BIENVENIDO A ESTE BLOG, QUIENQUIERA QUE SEAS



miércoles, 21 de octubre de 2015

¿Estamos llegando al final de los tiempos? (1 de 2)


Copiaba en el anterior post un  extraordinario artículo de Roberto de Mattei, artículo escrito con el rigor que caracteriza a este autor; y artículo francamente preocupante porque expresa la verdad del Sínodo de una manera tan clarividente y con tales argumentos, que queda patente que que lo que está en juego no es ya el matrimonio y la familia, que se convierten así en meras anécdotas, sino la supervivencia y la unidad de la propia Iglesia.


A este respecto puede releerse una entrada anterior de este blog, en la que el padre Juan Andrés de Jorge hacía referencia a dos charlas del padre Alfonso Gálvez, en las que se recogen los más profundos, aunque desapercibidos, problemas del Sínodo. Ha aparecido una nueva charla del padre Alfonso (del 18 de octubre) en la que sigue tratando sobre este mismo tema, una realidad eclesial tan lamentable que, por más que nos pese, no podemos seguir ignorando. 


Se quiera ver o no, lo cierto es que en esta nuestra querida Iglesia se está produciendo hoy una auténtica descomposición. Suena duro decirlo así, pero es lo que hay ... y éste es el resultado al que ha conducido, en mi opinión, la tan cacareada, orquestada y mal llamada "nueva Evangelización", de la que nos estamos ocupando (y seguiremos en ello) en algunos de los posts anteriores de este blog. 


En realidad, todo lo que está ocurriendo ya se veía venir. La Biblia sigue teniendo razón, una vez más (Mt 13, 14-15):  


"Con el oído oiréis, pero no entenderéis;
con la vista miraréis, pero no veréis.
Porque se ha embotado el corazón
de este pueblo,
han hecho duros sus oídos,
y han cerrado sus ojos;
no sea que vean con los ojos
y oigan con los oídos,
y entiendan con el corazón
y se conviertan, y Yo los sane"

Tremendo "misterio de iniquidad" (2 Tes 2, 7) éste del pecado que, como tal misterio que es, no acabamos de entender: Por una parte, Dios, que está a la puerta y nos llama (Ap 3, 20) y desea nuestra conversión, pues quiere que todos los hombres se salven y lleguen al conocimiento de la verdad (1 Tim 2, 4). Y, por otra parte, los hombres, que cerramos los oídos para no oír y los ojos para no ver, no vaya a ser que oigamos y escuchamos ... y que entonces Él nos sane. No necesitamos de nadie que nos sane, porque consideramos que ya estamos sanos. Hipocresía y soberbia van de la mano. A quienes así son Cristo, aun siendo Dios, no puede salvarlos, dada la naturaleza de reciprocidad que es necesaria para el amor y que, en este caso, no se daría, pues en efecto "no tienen necesidad de médico los sanos, sino los enfermos" (Mc 2, 17a). Y Jesucristo dijo con toda claridad y en repetidas ocasiones que "Él no ha venido a llamar a los justos sino a los pecadores" (Mc 2, 17b).  

El hombre de hoy, que ha apostatado de Dios, no se considera pecador, porque eso del pecado es un cuento de hadas, un mito del pasado. Por grande que sea la misericordia divina, queda ineficaz ante esta postura. A nadie puede salvar Dios que no quiera ser salvado. ¡Es increíble este deseo de autodestrucción del hombre, pero así es; sólo explicable por la maldad inconcebible del pecado ... un pecado cuya existencia se niega!

A la vista de lo que está ocurriendo [que no es sino el fruto producido por la mala semilla que se sembró en algunos puntos concretos de los documentos del Concilio Vaticano II] uno no puede menos que preguntarse si es que acaso no estaremos ya en los últimos tiempos. No puede realizarse tal afirmación de un modo taxativo, pero tampoco puede negarse, porque esos tiempos llegarán. De hecho, incluso, hay muchas señales que se están dando en la actualidad y que hacen referencia a lo que ocurrirá en los últimos tiempos.

"Vendrá un tiempo, le dice san Pablo a Timoteo, en que los hombres no soportarán la sana doctrina sino que, dejándose llevar de sus caprichos, reunirán en torno a sí maestros que halaguen sus oídos, y se apartarán de la verdad volviéndose a las fábulas" (2 Tim 4, 3-4).  Si hacemos caso de las palabras de san Pablo y de las palabras de Jesús, todo parece indicar que la respuesta a la anterior pregunta sería afirmativa. 




En concreto, lo que se avecina ahora, a raíz del Sínodo de la Familia, es tal vez una de las señales más graves sobre este fin; tal vez la más grave. Durante dos mil años de historia de la Iglesia jamás se había planteado la posibilidad de que se sometieran a votación - y ni siquiera a discusión- determinados temas, como los relativos a la licitud de la homosexualidad y la posibilidad de que un católico divorciado (y vuelto a casar) pudiera acercarse a recibir a Jesús en la Eucaristía, sin haberse primero arrepentido y haberse confesado: en estado de pecado mortal no se puede comulgar. Esta es doctrina de la Iglesia de siempre. 

Mucho se ha escrito sobre ello en este blog. Pinchar aquí, aquíaquí, aquí y aquí. También aquí, en relación con la encuesta universal que se realizó con vistas al Sínodo, etc. Todo ello ha sido y esta siendo motivo de gran confusión entre los católicos, con gran aplauso por parte de los poderes del mundo. No es normal que desde las más altas Jerarquías se cuestionen estas cosas que el sencillo pueblo cristiano siempre ha tenido muy claras. Hay temas en torno a los cuales no tiene ningún sentido realizar encuestas ni votaciones ni nada que se le parezca, como si la Iglesia fuese una especie de democracia, que no lo es en absoluto ... ni puede serlo. ¡Cuánto tiempo perdido que podía haberse dedicado a que la gente conociera más al Señor y lo quisiera más! Nada de ello se ha producido ni tiene visos de que se vaya a producir. Más bien lo contrario.


Pero aún no es el finalComo dice san Mateo: "Todo esto es sólo el comienzo de los dolores" (Mt 24, 8), pues "os entregarán a los tormentos y a la muerte, y seréis aborrecidos de todos los pueblos a causa de mi Nombre. Muchos se escandalizarán entonces; y se traicionarán unos a otros. Surgirán muchos falsos profetas que engañarán a muchos. Y, al crecer la maldad, se enfriará la caridad de muchos" (Mt 24, 9-12).


El panorama anunciado no puede ser menos alentador. Sin embargo, "quien perservere hasta el fin, ése se salvará" (Mt 24, 13). Dios no nos va a dejar solos. De eso podemos estar seguros ... pero los tiempos serán cada vez más difíciles para los cristianos"Habrá entonces una tribulación tan grande como no la hubo desde el principio del mundo hasta ahora, ni la habrá" (Mt 24, 21). 


