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viernes, 19 de octubre de 2018

Noticias varias 19 de octubre de 2018


INFOVATICANA

Católicos argentinos piden al Vaticano que frene la beatificación de Angelelli

INFOCATÓLICA


Nuevas propuestas de los padres sinodales: crear un pontificio consejo de jóvenes y celebrar un Sínodo sobre la mujer


GLORIA TV

Amén, papa Francisco: «el Señor quiere un cambio» 

Cardenal Schönborn convierte su catedral en una discoteca

Procedimientos para votar en el Sínodo incluso más manipulados que en el pasado


«Al no ser una canonización dogma de fe, los católicos no estamos obligados a aceptarla» (Roberto de Mattei)



Entre los aniversarios que se conmemoran en este año de 2018 hay uno que ha pasado inadvertido: hace sesenta años, el 9 de octubre de 1958, fallecía en Castelgandolfo el venerable Pío XII tras diecinueve años de reinado. Sin embargo, su memoria sigue viva, sobre todo -como señala Cristina Siccardi- por su imagen solemne, digna de un vicario de Cristo, y por la amplitud de su magisterio, con el trágico telón de fondo de sucesos como la Segunda Guerra Mundial, que estalló a los seis meses de su ascensión a la silla de San Pedro el 2 de marzo de 1939.
La muerte de Pío XII puso fin a una época, hoy denominada, con desprecio,  preconciliar o constantiniana. Con la elección de Juan XXIII y la inauguración del Concilio Vaticano II se inició una nueva era en la historia de la Iglesia que ha tenido su momento triunfal este 14 de octubre con la canonización de Pablo VI, que sigue a la anterior del papa Roncalli.
Aunque el beato Pío IX está a la espera de ser canonizado, todos los papas del Concilio y el postconcilio han tenido el honor de ser elevados a los altares, con la excepción de Juan Pablo I. Parece que lo que se quiere canonizar por medio de sus protagonistas sea una época, que no obstante es la más tenebrosa que haya conocido la Iglesia en toda su historia.
La inmoralidad se extiende por todo el cuerpo de la Iglesia, empezando por la cumbre. El papa Francisco se niega a reconocer la realidad de la trágica situación revelada por el arzobispo Carlo Maria Viganò. Reina la confusión doctrinal, hasta el punto que el cardenal Willem Jacobus Eijk, arzobispo de Utrecht, ha declarado públicamente que «los obispos, y sobre todo el sucesor de San Pedro, no cumplen cabalmente su misión de mantener y transmitir con fidelidad y en unidad el depósito de la fe».
El presente drama hunde sus raíces en el Concilio Vaticano II y en el postconcilio, y los principales responsables son los pontífices que han timoneado la Iglesia en los últimos sesenta años.
Su canonización es una proclamación de sus virtudes heroicas en el gobierno de la Iglesia. El Concilio y el postconcilio han negado la doctrina en nombre de la pastoral, y en nombre de ese pastoralismo se han negado a definir la verdad y a condenar errores. La única verdad que se proclama solemnemente hoy en día es la impecabilidad de los papas conciliares, y de nadie más que de ellos. Pareciera que, más que canonizar a los hombres, lo que se ha querido es presentar como infalibles sus decisiones políticas y pastorales.
Ahora bien, ¿qué credibilidad nos merecen estas canonizaciones? Aunque la mayoría de los teólogos sostiene que las canonizaciones son actos infalibles de la Iglesia, no se trata de dogmas de fe.
El último gran exponente de la escuela teológica romana, Brunero Gherardini (1925-2017), expresó en la revista Divinitas todas sus dudas sobre la invalidez de las canonizaciones. Para el teólogo romano, una sentencia de canonización no es en sí infalible, porque no reúne las condiciones exigidas para la infalibilidad; para empezar, la canonización no tiene por objeto directo o explícito una verdad de fe o de moral contenida en la Revelación, sino tan sólo algo indirectamente relacionado con el dogma, que no es un acto dogmático propiamente dicho. Además, ni el Código de Derecho Canónico de 1917 ni el de 1983, como tampoco el Catecismo de la Iglesia Católica, sea el antiguo o el nuevo, exponen la doctrina de la Iglesia sobre las canonizaciones.
Otro teólogo actual competente, el P. Gleize, de la Fraternidad San Pío X, admite la infalibilidad de las canonizaciones, pero no de las posteriores al Concilio, por las siguientes razones: las reformas que han seguido al Concilio han supuesto claras insuficiencias en los procedimientos e introducen una nueva intención colegial, consecuencias que son incompatibles con la certeza de las beatificaciones y la infalibilidad de las canonizaciones.
En tercer lugar, el juicio que se emite en el proceso pone en juego un concepto como mínimo equívoco y por tanto dudoso sobre la santidad y las virtudes heroicas. La infalibilidad se cimienta en un complejo y eficaz mecanismo de investigaciones y verificaciones. Es indudable que a raíz de la reforma de los procedimientos introducida por Juan Pablo II en 1983 este proceso de verificación de la verdad se ha vuelto mucho más frágil y se ha obrado una transformación en el concepto mismo de santidad.
Últimamente se han publicado otros aportes importantes en este sentido. Peter Kwasniewski señala en OnePeterFive que la peor alteración introducida en los procesos de canonización está en la cantidad de milagros exigidos: «En el sistema antiguo, eran necesarios dos tanto para la beatificación como para la canonización; es decir, un total de cuatro milagros investigados y certificados. Este requisito tenía por objeto proporcionar a la Iglesia suficiente certeza moral de que Dios aprobaba la beatitud o santidad de la persona probándola mediante el ejercicio de su poder ante la intercesión de esa persona. No sólo eso; tradicionalmente los milagros tenían que distinguirse por un carácter evidente;  innegable; esto es, no podían atribuirse a causas naturales o científicas. El nuevo sistema reduce a la mitad el número de milagros exigidos, lo cual, se podría decir, reduce también a la mitad la certeza moral. Y, como muchos han señalado, los milagros aportados suelen ser cosas de poca monta, y uno se queda preguntándose si de veras se trató de un milagro o de un hecho sumamente improbable».
Por su parte, Christopher Ferrara, en un prolijo artículo aparecido en The Remnant, después de subrayar el decisivo papel del testimonio de los milagros en las canonizaciones, señala que ninguno de los milagros atribuidos a Pablo VI y a monseñor Romero se ajusta a los criterios tradicionales para verificar que un milagro es obra de Dios«Estos requisitos son: (1) que la curación sea (2) instantánea, (3) total, (4) duradera, y (5) que no tenga explicación científica; o sea, que no obedezca a un tratamiento o un proceso natural, sino a un suceso ajeno al orden sobrenatural».
John Lamont, que ha dedicado un amplio y convincente estudio al tema de la autoridad de las canonizaciones, concluye su estudio con las siguientes palabras: «No estamos obligados a sostener que las canonizaciones de Juan XXIII y Juan Pablo II fueron infalibles, porque no reunían los requisitos exigidos para tal infalibilidad. Sus canonizaciones no tienen que ver con la doctrina de la fe, ni fueron consecuencia de una devoción central para la vida de la Iglesia, como tampoco fueron el resultado de una indagación rigurosa y concienzuda. Pero tampoco podemos excluir a todas las canonizaciones del carisma de la infalibilidad; podemos seguir afirmando que las que fueron fruto de los minuciosos procedimientos que se seguían en siglos anteriores se beneficiaron de ese carisma».
Al no ser una canonización dogma de fe, los católicos no estamos obligados a aceptarla. El ejercicio de la razón demuestra palmariamente que los pontificados conciliares no han supuesto la menor ventaja para la Iglesia. La fe supera la razón y la eleva, pero no la contradice, porque Dios, Verdad por esencia, no es contradictorio. Podemos, pues, en conciencia, mantener todas las reservas que tenemos hacia estas canonizaciones.
El acto más devastador del pontificado de Pablo VI fue la destrucción del Rito Romano tradicional. Los historiadores saben que el Novus Ordo Missae no fue la reforma de monseñor Bugnini, sino la que preparó, deseó y llevó a efecto el papa Montini, dando lugar, como escribe Peter Kwasniewski a una explosiva fractura interna: «Es como si hubiese arrojado una bomba atómica sobre el pueblo de Dios que hubiera aniquilado su fe o les hubiera producido cáncer con las radiaciones».
Y el acto más meritorio del pontificado de Pío XII fue la beatificación en 1951 y la posterior canonización en 1954 de san Pío X al final de un largo y riguroso proceso canónico y con cuatro milagros irrebatibles. Gracias a Pío XII, el nombre de San Pío X resplandece en el firmamento de la Iglesia y es una guía segura en medio de la confusión que reina en nuestros tiempos.
(Traducido por Bruno de la Inmaculada /Adelante la Fe)
Roberto de Mattei

