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viernes, 13 de junio de 2014

La vía de los hechos: No se habla del gran Enemigo: el Diablo (14 de 17)

NOTA: El índice de las 17 entradas sobre "La vía de los hechos" se ha introducido cuatro años después. Puede accederse a él, directamente, pinchando aquí.


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Acerca de la segunda venida del Señor no se puede afirmar nada, con seguridad, ni en un sentido ni en otro. Sin embargo, es un hecho que hoy se están cumpliendo bastantes de las profecías que describen ese final, una de las cuales fue profetizada por san Pablo, cuando dijo que antes del fin "ha de venir la apostasía y se ha de manifestar el hombre de iniquidad, el hijo de la perdición, que se opone y se alza sobre todo lo que se dice Dios o es adorado, hasta llegar a sentarse en el templo de Dios, manifestando que él es Dios" (2 Tes 2, 3-4). ¿Y acaso no se respira hoy, a nivel mundial, ese ambiente de apostasía universal?

Hay muchas otras señales sobre el final que son indicativas de que el Señor está ya a la puerta, aunque ninguna es definitiva, entre otras cosas porque "el día del Señor llegará como un ladrón" (2 Pet 3,10). Y, además, como dijo el mismo Jesús: "A la hora que menos penséis vendrá el Hijo del Hombre" (Mt 24,44). No obstante, hoy se dan muchas de las señales predichas por Él: "Todas las gentes os odiarán a causa de mi Nombre" (Mt 24,9). "Surgirán muchos falsos profetas y seducirán a muchos. Y, al desbordarse la iniquidad, se enfriará la caridad de muchos" (Mt 24, 11-12), etc... Hay muchísimos textos evangélicos que hablan sobre el fin del mundo; y no vamos aquí a citarlos todos. Además, ése no es nuestro tema específico.


Pero estemos o no cercanos a ese fin, el consejo del Señor es que debemos estar preparados en todo momento, mediante la oración; y que debemos perseverar hasta el fin, con la confianza puesta completamente en Él, sin temor a nada:
 "Cuando comiencen a suceder estas cosas, erguíos y levantad la cabeza, porque se aproxima vuestra Redención" (Lc 21,28) ...es señal de que "está cerca el Reino de Dios(Lc 21,31). Por lo tanto: "Vigilaos a vosotros mismos, para que vuestros corazones no estén ofuscados por la crápula, la embriaguez y los afanes de esta vida, y aquel día no sobrevenga de improviso sobre vosotros" (Lc 21,34).  "Con vuestra perseverancia salvaréis vuestras almas" (Lc 21, 19).


No vamos a explayarnos aquí sobre este tema del fin de los tiempos; pero es bueno caer en la cuenta de que, efectivamente, hoy se está perdiendo la fe 
a marchas forzadas, en todo lo concerniente a lo sobrenatural . Y no puedo evitar que me vengan a la mente las siguientes palabras de Jesús: "Cuando venga el Hijo del Hombre, ¿encontrará fe sobre la tierra?"  (Lc 18,8). Curiosamente, según algunos, estamos viviendo lo que ha dado en llamarse "primavera eclesial". Es la postura del avestruz. Se trata ciertamente de una gran mentira, muy meditada, que tiene la virtud, como toda mentira bien planeada, de engañar y de convencer a mucha gente; aunque sólo serán engañados aquellos que han optado por la mentira, por desgracia, es cada día mayor el número de los incrédulos. No por taparse los ojos la realidad desaparece. 


Todo lo dicho me hace pensar de nuevo en san Pablo, cuando advertía a los corintios: "Mucho me temo que, al igual que la serpiente  engañó a Eva con su astucia, corrompa también vuestras mentes apartándolas de la sinceridad y pureza hacia Cristo" (2 Cor 11,3).  "Pues si alguno viniera -continúa diciendo- y os anunciara un Jesús distinto del que os hemos predicado, o recibierais un espíritu distinto del que habéis recibido, o un Evangelio distinto del que habéis abrazado,  lo soportaríais de buena gana" (2 Cor 11,4). Y es que san Pablo predicaba "a Cristo crucificado, escándalo para los judíos y locura para los gentiles" (1 Cor 1,23)

Pero no hay otro Evangelio: "Si alguno os anuncia un evangelio diferente del que habéis recibido, ¡sea anatema!" (Gal 1,9). ¿Cómo es posible que, una vez recibida la buena noticia del Evangelio, por parte de Jesús mismo, de sus apóstoles, de los Santos Padres y de la sana Tradición de la Iglesia, actuemos como aquellos que no conocen dicho mensaje? ¿Pensamos que saldremos impunes viviendo como si Jesucristo no hubiera venido a este mundo y nos hubiera manifestado, en Sí mismo, al único Dios verdadero? Sí, claro que podemos pensarlo, pero no es eso lo que leemos en la Sagrada Biblia; o sea, no es ésa la palabra de Dios: "Si no hubiera venido y les hubiera hablado -decía Jesús-, no tendrían pecado. Pero ahora no tienen excusa de su pecado  (Jn 15, 22).¿Pensamos que todo da igual? ¿Pensamos que todos nos vamos a salvar por aquello de que Dios es bueno? Pues san Pablo, o sea, el Espíritu Santo, no opina del mismo modo:  "Todos debemos comparecer ante el tribunal de Cristo, para que cada uno reciba conforme a lo bueno o malo que hizo durante su vida mortal " (2 Cor 5,10). 





Lo que hoy está ocurriendo en la Iglesia es imposible de explicar con argumentos puramente humanos. Se está llevando a cabo una destrucción de la Iglesia, en el seno de la misma Iglesia... y todo porque se ha perdido la fe, que es la única que vence al mundo, en palabras de Jesús: "Todo reino dividido contra sí mismo será desolado, y toda ciudad o casa dividida contra sí misma no subsistirá" (Mt 12,25). ¿Tan olvidado tenemos ya el Evangelio? Pues debemos recordar (o aprender, si no lo sabíamos) que "nuestra lucha no es contra la carne o la sangre, sino contra los principados, las potestades, las dominaciones de este mundo de tinieblas, y contra los espíritus malignos que están en los aires" (Ef 6,12).  

Ciertamente la Iglesia tiene -y ha tenido- muchos enemigos a lo largo de su Historia, y gran parte de ellos han surgido de su propio seno, dando lugar a los cismas y a las herejías. En la actualidad estos enemigos son muchos; de modo que, 
aunque no únicamente, pero sí abiertamente se encuentran los socialistas, los comunistas y (muy, muy escondidos) los masones. [Por cierto, hay muchas personas que piensan tranquilamente que se puede ser cristiano y ser también socialista; o incluso comunista. Suele ser gente sin preparación y fácil de engañar, que no conoce en realidad estas ideologías como tampoco conoce lo que significa ser cristiano]. Por supuesto que hay muchos más enemigos que los que he dicho. En todos los casos estos enemigos cuentan con un gran poder mediático y económico. Y, sin embargo, el enemigo más temiblesi vamos al fondo del problema que asola la Iglesia, el que está detrás de todos esos movimientos, es el mismísimo Diablocuya gran victoria actual es la de haber conseguido que el mundo no crea en su existenciano se habla de él, como si no existiera; o si se dice algo, suena a irreal o a cuento chino. De este modo puede actuar a sus anchas, sin oposición e incluso con la aquiescencia (¡triste es decirlo!) de muchos jerarcas de la propia Iglesia. ¡ÉSTE ES EL HECHO! (la ocultación de la realidad del Diablo)

Y, sin embargo, el Diablo existe. No lo digo yo. Mis palabras no tienen más relevancia que la que podría tener una simple opinión de cualquier persona. Pero es que esto lo ha dicho Jesús, en infinidad de ocasiones, a lo largo del Evangelio. 
Y sus palabras son palabra de Dios, que no puede engañarse ni engañarnos. Así, por ejemplo, en una determinada ocasión, a algunos judíos de su tiempo, les dijo: "Vosotros tenéis por padre al Diablo y queréis cumplir los deseos de vuestro padre. Él era homicida desde el principio, y no se mantuvo en la verdad, porque en él no hay verdad. Cuando habla la mentira, habla de lo suyo, porque es mentiroso y el padre de la mentira. Sin embargo, a Mí, que digo la verdad, no me creéis" (Jn 8, 44-45) . ¡ÉSTE ES EL DOGMA! (el Diablo existe).


