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lunes, 20 de octubre de 2014

Pecado y Ley natural desaparecen de un plumazo

El presente artículo es un resumen o extracto de un artículo de Roberto de Mattei, usando prácticamente sus mismas palabras, y resaltando aquellas frases de su artículo que más me ha llamado la atención. El titulo de dicho artículo es "Resistir a la tendencia herética. La Relatio de Erdö borra de golpe el pecado y la ley natural". Puede leerse completo pinchando aquí.

La Relatio post disceptationem redactada por el Cardenal Erdö resume la primera semana de trabajo del Sínodo y lo orienta con sus conclusiones. Con la relación presentada por el Cardenal Péter Erdö el 13 de octubre de 2014 en el Sínodo sobre la familia, la revolución sexual irrumpe oficialmente en la Iglesia, con consecuencias devastadoras en las almas y en la sociedad. Queda borrado el sentido del pecado, abolidas las nociones de bien y de mal, suprimida la ley natural; y archivada toda referencia positiva a los valores, como la virginidad y la castidad


Se afirma, además, un nuevo asombroso principio moral, la “ley de gradualidad”, que permite captar elementos positivos en todas las situaciones hasta ahora definidas por la Iglesia como pecaminosas. El mal y el pecado no existen en cuanto tales. Existen sólo “formas imperfectas de bien” (n.º 18). “Se hace, por lo tanto, necesario un discernimiento espiritual, acerca de las convivencias y de los matrimonios civiles y los divorciados vueltos a casar, compete a la Iglesia reconocer estas semillas del Verbo dispersas más allá de sus confines visibles y sacramentales.” (n.º 20).

El problema de los divorciados vueltos a casar es el pretexto para que pase un principio que echa por tierra dos mil años de moral y de fe católica. Cae todo tipo de condena moral, porque cualquier pecado constituye una forma imperfecta de bien, un modo incompleto de participar en la vida de la Iglesia. Se dice: “Una sensibilidad nueva de la pastoral actual consiste en acoger la realidad positiva de los matrimonios civiles y, reconociendo las debidas diferencias, entre las convivencias” (n.º 36). Se da la vuelta a la doctrina de la Iglesia según la cual la estabilización del pecado, a través del matrimonio civil, constituye un pecado, aún más grave que la unión sexual ocasional y pasajera, porque esta última permite volver más fácilmente a la recta vía.

La nueva pastoral impone no hablar sobre el mal, renunciando a la conversión del pecador y aceptando su statu quo como irreversible. Según ellos ésas son "opciones pastorales valientes” (n.º 40). Parece, por lo visto, que la valentía no está en oponerse al mal, sino en adecuarse a él.

Las palabras fulminantes de San Pablo, según el cual “ni los fornicarios, ni los idólatras, ni los adúlteros, ni los afeminados, ni los sodomitas, ni los ladrones, ni los avaros, ni los borrachos, ni los maldicientes, ni los rapaces poseerán el reino de Dios” (1 Cor 6, 9) pierden sentido para los malabaristas de la nueva moral. Es necesario sustituir la “moral de la prohibición” con la de la misericordia y del diálogo, según la nueva fórmula pastoral en la que “nada se puede condenar”.

Todo este proceso comienza en octubre de 2013, cuando el Papa Francisco, tras haber anunciado la convocación de dos Sínodos sobre la familia, el ordinario y el extraordinario, promueve un “Cuestionario” dirigido a los obispos de todo el mundo. Los sondeos atribuyen a la mayor parte de las personas opiniones anteriormente predeterminadas por los manipuladores del consenso. El cuestionario querido por el Papa Francisco ha abordado los temas más candentes, desde la contracepción a la comunión a los divorciados, de las parejas de hecho a los matrimonios entre homosexuales.

La primera respuesta publicada, el 3 de febrero, fue la de la Conferencia Episcopal alemana (“Il Regno Documenti”, 5 (2014), pp. 162-172). "Las respuestas que las diócesis han enviado dejan entrever cuán grande es la distancia entre los bautizados y la doctrina oficial, sobre todo en lo que concierne la convivencia prematrimonial, el control de la natalidad y la homosexualidad” (p. 172).

Pero esta distancia no se presenta como si fuera, como lo es, un alejamiento de los católicos del Magisterio de la Iglesia, sino como una incapacidad de la Iglesia para comprender y secundar el curso de los tiempos. En su relación al Consistorio del 20 de febrero, el Cardenal Kasper definirá tal distancia como un “abismo”, que la Iglesia tendría que haber colmado, adecuándose a la praxis de la inmoralidad.

Por otra partes, si es verdad que el Papa ha querido que el debate se desarrollase de manera transparente, entonces no se comprende la decisión de mantener tanto el Consistorio extraordinario de febrero como el Sínodo de octubre a puertas cerradas. El único texto que se llegó a conocer, gracias al periódico “Il Foglio”, fue la relación del cardenal Kasper. 


Los vaticanistas más atentos, como Sandro Magister y Marco Tosatti, han subrayado cómo, a diferencia de los anteriores, en este Sínodo se ha prohibido a los padres sinodales intervenir.
Magister ha hablado de un “desdoblamiento entre sínodo real y sínodo virtual, este último construido por los medios de comunicación con la sistemática enfatización de las cosas más queridas por el espíritu del tiempo”. Pero hoy son los mismos textos del Sínodo los que se imponen con su fuerza demoledora, sin posibilidad de tergiversación por parte de los medios, que hasta han manifestado su sorpresa por la potencia explosiva de la Relatio del Cardenal Erdö. Por supuesto que este documento no tiene ningún valor magisterial. Además es lícito dudar de que refleje el pensamiento real de los padres sinodales, pero la Relatio prefigura aquello en lo que va a consistir la Relatio Synodi, el documento conclusivo de la asamblea de los obispos.

En una entrevista con Alessandro Gnocchi publicada en “Il Foglio” del 14 de octubre, el Cardenal Burke afirma que eventuales cambios de la doctrina o de la praxis de la Iglesia por parte del Papa serían inaceptables, “porque el Pontífice es el Vicario de Cristo en la tierra y por lo tanto el primer siervo de la verdad de la fe. Conociendo la enseñanza de Cristo, no veo cómo se pueda desviarse de esa enseñanza con una declaración doctrinal o con una praxis pastoral que ignoren la verdad”

Los obispos y cardenales, y más aún los simples fieles, se encuentran ante un terrible drama de conciencia, más grave que aquel con el que tuvieron que enfrentarse en el siglo XVI los mártires ingleses. Entonces se trataba de desobedecer a la suprema autoridad civil, el rey Enrique VIII, que por un divorcio abrió el cisma con la Iglesia romana, mientras que hoy día la resistencia debe oponerse a la suprema autoridad religiosa en el caso de que se desviara de la enseñanza perenne de la Iglesia.