Estas citas se refieren, como ya habrá adivinado el lector, al final de los tiempos. Pero, ¿podemos afirmar, sin temor a equivocarnos, que estamos ya en esos momentos finales? No lo sabemos, pero si no estamos en ellos, desde luego todas las señales y los signos que van apareciendo, un día sí y otro también, apuntan a que no debemos de estar muy lejos de ese final. Para el que quiera verlas, claro está. 


Según afirma san Mateo (palabra de Dios, pues) "el Evangelio del Reino será predicado en todo el mundo, en testimonio para todas las naciones. Y entonces vendrá el fin". (Mt 24, 14). Es algo constatable que, debido al enorme avance de los medios de comunicación, el Evangelio puede ser conocido por todos los habitantes del planeta en un tiempo relativamente breve, lo que en otras épocas era impensable. De manera que, en cierto modo, esa condición de que, antes de que llegue el fin, el Mensaje tiene que llegar antes a todos los hombres, es prácticamente inminente. [Cierto que hay gente que aún no conoce este Mensaje, pero cada vez son menos, dado el nivel planetario de comunicación en el que nos movemos en la actualidad] 


Por otra parte, cada vez son mayores las masacres de cristianos que tienen lugar en las distintas partes del planeta. Este es un hecho conocido de todos (e ignorado también, en el sentido de que no se ponen los medios para cesar con esa barbarie). ¿Y Dios no va a intervenir? ¿Dios no se va a preocupar de sus hijos? Lo hará y, además, pronto (Charla del padre Alfonso del 5 de Julio de 2015).

Y debe de hacerlo pronto, pues la maldad va en aumento; y se dice expresamente que ésta llegará a ser tan grande que  "si no se acortasen esos días no se salvaría nadie; pero en atención a los elegidos esos días se acortarán"  (Mt 24, 22). Esto son palabras del Señor. Y el Señor no se equivoca nunca


No sólo el matrimonio: Aquí acaban la Iglesia, la Unidad y la Doctrina


Un excelente artículo de Roberto de Mattei, tomado de Adelante la Fe y que reproduzco también aquí, dado el enorme interés que tiene en la Iglesia actual.

***

El papa Francisco ha anunciado cómo concluirá el Sínodo de la Familia. Cuando faltan pocos días para la conclusión de los trabajos, la asamblea de obispos ha llegado a un callejón sin salida, y la única forma de superarlo sería descentralizar la Iglesia.

Se ha llegado a este punto muerto a consecuencia de la división entre los padres sinodales que invocan con firmeza el Magisterio perenne sobre el matrimonio y los novatores que se proponen trastornar no sólo dos mil años de Doctrina de la Iglesia, sino sobre todo la Verdad del Evangelio. Es, de hecho, palabra de Cristo, ley divina y natural, que el matrimonio válido, rato y consumado, de los bautizados no se puede disolver por ninguna razón.

Una sola excepción bastaría para anular el valor absoluto y universal de esta ley, y una vez caída esta ley, se vendría abajo junto con ella todo el edificio moral de la Iglesia. El matrimonio, o es indisoluble o no lo es, y no se puede admitir una disociación entre el enunciado del principio y su aplicación en la práctica. La Iglesia exige una coherencia radical entre pensamiento y palabra y entre las palabras y los hechos. La misma coherencia de la que han dado testimonio los Mártires a lo largo de la historia.

El principio que sostiene que la doctrina no cambia sino su aplicación pastoral introduce una cuña entre dos dimensiones inseparables en el cristianismo: Verdad y Vida. La separación entre doctrina y práctica no procede de la doctrina católica, sino de la filosofía hegeliana y marxista, que trastorna el axioma tradicional según el cual agere sequitur esse, el obrar sigue al ser


Pero desde la perspectiva de los novatores, la acción precede al ser y lo condiciona; la experiencia no vive la verdad sino que la crea. Este es el sentido del discurso pronunciado por el cardenal Christoph Schönborn en la conmemoración del 50° aniversario de la institución del Sínodo, el mismo día en que habló el papa Francisco. “No es posible representar la fe, sólo se puede dar testimonio de ella”, ha afirmado el arzobispo de Viena, subrayando la primacía del testimonio sobre la doctrina. En griego, mártir significa testigo, pero para los mártires dar testimonio significaba vivir la verdad, mientras que para los innovadores significa traicionarla, reinventarla en la práctica.

La primacía de la praxis pastoral sobra la doctrina está abocada a unas consecuencias catastróficas:

(1) Como ya sucedió con el Concilio Vaticano II, el sínodo virtual está destinado a prevalecer sobre el real. El mensaje mediático que acompañará la conclusión de los trabajos es más importante que el contenido de los documentos. La relatio sobre la primera parte del Instrumentum Laboris del Circulus Anglicus C afirma rotundamente la necesidad de esta revolución semántica: “Al igual que el Concilio, este sínodo tiene que marcar un antes y un después en el lenguaje, que los cambios sean algo más que cosméticos”.

(2) El post-Sínodo es más importante que el Sínodo, porque representa la autorrealización del mismo. De hecho, el Sínodo confiará a la praxis pastoral la realización de sus objetivos. Si lo que se transforma no es la doctrina sino la pastoral, el cambio no puede provenir del Sínodo; tiene que darse en la vida del pueblo cristiano y, por consiguiente, fuera del Sínodo -después de éste- en la vida de las diócesis y de las parroquias.

(3) La autorrealización del Sínodo se convierte en bandera de la experiencia de las iglesias particulares, o sea, de la descentralización eclesiástica. La descentralización autoriza a las Iglesias locales a experimentar una pluralidad de experiencias pastorales. Y si no hay una praxis coherente con la doctrina única, eso quiere decir que hay muchas y que todas se pueden experimentar. Los protagonistas de esta revolución de la praxis serían por tanto los obispos, los párrocos, las conferencias episcopales, las comunidades locales, según la libertad y creatividad de cada uno.

Se prefigura la hipótesis de una Iglesia a dos velocidades o, para seguir con la jerga de los eurócratas de Bruselas, de “geometría variable”. Un mismo problema moral se resolverá de manera diversa, conforme a la ética situacional. A la Iglesia de los católicos adultos, de lengua germánica y pertenecientes al primer mundo se le permitirá la marcha rápida del testimonio misionero, mientras que a la de los católicos subdesarrollados, africanos o polacos, pertenecientes a iglesias del segundo o tercer mundo, se les concederá la marcha lenta del apego a las propias tradiciones.

Roma quedaría en segundo plano, privada de verdadera autoridad, y con la única función de proporcionar un impulso carismático. La Iglesia quedaría desvaticanizada, o más bien desromanizada. Se quiere sustituir la Iglesia romanocéntrica por otra policéntrica o poliédrica. La imagen del poliedro la ha aplicado Francisco con frecuencia. “El poliedro –ha afirmado– es una unidad, pero con todas sus partes distintas; cada una tiene su peculiaridad, su carisma. Esta es la unidad en la diversidad. Es por este camino que los cristianos realizamos lo que llamamos con el nombre teológico de ecumenismo: tratamos de que esa diversidad esté más armonizada por el Espíritu Santo y se se convierta en unidad” (Discurso a la Iglesia Pentecostal de Caserta, 28 de julio de 2014). 