El  Diablo odia la Cruz, porque odia a Dios, que es AmorY la Cruz es la máxima manifestación de amor posible que existe, desde que el Hijo de Dios se hizo hombre y dio su vida por nosotros en un patíbulo para salvarnos; y también para enseñarnos aquello en lo que consiste el verdadero amor: "Nadie tiene amor más grande que el que da la vida por sus amigos" (Jn 15,13). ¡Esto es algo que ni el Diablo ni sus hijos pueden soportar! Y esta idea de la esencia del Amor, que consiste en la entrega de la propia vida y que supone la cruz como testimonio de autenticidad, digo, esta idea, que es esencial al Cristianismo, es silenciada y atacada


Y es por eso que se quiere acabar con la Tradición, que es la que mantiene en la memoria, en la mente y en el corazón de los cristianos, la realidad de la existencia de Jesucristo, como verdadero Dios y verdadero hombre, así como su amor por nosotros hasta dar la vida. Cuando los judíos afirmaban que tenían un solo Padre y que éste era Dios, Jesús les dijo: "Si Dios fuera vuestro Padre, me amaríais; pues Yo salí y vengo de Dios; no he salido de mí mismo, sino que Él me ha enviado. ¿Por qué no entendéis mi lenguaje? Porque no podéis oír mi Palabra" (Jn 8, 42-43). 
(Continuará)

miércoles, 11 de junio de 2014

La vía de los hechos: El rechazo de lo sobrenatural (13 de 17)

NOTA: El índice de las 17 entradas sobre "La vía de los hechos" se ha introducido cuatro años después. Puede accederse a él, directamente, pinchando aquí.


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En lo que se lleva escrito hasta ahora se han tocado diversos temas, que son  inamovibles  desde un punto de vista doctrinal pero, que de hechose están alterando, provocando así una gran confusión en el conjunto de los fieles, al considerar como "normal" aquello que no lo es en absoluto, como es, por ejemplo, el caso del divorcio introducido de facto en la Iglesia, mediante el proceso de nulidades. Cambiando el nombre se intenta modificar una ley divina, lo que no puede ser de ninguna de las maneras.

Pero, sobre todo, está el hecho de que hay verdades fundamentales de la fe cristiana de las que no se habla o incluso de las que se duda abiertamente


- La presencia real de Jesucristo en la Eucaristía (no se trata de un mero recuerdo). 

- El carácter sacrificial de la Santa Misa (que es el mismo y único sacrificio de Cristo en la Cruz, sin repetirse, que se hace realmente presente, de modo incruento).
- La importancia del pecado y la necesidad de conversión haciendo uso del sacramento de la confesión. 
- El sacrilegio que supone comulgar en estado de pecado mortal.
- La negación (o puesta en duda) de la divinidad de Jesucristo y de su resurrección real (con su propio cuerpo glorioso). 
- La negación de la existencia del infierno (el cual o bien no existe o, caso de existir, está vacío)
- La falsa idea de que todos los hombres se salvan (con la venida de Jesucristo al mundo el hombre ya está salvado y no tiene que poner nada de su parte; en contra de lo que se afirma en el Evangelio)
- La mentira que considera que judíos, musulmanes y católicos tienen un Dios común (ciertamente así era antes de la venida de Cristo, pero una vez que Dios se ha manifestado en su Hijo, todo ha cambiado: quien niega al Hijo niega también al Padre)
-El olvido de la misión sobrenatural de la Iglesia y su condición de "extraña" para el mundo 
-La misericordia mal entendida, separada de la verdad (y, además, selectiva: sí para los infieles; no para los fieles)
- La imposición "de hecho" de todo lo contenido en los documentos del Concilio Vaticano II (dicho Concilio es puramente pastoral y, sin embargo, exige una adhesión "dogmática" a "algunos puntos" concretos que parecen estar en contra de lo que se ha dicho en Concilios anteriores, o sea, del sentir de la Iglesia de siempre, lo que no puede ocurrir)

Hoy se hace excesivo hincapié en el "diálogo" interreligioso, el ecumenismo, la libertad religiosa, la idea de colegialidad ... todo ello entendido como si fuera lo mismo tener una religión o tener otra, (cuando la salvación sólo, única y exclusivamente se encuentra en Jesucristo). Es evidente que algo no funciona. Es imposible encontrar una explicación meramente humana acerca de lo que está ocurriendo de facto en la Iglesia, y a lo que ya hemos aludido en los artículos anteriores acerca de la vía de los hechos


Necesitamos acudir de nuevo a la Biblia que, rectamente interpretada, a la luz de la enseñanza Magisterial (que es la del Concilio Vaticano I y anteriores, y también la del Concilio Vaticano II en aquellos puntos en los que no contradice dicho Magisterio). 


Teóricamente debería haber continuidad, pues UNA es la Iglesia, pero la lectura crítica y realista de algunos puntos del Concilio Vaticano II (¿deliberadamente? ambiguos), realizada por personas altamente cualificadas en ese sentido, nos debe hacer cautos y prudentes; no olvidando, básicamente, dos cosas: PRIMERO: Que el Concilio Vaticano II no nace con la pretensión de definir nuevos dogmas, ni tampoco con la intención de obligar a nada nuevo. Los dogmas que hay son los que ya existen; y están definidos perfectamente por los Papas anteriores a dicho Concilio. Su única razón de ser, como así consta, además, por escrito, es de tipo pastoral, al objeto de que el Evangelio llegue a un mayor número de personas (objetivo que, por otra parte, y desgraciadamente, no ha llegado a realizarse; más bien, lo contrario). SEGUNDO: Todo lo que se diga en los documentos del Concilio Vaticano II, relativo a aquello que debe ser creído con carácter de obligación por todos los fieles de la Iglesia Católica, debe coincidir con lo que ya se ha dicho previamente en los Concilios anteriores, sin que haya un ápice de diferencia. Jamás debe suponer una novedad respecto a lo definido dogmáticamente en dichos Concilios. Si así ocurriera, o pudiera ser así interpretado por alguien, la persona en cuestión, si desea mantenerse fiel a la Iglesia de Cristo, debe proceder, ante la duda interpretativa, conforme a lo que ya conoce que ha sido definido y proclamado con toda claridad, previo al Concilio Vaticano II. 