Y quienes están llamados a desobedecer son precisamente los que más profundamente veneran la institución del Papado. El brazo secular contemporáneo encargado de aplicar la lapidación moral a estos cristianos disidentes está a cargo de los medios de comunicación de masas, que tienen un gran poder, debido a la presión psicológica que ejercen sobre la opinión pública.

El resultado es, muy a menudo, la quiebra psicofísica de las víctimas, la crisis de identidad, así como la pérdida de la vocación y de la fe ... a menos que seamos capaces de ejercitar, con la ayuda de la gracia, la virtud heroica de la fortaleza. Resistir significa, en último término, reafirmar la coherencia integral de la propia vida con la Verdad inmutable, que es Jesucristo.

Roberto de Mattei

domingo, 19 de octubre de 2014

Sínodo y Presencia real de Cristo en la Eucaristía


Este vídeo del padre Santiago Martín dura 16:25 minutos. Merece la pena escucharlo. Hace referencia al Sínodo Extraordinario de la Familia. 

A mi entender, lo más importante es caer en la cuenta de la presencia real de Jesucristo en la Eucaristía. ¿Se cree esto? Se trata de una verdad de fe. Y también es de fe que no se puede comulgar en estado de pecado mortal, pues se añadiría, además, un nuevo pecado grave, el de sacrilegio, a los pecados que ya se tienen.

Dice san Pablo unas palabras que, como forman parte de la Sagrada Escritura, son palabra de Dios; su autor es, por lo tanto, el Espíritu Santo: "Quien coma el pan o beba el cáliz del Señor indignamente, será reo del cuerpo y de la sangre del Señor. Examínese, por tanto, cada uno a sí mismo, y entonces coma del pan y beba del cáliz; porque el que come y bebe sin discernir el Cuerpo, come y bebe su propia condenación" (1 Cor 11, 27-29)

Misericordia y salvación (y 3)

En el evangelio de san Juan, en el capítulo 8, versículos del 3 al 13, se cuenta el episodio de la mujer adúltera:

"Los escribas y fariseos le llevaron una mujer sorprendida en adulterio y, poniéndola en medio, le dijeron: "Maestro, esta mujer ha sido sorprendida en flagrante adulterio. Moisés, en la Ley, nos mandó lapidar a éstas. Tú, ¿qué dices?". Esto lo decían para tentarle y tener de qué acusarle. Pero Jesús, inclinándose, se puso a escribir con el dedo en la tierra. Pero como ellos insistían en preguntarle, se incorporó y les dijo: "Aquél de vosotros que esté sin pecado, arrójele la piedra el primero". E inclinándose de nuevo, continuó escribiendo en la tierra. Al oír estas palabras, se fueron marchando uno tras otro, comenzando por los más ancianos, y se quedó solo con la mujer, que estaba delante. Entonces Jesús se incorporó y le dijo: "Mujer, ¿dónde están? ¿Ninguno te ha condenado?. Ella contestó: "Ninguno, Señor". Jesús le dijo: "Tampoco Yo te condeno. Vete y no peques más" .


La misericordia del Señor es infinitamente mayor que la que puedan tener todos los Padres sinodales juntos, Papa incluido; pero, a diferencia de ellos, Jesús conjuga la misericordia y la verdad, que no deben contradecirse nunca. Ambas deben de darse: Jesús no condena a la mujer y la perdona (misericordia) pero reconoce -y así se lo hace ver a la mujer- que ha obrado mal (verdad). Por eso, al despedirla, le dice: "Vete y no peques más". (Jn 8, 13). Jesús ama al pecador, pero odia el pecado. 


El pecado nunca tiene justificación. Todos somos pecadores. El problema del mundo actual, entre otros, es que se ha perdido el sentido del pecado. Sin embargo, "si decimos que no tenemos pecado, nos engañamos y la verdad no está en nosotros. Si confesamos nuestros pecados, fiel y justo es Él para perdonar nuestros pecados y purificarnos de toda injusticia" (1 Jn 1, 9-10). 




Siendo Dios misericordioso, como lo es, hay, sin embargo, pecados que no se pueden perdonar: "Al que hable contra el Espíritu Santo no se le perdonará ni en este mundo ni en el venidero" (Mt 12, 32). ¿Qué significa un pecado contra el Espíritu Santo? El Espíritu Santo es el Amor que se profesan el Padre y el Hijo mutuamente. Es, por así decirlo, el corazón mismo de Dios, pues todo Dios es Amor. Una nota esencial del amor es la reciprocidad. Deben darse ambas cosas: amar al otro y ser amado por él, en un mutuo intercambio de amor. 


Estamos hablando ahora del amor divino-humano. Toda falta de amor es, realmente, un pecado, aunque no todo pecado es grave. En realidad, el pecado es siempre una ofensa a Dios, es decir, un rechazo de su Amor, bien sea directamente, si no queremos saber nada con Él y negamos incluso su existencia o le combatimos. O bien, de modo indirecto, haciendo daño a aquellos que Él ama, es decir, ofendiendo a otras personas, pues por todos dio Dios su vida (Redención objetiva) 


Todo pecado lleva a la muerte. Pero Dios está siempre deseoso de perdonarnos porque nos ama y quiere tenernos siempre a su lado: "Dios no quiere la muerte del pecador sino que se convierta y viva" (Ez 18, 32).  Ahora bien: es preciso que nos arrepintamos sinceramente de nuestra ofensa a Dios, con la seguridad y la confianza en que "Él es rico en misericordia" (Ef 2, 4) y nos va a perdonar y no va a tener en cuenta nuestros pecados, por grandes que éstos sean, pues "la caridad cubre la multitud de los pecados" (1 Pet 4, 8).  (Redención subjetiva, por la que participamos de la Redención objetiva)


El problema gordo surge cuando rechazamos incluso la idea de pecado, porque hemos decidido que el pecado no existe. Nadie nos puede decir lo que está bien y lo que está mal. Nos convertimos en una especie de "dioses" de nosotros mismos. Ya no es Dios el que decide, sino que somos nosotros. ¿Cómo arrepentirnos de un pecado que decimos no tener? Éste es el pecado de soberbia. Éste es el pecado contra el Espíritu Santo, pues se opone directamente al Amor de Dios y su Supremacía sobre todo lo creado. Éste es el "pecado que no se le perdonará ni en este mundo ni en el venidero" (Mt 12, 32). Ese fue el pecado de Luzbel, que se transformó en Lucifer.