La transferencia de poder a las conferencias episcopales ya estaba prevista en un pasaje de Evangelii Gaudium que las concibe como «sujetos de atribuciones concretas, incluyendo también alguna auténtica autoridad doctrinal. Una excesiva centralización, más que ayudar, complica la vida de la Iglesia y su dinámica misionera» (n. 32). 

Ahora Francisco proclama este “principio de sinodalidad” como resultado final de la asamblea que se está celebrando.

Las antiguas herejías del galicanismo y el nacionalismo eclesiástico vuelven a asomar por el horizonte. Es, de hecho dogma de fe, promulgado por el Concilio Vaticano I, el primado de jurisdicción del Sumo Pontífice, en el cual reside la autoridad suprema de la Iglesia, sobre todos los pastores y todos los fieles de éstos, independientemente de cualquier otro poder. Este principio constituye la garantía de la unidad de la Iglesia: unidad de gobierno, unidad de fe, unidad de sacramentos

La descentralización supone una pérdida de unidad que conduce irremediablemente al cisma. Y el cisma es, sin duda alguna, la quiebra que se produce inexorablemente cuando falta un punto central de referencia, un criterio común, ya sea en el plano de la doctrina o en el de la disciplina y la pastoral. Las iglesias particulares, divididas en cuanto a la praxis, así como en cuanto a la doctrina de la cual deriva la praxis, están fatalmente destinadas a entrar en conflicto y dar lugar a fracturas, cismas y herejías.

La descentralización no sólo niega el primado romano, sino que niega el principio de no contradicción, según el cual “un mismo ser no puede, al mismo tiempo y en el mismo sentido, ser lo que es y no serlo”. Únicamente apoyados en este fundamental principio lógico y metafísico podemos emplear la razón y conocer la realidad que nos rodea.

¿Qué pasaría si el Romano Pontífice renunciara, aunque sólo fuera parcialmente, a ejercer su autoridad delegándola en las conferencias episcopales o los obispos particulares? Evidentemente surgiría una diversidad de doctrinas y de praxis entre las diversas conferencias episcopales y de una diócesis a otra. Lo que en una diócesis estaría prohibido estaría admitido en otra, y viceversa. Quien conviva more uxorio con otra persona sin haberse casado podrá recibir el sacramento de la Eucaristía en una diócesis sí y en otra no. Pero lo que es pecado es pecado

La ley moral es igual para todos o no es tal ley moral. Una de dos: o el Papa tiene primado de jurisdicción y lo ejerce, o en la práctica gobierna cualquiera prescindiendo de él. El Papa admite la existencia de un sensus fidei, pero es más bien el sensus fidei de los obispos, sacerdotes y simples laicos el que hoy en día se escandaliza de las extravagancias que se dicen en el aula del Sínodo. Extravagancias que ofenden el sentido común antes incluso que el sensus Ecclesiae de los fieles. 

Francisco tiene razón cuando afirma que el Espíritu Santo no asiste sólo al Papa y a los obispos, sino a todos los fieles (cfr. sobre este punto Melchor Cano, De locis Theologicis (Lib. IV, cap. 3, 117I). Sin embargo, el Espíritu Santo no es espíritu de novedad; guía a la Iglesia, asistiéndola de modo infalible en su Tradición. Mediante la fidelidad a la Tradición, el Espíritu Santo habla todavía a los oídos de los fieles. Y hoy, como en los tiempos del arrianismo, podemos decir con San Hilario: «Sanctiores aures plebis quam corda sacerdotum» “, es decir, son más santos los oídos del pueblo que el corazón de sus sacerdotes. (Contra Arianos, vel Auxentium, nº 6, en PL, 10, col. 613).

Roberto de Mattei

En Il Foglio del 20 de octubre de 2015

domingo, 18 de octubre de 2015

La Nueva Evangelización (4): ¿Nueva Iglesia o Iglesia "nueva" [2]?




Como he repetido en otras ocasiones, a mí personalmente nunca me ha gustado la expresión Nueva Evangelización, porque es ambigua: es muy fácil -facilísimo- caer en el error de interpretarla como Evangelización "nueva" o sea, Evangelización distinta. 

Y esto es lo que está ocurriendo, se quiera admitir o no, pero los hechos son irrebatibles. Siempre me he preguntado el porqué de llamar Nueva Evangelización a aquella Evangelización posterior al Concilio Vaticano II. Se le podría haber llamado,  simplemente, Evangelización o, si se quiere, re-Evangelización ..., que viene a ser lo mismo. ¡Digo yo! ¿Tan difícil hubiera sido hacerlo así? 


Alguien podría preguntarme: ¿Pero tan importante es esto? En principio, no. Pero el problema, que ya se veía venir, es que dicha expresión, como así ha sucedido, ha dado lugar a equívocos, hasta el punto de que nos estamos encontrando [en infinidad de ocasiones, y cada vez con mayor frecuencia] con que muchos "pastores" nos hablan de Evangelización ... ¡y lo que dicen no se parece en nada al Mensaje predicado por Jesucristo! ... Luego, ¡sí es importante! El lenguaje está pensado para que nos entendamos. Ese es su objetivo. Y debe de ser un lenguaje claro, sencillo y accesible, de manera que nunca dé lugar a equívocos: ¡pero no es eso lo que está sucediendo! Luego lo menos que podríamos hacer (un mínimo de prudencia lo exige) es cuestionarnos el lenguaje usado, pues los frutos conseguidos han brillado por su ausencia


En mi opinión el haberle puesto un adjetivo a la palabra Evangelización ha sido un error. ¿Nueva? ¿Por qué nueva? ¿En qué sentido es nueva? ¿Es que se dice -o se piensa decir- algo distinto a lo que siempre se ha dicho? En teoría no, pero en la práctica, que es la que cuenta, sí se han manipulado las palabras del Señor, se ha re-interpretado el Evangelio ... pero de una manera tal que a lo que se ha llegado ya no es el Evangelio, sino otra cosa, aun cuando se nos quiera vender como la interpretación correcta


El Mensaje de Jesucristo, en un sentido profundo, siempre es nuevo, siempre lo ha sido, pues las palabras del Señor son Espíritu y son Vida ... no son palabras petrificadas, válidas solamente para una determinada época histórica. No, valen siempre ... para todas los tiempos y civilizaciones. Nunca es un mensaje obsoleto, sino que posee una perenne actualidad como corresponde a Palabra de Dios que es -y no palabra de hombre-


El Mensaje contenido en los Evangelios es, en sí mismo, clarividente, y siempre lo ha sido. El motivo de haber llegado a sentir la necesidad de convocar un nuevo Concilio (después del Concilio Vaticano I) no está todavía muy claro. En teoría, se trataba de llegar al hombre de nuestro tiempo de manera que el Mensaje le llegara con más facilidad y fuera más comprensible y asequible. Así se daría en la Iglesia una nueva Primavera y la gente se convertiría y cambiaría de vida, pues se le haría más fácil el cambio y la conversión.  