Del último Concilio deben tomarse siempre todas aquellas indicaciones, de tipo pastoral (equivocadas o no, eso Dios lo sabe) que se dicten al efecto, porque así se ha considerado que es lo mejor para el crecimiento de la Iglesia, por las personas que tienen esa misión. Lo propio de un buen católico es obedecer. Obedeciendo no se equivoca. Eso sí, siempre que quien mande no ordene realizar nada que se oponga a la Ley de Dios y a todo lo que ha sido dogmáticamente establecido por la Iglesia de siempre. Sólo en ese caso, nuestra obligación sería la desobediencia, pues "es preciso obedecer a Dios antes que a los hombres" (Hech 5,29).


Podemos preguntarnos, y estamos en nuestro derecho de hacerlo, y también en nuestro deber, acerca de lo que está ocurriendo hoy en el seno de la Santa Madre Iglesia. Y si queremos realmente llegar a comprender algo debemos, como siempre, además de hacer buen uso de la razón que Dios nos ha dado (razón que nunca es incompatible con la fe)  acudir a las fuentes, es decir, a la Sagrada Escritura y a la Tradición de veinte siglos. Y así es muy importante que caigamos en la cuenta de que, como decía san Pablo, "nuestra lucha no es contra la carne o la sangre, sino contra los principados, las potestades, las dominaciones de este mundo de tinieblas, y contra los espíritus malignos que están en los aires" (Ef 6,12). Una lucha que, por otra parte, siempre ha existido, desde que Cristo vino a este mundo, pero que hoy es más virulenta que nunca, porque "el misterio de iniquidad está ya actuando; sólo falta que sea apartado el que hasta ahora lo retiene" (2 Tes 2,7). ¿Y qué debemos hacer?. Pues aquello a lo que nos exhorta el mismo apóstol: "Por eso, hermanos, manteneos firmes y observad las tradiciones que aprendisteis, tanto de palabra como por carta nuestra" (2 Tes 2,15)

Son muchos los temas que faltarían por tratar e incluso de aquellos a los que se ha aludido, se podría haber dicho mucho más, y mejor, sin lugar a dudas. No obstante, hay algo que se da en todos los casos que hemos considerado, y es el olvido o rechazo de lo sobrenatural. La Iglesia se ha "arrodillado" ante el mundo (la expresión es de Maritain), por no sé qué complejo de inferioridad, y está siendo absorbida actualmente por ese mundo a un ritmo tan frenético que, como Dios no lo remedie (y nosotros no pongamos de nuestra parte) ... dado que las puertas del Infierno no pueden prevalecer contra la Iglesia, según Mt  16,18, es bastante probable que nos encontremos en los umbrales de los últimos tiempos. 


La conocida expresión: "el humo de Satanás se ha infiltrado en la Iglesia", pronunciada por el papa Pablo VI en 1972, cuando aún no habían transcurrido siete años desde la clausura del Concilio Vaticano II, el 8 de diciembre de 1965, tiene hoy mucha más actualidad que cuando fue pronunciada. Lo que antes se comenzaba a percibir en ciertos sectores eclesiásticos ahora se está generalizando en casi toda la Iglesia, de modo alarmante.


Esta situación actual de la Iglesia pone ante mis ojos aquellas terribles palabras contenidas en el libro del Apocalipsis, en las que se dice (hablando de la primera Bestia, que simboliza a Satanás): "Se le concedió hacer la guerra contra los santos y vencerlos; se le concedió también potestad sobre toda tribu, pueblo, lengua y nación. Y la adorarán todos los habitantes de la tierra, aquellos cuyo nombre no está inscrito, desde el origen del mundo, en el libro de la vida del Cordero, que fue sacrificado. Quien tenga oídos que oiga" (Ap 13, 7-9) 


El Apocalipsis, como sabemos, es la Revelación (que eso significa esa palabra) que hace Dios relativa fundamentalmente al final de los tiempos. No sabemos nada sobre dicho final, porque los tiempos bíblicos son de difícil interpretación, y sólo Dios los conoce, hasta el extremo de que "en cuanto al día y a la hora nadie sabe, ni los ángeles del cielo, ni el Hijo, sino sólo el Padre" (Mt 24,36). Ciertamente, el Hijo, en cuanto Dios que es, igual al Padre, también lo sabe; pero su misión, en cuanto hombre, es la de no desvelar ese momento, el cual vendrá como un ladrón, cuando menos se lo espere. Ésta es la recomendación (o mejor, mandato) del Señor: "Velad, pues, porque no sabéis en qué día vendrá vuestro Señor" (Mt 24, 42).


En todo caso, san Pablo se apresuró ya a decir a los Tesalonicenses: "Os rogamos, hermanos, que no os dejéis impresionar fácilmente en vuestro espíritu ni os alarméis ... como si el día del Señor fuera inminente" (2 Tes 2, 2) ... más que nada porque algunos de ellos se dedicaron a no hacer nada y a gandulear, pensando que, puesto que el Señor iba a venir pronto, qué necesidad tenían de esforzarse y de trabajar, ... , lo que fue motivo de amonestación por parte de san Pablo, quien les dijo: "si alguno no quiere trabajar, entonces que tampoco coma" (2 Tes 3,10). 


Así pues, estemos o no cerca del final de los tiempos, lo que sí es seguro es que no podemos descuidarnos nunca,  y que hemos de vivir como si cada día fuese nuestro último día y tuviéramos que rendir cuenta de nuestra conducta ante Dios. 



(Continuará)

martes, 10 de junio de 2014

La vía de los hechos: La ocultación de la cruz y del carácter sacrificial de la Santa Misa (12 de 17)

NOTA: El índice de las 17 entradas sobre "La vía de los hechos" se ha introducido cuatro años después. Puede accederse a él, directamente, pinchando aquí.


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17La ocultación de la cruz. El mensaje de Jesús ha sido siempre (y sigue siéndolo)  "escándalo para los judíos y necedad para los gentiles" (1 Cor 1,23b). San Pablo "predicaba a Cristo crucificado"(1 Cor 1,23a). Ya había entonces traidores al mensaje de Cristo: "Hay algunos que os inquietan y quieren cambiar el Evangelio de Cristo. Pero, aunque nosotros mismos o un ángel del cielo, os anunciásemos un evangelio diferente del que os hemos predicado, ¡sea anatema!" (Gal 1,7-8). [anatema significa maldito] Y, por si aún no había quedado suficientemente claro, vuelve a insistir en lo mismo, a renglón seguido: "Os lo repito: si alguno os anuncia un evangelio diferente del que habéis recibido, ¡sea anatema!" (Gal 1,9). ÉSTA ES LA TEORÍA, EL DOGMAPERO LOS HECHOS que hoy se observan es que no se predica a Jesucristo crucificado. Lo más sagrado, que es la Santa Misa, que es el mismo sacrificio de Cristo en la Cruz, hecho presente aquí y ahora, el carácter sacrificial de la Misa, que es la esencia del Cristianismo, se ha difuminado entre los fieles, pues no se les predica. La Misa, para muchos cristianos, es tan solo una comida de hermandad, de convivencia; y, por supuesto, Jesucristo no está presente, real y verdaderamente, en la Eucaristía. ¿En qué se ha convertido hoy en día el cristianismo? Porque si hay algo claro es que los que  así proceden no son católicos (aunque se nombren a sí mismos como tales). Son unos mentirosos, hijos del padre de todas las mentiras, y unos mercenarios, a quienes no les importa la suerte de las ovejas del rebaño que les ha sido confiado.