El soberbio no admite ser corregido por nadie. Es su propia "conciencia" lo único que cuenta. No existen verdades absolutas. Cada uno se fabrica su propia "verdad". Ante esta situación, mantenida en el tiempo, a lo largo de toda nuestra existencia, no permitiendo ser ayudados por nadie, pues nadie nos puede juzgar (y Dios menos que nadie, puesto que hemos decidido que no existe) ... Digo, cuando esto sucede... ¡y sucede cada día con mayor frecuencia!, la omnipotencia de Dios se hace débil y nuestra salvación se hace imposible. ¡Es tanto el respeto de Dios por nuestra libertad que jamás nos forzará a que lo amemos! Pero si no lo amamos, ¿cómo podremos estar con Él? ¿Cómo podremos salvarnos? Metafísicamente hablando sería imposible. 


Queda muy claro, desde luego, que los pensamientos de Dios no son los de los hombres ... con la particularidad de que los nuestros no siempre se adecúan a la realidad, mientras que Él nunca se equivoca. Nadie jamás ha podido decir de Sí mismo aquello que dijo Jesús: "Yo soy la Verdad" (Jn 14, 6). Si cayéramos en la cuenta de que Dios nos quiere con locura y desea nuestro bien más que nosotros mismos, si amáramos la verdad y sacudiéramos de nosotros la mentira que nos esclaviza, entonces, con la ayuda de Dios, que no nos faltará, seríamos libres y capaces de responder a Dios con ese "sí" que Él tanto está deseando de oír, aunque sea sin palabras ... sólo con el corazón. No se necesita nada más.


Necesitamos de la Verdad, es decir, de Jesucristo, más que del aire para respirar. Necesitamos acudir siempre a las fuentes, a la Sagrada Escritura y a la Tradición de la Iglesia para no caer en el pecado de soberbia, queriendo fabricar un dios a nuestra medida, un dios sólo para este mundo y con unas reglas conforme a este mundo. 


Hoy saldrán los resultados del Sínodo Extraordinario sobre la familia. Lo que salga del Sínodo nunca podrá contradecir la enseñanza de la Iglesia de siempre, y ésta es muy clara:  "Todo el que repudia a su mujer, y se casa con otra, adultera; y el que se casa con la repudiada de su marido, adultera" (Lc 16,18). 


Pero si, por un casual, eso ocurriera, y Dios lo permitiera todo fiel católico debe de tener muy claro que el dogma no puede ser alterado, ni siquiera por el Papa, aunque se aduzcan para ello  "razones pastorales". La pastoral nunca puede contradecir a la doctrina. Decía el cardenal Kasper que no pretende cambiar sino profundizar en la verdad. Todo eso está muy bien, pero ... si la profundización supone llegar a conclusiones que se oponen a lo que la Iglesia ha enseñado durante siglos, no se trataría de una profundización sino de un cambio. No se puede jugar con las palabras y hacernos pasar gato por liebre ... ¡y menos en un caso tan grave como éste al que estamos asistiendo!


La Iglesia, siguiendo las instrucciones de su Maestro, siempre ha ejercido la misericordia con los pecadores. Todos somos pecadores. Pero al mismo tiempo, ha luchado con dureza contra el pecado que tanto daño hace a las personas y que es la verdadera causa de todos los males que existen en el mundo, misterio de iniquidad que hizo necesario que el mismo Dios se hiciera hombre para poder vencerlo mediante otro misterio, aún mayor, cual es el misterio del Amor de Dios por nosotros, de manera que "donde abundó el pecado sobreabundó la gracia" (Rom 5, 20).


No es la Iglesia la que debe acomodarse al mundo, sino que es el mundo el que debe cambiar su mentalidad, si quiere progresar de un modo efectivo; un progreso que tendrá lugar en la medida en que la gente conozca a Jesucristo como a su Dios y a su amigo que es (ambas cosas) y no olvide que el mensaje de Jesucristo es siempre actual: "Jesucristo es el mismo ayer y hoy y lo será siempre" (Heb 13,8)


jueves, 16 de octubre de 2014

Un Obispo en Solitario (por el padre Alfonso Gálvez)

 El hecho de que un Obispo se atreva nada menos que a defender la Fe y se quede solo, sin nadie que le siga ni le defienda, es cosa ya vieja en la Iglesia. Y no ya que se quede solo, sino que además sea perseguido con saña hasta el exterminio, si fuera posible. La cosa incluso parece que ya se ha hecho tradición en la Iglesia. Desde San Atanasio, en el siglo IV, Obispo de Alejandría y campeón invencible en la lucha contra la herejía arriana, que sin embargo fue llevado a prisión y expulsado hasta cinco veces de su Sede, hasta hoy, la historia se repite.
En nuestros recientes tiempos, todo el mundo conoce el caso de Mons. Rogelio Livieres, Obispo de Ciudad del Este y cuya trayectoria y ejercicio de su Ministerio no vamos a especificar aquí por ser demasiado conocidos. La Conferencia Episcopal del Paraguay fue precisamente el dedo acusador del infeliz Prelado (la vida y milagros de los componentes de la tal Conferencia también son conocidos), señalándolo poco menos que como delincuente.
Con todo, hay algo en este asunto que aún llama más la atención. El Gobierno de la Prelatura del Opus Dei (el Obispo pertenece al Opus Dei) se apresuró a tomar distancias sobre la postura y las declaraciones del Obispo. Las cuales habían consistido en proclamar su actitud de obediencia y exhortar a sus seminaristas a que fueran fieles a la Tradición y se mantuvieran también en esa misma línea de obediencia.
 No podemos saber lo que pensaría el Fundador de la Obra si la contemplara tal como está en estos momentos..., pero podemos suponerlo. Algo que nació bajo tan felices auspicios, hasta el punto de suscitar el entusiasmo de Pío XII, ha descendido ahora a tal situación de servilismo y acercamiento a las Nuevas Doctrinas, que bien podría ser calificada como lastimosa y lamentable. En el mismo sentido, igualmente parece penosa la actitud del Cardenal Cipriani, Arzobispo de Lima y también miembro del Opus Dei. El cual, ante el terremoto recientemente suscitado en la Iglesia por los últimos resultados del Sínodo de la Familia, ante los que tan valientemente han protestado algunos Cardenales, Cipriani, sin embargo, bien conocido por su espíritu conservador y de fidelidad a la Iglesia, está manteniendo un pudoroso silencio. No tendría nada de particular que algunos pensaran que el Cardenal temiera que el Gobierno del Opus Dei también tomara distancias respecto a él; aunque es de esperar que no sea así, a fin de que muchos no tengamos que rectificar el buen juicio que hasta ahora manteníamos con respecto a su persona.
Y con esto llegamos al caso del Obispo de Alcalá, en España. Un gran Obispo, de quien me precio haberlo conocido personalmente y de quien puedo dar fe, por lo tanto, de su fidelidad a la Iglesia y de su grandeza de espíritu.
Pero ha cometido nada menos que el terrible delito de condenar el aborto como lo que es: crimen nefando, abominable ante Dios, condenado por la Iglesia y por cualquier hombre de buena voluntad..., e incluso pingüe negocio para muchos aprovechados. Con lo cual han ocurrido las dos cosas que eran de esperar:
La primera, que toda la jauría de defensores del aborto (aquí una interminable lista) han salido a devorarlo. Acerca de lo cual hemos de reconocer que, al fin y al cabo, están en lo suyo.
La segunda es más extraordinaria todavía, aunque es de reconocer que incluso era todavía más de esperar y además conforme a las costumbres: el silencio más absoluto de la Conferencia Episcopal Española: ¿Acaso es que también están en lo suyo?
Cuando nacieron las Conferencias Episcopales, como uno de los productos del Concilio Vaticano II, muchos alarmistas ya dijeron que no iban a servir sino para coartar la legítima autonomía de los Obispos, fundamentada en la misma Constitución divina de la Iglesia. Parece que el tiempo les ha dado en gran parte la razón, además de que rara vez, o nunca, han emitido documento alguno que dijera algo que valiera la pena. En la Iglesia universal, los fieles hace tiempo que ya se acostumbraron a pasar de ellas.
 En el caso concreto de la Conferencia Episcopal Española, he oído decir a algunos que no podía esperarse de ella nada en favor del Obispo de Alcalá: sería decir algo, y contravenir por lo tanto el voto de silencio que parece haber pronunciado desde su creación. Algunos, más atrevidos, incluso llegan a decir que debe tenerse en cuenta que, de una manera o de otra, directa o indirectamente, la Conferencia ha apoyado siempre al Partido Popular actualmente en el Gobierno de España, y responsable directo del homicidio (asesinato) de miles de niños españoles que nunca han nacido ni que tampoco nacerán; precisamente en un país que ostenta uno de los índices más bajos de natalidad del mundo.
En la Iglesia actual ---la Iglesia de la Apostasía--- se ha hecho cosa corriente que Obispos y Cardenales hagan caso omiso de las Leyes Divinas. Parece que, entre su mala memoria y en que generalmente ignoran la Palabra de Dios contenida en las Escrituras, han olvidado la sentencia inapelable de San Pablo: No os llaméis a engaño; de Dios nadie se ríe (Ga 6:7).
Los españoles participan del estado general de dormición que hoy domina en el mundo occidental. No se dan cuenta de que España, que hace tiempo que olvidó su acendrado y tradicional cristianismo, no solamente está a punto de desaparecer como Nación, sino de desmoronarse por completo y quedar sumergida en la ruina. O en algo peor: esclavizada y en el más fétido de los basureros.