[Tal era, en principio, la idea inicial del Concilio Vaticano II, según el discurso de apertura del mismo por el papa Juan XXIII, pero esta idea degeneró muy pronto. Hay, además, una serie de puntos incluidos en dicho Concilio, que son harto discutibles: se podría decir que van en contra de lo establecido firmemente como Doctrina en los concilios anteriores. Recordemos que el propio Ratzinger dijo que la Gaudium et Spes era un contra-Syllabus, y que esta afirmación no fue rectificada cuando fue elegido Papa. No cabe decir, pues, como solía hacerse en los comienzos, que el Concilio fue mal interpretado; y ni siquiera cabe hablar ya de una "hermenéutica de la continuidad", como decía el anterior papa Benedicto XVI. Queda mucho por dilucidar todavía acerca de dicho Concilio. Hay estudios muy serios en ese sentido. Un ejemplo al que me remito es el conocido libro del cardenal Brunero Gherardini, titulado "Vaticano II: una explicación pendiente". (Pinchar aquíaquí y aquí). En este Concilio que -recordemos- era meramente "pastoral" no está dicha la última palabra. Queda aún mucho por aclarar]


Pero los frutos observados, con posterioridad al Concilio Vaticano II (desde hace cincuenta años hasta el momento presente) no son precisamente lo que, en teoría, se pretendía. De modo que algo ha fallado. Eso está -o debería de estar- muy claro. 

Tan es así que incluso Europa ha renegado de sus raíces cristianas. ¿Hay que atribuir esto al Concilio Vaticano II? Sería una pretensión desmedida. Pero se trata de un hecho, que está ahí, y que se ha producido debido a un ambiente anticristiano; y este ha florecido con posterioridad al Concilio Vaticano II: ¿casualidad? Sólo Dios lo sabe. Pero si el ambiente en Europa hubiese sido cristiano -o no tan anticristiano- tal declaración no se habría producido. Hace cincuenta años (con sólo el Concilio Vaticano I, previo al Concilio Vaticano II) el ambiente europeo era, con diferencia, mucho más cristiano que lo es en la actualidad. Esto, al menos, nos tendría que dar que pensar.

En fin, así están las cosas, se las quiera ver o no. La realidad no deja de ser real por el mero hecho de negarla. Y los acontecimientos históricos que han ocurrido, "realmente" han tenido lugar y no dependen de lo que a mí -o a cualquiera- le hubiese gustado que pasara. 


Lo que ocurrió, ocurrió ... igual que lo que está ocurriendo, está ocurriendo. Todo esto es de cajón. Son verdades de Perogrullo. Aun así, el que no quiera ver esconderá la cabeza como el avestruz, pensando que no existe lo que no se ve; o bien se inventará otros hechos, hechos que sólo "existirán" en su mente; es decir, mentiras ... aunque con la particularidad (¡increíble pero cierta!) de que esas mentiras acabará creyéndoselas el mismo que las inventó ... 


Lo más grave es que esas personas -que intentan cambiar la historia, manipulándola- tienen un inmenso poder mediático y harán todo lo posible para que las nuevas "verdades" lleguen a ser creídas por un inmenso número de ciudadadanos, algo que -de hecho- están ya consiguiendo. 


[Ese espíritu de odio por todo lo que es cristiano es demoníaco: socialistas, marxistas, ateos, agnósticos, masones, etc ... son simples instrumentos que el diablo usa para lograr su objetivo. Y lo tiene bastante fácil, en este sentido, porque ninguno de ellos cree en su existencia, de manera que les hace creer, como maestro avezado en la mentira, que ellos serán los verdaderos dioses, si desplazan al Dios de los cristianos]

La estrategia usada, muy inteligente -aunque perversa- ha consistido en introducir, imponiendo, todas esas "ideas" sectarias y falsas en la educación, con la aquiescencia más o menos consciente de los padres, aunque también la ignorancia . Una acción tanto más depravada en cuanto que va dirigida, de modo preferente, a los niños pequeños,  a los muy pequeños, que son los más indefensos y los que, debido a su edad, tienen poca o ninguna capacidad crítica. 


(Continuará)

sábado, 17 de octubre de 2015

Monseñor Sarasa, casto y mártir (Fray Gerundio)

Un nuevo artículo de fray Gerundio, en cierto modo continuación del anterior artículo de hace dos semanas, que se publicó también en este blog:



Desde que los Poderes Mundiales decretaron que ya era hora de comenzar a implantar de forma agresiva la Ideología de Género, se puso de moda eso de “salir del armario” para convencernos a todos los habitantes del planeta de que eso era lo más normal, que la homosexualidad es encantadoramente humana y que muy pronto va a estar entre la lista de los Derechos Fundamentales de la Persona, cuando sea decretado ya de forma oficial por la ONU y sus mariachis.

Uno hubiera pensado que los que salen del armario asoman la cabecita para decir que lo que estaban ocultando hasta ahora comienza a ser de conocimiento público. Que reconocen que han disimulado y engañado al personal, que los creía según lo que dictan las apariencias. Dicho esto, deberían seguir viviendo su vida, dedicarse a sus labores ya fuera del armario y santas pascuas. Sin llamar la atención. 


Pero no. Los que hoy día salen del dichoso mueble vienen ya con la lección aprendida: salen insultando a los que están fuera, diciendo que son muchos los que están dentro (por culpa de los que están fuera, claro) y advirtiendo a los que nunca pasaron por armario alguno, que su postura es hipócrita, embustera y egoísta. O sea, que salen de la caverna monoflorita pegando alfilerazos, coces y exabruptos a todos los que están fuera.

En resumen: vienen al mundo exterior para convertirnos a todos a su peculiar weltanschauung; para exigir a todo el mundo que acepte su homosexualidad como algo normal y ni se atreva a rechistar lo más mínimo, bajo el peligro de la mayor acusación que hoy en día puede hacerse: intolerancia. Y claro está, eso no se puede tolerar.

Ya advertí que con el caso Sarasa (o como se pronuncie), las cosas en la Iglesia se van a poner a nivel de culebrón . Las puertas de los armarios se abren bajo ciertas consignas. Se percibe que hay una voluntad expresa de comenzar ya con el adoctrinamiento de masas, lo cual se lleva a cabo siguiendo unos pasos que más o menos vienen a ser los siguientes:

1. El recién salido del armario comienza a dar ruedas de prensa y a participar en las tertulias televisivas. Esto es fundamental. A ser posible acompañado por los arrumacos de su novio y siempre con el clergyman colocado y bien elegante. Esta es una de las pocas situaciones en la que los que odian que el sacerdote vaya vestido de modo distinto a los seglares permiten un clergyman o, mejor, una sotana: así el efecto es más propio y pedagógico.

