BIENVENIDO A ESTE BLOG, QUIENQUIERA QUE SEAS



martes, 30 de abril de 2019

NOTICIAS VARIAS 30 de abril de 2019




El ícono homosexual Oscar Wilde dijo que la enseñanza de la Iglesia "me habría salvado de mi degeneración"



El escritor Oscar Wilde (1854-1900), un ícono de la moderna propaganda homosexual, con frecuencia insinúa en sus escritos una búsqueda dolorosa para resolver su problema homosexual, según un artículo publicado el 20 de marzo por "Osservatore Marziano" en el sitio web MarcoTosatti.com.

Antes de su muerte a los 46 años, Wilde aborreció su estilo de vida homosexual, se confesó y recibió la Comunión.

Advirtió que "mucha de mi perversión moral se debe al hecho que mi padre no me permitió ser católico"

Y además: "el aspecto artístico de la Iglesia y la fragancia de sus enseñanzas me habría salvado de mi degeneración".

Wilde escribe que "la Iglesia Católica es para santos y pecadores, mientras que para las personas respetables está bien ser anglicanos".

En su carta escrita desde la prisión, "De Profundis", Wilde declara: "el Credo de Cristo no admite duda, y yo no tengo dudas de que es el Credo verdadero".

Agregó que "el catolicismo es la única religión por la cual vale la pena morir".

Wilde tuvo predilección por el papa Pío IX, con quien se reunió secretamente a la edad de 23 años. En sus últimos años probablemente se sintió más cercano a la figura de León XIII (+1903), como para sentirse casi beneficiado por un milagro a través de él.

lunes, 29 de abril de 2019

La democracia como religión (Rafael Gambra)