"Heriré al pastor y se dispersarán las ovejas del rebaño"  (Mt 26,31). "Esos tales -dice san Pablo- son falsos apóstoles, operarios engañosos, que se disfrazan de apóstoles de Cristo. Y no ha de extrañar, pues el mismo Satanás se disfraza de ángel de luz. Por tanto, no es mucho si también sus ministros se disfrazan de ministros de justicia; pero su fin será según sus obras" (2 Cor 11, 13-15)

¿Acaso pensamos que san Pablo predicaba por gusto? Pues si así lo pensamos nos equivocamos, de pies a cabeza. Predicar era para él un deber: "¡Ay de mí si no predicara! Si lo hiciera por propia iniciativa tendría recompensa; pero si lo hago por mandato cumplo una misión encomendada" (1 Cor 9, 16-17). Y su misión consistía en transmitir fielmente el depósito recibido, sin quitar ni añadir nada, dar a conocer el mensaje de Jesucristo acerca de lo que diferencia a un cristiano de aquellos que no lo son o que, aun siéndolo, viven como si no lo fuesen. Un mensaje de amor, pero sin olvidar que la cruz autentifica el amor.

 "En esto conocerán todos que sois mis discípulos: si os tenéis amor entre vosotros"  (Jn 13, 35). "Éste es mi mandamiento: que os améis unos a otros como Yo os he amado"  (Jn 15,12). El amor verdadero, el que caracteriza a un cristiano, es de carácter sobrenatural: se trata de amar como Jesús nos ha amado, o sea, hasta dar la vida"Habiendo amado a los suyos que estaban en el mundo, los amó hasta el fin" (Jn 13,1). Y dar la vida  supone elegir la puerta estrecha "Entrad por la puerta angosta, porque amplia es la puerta y ancho el camino que conduce a la perdición, y son muchos los que entran por ella. ¡Qué angosta es la puerta y estrecho el camino que conduce a la Vida, y qué pocos son los que la encuentran!" (Mt 7, 13-14). Y para que no haya lugar a dudas acerca de la puerta a la que se refiere dice: "Yo soy la Puerta: si alguno entra a través de Mí se salvará; y entrará y saldrá y encontrará pastos" (Jn 10, 9). 

Amar y dar la vida es lo propio de un cristiano que quiere ser como su Maestro; y supone, por lo tanto, elegir el camino de la cruz, o sea, el camino que Él escogió para demostrarnos su amor: "Si alguno quiere venir detrás de Mí, que se niegue a sí mismo, que tome su cruz y que me siga" (Mt 16,24). Estas palabras son de Jesucristo, o sea, son Palabra de Dios, o sea, son indiscutibles, porque son Verdad.


¿Cuántos cristianos conocen hoy esta realidad, que apenas se predica? ¿No sabemos, acaso, que no hay otro camino de salvación que no sea Jesucristo: "Yo soy el Camino" (Jn 14,6)?. Y si esto es así, ¿por qué tanta cobardía ante el mundo? : "Si alguien se avergüenza de Mí y de mis palabras, en esta generación adúltera y perversa, el Hijo del Hombre también se avergonzará de él cuando venga en la gloria de su Padre acompañado de sus santos ángeles" (Mc 8,38)  ¿Por qué queremos inventarnos nosotros un nuevo cristianismo? ¿Por qué jugamos a ser más que Dios? En el pecado llevamos la penitencia.



(Continuará)

lunes, 9 de junio de 2014

¿DE QUÉ FE ESTAMOS HABLANDO? (Luis F. Pérez)


He seleccionado este artículo del director de Infocatólica porque me parece muy indicativo de lo que está ocurriendo hoy en día en el seno de la Iglesia: ¿Profesamos todos la misma fe? ¿Se puede hablar de que una persona es católica si no cree, por ejemplo, que en la Santa Misa tiene lugar el mismo sacrificio de Cristo en la Cruz y no cree que Jesucristo está realmente presente en la Eucaristía bajo las especies del pan y del vino? 
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Hace unos días envié un email a unos buenos amigos en el que les decía que echaba de menos los años en que me dediqué a una labor apologética en foros protestantes. Por pura gracia, me embarré en mil y un debates con protestantes evangélicos defendiendo la fe católica. Era mi manera de dar las gracias a Dios por haberme traído de vuelta a la Iglesia.

En todo ese tiempo apenas encontré a nadie que no fuera coherente con aquello en lo que creía. Es decir, salvo alguna rara excepción, nunca vi a un evangélico pretendiendo ser católico ni a católicos queriendo ser evangélicos.

Todo cambió cuando empecé a centrarme en la “actualidad” informativa de la Iglesia. Pronto vi que,al menos en España, había muchísimos más protestantes dentro de la Iglesia que fuera. Y, lo peor de todo, eran protestantes de tendencia claramente liberal o modernista.

Iluso de mí, pensé que en 15-20 años desaparecerían. Pero no, siguen todos ahí y ni se piensan ir ni los que tienen la capacidad y autoridad para echarlos, van a hacerlo. De tal manera que una gran masa de fieles católicos que no están ni estarán jamás metidos en debates doctrinales, litúrgicos y/o pastorales, se ven influenciados por esos teólogos, sacerdotes, religiosos y seglares con “mando en plaza” que profesan una fe que se parece menos a la fe católica de lo que se pueda parecer la fe de un bautista del sur de Estados Unidos.

En Efesios 4,5 leemos: “Sólo un Señor, una fe, un bautismo“. Pero, ¿acaso profesamos la misma fe aquellos que creemos en el carácter sacrificial de la Misa que los que no? ¿acaso profesamos la misma fe aquellos que creemos que Cristo derramó su sangre en la cruz para para pagar el precio por nuestra salvación y redimirnos del castigo que merecen nuestros pecados, y aquellos que piensan que la Cruz fue un “accidente” laboral y nunca un instrumento de expiación? ¿acaso profesamos la misma fe aquellos que creemos que los milagros de la Escritura son realmente milagros y no meros mitos o alegorías, y aquellos que piensan lo contrario? ¿acaso profesamos la misma fe quienes creemos que Cristo resucitó de verdad y quienes afirman que solo lo hizo en el corazón de los apóstoles y resto de discípulos? ¿acaso profesamos la misma fe los que creemos que el matrimonio es indisoluble y Dios no puede bendecir o justificar el adulterio en ningún caso y los que plantean lo contrario? Podría seguir haciendo muchas preguntas similares. Pero da lo mismo.

Estamos viviendo la gran farsa de mantener una comunión “eclesial” visible y oficiosa entre personas que no compartimos una misma fe. Y los que osamos señalar tal hecho somos acusados de inquisidores, talibanes, fundamentalistas sin caridad, etc.

Tantos siglos señalando la división doctrinal presente en el protestantismo, y que nace del nefasto lema del “libre examen", para que ahora esa división, agravada, la tengamos corriendo por las venas del catolicismo, mientras que el ministerio de confirmar en la fe a los hermanos corre el peligro de convertirse, como cierto prelado me reconoció hace meses, en ministerio de confusión. 

Menos mal que Cristo dijo que las puertas del Hades no prevalecerían. Dios sabrá sacar mucho bien de todo este mal. Mientras tanto, toca anclarse firmemente en la fe de nuestros padres, de nuestros mártires, de nuestros santos. Y así lo haremos si la gracia de Dios nos lo concede.

Luis Fernando Pérez Bustamante

viernes, 6 de junio de 2014

La vía de los hechos: Continúa la selectividad misericordiosa: Franciscanas de la Inmaculada (11 de 17) [Sandro Magister]

NOTA: El índice de las 17 entradas sobre "La vía de los hechos" se ha introducido cuatro años después. Puede accederse a él, directamente, pinchando aquí.


