendo por tales "aquellos que han sido bautizados") no tiene un verdadero conocimiento de su propia Religión. Esto es muy preocupante.
(Continuará)