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lunes, 31 de octubre de 2016

En la fiesta del gran hereje (por Javier Navascués)



El 31 de octubre es una fecha marcada a fuego en la agenda Papal, con un claro objetivo: conmemorar el V Centenario de la mal llamada reforma protestante, O sea de la herejía protestante, que tanto daño hizo a la cristiandad esparciendo su error por Alemania y el norte de Europa y más tarde por Norteamérica y el resto de América en innumerables sectas. 

España llevó la fe a América, los ingleses la herejía. Para contrarrestar la funesta figura de Lutero emergió en la Iglesia la ciclópea figura de San Ignacio de Loyola, fundador de la Compañía de Jesús, milicia en defensa de la sana doctrina, siempre militante contra la herejía.

Lástima que no cupiese en tan apretada agenda papal el V Centenario de Santa Teresa de Jesús, maestra de oración, modelo de obediencia y de amor a la Iglesia, ni para la visita a España, el país que evangelizó el nuevo continente, incluida Argentina. Mientras, la estatua de Lutero, con el color rojo demoníaco, preside tan campante el aula Pablo VI del Vaticano. Todo ello fue analizado espléndidamente en esta página: http://adelantelafe.com/francisco-san-martin-lutero-perfectamente-juntos/

Conviene repasar las palabras exactas con las que se refiere el Catecismo de San Pío X al Protestantismo, herejía fundada por Martín Lutero y dividida en innumerables sectas.

  • 129. El Protestantismo o religión reformada, como orgullosamente la llaman sus fundadores, es el compendio de todas las herejías que hubo antes de él, que ha habido después y que pueden aún nacer para ruina de las almas
  • 130. Con una lucha que dura sin tregua hace veinte siglos, no ha cesado la Iglesia católica de defender el depósito sagrado de la verdad que Dios le ha encomendado y de amparar a los fieles contra la ponzoña de las heréticas doctrinas. 
  • 131. A imitación de los Apóstoles, siempre que lo ha exigido la pública necesidad, la Iglesia ha definido con toda claridad la verdad católica, la ha propuesto como dogma de fe a sus hijos y ha arrojado de su seno a los herejes, lanzando contra ellos la excomunión y condenando sus errores
  • 132. El Concilio que condenó el protestantismo fue el Sacrosanto Concilio de Trento, denominado así por la ciudad donde se celebró. 
  • 133. Herido con esta condenación, el protestantismo vio desenvolverse los gérmenes de disolución que llevaba en su viciado organismo: las discusiones lo desgarraron, multiplicáronse las sectas que, dividiéndose y subdividiéndose, lo redujeron a menudos fragmentos. Al presente, el nombre de protestantismo no significa ya una creencia uniforme y extendida, sino que encierra un amontonamiento, el más monstruoso, de errores privados e individuales, recoge todas las herejías y representa todas las formas de rebelión contra la santa Iglesia católica
Analicemos igualmente los principales puntos doctrinales que siglos antes había determinado el Concilio de Trento para fortalecer la fe católica ante la herejía protestante:

  • Declaró que las fuentes de la revelación son las Escrituras y la Tradición de la Iglesia. De esta manera la Iglesia contestaba la doctrina de Lutero que todo lo cifraba en la sola Escritura.
  • Fijó los libros de la Biblia o canon: son 73 libros; 46 del Antiguo Testamento y 27 del Nuevo Testamento. Los protestantes aceptan 39 libros del Antiguo Testamento y 27 del Nuevo Testamento; en total, 66 libros; siete menos que los católicos. Los protestantes no aceptan Tobías, Judit, Sabiduría, Eclesiastés, Baruc, 1 y 2 de Macabeos.
  • Explicó la doctrina del pecado original, la gracia y los sacramentos que, en pocas palabras, se resume así: El hombre nace herido con el pecado original, pero no corrompido. Dicho pecado se borra totalmente con el bautismo, aunque queda la concupiscencia o la tendencia o inclinación al pecado. El bautismo nos santifica y el hombre con la gracia del bautismo y de los sacramentos puede hacer obras buenas y meritorias a los ojos de Dios. Así daba contestación al protestantismo que decía que el hombre estaba totalmente corrompido y era incapaz de hacer el bien, aunque haya recibido el bautismo
  • Reafirmó la existencia de los siete sacramentos
  • Afirmó que la fe en Jesucristo salva, pero que las obras buenas son necesarias. Los protestantes afirman que sólo la fe salva, pues todas las obras hechas por el hombre son obras empecatadas y no agradables a Dios.
  • Volvió a enseñar, conforme a la tradición, el valor de las indulgencias, el culto a los santos, el celibato, la vida religiosa, la existencia del purgatorio. Para ganar las indulgencias se necesita, además de la obra de caridad a la que está ligada, tener un corazón contrito, que rechaza el pecado. Ese espíritu penitencial se debe manifestar confesándose, recibiendo la comunión y rezando por las intenciones del Papa.
  • Publicó el catecismo romano, destinado a los párrocos, para ayudarles en su labor y en la enseñanza del catecismo a los niños.

LUTERO SE CREÍA DIVINO


Por último quiero compartir con ustedes un texto de Don Plinio Corrêa de Oliveira, pensador católico tradicional, donde profundiza magistralmente en la nefasta figura de Lutero. Es un documento sumamente interesante para desenmascarar hasta el tuétano el pensamiento de la siniestra figura de Lutero y la intrínseca malignidad de su perversa doctrina.

