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sábado, 27 de enero de 2018

OTRA VEZ EL PACTO DE METZ (I) (Capitán Ryder)



Uno de los problemas que veo en la oposición a Francisco es la imputación de causas que se le hacen y que ya vienen de lejos.

Dicho de otra forma, muchas de las lechugas de Francisco no son de su huerto, ya fueron plantadas, regadas y abonadas en pontificados anteriores. Por eso creo, que si no se sacan las conclusiones adecuadas, nada se habrá solucionado.

Aquellos que lean el blog ya pueden hacerse una idea de lo que pienso del ecumenismo del Vaticano II hasta la actualidad. Y este ecumenismo plantea tantos problemas a la Fe de la Iglesia como los “Amores de Leticia”. Pero, sin embargo, ha pasado completamente desapercibido estos últimos 50 años. La crisis, cada vez más profunda, no es por casualidad.

Viene esto a cuenta de otro escándalo que ha estallado hace pocas fechas; el mandato del Vaticano a dos obispos chinos para que cedan su puesto a otros obispos cismáticos, previamente excomulgados.

Como digo, hay antecedentes igual o más graves que estos, que explican muchas cosas y que han pasado completamente desapercibidos.

Hablo del “pacto de Metz” y de la “Ospolitik” de Pablo VI.

El primero, se alcanzó en agosto de 1962, previo al Concilio Vaticano II, que nacía de esta manera con una tara importantísima, la segunda, se aplicó durante los años posteriores al Concilio.

El pacto de Metz

Era deseo de Juan XXIII que hubiese observadores de las distintas confesiones cristianas en el Concilio Vaticano II. El problema con los ortodoxos era que necesitaban el permiso expreso de Stalin.

Para asegurarse la presencia de observadores ortodoxos, el Vaticano, a sugerencia de Montini (posterior Pablo VI), y en decisión tomada personalmente por Juan XXIII, envió al cardenal Tisserant a la ciudad de Metz (Francia) para negociar con el régimen comunista.

La negociación concluyó con un acuerdo que firmaron el metroplita Nicodemo por parte de la Iglesia Ortodoxa, y el cardenal Tisserant (decano del Sacro Colegio) por parte de la Santa Sede.

Los detalles se conocen a través de la rueda de prensa concedida por mons. Schmitt, obispo de aquella diócesis.

Comenta Romano Amerio en Iota Unum:
“La noticia del acuerdo fue dada en estos términos por “France Novelle”, boletín central del Partido Comunista Francés, en el número de 16-22 de enero de 1963: “Puesto que el sistema socialista mundial manifiesta de forma innegable su superioridad y recibe su fortaleza de la aprobación de centenares y centenares de millones de hombres, la Iglesia ya no puede contentarse con su tosco anticomunismo. Incluso se ha comprometido, con ocasión del diálogo con la Iglesia ortodoxa rusa, a que no habrá en el Concilio un ataque directo contra el régimen comunista”. Por otra parte, el diario “La Croix” de 15 de febrero de 1963 informaba del acuerdo, concluyendo: “Después de esta entrevista, Mons. Nicodemo aceptó que alguien se acercase a Moscú a llevar una invitación, a condición de que fuesen dadas garantías en lo que concierne a la actitud apolítica del Concilio”.
Bueno, pues ese fue el pacto, rigurosamente cumplido…sólo por el Vaticano. En el Concilio no se condenó el comunismo, Moscú envió 2 espías al Vaticano, la Iglesia Ortodoxa estaba infiltradisima, y los católicos bajo régimen comunista siguieron igual de perseguidos que hasta entonces.

La veracidad de los acuerdos de Metz recibió confirmación en los años 80 por parte de Mons. Georges Roche, secretario del cardenal Tisserant durante 30 años. Ante las imputaciones de Jean Maridan salió en defensa del negociador vaticano.

Así nacía el Concilio Vaticano II. En el discurso de apertura, con un cinismo difícilmente igualable, Juan XXIII señalaba las ventajas de que “por la vida moderna desaparezcan los innumerables obstáculos que en otros tiempos impedían el libre obrar de los hijos de la Iglesia”, mientras más adelante decía experimentar “un vivísimo dolor por la ausencia de tantos pastores de almas para Nos queridísimos, los cuales sufren prisión por su fidelidad a Cristo”.

Señala Romano Amerio al respecto:
“En el discurso inaugural del Concilio se celebra la libertad de la Iglesia contemporánea en el mismo momento en que se confiesa que muchísimos obispos están encarcelados por su fidelidad a Cristo y cuando, en virtud de un acuerdo propugnado por el Pontífice, el Concilio se encuentra constreñido por el compromiso de no pronunciar ninguna condena contra el comunismo. Esta contradicción, siendo grande, lo es menos si se la compara con la contradicción de fondo consistente en fundamentar la renovación de la Iglesia sobre la apertura al mundo, para luego borrar de entre los problemas del mundo el problema principalísimo, esencialísimo y decisivo del comunismo”.
Continuará…

Capitán Ryder