Renegamos del “Sufragio Universal”, ya que la primera vez que se puso en práctica dicha doctrina, se pidió la muerte de Cristo y la libertad de Barrabás; y todo esto instigado por la manipulación de los hombres de mal (Félix Sardá y Salvany).
Fue Aldous Huxley, en su fábula futurista “Un mundo feliz”, quien sugirió que lo que llamamos un axioma —es decir, una proposición que nos parece evidente por sí misma y que por tal la aceptamos— se pue­de crear para un individuo y para un ambiente determinados median­te la repetición, millones de veces, de una misma afirmación. Para este efecto —la génesis artificial de axiomas y de dogmas— proponía la utilización, durante el sueño, de un mecanismo repetitivo que hablase sin interrupción a nuestro subconsciente, capaz, durante horas, de re­cibir y asimilar cualquier mensaje.
Este designio está, hoy, al cabo de medio siglo, muy cerca de la realidad, aunque sea a través de técnicas no exactamente iguales, co­mo lo ha subrayado el propio Huxley en su “Retorno al mundo feliz”.
La realización más importante en este sentido a través de métodos de saturación mental por los mass-media ha sido, en nuestra época, el establecimiento a escala universal del dogma-axioma de la democra­cia. De esta noción —en su sentido individualista y mayoritario— se ha logrado hacer la piedra angular de la mentalidad contemporánea. Es decir, de lo que Kendall y Wilhelsenn han llamado la «ortodoxia pú­blica» de nuestro tiempo. Esta expresión significaba para estos auto­res, el conjunto de bases conceptuales o de fe en que se asienta toda sociedad histórica, elementos que son, a la vez, ideas-fuerza para sus miembros y puntos de referencia para entenderse en un mismo len­guaje y convenir, en último extremo, en unos cuantos axiomas y dog­mas que sólo los marginados o extravagantes exigirían fundamentar.
La consolidación del dogma de la democracia y de su axiomática ha sido, por supuesto, obra de muchos años, pero es ahora cuando co­noce su vigencia universal. Ya, a fines de los años veinte, se daba por supuesto, en el lenguaje político español, que, a través de la dictadura del General Primo de Rivera, era obligado «volver a la normalidad cons­titucional (o democrática»). Hoy se supone para el mundo todo, desde la Europa más culta hasta la selva africana, que sólo unas elecciones «libres» (de sufragio universal) pueden justificar un gobierno ortodo­xo. Cualquier otro gobierno recibirá el calificativo de «dictadura» y se llamará a cruzadas contra él, previa su denuncia universal, como violador de los «derechos humanos», que constituyen la apelación últi­ma que en otro tiempo se situaba en el juicio de Dios Uno y Trino. (Existen, por supuesto, determinadas tolerancias o concesiones en gra­cia a la perfección universal del cuadro: el mundo soviético o sovietizado y múltiples sultanatos árabes prescinden de toda consulta a la «opinión pública» y les basta con auto-titularse «populares» o «democráticos» para gozar de una suficiente inmunidad.)
No es preciso recordar que la constelación de principios que for­man la ortodoxia democrática está muy lejos de la evidencia de los axiomas. Más aún, pienso que llegará un tiempo en el que los hom­bres se asombrarán de que la gobernación de los pueblos —y la edu­cación en su seno de los hombres— haya estado confiada al sistema de opinión y mayoría. Algunos de estos principios son del calibre epis­temológico que puede verse en las siguientes enunciaciones:
• El poder nace de la Voluntad General y no reconoce otro origen o título.
• La Voluntad General se identifica con la opinión pública en un momento dado.
• El voto de todos los ciudadanos tiene el mismo valor.
• El contenido de esa opinión se expresa en los nombres de los candidatos y de los partidos y en los slogans electorales.
• Los partidos y sus mass-media son los artífices de esa opinión.
De donde, como corolario obligado: las técnicas de publicidad y de influencia subliminal (el condicionamiento de reflejos, en suma) será lo que gobierne a los pueblos.
Sin embargo, esta serie de enormidades que constituyen la «orto­doxia pública» de la democracia ha sido admitida incluso por la Iglesia oficial de nuestros días. Así, cuando en España —o en cualquier otra democracia— sucede que troupes teatrales representan espectáculos sacrílegos o blasfematorios con subvención oficial, los prelados, en su mayoría, nada dicen, porque su intervención podría interpretarse «co­mo una coacción a la libertad de expresión ciudadana». Y los que protestan no lo hacen en el nombre y por el honor de Dios, sino por­que «tales espectáculos ofenden a una mayoría católica del pueblo es­pañol». Es decir, en nombre de la Democracia y para su defensa.
Así, también, cuando las organizaciones tituladas católicas protes­tan contra la laicización de la enseñanza oficial y contra las leyes confiscatorias (o disuasorias) de la enseñanza privada religiosa, no lo ha­cen ya en razón de que la educación en país católico debe ser católica para todos (con las excepciones debidas a los declaradamente arreligiosos o de otras religiones). Se limitan a defender unos escaños con­fesionales dentro de la gran democracia que formamos («nuestra de­mocracia» les oímos decir); esto es, defender el derecho de los grupos católicos que lo deseen a poseer escuelas confesionales.
Hasta tal punto ha penetrado el espíritu de la democracia liberal en la mentalidad de hoy y en su «ortodoxia pública» que el declararse no-demócrata o contrario a la democracia resuena en los oídos como en otro tiempo la apostasía expresa o la blasfemia. Muchos católicos que rehusarían el calificativo de socialista, o de divorcista, o de abor­tista —que, incluso, luchan contra estas ideas— no ven inconveniente alguno en declararse demócratas o liberales, y militar en partidos bajo estas denominaciones.
Sin embargo, una vez admitida la Voluntad General como fuente única de la ley y del poder —y negada toda otra instancia inmutable de religión con el más allá—, ¿qué lógica podrá oponerse a la socialización de los bienes o de la enseñanza, a la ruptura del vínculo matri­monial, a las prácticas abortistas o la eutanasia, si tales designios o supuestos derechos figuran en el programa del partido mayoritario? La democracia moderna, con su aspecto equívoco y aceptable es, en rea­lidad, la llave y la puerta para todas esas aberraciones y las que les seguirán.
Y es que, en el campo de los males, como en el de los bienes o va­lores, existe una jerarquización que podemos establecer sin más que recurrir, por vía de negación, a las Tablas de la Ley. Así, podemos ver que la socialización de los bienes o de la enseñanza se opone al séptimo mandamiento (no hurtar) y ataca directamente a la familia, institu­ción de origen divino; el divorcio se opone a esa misma institución y, generalmente, al noveno mandamiento (no desear la mujer del próji­mo); el aborto y la eutanasia atentan contra el quinto mandamiento (no matar)…
Pero la raíz misma de la democracia moderna se opone al primero y principal de esos mandamientos, aquel al que se reducen los demás: «amarás al Señor, tu Dios, por encima de todas las cosas». Propugnar la laicización de la sociedad (negarle un fundamento religioso) y de­rivar la ley de la sola convención humana equivale a cortar los lazos de la convivencia humana respecto de Dios, a negar la religión (o re­ligación del hombre con su Creador). Las transgresiones de aquellos otros mandamientos pueden, en casos, ser pecados de debilidad: sólo la trasgresión de éste es pecado de apostasía.
