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sábado, 2 de julio de 2022

Protestante, historiadora y defensora de la Iglesia. Lic. Claudia Peiró


«La comunicación como catalizador del cambio epocal». Por la Lic. Claudia Peiró

El presente texto fue la guía de la conferencia que la Lic. Peiró presentó en la Jornada Académica de Comunicadores Eclesiales – Escuela Universitaria de Teología de la diócesis de Mar del Plata, 4/6/2022., cuyo resumen publicamos hace unos días en nuestro canal de Youtube.

Ahora, con permiso de la autora, damos a conocer el texto completo para,

Que no te la cuenten.

P. Javier Olivera Ravasi, SE


DURACIÓN: 34 MINUTOS


Quiero empezar por decir algo que puede parecer elemental pero que últimamente está un poco opacado o relativizado. Comunicar es transmitir verdades. La verdad debe ser la esencia de la comunicación. Transmitir elementos de la realidad, de todo lo que hace a la vida cotidiana de la gente, que afecta, condiciona, la vida de los pueblos, de las sociedades, del mundo.

Y creo que es importante recordar este principio elemental de que la comunicación es transmitir verdades, porque en este inicio de siglo, se ha intensificado una tendencia, que viene de antes, pero se ha agudizado en estos últimos años, que es la institucionalización del relativismo, esta moda de la deconstrucción.

La moda hoy, lo piola, lo cool, es decir que nadie es dueño de la verdad. Hoy se dice que no hay verdades absolutas, y que cada uno puede tener su propia verdad, como argumento para instalar la mentira.

Si todo vale, todo da lo mismo, la mentira pasa como si nada.

La difusión de la verdad adquiere por lo tanto una dimensión sustancial en este contexto relativista.

Hace poco un sacerdote me dijo “sus artículos no son pacíficos”. Creo que no me estaba retando, era más bien un elogio. Y me dejó pensando. Y lo que pasa es que, en el clima que vivimos, decir una verdad parece algo desafiante. Además, en nombre de una falsa idea de lo que es el consenso, y con el imperativo de que no debemos herir sensibilidades, en el fondo se nos empuja a la autocensura.

Pero la verdad es que estamos bajo fuego. Figuradamente, pero fuego al fin. Estamos en medio de una feroz batalla cultural. Todos los principios sobre los cuales se asienta nuestra civilización están bajo ataque. La familia, la pareja heterosexual, el lugar de la iglesia en la sociedad, la vida misma.

Porque este relativismo, que se presenta como una supuesta tolerancia, en realidad va acompañado de una tendencia al pensamiento único, instalado paradójicamente en nombre de la diversidad. A una corrección política de la cual uno no puede correrse. El que lo hace es cancelado, censurado. Por eso cuando alguien afirma verdades resuena fuerte.

La primera de las verdades es la vida. Por lo tanto, la defensa de la vida en todos sus órdenes debe ser la columna vertebral de la comunicación. Preservar al vida respecto de todos los intentos de degradarla, del aborto a la eutanasia, del descarte al transhumanismo.

De la verdad surgen derechos que no pueden ser conculcados, y el primero de los derechos de la persona humana es el derecho a nacer. Y me parece importante decir persona humana porque cuando se habla de derechos humanos en general se piensa en los derechos civiles y se omite el derecho fundamental. La defensa de la vida es esencial para levantar un muro infranqueable a la cultura del descarte.

Vivimos en el contexto de una sociedad que no está generando igualdad de oportunidades; al que nace indefenso o desfavorecido, el Estado, en vez de ponerse al servicio de su rescate para potenciar sus posibilidades de desarrollo, lo manda a la papelera de la vida.

Nacer, ser cuidado, tener educación y trabajo, son los derechos que se desprenden de una verdad primera: la dignidad innata de todo ser humano.

