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lunes, 17 de febrero de 2025

Ya basta. Bala y plomo eclesiales




La situación la venimos arrastrando desde hace décadas pero cada vez se hace más acuciante. ¿Cómo es posible que en la Iglesia hayamos llegado al nivel en el que nos encontramos? ¿Cómo es posible que con frecuencia casi semanal se destapen escándalos en los que están involucrados sacerdotes y obispos, relacionados con el abuso sexual, en la gran mayoría de los casos con personas de su mismo sexo? Aunque sea un tema que lo hemos tratado ya varias veces en el blog, es necesario volver sobre él y discutir algunos puntos.

1. No estamos hablando por supuesto de caídas ocasionales. Todos somos hijos de Adán y el pecado original nos afecta a todos. Por lo que cualquiera puede tener caídas, aún cuando sea sacerdote u obispo. Ver la cosa de otro modo sería adquirir una postura farisaica. Pero hay un elemento a tener en cuenta. Santo Tomás enseña que los obispos deben estar en “estado de perfección”. Es decir, no deberían tener siquiera caídas ocasionales. La teología moral francisquista, en cambio, dice que ese es el ideal y que la cosa consiste en caminar hacia ese ideal, aunque no se lo posea en acto en el día mismo de la consagración episcopal. Que cada cristiano elija la opción que más le convenza.

2. Hay una cuestión de antropología básica. Quien dice: “Hoy voy a refocilarme con mi chofer”, u “Hoy voy a manosear a un par de seminaristas”, u “Hoy me voy a desnudar con algunos jovencitos”, no tiene caídas ocasionales; tiene hábitos arraigados, y muy arraigados, contrarios a la virtud de la castidad. Es decir, no es casto. Y quien no tiene la virtud de la castidad, entendida como continencia perfecta, fuertemente arraigada, no puede ser sacerdote de rito romano, y tampoco obispo en ninguno de los ritos de la Iglesia católica. Un sacerdote o un obispo tiene que procurar estar a la altura de su ministerio, y si no lo está, rechazar el nombramiento y, si ya lo aceptó y ve que no alcanza esa altura, irse. Pongamos un ejemplo: soy medio chicato y me designan chofer de la seguridad presidencial: debería rechazar el nombramiento. Supongamos que me dicen que el presidente me quiere así como soy, que poco a poco lograré mejorar la visión, que estamos en camino de ver, etc.. Entonces debo procurar ver lo mejor posible o comprarme unos anteojos. Pero si mi visión no mejora, debo renunciar porque, conmigo al volante, morirán todos los que van en el coche. Y no vengan con que estas son posturas rígidas, que por tolerar posturas fláccidas, desde Juan Pablo II a esta parte, así nos ha ido.

3. Si un sacerdote u obispo procede de esa manera, según los ejemplos —reales—, que mencioné en el punto anterior, resulta claro que su vida está planificada sobre la hipocresía y la mentira. Si planea con anticipación de días o meses, el modo de ganar la confianza de algunos muchachitos para abusar de ellos, o ahorra para unas vacaciones nudistas, ese consagrado vive en estado permanente de pecado mortal, y aún así, celebra y recibe los sacramentos, cometiendo diariamente sacrilegios espantosos. Y frente a esto no hay muchas opciones: o es un esquizofrénico, o perdió la fe católica fabricándose una fe propia con todas las flaccideces y acomodamientos que le convienen, o es un cínico que simplemente dejó de creer y se sirve de los bienes, y de los jóvenes, que le provee la Iglesia para llevar una vida cómoda.

4. Este tipo de personajes, en los últimos tiempos, se han convertido en plaga dentro de la Iglesia. No es necesario mencionar aquí los casos que todos conocemos. Contentemonos con recordar al obispo Gustavo Zanchetta, abusador de seminaristas (¿regresó de Roma o continúa prófugo y protegido por Bergoglio?) o el ex- sacerdote Christian Gramlich, abusador de menores. ¿Cómo ha sido posible que los tales hayan llegado a la ordenación sacerdotal y, aún más, a la consagración episcopal? Muy sencillo: porque muchos que los rodeaban callaron e, incluso, encubrieron. Si, como hemos dicho, un obispo abusador lo es porque posee hábitos o vicios de ese tipo, lo más probable es que los tuviera también mientras era sacerdote. Y no resulta creíble que nadie supiera nada de sus conductas depravadas (esa situación es privilegio sólo del cardenal Kevin Farrell, que vivió durante décadas en la misma casa de McCarrick, y nunca vio nada…), y los que sabían no hablaron.

5. Es ineludible afirmar lo evidente: aquí hay un último culpable, y ese es el Papa Francisco, que es quien elige a los obispos. Muchos dirán que hay miles de obispos en el mundo y siempre se le puede pasar alguno. Pues para eso están los nuncios, para hacer una prolija labor de investigación de los candidatos. Y si no la hacen con el cuidado necesario, deberían ser expulsados.

Sin embargo, se sabe que para Argentina, a los obispos los elige directamente Bergoglio, sin intervención alguna de la nunciatura, ni consejo de la Conferencia Episcopal ni del clero. Mons. Carlos Domínguez, por ejemplo, fue provincial de su orden, los agustinos recoletos, con sede en Buenos Aires, y allí conoció al cardenal Bergoglio, y le cayó simpático. Y el pontífice, en algún momento de 2019, se acordó de él y decidió hacerlo obispo. Este es el modo en el cual se maneja el Santo Padre: su criterio de elección es su capricho. Los resultados están a la vista; los escándalos explotan a montones. Recordemos nomás lo ocurrido hace pocos meses con Mons. Mestre en La Plata, y con la sede de Mar del Plata.

6. Algunos sacerdotes, a los que caritativamente calificaré de ingenuos porque el epíteto que les corresponde es otro, opinan que estos casos deben ocultarse, y por dos motivos: el dolor de las víctimas de los abusadores y el bien de la Iglesia. Sacarlos a luz es signo evidente —dicen— de poco amor a la Iglesia. Son argumentos que atrasan 40 años; quizás en el juanpablismo podían esgrimirse; ahora ya no se puede porque los resultados de esa política los seguimos sufriendo.

7. El dolor de las víctimas es real y merece el mayor respeto y discreción. Sin embargo, cualquier persona más o menos informada sabe que una de las condiciones fundamentales para paliar ese dolor y curar esas heridas, es que el culpable sea juzgado y castigado. Y sabemos que los jerarcas de la Iglesia tienden indefectiblemente al encubrimiento en estos casos; sabrán ellos por qué lo hacen. Por tanto, es función de los seglares, a partir de información fidedigna y de fuentes cruzadas, sacar a la luz los escándalos procurando siempre proteger a las víctimas. Es el único modo —e insisto—, el único modo de forzar a los obispos a que castiguen a los culpables. Y, nuevamente, hay una riada de casos para mencionar. Apelo al último: el del ex-sacerdote Ariel Principi. Si no hubiese sido por la presión de los medios, su castigo por abusar de menores habría sido poco más que una mera reprimenda.

8. El argumento de buscar el bien de la Iglesia resulta nuevamente de una tierna ingenuidad propia de una viejecita del siglo XIX. Cuando a partir de los ’70 los casos de escándalos y abusos sexuales comenzaron a estallar en la Iglesia, la práctica fue ocultar todo, desentenderse de las víctimas y trasladar al culpable a otra diócesis. Esta política, hay que decirlo, es la que siguió a rajatabla Juan Pablo II. El prestigio de la Iglesia estaba por encima de la justicia. Y así se logró que los abusadores dejaran un tendal de víctimas, confiados en la omertá que los protegía. El único modo de curar esta enorme infección que padece el cuerpo de la Iglesia, y que amenaza con convertirse en septicemia, es exponer el pus y eliminarlo. Los casos de abusos, aunque sean terriblemente dolorosos no solamente para las víctimas y sus familias, sino para todos los católicos que se toman su vida de fe en serio, deben ser sacados a la luz —preservando, insisto, la identidad de las víctimas—, los culpables juzgados y severamente castigados. Los cancilleres diocesanos y demás sacerdotes con responsabilidad que intentan convencer a los abusados de que, por amor a la Iglesia, callen, en realidad están condenándolos a no sanar jamás, están impidiendo que se haga justicia (parece que a esta virtud no la tienen muy en cuenta los curiales) y están provocando que la infección continúe corroyendo las entrañas mismas de la Iglesia.

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En la Edad Media, se recurría en estos casos al ritual de execración de obispos. Era una ceremonia solemne utilizada para la deposición de un obispo caído en herejía, cisma o graves delitos, como el abuso sexual. Generalmente incluía los siguientes pasos:

1. Juicio eclesiástico: Antes de la ceremonia pública, se realizaba un juicio canónico en el que se examinaban las acusaciones. Si el obispo era hallado culpable, se procedía a su condena formal.