Nota: La carta pastoral completa de Monseñor Reig Pla, obispo de Alcalá de Henares puede leerse pinchando aquí.

martes, 14 de octubre de 2014

Misericordia y Salvación (2)

De donde se deduce que, aunque Dios, como ser infinito y todopoderoso, no tiene, en cuanto tal, necesidad de nosotros, sin embargo, ha querido tenerla. Y desde ese momento tal necesidad es real. Dios nos necesita, necesita de nuestra colaboración para realizar su obra y necesita de nuestra respuesta amorosa como condición necesaria para hacer posible nuestra salvación. Cierto, como hemos dicho, que es Dios quien nos salva, pero no menos cierto que tal salvación no será posible si no ponemos de nuestra parte. Porque no podemos quedarnos cruzados de brazos. Dios no lo hizo. Su Amor por nosotros le llevó a hacerse hombre en Jesucristo y a dar su Vida para hacer posible el que pudiéramos salvarnos. Y, sobre todo, el que pudiéramos amarle, porque "Amor con amor se paga".

En el Apocalipsis, que es Revelación de Jesucristo, entre las palabras que pone san Juan en su boca están las siguientes:  "Yo soy el que escudriña los corazones y las entrañas y os daré a cada uno según vuestras obras" (Ap 2, 23). Y en otro lugar de la Biblia se lee que "lo que el hombre siembre, eso mismo cosechará" (Gal 6, 7b)


Así, pues, Él nunca salvará a nadie que no quiera ser salvado. El que rechaza a Dios y quiere ocupar el puesto de Dios, dejándose llevar de la soberbia -que es el peor de los pecados- si se mantiene durante toda su vida en esa actitud y no se arrepiente, Dios, aunque quiera y aun siendo Omnipotente, por respeto a su libertad, no podrá salvarlo. 

La razón es relativamente fácil de entender ... y es que, habiéndonos creado libres, nos ha creado realmente libres (la libertad que Dios nos ha dado no es una palabra vacía de contenido, sino una realidad). El porqué lo ha hecho así es un misterio y, como tal, incomprensible para nuestra mente. Pero el hecho de que no lo acabemos de comprender no significa que sea falso. Más bien es lo contrario. Si yo fuese capaz de comprender a Dios, que es infinito, estaría, de alguna manera, limitando a Dios: Dios dejaría de ser infinito; estaría limitado por mí, por mi mente. O lo que es igual, Dios no sería Dios. El hecho de que no acabemos de comprender, de un modo completo, el Mensaje de Jesucristo es, precisamente, una de las señales más claras de su veracidad ... 

En Jesucristo se encuentra el culmen de la Revelación de Dios a los hombres: una sola Palabra dijo Dios y esta Palabra es su propio Hijo Unigénito, que se hizo hombre: Jesucristo. "Yo y el Padre somos uno" (Jn 10, 30). "Felipe, el que me ve a Mí, ve al Padre" (Jn 14, 9) -dice en otra ocasión y añade: "Creedme que Yo estoy en el Padre y el Padre en Mí; y si no, creed por las obras mismas" (Jn 14, 11). ¿Cuáles son estas obras? En realidad, de verdad, toda la vida de Jesucristo. Cuando los judíos le preguntaron a Jesús acerca de las obras de Dios, les respondió: "Ésta es la obra de Dios: que creáis en Aquél a quien Él ha enviado" (Jn 6,29).


Si la Vida y las obras de Jesús no avalaran sus Palabras, entonces todo aquello en lo que creemos los cristianos no dejaría de ser sino una falsedad. Esta Vida y estas obras de Jesús se encuentran en los Evangelios, cuya historicidad es indiscutible, a menos que se tenga mala voluntad. Cuando Juan el Bautista se encontraba encerrado  en la fortaleza de Maqueronte, antes de ser decapitado por Herodes, envió a dos de sus discípulos a Jesús para preguntarle: "¿Eres tú el que ha de venir o hemos de esperar a otro?" (Lc 7, 20). [Tal era la oscuridad en la que se encontraba Juan que, incluso a él, que era su precursor, le asaltaron las dudas. Esto hace aún más atractiva la figura de Juan el Bautista, pues estaba sometido a tentaciones, como todos los seres humanos]. "Y Jesús, en aquel momento curó a muchos de sus enfermedades y dolencias y malos espíritus y dio vista a muchos ciegos" (Lc 7, 21) . Y les respondió:  "Id y contad a Juan lo que habéis visto y oído: los ciegos ven, los cojos andan, los leprosos quedan limpios, los muertos resucitan y los pobres son evangelizados" (Lc 7, 22). Y añade: "Bienaventurado quien no se escandalice de Mí" (Lc 7, 23). 