De aquí el martirio aceptado sin vacilación por los primeros cris­tianos en la Roma imperial. Ellos disfrutaban en su tiempo de una situación de «libertad religiosa»; es decir, no eran condenados por prac­ticar su culto. Un status parecido al que otorga la democracia moder­na a las confesiones religiosas, aunque con distinto fundamento. Los romanos admitían en su politeísmo a todos los cultos y divinidades. No hubieran tenido inconveniente en admitir al Dios cristiano entre las divinidades del Capitolio y autorizar libremente el culto cristiano. Pero con la condición para los cristianos de reconocer, al menos táci­tamente, el politeísmo y de adorar al Emperador como símbolo y ga­rante de la religiosidad oficial. Y aquellos cristianos que se mostraban en lo demás como buenos ciudadanos, preferían el suplicio y las fieras del circo antes de renegar de la unicidad topoderosa del verdadero Dios.
Situación semejante es la de los católicos dentro de un país de Cristiandad ante la aceptación voluntaria de la democracia moderna. Con el agravante de que aquí el status de libertad no se apoya en una distinta concepción de la religión, sino en una negación de ésta, de toda religión, que pasa a considerarse como asunto privado u opinión. No es ya una religión falsa, sino un antropocentrismo o culto al Hom­bre. Hoy no hay que reconocer como dios al emperador sino a la Cons­titución. Ciertamente que en la democracia no se exige de modo tan rotundo ese reconocimiento bajo forma de adoración, y el caso se presta a interpretaciones o «arreglos de conciencia». Pero para quien esa aceptación no sea obligada ni formularia, sino acto voluntario a través de la adhesión al sistema o a un partido, el caso es objetiva­mente más grave que para los cristianos de Roma.
Tales reconocimientos se oponen también a las dos primeras pe­ticiones que formulamos en el Padrenuestro, la oración que el propio Cristo nos enseñó: «santificado sea tu Nombre; venga a nosotros tu Reino». El demócrata liberal las sustituye implícita (o explícitamen­te) por «eliminado sea tu Nombre; venga a nosotros la secularización, el reino del Hombre». Y se oponen, en fin, a las dos últimas enseñan­zas que Jesucristo Nuestro Señor nos dejó en su vida mortal antes de ser conducido al suplicio: cuando ante la autoridad civil (Pilato) y ante la religiosa (Caifás) afirma la Verdad y la autoridad de origen divino.
La democracia liberal se presenta así, bajo su verdadera luz, co­mo la frontera del mal; aquella línea de demarcación que, traspasa­da, nos sitúa fuera de «los que pertenecen a la Verdad»; es decir, en el reino de los que, por aclamación popular, obtuvieron la muerte de Cristo. El reino en que no se habla ya de verdad ni de autoridad, sino de opinión y de pueblo. En el que los creyentes en El sólo pedirán unos escaños en el seno del pluralismo laicista para vivir tranquilamente su fe sobre una apostasía inmanente.
Pero acontece que la negación de Dios acarrea como corolario ine­vitable la negación del hombre: ¿Qué podrá construirse en la ciudad humana sobre la arena movediza de la opinión y del sufragio? ¿Qué dejará tras de sí la sociedad democrática en la que el hombre sólo se sirve a sí mismo? Eliminado de raíz el Fin Supremo y la re-ligación con El, ¿cuánto durarán los fines subordinados y una vida que no con­duzca al marasmo del hastío y de los vicios acumulados? Es ya la so­ciedad que tenemos ante nosotros, eminentemente en los países más desarrollados económicamente: la sociedad en la que sobran los medios de vida, pero falta una razón para vivir.
«Los pueblos, las civilizaciones —se ha dicho—- son como unos ex­traños navíos que hunden sus anclas en el Cielo, en la Eternidad». La democracia liberal está consumando la ruina de nuestra civilización y, por contagio, de toda otra civilización. Porque la civilización cristiana (o clásico-cristiana) no ha sido sustituida por otra, sino por una anti­civilización o una disociación que, si pervive, es a costa de los restos difusos de aquella cultura originaria, de aquel —hoy combatidísimo— orden de las almas.
Se evidencia así que ninguna concepción del orden político puede resultar más letal o aniquiladora para la comunidad humana que la democracia moderna o «sociedad abierta» (open society). Postular una sociedad sin fe y sin principios, sin normas estables, neutra, carente de puntos de referencia, dependiente sólo de la opinión pública y de la utilidad del mayor número, es como abrogar la disciplina de un navío, olvidar su nimbo y el orden de las estrellas, abandonarla a la deriva. ¿A dónde se dirigirá tal navío? ¿En qué lenguaje se entende­rá su tripulación?
¿Cómo capeará las tempestades? ¿Qué justificará su misma unidad y su existencia?
Cuando, por ejemplo, el Presidente de la República francesa —o de cualquier otra democracia moderna— apela al heroísmo de la Legión para resolver un conflicto armado grave, ¿en nombre de qué lo hace? ¿Con qué derecho? Si nada existe fuera del interés de los ciuda­danos y de la opinión mayoritaria, ¿cómo exigir a hombres jóvenes que entreguen todo lo que poseen, su vida? Sólo por un recurso inmoral a normas, creencias y valores permanente, que la propia democracia niega, podrá recurrir a tales medios de coerción y de supervivencia.
Cabría una objeción en nombre de la universalidad de la razón. Si toda sociedad histórica, para su simple existencia y perduración, precisa tener su asiento en una fe y en un fervor colectivos, en unas no­ciones de lo que es sagrado y es recto, de lo que es el deber y el sentido del sacrificio, ¿supondrá esto que cada civilización es impenetrable in­telectual y emocionalmente para quienes no forman parte de su tradi­ción o de su herencia? ¿Habrá de asentirse al dictado de Spengler, de Toynbee y de determinados estructuralistas para quienes las culturas son sistemas cerrados, cuyo sentido es inmanente a un sistema intrans­ferible de puntos de referencia?
Nada autoriza tal conclusión. La razón es una instancia capaz de penetrar todo lo que es puramente humano e, incluso, dentro de cier­tos límites, el orden mismo del ser. La civilización occidental de origen cristiano —nuestra civilización histórica— ha sido la encargada de de­mostrar en la práctica esta capacidad de la razón. Su fe —nuestra fe— se ha predicado ya en todos los ámbitos de la tierra y ha arrai­gado, en mayor o menor grado, en las civilizaciones más dispares. Su ciencia, su técnica, sus categorías mentales y sus imágenes de compor­tamiento —básicamente racionales, anti-míticas— se han extendido a todo el mundo, penetrándolo en buena parte. Sea como cultura super­puesta, sea como injerto cultural, puede hoy decirse que una sola cul­tura —la occidental— es la cultura común del planeta.
Sin embargo, y paradójicamente, esta planetarización de una cul­tura racional sólo pudo realizarse a través de una civilización determi­nada —la occidental—, civilización que, como todas, nació de una fe —de un anclaje en la eternidad—, y se edificó sobre unas normas y unos valores morales. Y ello porque, en sentencia filosófica, operari sequitur esse, el obrar sigue al ser: no se expande una civilización sin antes ser, existir. Y si sólo en este caso ha sido posible el efecto de una difusión en cierto modo universal fue, precisamente, porque tal civilización se apoyó, originariamente en la Religión Verdadera.
En la renuncia a esos orígenes se encuentra la raíz última de la crisis en que se debate la sociedad occidental. Crisis no circunstancial sino degenerativa, extendida en forma de rebelión generalizada, y, por vía de contagio, a otras civilizaciones, incluso a la propia naturaleza invadida y contaminada. La expresión de esa renuncia a todo anclaje sobrenatural es la democracia liberal; más aún, que renuncia, nega­ción de toda trascendencia, erección de la sociedad del Hombre y para el Hombre.
Porque esa llamada «sociedad abierta» —la de los “Derechos hu­manos”— ignora el primero y principal de los derechos del hombre, que es el de buscar la verdad y servirla, el de fundamentar en ella su vida y el perdurable rumbo de su periplo terrenal.
Revista Roma Nº 89, Agosto 1985.