2. Despojo de los ornamentos episcopales: Durante la ceremonia, el obispo era llevado ante un concilio o sínodo y se le despojaba de sus insignias episcopales (mitra, báculo, anillo, capa pluvial, etc.). Este gesto simbolizaba su pérdida de autoridad espiritual.

3. Pronunciación de la maldición o anatema: Se leía en voz alta la sentencia de excomunión o deposición, a menudo en forma de una fórmula ritual que invocaba la condena divina.

4. Extinción simbólica de su dignidad: En algunos casos, se apagaban cirios o lámparas, simbolizando que el obispo era expulsado de la luz de la Iglesia. Se podía arrojar su anillo episcopal al suelo y pisotearlo, mostrando la ruptura de su unión con la Iglesia.

5. Expulsión de la Iglesia: El obispo condenado era formalmente expulsado del lugar sagrado. A veces, los asistentes sacudían el polvo de sus pies en señal de desprecio y ruptura total.

6. Entrega a la autoridad secular (si correspondía): En los casos más graves, el obispo podía ser entregado al poder civil, lo que en la práctica significaba el riesgo de prisión o ejecución.

No hay esperanza alguna de que en el misericordioso pontificado de Francisco este ritual sea restaurado. Por eso mismo, exigimos tolerancia cero para todos aquellos ministros del culto cuyo delito canónico haya sido probado. Bala y plomo eclesiales, es decir, expulsión del estado clerical y, si hay contumacia, excomunión.

THE WANDERER

Monseñor Athanasius Schneider explica la infiltración homosexual en la Iglesia Católica




DURACIÓN 4:19 MINUTOS

Obispo Athanasius Scheneider explica en español la razón de la crisis sacerdotal en la Iglesia



DURACIÓN 7:55 MINUTOS

EEUU denuncia la deriva ideológica y autoritaria de la UE: el discurso completo de J. D. Vance en Múnich



Tras la conversación telefónica entre Vladimir Putin y Donald Trump este miércoles, así como las declaraciones de Pete Hegseth en Bruselas, el vicepresidente de los Estados Unidos, J. D. Vance acudió a la Conferencia de Seguridad de Múnich, en Alemania. con los ministros de defensa de la UE. Podría haber centrado su intervención en Ucrania. Sin embargo, optó por un discurso esencialmente identitario y político, reafirmando de manera implícita una línea que cada vez se perfila con mayor claridad. J. D. Vance, expuso por primera vez la visión de la Casa Blanca de Donald Trump para Europa: la deriva ideológica de la Unión Europea, atrapada por la cultura woke, que ha desembocado en la eliminación de la libertad de expresión, la imposición de la censura, la promoción de la inmigración masiva y la difusión de valores contrarios a los principios de Occidente. Un discurso impensable ante los ministros de Defensa de la UE, pero que todos los españoles y europeos deberían leer. Se trata de uno de esos discursos que marcan un punto de inflexión. Por ello, Adelante España ha decidido publicarlo en una traducción de Le Grand Continent.

«Gracias a todos los delegados, autoridades y profesionales de los medios de comunicación reunidos, y gracias especialmente a nuestro anfitrión de la Conferencia de Seguridad de Múnich por haber podido organizar un evento tan increíble. Estamos, por supuesto, encantados de estar aquí. Una de las cosas de las que quería hablar hoy son, por supuesto, nuestros valores comunes. Es fantástico estar de vuelta en Alemania. Como han oído antes, estuve aquí el año pasado como senador de los Estados Unidos. Me encontré con el ministro de Asuntos Exteriores británico, David Lammy, que bromeaba diciendo que los dos teníamos puestos diferentes el año pasado de los que tenemos ahora. Pero ahora es el momento, en nuestros países, para que todos aquellos que han tenido la suerte de que nuestros respectivos pueblos les confíen poder político, lo utilicen sabiamente para mejorar sus vidas. Y quiero decir que he tenido la suerte, durante mi estancia aquí, de pasar un poco de tiempo fuera de las paredes de esta conferencia en las últimas 24 horas. Y me ha impresionado mucho la hospitalidad de la gente, que todavía está conmocionada por el horrible atentado de ayer. La primera vez que vine a Múnich fue con mi mujer, que hoy está aquí conmigo en un viaje personal. Siempre me ha gustado la ciudad de Múnich y siempre me han gustado sus habitantes.Quiero decir que estamos muy conmocionados y que nuestros pensamientos y oraciones están con Múnich y con todas las personas afectadas por el daño infligido a esta hermosa comunidad. Pensamos en ustedes, rezamos por ustedes y, por supuesto, los apoyaremos en los próximos días y semanas.Espero que este no sea el último aplauso que reciba. Pero, por supuesto, estamos reunidos en esta conferencia para hablar de seguridad.

Normalmente hablamos de las amenazas que pesan sobre nuestra seguridad exterior y veo a muchos altos cargos reunidos aquí hoy. Pero aunque la administración Trump está muy preocupada por la seguridad europea y cree que podemos llegar a un acuerdo razonable entre Rusia y Ucrania, también creemos que es importante que Europa tome medidas importantes en los próximos años para garantizar su propia defensa. Porque la amenaza que más me preocupa en Europa no es Rusia, no es China, no es ningún otro actor externo. Y lo que me preocupa es la amenaza desde dentro: el retroceso de Europa en algunos de sus valores más fundamentales. Valores compartidos con los Estados Unidos. Me sorprendió que un excomisario europeo se expresara recientemente en televisión para alegrarse de que el gobierno rumano anulara unas elecciones presidenciales. Advirtió de que, si las cosas no salían como estaba previsto, lo mismo podría ocurrir en Alemania. Estas declaraciones temerarias son chocantes para los oídos estadounidenses.Durante años, se nos ha dicho que todo lo que financiamos y apoyamos se hace en nombre de nuestros valores democráticos comunes. Todo, desde nuestra política hacia Ucrania hasta lo digital, se presenta como una defensa de la democracia. Pero cuando vemos a los tribunales europeos anular elecciones y a altos funcionarios amenazar con anular otras, debemos preguntarnos si nos imponemos normas lo suficientemente altas. Y digo «nosotros» porque creo fundamentalmente que estamos en el mismo equipo. Debemos hacer algo más que hablar de valores democráticos. Debemos vivirlos ahora, en la memoria viva de muchos de ustedes en esta sala.

La guerra fría enfrentó a los defensores de la democracia con fuerzas mucho más tiránicas en este continente. Consideren el bando en esta lucha que censuró a los disidentes, que cerró iglesias, que anuló elecciones: ¿eran los buenos? Desde luego que no. Y gracias a Dios, perdieron la Guerra Fría. Perdieron porque no apreciaron ni respetaron todos los beneficios extraordinarios de la libertad. La libertad de sorprender, de cometer errores, de inventar, de construir. Resulta que no se puede imponer la innovación o la creatividad, al igual que no se puede obligar a la gente a pensar, sentir o creer. Y estas dos cosas están sin duda relacionadas. Por desgracia, cuando miro a Europa hoy, no siempre está muy claro qué ha pasado con algunos de los vencedores de la Guerra Fría. Miro a Bruselas, donde los commissars europeos advierten a los ciudadanos de que tienen la intención de cerrar las redes sociales en tiempos de disturbios civiles tan pronto como detecten lo que han considerado, cito, contenido de odio. O en este mismo país, donde la policía ha realizado redadas contra ciudadanos sospechosos de haber publicado comentarios antifeministas en línea, siempre en el marco de la lucha contra la misoginia en Internet. Pienso en Suecia, donde el gobierno condenó hace dos semanas a un activista cristiano por participar en incendios de Coranes, que provocaron la muerte de su amigo. Como señaló de manera aterradora el juez en su caso, las leyes suecas, que se supone que protegen la libertad de expresión, no conceden, y cito, «un salvoconducto» para hacer o decir cualquier cosa sin correr el riesgo de ofender al grupo que posee ese credo.

Quizás aún más preocupante, me dirijo a nuestros queridos amigos del Reino Unido, donde el retroceso de los derechos de conciencia ha puesto en peligro las libertades fundamentales de los británicos, en particular de los creyentes. Hace poco más de dos años, el gobierno británico acusó a Adam Smith Connor, un fisioterapeuta de 51 años y veterano de guerra, del odioso delito de rezar en silencio durante tres minutos a 50 metros de una clínica de abortos. No molestó a nadie, no interactuó con nadie; simplemente rezó en silencio. Después de que las fuerzas británicas del orden lo detectaran y le preguntaran por qué rezaba, Adam respondió simplemente que rezaba por el hijo que podría haber tenido con su exnovia y que habían abortado años antes. Los agentes se quedaron impasibles y Adam fue declarado culpable de infringir la nueva ley gubernamental sobre «zonas de seguridad», que penaliza el rezo en silencio y otras acciones que puedan influir en la decisión de una persona en un radio de 200 metros alrededor de un centro de abortos. Fue condenado a pagar miles de libras por violar la designación judicial.

