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domingo, 30 de octubre de 2022

La gravedad de la infiltración de la democracia en la Iglesia (P. Alfonso Gálvez)



Homilía del 31/10/2010. Cristo Rey

Duración 41:08 minutos

El colorido sínodo de los sínodos



El Sínodo sobre la sinodalidad, ahora oficialmente prorrogado hasta 2024, ha pedido una «actualización permanente» a la luz del Concilio Vaticano II. 

Ya tenemos el documento que guiará la próxima fase del Sínodo sobre la Sinodalidad, será por papeles, y como era de esperar, pide una mayor inclusión de los divorciados vueltos a casar, los polígamos, padres solteros, los grupos arcoiris y propone un «diaconado femenino»

Son 45 páginas compiladas por un grupo de «expertos», teólogos, laicos y obispos en septiembre. Entre los expertos tenemos algo, ya habitual en el Vaticano, opuestos a la misa tradicional y defensores de la anticoncepción. 
Nos dicen que el documento no es «un documento conclusivo, porque el proceso está lejos de estar concluido», ni forma parte del «Magisterio de la Iglesia, ni es el informe de una investigación sociológica»; sólo faltaba eso, pero «sigue siendo un documento teológico en el sentido de que está orientado al servicio de la misión de la Iglesia: anunciar a Cristo muerto y resucitado por la salvación del mundo». El documento señala que «muchos lamentan las restricciones en el uso del Misal de 1962».
Lo preocupante no son los temas concretos que aparecen o no en el documento, pueden ser una distracción, el problema es la mentalidad, ¿ideología?, que está detrás
«Una reforma continua de la Iglesia, de sus estructuras y de su estilo, en la estela del deseo por una ‘actualización’ permanente, precioso legado del Concilio Vaticano II al que estamos llamados a volcarnos en su 60 aniversario”. 
Hay un abandono de la adhesión a la doctrina o los principios católicos: 
«El mensaje del camino sinodal es simple: aprendemos a caminar juntos ya sentarnos juntos a partir el mismo pan, para que todos encuentren su lugar. Todos están llamados a participar en este camino, nadie está excluido.«Una espiritualidad sinodal solo puede ser una espiritualidad que acoge las diferencias y fomenta la armonía, y que saca la energía para salir adelante de las tensiones”.
Hollerich, S.I nunca ha ocultado su forma de pensar, es más, seguro que es cardenal por eso: 
«La Iglesia debe cambiar radicalmente». 
«Pereceremos si no nos posicionamos de manera diferente». 
«¿Es la homosexualidad un pecado? Cambiemos la doctrina».
 “Las posiciones de la Iglesia sobre las relaciones homosexuales como pecaminosas están equivocadas. Creo que el fundamento sociológico y científico de esta doctrina ya no es correcto. Es hora de una revisión fundamental de la enseñanza de la Iglesia y la forma en que el Papa Francisco ha hablado de la homosexualidad puede conducir a un cambio de doctrina. Mientras tanto, en nuestra archidiócesis, en Luxemburgo, nadie es despedido por ser homosexual, o por estar divorciado y vuelto a casar. No los puedo echar, se quedarían sin trabajo, y ¿cómo puede ser cristiano tal cosa? En cuanto a los sacerdotes homosexuales, hay muchos, y sería bueno que pudieran hablar de ellos con su obispo sin que él los condene”.
Con lo fácil que es abolir el pecado y decir que ya no existe, que todo el mundo va al Cielo y que el Infierno permanece vacío. 

Dios acoge con los brazos abiertos al ladrón, al asesino, a la prostituta, al homosexual, al adúltero, pero no acoge con los brazos abiertos el robo, el asesinato, la prostitución, la homosexualidad y el adulterio

Dios nos pide que abandonemos el pecado, que nos convirtamos. Si no queremos abandonar el pecado, es imposible que Dios nos abrace. Es imposible que Dios perdone a una persona si ésta no quiere ser perdonada, porque recibir el amor misericordioso de Dios sólo puede ser una libre elección.

Dios descarga sobre nosotros la lluvia de su amor, de su gracia, pero si abrimos el paraguas del pecado, ni una gota de ese amor podrá tocarnos. Dios no obliga a nadie a amarlo y recibir su amor.

NOTICIAS 27 Y 28 DE OCTUBRE (SOBRE EL CARDENAL MÜLLER Y FRASES SUYAS SACADAS DE CONTEXTO )



INFOVATICANA

- Cardenal Müller: «Los obispos no pueden reinterpretar la fe revelada a su gusto»

https://infovaticana.com/2022/10/28/cardenal-muller-los-obispos-no-pueden-reinterpretar-la-fe-revelada-a-su-gusto/

- Müller carga contra los obispos alemanes: «Son cobardes ante la opinión pública y la mayoría de sus tesis son falsas»

https://infovaticana.com/2022/10/27/muller-carga-contra-los-obispos-alemanes-son-cobardes-ante-la-opinion-publica-y-la-mayoria-de-sus-tesis-son-falsas/

ACIPRENSA

- Cardenal Müller llama “cobardes” a obispos alemanes que promueven falsas ideologías

Selección por José Martí

sábado, 29 de octubre de 2022

Viganò: La Iglesia conciliar se aparta de la Iglesia de Cristo



De cómo la Iglesia conciliar, con su autorreferencialidad, se aparta de la tradición de la Iglesia de Cristo

Con la prosopopeya que caracteriza la propaganda ideológica, el reciente panegírico bergogliano (ver aquí) con motivo del sexagésimo aniversario de la inauguración del Concilio Vaticano II no ha dejado de confirmar, más allá de huecas retóricas, la total autorreferencialidad de la iglesia conciliar. Es decir, de esa organización subversiva que nació de modo casi imperceptible del Concilio y que en los últimos sesenta años ha eclipsado casi por completo la Iglesia de Cristo ocupando sus puestos más altos y usurpando su autoridad.

La iglesia conciliar se considera heredera del Concilio y prescinde de los veinte concilios ecuménicos que lo precedieron a lo largo de los siglos: ése es el factor principal de su autorreferencialidad. Hace caso omiso de ellos en cuanto a la fe y propone una doctrina contraria a la que enseñó Nuestro Señor, predicaron los Apóstoles y transmitió la Santa Iglesia. Prescinde de ellos en cuanto a la moral, derogando sus principios en nombre de la moral situacionista. Y prescinde de ellos, por último, en cuanto a la liturgia, que por ser expresión de la lex credendi se ha querido adaptar al nuevo magisterio, y al mismo tiempo se ha prestado a ser poderosísimo instrumento de adoctrinamiento de los fieles. La fe del pueblo ha sido corrompida científicamente mediante la adulteración de la Santa Misa efectuada por el Novus Ordo, gracias a la cual los errores contenidos in nuce en los textos conciliares se han encarnado en la liturgia y se han propagado como una enfermedad contagiosa.

Pero si por un lado a la iglesia conciliar le gusta recalcar que no tiene nada que ver con la iglesia de antes, y menos aún con la Misa de antes, y declara tanto a la una como la otra anticuadas e inaceptables por ser incompatibles con el fantasmal espíritu del Concilio, por otro confiesa impunemente que ha perdido el vínculo de continuidad con la Tradición, que es condición indispensable -por voluntad del propio Cristo- para el ejercicio de la autoridad y el poder por parte de la Jerarquía, cuyos miembros, desde el Romano Pontífice hasta el más desconocido obispo in partibus son sucesores de los Apóstoles y deben pensar, hablar y actuar como tales.