NOTICIAS 27 a 29 de abril de 2019



ADELANTE LA FE

Elige: Ratzingeriano o Católico


La semana por la Vida: 15-22 de mayo de 2019

El dilema de la acogida y la proliferación del caos

Las iglesias no son profanadas cuando están vacías, sino cuando están llenas de fieles y sacerdotes sin fe

INFOCATÓLICA

Thomas Heine-Geldem: «2019 es ya uno de los años más sangrientos para los cristianos»

Legitimidad y Justicia en el Gobierno

Diputados en Chile aprobaron proyecto de ley que pretende obligar a los sacerdotes a romper el secreto de confesión

La Salette: descubrimiento en un archivo vaticano de los secretos originales de los pastores franceses videntes

Presidente de la Conferencia Episcopal Francesa: Benedicto tiene razón al vincular la crisis del abuso con la revolución sexual

En Holanda multarán a quienes contraigan matrimonio religioso si no se casan previamente por lo civil

El socialista ateo Pedro Sánchez podrá gobernar España los próximos cuatro años

La historia de Dan: en la castidad se puede encontrar la felicidad

INFOVATICANA

El santoral devaluado

Santa Catalina de Siena

El presidente de los obispos franceses se alinea con la tesis de Benedicto

SPECOLA

Los típicos tópicos de Papa Francisco, el clericalismo y los abusos, el ‘mártir’ Angelelli, la logia Vaticana.

La inmensa inmigración hacía el sueño Americano, el Papa Francisco ayuda a los inmigrantes en México, Europa cambia de color.

Crisis en la iglesia italiana por la falta de señores migrantes, Europa y el ambiente prioridades de Papa Francisco.

SECRETUM MEUM MIHI

#Fakenews Falso que en una iglesia de Bogotá, Colombia, se distribuyan condones Este es un recorte de la revista colombi...

IL SETTIMO CIELO

Cuando Benedicto confió sus “reflexiones” a Francisco. Otro detalle

MILENIUM

La bandera de la Unión Europea y la corona de la Virgen

GLORIA TV

Se espera que Francisco acepte “diáconos” mujeres

Cardenal Müller pone fechas personales erróneas de Benedicto XVI

Primera mujer que encabeza un dicasterio vaticano – Sucesora del cardenal Pell

Televisora estatal obligada a remover un film difamatorio sobre los “abusos [sexuales]”

Selección por José Martí

sábado, 27 de abril de 2019

"La luz de los mártires" - PADRE SANTIAGO MARTIN F.M.


Duración 7:51 minutos

Los seminarios, el estudio y la «manía pastoralista» (Mons. Aguer)


Duración 4:40 minutos

¿El cardenal Kasper concelebró con una ministro protestante?



El cardenal Walter Kasper presidió el 26 de abril una Eucaristía en la catedral de Colonia, para celebrar el 100º jubileo de la Asociación de Alemanes Católicos “Neudeutschland”.

