BIENVENIDO A ESTE BLOG, QUIENQUIERA QUE SEAS



jueves, 13 de enero de 2022

Católicos: la película e introducción de Jack Tollers



Cuando descubrí que alguien había subido la película Catholics a Youtube en HD, me resolví a subtitularla (sin saber lo que me pescaba—más de 120 horas de trabajo, aunque confieso que lo hice con mucho gusto, y quedé bastante conforme con el resultado).

Lo primero que hay que destacar es que la novela de Brian Moore que la inspiró, fue escrita un año antes, en 1972, hace exactamente medio siglo. Al año siguiente, 1973, se rodó esta película que presentamos a nuestros lectores, asombrados como estamos ante su actualidad y lo bien tratados que están todos los tópicos que se tratan, sobre todo el principal, que es el afán procedente de Roma de suprimir de una vez y para siempre la celebración de la misa según el Rito de San Pío V. Como si Traditiones Custodes hubiese sido redactado hace 50 años (pensado, seguro que sí).

El argumento consiste básicamente en una “visita” de un inspector de una Orden contemplativa ficticia (los Albaneses) a un monasterio del s. XII, perdido en una de esas pequeñas islas frente a la península del Dingle, en Irlanda. El inspector, el P. James Kinsella, está magníficamente retratado por Martin Sheen, un cura secularizado, moderno, perfectamente ideologizado, ecuménico, a tono con el “Concilio Vaticano IV” y cuya misión es prohibirle al Abad que se continúe celebrando la misa tridentina que se había hecho mundialmente famosa por culpa de… la televisión, atrayendo multitud de peregrinos del mundo entero y para gran disgusto del Superior General de la Orden que lo envía al P. Kinsella con toda la autoridad necesaria para terminar con eso de una buena vez. Y allí va.

Con característica inteligencia, Moore no presenta a este inspector como un ogro, sino como un simpático cura que no quiere molestar a nadie, que se interesa por todo… aunque quiere cumplir a rajatabla lo que se le manda. Aún así, no se entiende enteramente con los viejos campesinos del lugar, se enoja en un pub cuando se entera de que en esa parte del mundo la gente todavía se confiesa en privado y en otra oportunidad pierde los estribos defendiendo a los curas subversivos que van a Sudamérica para morir mártires en su lucha por la justicia social (“compañeros de ruta de los marxistas” como entonces se decían). Pero en general, se muestra cordial y no parece enteramente a gusto con su misión, por mucho que la liturgia en latín y todo lo demás le molesta en sumo grado.

La fotografía de aquella Irlanda gaélica (la que salvó a la civilización, como demostró Thomas Cahill en su imperdible libro), la típica voz aflautada de los viejos monjes, las comidas en el refectorio, la abadía medieval, las costumbres monacales, los variopintos personajes que allí conviven pacíficamente, el humor reinante… está todo retratado a la perfección.

Ahora, lo más importante de la película, a mi juicio, son las cuatro discusiones que el inspector Kinsella mantiene, una con el Abad (sobre los estudios eclesiásticos en Boston sobre los curas guerrilleros en Sudamérica), otra con un monje pescador (Father Manus) que tiene todas las trazas de un santo y que defiende místicamente a la Eucaristía en términos tan elocuentes como conmovedores. Las otras dos discusiones no carecen de interés, sobre todo la que tiene con el portero acerca de la participación del clero en las luchas por la justicia social. En una parte de eso, el joven le explica a Kinsella que si él hubiese creído tener esa vocación, se habría metido en el IRA, no hacerse monje. Y sonreímos ante la referencia que, claro, simpatizamos más con los descendientes de Eamon de Valera que con Camilo Torres).

Pero también quedamos retratados casi todos en la figura del Maestro de Novicios (Fr. Matthew), un típico “tradi” enfurecido con la represión romana, destacando con vehemencia el carácter misterioso y, sobre todo, milagroso de la transubstanciación en la misa. Y no lo podemos negar: también a nosotros, las más de las veces, todo esto nos pone de mal humor.

Pero todo esto está muy bien dicho, porque todos estos monjes se oponen al Novus Ordo más que nada porque más o menos explícitamente se niega el carácter milagroso—y por tanto eminentemente misterioso—de la misa. Lo demás, la misa happy clappy con globos y guitarras, no es más que una consecuencia.

Hay también un diálogo imperdible entre Kinsella y el P. Abad, en el que Kinsella sostiene que en el s. XX ya no hay herejías. Y el abad le propone la definición de una:

La ortodoxia de ayer es hoy herejía; y la herejía de ayer es hoy ortodoxia.

No está mal, para nada.

La acción sucede en 48 horas, más o menos, pero la película tiene 80 minutos de suspenso que lo tienen (al que le importan estas cosas) en vilo.

