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jueves, 9 de abril de 2020

Si no sale a la primera, sigue intentándolo (Carlos Esteban)



Desde el mismo momento en que se convocó el Sínodo de la Amazonía y se conocieron quiénes serían los padres sinodales y, sobre todo, quiénes dirigirían todo el asunto, se dio por hecho en muchos sectores de la prensa católica que la gran reforma que se estaba planteando no giraba tanto en torno a la evangelización de los no muy numerosos indígenas del área como del carácter del orden sacerdotal católico, en concreto, sobre la posibilidad de abolir el celibato obligatorio y entornar la puerta al diaconado femenino.

La diarias ruedas de prensa del Sínodo, los comentarios de prelados y teólogos durante los días del sínodo y el documento de trabajo que vertebraba las sesiones delataban que, con independencia de las comunicaciones oficiales y el lenguaje ecologista, estas dos cuestiones centraban la atención, avivaban las esperanzas de unos y copaban los temores de otros.

El documento final lo dejó aún más patente, al pedir directamente la revisión del celibato obligatorio y el estudio de medios para que las mujeres tuvieran una mayor participación en la estructura eclesial de gobierno.

Por eso supuso una sorpresa que hizo correr la tinta en abundancia cuando el Santo Padre, en su exhortación postsinodal Querida Amazonia, obvió ostensiblemente ambos asuntos para centrarse en una serie de ‘sueños’ -palabra elegida- en la que dividió el texto, y que se refería a esas cuestiones ecológicas y de respeto a las culturas indígenas que muchos habían visto originalmente como elementos accesorios.

Sin embargo, casi inmediatamente después de que los unos expresaran su eufórico alivio y otros tantos su amarga decepción, surgieron voces autorizadas -entre otras, las del estrecho colaborador de Francisco, el arzobispo de La Plata, Victor Manuel ‘Tucho’ Fernández- indicando que la exhortación no suponía en absoluto un cierre o una decisión definitiva contra estas dos esperadas/temidas reformas. Se recordó, por ejemplo, que el Papa, si bien obvió el candente debate, se remitió, aceptándolo, al documento final, lo que debía interpretarse como una aceptación indirecta.

Y ahora recibimos la noticia de que el Papa ha vuelto a convocar una comisión para que estudie la posibilidad de un diaconado femenino, después de que la primera se pronunciara en contra, y después de que el mismo Pontífice pareciera hablar clara, incluso tajantemente en contra, en una reunión con superioras de órdenes religiosas femeninas.

Hay que decir que esta ‘película’ nos suena. Mucho. De hecho, se está haciendo tan habitual en este pontificado como para justificar que se califique a este patrón de conducta de ‘modus operandi’. Lo vimos, por ejemplo, en el caso de la licitud de ofrecer la comunión a protestantes, como había propuesto el episcopado alemán. En ese caso tuvimos un “sí”, un “no” y un “decídanlo ustedes”, con intervenciones del prefecto para la Doctrina de la Fe, el jesuita español Luis Ladaria.

Es un método del que el mismo Papa ha hablado a menudo, cuando hace referencia continua a la importancia de “iniciar procesos”. La idea, al fin, es que de una comisión de estudio acabe saliendo un resultado favorable, que el Papa podría aprobar o proponer a un próximo sínodo o, en el espíritu de esa colegialidad tan loada, a las propias conferencias episcopales para que sean las distintas iglesias nacionales las que decidan si ordenan o no diaconisas.

Uno podría pensar, de forma quizá maliciosa, que si la nueva comisión llega a una conclusión distinta de la anterior, no hay en principio razón para determinar que la segunda es más acertada que la primera, y la decisión no puede dejar de recordarnos a esos referénda de independencia que se quieren siempre repetir hasta que se dé la respuesta correcta.
Carlos Esteban