2. El recién salido del armario es un mártir. Muestra ante el mundo-mundial lo mucho que ha sufrido y lo mal que lo ha pasado dentro del armario. No sólo porque allí no había sitio para nada, sino por el convencimiento de que iba a ser estigmatizado por la Iglesia Católica -que más que una Madre es una Madrastra Prehistórica- y en definitiva, la culpable de todo. Por culpa de Ella [la Iglesia] el armario está hasta los topes y ya no cabe un alfiler. En realidad, es un Mártir de la Causa y por eso se ha decidido a dar el paso, después de llevar ya nueve o diez años viviendo con el camote y engañando a todo bicho viviente.

3. El recién salido del armario tiene que dejar bien claro que su postura es la mejor: sinceridad, valentía, sentido del verdadero amor, sentido del deber. Autoconciencia orgullosa de su condición. Y sobre todo, búsqueda de esa felicidad que le negaba la Madrastra Tridentina.

4. El recién salido del armario tiene que acusar a los que están fuera como faltos de sinceridad y de autenticidad. Seguramente también son mariposones y mayates, pero no se animan a decirlo. No son naturales, sencillos y cándidos para decir la verdad con valentía.





5. Y ya, puestos en la faena, el recién salido del armario se pone a dar clases magistrales sobre la virtud de la castidad sacerdotal. Aquí ya se disparan todas las desvergüenzas. Se nos instruye e inculturiza acerca de la excelencia de la virtud de la castidad. ¡¡Ojo con acusarme, que yo la he vivido siempre!!

Y acto seguido, con muy poco rubor, Monseñor Sarasa (o como se diga), ilustra al respetable: Yo siempre he vivido la castidad sacerdotal, porque nunca he tocado a una mujer. Olé. Desde mis novicios más lerdos y palurdos, hasta los más bribonzuelos y golfillos, desde los más ignorantes de las virtudes cristianas hasta los más tomistas, todos piensan que esta nueva definición de la castidad es brillante y digna de un premio de Teología en alguna cátedra de Kasper o en algún sarao de Maradiaga.

Claro, como este pájaro recién alumbrado era secretario de la Comisión Teológica Internacional -la ONU de la Teología Pontificia-, puede re-interpretar, hacer hermenéutica, redireccionar y fundamentar bíblicamente que la lujuria con-el-mismo-sexo no es pecado. Decir Misa habiendo estado enamorado, eso es maravilloso, dice el muy cínico. Y los que no piensan así como él, están condenados a una vida cristiana de madrastra paranoica.

Le decía yo a mis novicios que da pena tomarse esto a risa. Es muy fuerte. Es el síntoma de la descomposición de una buena parte de la Iglesia, con el añadido de la justificación y el descaro. Pero puesto que estas personas sacan sus intimidades orgullosamente ante la prensa, pues que se atengan a las consecuencias. No podemos dejar pasar por alto este desprecio y esta profanación del celibato sacerdotal y de la maravillosa virtud de la castidad. Así que les he aclarado a mis novicios que no me venga ninguno acusándome de no tener caridad con el tipo.

Dice que le ha escrito al Papa. Es posible que el Papa le haya contestado ya. Si le escribe a su dentista, a su zapatero y al vendedor de prensa, a los trans de Granada, a su antiguo alumno, y a tanta gente… estaría mal que no le contestara a una carta tan sincera. Tal como suele actuar el Papa, la respuesta podría ir en esta línea: No te preocupes, hijo mío. ¿Quién soy yo para juzgarte? Tu fe te ha salvado. Entra al gozo de tu señor. Ya veremos si en este Sínodo podemos hacer algo al respecto. Déjalo en mis manos. Y sobre todo y por encima de todo: ¡Arma lío!

Ya solo falta canonizar a alguien que fuera homosexual. Sería la guinda del Pontificado de Francisco para una definitiva reconciliación de la Iglesia con el Mundo. He de reconocer que a mí no me extrañaría. Si se van a cargar de facto la doctrina sobre el matrimonio, ¿por qué no inventarse un apóstol de los gays….?



Fray Gerundio

jueves, 15 de octubre de 2015

¿Le preocupa a Francisco la misericordia? (Michael Lorton, Adelante la Fe)


Un artículo de Michael Lofton sacado de la página web Adelante la Fe. No se trata de ir contra el Papa sino de aplicar la lógica aristotélica y el sentido común. Se trata de ver las cosas y no negar que tales cosas están ocurriendo. El juicio definitivo le corresponde siempre a Dios, pero eso no significa que tengamos que cerrar los ojos a la realidad y anular nuestra razón. Y si lo que vemos es blanco debemos de decir que es blanco; o negro, si es negro. 

Y esto independientemente de nuestras simpatías o antipatías. La verdad debe salir a relucir, caiga quien caiga. La autoridad papal, por ejemplo, no es un absoluto para un cristiano que lo sea de verdad. Por supuesto que tiene una obligación de respeto, de cariño y de veneración hacia la figura del santo Padre, cuando éste ha sido legítimamente proclamado como tal para representar a Cristo en la Iglesia. Pero lo que no se puede hacer es inclinarse ante la figura papal, haga lo que haga, por el mero hecho de haber sido elegido Papa. 

La Historia de la Iglesia es sabia. Y son varios los Papas "legítimos" que han actuado en contra de su propio rebaño, que es la Iglesia. Nos remitimos a los hechos; y no entramos en las intenciones. Y los hechos son lo que son. Un cristiano, que ame la verdad, porque ama a Jesucristo, no puede ignorarlos. Y al hablar de hechos hay que señalarlos todos, aunque parezcan -y de hecho, lo sean- contradictorios, pues está en juego la salvación de las almas. La institución papal, por ejemplo, hay que defenderla a capa y espada, pues fue instituida por Jesucristo: pero no nos confundamos. Una cosa es el Papado, en cuanto tal Papado, que es intocable ... y otra, muy diferente, los Papas. La fiabilidad de éstos depende de su fidelidad al depósito de la fe, que han recibido para transmitirla sin añadir ni quitar nada a ese depósito. 

Sólo si tenemos claras las ideas, en este sentido, podremos hablar con libertad, y sin ningún remordimiento de conciencia, acerca de lo que está ocurriendo hoy en el seno de la Iglesia ... y no nos importarán las críticas que puedan hacernos, pues todo hace pensar que estamos llegando a situaciones sumamente graves que amenazan con destrozar a la Iglesia Católica

Y como cristianos, que luchan en esta Iglesia militante, no podemos consentirlo. Dios nos pedirá cuentas acerca de lo que hemos hecho, en este sentido; y, sobre todo, de lo que no hemos hecho, si estaba en nuestra mano el poder hacer algo. Desde luego hay algo que todos podemos y debemos hacer: y es rezar, rezar insistentemente y con confianza. Está en juego la supervivencia del reinado de Cristo en la tierra. Y no debe de importarnos el jugarnos la vida, si es preciso, para que este reinado continúe, pues son muchas las fuerzas -y muy poderosas- las que amenazan con destruirlo. 