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16. (continuación) Digamos alguna cosa más acerca de este tema, que nos deja atónitos, de la misericordia selectiva. En este blog ya se ha dicho algo acerca de los Franciscanos de la Inmaculada. Pinchar aquí  y aquí

Mucho han rebuscado en los Franciscanos de la Inmaculada, a los que querían poner en la picota. Y muy poco es lo que han encontrado (si es que se puede decir que hayan encontrado algo): ni abuso de menores, ni escándalos sexuales, ni desfalco de dinero, ni abusos litúrgicos. El único motivo es éste: "criptolefebrismo y deriva tradicionalista". Según el comisionado padre Volpi hay un cierto rechazo del Concilio Vaticano II. 


Y yo me pregunto: aun cuando así fuera, ¿no resultan desproporcionadas, arbitrarias y contrarias a la caridad cristiana, las medidas tomadas por el padre Volpi y por la Congregación para los religiosos, prohibiéndoles a todos ellos celebrar la Santa Misa tradicional, incluso de forma privada? Se utiliza la Liturgia Sagrada como un arma de castigo, y se les discrimina frente al resto de católicos, privándoles de un derecho, pues la misa tradicional nunca ha sido abrogada. Puede leerse lo que he escrito sobre ello en este blog. El papa Benedicto XVI lo expresó, con toda claridad, en su Carta Apostólica en forma de Motu Proprio el 7 de julio de 2007. Escribo aquí los tres primeros artículos: 


Art. 1.- El Misal Romano promulgado por Pablo VI es la expresión ordinaria de la «Lex orandi» («Ley de la oración»), de la Iglesia católica de rito latino. No obstante, el Misal Romano promulgado por san Pío V, y nuevamente por el beato Juan XXIII, debe considerarse como expresión extraordinaria de la misma «Lex orandi» y gozar del respeto debido por su uso venerable y antiguo. Estas dos expresiones de la «Lex orandi» de la Iglesia en modo alguno inducen a una división de la «Lex credendi» («Ley de la fe») de la Iglesia; en efecto, son dos usos del único rito romano.
Por eso es lícito celebrar el Sacrificio de la Misa según la edición típica del Misal Romano promulgado por el beato Juan XXIII en 1962, que nunca se ha abrogado, como forma extraordinaria de la Liturgia de la Iglesia. Las condiciones para el uso de este misal establecidas en los documentos anteriores«Quattuor abhinc annis» y «Ecclesia Dei», se sustituirán como se establece a continuación.

Art. 2.- En las Misas celebradas sin el pueblo, todo sacerdote católico de rito latino, tanto secular como religioso, puede utilizar tanto el Misal Romano editado por el beato Papa Juan XXIII en 1962 como el Misal Romano promulgado por el Papa Pablo VI en 1970, en cualquier día, exceptuado el Triduo Sacro. Para dicha celebración, siguiendo uno u otro misal, el sacerdote no necesita permiso alguno, ni de la Sede Apostólica ni de su Ordinario.

Art. 3.- Las comunidades de los Institutos de vida consagrada y de las Sociedades de vida apostólica, tanto de derecho pontificio como diocesano, que deseen celebrar la Santa Misa según la edición del Misal Romano promulgado en 1962 en la celebración conventual o «comunitaria» en sus oratorios propios, pueden hacerlo. Si una sola comunidad o un entero Instituto o Sociedad quiere llevar a cabo dichas celebraciones a menudo o habitualmente o permanentemente, la decisión compete a los Superiores mayores según las normas del derecho y según las reglas y los estatutos particulares.
Y concluye con las siguientes palabras:


Todo cuanto hemos establecido con esta Carta Apostólica en forma de Motu Proprio, ORDENAMOS que se considere «establecido y decretado» y QUE SE OBSERVE DESDE EL 14 DE SEPTIEMBRE DE ESTE AÑO, fiesta de la Exaltación de la Santa Cruz, SIN QUE OBSTE NADA EN CONTRARIO.

Dado en Roma, en San Pedro, el 7 de julio de 2007, tercer año de mi Pontificado. BENEDICTUS PP. XVI

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Si todo esto está escrito con esa rotundidad en forma de mandato, ¿cómo se entiende esa condena a los Franciscanos de la Inmaculada por parte del papa Francisco? Lo que, además, es más grave si se tiene en cuenta que no se toma ninguna medida contra otros religiosos o sacerdotes que defienden el aborto, el matrimonio homosexual, el sacerdocio femenino y que incluso ignoran, niegan o convierten en metáforas dogmas como la presencia real en la Eucaristía, la Resurrección o la Inmaculada Concepción, y alteran la liturgia a mala fe provocando escándalo en los fieles (en contra del Concilio Vaticano II y de todos los demás concilios). "MISERICORDINA", pues, para los herejes, los psicópatas y todos los que son extraños y enemigos de la fe y "CASTIGALINA" inmisericorde contra los Franciscanos de la Inmaculada, por ser fieles a la Tradición de la Iglesia. Esto es totalmente incomprensible. Pero es lo que está ocurriendo. 

Recojo a continuación algunas ideas y también algunos "párrafos literales" que he tomado de un artículo de Sandro Magister:


Algunos preveían que el papa Francisco no habría de desviarse de la línea de su predecesor. No es eso lo que ha ocurrido. Poco antes del viaje del papa Francisco a Brasil, con la aprobación explícita del mismo Papa, fue emitido un Decreto por la Congregación Vaticana respecto a los Religiosos. El Decreto tiene fecha del 11 de julio del 2013, el número de protocolo 52741/2012 y las firmas del Prefecto de la Congregación, el cardenal Joao Braz de Aviz, focolar, y del secretario de la misma, el arzobispo José Rodríguez Carballo, franciscano.

En este Decreto se instituye un comisario apostólico – que, en este caso, ha sido el fraile capuchino Fidenzio Volpi – al frente de todas las comunidades de la Congregación de los Hermanos Franciscanos de la Inmaculada, lo que no deja de ser asombroso, porque los Franciscanos de la Inmaculada son una de las más florecientes comunidades religiosas nacidas en las últimas décadas en el interior de la Iglesia Católica, con ramas masculinas y femeninas, con numerosas y jóvenes vocaciones, difundida en varios continentes y con una misión también en Argentina, que se reivindican a sí mismos como fieles a la Tradición y en pleno respeto al Magisterio de la Iglesia


Tan cierto es esto que en sus comunidades celebran Misas tanto en rito antiguo como en rito moderno, aplicando el espíritu y la letra del Motu Proprio "Summorum pontificum", de Benedicto XVI. Lo que más sorprende  de dicho Decreto  del 11 de julio de 2013 son los últimos renglones:

" ... el Santo Padre Francisco ha dispuesto que cada uno de los religiosos de la Congregación de los Frailes Franciscanos de la Inmaculada está obligado a celebrar la liturgia según el rito ordinario y que, eventualmente, el uso de la forma extraordinaria (Vetus Ordo) deberá ser explícitamente autorizada  por las autoridades competentes, para cada religioso y/o comunidad que lo pida".

Pero este Decreto va en contra de lo que se decreta en el motu proprio de Benedicto XVI  que, para la celebración de la Misa en rito antiguo “sine populo” no exigen ningún pedido previo de autorización, como se ha leido más arriba ¿Es posible actuar así teniendo en cuenta que el Motu Proprio de Benedicto XVI está dado en forma preceptiva y obligatoria, sin que obste nada en contra? En principio
contra un Decreto de una Congregación Vaticana es posible presentar un recursoPero si el Decreto es aprobado específicamente por el Papa, como parece ocurrir en este caso, el recurso no es admitido. Tenemos aquí a un Papa contradiciendo al anterior Papa en algo que ha sido promulgado en forma de mandato. No hay palabras.