Un video publicado por la arquidiócesis de Colonia muestra al cardenal predicando, con los concelebrantes detrás de él.

Entre ellos está, claramente visible, una ministro protestante revestida con una túnica negra y corbata.

La Misa fue seguida por un encuentro que adoptó a resolución, en la que se pide la ordenación de obispos, sacerdotes y diáconos mujeres, pidiendo la abolición del celibato, y el “cambio” de la moral sexual de la Iglesia.

www.domradio.de/video/kardinal-walter…

El sacerdote: la verdadera alegría (Don Tino Bergamaschi)


Duración 4:30 minutos

D. Tino Bergamaschi explica en este vídeo de 4:30 minutos que la verdadera alegría se encuentra en el cumplimiento de la voluntad de Dios. No debemos tener miedo de Dios. Al contrario, debemos abrir más nuestro corazón para que Él pueda entrar.

La situación de la Iglesia (The Vortex en español)

(Church militant)

Duración 6:30 minutos

La tibieza de Roma hacia los mártires de Sri Lanka indigna a los fieles (Carlos Esteban)



Islamistas radicales masacran a casi 300 católicos en Sri Lanka. No es una frase difícil de escribir ni de entender, además de absolutamente cierta, obviando las víctimas en los hoteles atacados, de los que no se podía saber su adscripción religiosa.

Tampoco es difícil entender que las figuras más señeras del siglo, en un momento de feroz ‘odium fidei’ desde las élites, eviten como la peste hablar de los ‘cristianos’ como víctimas, tan poco como de los musulmanes como perpetradores. Así, hemos visto el curioso eufemismo de ‘adoradores pascuales’ para eludir el término ‘cristianos’ en los mensajes de condolencia de personajes como Obama o Hillary Clinton, aunque volvieron a usar el apelativo de ‘cristianos’ en la prensa cristófoba para ‘informar’ de los temores de la comunidad islámica ante una hipotética represalia de las víctimas.

Nada de esto nos sorprende, al contrario, está en la línea esperada e incluso profetizada en el Evangelio. Lo sorprendente y preocupante es que en la cúpula de la propia Iglesia parezcan incapaces de pronunciar la frase con la que empiezo este artículo, y prefieran hacer equilibrismos para ocultar, o bien que las víctimas eran católicas, o que los perpetradores eran musulmanes, o que se actuó por ‘odium fidei’. O, en el mejor de los casos, que esta terrible masacre del grupo más perseguido del planeta, en uno de los países que constituyen esas ‘periferias’ tan amadas por el Papa y donde son una minoría marginal e impotente, sea citada como pasada, un tema menor en seguida eclipsado por cuestiones de más peso, como la necesidad de combatir el ‘populismo’ o de luchar contra el Cambio Climático.

Porque en lugar de ese ‘cisma’ que anuncian los agoreros, lo que hay es un extrañamiento, un divorcio de hecho, entre muchos católicos y su jerarquía. Es un distanciamiento que puede leerse en las respuestas que ha recibido el comentario sobre la masacre que ha colgado Antonio Spadaro en su página de Facebook. Spadaro, jesuita y director del órgano oficial de la Compañía, La Civiltà Cattolica’, está considerado la ‘eminencia gris’ de este pontificado, de modo que sus palabras se leen como reflejo de la ‘línea oficial’ de la Curia. Y esta parece ser eludir el islam para hablar de ‘terrorismo’, en abstracto, no insistir demasiado en que las víctimas lo son por confesar su fe en Cristo dentro de la Iglesia Católica y pretender que el objetivo de los ‘terroristas’ es ‘la religión’, en general, y su mutua acercamiento. Le ha faltado esto para decir que las bombas se pusieron para frustrar el pacto por la paz de Abu Dabi.

Pero Spadaro, ya hemos adelantado, no juega en solitario, sino que da la línea oficial, seguida también por otros destacados miembros de la ‘guardia de la renovación’. Vatican News, la voz oficial de la Curia en Internet, ahora en las leales manos de Andrea Tornielli, hace esa misma interpretación, desleyendo la autoría islámica y acentuando el invento de que el ataque estaba dirigido contra la convivencia entre religiones.

Es una deplorable consecuencia de la apuesta personal de Su Santidad por esa ‘concordia entre las religiones’, y muy especialmente con el Islam, un diálogo en el que al parecer solo hay que escuchar a una parte y una fraternidad que parte de un bando sin respuestas muy claras del otro. Pero el verdadero riesgo moral de esa apuesta parece ser que obliga a tergiversar la verdad de lo que es el islam, de lo que cree y predica, y de lo que hacen tantos en nombre de su fe, así como de dar de lado y minimizar el martirio de cristianos a manos de adeptos de esta religión.

Es análogo a la apuesta china. Hasta la traición a la Iglesia china de las catacumbas y las vergonzantes cesiones de patronazgo en favor de un régimen oficialmente ateo podrían explicarse como un enorme sacrificio para promover la unidad, pero aquí vemos lo mismo que con el islam, los dos fenómenos: falta de correspondencia de la otra parte y, sobre todo, esa tristísima necesidad de abstenerse de ensalzar y defender a los propios mártires.