La frase, pronunciada por el papa Pablo VI, diciendo que "el humo de Satanás se ha infiltrado en la Iglesia", si era cierta cuando la dijo, hace cuarenta y cinco años, hoy lo es mucho más: es el mismo Satanás quien está infiltrado en la Iglesia, como caballo de Troya. Y debemos luchar, con todas nuestras fuerzas, para que la propia Iglesia no se hunda, ella sola, en su propio seno, mediante luchas internas entre nuestros propios Jerarcas. 

El artículo que sigue simplemente refleja un aspecto de la verdad de lo que está ocurriendo. Y no hay que tener miedo de hablar y de expresarse, puesto que es la verdad la que nos hará libres (Jn 8, 32), según las palabras de Jesús. Si el Papa, como así ocurre, no procede conforme a la voluntad de Dios, dada la ambigüedad con la que habla, casi siempre, desde que fue elegido Papa, es nuestro deber, como hijos de la Iglesia, y siempre desde la caridad, hablar claramente y sin cortapisas, teniendo "in mente" siempre el verdadero bien de la Iglesia, que será también el bien del propio papa Francisco, aun cuando, para ello, tengamos que contradecirle, en aquellos casos en que no actúe como corresponde a un Papa. Claridad: ¡es necesaria! : "Sea vuestra palabra: "Sí, sí", "No, no". Lo que pasa de esto del Maligno procede" ( Mt 5, 37).  Estas palabras fueron pronunciadas por Jesús y dirigidas a sus discípulos.  

Insisto: es mucho lo que nos jugamos. La Iglesia está atravesando, sin duda, uno de los momentos más críticos de su Historia, si no el más crítico de todos. Y es nuestra labor, como cristianos, hacer todo lo que esté en nuestras manos para que las aguas vuelvan a su cauce. Por supuesto la oración, siempre la oración, una oración intensa dirigida a Dios, por medio de Jesucristo y de su santa Madre y Madre nuestra, la Virgen María. 

Sabemos que Él está más interesado que nosotros en que su Iglesia no desaparezca, pero ha querido contar con nosotros para esa labor. De manera que no tenemos otra salida que, una vez que hayamos hecho cuanto podamos (cada uno según sus posibilidades) ponernos con plena confianza en las manos del Señor

Tenemos la absoluta seguridad de que "las puertas del Infierno no prevalecerán contra la Iglesia" (Mt 16, 18), pero nos toca vivir en un tiempo de lucha a muerte contra el pecado que no solo no es condenado sino aplaudido por la sociedad e incluso por muchos eclesiásticos. 

Una prueba dura, sin lugar a dudas, pero también una ocasión estupenda que el Señor nos brinda para aquilatar nuestra fe. "Ésta es la victoria que vence al mundo: nuestra fe" (1 Jn 5, 4). Un mundo que debe de ser vencido para poder ser salvado, aunque parezca una contradicción. Sin la Iglesia el mundo está completamente perdido ... y no sólo para esta vida. 

De ahí la necesidad de seguir el consejo del autor de la carta a los hebreos: "En vuestra lucha contra el pecado aún no habéis resistido hasta derramar sangre" (Heb 12, 4). Aunque no lo hagamos por nosotros debemos de hacerlo por nuestros hijos y por nuestros nietos. El mundo nos lo agradecerá ... aunque no en esta vida. 



El Santo Padre ha recalcado a menudo el mensaje de que algunos tienen que manifestar más misericordia en la Iglesia, y ese mensaje casi siempre se dirige a los católicos fieles. Una homilía reciente, predicada el segundo día del Sínodo de la Familia, reitera este mensaje, diciendo:

"Jesús también vivió este drama con los doctores de la Ley, que no comprendían por qué no les permitía apedrear a la mujer adúltera, por qué comía con publicanos y pecadores: no comprendían. No entendían la misericordia".

Es muy revelador que el Papa Francisco dijera cosas así después de la apertura del Sínodo, porque los liberales están intentando servirse del Sínodo como una oportunidad de acabar con la norma de la Iglesia de no administrar de la Sagrada Comunión a los adúlteros. Todo en nombre de la “misericordia”.

Sea como fuere, hemos llegado a un punto en el pontificado de Francisco en el que hay que preguntarse si al Santo Padre le importa de verdad la misericordia, ¿o es simplemente una excusa para permitir la liberalización de la fe? Aquí hay algunas preguntas que es necesario contestar para defender lo primero por encima de lo segundo.

Si a Francisco le preocupa de verdad la misericordia, ¿por qué continúa permitiendo que el cardenal Kasper proponga que les pueda dar la Sagrada Comunión a adúlteros impenitentes? ¿Cómo puede ser misericordia contribuir a la condenación de las almas? La misericordia, ¿no estaría más bien en rechazar semejante propuesta por el bien de las almas que se condenarán si reciben la Comunión indignamente (1ª Corintios 11,29)?

Si a Francisco le preocupa de verdad la misericordia, ¿por qué sigue dando al cardenal Danneels tanta influencia sobre la Iglesia, y más durante el Sínodo de la Familia? Es el mismo cardenal que
protege a pedófilos y respalda uniones de sodomitas. 

Es más, ¿por qué designó recientemente a monseñor Barros, que está acusado de encubrir casos de pedofilia (y de haber estado presente en un acto de dichas características), para la diócesis chilena de Osorno y luego tildó a los osorninos de tontos por objetar tal decisión? ¿Dónde está la misericordia para los que sufrirán abusos a manos de manos de sacerdotes que se sentirán más alentados aún a cometer actos pedófilos, en vista de que el Santo Padre valora tanto a quienes los protegen? ¿Dónde está la misericordia para esas posibles víctimas y para los fieles de Osorno?

Si a Francisco le preocupa de verdad la misericordia, ¿por qué continúa sembrando confusión en la Iglesia con discursos improvisados? Da igual que luego se puedan manipular sus palabras para darles un sentido ortodoxo; lo cierto es que la gente lo interpretó en un sentido destructivo, y el Santo Padre no dijo nada para aclarar lo que había dicho. Peor aún, de hecho lo ha agravado con su
comportamiento hacia los homosexuales. ¿A cuántas almas habrá llevado erróneamente a creer que la sodomía es aceptable después del escandalo del “quién soy yo para juzgar”? ¿Por qué no ha tenido la misericordia de advertirles claramente que la sodomía conduce al infierno? 

¿Dónde está la misericordia para los católicos que tienen que estudiar formas de justificar las improvisadas palabras del pontífice actual? 

Si a Francisco le preocupa de verdad la misericordia, ¿por qué no denunció de forma clara y contundente el aborto cuando se presentó ante el Congreso durante su viaje a EE.UU.? Su discurso fue ambiguo en extremo, y los partidarios del aborto lo pudieron acoger favorablemente. ¿Donde está la misericordia para las almas de los bebés que serán asesinados sin una clara denuncia del sucesor de San Pedro?