En la primera carta de San Juan se puede leer: "Lo que existía desde el principio, lo que hemos oído, lo que hemos visto con nuestros ojos, lo que contemplaron y palparon nuestras manos acerca de la Palabra de Vida [se está refiriendo a Jesucristo] (...) lo que hemos visto y oído os lo anunciamos también a vosotros" (1 Jn 1, 1-3).  Pero los hombres somos muy tozudos para creer lo que no comprendemos. Y esto no es de ahora




Fijémonos en el pasaje evangélico de San Juan que hace referencia a Jesucristo resucitado: "Tomás, uno de los Doce, el apodado Dídimo, no estaba con ellos cuando vino Jesús. Le dijeron los otros discípulos: '¡Hemos visto al Señor!'. Pero él les respondió: 'Si no veo en sus manos la señal de sus clavos, y no meto mi dedo en el lugar de los clavos, y no meto mi mano en su costado, no creeré" (Jn 20, 24-25). Posiblemente nosotros hubiéramos reaccionado de la misma manera ante un hecho tan extraordinario como éste. Ocho días más tarde se apareció Jesús, de nuevo, a sus discípulos, y Tomás estaba con ellos. Y le dijo: "Trae aquí tu dedo y mira mis manos; trae tu mano y métela en mi costado, y no seas incrédulo sino fiel" (Jn 20, 27).  Y sólo entonces creyó: "Respondió Tomás: '¡Señor mío y Dios mío!. Y Jesús le dice: 'Porque me has visto has creído. Bienaventurados los que sin ver creyeron" (Jn 20, 28-29)


(Continuará)

domingo, 12 de octubre de 2014

Misericordia y salvación (1)

Conviene tener las ideas claras sobre algunos aspectos de la fe, que son muy importantes pero que, a veces, bien sea por desidia o bien por ignorancia, sin más, no se conocen. En el ambiente eclesiástico actual en el que nos encontramos, en donde tanto se habla de misericordia, necesitamos iluminar nuestra mente con la palabra de Dios para no ser engañados, pues si hace unos cuarenta años decía el papa Pablo VI: "el humo de Satanás se ha infiltrado en la Iglesia", yo me arriesgaría a decir que no es el humo, sino que es el propio Satanás el que se ha infiltrado, con el ánimo decidido a "ejercer la misericordia" como sea, dándole cartas de "legalidad" y comenzando un proceso que, de seguir adelante, podría suponer la destrucción de la Iglesia. 

Además, con la particularidad de que existe una inmensa cantidad de cristianos que estarían de acuerdo con los cambios que pretenden llevarse a cabo, sin darse cuenta (o tal vez dándose cuenta) de que la palabra de Dios está siendo tergiversada y ocultada. Y se está llegando a una situación tal que los auténticos cristianos, aquellos que quieren seguir siendo fieles a la Tradición de la Iglesia de veinte siglos, van a ser perseguidos por la misma Jerarquía eclesiástica como "desobedientes" y como "anclados en el pasado". La situación es muy preocupante. A nosotros sólo nos queda rezar y adquirir una buena formación cristiana para que sepamos discernir el error de la verdad, independientemente del personaje que esté en la palestra pronunciando su discurso. Bueno, en principio, creo que vendrían bien las siguientes reflexiones:

- Primero, que Dios no pide imposibles"Fiel es Dios, que no permitirá que seáis tentados por encima de vuestras fuerzas; antes bien, con la tentación, os dará también el modo de poder soportarla con éxito" (1 Cor 10, 13). De modo que no vale el argumento de que "el matrimonio perfecto" es un ideal a conseguir, pero que está reservado sólo a unas élites. Eso sería una herejía, cual es la del jansenismo, que es lo que parece que se está produciendo en el actual Sínodo Extraordinario de las Familias. Se sabrá en breve, pero a raíz de las declaraciones que se están haciendo, ésa es la impresión que a mí me produce. ¡Ojalá que me equivoque!  [De este tema hablaré más adelante]. Fijémonos en lo que decía ya San Agustín para aquellos casos de gran dificultad, con los que todos, antes o después, nos vamos a encontrar siempre: "Haz lo que puedas. Pide lo que no puedas. Y Dios te dará las fuerzas necesarias para que puedas"


Jansenio

Si ponemos nuestra confianza completamente en el Señor, sabiendo que "Dios es rico en misericordia" (Ef 2, 4) y "quiere que todos los hombres se salven y lleguen al conocimiento de la Verdad" (1 Tim 2, 4), ante las dificultades de la vida (y, en particular, las que surgen en el seno de las familias) no nos acobardaremos porque, entre otras cosas, tenemos su propia fuerza: "Todo lo puedo en Aquel que me conforta" (Fil 4, 13); y sabemos que Él nunca nos va a dejar solos: "Yo estoy siempre con vosotros todos los días hasta el fin del mundo" (Mt 28, 2). 

- Segundo: que es Dios el único que nos puede salvar: "Sin Mí nada podéis hacer" (Jn 15, 5). Nadie puede salvarse con sus solas fuerzas. Es ésta una verdad que conviene tener muy clara y no olvidarla. De lo contrario podríamos caer en otra herejía, el pelagianismo, según la cual nos salvamos por nuestros propios méritos y la gracia no es necesaria para la salvación. Como digo, ésta es la herejía pelagiana, que es contraria a la fe católica. Pues es lo cierto que, por más que nos esforcemos y por más que hagamos, todas esas acciones no nos sirven absolutamente para nada en orden a nuestra salvación eterna


[Como sabemos, antes de la venida de Jesucristo, las puertas del cielo estaban cerradas, debido al pecado original. Y ni siquiera los justos podían ir al cielo: bien es cierto que no se condenaban, sino que iban al seno de Abrahán, un lugar parecido a lo que hoy conocemos como el limbo de los niños, en donde disfrutaban de una felicidad natural, pero les estaba vedada, sin embargo, la visión beatífica]. 

Y esa fue, precisamente, la razón por la que Dios se hizo hombre en la Persona de su Hijo. Ese Dios-hombre, que es Jesucristo, vivió entre nosotros y por nosotros dio su vida para que, en Él, pudiéramos salvarnosSólo en Jesucristo es posible la salvación: "Ningún otro nombre hay bajo el cielo, dado a los hombres, por el que podamos salvarnos" (Hech 4, 12b). Dios no acepta otra ofrenda que no sea la de su propio Hijo: ésa es la única ofrenda agradable a Dios. Si alguno se salva siempre será en, por y a través de Jesucristo"En ningún otro hay salvación" (Hech 4,12a). 