Carlos Esteban

viernes, 26 de abril de 2019

NOTICIAS VARIAS 22 a 26 de abril de 2019


SPECOLA






INFOVATICANA

San Isidoro de Sevilla (26 de abril)








SECRETUM MEUM MIHI




INFOCATÓLICA





GLORIA TV










SELECCIÓN por José Martí

Los cuatro principios ‘no negociables’ de Benedicto XVI y los programas de los partidos (Julio Llorente)





Durante su pontificado, Benedicto XVI se refirió en ingentes ocasiones a la necesidad de que la vida pública y la vida privada del católico constituyan un todo, una amalgama coherente. En su exhortación postsinodal Sacramentum caritatis, el Pontífice lo expresa abiertamente: ‘El culto agradable a Dios nunca es un acto meramente privado, sin consecuencias en nuestras relaciones sociales: al contrario, exige el testimonio público de la propia fe’.

Es por eso que, a continuación, enumera una serie de principios que deberían inspirar la acción de quienes – por su posición – gozan de influencia social y política. Los denomina ‘valores no negociables’: el respeto y la defensa de la vida humana desde su concepción hasta su fin natural, la familia fundada en el matrimonio entre hombre y mujer, la libertad de educación de los hijos y la promoción del bien común en todas sus formas.

A escasos dos días de la celebración de las elecciones, InfoVaticana analiza la adecuación de los programas electorales de los cinco principales partidos a esos cuatro principios ‘no negociables’ que, según Benedicto XVI, deberían inspirar el voto católico.

Vida
Familia y matrimonio
Libertad de educación
Bien común
Una conclusión

Vida

Al tradicional debate sobre el aborto se ha añadido en estos meses el de la eutanasia, eufemísticamente conocida como ‘muerte digna’. Pero analicemos con sosiego las propuestas de cada partido.

La postura del PSOE sobre el aborto es bien conocida. Aboga por mantener la presente legislación, con un leve matiz: eliminar la cláusula que impide que las jóvenes de 16 y 17 años aborten sin consentimiento paterno previo. Si a esto se le suma su intención de legalizar la eutanasia (“aprobaremos una ley para regular la eutanasia y la muerte digna”) y la de impulsar los métodos anticonceptivos, queda un programa electoral inasumible para el católico.

Igual de inasumible es el programa de Unidas Podemos, que comparte con el PSOE tanto la voluntad de extender el derecho al aborto – “favorecer el acceso, asimismo, a los últimos métodos anticonceptivos, a la anticoncepción de urgencia y a la interrupción voluntaria del embarazo de todas las mujeres” – como la de legalizar la eutanasia.

Alguno podría pensar que Ciudadanos, siendo un partido al que los medios motejan de ‘derechista’, propone algo sustancialmente distinto a las dos formaciones ya citadas. Pero no, ciertamente: es tan escrupulosamente progresista como ellas; comparte tanto sus apriorismos como sus objetivos. Así, no cuestiona la legitimidad del aborto y se muestra proclive a la legalización de la eutanasia: “Regularemos el derecho a la eutanasia con control y garantías para que las personas que padezcan situaciones degenerativas e incurables puedan elegir libre, voluntaria y dignamente el final de su vida”.

Por su parte, el PP, que encarna aquello de ‘ni una mala palabra ni una buena acción’, no se refiere explícitamente ni a la eutanasia ni al aborto. Sí dice, no obstante, lo siguiente: “Fomentamos y defendemos la cultura de la vida, la maternidad y las familias, posicionándonos del lado de las mujeres y evitando dejar solas a las que reclaman asistencia de las instituciones”. Bueno. Quien sea lo suficientemente ingenuo para confiar, que confíe.

VOX parece hacer suyo, asumir como propio, el principio ‘no negociable’ de Benedicto XVI. Casi utiliza las mismas palabras: “Defensa de la vida desde la concepción hasta la muerte natural. Es fundamental que las mujeres con embarazo inesperado tengan información veraz, asistencia y alternativas. Reforma de la ley de adopción nacional”.

Familia y matrimonio

Si a los continuos ataques contra la sacralidad de la vida humana les sumamos una malintencionada agresividad hacia la institución matrimonial, nos queda un contexto desolador. Examinemos los programas de los partidos.

En este ámbito, las propuestas del PSOE están encaminadas a avanzar en la agenda progresista de erosión de la familia natural: “Aprobaremos una nueva Ley de Familias, que contemple todo tipo de familias. En esta ley se modificará la consideración de familia numerosa especial para que puedan adquirirla las familias con cuatro o más hijos”. Éste es el único punto de su programa en que los socialistas se refieren a la ‘familia’. Paralelamente, propone un ‘Pacto de Estado contra la Violencia de Género’ y un puñado de medidas basadas en la ideología de género.

Unidas Podemos, y sabemos que no descubrimos la pólvora, tampoco sugiere nada mejor. Su escueto “reconocer la diversidad familiar” (medida 56) es peor que un arsenal de medidas concretas, pues amparará cualquier clase de atropello. De ese sintagma se puede inferir, por ejemplo, una acuciante necesidad de legalizar la poligamia. Por otra parte, el partido de Pablo Iglesias habla de equiparar los permisos de paternidad y maternidad y de integrar plenamente a las mascotas en las familias, así como presenta las archiconocidas propuestas ‘LGTBI friendly’.

El programa de Ciudadanos, de nuevo, es el más manifiestamente incompatible con las enseñanzas de Benedicto XVI (y de la Iglesia en general). Además de prometer la legalización de los vientres de alquiler – que tanto PSOE como Podemos rechazan –, presenta una batería de compromisos hechos a medida del lobby LGTBI (entre ellos, blindar el matrimonio gay). A la primera cuestión se refiere en los siguientes términos: “Aprobaremos una Ley de Gestación Subrogada altruista y garantista para que las mujeres que no pueden concebir y las familias LGTBI puedan cumplir su sueño de formar una familia”. Todo desprende el viciado hedor de lo emotivo, ese hedor que disfraza de altruismo las causas más innobles o putrescentes.

El PP, por su parte, sólo menciona en una ocasión el término ‘matrimonio’. Y lo hace en este contexto: “Aprobaremos, en la Conferencia Sectorial de Igualdad, un protocolo contra los matrimonios forzados”. Un partido pegado a la realidad de la España contemporánea. ¡Matrimonios forzados! En fin.

De nuevo, acercarse al programa de VOX supone inhalar el fresco aroma del sentido común: oposición a los vientres de alquiler (“prohibición de los vientres de alquiler y de toda actividad que cosifique y utilice como producto de compra venta a los seres humanos”), defensa de la familia natural (¡sólo ellos osan emplear esta expresión!) a través de un Ministerio de Familia y rechazo de la ideología de género (“derogación de todas las leyes que, desde la llamada perspectiva de género, generan desigualdad y discordia social”).

Libertad de educación

Educar a tus hijos según tus convicciones, y no según las convicciones del Poder, parece un derecho fundamental. Así lo recoge la Constitución Española. Sin embargo, cada vez está más cuestionado en nuestro país.

Ninguno de los cuatro partidos políticos con representación parlamentaria disimula su vocación adoctrinadora. Así, todos demuestran, en palabra u obra, una voluntad de imponer la ideología de género. En el bloque izquierdista, el PSOE apuesta por una ley educativa que eduque en la ‘igualdad de género’ y fomente las vocaciones científicas y tecnológicas; y Podemos se compromete a crear una asignatura de ‘feminismos’ en la educación pública con contenidos transversales. En el derechista, las obras son más elocuentes que las palabras: aunque Ciudadanos asegure que garantizará ‘el derecho de las familias a elegir la educación de sus hijos’ y el PP se comprometa a buscar ‘un marco regulatorio flexible que otorgue la mayor libertad de elección a las familias y facilite la conciliación laboral’, ambos han apoyado leyes que violentan ese derecho.

Sólo VOX, en este sentido, parece distinto. En su programa electoral propone dos medidas que, de aplicarse, brindarían una libertad de educación – real – a los padres: por un lado, implantar un sistema de cheque escolar; y, por otro lado, instaurar el pin parental, de tal modo que ‘se necesite el consentimiento expreso de los padres para cualquier actividad con contenidos de valores éticos, sociales, cívicos, morales o sexuales’.

Bien común

De los cuatro principios no negociables, quizá el del bien común sea el más difícil de delimitar, de definir. Esto no quiere decir que no exista o que consista en la suma de intereses individuales, como asegura el liberalismo. Quiere decir, simplemente, que no es tan evidente.

En la ya citada exhortación postsinodal, Benedicto XVI se refiere al ‘bien común en todas sus formas’. Parece evidente que partidos políticos que, como Ciudadanos, proponen la legalización de los vientres de alquiler, la consolidación del derecho al aborto y del ‘matrimonio homosexual’ o la imposición de la ideología de género (que erosiona los vínculos familiares) no promueven ‘el bien común en todas sus formas’.

Si nos centramos en la cuestión económica, hemos de partir de premisa concreta: ningún partido que abrace abiertamente el capitalismo o el socialismo es, stricto sensu, una opción legítima para los católicos. De este modo, ambos modelos económicos han sido condenados en ingentes encíclicas papeles, y su incompatibilidad con la Doctrina Social de la Iglesia resulta manifiesta.

Lo cierto, sin embargo, es que casi ningún partido abraza abiertamente el capitalismo o el socialismo. Por eso, en este ámbito, nos hemos de limitar a juzgar las intenciones y – muy prudentemente – los medios para alcanzarlas. Así, a priori, cualquier partido que aspire a edificar una sociedad económicamente justa – esto es, cohesionada y próspera – y no se sirva de medios manifiestamente inicuos para lograrlo será aceptable para los católicos.