Me gustaría poder decir que fue una casualidad, un ejemplo único y descabellado de una ley mal redactada, promulgada contra una sola persona, pero no. El pasado octubre, hace apenas unos meses, el gobierno escocés comenzó a distribuir cartas a los ciudadanos cuyas casas se encontraban en zonas denominadas de «acceso seguro», advirtiéndoles que incluso rezar en privado en sus casas podía constituir una infracción de la ley. Naturalmente, el gobierno exhortó a los lectores a denunciar a cualquier ciudadano sospechoso de delitos de opinión en Gran Bretaña y en toda Europa. Me temo que la libertad de expresión está retrocediendo.Y, queridos amigos, en aras del humor, pero también de la verdad, estaré dispuesto a admitir que, a veces, las voces más fuertes a favor de la censura no provienen de Europa, sino de mi propio país, donde la administración anterior amenazó e intimidó a las redes sociales para que censuraran lo que ella llamaba desinformación. Desinformación, como por ejemplo la idea de que el coronavirus probablemente se había escapado de un laboratorio en China. Nuestro propio gobierno animó a las empresas privadas a silenciar a las personas que se atrevían a decir lo que resultó ser una verdad evidente. Así que vengo hoy aquí no solo con una observación, sino también con una propuesta. La administración de Biden parecía dispuesta a todo para silenciar a las personas que expresaban su opinión: la administración de Trump hará exactamente lo contrario. Y espero que podamos trabajar juntos en Washington. Hay un nuevo sheriff en la ciudad. Bajo el liderazgo de Donald Trump, podemos estar en desacuerdo con sus opiniones, pero lucharemos para defender su derecho a expresarlas en público. ¿Están de acuerdo? Estamos en un punto en el que la situación se ha vuelto tan crítica que, el pasado diciembre, Rumanía anuló los resultados de unas elecciones presidenciales basándose en las vagas sospechas de una agencia de inteligencia y en la enorme presión de sus vecinos continentales.Si entendí bien, el argumento era que la desinformación rusa había infectado las elecciones rumanas. Pero les pediría a mis amigos europeos que se distanciaran: pueden pensar que está mal que Rusia compre anuncios en las redes sociales para influir en sus elecciones. Nosotros pensamos lo mismo. Incluso pueden condenarlo en la escena mundial. Pero si su democracia puede ser destruida con unos cientos de miles de dólares de publicidad digital procedente de un país extranjero, entonces no era muy sólida desde el principio.

La buena noticia es que creo que sus democracias son mucho menos frágiles de lo que muchos temen. Y creo que, en el fondo, permitir que nuestros ciudadanos expresen su opinión los hará aún más fuertes. Lo que, por supuesto, nos lleva de vuelta a Múnich, donde los organizadores de esta conferencia prohibieron a los legisladores que representan a los partidos populistas de izquierda y derecha participar en estas conversaciones. Ahora bien, tampoco estamos obligados a estar de acuerdo con todo o parte de lo que dicen las personas, pero cuando las personas, cuando los líderes políticos representan a un distrito importante, al menos tenemos la responsabilidad de dialogar con ellos. Sin embargo, para muchos de nosotros, al otro lado del Atlántico, todo esto se parece cada vez más a viejos intereses bien establecidos que se esconden detrás de palabras horribles de la era soviética como desinformación y mala información, y que simplemente no les gusta la idea de que alguien con un punto de vista diferente pueda expresar una opinión distinta o, Dios no lo quiera, votar de manera diferente o, peor aún, ganar una elección.

Estamos en una conferencia sobre seguridad. Y estoy seguro de que todos ustedes han venido aquí dispuestos a hablar de la forma exacta en que planean aumentar el gasto en defensa en los próximos años, de acuerdo con un nuevo objetivo que se han fijado. Y eso está muy bien porque, como ha dejado claro el presidente Trump, considera que nuestros amigos europeos deben desempeñar un papel más importante en el futuro de este continente. Creemos que no entienden bien el término «reparto de la carga», y creemos que es importante, en el marco de una alianza común, que los europeos tomen el relevo mientras Estados Unidos se concentra en las regiones del mundo que están en gran peligro. Pero déjenme también preguntarles cómo van a empezar siquiera a pensar en cuestiones presupuestarias si no sabemos qué estamos defendiendo. He tenido muchas conversaciones interesantes con muchas personas reunidas aquí en esta sala. He oído hablar mucho de lo que necesitan para defenderse, y, por supuesto, eso es importante. Pero lo que me pareció un poco menos claro, y sin duda a muchos ciudadanos europeos, es la razón exacta por la que se defienden: ¿cuál es la visión positiva que anima este pacto de seguridad compartida que todos consideramos tan importante? Pues creo profundamente que no hay seguridad si se teme a las voces, a las opiniones y a la conciencia que guían a su propio pueblo. Europa se enfrenta a muchos desafíos, pero la crisis a la que se enfrenta actualmente este continente, la crisis a la que nos enfrentamos todos juntos, creo, es una crisis que nosotros mismos hemos provocado. Si temen a sus propios votantes, Estados Unidos no puede hacer nada por ustedes. Además, ustedes tampoco pueden hacer nada por el pueblo estadounidense que me eligió a mí y que eligió al presidente Trump. Necesitan mandatos democráticos para lograr algo que valga la pena en los próximos años. ¿No hemos aprendido nada? ¿Que los mandatos débiles producen resultados inestables? Pero se pueden lograr tantas cosas útiles con el tipo de mandato democrático que, creo, vendrá de una mayor atención a las voces de sus ciudadanos. Si quieren beneficiarse de economías competitivas, si quieren beneficiarse de una energía asequible y de cadenas de suministro seguras, entonces necesitan mandatos para gobernar, porque deben tomar decisiones difíciles para beneficiarse de todas estas cosas. En Estados Unidos lo sabemos muy bien: no se puede obtener un mandato democrático censurando a los adversarios o encarcelándolos, ya sea el jefe de la oposición, un humilde cristiano rezando o un periodista que intenta informar sobre la actualidad.

Tampoco se puede conseguir ignorando a su electorado de base en cuestiones tan fundamentales como quién puede formar parte de nuestra sociedad común. Y de todos los retos urgentes a los que se enfrentan los países aquí representados, creo que no hay nada más urgente que la inmigración masiva.Hoy en día, casi una de cada cinco personas que viven en este país ha venido del extranjero. Por supuesto, es un récord histórico. Es una cifra similar, por cierto, a la de Estados Unidos, también un récord histórico. La cantidad de inmigrantes que han entrado en la Unión procedentes de países no miembros de la Unión se ha duplicado solo entre 2021 y 2022. Y, por supuesto, ha seguido aumentando desde entonces. Y conocemos esta situación. No ha surgido de la nada. Es el resultado de una serie de decisiones conscientes tomadas por políticos de todo el continente y de otros lugares del mundo durante el período de una década. Ayer mismo vimos en esta misma ciudad los horrores que estas decisiones han generado. No puedo hablar de ello sin pensar en las terribles víctimas que vieron cómo se arruinaba un hermoso día de invierno en Múnich. Nuestros pensamientos y oraciones están y estarán siempre con ellos. Pero, ¿por qué ha ocurrido esto? Es una historia terrible, pero que hemos escuchado con demasiada frecuencia en Europa y, por desgracia, también en Estados Unidos. Un solicitante de asilo, a menudo un joven de unos veinte años, ya conocido por la policía, se lanza con su coche contra una multitud y destruye una comunidad. ¿Cuántas veces tendremos que sufrir estos terribles reveses antes de cambiar de rumbo y dar una nueva dirección a nuestra civilización común? Ningún votante de este continente ha acudido a las urnas para abrir las compuertas a la entrada incontrolada de millones de inmigrantes. Los ingleses votaron por el Brexit. Estén de acuerdo o no, votaron a favor. Y cada vez más, en toda Europa, la gente vota por líderes políticos que prometen poner fin a la inmigración incontrolada. Resulta que comparto muchas de estas preocupaciones, pero no tienen por qué estar de acuerdo conmigo. Simplemente creo que a la gente le preocupan su hogar, sus sueños, su seguridad y su capacidad para mantenerse a sí mismos y a sus hijos. Y son inteligentes. Creo que es una de las cosas más importantes que he aprendido durante mi breve paso por la política. Al contrario de lo que se oye en Davos, los ciudadanos de todos nuestros países no se consideran, por lo general, animales domesticados o engranajes intercambiables de una economía mundial. Y no es de extrañar que no quieran que sus dirigentes los zarandeen o los ignoren sin piedad. La democracia tiene la función de decidir estas grandes cuestiones en las urnas. Creo que rechazar a la gente, rechazar sus preocupaciones o, peor aún, cerrar los medios de comunicación, interrumpir las elecciones o excluir a la gente del proceso político no protege nada. De hecho, es la forma más segura de destruir la democracia. Expresarse y expresar sus opiniones no es una intromisión electoral, incluso cuando la gente expresa opiniones fuera de su propio país, e incluso cuando esas personas son muy influyentes.