Resulta, pues, que los Franciscanos de la Inmaculada, como obedientes que son, se atuvieron a la prohibición de celebrar la Misa según el Rito Extraordinario a partir del domingo 11 de agosto de 2013. Yo me pregunto: ¿Tendrían que haber obedecido? ¿No está ahí el motu proprio del papa Benedicto XVI, que es muy claro y, según el cual, no puede obstar nada en contra de lo que Él dijo? 


Imagino que los FI se habrán puesto en manos de la Providencia Divina que, a veces, nos prueba con fuerza y de modo incomprensible para nosotros, para aquilatar nuestra fe. Pues el ataque que experimentan les viene directamente nada menos que de la Cabeza Visible de Cristo en la Tierra. Y eso es muy difícil de asimilar ... a menos que estemos ya muy cerca de los últimos tiempos. Yo no le encuentro otra explicación.

La pregunta ahora surge inmediata: ¿
qué sucederá en el resto de la Iglesia? Porque lo que ha aparecido como una excepción, podría convertirse en regla, lo que es muy preocupante. No deja de llamar fuertemente la atención el hecho de que el Concilio Vaticano II que aparece y se presenta a sí mismo como Concilio no-dogmático, y exclusivamente pastoral; y, sin embargo, obliga a una adhesión dogmática. Eso es contradictorio; porque, además, resulta que hay algunos puntos del Concilio Vaticano II que difícilmente pueden conciliarse con la fe católica de siempre, cuales son los referentes al Ecumenismo (tal como se le entiende en la actualidad), la libertad religiosa y el diálogo interreligioso. Posiblemente sería necesario un nuevo Concilio que pusiera las cosas en su sitio, aunque esto es difícil que suceda dada la gran apostasía que se está produciendo en el seno de la misma Iglesia. 


Como he dicho ya en varias ocasiones, la Iglesia Católica no comenzó hace cincuenta años, con el Concilio Vaticano II, sino que tiene una Tradición de dos mil años; y ésta no puede ser cambiada (en lo esencial) por ningún Papa, so pena de caer en herejía, con lo que sería depuesto, entonces, como Papa (siempre, claro está, que eso pudiera demostrarse y que, además, caso de ser verdad, el Papa no se retractara de su herejía)


Como he dicho en el post anterior, ahora les toca el turno a las Franciscanas de la Inmaculada. Hay un artículo sobre esto, muy interesante, de Roberto de Mattei que puede leerse pinchando aquí. (Aunque el original está en italiano, se puede entender con facilidad; suele haber un programa traductor proporcionado por el mismo Sistema Operativo del ordenador, que transforma unos idiomas en otros, según el requerimiento del usuario. Evidentemente, la traducción deja siempre mucho que desear, pero algo ayuda)

Siempre he pensado -y sigo pensando- que la caridad, rectamente entendida, comienza por la propia casa. ¿Misericordia para con los de fuera? Por supuesto que sí, siempre que se trate de verdadera misericordia, aquella que ama la verdad. No, si se trata de misericordia con connotaciones de tipo político, porque no sería auténtica misericordia, sino otra cosa. O
ímos y vemos continuamente lo importante que es el diálogo (¿?) con judíos y musulmanes, dándoles besos y fundiéndose con ellos en un abrazo, etc... pero no se les recuerda, por ejemplo, que están matando miles de cristianos todos los días ... Bueno es el abrazo si se basa en la verdad; si de lo que se trata es de evangelizar y llevar el mensaje de Jesucristo a todos. Pero ¿es éste el caso? Mucho me temo que no. 


San Pablo, gran evangelizador, escribía a los corintios en estos términos: "No os unzáis a un mismo yugo con los infieles. Porque ¿qué tiene que ver la justicia con la iniquidad? ¿O qué tienen de común la luz y las tinieblas? ¿Y qué armonía cabe entre Cristo y Belial? ¿O qué parte tiene el creyente con el infiel? ¿Y cómo es compatible el templo de Dios con los ídolos?" (2 Cor 6,14-16). Y la palabra de San Pablo es palabra del Espíritu Santo, es palabra de Dios, que nos indica lo que debemos hacer y cómo debemos proceder. No existe esa fraternidad universal que se pretende utópicamente y en contra, además, de la voluntad de Dios, pues sólo en Jesucristo, y dentro de la Iglesia por Él fundada, es posible la salvación. Ésto es lo que se debe de enseñar, sin avergonzarse de ser cristianos, aunque nos juguemos en ello la vida. Así Cristo nos reconocerá como suyos.

Ya se lamentaba el Señor, en su tiempo, de que "los hijos de este mundo son más sagaces en lo suyo que los hijos de la luz" (Lc 16,8), palabras que hoy en día tienen aún mayor actualidad que cuando fueron pronunciadas. ¿Cómo es posible que haya división interna en la Iglesia y que lo que importe sea el estar bien con el mundo? En el caso del papa Francisco, ya no se trata de una mera apariencia de preferencias, sino de una sincera y abierta simpatía hacia los judíos y musulmanes a quienes gustosamente llama hermanos. Aunque tal sentimiento vaya acompañado, por inexplicable paradoja, de una extraña repulsa hacia los católicos que se empeñan en ser fieles a la Tradición de la Iglesia (A. Gálvez). 

Abrazos, diálogo, comprensión, misericordia para los de fuera. Expulsiones, censuras, excomuniones, prohibiciones de celebrar la misa, etc... reservados a aquellos que permanecen fieles en la fe de la Iglesia de veinte siglos. Ésta es, por desgracia e incomprensiblemente, la política que se está siguiendo hoy en el seno de la Iglesia. Y, sin embargo, dice San Pablo, muy claramente, que "si alguno no cuida de los suyos, y especialmente de los de su casa, ha renegado de la fe y es peor que un infiel" (1 Tim 5,8) ... ¡palabras muy fuertes! Y con respecto a hacer el bien también lo dice igual de claro: "Mientras disponemos de tiempo, hagamos el bien a todos, pero especialmente a los hermanos en la fe" (Gal 6,10). ¿Por qué importa tanto a los cristianos el pensamiento del mundo? Eso va en contra del espíritu del Evangelio: "¿Busco yo acaso el favor de los hombres o de Dios? ¿O es que deseo agradar a los hombres? Si aún tratara de agradar a los hombres, no sería siervo de Cristo" (Gal 1,10). Hoy, de un modo más o menos disimulado, se está produciendo paulatinamente, aunque cada vez con mayor fuerza, un rechazo hacia todo lo que "huela" a sobrenatural, un rechazo de la Tradición multisecular de la Iglesia; e inexplicablemente -humanamente hablando- la apertura a un mundo que nos odia y con el cual tendemos cada vez más a confundimos.  

En esta perspectiva sólo nos queda rezar y confiar en Dios, manifestado en Jesucristo, cuyas palabras siempre producen en nosotros la verdadera paz, la que Él da (no la que da el mundo). Y tenemos, además, la seguridad de la victoria. No estamos solos. Sus palabras se cumplirán. Y todo lo que nos ocurra será siempre para nuestro bien. No tenemos más que leer el Evangelio para comprobar que esto es así... y Dios no se puede equivocar: "Os he dicho esto para que tengáis paz en Mí. En el mundo tendréis sufrimientos, pero confiad: Yo he vencido al mundo" (Jn 16,33) "Sabed que Yo estoy con vosotros todos los días hasta el fin del mundo" (Mt 28,  20). "El cielo y la Tierra pasarán, pero mis palabras no pasarán"  (Mt 24,35). "Sabemos que todas las cosas cooperan para el bien de los que aman a Dios, de los que son llamados según sus designios" (Rom 8,28).