Es un análisis muy lúcido, clarividente y actual. ¿Tiene algo que ver con Cristo este gran impío? ¿Puede haber un acercamiento con los protestantes, si no renuncian totalmente a las herejías y aberraciones de su fundador? Les dejo con el texto de Don Plinio, escrito en la “Folha de S. Paulo”, 10 de enero de 1984.

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No comprendo cómo ciertos eclesiásticos contemporáneos, incluso de los más cultos, doctos e ilustres, pueden hacer de Lutero, el heresiarca, una figura mítica, con el empeño de favorecer una aproximación ecuménica. Esta aproximación sería en primer término con el protestantismo e indirectamente con todas las religiones, escuelas filosóficas, etc. ¿Discernirán estos hombres el peligro que a todos nos acecha al final de ese camino? Me refiero a la formación a escala mundial de un siniestro supermercado de religiones, filosofías y sistemas de todo tipo, en el que la verdad y el error se presentarán fraccionados, mezclados y puestos en bullicio. Sólo quedaría ausente del mundo —si es que se pudiera llegar hasta allá— la verdad total; o sea, la fe católica, apostólica, romana, pura y sin mancha.

A propósito de Lutero —a quien le correspondería bajo cierto aspecto el papel de punto de partida en esta marcha hacia el desorden total— publico hoy algunos tópicos más que muestran bien el olor que su figura rebelde exhalaría en ese supermercado o, mejor, en esa necrópolis de religiones, de filosofías y del mismo pensamiento humano.

La doctrina de la justificación indepen­diente de las obras es un elemento carac­terístico de la enseñanza de Lutero. En términos llanos quiere decir que los méri­tos superabundantes de Nuestro Señor Jesucristo aseguran al hombre por sí so­los la salvación eterna. De manera que se puede llevar en esta tierra una vida de pecado sin remordimiento de conciencia ni temor de la justicia de Dios.

¡Para él la conciencia no era la voz de la gracia, sino la del demonio! Por eso le escribió a un amigo que el hombre vejado por el demonio de cuando en cuando “debe beber con más abundancia, jugar, divertirse y aun come­ter algún pecado por odio y para molestar al demonio, para no darle pie a que per­turbe la conciencia con niñerías. (…) Todo el decálogo (de la ley de Dios) se debe borrar de nuestros ojos y nuestra alma, de nosotros, tan perseguidos y molestados por el diablo”

En este sentido también escribió Lutero: “Dios sólo te obliga a creer y a confesar. En todas las otras cosas te deja libre y dueño de hacer lo que quieres, sin peligro alguno de conciencia; más bien es cierto que a Él no le importa incluso que dejes a tu mujer, huyas de tu señor y no seas fiel a ningún vínculo. ¿Y qué más le da (a Dios) que hagas o dejes de hacer semejantes cosas?”

Tal vez más tajante es esta incita­ción al pecado en carta a Melanchton del 1 de agosto de 1521: “Sé pecador y peca de veras (“esto peccátor et peca fórtier”), pero con aún mayor firmeza cree y alégra­te en Cristo, vencedor del pecado, de la muerte y del mundo. Durante la vida pre­sente debemos pecar. Basta que por la misericordia de Dios conozcamos al Cordero que quita los pecados del mundo. De él no nos ha de separar el pecado aunque cometamos mil homicidios y mil adulterios por día”

Esta doctrina es tan descabellada que el propio Lutero a duras penas conse­guía creer en ella: “No hay ninguna reli­gión en toda la tierra que enseñe esta doctrina de la justificación; yo mismo, aunque la enseñe públicamente, creo en ella con gran dificultad”

Pero el mismo Lutero reconocía los efectos de su predicación confesada­mente insincera: “El Evangelio encuentra hoy en día adherentes que se persuaden de que ésta no es sino una doctrina que sirve para llenar el vientre y dar rienda suelta a todos los caprichos".

Y acerca de sus secuaces evangélicos Lutero agregaba que “son siete veces peores que antes. Después de la predica­ción de nuestra doctrina los hombres se entregaron al robo, a la mentira, a la impostura, a la crápula, a la embriaguez y a toda especie de vicios. Expulsamos un demonio (el Papado) y vinieron siete peo­res”

“Después que comprendimos que las buenas obras no son necesarias para la justificación, quedamos mucho más remi­sos y fríos en la práctica del bien. (…) Y si hoy se pudiese volver a la antigua situa­ción, si de nuevo reviviese la doctrina que afirma la necesidad del recto proceder para ser santo, otro sería nuestro entu­siasmo y disposición en el ejercicio del bien”

Todos esos desvaríos explican que Lutero haya llegado al frenesí del orgullo satánico, diciendo de sí mismo: “¿No os parece este Lutero un hombre extravagante? Para mí lo tengo como Dios. Si no, cómo podrían tener sus es­critos y su nombre la potencia de trans­formar mendigos en señores, asnos en doctores, falsificadores en santos, lodo en perlas?”

Otras veces la opinión que Lutero tenía de sí mismo era mucho más objeti­va: “Soy un hombre expuesto y compro­metido en la sociedad, en la crápula, en los impulsos carnales, en la negligencia y otras molestias, a las que se vienen a juntar las de mi propio oficio"

Excomulgado en Worms en 1521, Lutero se entregó al ocio y a la indolencia. Y el 13 de julio escribió a Melanchton, otro prócer protestante: “Yo aquí me hallo, insensato y endurecido, establecido en el ocio; ¡oh, dolor!, rezando poco y dejando de gemir por la Iglesia de Dios, porque mi carne indómita arde en grandes llamas. En suma, yo, que debo tener fervor de espíritu, tengo el fervor de la carne, de la lascivia, de la pereza, del ocio y de la somnolencia”

Javier Navascués