Si a Francisco le preocupa de verdad la misericordia, ¿por qué sigue predicando sobre la necesidad de
cuidar de la Tierra, en vez de cuidar de las almas predicando el Evangelio? ¿Ha afirmado claramente alguna vez Francisco que Dios manda “a todos los hombres, en todas partes, que se arrepientan” (Hechos 17,30) y “crean en el Señor Jesús” (Hechos 16,31) para salvarse?

¿Dónde está la misericordia para los millones de almas que van camino a la condenación eterna si no se arrepienten? ¿No es acaso la predicación de este Evangelio una obra de misericordia que tiene por objeto librar a los hombres de la esclavitud del pecado, de Satanas y de este mundo?

Si a Francisco le preocupa de verdad la misericordia, ¿por qué no suspende el Sínodo, excomulga a los herejes que están confundiendo a las almas, defiende la fe sin ambages y llama a todos los hombre en todas partes (Hechos 17,30) al arrepentimiento y a la fe en Cristo? Creo que a estas alturas ya conocemos la respuesta.


Michael Lofton

La nueva Evangelización (3): ¿Nueva Iglesia o Iglesia "nueva"[1]?


Anteriormente hemos visto cómo el cristiano y, de modo muy especial, el sacerdote, debe de ser para los demás, "el buen olor de Cristo". Si un cristiano refleja, en su propia vida, la vida de su Maestro, no cabe la menor duda de que serán muchos los que serán atraídos y se convertirán. Eso es lo que el mundo de hoy necesita: cristianos que se tomen en serio su ser de cristianos. Si actuásemos conforme a lo que realmente somos -hijos de Dios en Jesucristo- Cristo se haría patente en este mundo, que tan necesitado está de buenos pastores; de esos pastores que "huelan" a Cristo y no que "huelan" a oveja. Es a esos a los que seguirán las ovejas, porque su voz no les sonará "extraña". Los cristianos estamos llamados a ser "fermento" en la masa.  

Según Bernanos, la alegría es el verdadero secreto del cristiano ... una alegría que proviene del contacto íntimo y sincero con el Señor. Y para eso no se requiere "armar lío" sino estar más tiempo en intimidad con el Señor en la oración, para conocerlo mejor; y, a ser posible, hacerlo junto al Sagrario, donde Él se encuentra con Presencia Real:  un tiempo dedicado a la lectura meditada de los Evangelios y del Nuevo Testamento, que nos conducirá a querer al Señor de verdad, pues es ahí donde se encuentra su Palabra; y donde se encuentra Él mismo, realmente presente en la sagrada hostia. 


Tenemos todas las indicaciones de la Iglesia de casi dos mil años de historia (hasta el Concilio Vaticano II), es decir, tenemos el Magisterio de la Iglesia, que debemos de conocer para no incurrir en errores en nuestra lectura de los Evangelios: esto es lo que sucede en el caso de los protestantes, quienes interpretan los Evangelios a su manera, cada cual como mejor le parece, lo que no está en conformidad con el deseo del Señor: Él es la Verdad, y ésta no puede ser diferente para cada persona o no sería tal.


Por la gracia de Dios, que nunca apreciamos suficientemente, tenemos acceso a todo el tesoro de los Padres de la Iglesia así como a la recta interpretación de aquellos pasajes evangélicos controvertidos que pueden dar lugar a discusiones inútiles entre los cristianos ... y de ahí la necesidad -y la obligación- de conocer bien nuestra doctrina, la doctrina católica, la doctrina de siempre, aquella que sirve para todos los tiempos y para todos los lugares y culturas, manteniéndose siempre idéntica en lo esencial. Las palabras de Jesús son Espíritu y son Vida y siempre iluminan la mente y avivan el corazón para proceder como conviene; y para que no caigamos en el error ... y esto es así independientemente de la época en la que nos haya tocado vivir. Es preciso tener siempre "in mente" que "Jesucristo es el mismo ayer y hoy y lo será siempre" (Heb 13, 8)


Recordemos las palabras de Jesús: "Al ver a las muchedumbres, se llenó de compasión hacia ellos, porque estaban cansados y abatidos, como ovejas sin pastor" (Mt 9, 36).  Hoy, más aún que en tiempos de Jesús, la gente se encuentra también abatida, como "ovejas sin pastor", porque no reconoce en sus pastores a Jesucristo [al menos, no en todos ellos; hay que buscar con lupa para encontrar un pastor que sea, de verdad, un hombre de Dios ... pues eso es lo que las ovejas andan buscando en un pastor; y no otra cosa]. Lo que escuchan, sin embargo, son -con demasiada frecuencia- palabras meramente humanas ... y eso no les atrae. ¡No puede atraerles! 



Sólo la figura de Jesucristo, la verdadera, la de Jesucristo como verdadero Dios y como verdadero hombre, es atractiva en sí misma ... Por desgracia, se trata de una figura que en el mundo en el que vivimos se encuentra prácticamente desvanecida. Y esa es la razón por la que el mundo está triste, inconsciente -incluso- de su propia tristeza, lo que es aún más grave. ¡Qué pocos son los pastores que anuncian íntegramente el Evangelio de Jesucristo! Ciertamente que los hay, ..., o estaríamos perdidos del todo. Pero escasean ... y cada vez son menos. De ahí el mandato de Jesús a sus discípulos, al encontrarse con tanta gente necesitada ... ¡necesitada de la Palabra de Dios!: "La mies es mucha, pero los obreros pocos. Rogad, pues, al Señor de la mies, que envíe obreros a su mies" (Lc 10, 2) ... porque esos son los verdaderos y los auténticos pobres, aquellos de los que nadie se acuerda, aquellos que desfallecen y mueren porque les falta esa Palabra, que es Vida, que son las palabras de Jesucristo. La gente no conoce a Jesucristo ... y por eso languidece y muere: vacío y hastío de la vida no son sino síntomas cuya raíz se encuentra en el desconocimiento del amor de Dios manifestado en Jesucristo.

Recordemos a María Magdalena, de pie, llorando junto al sepulcro de Jesús, porque no se encontraba allí el cuerpo del Señor. Entonces un hombre le pregunto: "Mujer, ¿por qué lloras?. ¿A quién buscas?" (Jn 20, 15a). Ella no sabía que era Jesús quien le estaba hablando, aturullada como estaba; y pensando que era el hortelano, le dijo: "Señor, si te lo has llevado tú, dime dónde lo has puesto y yo lo recogeré" (Jn 20, 15b). 

Toda la tristeza de María desapareció en el preciso momento en el que oyó pronunciar su nombre por Jesús: "¡María!" (Jn 20, 16a). ¡El amor, la ternura, con la que Jesús pronunció su nombre, fue más que suficiente, pues inmediatamente María Magdalena "volviéndose, le dice, en hebreo, '¡Rabboni!', que quiere decir 'Maestro' " (Jn 20, 16b). Eso -y no otra cosa- es lo que necesita nuestro mundo para salvarse: el encuentro íntimo -de tú a tú- con el Señor. Y no hay otro camino: "Yo soy el Camino" (Jn 14, 6). La gente que no conoce al Señor - o se separa de Él - se sitúa, por lo tanto, fuera del Camino y anda extraviada y perdida, viviendo una vida carente de sentido.