La parte más difícil de interpretar es la suerte de “noche oscura” que vive el Abad (y de la que le da parte al inspector): una especie de crisis de fe, cuyos rasgos específicos no se parecen a nada que haya leído yo en San Juan de la Cruz, ni en los diarios de la Madre Teresa de Calcuta… ni en ningún otro lado: el tipo se pone a rezar y eso lo transporta a una especie de nirvana en donde Dios no existe. Y a veces tarda mucho tiempo en volver. Entonces resuelve no rezar más. Es un tipo complicado, sometido a una experiencia espiritual complicada, en una situación harto complicada: ¿obedecerá o no a sus superiores? Y si no obedece… ¿qué alternativa le queda?

Nos recuerda un texto de Castellani:
¿Qué ha de hacer un cristiano en una Iglesia decaída, digamos, corrompida; un hombre de verdad a quien le toca el sino de vivir en mala época? ¿Está obligado a hablar? El problema se complica terriblemente con otras preguntas. ¿Qué misión pública tiene? ¿Hasta dónde está corrompida la Iglesia? ¿Qué efecto positivo se puede esperar si chilla? ¿Cómo ha de chillar?
La obligación expresa de “dar testimonio de la Verdad”, que fue la misión específica de Cristo, se vuelve espinosa en Sócrates, angustiosa en un pastor como Kierkegaard, perpleja hasta lo indecible en un simple fiel.

En 1970, Mons. Lefebvre optó por abrir el Seminario de Écone en Suiza y fundó una fraternidad sacerdotal con suerte varia (al final, contra lo que había dicho durante más de 20 años, se vio obligado a ordenar cuatro obispos). Y le fue como le fue.

Otros jugaron el partido de otras maneras. A todos les fue más bien mal. A muchos, a la mayoría, al final los jodieron. Algunos enloquecieron.

Como fuere, creo que se puede sostener que esta película es profética en la medida en que, puesta como está en un futuro no especificado (los tiempos de Vaticano IV), parecería que Roma finalmente conseguirá lo que quiere: sencillamente, la abolición del sacrificio perpetuo (puesto que en los ritos alternativos, la misa no pasa de ser un encuentro entre hermanos para compartir el pan, etc., etc., etc.).

Una cosa meramente simbólica.

Hasta donde puedo ver, esa es la intención de Traditiones Custodes, empujarnos a todos a la Fraternidad de San Pío X, para que, una vez allí encerrados, excomulgarnos a todos y sanseacabó. Y luego reformar el Novus Ordo con una liturgia de los Derechos Humanos, de la ecología, de la pachamama y de la gran puta que lo parió.

Una cosa meramente simbólica.

En fin, en 1972, cuando se desataba el vendaval post-Vaticano II, era sumamente difícil reaccionar con lucidez, tantas eran las barbaridades que aparecían a diario, en el frente dogmático, en el moral, en el litúrgico, en el canónico, en… todo. Grandes inteligencias se alzaron para protestar, para denunciar la porquería que era todo eso, empezando por Dietrich Von Hildebrand y siguiendo con una pléyade de inteligencias brillantes, que ahora recuerdo currente calamo, como Jean Madiran, Salleron, Romario Amerio, Josef Pieper, Leonardo Castellani, Louis Bouyer, Plinio Correa de Oliveira, el abbé de Nantes, Mons. Marcel Lefebvre, Jacques Ploncard d’Assac, Michael Davies, Frederick Wilhelmsen, Julio Meinvielle, Gustave Thibon, Mons. Antonio Guerra Campos, Joaquín Sáenz Arriaga, Rafael Gambra, Carlos Sacheri, Gustavo Corção, Thomas Molnar, Christopher Dawson, André Charlier, Giacomo Biffi, Gustave Thibon, Mons. Antonio de Castro Mayer, Michel de Saint-Pierre, Nicolás Gómez Dávila, Fr. Mario José Petit de Murat, Cornelio Fabro, Leopoldo-Eulogio Palacios, y tantos, tantísimos más (perdón por las omisiones de mi pobre memoria) que intentaron detener la ola de herejías, estupideces, blasfemias y desecraciones que se desataron bajo el estandarte del “espíritu del Concilio”. Los frentes eran innumerables, las cuestiones planteadas casi infinitas, los asuntos a resolver, las distinciones necesarias… era, considerado todo retrospectivamente, una cosa como imposible.

Se hizo lo que se pudo y cada cuál eligió el medio, la manera y el frente de combate a llevar adelante. Cada cual a su manera, y a cada cual le fue como le fue.

Pero este novelista, Brian Moore, que escribió en 1972 esta novela… pues me parece genial en cuanto anticipa lo que no era tan fácil de ver como ahora: que los progresistas tienen una agenda, ¿qué diré yo?, progresiva y que la ambigüedad de Vaticano II era deliberada (como ahora reconoce Kasper) para ir, paso a paso, destruyéndolo todo…

Y a fe mía, si consiguen abolir el sacrificio perpetuo (como está profetizado), habrán ganado la partida.

Si no fuera que hay profetizado mucho, mucho más, je.

Jack Tollers

PELÍCULA

Duración 1:19:18