[De esa salvación han participado ya, en cuanto a su alma se refiere, los justos del Antiguo Testamento: el seno de Abrahán ya no existe, pues los que lo habitaban se encuentran ahora en el cielo, debido a su participación en el Sacrificio de Jesucristo quien, al ser Dios, además de hombre verdadero, todas sus acciones sobrepasan el tiempo: pasado, presente y futuro se ven afectados por la acción de Dios, en quien no hay tiempo. La Redención de Jesucristo, que tuvo lugar en un momento concreto de la Historia, sin embargo, es aplicable a todos los hombres de todas las épocas y lugares, pues sus acciones y palabras son acciones y palabras de Dios. Poseen, por lo tanto, una perenne actualidad; y jamás se quedan obsoletas, sino que permanecen como verdades absolutas, para todas las generaciones

Alguien podría pensar que entonces no es necesario que movamos un dedo ni que hagamos nada por nuestra cuenta ya que, al fin y al cabo, puesto que es Dios quien nos salva y, además nos quiere, ¿qué sentido tiene el preocuparse por nuestra salvación, la cual -con estas premisas- estaría, en cierto modo, asegurada? Pues bien: aunque pudiera parecer esto a un mirada superficial, no es así, en absoluto. Dios cuenta con nosotros, porque así lo ha querido, para nuestra propia salvación. Es completamente cierto que Él es quien salva; pero es igualmente cierto que nos ha puesto una condición si queremos ser salvados. En este sentido, nuestra salvación depende de nosotros mismos. Ambas cosas se dan. Por parte de Dios está muy clara su voluntad de salvarnos y de hacernos partícipes de su Gloria; pero, ¿y por nuestra parte?
(Continuará)

jueves, 9 de octubre de 2014

¿Fundamentalismo cristiano? 2ª parte (4) [Señor del mundo]



Si se desea acceder al Índice de esta primera parte sobre Fundamentalismo cristiano, hacer clic aquí

Ya hace más de un año que un sacerdote argentino que, además, es escritor y periodista, publicó un libro titulado “Francisco, el Papa de todos” de la editorial Bonum, en Buenos Aires. El título es sugestivo y, al mismo tiempo, preocupante: ¿De todos? 

El Papa no representa a todos los hombres, ni todos los hombres tienen por qué sentirse representados por él.
El Papa es, sencillamente, [¡nada más y nada menos!] el representante de Cristo en la Tierra. Y tiene una misión muy clara con respecto al conjunto de los cristianos  [no al conjunto de todos los hombres; con respecto a éstos su misión es la de procurar su conversión] y es la de confirmarlos en la fe: "Simón, Simón -le dijo Jesús a Pedro- mira que Satanás os busca para cribaros como el trigo, pero Yo he rogado por tí, para que no desfallezca tu fe. Y tú, cuando te hayas convertidoconfirma [en la fe] a tus hermanos" (Lc 22, 31-32). 



Ciertamente, se supone, en el Papa, la fe. De ahí que le diga Jesús a Pedro que "cuando se haya convertido" [condicional] ... que entonces -y sólo entonces- confirme en la fe a sus hermanos, o sea, a los cristianos, [en los que ya se presupone la fe, pero se trata de una fe que debe y necesita ser fortalecida], a las ovejas del rebaño de Cristo, que le han sido encomendadas para alimentarlas con buenos pastos, esto es, con la Palabra de Dios no adulterada.

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Poco antes de ascender a los cielos, Jesús encomendó una misión a todos los apóstoles"Se me ha dado todo poder en el cielo y en la tierra. Id, pues, y enseñad a todas las gentes, bautizándolas en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo, enseñándoles a guardar todo lo que os he mandado" (Mt 28 , 18- 20a). Se trata de un mandato explícito, que coincide básicamente con las primeras palabras de la vida pública de Jesús: "El tiempo se ha cumplido y el Reino de Dios está cerca: Convertíos y creed en el Evangelio" (Mc 1, 15). La conversión es el paso previo a la misericordia y al perdón. ¿Qué sentido tiene el perdonar a aquel que no está arrepentido de su pecado o, lo que es peor, a aquel que piensa que no tiene pecados?

Esa misión, que deben cumplir también los sucesores de Pedro y de los demás apóstoles, está condicionada por una regla fundamental, cual es la de predicar íntegro el mensaje de Cristo, sin escamotear nada de ese mensaje. San Pablo exhorta a su discípulo Timoteo en repetidas ocasiones, en este sentido, para que la doctrina no se difumine con el paso del tiempo:  "Timoteo, guarda el depósito.[Se refiere al depósito de la fe]Evita las novedades profanas y las contradicciones de la falsa cienciapues algunos que la profesaban perdieron la fe" (1 Tim 6, 20-21).

[Observemos que habla de la falsa ciencia, pues la ciencia verdadera, la auténtica, aquella que se caracteriza por la búsqueda de la verdad, siempre lleva a Dios, como no puede ser de otra manera: Si alguno ama a Cristo, que es la Verdad, ama toda verdad  y ama, por lo tanto, la ciencia. Si algún "científico" es ateo, desde luego no lo será a causa de la ciencia que haya adquirido, pues ésta, en sí misma, supone un mayor conocimiento de la realidad; y este conocimiento, en tanto en cuanto le acerque a la verdad, le acerca a Dios. Otras son las causas de su ateísmo, cuando se da ese caso. Y éstas, como digo, no están relacionadas con la ciencia, sino con las disposiciones de su corazón y por su actitud vital, aunque ese es otro tema] 


Y es muy tajante en sus palabras: "Te ordenoen presencia de Dios, que da vida a todas las cosas, y de Cristo Jesús (...) que conserves el mandamiento, sin tacha ni reproche 
[es decir, que conserves íntegramente la doctrina que has recibido, sin añadir ni quitar nada],  hasta la manifestación de nuestro Señor Jesucristo" (1 Tim 6, 13-14). "Me sorprende -dice en otro lugar- que abandonéis tan deprisa a quien os llamó por la gracia de Cristo para ir a otro evangelio; no que haya otro, sino que hay quienes os perturban y quieren trastocar el Evangelio de Cristo(Gal 6, 6-7).


Nadie -absolutamente nadie- y, al decir nadie, quiero decir nadie, puede cambiar ni una tilde de lo que viene en las Sagradas Escrituras: se trata de un pecado gravísimo. No se puede añadir nada ni sustraer ninguna palabra de lo contenido en el Evangelio. Si alguien hiciese tal cosa "Dios enviará sobre él las plagas descritas en este libro" 
[el Apocalipsis] (Ap 22, 18) "... "le quitará su parte del árbol de la vida y de la ciudad santa" (Ap 22, 19). 

San Pablo no se anda con medias tintas ni con lenguaje de dobles o triples interpretaciones, sino que es muy claro (al igual que lo era su Maestro):  "Aunque nosotros [¡nosotros, es decir, los mismos apóstoles!] o un ángel del cielo os anunciara un evangelio distinto del que os hemos anunciado, ¡sea maldito!" (Gal 6, 8). Esta advertencia es de
extrema importancia. Por eso, inmediatamente después lo repite, con insistencia: "Como hemos dicho, y ahora vuelvo a decirlo: si alguien os anuncia un evangelio distinto del que recibisteis, ¡sea maldito!" (Gal 6, 9).

Y así ha sido durante casi veinte siglos. Se podrá tener fe o no tenerla, pero lo que no se puede hacer [y, sin embargo, se está haciendo ya, desde hace más de cincuenta años, usando todos los medios, habidos y por haber y -lo que es peor- en el seno de la misma Jerarquía eclesiástica, por parte de algunos Jerarcas] es cambiar el mensaje de Jesucristo por otro mensaje diferente y, además, presentarlo como si fuera el verdadero mensaje de Jesús. 


De ese modo el pueblo cristiano 
[no todos los cristianos, gracias a Dios, pero cada vez hay más, por desgracia] está siendo engañado por aquellos que se supone que son sus pastores, pero que, en realidad, están anunciando otro Evangelio distinto al de Jesucristo. De ahí que haya muchos cristianos que piensen que si viven conforme a esos nuevos enfoques del Evangelio, serán buenos cristianos y buenos católicos. ¡Y nada más lejos de la realidad!. ¿Por qué? Pues porque, aunque se diga otra cosa, en estos enfoques "pastorales" "modernos", no se está adaptando el Evangelio a los nuevos tiempos, como dicen, mediante una mayor profundización. ¡Ojalá que así fuera! Lo que se está haciendo -aunque no son muchos los que lo ven- es, de hecho, cambiar la doctrina cristiana de veinte siglos ... como si el mismo Jesucristo, sus apóstoles, los santos Padres, los Doctores de la Iglesia y toda la Iglesia en su conjunto hubiesen estado equivocados durante casi dos mil años ... 

¡Afortunadamente estos nuevos teologuchos de tres al cuarto han venido, por fin, a abrirnos los ojos a los cristianos de hoy y a enseñarnos la verdadera religión!:  una "religión" que comporta, curiosamente, aunque se niegue, una ruptura total con lo que siempre ha sido la Iglesia, desde su nacimiento. ¿Cómo puede tratarse de la misma Iglesia y de la misma Religión si se relega al olvido la palabra de Dios y se niega o se omite todo lo que "huela" a sobrenaturalidad, atacando a todos aquellos cristianos que pretenden ser fieles a la Iglesia de siempre y, además, de modo "inmisericorde"? La lógica -la buena lógica aristotélica- nos dice que eso es imposible. Pero así están las cosas, ... , y todo parece indicar que el éxito de estos "cristianos" progres, [ por llamarlos de alguna manera, pues ni son cristianos ni están por el verdadero progreso], su éxito -digo- está asegurado ...


Pero, claro está:  "de Dios nadie se burla" (Gal 6, 7a), aunque pueda parecer otra cosa. A los que tales cosas hacen les son aplicables las palabras que dirigió Jesús a los escribas y fariseos: "¡Ay de vosotros que cerráis el Reino de los cielos a los hombres! ¡Porque ni vosotros entráis ni dejáis entrar a los que intentan pasar!" (Mt 23, 13). 


¡Ojalá que Dios les abriera los ojos a estos falsos pastores para que cambiasen su modo de pensar, conforme al sentir de Jesucristo y de su verdadera Iglesia, la que Él fundó, pues no hay otra. Y así, arrepentidos de corazón, no tuviesen que oir esas terribles palabras, salidas de la boca del mismo Jesús, cuando dijo a los fariseos: "¡Serpientes, raza de víboras! ¿Cómo podréis escapar a la condenación del Infierno?" (Mt 23, 33). 


Así como suena ... hemos oído bien ... el infierno existe... dicho por el propio Jesucristo, y su existencia es un dogma de fe y no está vacío, contra lo que muchos piensan, y aun así -aunque no lo comprendamos- Dios es misericordioso, infinitamente más que pueda serlo cualquiera de los que presumen hoy en día de "misericordia" 


Y ¡ojo! ... ´"El que esté sin pecado que lance la primera piedra" (Jn 8,7) : nadie puede escudarse en la conducta de los demás, ni siquiera en la de sus pastores, cuando éstos no cumplen con sus obligaciones. Nadie puede estar seguro acerca de su salvación: no existe ningún seguro de vida para ello. Nadie puede presumir de ser mejor cristiano que los demás porque estaría en un grave error:  "El que esté de pie, que tenga cuidado, no vaya a caer" (1 Cor 10, 12). 



(Continuará)

jueves, 2 de octubre de 2014

Agujero sin tapar, inundación segura ( padre Alfonso Gálvez)

El artículo original puede leerse pinchando aquí

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Quien es fiel en lo poco, también es fiel en lo mucho; y quien es deshonesto en lo poco, también es deshonesto en lo muchoEstas palabras son de Jesucristo, y están contenidas en el Evangelio de San Lucas, 16:10.

Los principios morales no pueden ser cambiados por el hombre ni en lo más mínimo. Cuando se empieza haciéndolo así --en lo pequeño--, se termina haciéndolo en lo esencial o en el conjunto de ellos. Y entonces llega la catástrofe.
La razón de que sea así es porque están fundados y fijados por Dios en la misma naturaleza humana (su Creador), la cual, a su vez, se fundamenta en la Ley Natural, que no es sino una derivación de la Ley Eterna (divina) puesta en el hombre.
Y el hombre no puede enmendar la plana a Dios, desplazándolo del primer plano para erigirse él mismo en su propio Creador y Legislador. Al menos así lo había creído la Humanidad desde su principio hasta ahora.
Hasta que llegó el Cardenal Kasper, con su grupo de secuaces (arriba, colaterales y servidores) y dispuso que las cosas no iban a ser así.
Ahora --Kasper dixit-- ya no existe la naturaleza humana ni, por lo tanto, la Ley Natural. La misma Cristiandad, a lo largo de más de veinte siglos, ha estado viviendo en Babia, que es lo mismo que decir absolutamente equivocada.
 Y la horrible oscuridad duró hasta finales del siglo XVIII, cuando aparecieron por fin los filósofos idealistas alemanes (Schelling, Hegel), en el día de hoy secundados por sus epígonos modernistas (que actualmente han sustituido al Espíritu Santo en el gobierno de la Iglesia), para decir a la Humanidad que tales conceptos son un invento puramente humano, hoy demostrado falso por la ciencia (freudismo, darwinismo, evolucionismo, etc.). Por fin ha sabido la humanidad que es el hombre quien se hace a sí mismo.
¿Qué clase de demostraciones existen que puedan asegurar como que son ciertas afirmaciones de tanta importancia, las cuales suponen un cambio en la concepción del hombre? En realidad ninguna que sea seria.
¿Entonces...? Lo que ustedes quieran, pero es que así lo dicen Schelling, Hegel y demás idealistas. Seguidos por toda la cohorte de discípulos que, pasando por toda la constelación de pensadores de la Ilustración, desembocaron en Engels, Marx, y ahora, por fin, en el Modernismo. Y punto. Y a ver quién se atreve a pasar por retrógrado y opositor al Progreso, a la Ciencia Moderna, y a los únicos Pensadores y Salvadores de la Humanidad que hasta ahora había tenido el mundo.
Claro que todo esto tiene sus antecedentes, aunque la brevedad nos exige limitarnos aquí a unos pocos ejemplos, los más próximos a nosotros en el tiempo.
Cuando se comienza cediendo un algo en los principios morales (porque así lo exigen las nuevas necesidades, por adaptarse al mundo y no parecer obsoletos, por la presión del ambiente..., y en realidad por cobardía), se desemboca en catástrofe. Se empieza jugando con fuego y se acaba incendiando el edificio.
El Papa Pablo VI, que cedió en tantas cosas (recuérdese lo sucedido con la reforma litúrgica de la Misa: se empezó facilitando una mayor participación del pueblo y se terminó en los shows circenses), consintió en considerar tema de estudio la licitud del uso de la píldora anticonceptiva. Cuando al cabo de unos cuantos años apareció la Encíclica Humanae Vitae, diciendo que era contraria a la Ley Natural, ya casi todos los matrimonios católicos --y los no matrimonios-- la estaban usando. Y ahora, que vaya alguien a ponerle puertas al campo. En la actualidad, la inmensa mayoría de los confesores católicos aconsejan o justifican su uso (olvidando sin duda que existe una Justicia Divina y una condenación eterna).
Dios dispuso que el fin principal del matrimonio era el de la procreación y la educación de los hijos. Y así fue creído en todo momento por toda la Humanidad, además de ser lo predicado y sostenido siempre por la Iglesia. El número de hijos era dejado a la libre determinación de la Providencia Divina (la que cuida de los lirios del campo, de los pajaritos del cielo, etc.), los matrimonios numerosos eran frecuentes y felices, los hijos se educaban en un ambiente cristiano en el que el sacrificio primaba como una virtud principal. Las dificultades y problemas, que siempre existían, eran sobrellevados por los esposos como una participación en la Cruz de Jesucristo, y todo al fin funcionaba.
Hasta que llegó Juan Pablo II y descubrió que aquello iba mal y que había que arreglarlo.
Dios fue desplazado como Providente y sustituido por el mismo hombre. Ahora serían los padres quienes decidirían el número de hijos que habrían de tener, según su criterio propio y responsable. El fin principal del matrimonio quedaba relegado a un segundo lugar o, por lo menos, a nivel de igualdad (en realidad, arrinconado y finalmente olvidado).
¿Con qué autoridad y bajo qué criterios se introducía un cambio tan radical? La respuesta es sencilla: el Papa Juan Pablo II dixit. El hombre llevaría a cabo el ejercicio de la paternidad de un modo responsable (hasta ahora se había creído que cualesquiera acciones realizadas por el hombre habían de ser hechas de un modo responsable).
La discutida (por decir lo menos) teología del cuerpode Juan Pablo II desembocó en la Planificación Familiar y en el uso de la unión conyugal solamente en los días no fértiles (había que guardar los preceptos de la Ley Divina).
Pero la naturaleza humana, pese a lo que digan Kasper and Cia., tiene sus leyes inmutables que jamás perdonan.
El fracaso ineludible de los métodos naturales dieron lugar a los métodos artificiales.
Y el lógico y consiguiente fracaso e insuficiencia de los métodos artificiales dieron lugar al aborto.
Una vez más, las leyes inflexibles de la Naturaleza (entre las que entra el comportamiento de la raza humana) dejaban por mentirosos a Kasper (con su cohorte de instigadores y seguidores).
Y para abreviar. Durante siglos, la Iglesia defendió rotundamente la inviolabilidad e indisolubilidad del vínculo matrimonial. Pese a toda clase de presiones exteriores, jamás admitió el divorcio. Y así fue hasta el Concilio Vaticano II. En Roma existía un Tribunal de la Rota para los casos excepcionales y que, si por algo se distinguía, era por sus extraordinarias seriedad y rigidez.
Desgraciadamente llegó el aggiornamento y la apertura al mundo. No se podía continuar así pero tampoco se podía admitir el divorcio. Pero el hombre siempre ha encontrado el recurso de los trucos y la manera de sacar un conejito de la chistera. Fue cuando llegó la nulidad del vínculo. Que no era divorcio, sino disolución del matrimonio (que no es lo mismo, aunque a alguien pueda parecerle lo contrario). Al principio concedida con cuentagotas, de manera difícil y exigiendo fuertes pagos (por lo general se reservaba a gente importante). Luego se fue abriendo la mano y al fin, para resumir: en la actualidad cualquier matrimonio puede ir a la parroquia de la esquina (ya no hace falta ni recurrir al Obispado) para conseguir un certificado de nulidad. Y ya pueden contraer segundas y legítimas nupcias. O terceras. O las que quieran.
Nadie hubiera creído hace sesenta años que la Iglesia pudiera llegar a tal grado de cobardía y de bajeza.
Y siguiendo las leyes de la Lógica, que son también las de la Naturaleza Humana (tal como hemos dicho), ¿quién podrá extrañarse que ahora se quieran legitimar las uniones adúlteras, las de homosexuales y hasta lo que venga después...? E incluso atreverse a profanar la Sagrada Eucaristía, bajo el pretexto blasfemo de misericordia, y administrarles el Cuerpo del Señor. San Pablo puede decir lo que quiera, acerca de que quien come o bebe el Cuerpo y la Sangre del Señor se come y se traga su propia condenación (1 Cor 11). Pero, ¿quién va a parar ahora mientes en San Pablo?
Ahora a esperar la poligamia. Según tribus africanas, y otras menos africanas y más civilizadas, si es que se pueden tener varias mujeres en tiempo sucesivo, ¿por qué no se van a poder tener a la vez?
¿Y acaso duda alguien de que esto también llegará y será legitimado? Cuando alguien deja correr en su casa una vía de agua y no la arregla, ya puede esperar con seguridad una inundación. Y que vaya pensando en llamar a todo un equipo de fontaneros.
Padre Alfonso Gálvez