Con todas estas palabras grabadas en nuestra mente y en nuestro corazón, procedamos, el tiempo que nos quede de vida, sea cual fuere, conforme a estas sanas palabras del Nuevo Testamento: "Estad siempre alegres. Orad sin cesar. Dad gracias por todo, porque eso es lo que Dios quiere de vosotros en Cristo Jesús. No extingáis el Espíritu, ni despreciéis las profecías" (1 Tes 5, 16-20). "Y no os entristezcáis como esos otros que no tienen esperanza" (1 Tes 4,13) 
(Continuará)

miércoles, 4 de junio de 2014

La vía de los hechos: Una misericordia selectiva: Franciscanos de la Inmaculada (10 de 17)

NOTA: El índice de las 17 entradas sobre "La vía de los hechos" se ha introducido cuatro años después. Puede accederse a él, directamente, pinchando aquí.


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16. La misericordia divina es para todos y es infinita. ÉSTE ES EL DOGMA. Dios se compadece de nosotros. Y siempre está dispuesto a perdonarnos, hasta el último instante de nuestra existencia terrena, dándonos la gracia necesaria para que podamos hacerlo, si realmente queremos: "Él hace salir el sol sobre buenos y malos, y hace llover sobre justos e injustos" (Mt 5,45). Aunque puede ocurrir -y esto es importante- que nosotros no queramos saber nada con Él. Y empecinarnos en esa actitud, una y mil veces, por más que nos digan y nos hagan ver que actuamos mal al no recibir a Jesús como a nuestro Dios y Salvador. Es absolutamente cierto que Dios "quiere que todos los hombres se salven y lleguen al conocimiento de la verdad" (1 Tim 2,4). Pero es igualmente cierto que Dios es tremendamente respetuoso con nuestra libertad. Por más que Él quisiera, por muchísimo que nos quiera (como así es), y por más que nos ayude, insistentemente, a cambiar y a volvernos hacia Él... si nosotros no queremos recibir esa ayuda, Él no puede obligarnos a hacerlo, porque nos ha creado libres...¡de verdad! 

Y esta libertad tiene un precio, por así decirlo, en el sentido de que tenemos que ejercitarla, y al hacer uso de ella nos definimos a nosotros mismos, con relación a Dios: "El que no está conmigo está contra Mí" (Mt 12,30). Si no estamos con Él, de una manera clara, rotunda, definitiva y total, entonces estamos contra Él, aun cuando no lo ataquemos directamente, como ocurre en muchos casos. El que no se define no está exento de responsabilidad. Hay un dicho popular que reza que "no hay mayor desprecio que no hacer aprecio". De ahí la importancia de replantearnos nuestra vida. Porque cada día es una nueva oportunidad que Dios nos da para que cambiamos y nos convirtamos, precisamente porque nos quiere. Si cambiamos, nos arrepentimos de nuestros pecados y nos confesamos, Él, que nos ama de un modo que no somos ni capaces de imaginar, hará borrón y cuenta nueva, como si nuestros pecados nunca hubieran existido, porque quedan realmente eliminados. 


En realidad, ni siquiera nos conocemos a nosotros mismos. Él es el único que nos conoce de verdad: "La palabra de Dios es viva y eficaz, y más cortante que una espada de doble filo: entra hasta la división del alma y del espíritu, de las articulaciones y de la médula, y descubre los sentimientos y pensamientos del corazón. No hay ante ella criatura invisible, sino que todo está desnudo y patente a los ojos de Aquel a quien hemos de rendir cuenta" (Heb 4, 12-13)


Cuando el Señor preguntó a Pedro por tres veces si lo amaba, a la tercera Pedro se entristeció y le respondió: "Señor, Tú lo sabes todo. Tú sabes que te quiero". Y Jesús le dijo: "Apacienta mis ovejas" (Jn 21,17). ¿Cómo no lo va a saber si ve en nuestro corazón? La verdad es que dejamos tanto que desear en tantas cosas. Y nunca nos acabamos de decidir por dárselo todo al Señor. Siempre estamos demasiado pendientes de nosotros mismos. Y eso nos perjudica. Sin embargo, Jesús jamás dejará de ayudarnos si acudimos a Él, porque es nuestro amigo: "Vosotros sois mis amigos" (Jn 15,14). Lo somos de verdad porque así lo ha querido Él: nos ha elevado a esa categoría. 

Aunque aparecen ante nuestra vista muchos defectos y pecados, y nos encontramos demasiado esclavizados... ¡por tantas cosas! ... y podemos caer en la tentación de ponernos tristes ... entonces Él acude a nuestro lado... y nos ayuda: ¡siempre! Un amigo de verdad, como Él lo es, no puede consentir que nos perdamos. Ojalá que nosotros, al igual que Pedro, pudiéramos decirle también a Jesús esas hermosas palabras: "Tú sabes que te quiero". Pero nos queda la confianza en su verdadero amor hacia nosotros y en su poder y sabiduría. Y aparecen ante nuestros ojos estas palabras, llenas de ternura, que Dios nos dirige:  "aunque vuestros pecados fuesen rojos como la grana, quedarán blancos como la nieve" (Is 1, 18). Ésta es la esperanza que nos salva, la única esperanza. No hay otra.


¡Así es! Así lo decía Jesús:  "Sin Mí no podéis hacer nada" (Jn 15,5), lo que es completamente cierto. Nada podemos por nosotros mismos, en orden a nuestra salvación. Pero sí podemos acudir a Él, ponernos en sus manos y acogernos a su misericordia: "Es mejor caer en manos del Señor, cuya entrañable misericordia es grande, que caer en manos de los hombres" (1Cr. 13). Así es como procedía el apóstol Pablo, según sus propias palabras: "Todo lo puedo en Aquél que me conforta" (Fil 4,13). En esta expresión San Pablo pone su total confianza en el Señor, porque sabe que, por sí mismo, nada puede. ¡Pero estando con el Señor ...! Pues eso es lo que nosotros debemos hacer también. Si ponemos de nuestra parte, no nos puede caber la menor duda de que Él nos salvará, puesto que no desea otra cosa que estar con nosotros y que nosotros estemos con Él: "Padre, quiero que donde Yo estoy, estén también conmigo aquellos que Tú me has confiado" (Jn 17,24). ¡Tomémosle la palabra! : "¡Señor, que donde Tú estés, esté también yo contigo!". ¿Cómo no nos va a escuchar si le decimos esto con todo nuestro corazón?. Nos escucha y nos responde. Al fin y al cabo, Él es la Palabra de Dios. Dios no es un dios mudo; y todo lo que nos ha tenido que decir nos lo ha dicho en Jesucristo.
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Bueno, ¿y qué ocurre en la Iglesia actual? Nadie puede decir que, desde que Francisco es papa, su mensaje haya sido otro que éste, precisamente, el de la misericordia, conforme a lo que es propio del mensaje cristiano y de las enseñanzas del Señor. Por supuesto, a su estilo. Cada persona (y cada Papa) tiene su estilo (y es bueno que así sea). Cuando Dios llama a una persona a tener relaciones de intimidad con Él, jamás suprime su personalidad, sino que la respeta y la lleva a plenitud. Lo sobrenatural supone lo natural y lo perfecciona, como decía Santo Tomás de Aquino, cuya filosofía perenne es de necesario estudio y profundización si queremos salir de la tremenda crisis por la que atraviesa hoy la iglesia.[Haciendo un inciso, decía Chesteron, en su biografía sobre Santo Tomás: «No será posible ocultar a nadie en adelante el hecho de que Santo Tomás de Aquino fue uno de los grandes libertadores del entendimiento humano. Los sectarios de los siglos XVII y XVIII fueron sencillamente oscurantistas y formaron la leyenda oscurantista de que el escolástico fue un oscurantista»]


En el caso del papa Francisco se le ocurrió que la medicina espiritual que el mundo necesita es la "misericordina"  





Bueno, esto es algo anecdótico  y, en principio, no tiene mayor trascendencia. Hasta aquí la Teoría y el Dogma, que son perfectos. Pero hay un problema real: y es que DE HECHO, se está aplicando en la Iglesia lo que podríamos denominar misericordia selectiva. Y eso es contradictorio. Dios se compadece de todos; y no sólo de unos cuantos. Y me explico. Bien está decir: "Si una persona es gay y tiene buena voluntad y busca al Señor, ¿quién soy yo para buscarlo?". Digo que está bien ( y escribo esta palabra en cursiva) porque se hace necesario interpretar qué es lo que ha querido decir el Papa con esa expresión, lo que no tendría por qué ocurrir si el Papa habla con completa claridad, de modo que no haya lugar a elucubraciones o a interpretaciones diferentes de lo que dijo. "Sea vuestra palabra: "Sí, sí", "No, no". Lo que pasa de esto, del Maligno viene" (Mt 5,37).

Por supuesto que el papa Francisco no está justificando la homosexualidad en sí, (¿cómo va a hacer tal cosa?), pero al no expresar un rechazo rotundo de la misma ( a la vez que comprensión para el gay) sus palabras han sido usadas, por la inmensa mayoría de los medios de comunicación, como si el papa estuviese de acuerdo con ese modo de vida. 


Es claro, a todas luces, que han tergiversado sus palabras. No me cabe la menor duda. Lo que no quita para que el Papa hubiera sido más explícito cuando habló. La idea a transmitir es clara y coincide con lo que siempre ha dicho la Iglesia:  es preciso odiar el pecado y amar al pecador. ¡Pero es clara para los que tienen las ideas claras! Y hay mucha gente -católicos incluidos- que no las tiene, porque no se les enseña o por la razón que sea. Por lo tanto, el dar por supuesto que está claro para todos que la homosexualidad es un pecado grave y "contra natura" y que no hay por qué hablar de ello, en mi opiniónfue un error y una imprudencia por parte del Papa, como así se ha podido comprobar en la reacción de los mass media, reacción que, por otra parte, era más que previsible. De haber hablado con más claridad, sin omisiones, hubiera evitado tantos malos entendidos como se han dado, incluso entre los mismos católicos. 


El caso de la "mujer adúltera" indica cuál ha de ser la actitud de un cristiano ante este tipo de situaciones. Pero, al explicarlo, no hay que quedarse en la primera parte: "Mujer, ¿ninguno te ha condenado?". Ella contestó: "Ninguno, Señor". Y Jesús le dijo: "Tampoco yo te condeno" (Jn 8,10-11). Todo perfecto y maravilloso... pero hay una segunda parte, que parece desconocerse, y sin la cual Jesús no hubiera podido ejercer su misericordia sobre esta mujer y concederle el perdón. Esto lo ha explicado muy bien el papa Francisco, en otra ocasión (aunque no en aquélla del avión). El hecho de que ella no se excusara ni negara su pecado fue lo que llevó a Jesús a decirle (segunda parte): "Vete y no peques más" (Jn 8,11). 


Pero retomemos el hilo: estamos hablando de perdón, de comprensión y de misericordia para el pecador que se arrepiente de haber obrado mal y reconoce su pecado. Esto siempre ha sido así en la Iglesia. La dificultad, en la actualidad, reside (como digo, es mi opinión) en que se requiere más contundencia para condenar los pecados, de modo explícito. La misericordia y la verdad siempre van de la mano. Esto lo he tratado en la vía de los hechos (5). Si se actuase así se evitarían escándalos innecesarios y confusiones, sobre todo entre los cristianos.


En fin... el problema reside -y es aquí donde quiero hacer más hincapié- en que esa idea de misericordia se aplica a los no católicos (y, de alguna manera, también a los católicos "progres", en el sentido de que nadie se mete con ellos, aunque digan cosas disparatadas que van contra la misma Iglesia); pero no se aplica, sin embargo, con aquellos católicos que quieren permanecer fieles a la Tradición de la Iglesia de veinte siglos. Decía Jesús que  "todo reino dividido contra sí mismo queda desolado; y cae casa sobre casa" (Lc 11, 17). Una Iglesia que no acoge a aquellos que le son más fieles es un Iglesia en descomposición. Y esto es gravísimo. ¿Que hay que ser buenos con todos? Por supuesto, pero sin caer en simplezas. Así lo decía San Pablo a los gálatas: "Mientras tengamos tiempo hagamos el bien a todos, pero especialmente a los hermanos en la fe" (Gal 1,10)


Para concretar más, hay que decir que la tan cacareada misericordia no se aplica, sin embargo, con aquellos que siguen el vetus ordo (o sea, la Santa Misa en latín), conforme al llamado rito extraordinario aprobado por el Papa Benedicto XVI en el motu propio Summorum Pontificum del 7 de julio de 2007. Sobre dicho tema hay dos artículos en este blog, referidos a lo ocurrido con los Franciscanos de la Inmaculada.  Ahora le toca el turno también a las monjas. Copio aquí un artículo que lo explicará mucho mejor que yo pueda hacerlo:



Ahora van a por las religiosas 


Un gran escándalo es la actuación de la Congregación para la Vida Consagrada contra el instituto de los Franciscanos de la Inmaculada. Instituto al que se la ha impuesto no solo un comisario político-apostólico, sino una serie de medidas desproporcionadas, crueles, arbitrarias e indignas. Además de haberse ignorado el Magisterio Pontificio, ya que los Franciscanos de la Inmaculada están hoy privados de los derechos que el motu proprio Summorum Pontificum del Papa Benedicto XVI otorga a todos los católicos de Rito Latino.

La intervención en los Franciscanos de la Inmaculada, además de desproporcionada y agresiva, se basa en acusaciones genéricas, ambiguas y falaces, porque en verdad no se conocen motivos serios para esta intervención. La verdadera razón parece ser el deseo de cercenar un instituto de corte tradicional, misionero y en gran expansión por sus numerosas vocaciones.  Mientras tanto, los dirigentes de la Congregación para la Vida Consagrada, el Cardenal Braz de Avis y Monseñor Carballo (un franciscano que persigue a franciscanos), toleran la situación deplorable de otros institutos en abierta rebelión frente al credo de la Iglesia o en situación de absoluta decadencia.

Ahora les llega el turno a las Hermanas de la Inmaculada, asociadas también al Instituto de los Franciscanos de la Inmaculada, a las que se les acaba de anunciar una Visita Apostólica. La maquinaría sigue funcionando: un plan preconcebido para destruir un instituto piadoso.


(Continuará)