El sínodo de los jóvenes comenzó bajo el símbolo de la brujería


Youth Synod starts under the symbol of witchcraft It was shocking to see the photo above in the news report in the Vatican organ L'Osservatore Romano (October 4, 2018, p. 8) showing the Mass inaugurating the Youth Synod in Rome. The ceremony is staged as if the strange staff in the foreground were the lenses through which we should interpret it. The photographer captured the power of that symbol quite well.

That forked staff was given to Francis on August 11, 2018, during a meeting with youth he held at the Circus Maximus, below, first row at left. He chose to use it at the opening Mass of the Youth Synod, first row right, second row.

At first glance, we could think that this is just another progressivist extravaganza. However, when we examine the forked staff carefully, we see that it is very similar to the staff used in witchcraft, which is called a stang.

Below, we posted photos of several stangs used in witchcraft so that the reader can evaluate how similar they are to Francis' staff.

So, we have the progressivist Pope making another of his insinuations. This time, however, it contains an implicit approval of witchcraft, that is, the cult to the Devil. We know that it is not completely verified that Francis is aware of all the implications of the use if this symbol. But then, with this Pope what is entirely clear?

This is another episode that lets us wonder whether he is the Vicar of Christ or the vicar of the Archenemy of Christ...



Photos from the Internet, first seen in L'Osservatore Romano

La santidad de Su Santidad



Una de las tantas consecuencias que dejará el pontificado de Francisco será la desaparición de la figura de los santos tal y como los concibió la Iglesia durante siglos. Canonizaciones seguirán existiendo, y a troche y moche, pero los santos serán distintos, o serán otro tipo de santos. Basta mirar lo ocurrido en Roma el domingo pasado para comprobar lo que estoy diciendo: solamente un neocon obcecado y que ha abdicado completamente de su inteligencia puede creer que Pablo VI o el obispo Romero son santos al modo en el que la Iglesia siempre consideró a los santos. 

Se trata de personajes elevados al honor de los altares por un puro acto de voluntad del Sumo Pontífice -¿o alguien cree que pueden respetarse en pocos meses todas las instancias de los procesos de canonización? ¿O que Dios comenzó a hacer milagros en 4G y por eso son mucho más frecuentes, rápidos y fáciles de probar?- lo que, en caso de Bergoglio, es lo mismo que decir que se hacen santos de acuerdo a sus caprichos, y nadie en la Curia puede oponerse a su omnímoda voluntad porque, en los hechos, desde Pío IX a la fecha, el Papa es indiscutible. 

Vale la pena recordar aquí la anécdota de la acalorada discusión de este pontífice con el cardenal Guidi la tarde del 18 de junio de 1870 mientras se desarrollaba el Concilio Vaticano I. Pío IX respondió furibundo a las reservas que tenía el docto purpurado dominico acerca de la conveniencia de proclamar el dogma de la infalibilidad puesto que no se trataba de una verdad conservada claramente en la Tradición: “… io, io sono la Tradizione, io, io, io sono la Chiesa”. (Cf. K. Schatz, Vaticanum I, vol. III, Paderborn, 1992, p. 312-322). 

En esta tradición con minúsculas, entonces, es perfectamente razonable que Francisco determine motu proprio quién debe ser santo y quien no debe serlo, saltándose todos los procesos e instancias canónicas, puesto que él es la Iglesia (y no vale decir que esta actitud estaba bien cuando la hacía Pío IX porque era de derecha y no cuando la hace Bergoglio que es de izquierda).