Y créanme, lo digo con humor, si la democracia estadounidense puede sobrevivir a diez años de reprimendas de Greta Thunberg, ustedes pueden sobrevivir a unos meses de Elon Musk. Pero lo que ninguna democracia, ya sea alemana, estadounidense o europea, sobrevivirá es decirle a millones de votantes que sus pensamientos y preocupaciones, sus aspiraciones, sus peticiones de ayuda son inválidas o ni siquiera merecen ser tomadas en consideración. La democracia se basa en el principio sagrado de que la voz del pueblo cuenta. No hay lugar para las barreras sanitarias. O defiendes el principio o no lo haces. El pueblo europeo tiene voz. Los líderes europeos tienen la opción. Estoy firmemente convencido de que no debemos tener miedo del futuro. Pueden aceptar lo que su pueblo les diga, aunque sea sorprendente, aunque no estén de acuerdo. Y si lo hacen, pueden afrontar el futuro con certeza y confianza, sabiendo que la nación los apoya a todos. Y para mí, ahí radica la gran magia de la democracia. No se encuentra en esos edificios de piedra o en esos hermosos hoteles. Ni siquiera se encuentra en las grandes instituciones que hemos construido juntos como sociedad compartida. Creer en la democracia es comprender que cada uno de nuestros ciudadanos tiene sabiduría y voz. Y si nos negamos a escuchar esa voz, incluso nuestras luchas más fructíferas no llegarán a ninguna parte. Como dijo una vez el papa Juan Pablo II, que en mi opinión es uno de los mayores defensores de la democracia en este continente y en cualquier otro, no tengan miedo. No debemos tener miedo de nuestro pueblo, incluso cuando expresa opiniones que no están de acuerdo con sus líderes. Gracias a todos. Buena suerte a todos. Que Dios los bendiga.»

martes, 11 de febrero de 2025

Julio Ariza envía un mensaje a sus "queridos enanitos"



DURACIÓN 14:46 MINUTOS

El tirano constitucional



Estamos asistiendo a un estallido. Lo que estalla es la arquitectura jurídico-institucional del sistema de 1978. El protagonista de la explosión es el Tribunal Constitucional, órgano concebido para ejercer como garante de derechos constitucionales, pero que bajo la presidencia de Cándido Conde Pumpido, auxiliado por una mayoría de izquierdas escogida por el poder político, aspira a convertirse en máxima instancia jurisdiccional del país, desplazando de esa posición al Tribunal Supremo. Los movimientos del TC no dejan lugar a dudas: ha exonerado de sus delitos a los responsables políticos del escándalo de los ERE, torciendo el brazo de los tribunales que los condenaron (Supremo incluido); ha auxiliado en sus demandas a la ex fiscal general y ex ministra Dolores Delgado (otra vez contra el Supremo); en el caso de la amnistía al golpismo separatista catalán, ha apartado al único magistrado que se había opuesto públicamente a ella y el propio Conde Pumpido intervendrá para que la balanza caiga del lado de la amnistía. Son sólo unos ejemplos, pero hay más. La tónica está clara: el Constitucional, que no es un órgano judicial, se propone corregir al Tribunal Supremo en aquellos casos políticamente relevantes al servicio del proyecto de poder del Ejecutivo.

Hay quien habla de «golpe de Estado». No es correcto. Un golpe de Estado es, precisamente, un golpe: hay una legalidad visible, alguien que se levanta contra ella y un conflicto patente. Pero aquí no: aquí es la propia legalidad institucional la que se retuerce sobre sí misma para provocar un conflicto político. Ante un golpe, un Estado tiene instrumentos materiales de defensa: fuerzas armadas, tribunales, etc. Pero ante un proceso como el que hoy estamos viviendo en España, no hay instrumentos que valgan, pues todos ellos dependen de un modo u otro del mismo poder que está ejecutando el movimiento. En un auto reciente, y sin que aparentemente viniera a cuento, el Tribunal Supremo deslizaba la eventualidad de que los magistrados del Tribunal Constitucional pudieran ser encausados por actuar contra la ley. Era algo más que un aviso a navegantes: en un caso extremo, podríamos encontrarnos con que el Supremo acusara al Constitucional de prevaricación. ¿Imposible? Bueno, ahora mismo tenemos a un Fiscal General del Estado investigado por revelación de secretos y, pronto, destrucción de pruebas y obstrucción a la Justicia. Cualquier cosa es posible hoy en España.

Es importante señalar que esta deriva de nuestro sistema no era imprevisible. La fragilidad de los órganos de control constitucional es bien conocida desde hace un siglo, cuando la célebre polémica entre Kelsen y Carl Schmitt sobre el «guardián de la Constitución». ¿Quién debe defender la Constitución frente a sus enemigos? Schmitt pensaba que un poder soberano capaz incluso de suspender la Constitución para defenderla, lo cual abría la pregunta acerca de las verdaderas intenciones del soberano. Kelsen, al contrario, pensaba que debía ser un tribunal, lo cual, por su parte, abría la pregunta sobre la capacidad real de ese tribunal para imponer sus decisiones. Lo que hoy tenemos en España es un Tribunal que ha empezado a comportarse como un poder soberano, en la medida en que se ha arrogado de hecho la capacidad para enmendar sentencias e incluso crear derechos fundamentales, como hizo en su sentencia de 2024 sobre el aborto. Este giro altera radicalmente la estructura del Estado de Derecho. Hemos pasado de una Nomocracia, es decir, el gobierno según las leyes, a una Telocracia, o sea, el gobierno según las finalidades (políticas), que ponen a su servicio las leyes modelándolas a su conveniencia. Y sin pedirnos permiso. Es verdad que estamos en plena crisis constituyente. Eso lo dijo —recordemos— Juan Carlos Campo, entonces ministro de Justicia y hoy magistrado del Tribunal Constitucional. En su momento, pocos lo entendieron, pero hoy el proceso es transparente: el estallido del sistema, en efecto.

Ahora la pregunta es qué hacer después. Imaginemos que todas las artimañas desplegadas por el Gobierno para mantenerse en el poder fracasan, que hay elecciones y que, pese a los mecanismos de control colocados aquí y allá por el Ejecutivo, Pedro Sánchez deja La Moncloa. El nuevo Gobierno tendrá ante sí el complicadísimo paisaje de un Tribunal Constitucional declaradamente hostil (incluso si Conde Pumpido finaliza su mandato en enero de 2026), lanzado por la pendiente de una redefinición de la estructura institucional del Estado, con una jurisprudencia tras de sí que le habilita para actuar como un poder judicial de hecho y sin ninguna instancia superior que pueda corregirle. El «guardián de la Constitución» se habrá convertido en un tirano constitucional. En ese paisaje, llenarse la boca con la «defensa de la Constitución» sería perfectamente absurdo: ese momento ya ha pasado. Inevitablemente habrá que tomar medidas de restauración del Estado de Derecho, medidas que tendrán que ir mucho más allá de un retorno a la situación anterior. Sólo cabe esperar que quien se vea llamado a la obra sea consciente de su magnitud.

José Javier Esparza

Nuestra Señora de Lourdes, salud de los enfermos



La de Lourdes es la advocación mariana más vinculada a los enfermos. «La Virgen hace muchos milagros» decía el Papa hace unos días. Que Nuestra Señora interceda por tantos niños enfermos.

(Mercaba.org)- En 1858 Lourdes era un pueblecito desconocido, de unas cuatro mil almas. Simple capital de partido judicial, tenía su juzgado de paz, su tribunal correccional y hasta un pequeño destacamento de gendarmería. Esto y un mercado bastante concurrido era lo único que le daba un poco de superioridad sobre los demás pueblecillos de los alrededores, perdidos, como él, en las estribaciones de los Pirineos.

Si el paisaje no ha cambiado, la población en cambio se ha transformado por completo. El pueblecillo, entonces ignorado, es hoy conocido en todo el mundo. El flujo y reflujo de Lourdes durante la época de las peregrinaciones no conoce descanso y es algo único e impresionante. De aquí el nacimiento de una nueva ciudad, la de los hoteles y las tiendas de recuerdos, que han venido a erigirse y casi a eclipsar a la antigua.

¿Qué ha ocurrido?

Había en Lourdes una pobre niña, analfabeta, que por su rudeza no había podido aprender el catecismo ni estaba aún en condiciones de hacer su primera comunión. Ni siquiera sabia hablar francés, y tenía que expresarse en el dialecto de la región. Era hija de padres pobrísimos, que atravesaban por aquellos días una situación de auténtica miseria. Pero, aunque pobre en las cosas materiales, era riquísima en las del espíritu, buena, humilde, caritativa, pura y, sobre todo, sincera. El testimonio de cuantos convivieron con ella a lo largo de su existencia es terminante sobre este punto: antes y después de las apariciones María Bernarda Soubirous, que así se llamaba la niña, había dicho siempre la verdad con la sinceridad más plena.

Un 11 de febrero, cuando ella llevaba escasamente quince días en Lourdes, a su regreso de Bartres, donde había estado haciendo de pastorcita, salió en busca de leña y de huesos, en compañía de una hermana suya y de una amiguita. Estaba en una pequeña isla, formada Por el Gave y el canal que en él desembocaba. Sus compañeras la habían dejado sola. Era el mediodía. Oyó un fragor como de tempestad, dirigió su vista hacia una concavidad que había en la roca por encima de ella, y la encontró ocupada por una jovencita de su misma estatura, de rostro angelical, vestida de blanco, ceñida por una banda azul, cubierta con un velo, que tenia un hermoso rosario entre las manos.

Había comenzado una serie de dieciocho apariciones que se sucederían durante los días siguientes, con algunos intervalos, hasta terminar el 16 de julio. Durante esa temporada, las autoridades estarían alerta, el pueblo dividido, el clero en un silencio total y más bien reticente. Sospechas, que humanamente podían considerarse fundadas, habrían de envolver a la niña. Era mucha la miseria que había en casa de los Soubirous para que se pudiera excluir la hipótesis de que acaso se estuviese buscando una solución a tan trágica coyuntura económica.


María Bernarda sufrió con paz celestial y sin inmutarse toda clase de pruebas. Ya sea el procurador imperial, ya el comisario de policía, ya el párroco, ya los visitantes…, a todos contestará con absoluta serenidad y paz, repitiendo exactamente las mismas expresiones. En vano los visitantes buscarán con habilidad la manera de sorprender su buena fe. Ella se mantendrá firme, dando testimonio de la verdad de lo que ha visto. Cuando los alrededores de la gruta estén rebosantes de público y la aparición no se produzca, ella dirá con toda sinceridad que nada ha visto. Cuando le amenacen para que calle, ella continuará diciendo siempre que ha sido verdad la aparición. Será testigo de la verdad, sin conocer un instante de vacilación, ni un desfallecimiento.

El párroco ha pedido una señal del cielo: quisiera que floreciese el rosal que está junto a la gruta. La aparición no ha querido que fuese así. Pero se va a producir un acontecimiento con el que nadie contaba. A lo largo de una aparición extraña, que decepciona al público, mientras Bernardita prueba unas hierbas no comestibles y araña la tierra, ésta se abre bajo sus dedos y brota una fuente. El público se marcha decepcionado. Hay críticas. Más de uno siente vacilar sus anteriores convicciones, favorables a la aparición. Y, sin embargo, aquel jueves, 25 de febrero, será decisivo en la historia de Lourdes. La fuente continuará brotando, para no secarse ya jamás. Muy pronto ese agua comienza a ser instrumento de maravillosas curaciones. Y el rumor de esas curaciones empezará a atraer las muchedumbres a Lourdes, que tampoco faltarán ya jamás.

La aparición ha dado a la niña un encargo concreto: decir al clero que han de edificar una capilla, y que se ha de ir allí en procesión. El cura de Lourdes se ha mostrado severo. No puede creer en semejante encargo, sin más ni más. Por otra parte, la aparición no ha dicho todavía su nombre. Es lo menos que puede exigírsele.

Y un día, el de la Anunciación, lo dice: «Yo soy la Inmaculada Concepción». La niña no sabe lo que significa aquello. Es más, las primeras veces que cuenta lo que ha ocurrido, pronuncia mal la palabra «Concepción», hasta que las hermanas del hospicio de Lourdes la corrigen y la enseñan a decirlo bien. No importa. Esta misma ignorancia suya será una de las pruebas de que no se trata de nada que haya sido fingido. Ahora ya se sabe quién se aparece: la Santísima Virgen, a quien poco tiempo antes el Papa ha declarado solemnemente libre del pecado original desde el mismo instante de su concepción.


El 7 de abril, doce días después de la Anunciación, tiene lugar la decimoséptima aparición, y el 16 de julio, fiesta de la Virgen del Carmen, la decimoctava. Bernardita no volverá a ver a la Santísima Virgen mientras esté en la tierra. El demonio no podía contemplar lo que estaba sucediendo sin intentar algo por desacreditarlo. Ya en una de las primeras apariciones, exactamente en la cuarta, unos diabólicos aullidos fueron apagados instantáneamente por una mirada severa de la Santísima Virgen. Era sólo el comienzo. Poco tiempo después, una epidemia de visionarios se produce en la pequeña ciudad pirenáica. Ahora son unas mujeres que dicen haber visto extrañas apariciones; luego unos niños momentáneamente delirantes y posesos; más tarde extravagantes hombres, que aparecen como portadores de extraños mensajes, y tienen que ser retirados por alucinados. Es cierto que nunca tan sacrílegas mascaradas llegan a poder utilizar la misma gruta. Pero sus alrededores son manchados con esta clase de manifestaciones. Es notable: el contraste con la serena majestad, con la humildad y dulzura de Bernardita es tal, que puede decirse que esta clase de manifestaciones, lejos de servir para oscurecer su gloria, sirvió, por contraste, para enaltecerla más y más. La diferencia entre la única vidente verdadera y las burdas falsificaciones diabólicas, apareció siempre manifiesta y clara.

No iba a ser fácil la realización de lo que la Virgen había pedido. Durante no poco tiempo la gruta misma iba a estar cerrada, y el acceso a la misma prohibido. Se conserva todavía el cuaderno en el que el guarda jurado fue apuntando, con pintoresca ortografía, los nombres de los contraventores. Un día fue la señora del almirante Bruat, aya de los hijos del emperador. El mismo día, Luis Veuillot, el temible polemista. Estas visitas producen una cierta emoción en la ciudad. Hasta que, por orden del emperador Napoleón III, desaparecen las barreras y se decreta de nuevo que el acceso a la gruta es enteramente libre. Fue un día de inmensa alegría en Lourdes.


Pero ¿hasta qué punto se podía hablar de apariciones verdaderas? El obispo de Tarbes había mantenido hasta entonces una actitud sumamente prudente. Casi al mismo tiempo que se decretaba la libertad para ir a la gruta, monseñor Laurence daba, por su parte, otro decreto constituyendo una comisión de información sobre los hechos ocurridos en Massabielle. Y la comisión comenzaba inmediatamente, de manera concienzuda, sus informaciones. Estas habrían de tardar más de dos años. Por fin, entregaba sus conclusiones al señor obispo. Este quiso presidir personalmente la sesión final, que tuvo lugar en la sacristía de Lourdes.

La asamblea era impresionante. En torno al señor obispo, todas las personalidades que formaban parte de la comisión. En medio, Bernardita, tocada con su capuchón, calzada con zuecos, hablaba con absoluta sencillez, pero con una autoridad sorprendente. Sobre todo, como siempre solía ocurrir, cuando llegó el momento en que reprodujo el gesto de la Virgen, juntó sus manos, alzó su mirada y dijo: «Yo soy la Inmaculada Concepción», y pareció envuelta de una gracia tan celestial, que un escalofrío circuló por toda la reunión. El anciano obispo sintió cómo se le humedecían las mejillas, y dos gruesas lágrimas resbalaron por su rostro. Apenas salió la niña, exclamó movido por la emoción: «¿Han visto ustedes esta niña?»

Sólo faltaba proclamar la verdad. El sábado 18 de enero de 1862 el obispo firmaba la «Carta pastoral con el juicio sobre la aparición que tuvo lugar en la gruta de Lourdes». Después de haber expuesto los antecedentes, declaraba con toda solemnidad: ‘Juzgamos que la Inmaculada Virgen María, Madre de Dios, se apareció realmente a Bernardetta Soubirous el 11 de febrero de 1858 y días siguientes, en número de dieciocho veces, en la gruta de Massabielle, cerca de la ciudad de Lourdes; que tal aparición contiene todas las características de la verdad y que los fieles pueden creerla por cierto… Para conformarnos con la voluntad de la Santísima Virgen, repetidas veces manifestada en su aparición, nos proponemos levantar un santuario en los terrenos de la gruta».


Las dificultades no iban a ser, sin embargo, pequeñas. Unas veces nacerían del criterio restrictivo del ministerio de cultos, que había de dar su autorización para el nuevo santuario. Otras serían minúsculas cuestiones locales, como un pleito que hoy se nos antoja ridículo, entre el cabildo de Tarbes y la prefectura a propósito de la construcción de unos almacenes y unas cuadras en terreno de ésta, otras veces se mezclarían miras puramente humanas en lo que debiera ser única y exclusivamente sobrenatural. No importa: pese a tantas dificultades, el santuario de Lourdes habría de ser un hecho, y rápidamente, Massabielle cambiaría de fisonomía: ya el 22 de enero de 1862 escribía el párroco al señor obispo que Ia nivelación del terreno le da un aspecto grandioso». El arquitecto diocesano concibió un proyecto atrevido, que en un principio se creyó irrealizable: dar por corona gigantesca a la roca de la aparición un edificio que armonizase con el círculo de las graciosas colinas y cuya flecha ostentaría la cruz a una altura de cien metros sobre el nivel del Gave. De esta forma la gruta continuaría de la misma manera que cuando la consagraron las visiones de Bernardetta, abierta siempre sobre el río y su murmullo, bajo el cielo azul y las estrellas. No a todos gustó este proyecto, y se conserva la airada carta de un cura español al obispo de Tarbes, amenazándole con toda suerte de castigos del cielo si se llegaba a realizar. Pero a pesar de todo fue el que se llevó a cabo, y hoy los peregrinos agradecen tan feliz idea.

El 14 de octubre de 1862 se dio el primer golpe de pico para poner los cimientos de la futura capilla. Entre los sesenta obreros que trabajaban, se contaba Francisco Soubirous, padre de Bernardita, orgulloso de cooperar, desde puesto tan humilde, a tan grandiosa obra. El 4 de abril de 1864 se colocaba la estatua que todos los peregrinos conocen, en la gruta. Rápidamente Lourdes fue tomando el aspecto que hoy presenta. El 19 de mayo de 1866, vigilia de Pentecostés, quedaba consagrada la cripta, que había de ser el cimiento de la futura capilla. Su inauguración quedó señalada para dos días después, lunes de Pentecostés, en presencia de una inmensa multitud. Todavía pudo asistir a ella Bernardita. Pero le costaba reconocer el terreno. Estaba todo muy cambiado.


En 1873 se inician las grandes peregrinaciones francesas. En 1876 es solemnemente consagrada la basílica y coronada la estatua de la Virgen. Los veinticinco años de las apariciones se celebran con afluencia de una inmensa multitud, y colocando la primera piedra de la iglesia del Rosario, para suplir la insuficiencia, de la primitiva basílica. Seis años más tarde era inaugurada esta iglesia, que fue solemnemente consagrada en 1901. Todavía con la marcha del tiempo habría de resultar insuficiente, y el 25 de marzo de 1958, el cardenal Roncalli, futuro papa Juan XXIII, consagraba una nueva y más inmensa basílica subterránea, dedicada a San Pío X.

No ha faltado el sello oficial de la Iglesia. En 1869, Pío IX, por un breve de 4 de septiembre, proclamaba la luminosa evidencia de los hechos. León XIII autorizó un oficio especial y una misa en memoria de la aparición, que San Pío X, su sucesor, extendió por decreto de 13 de noviembre de 1907 a la Iglesia universal. Todos los Romanos Pontífices han rivalizado en dar muestras de benevolencia a este santuario mariano, Es digna de destacarse la preciosa encíclica Le pélerinage, de Pío XII, con motivo del grandioso centenario de las apariciones. Con tales testimonios de la Iglesia, el fiel cristiano puede invocar con seguridad a la Virgen de Lourdes y descansar tranquilo en su maternal regazo.

lunes, 10 de febrero de 2025

La ultraizquierda usa el Ministerio de Sanidad para promover una ideología anticientífica


La llegada de la extrema izquierda al poder en España de la mano de Pedro Sánchez está dando lugar a episodios puramente grotescos.



Un Ministerio de Sanidad que niega diferencias genéticas entre sexos

Ayer, el Ministerio de Sanidad, en manos de Mónica García -de la coalición comunista Sumar encabezada por Yolanda Díaz-, publicó un escandaloso mensaje en su canal oficial de Twitter que ha recibido multitud de críticas. El mensaje afirma lo siguiente: 
"Los hombres viven menos, se suicidan más y consumen más drogas. No es la genética: es una masculinidad que empuja a asumir riesgos y ridiculiza la vulnerabilidad".
Enlaza un artículo que no cita ni un solo estudio científico que lo respalde

El mensaje enlaza un artículo en un medio de ultraizquierda firmado por el secretario de Estado de Sanidad, que también es miembro de la citada coalición. El artículo en cuestión no cita ni un solo estudio científico: es un panfleto ideológico, pero eso sí, trata sus tesis ideológicas como algo indiscutible y que convierte en "negacionista" al que se atreva a contradecir a su autor, que dice cosas como ésta:
"La masculinidad no tiene por qué ser un determinante de enfermedad, y esto es algo que hay que resaltar. No hay nada genético ni prepolítico en que los hombres muramos antes, muramos más de forma violenta (a manos de otros hombres, por lo general) o adoptemos conductas más nocivas para nuestra salud".
Promoviendo una ideología anticientífica desde el Ministerio de Sanidad

Lo que el Ministerio de Sanidad ha difundido con ese mensaje no es ciencia: es ideología. Ideología de género, para más señas, un compendio de tesis ideológicas promovidas por la extrema izquierda desde hace décadas. Una de las tesis de esa ideología es que las diferencias entre sexos no tienen ninguna base biológica, sino que son el fruto de una construcción social. Básicamente, la ideología de género pretendía hacer con las diferencias sexuales lo mismo que el marxismo con las clases sociales: suprimirlas sin más.

Por mucho que la extrema izquierda intente presentarla como una verdad absoluta e incuestionable, la ideología de género carece de base científica y algunas de sus tesis son radicalmente anticientíficas, ya que contradicen hechos demostrados por la ciencia, como la prevalencia de ciertas enfermedades entre los varones por motivos biológicos, y no sólo por motivos exclusivamente sociales y culturales.

La prevalencia de ciertas enfermedades en función del sexo

No está de más recordar que el cáncer de próstata es el tipo de cáncer más frecuente entre los hombres en España (un 23% de los casos, según datos oficiales del Ministerio de Sanidad relativos a 2023), y es una enfermedad exclusiva de los varones, al igual que la prostatitis y la orquitis. Por otra parte, debemos tener en cuenta que los hombres asumen empleos que requieren más fuerza física y más riesgo de muerte, y no es por motivos exclusivamente sociales y culturales, sino también biológicos, ya que de media los hombres tienen más tamaño corporal, más masa muscular y más fuerza que las mujeres.

Según los citados datos oficiales del Ministerio de Sanidad, en 2023 se detectaron 149.509 nuevos casos de cáncer entre hombres y 110.946 entre mujeres. Hay diferencias entre ambos sexos. Por ejemplo, el cáncer de pulmón afecta a un 14% de esos pacientes masculinos y sólo a un 7% de esas mujeres con cáncer. El cáncer colorrectal también tiene una mayor incidencia entre los hombres (17%) que entre las mujeres (14%).

Esos datos oficiales también señalan que el sobrepeso es mayor entre los hombres (61 %) que entre las mujeres (46 %), un problema en el que los hábitos alimenticios y las costumbres sociales tienen una notable influencia, pero en el que también influyen diferencias genéticas entre hombres y mujeres. Este exceso de peso aumenta el riesgo de enfermedades como la diabetes, la hipertensión, el cáncer y otras dolencias cardiovasculares. En 2019, una investigación del Hospital del Mar de Barcelona, revisando medio centenar de estudios epidemiológicos sobre la prevalencia del exceso de peso, pronosticó que en 2030 un 80% de los hombres y el 55% de las mujeres tendrán sobrepeso u obesidad. Uno de los autores de la investigación señaló:
"En los hombres, el exceso de peso es más corriente hasta los 50 años. Después, a partir de los 50, aumenta más la obesidad entre las mujeres. Son cuestiones intrínsecas relacionadas con el metabolismo hormonal. A partir de cierta edad, a las mujeres les cuesta más controlar su peso".
Una izquierda que reemplaza la ciencia por su pensamiento mágico

Es pasmoso que en España tengamos un Ministerio de Sanidad que difunde teorías anticientíficas en su canal de Twitter, presentándolas como hechos incuestionables y llamando "negacionistas" a quienes las contradicen, y sin aportar ni un solo estudio científico que respalde sus afirmaciones. 

Por algo como lo ocurrido ayer debería haber dimisiones inmediatas, pero en España esto no ocurrirá porque tenemos una izquierda que parece empeñada en reemplazar la ciencia por su particular pensamiento mágico.

ELENTIR

Trump y el espinazo de la modernidad



Parece que el presidente Trump nos despierta cada día con alguna nueva iniciativa, cada una más sorprendente que la anterior, desde la eliminación de organismos de subsidios turbios y la deportación de inmigrantes ilegales a la creación de un departamento de eficiencia gubernamental (un oxímoron donde los haya) o la marcha atrás en temas de transexualidad. Sus iniciativas y planes, además, no se limitan al interior de los Estados Unidos, sino que afectan a lugares tan dispares como Groenlandia, Gaza, Canadá, México o Panamá.

Sus enemigos políticos no esperaban esta vorágine de medidas y la nueva situación les ha pillado con el pie cambiado. Lo que más me interesa a mí, sin embargo, es la reacción de los católicos. Algunos están (con cierta razón) encantados con Trump y consideran desleal o desagradecido oponerle cualquier crítica. Otros (también con cierta razón) se empeñan en señalar que, en muchas cosas, las políticas de Trump y su conducta personal se apartan considerablemente de la moral católica, por lo que cualquier católico debe condenar públicamente al personaje.

A pesar de tener ambos su parte de razón, como ya he dicho, creo que ni unos ni otros aciertan en el diagnóstico general. Y tampoco lo hacen los que piensan que la verdad está en el término medio. Lo cierto es que la importancia de Trump no está en sus políticas concretas, algunas de las cuales son estupendas y otras absurdas o inmorales. Es necesario ir más allá. Lo importante de Trump es que es una señal, un signo de victoria que, de un solo golpe, ha roto el espinazo de la modernidad.

Me explico. La esencia de la modernidad, su ideología fundamental o, mejor dicho, su religión oficial es el progresismo. Se trata de una religión implícita e inconsciente para la gran mayoría de sus adeptos, pero no por eso menos real. Esa es la razón por la que izquierdas y derechas, conservadores o progresistas, ecologistas o nacionalistas, a la postre coinciden en promover o al menos conservar siempre el progresismo. Sus diferencias son meramente de detalle, envoltorios distintos para atraer a los diversos grupos o velocidades diferentes en una misma y única dirección.

El progresismo, a su vez, tiene un único dogma fundamental, que es el progreso continuo: lo nuevo siempre es mejor que lo viejo, hoy siempre es mejor que ayer, los hijos siempre saben más que los padres y los nietos más que los hijos. Eso es lo determinante y no los detalles. En concreto y en cada momento, lo “progresista” puede ser cualquier cosa e incluso lo contrario que lo progresista de ayer, porque lo que importa no es la cosa en sí, sino el mero hecho de ser lo nuevo, de ser un progreso, de diferenciarse del pasado.

La modernidad considera que, por su propia naturaleza, ese progreso es imparable e irreversible. A fin de cuentas, ¿quién querría retroceder, involucionar y volver al pasado, que es la suma de todos los males? Solo un loco o un malvado y esas son las categorías en las que se encuadra a cualquiera que rechace el último progreso inventado hace tres días. Los locos y los malvados enemigos del progreso deben ser, y generalmente son, acallados y marginados de la sociedad, de las instituciones y de todos los grupos sociales (incluidos los religiosos) implacablemente.

La mejor muestra de lo debilitado moral e intelectualmente que está Occidente es que durante décadas y décadas ha soportado este despropósito irracional y evidentemente manejado (o al menos aprovechado) por élites sin escrúpulos. Lo mismo, pero de forma más sangrante aún, se puede decir de una gran parte de los católicos, incluida la jerarquía, que se han rendido con armas y bagajes a la religión anticatólica del nuevo imperio mundial y le ofrecen alegremente incienso en toda ocasión. Como la clase política, unánimemente progresista, se ha asegurado además de debilitar también la familia, que era el otro ámbito de resistencia que quedaba, el dominio de la modernidad y su religión oficial ha sido casi absoluto durante toda mi vida.

En los últimos cincuenta o sesenta años no ha habido verdadera resistencia contra el progresismo, porque prácticamente el mundo entero se ha rendido o se ha pasado con entusiasmo al bando progresista vencedor. Inesperadamente, sin embargo, el más insólito campeón se ha presentado a hacer batalla: un setentón amigo del dinero, de moralidad dudosa, muy dado a las fanfarronadas y, además, con un historial político reducido y bastante decepcionante. En su contra, la práctica totalidad de la clase política mundial, la práctica totalidad de los medios de comunicación y, en apariencia, la práctica totalidad de la población de Occidente.

Más inesperadamente aún, el campeón setentón ha vencido arrolladoramente y, en vez de desaprovechar su victoria como hizo la vez anterior, la ha emprendido a mandoble limpio contra el edificio progresista en su país como si no hubiera mañana. Diversos “progresos” que parecían intocables y nadie se atrevía a cuestionar seriamente, sobre diversidad, transexualidad, multiculturalidad, fronteras abiertas y otros, han sido borrados de la faz de la tierra con una simple firma. Esto es un golpe terrible no tanto por su materialidad, porque las conquistas progresistas son legión y su eliminación requerirá décadas o siglos, sino por su carácter de signo visible: el progresismo, lejos de ser irreversible, se derrumba a poco que se le haga frente. Es posible y conveniente volver atrás en muchas cosas, en las que el camino tomado era claramente erróneo. El rey estaba desnudo, el gigante tenía los pies de barro y su aura de invencibilidad ha desaparecido, porque un estrafalario político norteamericano ha bailado sobre sus ruinas. El espinazo de la modernidad se ha roto.

En efecto, las fuerzas progresistas, al menos por el momento, parecen estar en desbandada y, para mayor humillación, se ha demostrado que su poder necesitaba apoyarse en una tupida trama de subvenciones ocultas. Sin ellas no tienen ninguna fuerza. Sin la percepción de que es invencible y cuando se corta el caudal interminable de dinero, el progresismo se disipa como un mal sueño. Los reyes, los ejércitos van huyendo, van huyendo; las mujeres reparten el botín.

Algo parecido han conseguido otros campeones menores, como Miléi, Bukele, en menor medida Orban y alguno más, cada uno a su estilo. La mayoría de ellos con grandes defectos personales o en cuanto a sus políticas concretas. De hecho, al igual que Trump, todos están más o menos infectados de progresismo, porque apenas hay nadie hoy que no lo esté. Por eso no hay nada de extraño en que muchas de sus políticas sean erradas, disparatadas o inmorales. ¿Cómo no van a serlo, si también ellos son progresistas? Pero lo importante es que, ellos también, han mostrado en sus países que el progresismo ateo, relativista, inmoral y anticatólico no es irreversible. No lo es y ese pequeño triunfo basta para cambiarlo todo.

Aunque sea doloroso, hay que señalar que, debido a la postración actual de la Iglesia, ninguno de esos campeones es católico. Hoy estamos humillados por toda la tierra a causa de nuestros pecados. Por eso el campeón de la lucha contra el progresismo no ha podido ser un San Luis, un Carlomagno y ni siquiera un Constantino, porque de haberlo sido se habría tenido que enfrentar con toda probabilidad a la misma jerarquía católica. Tampoco ha podido serlo un gran teólogo, un San Agustín o un Santo Tomás. Porque nos lo merecemos, Dios nos ha dado la humillación de que los vencedores hayan sido otros, cuando era a la Iglesia a la que le tocaba por vocación liderar la lucha contra la hidra progresista y anticatólica. Como consuelo podemos fijarnos en que varios de los colaboradores cercanos de esos líderes son católicos, pero en conjunto, hay que reconocerlo, el catolicismo no ha estado a la altura.

En cualquier caso, el colmo de lo inesperado es que gran parte de la población norteamericana parece estar encantada con lo que está haciendo Trump, al igual que sucede, mutatis mutandis, en El Salvador, Argentina, Hungría et al. Y también en la población de otros países que mira a estos con apenas disimulada envidia. La reacción más frecuente ha sido el alivio: ya no hay que fingir que uno cree cien cosas imposibles y absurdas antes del desayuno, que los hombres son mujeres y las mujeres hombres, que la emergencia climática acabará con todos nosotros a pesar de que las predicciones al respecto no se cumplen nunca, que los delincuentes son honrados y los hombres honrados son el problema, que todo lo antiguo fue malo y todo lo nuevo es bueno por el hecho de ser nuevo, y un larguísimo etcétera. Lejos de ser algo inevitable e irrefutable, la cosmovisión progresista es claramente absurda y contradictoria y solo se puede mantener en el cerebro a base de una vigilancia política, legal, mediática y moral constante. Cuando la vigilancia cesa, los hombres normales rechazan ese absurdo.

Todo esto, sin embargo, no es la victoria, sino más bien un punto de inflexión en la batalla. Ni Trump ni sus versiones en otros países son en ningún sentido soluciones permanentes ni la victoria final puede venir de meras políticas humanas. Lo que se ha producido es, simplemente, un toque de trompeta esperanzador, que nos anuncia que no hace falta seguir huyendo, que la bestia no es invencible, que la victoria es posible y, para nosotros los católicos, que la fe y la moral de la Iglesia no son una carga obsoleta y oscurantista de la que convenga desembarazarse. Nada más y nada menos que eso.

Queda saber cómo vamos a reaccionar más allá del alivio inicial. El progresismo parece estar en desbandada, pero no sabemos si esta situación durará. ¿Retomaremos la iniciativa que hace tanto tiempo que habíamos perdido? ¿Aprovecharemos la victoria del insólito campeón norteamericano y sus no menos insólitos adláteres de otros países? ¿Osaremos dar el golpe de gracia a la bestia herida y, al menos por el momento, paralizada? ¿O seremos lo suficientemente estúpidos como para desaprovechar la ocasión, dejando que el progresismo se convierta de nuevo en el amo de Occidente? Hemos probado la libertad, ¿volveremos a la esclavitud de una ideología inhumana e irracional? Ante todo, ¿sabrá la Iglesia recuperar convicción de que solo Cristo tiene palabras de vida eterna y de que sus palabras no pasarán? El tiempo lo dirá.

Bruno Moreno

El Manifiesto de la Plataforma 2025 leído por los adheridos





Un Manifiesto para la Historia. 
Un Manifiesto que está haciendo historia. 
Un Manifiesto que es verdad histórica.


(Duración 10 Min.)

Los medios de comunicación ocultan el “poderoso testimonio” de personas afectadas por las vacunas contra la COVID



Información importante que surge de la investigación en curso sobre el Covid-19 en el Reino Unido está “pasando desapercibida” en la cobertura mediática

Campbell reprodujo fragmentos del testimonio de Kate Scott, que representa a la organización Covid Vaccine Injured & Bereaved (VIBUK) del Reino Unido. El marido de Kate, Jamie, sufrió una lesión cerebral traumática y quedó gravemente discapacitado por la vacuna de AstraZeneca . El testimonio de Kate es parte del cuarto módulo de la investigación, que investiga cuestiones relacionadas con las vacunas y terapias contra el COVID-19 .

Jamie era un deportista, un ejecutivo de alto nivel y un esposo y padre activo de dos niños hasta que casi murió después de sufrir una trombosis inmunitaria y trombocitopenia inducidas por la vacuna . Estuvo en coma durante cuatro semanas y cinco días.

Jamie sobrevivió, explicó Kate, pero su vida nunca será la misma. Su lesión cerebral traumática afecta sus procesos de pensamiento y sus emociones. Está parcialmente ciego y nunca podrá volver a trabajar, vivir de forma independiente ni cuidar de sus hijos.

Kate dijo que ella y su grupo estaban testificando para llamar la atención sobre el hecho de que muchas personas resultaron heridas por la vacuna, para eliminar el estigma de las lesiones por vacunas y para obligar al gobierno y a las compañías farmacéuticas «a analizar nuevamente cómo abordar el hecho inconveniente de las lesiones por vacunas y el duelo y las vidas que ha destrozado».

Dijo que los primeros efectos secundarios graves de la vacuna de AstraZeneca “deberían haber hecho sonar la alarma a la MHRA ( Agencia Reguladora de Medicamentos y Productos Sanitarios ) y al gobierno del Reino Unido de que había un problema grave. Sin embargo, no se tomó ninguna medida”.

Presentó datos que VIBUK obtuvo a través de una solicitud de ley de libertad de información que muestran que al 30 de noviembre de 2024, 17.519 víctimas de lesiones por vacunas han presentado reclamos al plan de Pago por Daños por Vacunas del gobierno . De ellas, dijo, sólo 194 víctimas han sido notificadas de que tienen derecho a recibir un pago y sólo 55 han recibido algún pago. El pago máximo permitido es de 120.000 libras (unos 150.000 dólares).

Kate también reveló que las personas no son consideradas elegibles para recibir compensación si se les considera que tienen una discapacidad de menos del 60% y que muchas personas reciben diagnósticos de que tienen una discapacidad del 59%. “Un porcentaje de incapacidad también es algo ofensivo”, dijo. “Independientemente de si es del 10% o del 59% o, Jamie, muy por encima del 60%, o si está muerto (supongo que eso es una incapacidad del 100%) no hay compensación si la persona cae por debajo de ese [60%]”.

“La consecuencia de que te digan ‘lo siento, solo tienes un 55% de discapacidad’ es terrible, es devastador y luego no hay nada para ti, nadie que te ayude”. Al comentar su testimonio, Campbell preguntó: “¿Cómo puede un médico determinar que alguien tiene una discapacidad de solo el 59 %? ¿Por qué no del 58 %? ¿Por qué no del 61 %? ¿Cómo puede tener una discapacidad del 59 %? No lo entiendo. Simplemente no lo entiendo”.

Kate agregó: “Las estadísticas son interesantes, ¿no? Dentro de nuestro grupo, para el 100% de las personas que lo formaban, [la vacuna] no era ‘segura ni eficaz’”.

El grupo recomendó que las compañías farmacéuticas no financien a las agencias gubernamentales que las regulan. También dijeron que el programa Yellow Card (que es el sistema de notificación de eventos adversos del Reino Unido para medicamentos, vacunas, dispositivos médicos y otros productos) debería ser obligatorio en lugar de voluntario. Kate también dijo que el gobierno debería hacer un seguimiento cuando la gente presenta tarjetas amarillas. Muchas personas de su grupo habían presentado tarjetas amarillas, pero nadie se había puesto en contacto con ellas para investigar.

“Somos importantes”, afirmó. “Somos parte de esta historia de pandemia”.

Campbell se preguntó: “¿Por qué tantas cosas sólo salen a la luz gracias a solicitudes de libertad de información?”. Dijo que es una lástima que los medios no se hagan eco de estas historias. “Testimonios contundentes, pero que, por desgracia, no han recibido la debida cobertura”, dijo.

La dimisión de Sánchez no es suficiente: debe rendir cuentas ante la Justicia



Una vez más, y como ha ocurrido en múltiples ocasiones, Pedro Sánchez ha sido recibido con abucheos y gritos de ‘¡Fuera, fuera!’. Esta vez, la escena se repitió en la gala de los Premios Goya 2025, donde el presidente del Gobierno no pudo esquivar el rechazo de la ciudadanía y donde, además, le han pedido a gritos la dimisión. El descontento con su gestión ha calado hondo en un pueblo que ya no disimula su hastío y exige su dimisión.

Lo sucedido en los Goya no es un hecho aislado, sino el reflejo de una realidad incontestable: el pueblo español no quiere a Sánchez. Quiere su dimisión ya. Cada aparición pública del presidente se convierte en un bochorno nacional, con abucheos que se escuchan cada vez con mayor fuerza. Y es que no se trata de una simple erosión por el paso del tiempo en el poder, sino del hartazgo de los ciudadanos ante un Gobierno corrupto, que ha pisoteado sus derechos y traicionado a la nación. Pero la dimisión de Sánchez no es suficiente. Sánchez necesita rendir cuentas ante la justicia.

Sánchez no solo se aferra al poder a costa del bienestar de los españoles, sino que también ha convertido la Moncloa en un nido de corrupción. Su propio entorno familiar está salpicado por numerosos escándalos; desde su esposa Begoña Gómez hasta su hermano David están imputados por corrupción y tráfico de influencias hasta sus amigos socialistas. Pero el problema va mucho más allá: cada vez hay más evidencias que la corrupción se acerca al propio Sánchez y le salpicará a corto plazo.

El presidente no solo ha permitido la corrupción, sino que ha traicionado a España de manera reiterada. La aprobación de la ley de amnistía para los golpistas del ‘procés’ no solo fue un acto de claudicación, sino un peligroso precedente que legitima la ruptura de España. Su política de concesiones a los separatistas es una claudicación vergonzosa que ha puesto en jaque la unidad del país y a costa de la soberanía nacional.

Por si fuera poco, su relación con Marruecos es otro ejemplo de su sumisión a Mohamed VI. Su cambio de postura sobre el Sáhara Occidental, en contra de la tradición diplomática española y de los intereses nacionales, así como acciones posteriores promarroquíes ya no generan dudas sobre a quien sirve. Por otra parte, el intento de anexión de Ceuta y Melilla por Marruecos y la debilidad demostrada por Sánchez frente a Mohamed VI es clara, y evidencian que Sánchez está actuando en beneficio de intereses extranjeros.

El problema de Pedro Sánchez no se soluciona con una simple dimisión. No es un presidente que esté terminando su ciclo natural, y que el deterioro popular sea fruto de un desgaste, sino que es un dirigente que ha dejado un rastro de escándalos, de traiciones a España y destrucción que debe ser juzgado. Su salida no puede ser un retiro dorado mientras deja el país en ruinas. Debe rendir cuentas ante la Justicia.

¿Su probable sucesor, Alberto Núñez Feijóo, será la solución? Ni mucho menos, todo indica que será poco más que un recambio cosmético. El PP ha demostrado en demasiadas ocasiones su tibieza, su falta de valentía para revertir los desmanes del socialismo, así como seguir, al igual que el PSOE, las directrices globalistas. Pero el enjuiciamiento de Sánchez servirá, al menos, de aviso de navegantes para el próximo presidente de gobierno.