Esta ruptura radical con el pasado, evocado en términos sombríos en el discurso original de quien habla de involucionismo y fulmina anatemas contra los encajes de la abuela, no se limita claramente a las formas externas, por mucho que sean precisamente la forma de una sustancia bien precisa, no casualmente manipulada, sino que se extiende a los cimientos mismos de la Fe y la Ley Natural, para culminar en una auténtica subversión de la institución eclesiástica, al contravenir la voluntad de su divino Fundador.

A la pregunta de ¿me amas?, la iglesia bergogliana -pero primero fue la iglesia conciliar, con menos descaro, aunque siempre jugando con mil distinciones- se interroga sobre sí misma, porque «el estilo de Jesús no es tanto el de dar respuestas como el de hacer preguntas». Si nos tomamos estas inquietantes palabras en serio, habría que preguntarse en qué consisten la Divina Revelación, el ministerio terrenal de Nuestro Señor, el mensaje del Evangelio, la predicación de los Apóstoles y el Magisterio de la Iglesia sino en responder a los interrogantes del hombre pecador, que es quien se hace las preguntas y tiene sed de la Palabra de Dios y necesidad de conocer la Verdad eterna y saber cómo conformarse a la Voluntad del Señor para alcanzar la bienaventuranza celestial.

El Señor no hace preguntas, sino que enseña, amonesta, ordena, manda. Porque Él es Dios, Rey y Sumo y Eterno Sacerdote. No nos pregunta quién el Camino, la Verdad y la Vida. Nos indica que Él mismo es el Camino, la Verdad y la Vida, la Puerta por la que entran las ovejas al redil, la Piedra Angular. Y pone además de relieve su obediencia al Padre en la economía de la Redención y nos muestra su santa sumisión como ejemplo a imitar.

La mentalidad de Bergoglio invierte y subvierte las relaciones: el Señor le hace a San Pedro una pregunta con la que éste al responder se da perfecta cuenta de lo que significa en la práctica amar a Nuestro Señor. La respuesta no es opcional, no puede ser negativa ni evasiva como las de la iglesia conciliar, que por no desagradar al mundo ni parecer anticuada concede más importancia a la seducción de ideologías caducas y engañosas, y se niega a transmitir íntegramente lo que su Jefe le mandó enseñar fielmente. «¿Me amas?», pregunta el Señor a los cardenales inclusivos , a los obispos sinodales, a los prelados ecuménicos. Y estos responden como los invitados a las bodas: «He comprado un campo, y es preciso que vaya a verlo; te ruego me des por excusado» (Lc 14, 18). Hay compromisos mucho más urgentes y satisfactorios para obtener prestigio y aprobación social. No hay tiempo para seguir a Cristo ni menos aún para apacentar a sus ovejas, y menos aún a las empecinadas en el involucionismo, sea lo que sea que signifique esa palabra.

Por eso, ya no hay más concilios que el Vaticano II. El cual, por el mero hecho de ser el único al que se refieren, se muestra al mismo tiempo extraño, por no decir totalmente contrario en forma y contenido, a lo que es todo concilio ecuménico: la voz única del único Maestro, del único Pastor. Si la voz del concilio de ellos no es compatible con la del Magisterio anterior; si el culto público no se puede expresar en la forma tradicional porque lo consideran contrario a la nueva eclesiología de la nueva iglesia, es innegable la ruptura, que hay un antes y después. Y ciertamente están orgullosos de ello, y se presentan como innovadores de algo que non est innovandum. Y para que no se sepa que hay otra opción creíble y segura, hay que denigrar, ridiculizar, banalizar y acabar por eliminar, siendo los primeros en aplicar el borrado de identidad cultural en curso. Se entiende, pues, la aversión a la liturgia de siempre, a la sana doctrina y al heroísmo de la santidad testimoniada por obras y no proclamada por fatuas declaraciones desprovista de alma.

Bergoglio habla de una «iglesia que escucha», pero precisamente porque «por primera vez en la historia dedicó un concilio a interrogarse sobre sí misma, a reflexionar sobre su propia naturaleza y su propia misión», demuestra que quiere actuar por su cuenta, que puede renunciar al legado de la Tradición y renegar de su propia identidad, ni más ni menos que «por primera vez en la historia». Esta autorreferencialidad parte de la premisa de que hay algo mejor que implementar en lugar de otra cosa peor que es preciso corregir, que no tiene que ver con la debilidad e infidelidad de sus miembros individuales, sino de «su propia naturaleza y su propia misión», que Nuestro Señor dejó establecida de una vez para siempre, y no es competencia de sus ministros ponerla en tela de juicio. Y sin embargo Bergoglio afirma: «Volvamos al Concilio para salir de nosotros mismos y superar la tentación de la autorreferencialidad, que es un modo de ser mundano», cuando precisamente volver al Concilio es la prueba más descarada de autorreferencialidad y ruptura con el pasado.

De ese modo, los siglos de mayor expansión de la Iglesia, en los que se enfrentó a los herejes y definió con más claridad la doctrina que estos impugnaban, son considerados un embarazoso paréntesis de clericalismo que es necesario olvidar, porque todos esos errores los encontramos en las desviaciones del Concilio. El pasado remoto, el de la presunta antigüedad cristiana, de los siglos primitivos, de los ágapes fraternos, son sustancialmente para la narrativa conciliar una falsedad histórica que oculta deliberadamente el testimonio varonil de los primeros cristianos y sus pastores, perseguidos y martirizados por su fe, por negarse a quemar incienso ante la estatua del César y por su conducta moral, que contrastaba con las corrompidas costumbres de los paganos. Aquella coherencia, incluso por parte de mujeres y niños, debería avergonzar a los que profanan la Casa de Dios rindiendo culto a la Pachamama para participar en los delirios amazónicos del Pacto Verde, escandalizando a los sencillos y ofendiendo a la Majestad Divina con actos idolátricos. ¿No es cierto que esta autorreferencialidad ha llegado a infringir el Primer Mandamiento en pro de sus desvaríos ecuménicos?

No nos dejemos seducir por esas palabras engañosas, que no las han puesto ahí por casualidad. La Iglesia de Cristo no ha sido jamás autorreferencial sino cristocéntrica, porque es ni más ni menos que el Cuerpo Místico del que Cristo es cabeza, y que sin cabeza no puede vivir. Al contrario, es inevitablemente autorreferencial su versión miserablemente mundana y desprovista de horizontes sobrenaturales que se califica de iglesia conciliar y ejerce autoridad apoyada en el engaño de presentarse como promotora de una vuelta a la pureza original al cabo de siglos, siglos en los que la Iglesia habría estado encerrada «en los recintos de nuestras comodidades y convicciones», mientras pretende adulterar las enseñanzas que Cristo mandó transmitir con fidelidad.

¿Qué supuesta comodidad habría caracterizado la bimilenaria historia de la Esposa del Cordero, si tenemos en cuenta las ininterrumpidas persecuciones de que ha sido objeto, la sangre derramada por los mártires, las batallas provocadas por herejes y cismáticos y el empeño de los ministros de Dios en difundir el Evangelio y la moral cristiana? En cambio, ¿qué problemas va a tener una iglesia que se interroga a sí misma y no tiene convicciones, que se arrodilla ante las exigencias del mundo, se ajusta a la ideología verde y el transhumanismo, bendice el matrimonio entre homosexuales, se dice dispuesta a acoger a los pecadores sin la menor intención de convertirlos, se pone de acuerdo con los poderosos de este mundo en la propaganda de la vacunación y espera sobrevivir por sí misma?