Pero vayamos todavía un poco más adelante y preguntémonos acerca del motivo por el que el Papa Francisco está haciendo lo que hace con las canonizaciones. La primera y más fácil respuesta, y no menos verdadera, es que está utilizando esta noble institución de la Iglesia con fines populistas y como una de las múltiples acciones propias de su pontificado destinadas a teñir de corrección política a la retrógrada iglesia católica

En el caso que nos ocupa, tanto Pablo VI como Romero son dos iconos indiscutible del progresismo eclesiástico y del progresismo laico. El uno, con su vida dedicada a la promoción de los “valores democráticos” en la Italia de posguerra y, hacia el final de su vida, a la aplicación a ultranza del espíritu del Vaticano II que cambió radicalmente en pocos años el rostro de la Iglesia hasta hacerla irreconocible, y el otro, “martirizado” por su defensa de los pobres en contra de las dictaduras de derecha, una especie de Angelelli con gemelos y buen perfume. Para cualquier persona de la calle medianamente instruida o para cualquier periodista editor de la sección de temas religiosos de algún medio de prensa, que la Iglesia coloque en las hornacinas de sus templos a alguno de estos personajes y le rinda culto, significa que la Iglesia está cambiando, se está modernizando y se está adaptando al espíritu de los tiempos. Y, consecuentemente, que el que promueve a estos nuevos santos es un líder y personaje de respeto y veneración. Lo que quiere, y lo que ha querido a lo largo de toda su vida, Jorge Bergoglio.

Pero tengo mis dudas acerca de que sean sólo estas las intenciones del pontífice, y creo que más allá de su carácter profundamente jesuita y simulador, en esta ocasión hay en él una parte de sinceridad. Es decir, Bergoglio cree firmemente que Angelelli y sus curas tercermundistas, que Pablo VI y que Romero son efectivamente santos, pero el único modo que tiene para creer esto en buena consciencia es admitiendo un concepto distinto de santidad. Si la suya es la teología del pueblo, es decir, que el “pueblo” en cuanto tal es fuente de revelación, las verdades de la fe irán variando o amoldándose a los tiempos de acuerdo a los sentires y saberes de ese pueblo eternamente mutable. Y así como los pueblos medievales se rindieron ante la santidad de figuras como la de Luis Capeto o la de un labrador madrileño llamado Isidro, ahora se rinden ante un nuevo estilo de santidad encarnado por los adalides del progresismo como Montini y Romero. Las virtudes que el pueblo, expresión permanente de la voz de Dios, valora en un momento determinado de la historia son distintas a las que valora en otro momento. 

Esta nueva santidad que está siendo llevada a los altares por el Papa Francisco no esplende a través de la heroicidad de las virtudes teologales y morales y el cumplimiento de los mandamientos, sino que exige la heroicidad de otro tipo de virtudes -las virtudes progresistas como la solidaridad, la tolerancia, la acogida a los pobres e inmigrantes, etc.- sin que aquellas otras, las apreciadas por el antiguo pueblo, tengan relevancia o peso a la hora de decidir sobre la santidad de alguien. 

Considero que esta hipótesis que planteo es coherente con otras actitudes de Francisco. Acerquemos la lupa y tratemos de verificarla con un caso testigo y fácilmente identificable: la virtud de la castidad. Se trata de una de las preseas más valiosas que adornaban a los antiguos santos de la Iglesia y una de las virtudes que la Iglesia más ha valorado desde sus inicios.  Para Bergoglio, en cambio, es un detalle que apenas tiene importancia y valor. Soy consciente de que se trata de una afirmación arriesgada pero creo que puede ser abundantemente probada por muchos casos que todos conocemos. Detallo aquí solamente algunos:
  1. En 2005 defendió a Mons. Juan Carlos Maccarone luego de que fueran difundido un video en el que se lo veía en medio de refocilos sexuales con su chofer. Mandó a decir a su portavoz que se trataba de un “acto de la vida privada” del obispo manfloro.
  2. En 2012 defendió en persona y públicamente, alabando su disponibilidad y entrega a los pobres, a Mons. Fernando Bargalló, que había sido fotografiado en un exclusivo hotel del Caribe con su rubia barragana.
  3. En 2013, siendo ya Papa, afirmó que él no era nadie para juzgar las conductas homosexuales de Mons. Battista Ricca, que aún hoy se desempeña en un importantísimo puesto de la Curia vaticana.
  4. Esta semana acaba de confirmar la elevación al cargo de Sustituto de la Secretaría de Estado a Mons. Edgar Peña Parra, presentándolo él mismo  ala Curia, a pesar de los documentos aparecidos el viernes que venían a confirmar lo que ya había sido advertido por Mons. Viganò acerca de las activas inclinaciones contra natura del prelado venezolano.
Y podríamos seguir abundando en casos publicitados en los últimos tiempos en los que se prueba que el Santo Padre elige como colaboradores más directos a varios personajes que no se caracterizan por lucir la presea de la castidad. ¿Será que Bergoglio es suicida, y elige a personajes tan cuestionados y vulnerables para arruinar su pontificado? ¿O será más bien que, para él, la castidad es un detalle secundario que de ningún modo incide en la valoración de una persona destinada a desempeñarse en el seno mismo del gobierno de la Iglesia? 

Y esto que puede verse con respecto a la virtud de la castidad podría extenderse también a otras varias virtudes tradicionales. El nuevo santo debe lucir en su pecho condecoraciones muy distintas de las que se exigían hace algunas décadas.

Le decía el Papa hace poco a un joven jesuita: “Yo creo que el Señor está pidiendo un cambio a la Iglesia”. Por lo visto, ese cambio que comenzó con un nuevo culto en los ’70, se está perfilando ahora con una nueva santidad, reflejo de nuevas virtudes y olvidada de las virtudes de siempre.
The Wanderer

jueves, 18 de octubre de 2018

El ‘círculo’ de Maradiaga pide a la Iglesia una reforma de su concepción de la sexualidad (Carlos Esteban)



La Iglesia debe dar respuesta a los retos que plantea la homosexualidad (comprendidos el ‘matrimonio’ entre personas del mismo sexo, la adopción por parte de éstos y los vientres de alquiler). Esto plantea uno de los ‘círculos’ del sínodo, el coordinado por el Cardenal Óscar Rodríguez Maradiaga.
“[…]Está la cuestión de qué hacer y cómo actuar con los homosexuales, que no pueden quedar fuera de nuestra actividad pastoral, y otras realidades tales como los matrimonios entre homosexuales, los vientres de alquiler, la adopción por parte de las parejas del mismo sexo, todo lo cual constituyen cuestiones actuales promovidas y favorecidas por instituciones gubernamentales internacionales”, sostiene un grupo de participantes de habla española del sínodo, dirigido a los jóvenes, que termina ya en Roma
Es el único grupo del que se sepa que ha tratado sobre estos temas. Es, también, el ‘círculo’ presidido o coordinado por el cardenal hondureño Óscar Rodríguez Maradiaga, coordinador del consejo de cardenales de Francisco, el C9. Se da la circunstancia de que la ‘mano derecha’ de Maradiaga, que le sustituía al frente de la Archidiócesis de Tegucigalpa durante las continuas estancias del cardenal en Estados Unidos para ser tratado de una enfermedad, el obispo auxiliar Juan Pineda, fue cesado de su cargo acusado de abusar sexualmente de, al menos, dos seminaristas.

Estos ‘círculos’ son las asambleas de discusión en que se ha dividido el sínodo por idiomas, de forma que pueda lograrse una mayor agilidad. De hecho, la ausencia de un idioma común -como lo fue, durante siglos, el latín- ha hecho que el texto final del sínodo, sobre el que habrá de conseguirse una mayoría de dos tercios para ser aprobado por los obispos, será leído en italiano y los prelados que desconozcan el idioma deberán fiarse de traducciones simultáneas.

También hemos sabido que, frente a la ausencia de informaciones al respecto durante las primeras semanas, se votará el texto párrafo por párrafo y no en su integridad. Éste ha sido hasta ahora el método habitual, pero la aparición de Episcolalis communio, la nueva constitución apostólica que rige el funcionamiento y alcance de los sínodos, deja sin resolver algunos asuntos de procedimiento como el citado.

Es llamativo que el ‘círculo’ de Maradiaga se haya planteado estas cuestiones y pedido a la Iglesia responda a las mismas cuando la doctrina es ya diáfana con respecto a estas ‘realidades’. No existe, a efectos de un católico, ‘matrimonio’ alguno posible entre dos personas del mismos sexo, con independencia del número de instituciones civiles que quieran reconocerlas, promoverlas o aplaudirlas.

La Iglesia no necesita “abrirse” a los homosexuales porque está ya, de hecho, abierta a todos, y porque ni siquiera reconoce -o reconocía- esta etiqueta como fundante de una ‘identidad’ diferenciada en el individuo. Por decirlo con palabras del Arzobispo de Filadelfia, Charles Chaput, no existen ‘católicos LGBT’, porque nadie debe convertir sus tentaciones en identidad.

Pero todas estas obviedades parecen inútiles con el empecinamiento de ‘renovadores’ como Maradiaga, cuyo grupo declaró que “se está haciendo necesario” que la Iglesia reforme “toda la cuestión de los desafíos antropológicos” y revise “cuestiones muy importantes tales como el amor, la sexualidad, las mujeres y la ideología de género”.


Carlos Esteban

Noticias 18 de octubre de 2018 (FSSPX, Canonizaciones, etc.)



FSSPX NEWS

La FSSPX tiene un tesoro en sus manos : Entrevista con el Reverendo Padre Pagliarani

ADELANTE LA FE

Crisis de Canonizaciones (I) (24 de febrero de 2018) (Christopher A. Ferrara)
Crisis de canonizaciones (II). ¿Puede basarse una canonización en milagros dudosos? (Christopher A. Ferrara)


CORRESPONDENCIA ROMANA

Mundialismo y sincretismo en el Congreso de las religiones

Cardenal Zuppi: la Iglesia va a dejar de ser “distante, legalista y obsolescente” (Carlos Esteban)



De la Iglesia Evangélica americana solía decirse en tiempos de Reagan que era el Partido Republicano en oración, y es tentador aplicar la analogía al presente sínodo y presentarlo como el pensamiento progre en oración. Solo que como de oración se habla poco y se ve menos, quizá sería mejor definirlo como el progresismo con gorros raros.

La rueda de prensa de hoy ha empezado con Paolo Ruffini, prefecto del Dicasterio para la Comunicación de la Santa Sede, contándonos que se ha planteado la idea de crear un Consejo Pontificio de la Juventud cuyo presidente podría ser una mujer y cuyo rango estaría a la altura de cualquier otro dicasterio. Es decir, que podría ser ninguneado por Su Santidad o los miembros de su consejo de cardenales -C9- con los mismos honores con que lo han sido la Comisión para la Protección de la Infancia o la Congregación para el Culto Divino y los Sacramentos, para no agotar los ejemplos.

Es un secreto a voces que uno de los principales ‘mandatos’ para los que fue elegido Francisco fue la reforma de la Curia, y su método parece consistir en la multiplicación de nuevos departamentos. Que el presidente de la hipotética comisión sea una mujer es casi obligado en una Curia decidida a seguir las directrices del pensamiento laico dominante en todo lo que resulta factible, con el retraso de rigor.

La presidente de esta nueva comisión podría ser, digamos, Sor Alessandra Smerilli, del Instituto de las Hijas de María Auxiliadora, que ha participado en la rueda de prensa. El Instituto de las Hijas de María Auxiliadora es una congregación de la gran familia salesiana cuyo principal objetivo es la formación integral de los jóvenes, y Sor Alessandra entiende lo de ‘integral’ de un modo tan extremo que ha reconocido que su intervención en el Sínodo se ha centrado en el Medio Ambiente. ¡Laudato Si!

“No es posible oír el grito de los jóvenes y de los pobres sin atender al grito de la Tierra, porque son una misma cosa”. Confío en que esta identidad entre el grito del pobre y el (suponemos que metafórico) ‘grito’ de la Tierra no pase al documento final y se convierta en magisterio ordinario, porque plantea serios problemas conceptuales. Pero si el objetivo de la hermana era elegir un asunto que complazca a Su Santidad, no hay duda de que ha acertado de lleno.
Luego hemos oído a Monseñor Matteo Zuppi, Arzobispo de Bolonia, decir que “si queremos alejarnos del clericalismo, de la lógica del nacionalismo, que también es peligroso, necesitamos comunión, esto es lo que puede ayudar a la Iglesia a responder a los muchos interrogantes a los que se enfrenta”. Hasta ahí, nada hay a lo que un George Soros fuera a hacerle ascos, o que necesite Gracia, sacramentos, Redención o, ya puestos, jerarquía.

Zuppi ha profetizado que, en el futuro, “la Iglesia no será algo distante, obsolescente, difícil de entender o legalista, sino que será algo en lo que los jóvenes puedan ser protagonistas en una lógica de comunión”, implicando que hasta ahora no lo ha sido y llevamos estos dos mil últimos años sin hacernos entender por los jóvenes, por lo que debemos suponer que la Iglesia Católica ha llegado a sus actuales 1.500 millones de fieles por crecimiento vegetativo. Y, por cierto, Eminencia: si va a dejar de ser algo difícil de entender, yo le sugeriría evitar palabras como “obsolescente”.

Y pasamos al cardenal etíope Berhaneyesus Demerew Souraphiel, Arzobispo de Addis Abeba, que también ha tenido la buena fortuna de tratar otro tema cercanísimo al corazón del Santo Padre: la inmigración procedente de África en Europa. Souraphiel ha criticado, como es costumbre inveterada en nuestro tiempo, la respuesta europea a la crisis migratoria, recordando que “en el pasado muchos europeos emigraron, y tuvieron mejores oportunidades que los emigrantes de hoy”, cuando se están “cerrando las fronteras”, para terminar preguntándose: “¿Dónde están los valores cristianos de Europa?”.

Muy buen pregunta, Eminencia. Así, a bote pronto, se me ocurre que los valores cristianos tienen cierta vaga relación con la doctrina cristiana, y esta era más seguida cuando los pastores se dedicaban a predicarla en lugar de hablar de los gritos de la Tierra, de los movimientos migratorios o del protagonismo de los jóvenes.

El periodista del National Catholic Register Edward Pentin ha pedido a Ruffini una lista de los miembros del Sínodo con derecho a voto, y Ruffini ni siquiera ha podido responder a la pregunta de si el Cardenal Baldisseri lo tiene.

Es, ya sabemos, la Iglesia de la apertura y la transparencia, pero dentro de un orden y según. Por ejemplo, dice Ruffini que los nombres de los participantes en los grupos divididos por idiomas -los ‘círculos menores’- “no se han revelado para tratar de reflejar el espíritu del Sínodo que es la comunión y la colegialidad. El Secretariado del Sínodo no quiere que los grupos generen un debate de quién dijo qué”. Lo que, en un lenguaje menos “distante, legalista y obsolescente”, se conoce como responsabilidad y transparencia. O como que cada palo aguante su vela.

Le han preguntado a Zuppi sobre el prefacio que escribió a la traducción italiana del libro de James Martin, el jesuita autodenominado apóstol de los LGTBI, entrando de lleno en lo que muchos ven como el elefante rosa en la sala del Sínodo. Ha respondido hablando -por alejarse de toda obsolescencia y en un saludable espíritu de ‘parresía’ e independencia de juicio- de ‘acompañamiento’. Ha dicho que el “ministerio pastoral con las personas homosexuales es un tema importante. Hay distintas sensibilidades. Éste es un tema pastoral, no ideológico”.

Curioso que lo diga, porque visto desde fuera parece un ‘sínodo’ eminentemente ideológico. Aunque quizá eso sea lo que hoy se entiende por “pastoral”.

Carlos Esteban

Consejos vendo que para mí no tengo (José Martí) Unidad de la Iglesia (7): ¿Acaso hay dos magisterios?



UNO (1) : Importancia de la razón

http://www.blogcatolico.com/2018/09/consejos- vendo-que-para-mi-no-tengo.html

DOS (2) El discernimiento como amor a la verdad

http://www.blogcatolico.com/2018/09/consejos- vendo-que-para-mi-no-tengo_13.html

TRES (3)El Nuevo Orden Mundial y el verdadero Progreso

http://www.blogcatolico.com/2018/09/consejos- vendo-que-para-mi-no-tengo_16.html

CUATRO (4) Misión de los sacerdotes y de la Jerarquía: anunciar a Jesucristo. Sólo en Él es posible el reconocimiento de la dignidad de las personas

http://www.blogcatolico.com/2018/09/consejos- vendo-que-para-mi-no-tengo_19.html

CINCO (5) Católicos perseguidos y «católicos» bien considerados

http://www.blogcatolico.com/2018/09/consejos- vendo-que-para-mi-no-tengo_27.html

SEIS (6) Naturaleza y gracia

http://www.blogcatolico.com/2018/10/consejos- vendo-que-para-mi-no-tengo.html

SIETE (7)Unidad de la Iglesia : ¿Acaso hay dos magisterios?

http://www.blogcatolico.com/2018/10/consejos- vendo-que-para-mi-no-tengo_18.html

OCHO (8) Incoherencias a la hora de insultar a otros.

http://www.blogcatolico.com/2018/11/consejos- vendo-que-para-mi-no-tengo-8_6.html

NUEVE (9)Del dicho al hecho: Concilio Vaticano II

http://www.blogcatolico.com/2018/11/consejos- vendo-que-para-mi-no-tengo-9.html

DIEZ (10) (José Martí) Anomalías en la Iglesia

http://www.blogcatolico.com/2018/11/consejos- vendo-que-para-mi-no-tengo-10_16.html

ONCE (11) "Podéis criticarme. No es pecado" -dice Francisco- ... Muy bien: pues atreveos a criticarlo ... y veréis lo que ocurre.

http://www.blogcatolico.com/2018/12/consejos- vendo-que-para-mi-no-tengo-11.html

DOCE (12) - Un alto en el camino para reflexionar

http://www.blogcatolico.com/2018/12/consejos- vendo-que-para-mi-no-tengo-12.html 


- Decíamos en el post anterior que la incoherencia (además de la que se da, normalmente, en la propia vida) puede ser también entre lo que dice antes la Doctrina y lo que dice después, si es que tiene algún sentido hablar de cambio cuando nos referimos a la Doctrina Perenne de la Iglesia.

Lo cierto y verdad es que desde que Francisco está en el Pontificado, ha habido una incoherencia, casi constante, entre lo que el Magisterio ha dicho antes (se sobreentiende antes del Concilio Vaticano II) y lo que ha sido dicho después (no sólo por él sino también por los demás Papas: Juan XXIII, Pablo VI, Juan Pablo II y Benedicto XVI, aunque -eso sí- Francisco está actuando de ejecutor rápido. Lo último ha sido la promulgación de la Constitución Episcopalis Communio, del 15 de septiembre de 2018, según la cual (art. 18) los resultados de los Sínodos se consideran como Magisterio ordinario, siempre que sean firmados por el Papa.  Y, sin embargo -y lo veremos pronto, cuando finalice este Sínodo de los «jóvenes» que está teniendo lugar en Roma (se prevé que esto ocurra el 28 de octubre)-  en el hipotético caso de que tales conclusiones del Sínodo contradijesen el Magisterio ordinario anterior, el católico no tiene obligación de seguirlas. Es más: no debe de seguirlas. Es imposible que haya dos Magisterios en el seno de una misma Iglesia. Sólo si tales conclusiones coinciden en lo esencial con lo que siempre se ha dicho en la Iglesia, durante casi dos mil años, y no hay contradicción con el Magisterio de dos mil años de Historia de la Iglesia, sólo entonces -digo- tendrían que ser obedecidas.

No es posible que se consideren como Magisterio, aunque se trate de magisterio ordinario, las conclusiones obtenidas en un sínodo, aunque las firme el Papa ... si lo que se dijera estuviese en contradicción con aquello que la Iglesia ha considerado Magisterio durante dos mil años. El Magisterio de la Iglesia no puede cambiar: las verdades que nos han sido transmitidas de generación en generación, desde la fundación de la Iglesia, por Jesucristo, son siempre las mismas: el depósito de la fe no puede ser alterado un ápice, so pena de caer en herejía ... ¡y eso es precisamente lo que está ocurriendo hoy ... ante el silencio de los pastores! 

Nadie pone en duda que la Iglesia es una realidad viva: es el Cuerpo Místico de Cristo, que se va desarrollando hasta alcanzar la madurez. No es lo mismo cambio, sin más, que desarrollo. Para que lo entendamos: una persona va cambiando con el tiempo, pero en su desarrollo nunca se produce una alteración sustancial: feto, niño, adolescente, joven, mayor, viejo, anciano ... son etapas de la vida de una persona. En todas ellas es persona, aun cuando cambie su aspecto físico; y sus capacidades, al ejecutarlas, producen un perfeccionamiento de la persona, en cuanto tal. Hay un cambio, un cambio a mejor, pero hay algo que permaneces siempre ... y es la conciencia del propio yo. Cada uno es consciente de ser él mismo quien ha progresado y no otro. Cada cual - y eso hace de la memoria una facultad importantísima- se recuerda a sí mismo siendo niño, joven, etc ... Ciertamente, se han producido cambios, tanto en lo físico como en lo psíquico y en lo espiritual.  Sin embargo, hay algo que no ha cambiado, en ningún momento: nunca nadie ha dejado de ser él mismo por el mero hecho de haberse desarrollado. Una persona es tal desde que comienza a existir como zigoto (y Dios le infunde un alma) y esto en las diversas fases de su crecimiento. Sigue siéndolo cuando es feto y cuando es niño, adolescente, joven, etc. no importando que no ejercite su capacidad de razonar en las primeras etapas de su vida. Eso no le quita su «ser persona», lo mismo que una persona mayor, sigue siendo persona cuando duerme y no ejercita, entonces, su capacidad de razonamiento. Esto es obvio.

Pues bien: Jesucristo, en cuanto hombre, también se desarrolló, como viene expresado en el Evangelio: «Jesús crecía en edad, en sabiduría y en gracia, delante de Dios y de los hombres» (Lc 2, 52). Y lo mismo sucede con la Iglesia, la cual se va desarrollando con el tiempo y se va adaptando a los distintos ambientes, pero hay algo en ella, en la Iglesia, que le es esencial y que permanece, en todo lugar y en todo momento histórico; y es que siempre es ella misma, la única Iglesia, la Iglesia fundada por Jesucristo. Su desarrollo no conlleva un cambio sustancial, pues éste - de darse- le haría perder su propia identidad ... y lo que saldría sería «otra cosa» ... desde luego no sería la verdadera Iglesia, aquella que Cristo fundó hace ya casi dos mil años, con una misión que cumplir: «Id por todo el mundo -dijo Jesús- y predicad el Evangelio a toda criatura. Quien crea y sea bautizado, se salvará; pero quien no crea, se condenará» (Mc 16, 15-16). 

Es ésta una misión que la Iglesia de hoy no está cumpliendo, desde el momento en que la llamada «Nueva Evangelización» no es tal Evangelización, sino un invento de determinados jerarcas de la Iglesia que se han rendido ante el mundo y ante la herejía modernista. No se predica a Jesucristo. Y las exigencias del Evangelio han sido sustituidas por palabras meramente humanas, que recuerdan mucho a las que usan los políticos: consenso, diálogo, democracia, solidaridad, respeto hacia las demás religiones, todos se salvan en la religión en la que hayan nacido, no hay que tratar de convencer a nadie, aunque esté en un error, cada uno tiene su propia verdad, que es la que le dicta su «conciencia», etc. El sentido de las palabras se ha tergiversado hasta el punto de llamar verdad a la mentira ... y viceversa.  

No, la Iglesia no tiene que cambiar, en el sentido en el que hoy se entiende el cambio, pues dejaría de ser la Iglesia. Eso sí: tiene que desarrollarse, pero no de cualquier modo, sino conforme al plan de Dios, sin cambiar un ápice de lo que le ha sido transmitido por Jesucristo y por los Apóstoles, y que se encuentra en el Nuevo Testamento. Tiene la obligación de cumplir el mandato que ha recibido de Jesucristo, de manera que a todo el mundo le llegue esa Buena Noticia del Evangelio, la cual no es invento de hombre, sino Palabra de Dios, hecho hombre en la Persona de su Hijo, por amor a nosotros: sólo en Jesucristo es posible la salvación. Y, en ese sentido, decimos que no cambia, no puede cambiar ... o dejaría de ser la verdadera Iglesia, la única Iglesia, que es la Iglesia católica. No hay otra.

Para alejar de nosotros la confusión, que hoy es tan frecuente entre los cristianos que quieren permanecer fieles, necesitamos una referencia. ¿En quién debemos fijarnos?  La respuesta es muy sencilla, en realidad: EN LOS SANTOS, en aquellos cristianos, hermanos nuestros, que se han caracterizado por hacer realidad en su vida la Vida de Jesucristo ... y de un modo especial, en San José y en la Virgen María ... porque en ellos LA IGLESIA SE HA DESARROLLADO EN SU PLENITUD. Ésa es la Iglesia a la que alude San Pablo cuando dice que es «Santa e Inmaculada, sin mancha ni arruga o cosa semejante» (Ef 5, 27). 

Es en los santos (sobre todo en los santos anteriores al Concilio Vaticano II, de cuya santidad no cabe ninguna duda) en quienes debe fijarse un cristiano. Lo que da sentido a la vida de un cristiano, la meta que debe alcanzar es la santidad. A eso estamos todos llamados, entendiendo la santidad -claro está- como identificación con Jesucristo, la cual sólo es posible en el seno de la Iglesia: «Fuera de la Iglesia no hay salvación». «Extra Ecclesia nula salus». Y esto es un dogma de fe.

Cierto que todos somos pecadores, pero por la gracia de Dios (que no por nuestros méritos) a través del bautismo, Dios nos ha liberado del pecado original y nos ha incorporado a Él, en la Persona de su Hijo. Se trata de una «nueva creación», por la cual pasamos a ser, realmente, hijos adoptivos De Dios y miembros del Cuerpo Místico de Cristo, que es la Iglesia. (Encíclica de Pío XII «Mystici Corporis Chisti» 29 de junio de 1943)

Por el bautismo «hemos recibido el Espíritu de hijos adoptivos, con el cual clamamos: '¡Abba, Padre!'» (Rom 8,15). «Y si somos hijos, también herederos, herederos de Dios y coherederos de Cristo; con tal de que padezcamos  con Él, para ser también con Él glorificados» (Rom 8, 17). «Ved qué amor nos ha mostrado el Padre: que seamos llamados hijos de Dios, y que lo seamos» (1 Jn 3,1). Hijos adoptivos, pero verdaderos hijos. Unidos a Jesucristo, por su Espíritu, participamos de la naturaleza divina. Esto es pura gracia y manifestación de hasta qué extremo nos ha querido Dios y nos quiere: gran misterio es éste, como también lo es el misterio de iniquidad, que es el pecado.

A lo largo del tiempo, durante casi dos mil años, siempre se ha predicado la Buena Nueva. Los buenos Pastores han predicado a Jesucristo y la Iglesia, santa en su Cabeza y pecadora en sus miembros, se ha considerado -como así es- el único camino de salvación posible. Hablando de Jesucristo, en los Hechos de los Apóstoles, dice san Lucas que «en ningún otro hay salvación, pues ningún otro Nombre hay bajo el cielo, dado a los hombres, por el que podamos salvarnos» (Hech 4,12). Y esta unión con Jesucristo, que es el Único que nos puede salvar, sólo es posible en el seno de la Iglesia

La Roca es Cristo, pero Él concedió su poder a Pedro: «Yo te digo que tú eres Pedro y, sobre esta piedra edificaré mi Iglesia y las puertas del Infierno no prevalecerán contra ella» (Mt 16, 18). Así ocurrió cuando Jesús, ya resucitado, preguntándole primero a Pedro si lo amaba, y esto tres veces, cada vez que Pedro le respondía: «Tú sabes que te quiero», Jesús le contestaba: «Apacienta mis ovejas» (Jn 21, 15-17). Pedro es el Pastor y rector supremo del rebaño de Cristo (Constitución dogmática Pastor Aeternus del Concilio Vaticano I, el 18 de julio de 1870, por el papa Pío IX). Por eso se habla siempre del Primado de Pedro o, si se quiere, del Papado.

En tanto en cuanto los Papas, sucesores de Pedro en el Primado, han ido conociendo, cada vez más con mayor profundidad, el misterio de Cristo, mediante el estudio serio de las Sagradas Escrituras -algo en lo que han tenido una importancia capital los grandes santos y Padres de la Iglesia, como San Agustín y Santo Tomás de Aquino- se han ido definiendo diferentes dogmas fundamentales que han pasado a formar parte del Magisterio Único de la Iglesia; gracias a ellos se ha ido clarificando la Doctrina y se han podido detectar las herejías.  Veinte concilios han habido, desde el Concilio de Jerusalén (año 50) hasta el Concilio Vaticano I (año 1870), todos ellos dogmáticos. Nunca ha habido contradicción entre un Concilio y los anteriores, como corresponde al hecho de que la Iglesia es realmente Una, Santa, Católica y Apostólica. 

Bien, todo esto ha sido así ... hasta que llegó el Concilio Vaticano II (Del 11 de octubre de 1962 al 8 de diciembre de 1965)
Continuará

miércoles, 17 de octubre de 2018

Noticias varias 17 de octubre de 2018



IL SETTIMO CIELO


INFOCATÓLICA

En la raíz de la crisis actual de la Iglesia (Extraordinario)

La justicia da la razón al colegio Juan Pablo II y condena a la Comunidad de Madrid por su ley LGTBI

INFOVATICANA

Edgar Peña: La exclusiva que InfoVaticana se negó a publicar

EL ORIENTE EN LLAMAS

Oscurecimiento de la Verdad y Fragmentación de la fe (Muy buen artículo)

GLORIA TV

General de los Jesuitas: el Papa “no tiene jurisdicción” sobre la Iglesia universal (Breve y con enjundia)

IOTA UNUM

Christopher Robin (Capitán Ryder) Película de Disney muy interesante

Selección por José Martí

¿Qué es, exactamente, un “cristiano rígido”, Santo Padre? (Carlos Esteban) Comentado por José Martí


Lo que dijo el Papa sobre los cristianos rígidos puede leerse aquí. Parte de su homilía se encuentra en este vídeo de Rome Reports:

Duración 1:13 minutos

La obsesiva advertencia del Papa Francisco contra los cristianos “rígidos y excesivamente cumplidores de las normas” parece enfrentarse a un problema casi inexistente, cuando el peligro parece masivo en la dirección opuesta.

En la película de Paolo Sorrentino ‘La Gran Belleza’ -una aguda pero desesperanzada crítica a la modernidad-, hay una escena en la que el protagonista, Jep Gambardella, hace una entrevista a una ‘artista’ moderna cuya obra consiste en estamparse la cabeza contra un muro hasta sangrar. Un fraude, como tantos, que dice basar su ‘obra’ en las vibraciones: las vibraciones lo son todo, están en todas partes y ella las siente y las refleja en su ‘arte’. En ese momento, Gambardella la interrumpe, con el bloc en la mano, para espetarle una pregunta: “¿Qué son las vibraciones?”.

La artista balbucea, intenta zafarse, le pide que le pregunte por otros aspectos de su vida, pero el periodista insiste: “No, quiero saber qué demonios son las vibraciones”. La entrevista, naturalmente, acaba ahí, con la esperable irritación de la timadora artística, que se ve descubierta así en su vaciedad.

No se me entienda mal si digo que se me ha venido esa escena a la cabeza leyendo la última homilía del Santo Padre en la que, una vez más, nos advierte contra los “cristianos rígidos”.
“Tengan cuidado de los rígidos”, alerta Su Santidad. “Estén atentos ante los cristianos -ya sean laicos, sacerdotes, obispos- que se presentan tan ‘perfectos’, rígidos. Estén atentos. No está el espíritu de Dios allí”.
Sí, de acuerdo, lo entendemos. Hay que guardarse del fariseísmo, y el Evangelio del día no podía ser más oportuno en este sentido, con Jesús en casa del fariseo al que acusa de limpiar la copa por fuera y dejarla sucia por dentro.

Pero no se puede decir que el Papa innove mucho en este aspecto. La palabra ‘fariseísmo’ es invento nuestro, y desde que existe Iglesia se predica contra la hipocresía y un cumplimiento de la Ley, ayuno de caridad y sin una correspondencia interior.

Es sólo que en Francisco el mensaje es ya obsesivo, a todas horas se nos advierte contra ese católico ‘rígido’ y obsesionado con el cumplimiento de los preceptos, hasta el punto de que, como con tantas ‘palabras-fetiche’ del pontífice, sentimos la desesperación inquisitiva de Jep Gambardella: pero, Santo Padre, ¿qué es exactamente ‘rígido’? ¿A qué se refiere?

¿Cree de verdad el Santo Padre que el problema de la gente hoy es “un excesivo apego a las reglas”? ¿En serio? En estos momento se celebra aún en Roma un sínodo que tiene como objetivo, aunque a veces parezca coartada, a los ‘jóvenes’, la generación que, por ley de vida, nos sucederá y decidirá cómo va a ser la práctica católica de los próximos veinte, cuarenta, sesenta años. ¿Le parece que su mayor riesgo es el de un excesivo moralismo, un rígido cumplimiento de las reglas morales?

El otro día intervino la más joven de las participantes en una rueda de prensa del sínodo, la auditora chilena Silvia Teresa Retamales. En su intervención, como hemos contado, Retamales dijo de sus coetáneos ‘los jóvenes’ que “quieren que la Iglesia sea más abierta […] una Iglesia multicultural que esté abierta todos, que no juzgue, una comunidad que haga que todos se sientan en casa”.

Retamales, Santo Padre, es representativa. Usa exactamente las mismas palabras que el pontífice: apertura, diálogo, escucha, acompañamiento, abstenerse de juicio. Palabras todas ellas muy hermosas, pero que designan, por así decir, un talante, no un contenido. Un diálogo tiene que partir de algún sitio y llegar a algún sitio para que tenga algún valor; un debe tener algo que decir para poder dialogar, y ese algo, el contenido, es lo que querríamos conocer.

Su invectiva continua contra los ‘cristianos rígidos, obsesionados con el cumplimiento’ roza la manía, más aún cuando en el soliloquio vuelve a hacer referencia a lo que sólo un ciego podría dejar de ver como una referencia a su situación personal, una defensa velada de su relativo silencio, como cuando en esa misma homilía dice: 
Jesús califica a esta gente con una palabra: 'hipócrita'. Gente con un alma codiciosa, capaz de matar. Y capaz de pagar para matar o calumniar, como se hace hoy. Incluso hoy se hace así: se paga para dar malas noticias, noticias que ensucien a los demás”.

Carlos Esteban
NOTA personal: No sé por qué, pero me da la impresión de que con eso de las calumnias el santo Padre parece referirse a Monseñor Viganò, aunque es preciso tener en cuenta que una calumnia es, por definición, una acusación falsa, hecha maliciosamente, con la intención de hacer daño ... Y que yo sepa nadie ha demostrado que sea falso lo que dice Monseñor Viganò quien, además, testimonia poniendo a Dios como testigo de que cuanto dice es verdad. No se ve ahí ninguna intención maliciosa de hacer daño. 
Si realmente Francisco está convencido de que Monseñor Viganò ha calumniado, nada tan sencillo como realizar esa investigación que él pide, de manera que brille la verdad. En cambio, calla o acusa, con ambigüedad. ¿No será, acaso, que es verdad -de verdad- todo cuanto afirma Viganò en su testimonio de 11 páginas y que lo que tiene Francisco es miedo a que la verdad salga a relucir, puesto que él mismo está implicado en dicho informe? 
Aunque una noticia sea mala -y desde luego, ésta lo sería- sin embargo, si se corresponde con la verdad, tal noticia no «ensucia a los demás» pues éstos ya están sucios. El culpable no es quien denuncia los hechos delictivos, sino quien los ha cometido. El culpable de un asesinato, por ejemplo, no es quien lo denuncia sino quien lo ha cometido ... Y esta suciedad, que hace referencia al lobby homosexual que domina el Vaticano, debe ser limpiada. Si se conoce de su existencia -y eso es lo que se deduce del testimonio de Viganò- la denuncia no sólo no es mala, sino que es un deber, es una obligación. Tal suciedad no hay que ocultarla, pues es entonces cuando se haría daño realmente ... ¡y muchísimo daño, pues lo que está en juego es nada menos que el porvenir de la Iglesia católica!  
Claro está, Francisco - aun cuando lo deja entrever- no alude, en ningún momento, a Monseñor Viganò, cuando habla de rigidez. No lo hace de un modo explícito, por supuesto. Nos quedamos, entonces, con la duda: ¿A qué y a quién o a quiénes se refiere Francisco, cuando habla de rigidez? No queda nada claro. Y es que, como bien dice Carlos Esteban en este artículo, desconocemos el contenido que Francisco quiere darle a esa palabra [«rígido»], una palabra que tantísimas veces ha repetido -por activa y por pasiva- a lo largo de su Pontificado. 
José Martí