Hoy estamos acusando fuertemente, en el seno de la misma Iglesia, los resultados nefastos a los que han conducido las famosas "razones pastorales"  de acercamiento al mundo que dieron lugar al Concilio Vaticano II, hace ya cincuenta años, un Concilio que fue definido por el papa Juan XXIII como meramente pastoral


Siendo esto así, no deja de ser curioso, sin embargo, el valor, fuera de lo normal, que gran número de eclesiásticos, en el seno de la Iglesia, le atribuyen ... hasta tal punto de que pareciera que dicho Concilio es el único que ha tenido la Iglesia en sus dos mil años de historia: veinte Concilios más lo preceden; y éstos sí que fueron todos dogmáticos. Esa idea de la pastoralidad, en sí misma, sin tocar la doctrina, es exclusiva del Concilio Vaticano II. Pero aquí debemos de estar muy atentos: ¿en realidad, de verdad, no se ha modificado ningún punto doctrinal? ¿Es cierto que la doctrina católica no ha cambiado en nada? ¿Se puede afirmar que la Iglesia preconciliar y la Iglesia postconciliar son la misma Iglesia ... y que no ha habido ningún tipo de cambios en lo doctrinal? 


Bueno, en teoría, tal vez sí. El anterior Papa -y hoy cardenal Ratzinger, aunque mal denominado papa emérito- hablaba de una hermenéutica de la continuidad. Pero de una continuidad que él mismo negó cuando era cardenal, antes de ser Papa, y que siendo Papa no desmintió, pues afirmó que la Constitución pastoral Gaudium et Spes sobre el mundo contemporáneo, que es el último de los documentos del Concilio Vaticano II,  es un auténtico Anti-Syllabus 


[Para que entendamos bien la gravedad de esa expresión, debemos de tener en cuenta que el Syllabus del papa Pío IX, redactado por el cardenal Antonelli, junto con la encíclica Quanta Cura, el 8 de diciembre de 1864, constituye un catálogo de los principales errores de aquella época, señalándose ochenta. Lo contrario de esos errores es la verdad católica. Y todos ellos fueron definidos también como tales errores, graves errores, en el Concilio Vaticano I; no de un modo meramente pastoral, sino dogmático. Siendo eso así su negación supone incurrir en herejía, ya que la Iglesia en su conjunto, con el Papa, a la cabeza, se ha definido sobre ellos con toda claridad. Sólo cabe el asentimiento a la Doctrina]


Y, sin embargo, esos errores condenados por el papa Pío IX corresponden, según el cardenal Ratzinger, a circunstancias históricas de aquellos tiempos que hoy han dejado de tener validez. Esto es historicismo puro. Pero entonces, ¿qué ocurre? ¿Estamos, entonces, en una Iglesia "nueva" que ya no es la misma de siempre? ¿Puede la Iglesia cambiar sus dogmas o, si se quiere, sus verdades fundamentales, admitidas a lo largo de toda su historia?. De ser así, ya no es una nueva Iglesia, adaptada a los tiempos, lo que tenemos ante nosotros... sino una Iglesia "nueva", en el sentido de diferente. Ya no estaríamos ante la Iglesia fundada por Jesucristo, sino ante una Iglesia racionalista, inventada por el hombre ... pero eso es otra cosa. 

Un vez realizada esa afirmación, de la que no se ha desmentido cuando era Papa, ¿cómo es posible afirmar que la Iglesia de hoy, la Iglesia postconciliar, es la misma que la Iglesia preconciliar? ... ¡Pero si se ha negado expresamente, al decir que la Gaudium et Spes es un contra-Syllabus! Dios nos pide que tengamos fe, pero no nos puede pedir que actuemos en contra de nuestra razón. No nos puede pedir que admitamos afirmaciones contradictorias. No nos puede pedir que digamos de algo que es negro y blanco al mismo tiempo. O es negro, o es blanco. No podemos negar, aunque queramos, el principio de no contradicción. Lo sobrenatural no anula lo natural, no es antinatural. La fe supone la razón y la perfecciona, pero no la destruye. 


Se nos quiere hacer creer que la Iglesia anterior al Concilio es la misma que la Iglesia posterior al Concilio, aunque todos los hechos indican que eso no es así. Si Jesucristo es la Verdad, la fidelidad a la verdadera Iglesia, a la Iglesia de siempre, pasa por la fidelidad a la verdad y a la razón. No se puede admitir lo que es irracional. Eso sí, dentro del máximo respeto y del cariño a la legítima Iglesia, aunque esta Iglesia se encuentre enferma, sobre todo en sus más altos grados de Jerarquía eclesiástica. Son éstos tiempos de prueba, pero la barca de Pedro no puede naufragar, a pesar de que todo parezca indicar lo contrario. 


Tal vez, un modo de explicarlo, para entenderlo, sería pensar en la trayectoria filosófica del cardenal Ratzinger: "Joseph Ratzinger es un pensador que depende por completo de los filósofos idealistas alemanes. Estudioso y entusiasta, desde sus años de Seminario, del agnosticismo de Kant (considerado el padre del modernismo), sufrió luego la influencia del idealismo de Husserl, del existencialismo de Heidegger, y de otros pensadores como Max Scheler (teoría de los valores, personalismo cristiano), Buber, etc. Aunque quizá habría que poner en primer lugar, dentro del terreno de las influencis, al historicismo de Dilthey, que ejerció un influjo capital en su pensamiento." (De la Gloria del Olivo (II), por el padre Alfonso Gálvez )

Es éste uno de los grandes males que afecta a la Iglesia de hoy: el historicismo (Dilthey), según el cual las verdades son relativas a las épocas. Y lo que en un determinado momento fue verdad en otro momento posterior deja de serlo; de modo tal que la verdad es una quimera. No tiene sentido hablar de verdad, puesto que dicha verdad es relativa al momento en el que ha sido pronunciada, pudiendo ser modificada en momentos posteriores; lo que valdría igualmente para todo lo dicho en el Concilio Vaticano II: dentro de unos años, lo que hoy se considerase "verdad", perdería toda validez ... y así indefinidamente: un relativismo absoluto, en el que la Palabra de Dios quedaría reducida a nada. Frente a esto están las palabras de Jesús: "El Cielo y la tierra pasarán, pero mis palabras no pasarán" (Mt 24, 35). ¿A quién le hacemos caso?



(Continuará)

miércoles, 14 de octubre de 2015

Juzgar a un político es sencillo: ¿Respeta la libertad religiosa?



En el siguiente video, de 3:12 minutos de duración, de Eulogio López, el director de Hispanidad, se nos señala con claridad meridiana el punto clave en el que debemos de fijarnos a la hora de juzgar la honestidad de un político: se trata, simplemente, de preguntarnos si respeta o no la libertad religiosa; y, en concreto -no nos engañemos- la libertad de los católicos para profesar su fe sin coacciones de ninguna clase: