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domingo, 9 de marzo de 2014

¿Tenemos uno o dos Papas? ¿Papa emérito?

Del mismo modo que decimos que "madre no hay más que una", podemos decir también que "Papa no hay más que uno", porque así es: Jesús le hace a Pedro una promesa:  "Tú eres Pedro y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia" (Mt 16,18a). Y luego la ratifica y la confirma por tres veces: "Apacienta mis ovejas" (Jn 21, 15-17). Estas palabras sólo se las dice a Pedro y no al conjunto de los apóstoles. Así lo han entendido todos, desde la fundación de la Iglesia; y así ha sido considerado siempre a lo largo de casi dos mil años. La Iglesia posee una estructura jerárquica, porque ese fue el deseo expreso de su fundador, Jesucristo, nuestro Señor. 

Esto es algo que no se puede modificar; si se hiciese ya no estaríamos hablando de la verdadera Iglesia fundada por Jesucristo sino de otra cosa, de otro tipo de estructura inventada por los hombres; pero eso no sería ya la única y verdadera Iglesia. Esta idea, que siempre ha estado clara en el pueblo cristiano, ha sido también expuesta, como no podía ser de otra manera, por el anterior papa Benedicto XVI, quien renuncia a su condición de Papa y promete obediencia al nuevo Papa Francisco:




Y siendo esto así, como lo es, me surgen algunas dudas que paso a exponer. Como se sabe, el Papa Benedicto XVI renunció a su condición de Papa el 28 de febrero de 2013 quedando la sede vacante: 



hasta el 13 de marzo de ese mismo año, fecha en la que fue elegido el actual papa Francisco I


 

Y ahora, un año más tarde, el anterior papa Benedicto XVI ha afirmado que su renuncia fue perfectamente válida, tal y como hemos podido leer en el anterior postSiendo esto así, como digo, hay cosas que no entiendo:

1. ¿Por qué el cardenal Ratzinger sigue vistiendo de blanco, al igual que el papa Francisco? 

2. ¿Por qué quiere que se le llame papa emérito?
3. ¿Por qué firma manteniendo su nombre de cuando fuera Papa? 
4. ¿Por qué sale acompañando al papa Francisco en ceremonias públicas? 
5. ¿Por qué el papa Francisco lo consiente y lo ratifica?
6. ¿Realmente la cosa no es para tanto? 

Ya sé que el propio cardenal Ratzinger ha contestado a alguna de estas preguntas. Así en la carta respuesta al periodista Tornielli  le contesta: "Mantener el hábito blanco y el nombre Benedicto es una cosa simplemente práctica. Al momento de la renuncia no había otros vestidos a disposición. Por lo demás, llevo el hábito blanco de forma claramente diferente al del Papa". Y de hecho ya había manifestado, en ocasiones anteriores, que seguiría manteniendo el nombre de Benedicto XVI (con el que aparece al final de la carta dirigida a Tornielli), que se llamaría "Papa emérito", a partir de su renuncia,  y que seguiría vistiendo el hábito blanco, aunque simplificado con respecto al del Pontífice, es decir sin la "peregrina" y sin la faja.

Bueno, sin duda es una respuesta... pero no aclara nada, en mi opinión (dice lo que va a hacer, pero no dice por qué lo hace, al menos no con la suficiente claridad). Y, además, se contradice un poquito. Por ejemplo, afirma que "no había otros vestidos a disposición" en el momento de la renuncia... ¡Hombre, no los había porque él ya había decidido previamente que no los hubiera, y se había manifestado públicamente en ese sentido: que iba a seguir vistiendo de blanco! (Bueno, ¡eso sí, sin la "peregrina" y sin la faja! ...¡Faltaría más!). 

Respecto a seguir manteniendo el nombre de Benedicto XVI contesta también que "es una cosa simplemente práctica" ... ¿práctica?...¿por qué? ... ¿A qué se refiere exactamente?. ¿Y qué sentido tiene hacer uso de la expresión "sin sentido" papa "emérito", si él ya no es papa? ¿Qué más da, podría pensar alguno? ¿Qué importancia puede tener eso? Pues mucha más de la que a una mirada superficial pudiera parecer. Pienso sinceramente (es sólo mi opinión, pero una opinión razonada) que es un error actuar así. Por una sencilla razón: ¿Qué necesidad hay de producir, como está ocurriendo de hecho, el escándalo y la confusión en buena parte del pueblo cristiano ... y precisamente de aquellos cristianos que han estado luchando toda su vida por permanecer fieles a las enseñanzas de Jesucristo, manifestadas a través de la Biblia y de la Tradición multisecular. 

Sí, es cierto que se dice que hay sólo un Papa y que éste es el papa Francisco. Y no sólo es que se dice: es que es absolutamente cierto que es así. Eso es verdad. ¿Pero qué necesidad hay de confundir a la gente de a pie? Se dice que hay un Papa, pero se ven dos papas, y la gente sabe lo que ve, lo que le entra por los ojos (y ven a ambos juntos y vestidos de blanco, color que es el propio del Papa). Se dice que Benedicto XVI ya no es el Papa, y eso es verdad, ¿pero por qué se sigue llamando entonces Benedicto XVI? Si no hubiera nada que ocultar (como se supone que no lo hay), si se actuara con sencillez, llamando al pan pan y al vino vino, la gente ya no vería más al papa émerito Benedicto XVI vestido de blanco, sino al cardenal Ratzinger (si se quiere cardenal emérito vestido de cardenal)

¿Y qué es eso de papa emérito?. Hablar de obispo emérito tiene sentido, entre otras cosas porque hay muchos obispos... además, el obispo emérito sigue manteniendo su condición de obispo; pero Papa no hay más que uno, y en buena lógica el papa emérito seguiría manteniendo su condición de Papa, lo que supondría la existencia de dos papas (en contra de la voluntad del fundador de la Iglesia).

Lo que digo a continuación es un hecho real, no inventado, para que se vea que no estoy hablando por hablar... Y me refiero al hecho de que ya, en algunas iglesias, se pide "por los papas Benedicto y Francisco"... ¡Y ésto dicho por sacerdotes, no por simples fieles! 

Ante esta situación, sin importancia, ¿no debería el papa Francisco actuar coherentemente, evitando así esos malos entendidos que, en el mejor de los casos, originan confusión entre sus fieles cuando no una disminución o incluso la pérdida de la fe? ¡Pues no, señor!: todo lo contrario. Resulta que lo aprueba y lo considera normal. Es más: en la tercera entrevista que tuvo lugar el pasado 5 de marzo de 2014 (miércoles de Ceniza, comienzo de la Cuaresma), concedida a Ferruccio de Bortoli, director del periódico italiano Corriere della Sera (a la que ya nos hemos referido) y que puede leerse completamente haciendo clic aquí, destaco la siguiente pregunta dirigida al papa Francisco así como la respuesta dada:


–Respecto de su relación con su predecesor, Benedicto XVI, ¿alguna vez le pidió un consejo?

Sí, el Papa emérito no es una estatua de museo. Es una institución, a la que no estábamos acostumbrados. Sesenta o setenta años atrás, la figura del obispo emérito no existía. Eso vino después del Concilio Vaticano II, y actualmente es una institución. Lo mismo tiene que pasar con el Papa emérito. Benedicto es el primero y tal vez haya otros. No lo sabemos. ... Hablamos y juntos llegamos a la conclusión de que era mejor que viera gente, que saliera y participara de la vida de la Iglesia ... Algunos hubiesen querido que se retirara a una abadía benedictina muy lejos del Vaticano. Y yo pensé en los abuelos, que con su sabiduría y sus consejos le dan fuerza a la familia y no merecen terminar en una casa de retiro.

Queda muy bonito hablar así, muy piadoso. Pero este tipo de piedad no es bueno. A este paso (¡digo yo!) nos podríamos encontrar con tres, cuatro o más "papas" eméritos (aunque eso sí: diciendo siempre y haciendo hincapié en que sólo hay un único Papa, aunque nos parezca otra cosa). La vía de los hechos es muy peligrosa. Se trata de acostumbrar a la gente a que eso es algo normal. Y esta es la razón, a mi entender, por la que tanto se habla, o se empieza a hablar ya (y si no, al tiempo) de la democracia en el seno de la Iglesia. La Iglesia, que es de origen divino, pasaría a ser una institución meramente humana. O sea, habría desaparecido. Ciertamente, eso no puede suceder: "Las puertas del infierno no prevalecerán contra ella" (Mt 16,18b). Antes de que se llegara a una situación de ese tipo, pienso que estaríamos llegando ya al final de los tiempos. Evidentemente, se trata sólo de una opinión, pero tiene visos de acercarse a la verdad, aunque ésta sólo Dios la sabe.

Supongamos que el papa Francisco, que tiene 78 años, por lo que sea, dentro de uno o dos años no se encontrase en condiciones de hacerle frente al papado. No pasa nada, renuncia al mismo, se elige un nuevo papa, él pasa a ser otro papa emérito... y así sucesivamente...¡Válgame Dios! 

¿Es que nadie se da cuenta de estas cosas que son de sentido común? La estructura de la Iglesia es jerárquica. Y esto no lo puede cambiar ningún Papa, por muy Papa que sea. Es algo de institución divina. Alguien podría decirme: ¿quién ha dicho que haya dos papas?  Correcto, nadie lo ha dicho. Y efectivamente hay un solo Papa, que es Francisco I ... pero yo veo lo que veo. Y lo que veo no me gusta, porque a un observador externo le podría parecer que hay más de un papa. Y si no, vean las siguientes imágenes (que son solo una muestra) en las que se observa juntos y vestidos de blanco. a Benedicto XVI y a Francisco I. Y esto no sólo en el interior del Vaticano, sino también en ceremonias públicas , como la de entrega de birretas a 19 nuevos cardenales: los vídeos y las imágenes valen más que las palabras. ¿Acaso no es como para estar confundido? 




sábado, 8 de marzo de 2014

¿Es válida la renuncia de Benedicto XVI como Papa?

Hay gente que se plantea si el Papa Francisco es o no el legítimo Papa; y piensa, incluso, que el Papa Benedicto XVI sigue siendo el verdadero Papa, pero que fue obligado a renunciar. Eso no es así. 

El Papa Benedicto XVI renunció a su condición de Papa porque quiso, libremente y sin ningún tipo de coacción. De alguna manera, él mismo ya estaba anticipando su posible renuncia en la entrevista que le hizo el periodista alemán Peter Seewald, y que fue recogida luego en el libro Luz del mundo, donde dice: "Si un Papa se da cuenta claramente de que ya no es capaz, física, psicológica y espiritualmente, para desempeñar las funciones de su cargo, entonces tiene el derecho y, en algunas circunstancias, también la obligación de renunciar".

Se podría pensar, y eso es así, que tal evento (de dimisión de un Papa legítimo) jamás se había producido en la historia de la Iglesia. No obstante, para hablar con rigor, habría que estar muy bien informado acerca de la historia de los Papas y habría que saber interpretar bien las situaciones concretas "anormales" que se han producido, 
situándose en el contexto histórico adecuado para poder entenderlas; y poder así discernir entre la verdad y el error. Para ello se necesitaría de expertos en el tema (y de expertos con fe). 


Las "dimisiones" de algunos Papas (muy escasos, por otra parte) no están muy claras. Se puede hacer uso de la wikipedia para informarse, pero no creo que sea el canal más adecuado para estos temas tan serios; puede ayudar, tal vez, como referencia inicial. Se requiere de una investigación mucho más profunda para abordarlos, que no es propia de un blog como éste. No obstante, diré algo al respecto, a partir de información sacada de la GER, básicamente.

Así, es preciso decir que de las renuncias papales que se conocen, que son poquísimas, sólo una fue "libre" la de Celestino V, un santo ermitaño de unos 85 años de edad, de nombre Pedro Angelario, llamado también Pedro de Morrone (porque se había retirado a una cueva del monte Morrone). Y digo "libre" (entre comillas) porque, de alguna manera casi fue obligado a aceptar la misión de Papa dado que, después de la muerte del Papa Nicolás IV (22 febrero 1288 a 4 de abril 1292) la sede papal llevaba vacante ya más de dos años. Y, sobre todo, había intereses políticos en juego, relacionados con el rey Carlos II de Nápoles. Su elección fue comunicada al anacoreta por el cardenal Pedro Colonna, una arzobispo, dos obispos y dos notarios que, postrados en tierra, le ofrecieron la tiara. El monje, en su profunda humildad y simpleza, intentó huir, pero a instancia de todos y especialmente de sus ermitaños, aceptó la elección, que tuvo lugar en Perusa el 5 de julio de 1294. Pero consciente de sus escasísimas dotes de gobierno e ignorancia de las cosas del mundo, renunció a su dignidad papal el 13 de diciembre del mismo año. Murió el 19 de mayo de 1296. Y fue canonizado por el papa Clemente V el 5 de mayo de 1313. En la bula de canonización, Clemente V dice que el nuevo santo era ad regimen universalis Ecclesiae inexpertus, reconociendo así que la razón de su renuncia era legítima. 

Pero bueno: sea de ello lo que fuere, lo cierto es que el Código de Derecho Canónico actual, promulgado por Juan Pablo II en Roma el 25 de enero de 1983 recoge esa posibilidad de renuncia de un modo explícito (en el apdo 332, nº2): "Si el Romano Pontífice renunciase a su oficio, se requiere para la validez que la renuncia sea libre y se manifieste formalmente, pero no que sea aceptada por nadie". [1]

Queda claro, por lo tanto, que el actual Papa Francisco I es el verdadero y único Papa que tiene hoy la Iglesia. Eso no es discutible. Y por si todavía hubiese alguna duda al respecto, resulta que un año después de haber dimitido como Papa, el antiguo Papa Benedicto XVI, vuelve a insistir en la validez de su renuncia, respondiendo a unas preguntas que le hacen. Podemos leerlo en el siguiente enlace  en donde responde mediante una carta en papel impreso a Andrea Tornielli, periodista de Vatican Insider, que le había enviado tres preguntas sobre presuntas presiones y conspiraciones que lo habrían impulsado a la renuncia. 

Aunque el texto está en italiano, puede leerse también en español, mediante el traductor de Google, traducción que a veces se hace sola, si se ha configurado previamente el ordenador para esa tarea.

La primera se refería a las preocupaciones que existían acerca de la validez de su renuncia. La segunda a por qué seguía vistiendo el hábito blanco y usando el nombre papal y en la tercera se le preguntó si una cita de la carta enviada a Hans Küng sobre la amistad entre él y Francisco era literal



Ésta es la carta de respuesta del cardenal Ratzinger 
al Sr Andrea Tornielli, a los dos días de ser preguntado:

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Ciudad del Vaticano
02/18/2014

Estimado Sr. Tornielli

Gracias por su carta del 16 de febrero usted. Ésta es mi respuesta a sus preguntas:

1) No existe la menor duda sobre la validez de mi renuncia al ministerio petrino. Única condición de la validez es la plena libertad de la decisión. Las especulaciones sobre la invalidez de mi renuncia son simplemente absurdas.

2) Mantener el hábito blanco y el nombre Benedicto -nos escribió- es una cosa simplemente práctica. Al momento de la renuncia no había otros vestidos a disposición. Por lo demás, llevo el hábito blanco de forma claramente diferente al del Papa. También aquí se trata de especulaciones sin el mínimo fundamento.[2]

3) El prof. Küng citó literal y correctamente las palabras de mi carta a él dirigida[3]

Espero haber respondido con claridad y sencillez a sus preguntas.

Suyo en el Señor, Benedicto XVI

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[1] Tal vez habría que recordar que en el código de derecho canónico de 1917, tal posibilidad de renuncia papal no estaba contemplada (como no lo estuvo nunca anteriormente, aun cuando no hubiesen códigos canónicos completos escritos, ni en ese sentido ni en ningún otro. Al menos, a mí no me consta). En todo caso, pienso que se trata de un asunto de disciplina eclesiástica, que no tiene mayor trascendencia... ¿O sí la tiene?... Bueno, independientemente de cual sea la respuesta, lo cierto es que el anterior Papa Benedicto XVI se rigió, en su decisión, por el Código vigente en ese momento, de modo que resulta superfluo y una pérdida de tiempo, el seguir haciendo especulaciones al respecto.

[2] Ratzinger ya había indicado esto anteriormente: que seguiría manteniendo el nombre de Benedicto XVI (con el que aparece al final de la carta), que se llamaría "Papa emérito", a partir de su renuncia; y que seguiría vistiendo el hábito blanco, aunque simplificado con respecto al del Pontífice, es decir sin la "peregrina" y sin la faja.

[3] Éstas fueron las palabras de Ratzinger a Kung: «Estoy agradecido de poder estar unido por una gran identidad de visión y por una amistad de corazón al Papa Francisco. Hoy, veo como mi única y última tarea apoyar su Pontificado en la oración» 

jueves, 6 de marzo de 2014

Tercera entrevista al Papa Francisco

Ya hemos aludido en este blog a las dos primeras entrevistas:

La primera entrevista fue con P. Antonio Spadaro, director de la revista de la Compañía de Jesús, Civittà Cattolica, a lo largo de tres sesiones, el 19, el 23 y el 29 de agosto de 2013, publicada el 17 de Septiembre del mismo año

La segunda, con Eugenio Scalfari, fundador del diario La Repubblica, se publicó en dicho periódico el 1 de octubre. Por cierto, 
esta entrevista fue borrada de la página web del Vaticano el viernes, 15 de Noviembre de 2013.

La tercera, que es a la que aquí nos referimos, ha tenido lugar el pasado 5 de marzo de 2014 (miércoles de Ceniza, comienzo de la Cuaresma), y fue concedida a Ferruccio de Bortoli, director del periódico italiano Corriere della Sera (el diario argentino La Nación la publicó en forma simultánea y exclusiva). En esta entrevista el papa Francisco habla de su primer año de pontificado. Puede leerse directamente haciendo clic en este enlace. Aparece en ella un vídeo de 8 minutos y 7 segundos, de cuando fue elegido Papa, vídeo acompañado de 16 imágenes de tal evento; así como también 7 imágenes de su familia. También son de destacar los diferentes hipervínculos o links a otras páginas web, si se quiere ampliar o profundizar en la información que se da. En este artículo 
yo me limito simplemente a transcribir el texto íntegro de esta tercera entrevista. Las preguntas del periodista vienen en negrita. En negrita y rojo escribo las respuestas del Papa que no acabo de entender (y a las que pienso referirme en próximos blogs) y en negrita y azul aquellas respuestas del Papa que entiendo que están en conformidad con la doctrina católica de siempre, aunque alguna de ellas necesitaría, en mi opinión, de algunos matices, para que no se diera lugar a interpretaciones erróneas.
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(Corriere della Sera/La Nacion) Un año ha transcurrido desde aquel simple buona sera que conmovió al mundo. El lapso de doce meses tan intensos no alcanza para contener la gran masa de novedades y signos profundos de la innovación pastoral de Francisco.

Nos encontramos en un pequeño salón en Santa Marta. La única ventana da a un patio que abre un minúsculo ángulo de cielo azul. El Papa aparece de improviso por una puerta, con la cara distendida y sonriente. Se divierte con los varios grabadores que la ansiedad senil del periodista colocó sobre la mesa. «¿Funcionan todos? ¿Sí? Menos mal». ¿El balance de este año? No, los balances no le gustan. «Yo sólo hago balance cada 15 días, con mi confesor».

–Santo Padre, usted cada tanto llama por teléfono a los que le piden ayuda. Y algunas veces no le creen que sea usted?

Sí, ya me ha pasado. Cuando uno llama es porque tiene ganas de hablar, una pregunta que hacer, un consejo que pedir. Cuando era cura en Buenos Aires, era más fácil. Y a mí me quedó esa costumbre. Es un servicio. Me sale así. Pero es cierto que ahora no es tan fácil hacerlo, dada la cantidad de gente que me escribe.

–¿Hay alguno de esos contactos que recuerde con particular afecto?

Una señora viuda de 80 años que había perdido a su hijo. Me escribió. Y ahora le pego una llamadita una vez por mes. Ella está feliz, y yo hago de cura. Me gusta.

–Respecto de su relación con su predecesor, Benedicto XVI, ¿alguna vez le pidió un consejo?

Sí, el Papa emérito no es una estatua de museo. Es una institución, a la que no estábamos acostumbrados. Sesenta o setenta años atrás, la figura del obispo emérito no existía. Eso vino después del Concilio Vaticano II, y actualmente es una institución. Lo mismo tiene que pasar con el Papa emérito. Benedicto es el primero y tal vez haya otros. No lo sabemos. Él es discreto, humilde, no quiere molestar. Lo hablamos y juntos llegamos a la conclusión de que era mejor que viera gente, que saliera y participara de la vida de la Iglesia. Una vez vino hasta acá en ocasión de la bendición de la estatua de San Miguel Arcángel, después a un almuerzo en Santa Marta, y después de Navidad le devolví la invitación a participar del consistorio, y él aceptó. Su sabiduría es un don de Dios. Algunos hubiesen querido que se retirara a una abadía benedictina muy lejos del Vaticano. Y yo pensé en los abuelos, que con su sabiduría y sus consejos le dan fuerza a la familia y no merecen terminar en una casa de retiro.

–A nosotros nos parece que su modo de gobernar la Iglesia es así: usted escucha a todos y después decide solo. Un poco como el padre general de los jesuitas. ¿El Papa es un hombre solo?

Sí y no, pero entiendo lo que me quiere decir. El Papa no está solo en su trabajo porque es acompañado por el consejo de muchos. Y sería un hombre solo si decidiese sin escuchar a nadie o fingiendo que escucha. Pero hay un momento, cuando se trata de decidir, de poner la firma, en el cual queda solo con su sentido de la responsabilidad.

–Usted ha innovado, ha criticado algunas actitudes del clero, ha revolucionado la curia. Con algunas resistencias y algunas oposiciones. ¿La Iglesia ya cambió como usted quería hace un año?

Yo en marzo pasado no tenía ningún proyecto para cambiar la Iglesia. No me esperaba, por decirlo de alguna manera, esta transferencia de diócesis. Empecé a gobernar buscando poner en práctica todo lo que había surgido en el debate entre los cardenales de las diversas congregaciones. Y en mis acciones espero contar con la inspiración del Señor. Le doy un ejemplo. Se había hablado de la situación espiritual de las personas que trabajan en la curia, y entonces empezaron a hacer retiros espirituales. Había que darles más importancia a los ejercicios espirituales anuales: todos tienen derecho a pasar cinco días de silencio y meditación, mientras que antes en la curia se escuchaban tres rezos al día y después algunos seguían trabajando.

–¿La ternura y la misericordia son la esencia de su mensaje pastoral?

Y del Evangelio. Son el corazón del Evangelio. De lo contrario, no se entiende a Jesucristo, ni la ternura del Padre, que lo envía a escucharnos, a curarnos, a salvarnos.

–¿Pero ese mensaje fue comprendido? Usted dijo que la «franciscomanía» no duraría mucho. ¿Hay algo de su imagen pública que no le guste?

Me gusta estar entre la gente, junto a los que sufren, y andar por las parroquias. No me gustan las interpretaciones ideológicas, una cierta mitología del papa Francisco. Cuando se dice, por ejemplo, que salgo de noche del Vaticano para ir a darles de comer a los mendigos de Via Ottaviano... Jamás se me ocurriría. Sigmund Freud decía, si no me equivoco, que en toda idealización hay una agresión. Pintar al Papa como si fuese una especie de Superman, una especie de estrella, me resulta ofensivo. El Papa es un hombre que ríe, llora, duerme tranquilo y tiene amigos como todos. Es una persona normal.

–¿Le molestó que lo acusaran de marxista , sobre todo en Estados Unidos, tras la publicación de «Evangelii Gaudium»?

Para nada. Nunca compartí la ideología marxista, porque es falsa, pero conocí a muchas personas buenas que profesaban el marxismo.

–Los escándalos que perturbaron la vida de la Iglesia ya quedaron afortunadamente atrás. Sobre el delicado tema del abuso de menores, los filósofos Besancon y Scruton, entre otros, le pidieron que alce su voz contra el fanatismo y la mala fe del mundo secularizado que respeta poco a la infancia.

Quiero decir dos cosas. Los casos de abusos son tremendos porque dejan heridas profundísimas. Benedicto XVI fue muy valiente y abrió el camino. Y siguiendo ese camino la Iglesia avanzó mucho. Tal vez más que nadie. Las estadísticas sobre el fenómeno de la violencia contra los chicos son impresionantes, pero muestran también con claridad que la gran mayoría de los abusos provienen del entorno familiar y de la gente cercana. La Iglesia Católica es tal vez la única institución pública que se movió con transparencia y responsabilidad. Ningún otro hizo tanto. Y, sin embargo, la Iglesia es la única en ser atacada.

–Usted dice que «los pobres nos evangelizan». La atención puesta en la pobreza, la más fuerte impronta de su mensaje, es tomada por algunos observadores como una profesión del pauperismo. El Evangelio no condena la riqueza. Y Zaqueo era rico y caritativo.

El Evangelio condena el culto a la riqueza. El pauperismo es una de las interpretaciones críticas. En el Medioevo, había muchas corrientes pauperistas. San Francisco tuvo la genialidad de colocar el tema de la pobreza en el camino evangélico. Jesús dice que no se puede servir a dos amos, Dios y el dinero. Y cuando seamos juzgados al final de los tiempos (Mateo, 25), nos preguntarán por nuestra cercanía con la pobreza. La pobreza nos aleja de la idolatría y abre las puertas a la Providencia. Zaqueo entrega la mitad de sus riquezas a los pobres. Y a quienes tienen sus graneros llenos de su propio egoísmo el Señor, al final, les pedirá cuentas. Creo haber expresado bien mi pensamiento sobre la pobreza en «Evangelii Gaudium».

–Usted identifica en la globalización, sobre todo financiera, algunos de los males que sufre la humanidad. Pero la globalización sacó de la indigencia a millones de personas. Trajo esperanza, un sentimiento que no debe confundirse con el optimismo.


Es cierto, la globalización salvó de la miseria a muchas personas, pero condenó a muchas otras a morir de hambre, porque con este sistema económico se vuelve selectiva. La globalización en la que piensa la Iglesia no se parece a una esfera en la que cada punto es equidistante del centro y en la cual, por lo tanto, se pierde la particularidad de los pueblos, sino que es un poliedro, con sus diversas facetas, en el que cada pueblo conserva su propia cultura, lengua, religión, identidad. La actual globalización «esférica» económica, y sobre todo financiera, produce un pensamiento único, un pensamiento débil. Y en su centro ya no está la persona humana, sólo el dinero.

–El tema de la familia es central para la actividad del consejo de los ocho cardenales. Desde la exhortación «Familiaris Consortio», de Juan Pablo II, muchas cosas cambiaron. Se esperan grandes novedades. Y usted dijo que a los divorciados no hay que condenarlos, hay que ayudarlos.

Es un largo camino que la Iglesia debe completar. Un proceso que quiere el Señor. Tres meses después de mi elección, me fueron sometidos los temas para el sínodo, y nos propusimos discutir sobre cuál es el aporte de Jesús al hombre contemporáneo. Pero al final, gradualmente -que para mí es un signo de la voluntad de Dios-, se decidió discutir sobre la familia, que atraviesa una crisis muy seria. Es difícil formar una familia. Los jóvenes ya no se casan. Hay muchas familias separadas, cuyo proyecto de vida común fracasó. Los hijos sufren mucho. Y nosotros tenemos que dar una respuesta. Pero para eso hay que reflexionar mucho y en profundidad. Es eso lo que están haciendo el consistorio y el sínodo. Hay que evitar quedarse en la superficie del tema. La tentación de resolver los problemas desde la casuística es un error, una simplificación de cosas profundas. Es lo que hacían los fariseos: una teología muy superficial. Y es a la luz de esa reflexión profunda que podrán afrontarse seriamente las situaciones particulares, también la de los divorciados.

–¿Por qué el informe del cardenal Walter Kasper en el último consistorio (un abismo entre la doctrina sobre matrimonio y familia y la vida real de muchos cristianos) generó tanta división entre los purpurados? ¿Cree que la Iglesia podrá recorrer esos dos años de fatigoso camino para llegar a un consenso amplio y sereno?
El cardenal Kasper hizo una hermosa y profunda presentación, que muy pronto será publicada en alemán, en la que aborda cinco puntos, el quinto de los cuales es el de las segundas nupcias. Más me hubiese preocupado que en el consistorio no se desatara una discusión intensa, porque no habría servido de nada. Los cardenales sabían que podían decir lo que quisieran, y presentaron puntos de vista diferentes, que siempre son enriquecedores. El debate abierto y fraterno hace crecer el pensamiento teológico y pastoral. Eso no me atemoriza. Es más: lo busco.

–En un pasado reciente, era habitual referirse a «valores no negociables», sobre todo en cuestiones de bioética y de moral sexual. Usted no ha usado esa fórmula. ¿Esa elección es señal de un estilo menos preceptivo y más respetuoso de la conciencia individual?

Nunca entendí la expresión «valores no negociables». Los valores son valores y basta. No puedo decir cuál de los dedos de la mano es más útil que el resto, así que no entiendo en qué sentido podría haber valores negociables. Lo que tenía para decir sobre el tema de la vida lo he dejado por escrito en «Evangelii Gaudium».

–Muchos países regularon la unión civil. Es un camino que la Iglesia puede comprender, pero ¿hasta qué punto?

El matrimonio es entre un hombre y una mujer. Los Estados laicos quieren justificar la unión civil para regular diversas situaciones de convivencia, impulsados por la necesidad de regular aspectos económicos entre las personas, como, por ejemplo, la obra social. Hay que ver cada caso y evaluarlos en su diversidad.

–¿Cómo será promovido el rol de la mujer dentro de la Iglesia?

Tampoco en esto ayuda la casuística. Es verdad que la mujer puede y debe estar más presente en los puestos de decisión de la Iglesia. Pero a esto yo lo llamaría una promoción de tipo funcional. Y sólo con eso no se avanza demasiado. Más bien hay que pensar que la Iglesia lleva el artículo femenino, «la»: es femenina desde su origen. El teólogo Urs von Balthasar trabajó mucho sobre este tema: el principio mariano guía a la Iglesia de la mano del principio petrino. La Virgen es más importante que cualquier obispo y que cualquiera de los apóstoles. La profundización teologal ya está en marcha. El cardenal Rylko, junto al Consejo de los Laicos, está trabajando en esta dirección con muchas mujeres expertas.

–Medio siglo después de la encíclica «Humanae Vitae», de Pablo VI, ¿puede la Iglesia retomar el tema del control de la natalidad?

Todo depende de cómo sea interpretado el texto de «Humanae Vitae». El propio Pablo VI, hacia el final, recomendaba a los confesores mucha misericordia y atención a las situaciones concretas. Pero su genialidad fue profética, pues tuvo el coraje de ir contra la mayoría, de defender la disciplina moral, de aplicar un freno cultural, de oponerse al neomalthusianismo presente y futuro. El tema no es cambiar la doctrina, sino ir a fondo y asegurarse de que la pastoral tenga en cuenta las situaciones de cada persona y lo que esa persona puede hacer. También de eso se discutirá en los preliminares del sínodo.

–La ciencia evoluciona y redibuja los confines de la vida. ¿Tiene sentido prolongar la vida en estado vegetativo? ¿El testamento biológico podría ser una solución?

No soy un especialista en argumentos bioéticos, y temo equivocarme en mis palabras. La doctrina tradicional de la Iglesia dice que nadie está obligado a usar métodos extraordinarios cuando alguien está en su fase terminal. Pastoralmente, en estos casos, yo siempre he aconsejado los cuidados paliativos. En casos más específicos, de ser necesario, conviene recurrir al consejo de los especialistas.

lunes, 3 de marzo de 2014

MENSAJE DEL SANTO PADRE FRANCISCO PARA LA CUARESMA 2014


Se hizo pobre para enriquecernos con su pobreza (cfr. 2 Cor 8, 9)

Queridos hermanos y hermanas:

Con ocasión de la Cuaresma os propongo algunas reflexiones, a fin de que os sirvan para el camino personal y comunitario de conversión. Comienzo recordando las palabras de san Pablo: «Pues conocéis la gracia de nuestro Señor Jesucristo, el cual, siendo rico, se hizo pobre por vosotros para enriqueceros con su pobreza» (2 Cor 8, 9). El Apóstol se dirige a los cristianos de Corinto para alentarlos a ser generosos y ayudar a los fieles de Jerusalén que pasan necesidad. ¿Qué nos dicen, a los cristianos de hoy, estas palabras de san Pablo? ¿Qué nos dice hoy, a nosotros, la invitación a la pobreza, a una vida pobre en sentido evangélico?

La gracia de Cristo


Ante todo, nos dicen cuál es el estilo de Dios. Dios no se revela mediante el poder y la riqueza del mundo, sino mediante la debilidad y la pobreza: «Siendo rico, se hizo pobre por vosotros…». Cristo, el Hijo eterno de Dios, igual al Padre en poder y gloria, se hizo pobre; descendió en medio de nosotros, se acercó a cada uno de nosotros; se desnudó, se “vació”, para ser en todo semejante a nosotros (cfr. Flp 2, 7; Heb 4, 15). ¡Qué gran misterio la encarnación de Dios! La razón de todo esto es el amor divino, un amor que es gracia, generosidad, deseo de proximidad, y que no duda en darse y sacrificarse por las criaturas a las que ama. La caridad, el amor es compartir en todo la suerte del amado. El amor nos hace semejantes, crea igualdad, derriba los muros y las distancias. Y Dios hizo esto con nosotros. Jesús, en efecto, «trabajó con manos de hombre, pensó con inteligencia de hombre, obró con voluntad de hombre, amó con corazón de hombre. Nacido de la Virgen María, se hizo verdaderamente uno de nosotros, en todo semejante a nosotros excepto en el pecado» (Conc. Ecum. Vat. II, Const. past. Gaudium et spes, 22).


La finalidad de Jesús al hacerse pobre no es la pobreza en sí misma, sino —dice san Pablo— «...para enriqueceros con su pobreza». No se trata de un juego de palabras ni de una expresión para causar sensación. Al contrario, es una síntesis de la lógica de Dios, la lógica del amor, la lógica de la Encarnación y la Cruz. Dios no hizo caer sobre nosotros la salvación desde lo alto, como la limosna de quien da parte de lo que para él es superfluo con aparente piedad filantrópica. ¡El amor de Cristo no es esto! Cuando Jesús entra en las aguas del Jordán y se hace bautizar por Juan el Bautista, no lo hace porque necesita penitencia, conversión; lo hace para estar en medio de la gente, necesitada de perdón, entre nosotros, pecadores, y cargar con el peso de nuestros pecados. Este es el camino que ha elegido para consolarnos, salvarnos, liberarnos de nuestra miseria. Nos sorprende que el Apóstol diga que fuimos liberados no por medio de la riqueza de Cristo, sino por medio de su pobreza. Y, sin embargo, san Pablo conoce bien la «riqueza insondable de Cristo» (Ef 3, 8), «heredero de todo» (Heb 1, 2).

¿Qué es, pues, esta pobreza con la que Jesús nos libera y nos enriquece? Es precisamente su modo de amarnos, de estar cerca de nosotros, como el buen samaritano que se acerca a ese hombre que todos habían abandonado medio muerto al borde del camino (cfr. Lc 10, 25ss). Lo que nos da verdadera libertad, verdadera salvación y verdadera felicidad es su amor lleno de compasión, de ternura, que quiere compartir con nosotros. La pobreza de Cristo que nos enriquece consiste en el hecho que se hizo carne, cargó con nuestras debilidades y nuestros pecados, comunicándonos la misericordia infinita de Dios.

La pobreza de Cristo es la mayor riqueza: la riqueza de Jesús es su confianza ilimitada en Dios Padre, es encomendarse a Él en todo momento, buscando siempre y solamente su voluntad y su gloria. Es rico como lo es un niño que se siente amado por sus padres y los ama, sin dudar ni un instante de su amor y su ternura. La riqueza de Jesús radica en el hecho de ser el Hijo, su relación única con el Padre es la prerrogativa soberana de este Mesías pobre. Cuando Jesús nos invita a tomar su “yugo llevadero”, nos invita a enriquecernos con esta “rica pobreza” y “pobre riqueza” suyas, a compartir con Él su espíritu filial y fraterno, a convertirnos en hijos en el Hijo, hermanos en el Hermano Primogénito (cfr Rom 8, 29).  Se ha dicho que la única verdadera tristeza es no ser santos (L. Bloy); podríamos decir también que hay una única verdadera miseria: no vivir como hijos de Dios y hermanos de Cristo.

Nuestro testimonio


Podríamos pensar que este “camino” de la pobreza fue el de Jesús, mientras que nosotros, que venimos después de Él, podemos salvar el mundo con los medios humanos adecuados. No es así. En toda época y en todo lugar, Dios sigue salvando a los hombres y salvando el mundo mediante la pobreza de Cristo, el cual se hace pobre en los Sacramentos, en la Palabra y en su Iglesia, que es un pueblo de pobres. La riqueza de Dios no puede pasar a través de nuestra riqueza, sino siempre y solamente a través de nuestra pobreza, personal y comunitaria, animada por el Espíritu de Cristo.

A imitación de nuestro Maestro, los cristianos estamos llamados a mirar las miserias de los hermanos, a tocarlas, a hacernos cargo de ellas y a realizar obras concretas a fin de aliviarlas. La miseria no coincide con la pobreza; la miseria es la pobreza sin confianza, sin solidaridad, sin esperanza. Podemos distinguir tres tipos de miseria: la miseria material, la miseria moral y la miseria espiritual. La miseria material es la que habitualmente llamamos pobreza y toca a cuantos viven en una condición que no es digna de la persona humana: privados de sus derechos fundamentales y de los bienes de primera necesidad como la comida, el agua, las condiciones higiénicas, el trabajo, la posibilidad de desarrollo y de crecimiento cultural. Frente a esta miseria la Iglesia ofrece su servicio, su diakonia, para responder a las necesidades y curar estas heridas que desfiguran el rostro de la humanidad. En los pobres y en los últimos vemos el rostro de Cristo; amando y ayudando a los pobres amamos y servimos a Cristo. Nuestros esfuerzos se orientan asimismo a encontrar el modo de que cesen en el mundo las violaciones de la dignidad humana, las discriminaciones y los abusos, que, en tantos casos, son el origen de la miseria. Cuando el poder, el lujo y el dinero se convierten en ídolos, se anteponen a la exigencia de una distribución justa de las riquezas. Por tanto, es necesario que las conciencias se conviertan a la justicia, a la igualdad, a la sobriedad y al compartir.

No es menos preocupante la miseria moral, que consiste en convertirse en esclavos del vicio y del pecado. ¡Cuántas familias viven angustiadas porque alguno de sus miembros —a menudo joven— tiene dependencia del alcohol, las drogas, el juego o la pornografía! ¡Cuántas personas han perdido el sentido de la vida, están privadas de perspectivas para el futuro y han perdido la esperanza! Y cuántas personas se ven obligadas a vivir esta miseria por condiciones sociales injustas, por falta de un trabajo, lo cual les priva de la dignidad que da llevar el pan a casa, por falta de igualdad respecto de los derechos a la educación y la salud. En estos casos la miseria moral bien podría llamarse casi suicidio incipiente.

Esta forma de miseria, que también es causa de ruina económica, siempre va unida a la miseria espiritual, que nos golpea cuando nos alejamos de Dios y rechazamos su amor. Si consideramos que no necesitamos a Dios, que en Cristo nos tiende la mano, porque pensamos que nos bastamos a nosotros mismos, nos encaminamos por un camino de fracaso. Dios es el único que verdaderamente salva y libera.

El Evangelio es el verdadero antídoto contra la miseria espiritual: en cada ambiente el cristiano está llamado a llevar el anuncio liberador de que existe el perdón del mal cometido, que Dios es más grande que nuestro pecado y nos ama gratuitamente, siempre, y que estamos hechos para la comunión y para la vida eterna. ¡El Señor nos invita a anunciar con gozo este mensaje de misericordia y de esperanza! Es hermoso experimentar la alegría de extender esta buena nueva, de compartir el tesoro que se nos ha confiado, para consolar los corazones afligidos y dar esperanza a tantos hermanos y hermanas sumidos en el vacío. Se trata de seguir e imitar a Jesús, que fue en busca de los pobres y los pecadores como el pastor con la oveja perdida, y lo hizo lleno de amor. Unidos a Él, podemos abrir con valentía nuevos caminos de evangelización y promoción humana.

Queridos hermanos y hermanas, que este tiempo de Cuaresma encuentre a toda la Iglesia dispuesta y solícita a la hora de testimoniar a cuantos viven en la miseria material, moral y espiritual el mensaje evangélico, que se resume en el anuncio del amor del Padre misericordioso, listo para abrazar en Cristo a cada persona. Podremos hacerlo en la medida en que nos conformemos a Cristo, que se hizo pobre y nos enriqueció con su pobreza. La Cuaresma es un tiempo adecuado para despojarse; y nos hará bien preguntarnos de qué podemos privarnos a fin de ayudar y enriquecer a otros con nuestra pobreza. No olvidemos que la verdadera pobreza duele: no sería válido un despojo sin esta dimensión penitencial. Desconfío de la limosna que no cuesta y no duele.

Que el Espíritu Santo, gracias al cual «[somos] como pobres, pero que enriquecen a muchos; como necesitados, pero poseyéndolo todo» (2 Cor 6, 10), sostenga nuestros propósitos y fortalezca en nosotros la atención y la responsabilidad ante la miseria humana, para que seamos misericordiosos y agentes de misericordia. Con este deseo, aseguro mi oración por todos los creyentes. Que cada comunidad eclesial recorra provechosamente el camino cuaresmal. Os pido que recéis por mí. Que el Señor os bendiga y la Virgen os guarde.

Vaticano, 26 de diciembre de 2013
Fiesta de San Esteban, diácono y protomártir

FRANCISCO

domingo, 2 de marzo de 2014

Razón del rechazo a Dios (2 de 2) [José Martí]


Y no vale decir que lo que importa es la "misericordia". Sí, eso está muy bien; por supuesto que sí, pero siempre que ésta sea entendida e interpretada al modo divino y no al modo humano. Porque es bien cierto que "Dios es rico en misericordia" (Ef 2,4), pero también lo es que "cada cual recibirá la recompensa según su trabajo" (1 Cor 3,8). El mismo Jesús lo dice con toda claridad: "Mira que vengo pronto y conmigo mi recompensa para dar a cada uno según sus obras" (Ap 22,12) es decir, según su amor (porque esa es la obra que el Padre quiere). Dios ha querido hacernos partícipes de su Amor y sin correspondencia a ese Amor por nuestra parte, no se podría hablar propiamente de amor, pues el amor no se impone, es esencialmente libre. Dios cuenta con nuestra respuesta amorosa, que es la que hace posible nuestra salvación. Y esto porque Él así lo ha querido: ni más ni menos. Recordemos lo que decía el gran San Agustín: "Dios, que te creó sin tí, no te salvará sin tí"

En Dios se da, al mismo tiempo, el ser infinitamente misericordioso y el ser infinitamente justo, hasta el punto de que, en Dios ambas, la Justicia y la Misericordia, son una y la misma cosa, pues Dios es simplicísimo. En su misericordia manifiesta su justicia, y en su juicio se hace patente su misericordia. Para nosotros esto es un misterio, pero es que los Misterios y lo sobrenatural son esenciales en la Religión Católica


Nunca, bajo ningún concepto, ni por razones pastorales ni por nada, se pueden decir mentiras acerca de Dios. O dicho de otro modo, nunca se puede (¡nunca se debe!) decir sólo una parte de la verdad. Las verdades a medias son mentiras a medias. En definitiva son peores que las mentiras claras y manifiestas, pues éstas se descubrirían enseguida, por evidentes. En cambio, las otras (las que se nos presentan con apariencia de verdad) son más perniciosas, produciendo en los cristianos una gran confusión, lo que es mucho peor.
     
El trasfondo de todo lo que está sucediendo hoy es que el hombre es incapaz de concebir y de aceptar el hecho, histórico por lo demás, de que Dios se haya rebajado, haciéndose un hombre como nosotros y, además, sufriendo una muerte de cruz reservada sólo para los criminales. No puede admitir, de ninguna de las maneras, que Dios, siendo Dios, el Creador del Universo, por amor a nosotros, se haya revelado en la pequeñez. Desde luego los pensamientos de Dios no son los nuestros (Is, 55,8). Por eso Jesús exclamó: "Yo te alabo, Padre, Señor del cielo y de la tierra, porque has ocultado estas cosas a los sabios y prudentes y las has revelado a los pequeños. Sí, Padre, porque así lo has querido" (Mt 11, 25-26).

El hombre "sabio" de hoy en día, puesto que no puede entender estos misterios (¿y quién los iba a entender?... ¡dejarían de ser tales misterios!) HA DECIDIDO que no existen los misterios. Y acude a "explicaciones" absurdas que son más inverosímiles que los mismos misterios. Hemos vuelto a caer, una vez más, en la vieja tentación en la que cayó Eva, (y posteriormente Adán) cuando comieron del árbol que estaba en medio del jardín (y del que Dios les había prohibido comer a ambos para probar su fidelidad y su amor hacia Él). En lugar de vivir agradecidos por todo lo que habían recibido, prestaron atención al Diablo dándole más crédito que a Dios, que los había creado, y cayeron en el más terrible de los pecados, el pecado de soberbia. 


Hicieron caso de las palabras diabólicas y mentirosas de Lucifer: "Seréis como Dios, conocedores del bien y del mal" (Gen 3,5) y desobedecieron a Dios, pensando que ahora ellos serían incluso más que Dios, pues podrían decidir lo que está bien y lo que está mal, sin estar sometidos a nadie. Ya sabemos el resultado. Fueron expulsados del Paraíso y se les cerraron las puertas del Cielo. Como consecuencia, el hombre trabajaría "con el sudor de su frente" y la mujer daría a luz "con dolor". 

Lo peor de todo, en cambio, fue el haber dicho no al amor de Dios, pensando egoístamente en sí mismos, en ser ellos más que Dios, sin tener que contar con Él para nada, pues ahora podrían tomar decisiones acerca de lo bueno y de lo malo. Nadie habría por encima de ellos que tomase esas decisiones. Se avergonzaron de su condición de criaturas, de seres creados y dependientes de Dios. No aceptaron esa dependencia amorosa de Dios, no quisieron saber nada con Él. Ése fue su pecado: el mismo pecado que el del arcángel Luzbel y sus secuaces, los ángeles rebeldes, que clamaron: "Non serviam" ('No serviré'): "Hubo una batalla en el cielo: Miguel y sus ángeles que luchaban contra el dragón. Pelearon el dragón y sus ángeles, pero no vencieron, y no quedó ya más lugar para ellos en el cielo. Y fue lanzado aquel gran dragón, la antigua serpiente que se llama Diablo y Satanás, que engaña al todo el universo; lanzado fue a la tierra, y sus ángeles fueron lanzados con él" (Ap 12, 7-9) 

Y ése es también el pecado del hombre actual. Quiere destronar a Dios y colocarse en lugar de Dios, estableciendo él mismo las leyes que deben seguirse, aunque sean contra natura y abominables. Dios no existe. Ahora es el triunfo del hombre, por fin. ¡Craso error!, pues "de Dios nadie se burla: lo que el hombre siembre eso mismo cosechará" (Gal 6, 7)


Seríamos mucho más felices si, olvidándonos de nosotros mismos, nos fiáramos de Dios; si amáramos nuestra condición de criaturas, creadas por Dios a su imagen y semejanza; si leyéramos el Evangelio con sencillez y al completo, aceptando con humildad, y meditándolo en nuestro corazón (como hizo la Virgen María, nuestra Madre) aquellas cosas que no comprendiéramos; si respetáramos que Dios es Dios y que es Él, y no nosotros, quien dispone que las cosas sean como son. 




Las leyes de Dios gobiernan el universo y a las personas. El conocimiento de esas leyes, cuando se procede con rectitud, nos debería llevar a Dios, que es el autor de todo cuanto existe. Sin embargo, siendo esto así, como lo es, y dada nuestra naturaleza caída y debilitada por el pecado de origen (con el que todos nacemos), en razón del libre albedrío que Dios ha concedido al hombre, es muy posible (¡y real!) que, lleno de soberbia, el hombre, haciendo de nuevo caso del Diablo, Padre de la mentira y de todos los mentirosos, intente desplazar a Dios de su trono para colocarse en su lugar. 


Esto es, precisamente, lo que está ocurriendo hoy en día. Pues bien: que sepa, quien así actúa, que tiene la batalla perdida pues "Dios resiste a los soberbios y da su gracia a los humildes" (Sant 4,6). Y que, al contrario de lo que sucede con nosotros, las palabras de Dios son verdaderas, y siempre se cumplen. Tenemos su promesa. Y Él es el amigo que nunca falla: "El cielo y la tierra pasarán, pero mis palabras no pasarán" (Mt 24,35)

Razón del rechazo a Dios (1 de 2) [José Martí]



El mundo de hoy rechaza abiertamente a Dios: el ataque al cristianismo en la actualidad está cobrando unas dimensiones como jamás se recuerda en la historia, desde que Dios se hizo hombre. Y no se trata de un rechazo a cualquier religión, pues la mayoría de ellas son inventos humanos. No hay nada contra ellas; al contrario: se habla de Alianza de civilizaciones... El problema lo tienen los católicos que quieren mantenerse fieles al depósito Revelado y a la Tradición recibida. Hacia ellos van dirigidos todos los ataques. Para ellos no hay ningún tipo de "misericordia", sino una intransigencia total. Y esto ocurre incluso en el seno de la misma Iglesia, en su Jerarquía que, desgraciadamente, está impregnada de la herejía modernista, condenada de un modo contundente por el Papa San Pío X. 

Hoy la gente se está fabricando su propia religión, una religión cambiante en función de los tiempos (los llamados "signos de los tiempos"): una religión del hombre (por llamarla de alguna manera) que pretende sustituir al verdadero Dios, el cual debe desaparecer de la faz de la tierra, para que así se produzca el verdadero "progreso". Se trata, además, de una lucha atroz y sin tregua, con un odio como jamás se ha conocido. No deberíamos asustarnos. De esto ya nos avisó San Pedro, en su momento: "Sed sobrios y vigilad, porque vuestro adversario, el Diablo, ronda como león rugiente buscando a quién devorar." (1 Pet 5,8). Este aviso nos sirve para ahora de un modo especial.


¿Por qué está sucediendo esto? Lo que yo veo es que la idea del amor hasta dar la vida, la idea de la cruz y del sacrificio como manifestación de amor, es completamente rechazada por el mundo actual. No se admite que pueda haber verdades absolutas. Todo lo que suene a sobrenatural es rápidamente ridiculizado o silenciado. Sencillamente no se habla de ciertos temas, aunque no se niegue tampoco nada, expresamente. Esto es el modernismo puro y duro, que se ha infiltrado peligrosamente en el seno de la misma Iglesia, de manera tal que pocos lo perciben. Y así nos encontramos, en las manifestaciones de las más altas Jerarquías eclesiásticas, con el uso de expresiones que pueden tener diversas interpretaciones, de modo que si yo les doy una determinada interpretación siempre me podrían decir que esa interpretación no era la correcta, que no es eso lo que ellos querían decir. La ambigüedad como procedimiento de actuación en el mismo Colegio Cardenalicio (tal y como hacen los políticos). Pero no era ése el modo de hablar de Jesús: "Sea, pues, vuestra palabra: 'Sí, sí', 'No, no'. Lo que pasa de esto del Maligno procede" (Mt 5,37). 




Por otra parte, hoy se hace hincapié en unas cuantas ideas, buenas en principio, pero de contenido meramente humano: que si los pobres (algo que, a base de tanto bombo y platillo, da la impresión de tratarse, más bien, de un montaje), que si el ecumenismo (por cierto, mal entendido), que si el diálogo interreligioso (que no tiene ningún sentido, a mi entender), que si la libertad religiosa (entendida como libertad para elegir cualquier religión, como si todas fueran iguales, lo que es completamente falso) etc... Parece que éstos fueran los verdaderos problemas de la Iglesia, siendo así que lo que realmente ocurre es que se ha perdido la fe en un amplio sector de cristianos que piensan ser católicos, cuando, en realidad, no lo son. 

La Religión católica se compara con las demás, como si se tratase de una más siendo, como es, la única verdadera, la única poseedora del depósito íntegro de la fe, que se nos ha entregado, de una vez para siempre, para no cambiarlo. Se dice expresamente en el Apocalipsis: "Si alguien añade algo a esto, Dios enviará sobre el las plagas descritas en este libro; y si alguien sustrae alguna palabra a la profecía de este libro, Dios le quitará su parte del árbol de la vida y de la ciudad santa que se describen en este libro" (Ap 22, 18-19). 


Hoy apenas si se habla del pecado (excepto del pecado "social" y de la falta de "solidaridad") y, por supuesto, no se toca nunca el tema del infierno, como si se tratara de algún mito o leyenda, muy desagradable, por otra parte, y ante la cual lo mejor es taparse los ojos y no hablar de ella, como si no existiera. Eso sí, por razones pastorales, no vaya a ser que la gente se aparte de la doctrina cristiana. Eso es un grave error. La verdad, enseñada por Jesucristo y mantenida durante casi dos mil años, no cambia: "Jesucristo es el mismo ayer y hoy, y lo será siempre" (Heb 13, 8). 


Los misterios del Cristianismo le son esenciales. Sin ellos el Cristianismo dejaría de ser lo que es. Hay una serie de Dogmas muy bien establecidos de los que apenas se habla, de modo que los "católicos" de hoy desconocen su fe. Y eso es muy grave. Y no vale lo de adaptarse a los tiempos. Son los tiempos los que deben adaptarse a la Iglesia y ésta debe ser fiel a la Tradición recibida. No nos podemos inventar una nueva religión. 

(Continuará)

viernes, 28 de febrero de 2014

martes, 25 de febrero de 2014

Teología de rodillas (por Fray Gerundio)

(Los subrayados y negritas son míos. Añado a continuación un vídeo para que se entienda mejor lo que dice Fray Gerundio en este artículo. Ver desde 0:08 hasta 1:11 min)




El Papa ha dado su apoyo al informe del cardenal Kasper sobre la familia, que el pasado día 20 de febrero fue leído ante el Consistorio. Así lo ha visto casi toda la prensa. No es extraño este impulso del Papa al teólogo alemán, acostumbrado a recibir de los últimos Pontífices el mismo trato de favor, aun a pesar de que su teología no es católica. Claro que entre lo que diga este pobre fraile y lo que dice el Santo Padre hay tanta diferencia, que no me extraña que nadie me haga el menor caso. Pero bueno, dada mi edad y condición, y dado también mi temperamento, es algo que me tiene sin cuidado, una vez que he aplicado a este caso –como a tantos otros–, el sentido común y la doctrina de la Iglesia de siempre, antes de llegar estos teologuchos de tres al cuarto.





Y lo digo de esta forma, porque no se puede llamar teólogos a estos señores, por muy cardenales que sean y por muchas ediciones que hayan publicado de sus pseudo-teologías. Casi todos sus libros han tenido treinta mil ediciones, sin que nadie les haya dicho ni mu. Han tenido suerte de vivir en esta época, porque en otros tiempos les habrían metido los libros en el Indice y el índice en el ojo. Habrían sido discípulos predilectos de Lutero. Aunque por otra parte me temo que habrían hecho otra teología distinta, si hubieran vivido en tiempos distintos. 
Porque mi nariz frailuna sabe oler bien, y sabe que este tipo de científicos ilustrados, investigan y hacen teología con el rabillo del ojo y con la lengua en el lugar adecuado, para ser aclamados por el mundo y por las modas reinantes. El cardenalato bien vale una misa. Y quién sabe si estos habrían sido más intransigentes que el mismo Torquemada, al que tanto denigran. Yo estoy seguro de ello. Ya he visto muchos ejemplos similares en mi larga vida.

El caso que suscita mi admiración es el hecho de que el Papa, con caída de baba y con simpatías de ayudante de cátedra hacia el teutón, dice con palabras nerviosas que le agradece su teología serena, que es teología de rodillas.

Las rodillas, efectivamente, sirven para adorar a Dios y para postrarse ante Él en actitud de arrepentimiento o de sumisión y respeto. Pero no hay que olvidar que las rodillas son también síntoma de postrarse ante los ídolos-falsos dioses, e incluso ante el Diablo. Por eso Satanás tentaba a Jesucristo con la posesión de todos los reinos del mundo, si postrado le adoraba. O por eso el Apocalipsis habla de los varones que no han doblado su rodilla ante Baal y por su valentía y gallardía han sido escogidos y amados por Dios. Así que la pura expresión teología de rodillas puede significar tanto el hacer teología sometida a Dios, como una teología sometida al Diablo o al Mundo en que él mismo reina como Príncipe. O sea, que ya vamos aclarando las cosas.

Yo siempre estudié de jovencito –y he constatado de viejo–, que la teología hay que hacerla sobre todo y en primer lugar con fe. Luego ya, si se aplican las rodillas o los tobillos o las vértebras lumbares, tiene menos importancia. Pero por muchos codos y muchas rodillas, por mucha masa encefálica gastada, por muchos papiros consultados y por mucho humo que salga de la cabezota… como no tenga fe, el teólogo de turno hará un churro, una pifia, un pastiche y una herejía. Por mucho que la adorne con doctorados en la Ponti, en Roma, en el Instituto Bíblico de Jerusalén o en un cursillo de fin de semana en Taizé.

No soy nada original al decir esto. Lo dijo ya la Iglesia en varias ocasiones. Me limitaré a citar el Concilio Vaticano I –al que tanto odian éstos–, que dice sin lugar a dudas:

"La doctrina de la fe que Dios ha revelado, no ha sido propuesta como un hallazgo filosófico que deba ser perfeccionado por los ingenios humanos, sino entregada a la Esposa de Cristo como un depósito divino, para ser fielmente guardada e infaliblemente declarada. De ahí también que hay que mantener perpetuamente aquel sentido de los sagrados dogmas que una vez declaró la santa madre Iglesia y jamás hay que apartarse de este sentido so pretexto y nombre de una más alta inteligencia". (D, 1800).

Y claro está que para guardar el depósito, para custodiar los sagrados dogmas, hay que tener fe. Sin fe, los dogmas son verdades históricas pasajeras, que pueden ser remodeladas a gusto del primer chiquilicuatre que meta sus patazas en el trabajo teológico. Un teólogo que no tenga fe en los dogmas es como un matemático que no confíe en la tabla de multiplicar, pero con el agravante de que el matemático será considerado como un ignorante y puede salvarse; mientras el teólogo es un hereje y puede acabar en ese lugar que no existe o que está vacío. Ya me entienden.

En este discursito de teología serena y de rodillas, se pone en tela de juicio con muchas razones históricas la indisolubilidad del matrimonio, digan lo que quieran. A mí no me la pegan. Por muchas razones pastorales que aduzcan, por muchos casos especiales que se presenten. Lo que está en juego –y lo que nos quieren imponer–, es que el matrimonio es indisoluble a la de dos, pero no a la de una. Como si esto fuera el juego de la Oca.

Y también está en juego el desprecio por la Sagrada Eucaristía, que podrán recibir sin haberse arrepentido de tal unión, por mucho que estén sufriendo.

Estos señores están volviendo del revés el razonamiento del Señor. Porque Jesucristo dijo que Moisés había permitido el divorcio “por la dureza de vuestros corazones, pero al principio no fue así” (Mt 19,8). Pero estos descreídos –con dureza de corazón–, vienen a decir que tampoco está tan mal volver a las normas de Moisés para algunos casos especiales. Total, tampoco es para tanto si hay de por medio una situación dolorosa, lastimera y dramática.

Yo le recomendaría a Kasper que haga teología en la postura que quiera. Pero por favor, que la haga con fe. Aunque le hayan nombrado este semana oficialmente Doctor de la Iglesia.

miércoles, 12 de febrero de 2014

Triste Aniversario (Fray Gerundio)

Con la misma superficialidad e irresponsabilidad con que se acogió e interpretó la dramática noticia y en la línea marcada ya por todos los manipuladores y creadores de opinión mundial, conmemoramos el triste aniversario de la renuncia de Benedicto XVI al pontificado. Aquél funesto día 11 de febrero del pasado año, se derrumbó una parte del edificio que todavía quedaba en pie, a pesar de que ya las ruinas estaban acumuladas desde muchos años antes.

El pueblo cristiano se sintió huérfano al escuchar atónito al primer papa de la historia –digan lo que quieran los historiadores hermenéuticos al uso-, que tira la toalla, que abandona sus graves responsabilidades y renuncia a seguir guiando el rebaño a él encomendado. Sólo Dios conoce los pensamientos y los secretos últimos de los corazones, es verdad; pero a la vista de los acontecimientos, y sin saber todavía lo que nos esperaba, muchos dijimos ya en aquel aciago día que algo estaba sucediendo entre bambalinas, perfectamente programado por los directores de la obra escénica. Sean cuales fueran, el Príncipe de este Mundo se constituía en Mentor y Patrono de lo que habría de venir. No me cabe la menor duda, independientemente de los casuales rayos que pudieran caer por aquí o por allá. Y elegir el día de la Virgen de Lourdes para tal representación, añadía todavía más gravedad al tema: dos veces desde entonces, ha quedado completamente anegada la gruta de Lourdes, como en una especie de protesta sencilla, pero anunciadora del desastre.



Me he referido a la superficialidad e irreponsabilidad de muchos, que acogieron la nueva elección con una euforia desmedida desde la filas católicas; al tiempo que desde los asientos anticatólicos, ateos, escépticos y por supuesto los claramente heréticos y blasfemos, se enorgullecían de la noticia y cantaba loas a la Nueva Era que llegaba, cerrando para siempre una etapa oscura e inquisitorial

Los cardenales electores, bien apiñados antes y después en torno a la perversa situación, iban en la cabeza de la manifestación y del alboroto entusiasta, al tiempo que se diluían entre la multitud de corifeos aduladores, tanto del Recién Elegido, como de esa parte del Mundo Blasfemo que lo aclamaba. Ni uno sólo de estos cardenales ha salido al paso de la tremenda situación. Ni siquiera un San Atanasio que -sin abandonar la Iglesia-, hubiera dado ejemplo de gallardía y nobleza.

Las anécdotas de cambios menores, clamorosamente aireadas por los medios, no eran sino la cáscara de los auténticos cambios que se avecinaban. Cambios en los modos y maneras –jubilosa e irreflexivamente aceptados-, anunciaban cambios en el fondo, presentados con la etiqueta de la comprensión hacia los que sufren, misericordia divina para todos sin conversión previa, redención de todos sin distinciones y en definitiva una serie de gestos y mensajes implícitos a todo el mundo no católico, a la par que otra serie de mensajes mucho más explícitos de dureza y excesiva severidad, para con los pocos sacerdotes y fieles que denunciaban tales cambios.

La doctrina de la Iglesia, después de este año, ha quedado herida de muerte. Lo estaba ya en la práctica. Los católicos llevaban tiempo permitiéndose opinar y vivir conforme a las exigencias del mundo. Muchos de ellos, con sus Pastores a la cabeza – alemanes y no alemanes-, ya vivían fuera de las normas más elementales del dogma y la moral católicos. Pero todavía quedaba -como un leve punto de referencia-, la mirada hacia Roma. Los hijos pervertidos, temían que su padre les amonestara y les recordara el texto de la doctrina. Ahora, es el padre quien anima a los hijos a pervertirse. No se puede interpretar de otro modo las continuas llamadas a comprender a los que cometen los pecados más graves denunciados y castigados por Dios en la Sagrada Biblia, mientras no se dice una palabra acerca de la gravedad de los mismos. A comprender a los homosexuales, los divorciados, los blasfemos, los ateos, los que no tienen fe, los que pisotean los dogmas eternos de la Santa Iglesia… en tanto no se dice una sola palabra sobre los pecados en cuestión.

El Pontificado se ha vaciado de contenido, de prestigio (todavía más), de estilo, de clase, de pose, de autoridad en definitiva. Uno más entre la muchedumbre, podría haber sido el lema del escudo, superado ya el clásico Servus servorum Dei, que ahora se interpreta en clave ramplonamente marxista.

Pero insisto en que todo esto no es más que un nuevo capítulo del guión. Y me importa un bledo lo que puedan pensar mis novicios, también entusiasmados y claramente manipulados. El guión empezó a escribirse hace mucho. No han faltado quienes lo denunciaran a su tiempo, entonces y ahora. Pero el guión sigue. El dimitido Benedicto XVI, ya decía hace 40 años lo que iba a suceder. Los tontorrones y malvados de turno (que coinciden casi siempre), lo interpretan en clave profética. Yo lo interpreto en clave programática. No es profeta quien dice a sus oyentes: si hacemos las cosas de este modo, va a pasar esto, y esto, y esto. Y se pone a la cabeza de los actores (aunque eso sí, con la prudencia y la precaución debidas). Todo estaba programado en general, con añadidos programáticos al hilo de la actualidad. El Gran Teatro del Mundo, cada uno con su papel específico, puesto en marcha para destruir lo que quedaba de la Iglesia. Incluso el papel de Pontífice Emérito, al que el Papa Francisco llamaba estos días Su Santidad Benedicto XVI. Malicia sobre malicia.

Si todo esto ha pasado en el corto plazo de un año, veremos lo que nos espera a lo largo del año venidero. Los estragos acumulativos son siempre exponenciales, porque destruir es más sencillo que edificar. Vamos a ver lo que organizan los nuevos gestores nombrados para ayudar al Papa, quien a pesar de tantas declaraciones en contra de la autoridad que representa, tiene ahora más Autoridad Destructiva que nunca, bajo capa de permisividad, pobreza y humildad.

No me gusta ser agorero, ni futurista, ni alarmista, pero debemos pedir a Dios la ayuda de su gracia para mantenernos fieles ante las siguientes fases de destrucción que se avecinan. Me gusta recordar la llamada que hacía San Pedro a la conversión (palabra olvidada o maliciosamente interpretada en nuestros días):

No tarda el Señor en cumplir su promesa, como algunos piensan; más bien tiene paciencia con vosotros, porque no quiere que nadie se pierda, sino que todos se conviertan. Pero como un ladrón llegará el día del Señor. Entonces los cielos se desharán con estrépito, los elementos se disolverán abrasados, y lo mismo la tierra con lo que hay en ella. Si todas estas cosas se van a destruir de este modo, ¡cuánto más debéis llevar vosotros una conducta santa y piadosa, mientras aguardáis y apresuráis la venida del día de Dios, cuando los cielos se disuelvan ardiendo y los elementos se derritan abrasados! (2 Pet. 3, 9-12)

Claro que algunos piensan que la conducta santa y piadosa a la que se refiere San Pedro es la comprensión con el pecado, el olvido de la ascesis y el compadreo con las religiones falsas. Es que san Pedro, sin saberlo, era pelagiano. Que Dios nos ayude