En principio, los cinco partidos aspiran a cierta justicia social. Difieren, eso sí, en los métodos que contemplan para alcanzarla: el Partido Socialista y Podemos enfatizan el rol del Estado y abogan por un incremento impositivo; el PP y Ciudadanos parecen cómodos con el statu quo y no plantean grandes cambios; y VOX, por su parte, propone una rebaja impositiva y afirma la primacía de lo privado sobre lo público. Quizá sean los postulados de este último los que más se adecuan al principio de subsidiariedad que tradicionalmente ha defendido la Iglesia.

Una conclusión

Los principios ‘no negociables’ de Benedicto XVI no son la única referencia de la que gozamos los católicos para decidir nuestro voto. En el año 2000, la Conferencia Episcopal publicó una nota en que recogía una serie de factores que debemos tener en cuenta para votar: ‘respeto sin fisuras a la vida, desde su inicio a su fin natural’; ‘apoyo claro y decidido a la familia fundada en el verdadero matrimonio, monogámico y estable’; ‘garantía efectiva del derecho de los padres a escoger el modelo de educación integral que desean para sus hijos’; ‘promoción de una cultura dignificadora de la persona’; ‘aplicación de políticas que favorezcan la libre iniciativa social, el trabajo para todos, la justa distribución de las rentas y la moralidad económica’; y, por último, ‘la búsqueda sincera de la paz’.

Si nos atenemos a la totalidad de los factores – es decir, tanto a los principios ‘no negociables’ de Benedicto XVI como a las recomendaciones de la Conferencia Episcopal –, descubrimos que el programa de VOX es el único tolerable para el católico; el único, en fin, que no contraviene abiertamente ninguno de los principios y que llega incluso a comprometerse con su defensa.

Julio Llorente

The Vortex en español: "¡Laicos, levántense! (Michael Voris)


Duración 12:36 minutos

"Hablemos más sobre Jesús y menos sobre los problemas del mundo" (Monseñor Nicola Bux)


jueves, 25 de abril de 2019

Llamada a votar a candidatos que defiendan los «principios no negociables»


Duración 1:19 minutos

Lo que dicen los obispos de Panamá para las elecciones allí en su país vale también para las elecciones aquí en España.

Los cinco peligros para la Iglesia (Cardenal Carlo Caffarra)




La alternativa a una Iglesia sin doctrina no es una Iglesia pastoral, sino una Iglesia del arbitrio y esclava del espíritu del tiempo: praxis sine teoría coecus in via, decían los medievales. 


Este peligro es grave y, si no se derrota, causa daños graves a la Iglesia. Al menos por dos razones. La primera es que, al ser la Doctrina Sagrada nada menos que la divina Revelación del plan divino sobre el hombre, si la misión de la Iglesia no está arraigada en ella, ¿qué puede decirle la Iglesia al hombre? La segunda razón es que cuando la Iglesia no se protege ante este peligro corre el riesgo de respirar el dogma central del relativismo: en lo que respecta al culto que debemos a Dios y a la atención que debemos al hombre, es indiferente lo que pienso de Dios y del hombre(...)

El segundo peligro es olvidar que la clave interpretativa de toda la realidad y, en especial, de la historia humana, no está dentro de la misma historia. Es la fe. San Máximo el Confesor considera que el verdadero discípulo de Jesús piensa en todas las cosas por medio de Jesucristo, y Jesucristo por medio de todas las cosas. Pongo un ejemplo muy actual. El ennoblecimiento de la homosexualidad, al que asistimos en Occidente, no hay que interpretarlo y juzgarlo tomando como criterio la corriente dominante de nuestras sociedades o el valor moral del respeto que se debe a cada persona, lo que sería metabasis eis allo genos, es decir, ir más allá del género, dirían los lógicos. El criterio es la Doctrina Sagrada sobre la sexualidad, el matrimonio y el dimorfismo sexual. (...)

El tercer peligro es el primado de la praxis [peligro de origen marxista]. Me refiero al primado fundacional. El fundamento de la salvación del hombre es la fe del hombre, no su acción. Lo que debe preocupar a la Iglesia no es, en primer lugar, la cooperación con el mundo en grandes procesos operativos para alcanzar objetivos comunes. La infatigable preocupación de la Iglesia es que el mundo crea en Aquel que el Padre ha mandado para salvar al mundo (...)

El cuarto peligro, muy unido al anterior, es la reducción de la propuesta cristiana a una exhortación moral. Es el peligro pelagiano, que Agustín llamaba el horrendo veneno del cristianismo. Esta reducción tiene el efecto de hacer que la propuesta cristiana sea aburrida y repetitiva. Sólo Dios, en su acción, es siempre imprevisible. Y, de hecho, el centro del cristianismo no es la acción del hombre, sino la Acción de Dios. 

El quinto peligro es el silencio sobre el juicio de Dios, por medio de una predicación de la misericordia divina hecha de tal modo que corre el riesgo de hacer desaparecer de la conciencia del hombre que escucha la verdad de que Dios juzga al hombre.

Caffarra, Cardenal Carlo. No anteponer nada a Cristo: Reflexiones y apuntes póstumos (Spanish Edition) . Homo Legens.