Hay algo terriblemente egocéntrico, típico del orgullo luciferino, en pretender ser mejor que los antecesores y reprocharles un autoritarismo del que es culpable el propio acusador, con intenciones contrarias a la salvación de las almas.

Otro síntoma de autorreferencialidad es querer imponer a la Iglesia una estructura democrática que trastoca el carácter esencialmente monárquico (yo diría incluso imperial) deseado por Cristo. Ciertamente existe una Iglesia docente constituida por los pastores bajo la guía del Romano Pontífice, y una Iglesia discente constituida por el pueblo de Dios, por los fieles. La eliminación de la estructura jerárquica, que Bergoglio califica de «el feo pecado del clericalismo que mata a las ovejas, no las guía, no las hace crecer», apunta a otro engaño mucho más grave, e incluso una auténtica alteración en el cuerpo de la Iglesia: fingir que se puede compartir la potestad de quien tiene el deber de transmitir el verdadero Magisterio con quienes no están ordenados y por tanto no les asiste la gracia de estado. Al contrario, éstos últimos tienen derecho a ser conducidos a pastos seguros. La palabra magister lleva implícita la superioridad ontológica –magis- del enseñante sobre el discípulo que aprende lo que aún no sabe. Y desde luego el pastor no puede decidir junto con las ovejas adónde llevarlas, porque el rebaño no sabe adónde ir y está expuesto a los ataques de los lobos. Hacer creer que interrogarse por «la propia naturaleza y la propia misión» sea una vuelta a los orígenes es una mentira colosal: «Vosotros sois mis amigos, si hacéis esto que os mando» (Jn. 15, 14), dijo Cristo. Así deben dirigir sus ministros, que por serlo, en tanto se mantengan sujetos a él, ejercen vicariamente la autoridad de la Cabeza del Cuerpo Místico. Ministro (de minus, que indica inferioridad jerárquica) en el sentido etimológico de servidores, sujetos a la autoridad de su Maestro; por eso la Jerarquía católica es maestra (magistra) al enseñar lo que como ministra ha recibido de Cristo y custodia celosamente.

El carácter democrático y antijerárquico de la iglesia conciliar queda confirmado ante todo en la liturgia, en la que la labor ministerial del celebrante es poco menos que negada en beneficio del pueblo sacerdotal teorizado por Lumen Gentium y expresado en la herética formulación del artículo 7 de la Institutio generalis del misal montiniano de 1969: «En la Misa, o Cena del Señor, el pueblo de Dios es convocado y reunido, bajo la presidencia del sacerdote, quien obra en la persona de Cristo (in persona Christi) para celebrar el memorial del Señor o sacrificio eucarístico. De manera que para esta reunión local de la santa Iglesia vale eminentemente la promesa de Cristo: “Donde dos o tres están reunidos en mi nombre, allí estoy yo en medio de ellos”» (Mt. 18, 20).¿Qué es eso sino autorreferencialidad, hasta el punto de modificar la propia definición de la Misa según el espíritu del Concilio y contradiciendo los cánones dogmáticos de Trento y de todo el Magisterio anterior al Concilio Vaticano II?

La Iglesia no es ni puede ser democrática ni sinodal, como les gusta llamarla eufemísticamente hoy. El pueblo santo de Dios no existe para apacentarse los unos a los otros, a todos los demás, sino para que exista una Jerarquía que les garantice medios sobrenaturales para alcanzar la vida eterna, y para que todos los demás –muchos, no todos– sean conducidos al único redil guiados por el único Pastor de la Providencia divina. «tengo otras ovejas que no son de este aprisco. A ésas también tengo que traer» (Jn. 10, 16).

La enérgica denuncia del cardenal Müller sobre el peligro que supone la herética impostación de la sinodalidad -cuyos funestos frutos ya están a la vista- está justificada en este sentido y da fe del grave malestar de numerosos pastores indecisos entre observar fidelidad a la ortodoxia católica y la evidencia de la traición por parte de sus indignísimos custodios actuales. Aunque no se opusieran a la iglesia conciliar y al «concilio» (así, entre comillas) mientras no era evidente el alcance de la devastación en la vida de los fieles, todo el cuerpo eclesial y el mundo, hoy, que salta a la vista el fracaso total del Concilio y el lamentable error que supuso abandonar la Sagrada Tradición, también los fieles prudentes y moderados se están viendo obligados a reconocer la estrechísima relación entre los objetivos que se fijaron, los medios que se adoptaron y el fruto obtenido. Es más, precisamente si tenemos en cuenta cuál era el objetivo a alcanzar, deberemos preguntarnos si lo que con tanto entusiasmo se anunciaba como primavera conciliar no fue otra cosa que un pretexto que ocultaba un plan inconfesable contra la Iglesia de Cristo. Los fieles no sólo no participan de los Santos Misterios entendiéndolos mejor, como se les había prometido, sino que han llegado a considerarlos superfluos, y la Misa ha caído en consecuencia a unos niveles ínfimos. Tampoco se puede decir que los jóvenes encuentren nada de entusiasmante o heroico en abrazar el sacerdocio o la vida religiosa, dado que tanto el uno como la otra han sido trivializados y privados de su especificidad y del sentido de entrega y sacrificio que imita el ejemplo de Nuestro Señor y debe llevar en sí toda acción verdaderamente católica. La vida civil se ha barbarizado a un extremo inusitado, y junto con ella la moral pública, la santidad del matrimonio y el respeto a la propia vida y el orden de la creación. Esos propagandistas del Concilio responden con los desafíos de la bioingeniería y el transhumanismo, soñando con seres producidos en serie y conectados a la red mundial, como si manosear la naturaleza humana no fuera una aberración satánica que no merece ni ser teorizada. Les oímos pontificar que «excluir a los inmigrantes es repugnante, pecaminoso y criminal» (aquí) mientras las ONG, Cáritas y diversas entidades benéficas hacen negocio con el tráfico de inmigrantes clandestinos a costa del Estado y se niegan a acoger a los propios italianos, abandonados por las instituciones y víctima de las crisis producidas por el Sistema. Exhortan al desarme a naciones e inducen a los ciudadanos a avergonzarse de su identidad nacional mientras teorizan la licitud del envío de armas a Ucrania, a un gobierno títere del Nuevo Orden Mundial financiado por organizaciones mundialistas y por las principales organizaciones de la élite.

Otro gravísimo error teológico que adultera la verdadera naturaleza de la Iglesia está en los cimientos esencialmente laicistas de la eclesiología conciliar, no sólo en lo que se refiere a la institución y su misión en el mundo, sino también en que ha destruido el vínculo de complementariedad jerárquica entre la autoridad espiritual de la Iglesia y la civil del Estado, cuando las dos tienen su origen en la Señoría de Cristo. Ese tema en apariencia tan complejo en el tratamiento casi esotérico que hacen de él los sectarios del Concilio, ha sido objeto de una reciente intervención de Joseph Ratzinger (aquí) de la que tengo pensado hablar en otro artículo.

«Tú que nos amas –dice Bergoglio en la homilía Memoria de San Juan XXIII-, líbranos de la presunción de la autosuficiencia y del espíritu de la crítica mundana. Líbranos de la autoexclusión de la unidad. Tú, que nos apacientas con ternura, condúcenos fuera de los recintos de la autorreferencialidad. Tú, que nos quieres una grey unida, líbranos del engaño diabólico de las polarizaciones, de los “ismos”». Estas palabras denotan una desfachatez inaudita, parecen una burla. Pues bien, ha llegado el momento de que el clero y los fieles de la iglesia conciliar se pregunten si ésta no será la primera en presumir de autosuficiente, de contribuir a la crítica mundana burlándose de los buenos católicos y tildándolos de rígidos e intolerantes, apartándose deliberadamente de la unidad de la Tradición y pecando orgullosamente de autorreferencialidad.

†Carlo Maria Viganò, arzobispo

22 de octubre de 2022

S. Evaristi Papæ et Martyris

(Traducido por Bruno de la Inmaculada)

viernes, 28 de octubre de 2022

Homilía de Hoy │Santos Simón y Judas, apóstoles│28-10-2022 │Pbro. Santiago Martín, FM



Duración 7:37 minutos

El Sínodo de la Sexualidad | Actualidad Comentada | 28-10-2022 | Pbro. Santiago Martín FM



Duración 12:04 minutos

La pseudociencia del Evolucionismo (Carlos Baliña)




Duración: 75 minutos



Pbro. Dr. Carlos Baliña - https://formacioncatolicahoy.org/257-... 

El Padre Carlos Baliña cursó sus estudios de filosofía y teología en el Seminario Diocesano "Santa María Madre de Dios" de San Rafael Mendoza. Ordenado Sacerdote en dicha diócesis el 4 de diciembre de 1993. 

Sacerdote perteneciente a la Eparquía Ucraniana en la Argentina. Es Licenciado en física por la universidad de Buenos Aires; Diplomado en estudios avanzados en filosofía por la Universidad de Barcelona; Doctorado en filosofía por la Universidad de Barcelona; Profesor de filosofía de las ciencias 1 y 2 en el Instituto Superior del profesorado "Antonio Sáenz" de Lomas de Zamora. 

Profesor de Antropología y Ética en la Escuela Superior de Gendarmería.

NOTICIAS 28 DE OCTUBRE 2022



INFOVATICANA

- Munilla: «La exposición mediática para los obispos puede ser su martirio»
INFOCATÓLICA

- El gobierno de Marruecos no recibe a las feministas que piden despenalizar el aborto


QUE NO TE LA CUENTEN

- Poligamia, madre tierra y más yerbas. Leyendo los sínodos de los tiempos

https://www.quenotelacuenten.org/2022/10/28/poligamia-madre-tierra-y-mas-yerbas-leyendo-los-sinodos-de-los-tiempos/

Selección por José Martí

Entrevista al padre Javier Olivera Ravasi acerca del mundo contemporáneo



Duración 46:05 minutos



Conversando con Hyper Halcón

01:50: ¿Por qué pareciera, en los últimos años, la Iglesia estuviese “vencida”?

06:20: ¿Está el demonio detrás de la agenda globalista?

10:00: Educación sexual integral y un mundo inhumano 

14:10: ¿Qué hace al humano, “humano”?

17:20: El fin del ser humano

21:15: Aborto, suicidio y eutanasia: ¿Por qué se fomenta la cultura de la muerte?

27:00: Transhumanismo y desarrollo del hombre

30:00: El evolucionismo como ideología dominante y animalizante

35:00: La masonería y la Iglesia

39:45: Apostasía y apocalipsis

42:00: El tema de los exorcismos

Ayuso podría declarar el Valle de los Caídos Bien de Interés Cultural en 24 horas (si quisiera)



Duración 3:43 minuroa

miércoles, 26 de octubre de 2022

El relator sinodal despeja dudas (Bruno Moreno)



En artículos anteriores sobre el Sínodo de la Sinodalidad, hablábamos de algunos aspectos sinodales, como el tema o las aportaciones solicitadas, que hacen sospechar que sus reuniones estarán dañadas de raíz. En consecuencia, es de temer que, en el mejor de los casos, esas reuniones serán una forma de perder el tiempo pareciendo que estamos muy ocupados y, en el peor, podrían ser la puerta para intentar cambiar la enseñanza de la Iglesia como desean, por ejemplo, tantos obispos alemanes y belgas.

Nos queda por analizar, sin embargo, a los encargados del Sínodo. A fin de cuentas, aunque fuera con los materiales más pobres e inadecuados, unos responsables con fe y valentía podrían tomar firmemente las riendas de la reunión sinodal y conseguir algo bueno en ella. ¿Será eso lo que ocurra con el Sínodo? A falta de un milagro, habría que decir que parece que no. Al menos a juzgar por las declaraciones que hizo ayer el cardenal Jean-Claude Hollerich en una entrevista publicada por L’Osservatore Romano, el periódico del Vaticano.

Este cardenal jesuita, además de ser arzobispo de Luxemburgo y Presidente de la Comisión de Conferencias Episcopales de la Unión Europea, ha sido nombrado relator general del Sínodo por el Papa Francisco. Es, pues, a la vez un peso pesado de la Iglesia y la voz más autorizada en cuestiones sinodales, después del propio Papa. Haríamos bien, por lo tanto, en prestarle atención.

¿Qué tiene que decirnos el relator general del Sínodo? Por lo visto, que el sexto mandamiento y toda la doctrina de la Iglesia sobre las relaciones sexuales fuera del matrimonio y las relaciones entre personas del mismo sexo siempre han estado equivocados.
“¿Parejas gay? Dios no las maldice. ¿Cree que Dios pueda alguna vez ‘decir-mal’ sobre dos personas que se aman? En el Reino de Dios ninguno está excluido: ni siquiera los divorciados vueltos a casar, ni siquiera los homosexuales, todos. El Reino de Dios no es un club exclusivo. Abre sus puertas a todos, sin discriminaciones. Muchos de nuestros hermanos y hermanas nos dicen que, sea cual sea el origen y la causa de su orientación sexual, ciertamente no la han elegido. No son manzanas podridas”.
Y a continuación añadió:
“No creo que haya lugar para un matrimonio sacramental entre personas del mismo sexo, porque no hay un objetivo procreativo que lo caracterice, pero esto no quiere decir que su relación afectiva no tenga ningún valor”.
Antes de que alguien lo pregunte, conviene señalar que no se trata de una expresión imprecisa o puntual. En febrero declaró algo similar en otra entrevista en Alemania, en la que afirmó, con respecto a la doctrina sobre las relaciones entre personas del mismo sexo que creía que “el fundamento sociológico-científico de esta doctrina ya no es correcto”, indicando que debía revisarse la doctrina de la Iglesia y sugiriendo que la forma de hablar del Papa Francisco sobre la homosexualidad podría llevar a un cambio de la doctrina.

El cardenal dijo otras muchas cosas, sin que faltaran la patética y ya casi obligatoria adulación al Papa, pero creo que las frases citadas son suficientes para que nos hagamos una idea de cómo piensa este purpurado. No sé qué es más llamativo, que un cardenal arzobispo niegue frontalmente la doctrina de la Iglesia en público, que ese cardenal precisamente haya sido elegido relator del nuevo sínodo o que las “razones” que da para sus heterodoxias sean de un nivel intelectual ínfimo, que cualquier seminarista de primero de Teología o incluso cualquier catequista parroquial con dos dedos de frente podría rebatir sin ninguna dificultad.

Veamos sus argumentos uno por uno. Primero, sugiere que Dios bendice las parejas del mismo sexo (ya que, si no dice mal de ellas, es evidente que tendrá que decir bien). Por supuesto, Su Eminencia es muy libre de afirmar lo que quiera, aunque no tenga nada que ver con la fe católica, pero quizá habría sido una buena idea tener la cortesía de preguntar primero al propio Dios, que dejó muy clara esta cuestión: hombre y mujer los creó, los bendijo (Gn 5,1). El hombre dejará a su padre y a su madre y se unirá a su mujer, y serán los dos una sola carne (Gn 2, 24). Y, por si había dudas, Cristo repitió exactamente esas frases. Es decir, lo que bendijo fue la pareja de hombre y mujer, no la pareja del mismo sexo. ¡Qué olvido tan extraño! Menos mal que el cardenal Hollerich ha venido a recordarle al mismo Dios su omisión y a corregir el Génesis, porque sabe mejor que Dios mismo lo que Dios quiere y bendice.

También podría haber acudido al Magisterio y a la Tradición de la Iglesia, que afirman unánimemente que las relaciones entre personas del mismo sexo no solo son un pecado, sino algo aún más grave: uno de los pecados que claman al cielo (Catecismo 1867), por vulnerar la naturaleza y el orden creado de forma radical. Las afirmaciones de papas, concilios, santos y doctores de la Iglesia sobre el particular son clarísimas y, a menudo, terribles (véanse, entre innumerables otros ejemplos, el Concilio de Elvira del año 306, el Concilio de Nablús de 1120, el tercer Concilio de Letrán de 1179, San Pío V, San Agustín, San Buenaventura, Santo Tomás de Aquino, San Bernardino de Siena, Santa Catalina de Siena, San Pedro Damián, San Alfonso María de Ligorio, etc.).

No hace falta decir, aunque por si acaso lo recordaremos, que esto no supone decir que las personas que se sienten atraídas por personas del mismo sexo sean en ningún sentido malas en sí mismas, inferiores en dignidad a las demás ni nada por el estilo. Son hijas de Dios o están llamadas a serlo (y no existe dignidad más alta que esa) y, como señala el Catecismo, son dignas de respeto y están llamadas a “realizar la voluntad de Dios en su vida” y a unir sus dificultades al “sacrificio de la cruz del Señor” (Catecismo 2358). En una palabra, están llamadas a ser santas, como los demás.

La afirmación del purpurado, en cambio, produce vergüenza ajena desde el punto de vista teológico. Pregunta el cardenal: “¿Cree que Dios pueda alguna vez ‘decir-mal’ sobre dos personas que se aman?”. La más básica Teología moral, que nuestro cardenal tuvo que estudiar alguna vez, enseña que por supuesto que Dios puede decir mal de dos personas que se aman. Por la sencilla razón de que absolutamente todos los pecados se producen “por amor”, ya que el ser humano está creado por Dios y solo puede moverse por amor. El problema en el caso de los pecados es que ese amor es un amor desordenado.

Por ejemplo, cuando un chico y una chica que no están casados se acuestan juntos, están cometiendo un pecado grave por mucho que digan que se quieren, porque se trata de un amor desordenado, un amor que no es conforme al plan de Dios para el hombre en la entrega total del matrimonio, un amor que no respeta al otro como debe y un amor que encubre, en realidad, un enorme egoísmo y utilización del otro. Como recuerda el Catecismo, “la sexualidad está ordenada al amor conyugal del hombre y de la mujer” (Catecismo 2360). Luego cualquier uso de la sexualidad al margen del matrimonio es, por su propia naturaleza, desordenado, contrario al plan de Dios y un pecado grave, ya se trate de la masturbación, la fornicación, el adulterio o las relaciones entre personas del mismo sexo.

Veamos la siguiente afirmación del cardenal, también de una osadía sorprendente:
“En el Reino de Dios ninguno está excluido: ni siquiera los divorciados vueltos a casar, ni siquiera los homosexuales, todos. El Reino de Dios no es un club exclusivo. Abre sus puertas a todos, sin discriminaciones”. 
Uno está tentado de pensar que el purpurado lleva toda su vida padeciendo un problema de ceguera y sordera completas, porque de otro modo habría escuchado o leído los cientos de pasajes de la Escritura que muestran que eso no es cierto.

Bastará dar como ejemplo el más pertinente, en el que la Palabra de Dios dice expresamente que los pecados graves, incluido el de las relaciones sexuales con personas del mismo sexo, excluyen del Reino de los Cielos: “No os engañéis: Ni los fornicarios, ni los idólatras, ni los adúlteros, ni los afeminados, ni los sodomitas, poseerán el reino de Dios” (1 Co 6, 9-10; cf. 1Tim 1,10). ¿Será que Dios no sabía que nadie está excluido del Reino de Dios? ¿O será que el cardenal desconoce o rechaza la doctrina básica de la Iglesia sobre el pecado mortal? Lejos de ser una discriminación injusta, esta realidad es la base misma de la justicia. El que peca, por su propio pecado, se excluye del Reino de Dios. Si Dios tratase igual a buenos y malos, entonces sí que sería injusto y nos estaría enseñando que es lo mismo la bondad que la maldad.

Consideremos otra afirmación del cardenal: “no creo que haya lugar para un matrimonio sacramental entre personas del mismo sexo, porque no hay un objetivo procreativo que lo caracterice, pero esto no quiere decir que su relación afectiva no tenga ningún valor”. Con esta afirmación, Mons. Hollerich niega directamente el sexto mandamiento, porque reconoce que no hay matrimonio entre personas del mismo sexo, pero afirma que sus relaciones sexuales tienen “valor”, en lugar de ser un pecado mortal, como todas las relaciones sexuales fuera del matrimonio. Es difícil no ver aquí una continuación del razonamiento de Amoris Laetitia, porque, si el adulterio a veces es lo que Dios quiere para nosotros, ¿por qué no decir lo mismo sobre las relaciones sexuales entre personas del mismo sexo, como pretende el cardenal? El pecado mortal se convierte en más o menos bueno y el sexto mandamiento, aparentemente, queda obsoleto.

Además de ser directamente contrario a lo que enseña la Palabra de Dios, lo que dice el cardenal también es contrario a la doctrina expresa de la Iglesia, que enseña que este tipo de relaciones “no pueden recibir aprobación en ningún caso”, porque “cierran el acto sexual al don de la vida” y “no proceden de una verdadera complementariedad afectiva y sexual” (Catecismo 2357). Al contrario de lo que nos dice el relator del Sínodo, la Iglesia enseña que las personas homosexuales, tan amadas por Dios, “están llamadas a la castidad” (Catecismo 2359), como lo estamos todas las personas, cada una según sus circunstancias y precisamente por el amor que Dios nos tiene.

Observemos también que el cardenal Hollerich, en lugar de aclarar la cuestión, intenta ofuscarla y reducirla al sentimentalismo, diciendo que “muchos de nuestros hermanos y hermanas nos dicen que, sea cual sea el origen y la causa de su orientación sexual, ciertamente no la han elegido. No son manzanas podridas”. ¿Qué tiene eso que ver con nada? Por supuesto que las personas que sienten atracción por otras del mismo sexo no son, en sí mismas, “manzanas podridas”. Como un casado que siente atracción por su secretaria no es, por ese hecho, una “manzana podrida” y tampoco ha “elegido” esa atracción, pero, si engaña a su mujer con la secretaria, está actuando mal consciente y libremente en una materia grave y se excluye de la comunión con Dios y de la vida eterna. Exactamente igual que cualquier otra persona, incluidas las que sienten atracciones homosexuales. Los seres humanos somos seres racionales y, a diferencia de los animales, estamos llamados a controlar nuestras pasiones de conformidad con la ley natural, que es la ley que Dios ha puesto en nuestra conciencia. Recordar esto no es un ataque contra los casados ni contra los solteros ni contra las personas homosexuales, sino lo contrario: reconocer su dignidad humana y su capacidad de hacer libremente el bien o de elegir el mal, con las consecuencias que tiene cada una de esas elecciones.

Por último, es fácil ver que la explicación que dio el cardenal de su rechazo de la enseñanza de la Iglesia en una entrevista anterior no era más que una excusa: “creo que el fundamento sociológico-científico de esta doctrina ya no es correcto”. Digo que se trataba de una excusa porque, a poco que lo haya pensado, Mons. Hollerich tiene que ser consciente de que eso no significa nada, ya que la doctrina sobre las relaciones entre personas del mismo sexo no tiene ningún “fundamento sociológico-científico”. La ciencia y la sociología no tienen nada que ver con el tema. El fundamento de la doctrina es teológico: la Revelación del mismo Dios, transmitida por la Escritura y la Tradición y preservada por el Magisterio. Eso es lo que niega el purpurado, pero, como decirlo queda feo en todo un cardenal, intenta desviar la cuestión hacia la sociología y la ciencia, que, por su propia naturaleza, no tienen nada que ver con este tema moral y teológico.

En fin, después de ver que Su Eminencia afirma repetidas veces con toda claridad y literalmente lo contrario que la Palabra de Dios, el Magisterio y la Tradición, no hace falta decir mucho más. Nadie que piensa así puede ser firme en otros aspectos de la fe, porque, como enseñaba Santo Tomás, quien rechaza una parte de la fe en realidad rechaza la fe entera. En efecto y a modo de ejemplo, el cardenal también ha afirmado en el pasado, contra la doctrina irreformable de la Iglesia, que las mujeres podrían recibir la ordenación sacerdotal en el futuro. Mons. Hollerich parece haber reducido la revelación divina a una simple enseñanza de carácter sociológico y en permanente transformación, según vayan cambiando los deseos del mundo.

¿Qué sentido tiene que un prelado que rechaza públicamente la fe católica sobre multitud de cuestiones sea el relator general del Sínodo? Son afirmaciones hechas, además, en el periódico oficial del propio Vaticano, L’Osservatore Romano, luego es imposible que la Santa Sede las desconozca. Este hecho, junto con otros como la tolerancia para los errores públicos de obispos alemanes y belgas o la aceptación de aportaciones contrarias a la fe de la Iglesia en las primeras etapas sinodales, lleva a pensar que el Sínodo podría estar destinado a abandonar discretamente las doctrinas de la Iglesia que son molestas para el mundo.

Recemos, recemos, recemos.

Bruno Moreno

El obispo Schneider defiende la «desobediencia de una orden papal que cambia o debilita la integridad de la fe, la Constitución Divina de la Iglesia y la liturgia»



El obispo Athanasius Schneider ha escrito una reflexión en LifeSiteNews sobre los límites de la obediencia al Papa. Cabe señalar, que el obispo auxiliar de Astaná hace referencia a un concepto a veces muy olvidado o desconocido para muchos católicos. Ante cualquier duda, en última instancia por encima de la autoridad papal siempre ha de estar la conciencia recta y bien formada de cada uno.

Compartimos el artículo publicado por el prelado de Kazajistán ene LifeSiteNews:

El significado correcto de la obediencia al Papa

La santa Iglesia es ante todo y en lo más profundo una institución divina, y es un misterio en su sentido sobrenatural. En segundo lugar, tiene también la realidad humana y visible, los miembros visibles y la jerarquía (Papa, obispo, sacerdote).

Cuando la Madre Iglesia está pasando por una de las crisis más profundas de su historia, como la está pasando en nuestro tiempo, donde la crisis toca todos los niveles de la vida de la Iglesia de manera espantosa, la Divina Providencia nos está llamando a amar a nuestra Madre Iglesia, que es humillada y burlada no en primer lugar por sus enemigos, sino desde dentro por sus pastores. Estamos llamados a ayudar a nuestra Madre Iglesia, cada uno en su lugar, a ayudarla a una verdadera renovación a través de nuestra propia fidelidad a la inmutable integridad de la fe católica, a través de nuestra fidelidad a la constante belleza y sacralidad de su liturgia, la liturgia de todos los tiempos, a través de nuestra intensa vida espiritual en unión con Cristo, y a través de actos de amor y caridad.

El misterio de la Iglesia es más grande que el Papa o el obispo. A veces los papas y los obispos hicieron daño a la Iglesia, pero al mismo tiempo Dios usó otros instrumentos, a menudo los simples fieles, simples sacerdotes o algunos obispos, para restaurar la santidad de la fe y la vida dentro de la Iglesia.
Ser fiel a la Iglesia no significa obedecer interiormente todas las palabras y actos de un Papa o de un obispo, ya que el Papa o el obispo no son idénticos a toda la Iglesia. Y si un Papa o un obispo apoya un camino que daña la integridad de la fe y de la liturgia, de ninguna manera está obligado a seguirlo interiormente, porque tenemos que seguir la Fe y las normas de la Iglesia de todos los tiempos, de los apóstoles y de los santos.
La Iglesia Católica es la única Iglesia que Cristo fundó, y es voluntad expresa de Dios que todos los hombres lleguen a ser miembros de Su única Iglesia, miembros del Cuerpo Místico de Cristo. La Iglesia no es propiedad privada de un Papa; más bien, él es sólo el vicario, el servidor, de Cristo. Por lo tanto, uno no puede hacer que convertirse en católico completo dependa del comportamiento de un Papa en particular. Seguramente hay que obedecer al Papa cuando propone infaliblemente la verdad de Cristo, cuando habla ex cathedra, que es muy raro. 

Tenemos que obedecer al Papa cuando nos ordena obedecer las leyes y mandamientos de Dios, [y] cuando toma decisiones administrativas y jurisdiccionales (designaciones, indulgencias, etc.). Sin embargo, si un Papa crea confusión y ambigüedad con respecto a la integridad de la fe católica y de la sagrada liturgia, entonces no hay que obedecerle, y hay que obedecer a la Iglesia de todos los tiempos y a los Papas que, durante dos milenios, enseñaron constantemente y claramente todas las verdades católicas en el mismo sentido. Y estas verdades católicas las encontramos expresadas en el Catecismo. Hay que obedecer el Catecismo y la liturgia de todos los tiempos, que siguieron los santos y nuestros antepasados.

Junto a otras reflexiones se presenta en las siguientes líneas un breve resumen de la magistral conferencia del Prof. Roberto de Mattei, “Obediencia y resistencia en la historia de la Iglesia”, pronunciada en Roma Life Forum, el 18 de mayo de 2018.
Es una falsa obediencia cuando una persona diviniza a hombres que representan autoridad en la Iglesia (Papa u obispo), cuando esta persona acepta órdenes y consiente afirmaciones de sus superiores, que evidentemente dañan y debilitan la claridad e integridad de la fe católica.
La obediencia tiene un fundamento, un propósito, condiciones y límites. Sólo Dios no tiene límites: es inmenso, infinito, eterno. Toda criatura es limitada, y ese límite define su esencia. Por lo tanto, ni la autoridad ilimitada ni la obediencia ilimitada existen en la tierra. La autoridad se define por sus límites, y la obediencia también se define por sus límites. La conciencia de estos límites conduce a la perfección en el ejercicio de la autoridad ya la perfección en el ejercicio de la obediencia. El límite insuperable de la autoridad es el respeto a la ley divina de la integridad y claridad de la fe católica, y el respeto a esta ley divina de la integridad y claridad de la fe católica es también el límite insuperable de la obediencia.

Santo Tomás plantea la pregunta: «¿Están los súbditos obligados a obedecer a sus superiores en todo?» ( Suma teológica, II-IIae, q. 104, a. 5); su respuesta es negativa. Como él explica, las razones por las que un súbdito no puede estar obligado a obedecer a su superior en todas las cosas son dos. En primer lugar: por mandato de una autoridad superior, dado que se debe respetar la jerarquía de autoridades. En segundo lugar, si un superior manda a un súbdito a hacer cosas ilícitas, por ejemplo, cuando los hijos no están obligados a obedecer a sus padres en materia de contraer matrimonio, conservar la virginidad o cosas semejantes. Santo Tomás concluye: “El hombre está absolutamente sujeto a Dios, y en todas las cosas, internas y externas: por tanto, está obligado a obedecer a Dios en todas las cosas. Sin embargo, los súbditos no están obligados a obedecer a sus superiores en todas las cosas, sino sólo en ciertas cosas. (…) Por lo tanto, se pueden distinguir tres tipos de obediencia: la primera, siendo suficiente para la salvación, obedece sólo en lo obligatorio; el segundo, siendo perfecto, obedece en todo lo lícito; el tercero, estando desordenado, obedece también en lo ilícito” (Summa theologica , II-IIae, q. 104, a. 3).
La obediencia no es ciega ni incondicional, sino que tiene límites. Donde hay pecado, mortal o de otro tipo, no solo tenemos el derecho, sino el deber de desobedecer. 
Esto también se aplica en circunstancias en las que a uno se le ordena hacer algo perjudicial para la integridad de la fe católica o la santidad de la liturgia. La historia ha demostrado que un obispo, una conferencia episcopal, un Concilio, [e] incluso un Papa pronunciaron errores en su Magisterio no infalible. ¿Qué deben hacer los fieles en tales circunstancias? En sus diversas obras, Santo Tomás de Aquino enseña que, cuando la fe está en peligro, es lícito, incluso adecuado, resistir públicamente a una decisión papal, como hizo San Pablo con San Pedro, el primer Papa. En efecto, “San Pablo, que estaba sujeto a San Pedro, lo reprendió públicamente por un riesgo inminente de escándalo en materia de fe.Summa theologica , II-II, q. 33, a. 4, anuncio 2).

La resistencia de San Pablo se manifestó como una corrección pública de San Pedro, el primer Papa. Santo Tomás dedica una pregunta entera a la corrección fraterna en la Summa . La corrección fraterna también puede ser dirigida por los súbditos a sus superiores, y por los laicos contra los prelados. “Sin embargo, dado que un acto virtuoso necesita ser moderado por las debidas circunstancias, se sigue que cuando un súbdito corrige a su superior, debe hacerlo de manera decorosa, no con descaro y dureza, sino con dulzura y respeto” ( Suma teológica , II-II, q. 33, a. 4, ad 3). Si hay peligro para la fe, los súbditos están obligados a reprender a sus prelados, incluido el Papa, incluso públicamente: “Por lo tanto, debido al riesgo de escándalo en la fe, Pablo, que de hecho estaba sujeto a Pedro, lo reprendió públicamente. ” (ibídem ).
La persona y el oficio del Papa tiene su significado en ser sólo el Vicario de Cristo, un instrumento y no un fin, y como tal, este significado debe ser utilizado, si no queremos torcer la relación entre el medio y el terminar boca abajo. Es importante subrayar esto en un momento en que, especialmente entre los católicos más devotos, hay mucha confusión al respecto. Y también, la obediencia al Papa o al obispo es un instrumento, no un fin.
El Romano Pontífice tiene autoridad plena e inmediata sobre todos los fieles, y no hay autoridad en la tierra superior a él, pero no puede, ni por declaraciones erróneas ni por ambiguas, cambiar y debilitar la integridad de la fe católica, la constitución divina de la Iglesia, o la constante tradición de la sacralidad y el carácter sacrificial de la liturgia de la Santa Misa. Si esto sucede, existe la legítima posibilidad y deber de los obispos e incluso de los fieles laicos no sólo de presentar llamamientos privados y públicos y propuestas de correcciones doctrinales, sino también para actuar en “desobediencia” de una orden papal que cambia o debilita la integridad de la fe, la Constitución Divina de la Iglesia y la liturgia. Esta es una circunstancia muy rara, pero posible, que no viola, sino que confirma, la regla de devoción y obediencia al Papa que es llamado a confirmar la fe de sus hermanos. Tales oraciones, llamados, propuestas de corrección doctrinal y una llamada “desobediencia” son, por el contrario, una expresión de amor al Sumo Pontífice para ayudarlo a convertirse de su peligroso comportamiento de descuidar su deber primario de confirmar toda la Iglesia sin ambigüedades y vigorosamente en la fe.
Se debe recordar también lo que enseñó el Concilio Vaticano I: “El Espíritu Santo fue prometido a los sucesores de Pedro no para que, por medio de su revelación, dieran a conocer alguna nueva doctrina, sino para que, con su asistencia, pudieran guardar y guardar religiosamente exponer fielmente la revelación o depósito de la fe transmitido por los apóstoles” (Concilio Vaticano I, Constitución Dogmática Pastor aeternus , cap. 4).

Durante los últimos siglos, prevalece en la vida de la Iglesia un positivismo jurídico, combinado con una especie de papolatría. Tal actitud apunta a reducir los órdenes exteriores del superior y la ley a un mero instrumento en manos de quienes detentan el poder, olvidando el fundamento metafísico y moral de la ley misma. Desde este punto de vista legalista, que ahora impregna a la Iglesia, lo que la autoridad promulga es siempre justo.

Los tratados espirituales tradicionales nos enseñan cómo obedecer a la Iglesia y al Papa, o al obispo. Sin embargo, aquéllos se refieren a los tiempos de normalidad, cuando el Papa y los obispos valientemente y sin ambigüedades defendían y protegían la integridad de la fe y la liturgia. Estamos viviendo ahora, obviamente, en el tiempo excepcional de una crisis global de la fe en todos los niveles de la Iglesia. Un fiel católico tiene que reconocer la autoridad suprema del Papa y su gobierno universal. Sin embargo, sabemos que, en el ejercicio de su autoridad, el Papa puede cometer abusos de autoridad en perjuicio evidente de la fe católica y de la sacralidad de la liturgia de la Santa Misa, como lamentablemente ha ocurrido en la historia. Deseamos obedecer al Papa: a todos los Papas, incluido el Papa actual, pero si, en la enseñanza de cualquier Papa, encontramos una contradicción evidente, se impone la desobediencia.