Para los cristianos, la sociedad es una armonía de individuo y comunidad. Ni el individualismo que deja a cada uno librado a su suerte, ni el colectivismo que ahoga. La familia, componente básico de la sociedad, se enriquece en la comunidad, a la que aporta y de la que recibe. Por eso debemos combatir todo aquello que lleva a la fragmentación, a los guetos.

Hoy, somos todos rehenes de minorías que coartan cualquier debate en nombre de su derecho a no ser ofendidas. Minorías activas y muy ruidosas, muy visibles -indigenistas, feministas, trans, ecologistas, veganos, etc- logran mediante acciones de presión -escraches presenciales y en redes, boicot o directamente denuncia penal- imponer su criterio al conjunto.

No hay duda de que se debe combatir el machismo, el racismo, los prejuicios en general. Jonathan Haidt, un psicólogo social norteamericano, dice que en esa pelea contra los prejuicios lo que se debe buscar es apelar a la común condición humana y no a la división. “Lo contrario es lo que hacen los nuevos identitaristas. Hablan de opresores y oprimidos. Promueven una visión binaria del mundo. Ahondan en la segregación y el enfrentamiento entre los seres humanos. Nos abocan al conflicto y la fragmentación”, dice Haidt, y concluye que, para una sociedad, eso es un desastre.

Hoy, en nombre de la lucha contra el racismo, se instaura un prejuicio antiblanco, todo blanco es un privilegiado y si no lo admite y pide perdón es un racista. Las feministas de hoy proponen prácticamente un apartheid sexual, porque todos los varones serían un peligro para las mujeres.

Este clima identitario se completa con el planteo de que un sector no puede representar al otro, ni comprenderlo, ni ponerse en su lugar, lo que evidentemente lleva al no diálogo, al gueto, a la segregación. A la fragmentación social y cultural. Es un clima contrario a los valores cristianos.

Por eso la Iglesia está hoy bajo ataque, para qué negarlo. Es normal en el clima que vivimos, porque la Iglesia es un baluarte de la verdad, es un baluarte contra estas tendencias. Por eso está bajo ataque, en todo el mundo. No sólo en sus valores. Pocos saben que la religión más perseguida en el mundo hoy es la cristiana. En número de víctimas y de ataques. Y no lo saben porque no es noticia.

Hace poco, un Cardenal decía: “En África, esta semana, los musulmanes radicales quemaron un seminario. Les dijeron a los seminaristas, todos adolescentes, que si vuelven los van a matar. ¿Los medios occidentales han recogido esa noticia? ¿Por qué no? ¿Porque son africanos y lo que les pasa a los africanos no importa? ¿O porque son católicos y lo que les pasa a los católicos no importa? O quizás porque son católicos y africanos, silencio total.” Hubo ataques similares en India, e incluso en Francia, el país de la libertad y la igualdad, en el año 2020 hubo más de 800 ataques contra la iglesia católica. Los hay en Estados Unidos, donde se queman iglesias y se vandalizan estatuas. En ese país, un grupo de católicos de origen irlandés denunció a los medios por callar “sobre la creciente ola de violencia anticatólica” y señaló que había “una vergonzosa ‘jerarquía de indignación’ en la que el odio dirigido a los católicos no es ‘periodístico’”.

La Iglesia es el último baluarte de la verdad, por eso ahora tiene una responsabilidad intransferible. Los métodos para la institución de la mentira se han sofisticado y masificado gracias a las redes. Pero al mismo tiempo éstas son un instrumento que bien podemos poner al servicio del bien. Es de la Iglesia que el pueblo argentino, que es profundamente cristiano, mariano, espera, desea, recibir las respuestas que impongan la verdad por encima de la mentira. Para que en nuestra Patria haya un correlato del apostolado ecuménico del Papa argentino en el Vaticano.

En el año 2020, en una entrevista, un sacerdote y filósofo francés, Philippe Capelle-Dumont, decía que se van dando las condiciones para que la idea de verdad recupere su legitimidad, después de este período signado por el relativismo. Al relegar la idea misma de verdad, los relativistas contribuyeron a dejarla entre las manos de los fanáticos sectarios, o librada a la simulación de algunos políticos, dice, algo que tan bien conocemos.

Pero Capelle es optimista porque ve que, por un lado, la ciencia se está reconciliando con la idea de verdad, hay una resistencia de lo real, de eso que no puede ser obviado por lo científico. Pensemos en lo que pasó aquí con el censo. Los deconstructivistas incluyeron en la pregunta por el sexo de nacimiento, la opción x, neutro. Un despropósito. No estamos hablando de orientación sexual, sino de sexo biológico. Pues bien, cosecharon un 0,12%, porque se impuso la realidad, la biología, la naturaleza humana.

Vuelvo a Capelle. Dice que también se está superando ese lugar común que sostiene que la filosofía sólo se hace preguntas y no puede afirmar nada. Finalmente, está la religión, que no es superstición, porque se somete a una crítica, a un juicio fundado, en beneficio de la verdad. Es decir que en ciencia, filosofía y religión la noción de verdad es esencial.

También recuerda Capelle que la idea de verdad es consustancial a nuestra civilización occidental, irriga nuestra cultura, nuestras escuelas, nuestros laboratorios. Y que el cristianismo es el que le dio esa vigencia, como heredero de la filosofía griega y de la tradición judía, por un lado, y porque completó, honró esa herencia con el dinamismo de la figura de Cristo que decía que no venía a abolir sino a llevar a cabo, a completar, a realizar.

Por eso es importante librar la batalla cultural cuando la sociedad Occidental, sus valores, están bajo ataque. El historiador francés Jean Sevillia me dijo una vez: “Cierto capitalismo liberal juega ese juego porque quiere hacer caer las fronteras o las viejas definiciones antropológicas; en el fondo hay intereses de dinero, financieros. Detrás del transhumanismo, por ejemplo, hay intereses financieros colosales.” Y la Argentina, lamentablemente, es un laboratorio de todas esas cosas, porque nuestra clase política está rendida.

Como dije, el ataque a la verdad va unido al ataque a la Iglesia, porque ella la encarna. Pero hay una gran cuota de ignorancia también en esos ataques y, por lo tanto, una gran tarea para los comunicadores. Porque la Iglesia ha modelado el grueso de las naciones occidentales aunque éstas mismas no lo reconozcan o lo hayan olvidado.

Aunque en nombre de la modernidad, mucha gente en Occidente reniegue de la Iglesia, en realidad sigue compartiendo muchas ideas o temas que son de raíz cristiana: por ejemplo, la distinción entre la esfera de lo político y lo religioso; la dignidad innata, natural, a todo ser humano, y también, contra lo que sostiene el feminismo confrontativo, la igualdad entre el hombre y la mujer. Hoy se pretende que lo religioso quede relegado, encerrado en lo privado, para así tener el terreno libre para promover el individualismo, la deconstrucción de los géneros, separar al hombre de la biología, para impulsar el antinatalismo, la desresponsabilidad hacia el prójimo que es reemplazada por la conciencia ambiental, etc.

Hay algunas cosas que los comunicadores pueden aclarar: la famosa distinción evangélica de “a Dios lo que es de Dios y al César lo que es del César”, no implica un muro infranqueable entre lo espiritual y lo temporal, sino una distinción entre ambos órdenes. La política no debe divinizarse, pero lo espiritual debe inspirarla, aun manteniendo la diferenciación de planos.

En concreto, la cultura laica que hoy muchos modernos, racionalistas, rescatan como opuesta a la doctrina cristiana, en realidad se basa en principios cuya raíz es cristiana.

Hay un libro de un historiador británico, Tom Holland, que se llama Dominio. Cómo el cristianismo dio forma a Occidente. Se publicó en 2020. Holland es un especialista en historia clásica, Grecia y Roma, que había comprado esa idea de que la Edad Media fue una época oscura por culpa de la Iglesia, esencialmente; la iglesia enemiga de la ciencia y de los libros, hasta que el Renacimiento rescató la cultura clásica y revivió a Occidente. Bueno, eso es falso, como es sabido, pero es una de las tantas fake news contra la Iglesia.

Holland cuenta que se sentía incómodo con la moral de la antigüedad clásica, que toleraba la esclavitud, no concedía ningún derecho a las mujeres, etc. Y entonces empezó a reconciliarse con el cristianismo al descubrir que muchos principios que guían la vida actual, que se pretende muy poco religiosa, en realidad tienen origen cristiano: la monogamia, los derechos humanos, la preeminencia del amor…

Como muchos, él también tenía la visión crítica de que el éxito del cristianismo había sido una rémora en la historia del ser humano, porque lo condenó a ser “menos libre, más gregario, a no vivir con naturalidad su sexualidad”.

La Historia le mostró la crueldad del mundo romano, del mundo pagano, en contraste con la compasión y la generosidad del cristianismo.

Cito a Holland: “Un padre romano tenía total poder de vida y muerte sobre sus hijos, y el infanticidio femenino no era inusual. Los romanos veían con gusto a un inocente ser despedazado por un animal salvaje para entretenerse; la esclavitud era omnipresente y se daba por hecho que un hombre abusaría sexualmente de su esclava; las donaciones caritativas fuera de la familia eran raras, y a los que tocaban fondo en la ciudad imperial se les dejaba morir literalmente en la cuneta”

Es más, considera que eso explica el éxito del mensaje cristiano y la velocidad con que se expandió. El Dios que ama a sus criaturas, el Dios de Israel, fue universalizado por el cristianismo, un Dios que creó al hombre y a la mujer a su semejanza. Que amaba tanto al mundo que envió a su Hijo a sufrir una muerte horrorosa, pero una por la cual triunfó sobre sus perseguidores. “El esclavo podía triunfar sobre el maestro, la víctima sobre su torturador”, dice Holland. Esto despertó la esperanza de los últimos en aquella sociedad: los sirvientes, las mujeres, de buena o mala vida, los esclavos. El cristianismo les ofrecía la redención.

En el siglo III, la peste de Cipriano, que asoló Roma, reveló al cristianismo en su naturaleza profundamente compasiva, caritativa. El obispo Cipriano dijo: “Qué sublime, permanecer en pie en medio de la desolación de la raza humana, y no quedar postrado con aquellos que no tienen esperanza en Dios”. El temor a una muerte inminente por la peste y el espectáculo de la firme convicción de los clérigos cristianos y su actividad constante en medio de esa tragedia generó muchas conversiones. Las comunidades cristianas, que eran minoritarias, pobres, y perseguidas, se hicieron cargo con sus obispos al frente, de asistir a los enfermos y de sepultar a los muertos.

Holland niega que el cristianismo ejerciera una influencia negativa o represiva sobre la cultura durante la Edad Media. “El término Edad Media no es neutro, sino creado por la Reforma protestante y luego heredado por la Ilustración para cargar el período de connotaciones negativas”. La realidad, sostiene Holland, es que “no hubo un decrecimiento de la cultura. Tenemos la construcción de las grandes catedrales, como la de Santiago, [la de Notre Dame, agrego yo], y grandes escritores como Dante. La Europa de la Edad Media fue la primera gran civilización de nuestro mundo y de donde surgieron las demás. La actual Europa no es heredera de Roma y Grecia, sino de la Europa medieval. Occidente nació entonces”.

Muchos occidentales gustan de proclamarse ateos, agnósticos, no cristianos, pero en el fondo lo siguen siendo, porque son parte de una historia moldeada por el cristianismo. Vivir en un país occidental, dice Holland, es vivir en una sociedad completamente saturada de suposiciones y conceptos cristianos.

En resumen, dice Holland, el cristianismo trajo el concepto de universalismo y de una común dignidad de todos los seres humanos, sin distinción de género, raza, nacionalidad, incluso creencia.

Los últimos serán los primeros, es decir, la preocupación por los débiles y que Dios está más cerca de los pobres que de los ricos.

De estos dos valores fundamentales —la unidad de la raza humana y la obligación de cuidar los débiles y a los que sufren— derivan luego cosas que damos por supuestas y que no nos damos cuenta de que proceden de aquí, como los derechos humanos. “Todos los mortales, cristianos o no, tenían derechos que derivaban directamente de Dios” (Holland) La evolución del concepto de los derechos humanos no procede de la Antigua Grecia ni de Roma y es extraño a otras culturas.

También la mirada hacia la ciencia. Otra gran fake news sobre la Iglesia es que es enemiga de la ciencia. Pero ya en la Edad Media, el monje Pedro Abelardo defendía que el orden de Dios era racional y se regía por reglas que los mortales podían comprender y esto se convirtió luego en la ortodoxia aceptada por los papas y facilitó que surgieran las universidades por toda la cristiandad. En 1215 se promulgó un estatuto en nombre del Papa que afirmaba legalmente la independencia de la Universidad de París respecto al obispo.

El historiador y sociólogo Rodney Stark asegura que en los tiempos de la ilustración “Voltaire y sus colegas crearon la ficción de los Años Oscuros para poder reivindicar que fueron ellos los que hicieron emerger la Ilustración. (…) No hubo tales Años Oscuros. Al contrario, fue durante esos siglos cuando Europa hizo el gran salto cultural y tecnológico que la situó a la cabeza del resto del mundo”.

En «El origen cristiano de la ciencia», el físico atómico Peter E.Hodgson dice que la mentalidad cristiana es la que permitió buscar leyes en la naturaleza. Cita a los grandes clérigos medievales volcados en la ciencia, como el obispo Nicolás de Oresme, precursor de las funciones y el cálculo infinitesimal, o fray Roberto Grossatesta, con sus leyes ópticas. El fraile agustino Gregor Johann Mendel, llamado “padre de la genética”, definió sus leyes fundamentales; el jesuita Matteo Ricci llevó la geometría euclidiana a China; Marin Mersenne, sacerdote, filósofo y matemático francés, famoso por sus “números primos”.

Y algo más llamativo aun e ignorado ex profeso es que el creador de la teoría del Big Bang sobre el origen del universo fue George Lemaitre, un jesuita.

Grandes progresos científicos de siglos pasados se deben a miembros del clero, pero además muchos científicos eran y son creyentes. Alessandro Volta, pionero de la electricidad en el siglo XVII, era católico de misa diaria.

En momentos de un nuevo auge del feminismo, es importante desmentir otro mito que es el de la misoginia de la Iglesia. El cristianismo primitivo tuvo mucho éxito entre las mujeres, que incluso jugaron un rol clave en su difusión.

La imposición de la monogamia fue un elemento clave, de pacificación de los hombres. Y la indisolubilidad del vínculo matrimonial fue una protección para la mujer que ya no podía ser repudiada. También fue benéfico para los hombres de bajo estatus que no podían sostener un harén.

En la Edad Media, considerada oscura, Carlomagno promulgó las leyes matrimoniales de la Iglesia Católica. Ningún hombre debía tener más de una esposa, nadie casarse con un pariente. Esta prohibición debilitó a los clanes y consolidó la sociedad, porque los hombres se veían menos como miembros de una línea patrilineal y más como integrantes de una sociedad más amplia.

Otra palabra de moda hoy en las relaciones de pareja es el consentimiento. Pues bien, fue también la Iglesia la que impuso esa norma para el matrimonio, que era una institución sagrada, y por lo tanto nadie debía contraerlo sin querer. Se fue desarrollando una idea novedosa, la de casarse por amor, y la idea de que los hijos e hijas adultos ya no estaban sujetos al patriarca, eran individuos por derecho propio; podían establecer su propio hogar por separado al casarse.

La Iglesia Católica debe ser una de las religiones con mayor cantidad de santas mujeres. Jesús no consideraba inferiores a las mujeres, no rehuyó su compañía ni su conversación, sin importar su condición. En muchas ocasiones, hizo a la mujer depositaria de su mensaje. Las convirtió en sus interlocutoras y les permitió seguirlo. Las defendió, las consoló, las distinguió con su perdón y misericordia.

Protector y defensor de todas las mujeres; en reiteradas ocasiones, se puso a contracorriente de su tiempo y enfrentó los prejuicios de sus pares. Son muy conocidas las anécdotas de la mujer adúltera, el encuentro con la Samaritana, o más todavía la aparición ante María Magdalena. Pero hay un episodio muy “feminista”, que me parece muy significativo y no tan conocido. Tiene lugar estando Jesús en la casa de su amigo Lázaro. Lázaro tenía dos hermanas, Marta y María. Un día, se produce un pequeño altercado entre ellas, porque mientras Marta iba y venía de la cocina a la sala, atendiendo a los invitados, su hermana María, sentada a los pies de Jesús, escuchaba absorta sus enseñanzas. Marta, irritada porque todo el trabajo de «servir» a los hombres recaía sobre ella, le dice a Jesús: «¿No te molesta que mi hermana me deje servir sola? ¡Dile pues que venga a ayudarme!» Pero no, a Jesús no le molestaba y su respuesta fue: «Marta, Marta, afanada y turbada estás con muchas cosas. Pero solo una cosa es necesaria; y María ha escogido la buena parte, la cual no le será quitada». La parte que no le sería quitada –pero que hasta entonces la sociedad reservaba al varón- era la del aprendizaje, el estudio, la reflexión. Jesús no mandó a María a la cocina.

En concreto, el feminismo actual, además de confrontativo y andrófobo, es a-histórico. Porque la propia Simone de Beauvoir en su libro “El Segundo sexo”, texto fundante del feminismo, dice que el feminismo inicial, el de fines del siglo XIX y comienzos del XX, se nutrió de dos vertientes: una cristiana y otra de izquierda, socialista, marxista. Es decir que la Iglesia fue una de las promotoras de la lucha por los derechos civiles de la mujer. El papa Benedicto XV, pidió el voto femenino en 1919, hace un siglo. Y en Francia, la campaña por el sufragio femenino la llevaron adelante un obispo y un cura.

Otro desafío que tenemos como cristianos es una deformación que viene de la mano del ambientalismo, Por eso es tan importante y oportuna la Encíclica de Francisco sobre este tema. “Cuando se deja de creer en Dios enseguida se cree en cualquier cosa», decía Chesterton y un ejemplo es la tendencia actual al neopanteísmo que anima a muchos ecologistas. Ponen a la tierra y los seres vivos no humanos al mismo nivel que el hombre cuando no por encima. El huevo de una gallina tiene más estatus que el embrión humano.

Uno se pregunta para quién quieren preservar el planeta porque promueven como solución la no natalidad, es decir, la extinción de la raza humana.

Hoy vivimos una verdadera campaña contra la natalidad. Hace poco inventaron un nuevo “día de” que son las estrategias de márketing para ir instalando temas. Día internacional por la salud de la mujer, y resultó que la salud de la mujer era la anticoncepción y nada más. El embarazo es una enfermedad, un mal que hay que prevenir.

En Argentina, esta campaña antinatalista ha logrado hacer descender la tasa de fecundidad por debajo de la tasa de reemplazo, es decir, por debajo de la tasa necesaria para mantener una población constante. O sea que decrecemos.

Austen Ivereigh, biógrafo del Papa, cuenta que Benedicto les dijo a los ecologistas, «a ustedes les preocupa el planeta, el estado de la naturaleza, esto significa que dan por supuesto que hay algo dado aquí que tenemos que cuidar. ¿Por qué no aplican lo mismo a la cuestión del aborto?” En Laudato Si, Francisco dice: si les importa el planeta, tiene que importarles también el no nacido. Y si les importa el no nacido tienen que cuidar el planeta.

Ahora bien, en medio de un panorama sombrío, hay elementos para ser optimistas. El día que el Papa apareció en la plaza de San Pedro, el 27 de marzo de 2020, para dar la bendición al mundo en plena pandemia, en España únicamente más de un millón de fieles lo vieron desde su televisor.

El historiador británico Paul Johnson decía que la historia es también el registro de lo que no pasó: y que el siglo XX fue el siglo en el que Dios no murió, contra los pronósticos y deseos de algunos.

Holland también rechaza la idea de que el cristianismo esté viviendo su ocaso. Dice que esa visión es resultado del eurocentrismo. Las cifras anuales de conversiones al cristianismo en África y Asia, muestran lo contrario a una decadencia. En Europa y en el mundo occidental en general sí hay un decrecimiento, pero, como vimos, no un retroceso en valores y supuestos compartidos que tienen raíces cristianas.

«Por extraño que pueda parecer en Europa, vivimos en una de las grandes eras del crecimiento y la evolución cristianas», dice Holland. «Esto se pone de manifiesto en el gran auge de conversiones en África y Asia durante el siglo XX; [lo que, digo yo, explica el interés de Francisco por esas regiones del mundo] y, en las creencias de muchos millones más de personas en Europa y en América del Norte que jamás pensarían en describirse como cristianos pero que comparten valores y supuestos de raíces cristianas]».

Hay un motivo para que ciertos pensadores revaloricen el cristianismo, Y es que la secularización o descristianización de las sociedades occidentales no ha traído como resultado un paraíso de armonía y progreso social. El panorama en cambio es de fragmentación extrema, de división, de sectarismo, de discordia entre naciones, guerra, terrorismo. No se pudo poner fin al belicismo, contra los pronósticos optimistas pos guerra fría.

Libertad, igualdad y fraternidad: son tres conceptos que puestos en equilibrio, definen el ideal de la convivencia humana. Esa fórmula, que muchos creen fruto de la Razón, o de la Revolución Francesa, se la debemos también a un religioso, el primero que la formuló fue un tal François Fénelon, teólogo y arzobispo católico del siglo XVIII.

Entonces, en el comienzo de este nuevo siglo, aunque pueda parecer que la fe retrocede, su valores son más necesarios que nunca. Lo que sucede es que vivimos en una sociedad muy tecnificada, que reverencia la tecnología, y ello crea un clima que puede llevar a que la gente no muestre tan abiertamente su religiosidad, salvo en momentos aislados o cuando se ve confrontada a crisis, como fue por ejemplo la pandemia.

El cardenal Müller decía que “hoy en día el que va a misa va en contra de la corriente. Confesar la fe es someterse a un terror psicológico. Hay que agradecer al que se confiesa católico, va a misa y quiere practicar y hablar públicamente de su fe”. Y hace poco una joven a la que sigo en Twitter escribió: “Hoy lo revolucionario es casarse y tener hijos.”

En ese clima estamos viviendo. Por eso es más necesario que nunca enarbolar verdades. Cuando escribo sobre los temas más acuciantes, la vida, la seguridad, la justicia, la educación, la mujer, con un enfoque que parece remar contra la corriente, es impresionante la respuesta que recibo. Porque esa supuesta corriente hegemónica es superficial, es más visible y ruidosa, pero no expresa el sentimiento mayoritario.

Es mucha la gente que espera escuchar verdades, que espera que se encienda una luz en esta etapa de oscuridad. La verdad es tan intrépida como liberadora, dice el padre Philippe Cappell-Dumont. No temamos decirla.

Lic. Claudia Peiró