Según el Padre Enrico Zoffoli, los peores males de la Iglesia no provienen de la malicia del mundo, de la intromisión o persecución de los laicos por parte de otras religiones, sino sobre todo de los elementos humanos que forman el Cuerpo Místico: los laicos y el clero. “Es la desarmonía producida por la insubordinación de los laicos al trabajo del clero y del clero a la voluntad de Cristo” ( Potere e obbedienza nella Chiesa , Milano 1996, p. 67):

Tales momentos son muy raros en la historia de la Iglesia, sin embargo, han ocurrido, como es evidente a la vista de todos, también en nuestro tiempo.

Muchos, en el curso de la historia, han manifestado un comportamiento heroico, resistiendo las leyes injustas de la autoridad política. Mayor aún es el heroísmo de quienes han resistido la imposición por parte de la autoridad eclesiástica de doctrinas que se apartan de la constante Tradición de la Fe y de la Liturgia de la Iglesia. La resistencia filial, devota, respetuosa, no lleva al alejamiento de la Iglesia, sino que multiplica el amor a la Iglesia, a Dios, a su Verdad, porque Dios es el fundamento de toda autoridad y de todo acto de obediencia.

Debido al amor por el ministerio papal, el honor de la Sede Apostólica y la persona del Romano Pontífice, algunos santos, por ejemplo, Santa Brígida de Suecia y Santa Catalina de Siena, no dudaron en amonestar a los Papas, a veces incluso en términos algo fuertes. , como podemos ver a Santa Brígida relatando las siguientes palabras del Señor, dirigidas al Papa Gregorio XI: “Comienza a reformar la iglesia que compré con mi propia sangre para que sea reformada y reconducida espiritualmente a su estado prístino de santidad Si no obedecéis esta mi voluntad, entonces podéis estar bien seguros de que seréis condenados por Mí ante toda mi corte celestial con la misma clase de sentencia y justicia espiritual con que se condena y castiga a un prelado mundano que ha de ser despojado de su rango. Es despojado públicamente de su ropaje pontificio sagrado, derrotado, y maldito. Esto es lo que te haré. Te enviaré lejos de la gloria del cielo. Sin embargo, Gregorio, hijo mío, te exhorto de nuevo a que te conviertas a mí con humildad. Escucha mi consejo” (Libro de las Revelaciones , 4, 142).

Santa Catalina de Siena, Doctora de la Iglesia, dirigió la siguiente amonestación contundente al Papa Gregorio XI, exigiéndole que reformara vigorosamente la Iglesia o, si no lo hacía, renunciara al papado: “Santísimo y dulce padre, tu pobre e indigna hija Catalina en Cristo dulce Jesús, se encomienda a ti en Su Preciosa Sangre. La Verdad Divina exige que hagáis justicia sobre la abundancia de muchas iniquidades cometidas por los que se alimentan y apacientan en el jardín de la Santa Iglesia. Ya que Él te ha dado autoridad y tú la has asumido, debes usar tu virtud y poder; y si no estáis dispuestos a usarlo, más os vale que renunciéis a lo que habéis asumido; más honra a Dios y salud a tu alma sería.”

Cuando los que tienen autoridad en la Iglesia (Papa, obispos), como es el caso en nuestro tiempo, no cumplen fielmente con su deber de guardar y defender la integridad y la claridad de la fe católica y de la liturgia, Dios llama a los subordinados, a menudo los pequeños y sencillos de la Iglesia, para suplir los defectos de los superiores, mediante llamamientos, propuestas de corrección y, con mayor fuerza, mediante sacrificios vicarios y oraciones.

Durante la profunda crisis de la Iglesia en el siglo XV, donde el alto clero a menudo daba mal ejemplo y fracasaba gravemente en sus deberes pastorales, el Cardenal Nicolás de Cusa (1401-1464) fue profundamente conmovido por un sueño en el que se le mostraba que realidad espiritual del poder de la ofrenda de sí mismo, la oración y el sacrificio vicario. Vio en un sueño la siguiente escena: Más de mil monjas estaban orando en la pequeña iglesia. No estaban arrodillados sino de pie. Estaban de pie con los brazos abiertos, las palmas hacia arriba en un gesto de ofrenda. En manos de una monja delgada, joven, casi infantil, Nicolás vio al Papa. Podías ver cuán pesada era esta carga para ella, pero su rostro irradiaba un brillo alegre. Esta actitud debemos emularla.


lunes, 24 de octubre de 2022

Si la Iglesia puede destituir a un papa formalmente hereje, ¿qué debe hacer con un demoledor?




En una reciente entrevista con Michael Matt, a la pregunta de si Juan XXII dejó de ser papa cuando incurrió en herejía a principios del siglo XIV al enseñar que las almas de los justos no disfrutan de la visión beatífica hasta después del juicio final, monseñor Athanasius Schneider respondió alegando que Juan XXII no dejó de ser pontífice porque la Iglesia todavía no había definido el dogma en cuestión; por eso no incurrió en herejía formal. De ello se deduce que de haber incurrido en herejía formal habría dejado de ser papa.

Igualmente, en la entrevista que concedió en 2016 a The Catholic World Report, el cardenal Raymond Burke afirmó que si un papa incurre en herejía formal, cesa automáticamente de ser pontífice:«Si un papa expresa formalmente una opinión herética, al hacerlo pierde el pontificado. Es automático. Podría darse el caso».

Con ello queda abierto el debate en torno a cómo debe responder la Iglesia en caso de que un pontífice deje automáticamente de serlo, pero se recalca que una expresión formal de herejía significa que un pontífice puede ser destituido.

Tres años más tarde, varios teólogos católicos y catedráticos de renombre escribieron una Carta abierta a los obispos de la Iglesia Católica que desarrollaba los argumentos por los que un pontífice puede dejar de serlo al incurrir en herejía:
«Hay consenso en cuanto a que si un papa es culpable de herejía y se mantiene pertinazmente en su opinión no puede seguir siendo pontífice. Teólogos y canonistas debaten esta cuestión dentro del tema de si un papa puede dejar de serlo. Entre otras causales se enumeran fallecimiento, dimisión y herejía. Este consenso coincide con la postura de sentido común según la cual para ser papa hay que ser católico, postura cimentada en la tradición patrística y en principios teológicos fundamentales relativos a asuntos como cargos eclesiásticos, herejía y pertenencia a la Iglesia. Los Padres de la Iglesia negaban que un hereje pudiera ejercer la menor autoridad eclesiástica. Más adelante, los doctores de la Iglesia entendieron que esta doctrina se refería a herejías notorias sujetas a sanciones por parte de las autoridades eclesiásticas, y sostuvieron que tenía su origen en el derecho divino y no en la ley positiva de la Iglesia. Afirmaron que esa clase de herejes no podían ejercer autoridad alguna dado que la herejía los había separado de la Iglesia, y nadie que haya sido excomulgado puede ejerce la menor autoridad en Ella.»
Sostenía la carta que el Papa no dejaría de serlo automáticamente; sería más bien la Iglesia la que habría de tomar medidas para destituirlo:
«Autores sedevacantistas han sostenido que cuando un pontífice incurre en herejía notoria deja automáticamente de ser papa y no hace falta ni está permitido que intervenga la Iglesia en ello. Esta opinión no es compatible con la Tradición y la teología católicas, y debe ser rechazada. Aceptarla supondría sumir la Iglesia en el caos cuando un papa abrazara una herejía, como han señalado muchos teólogos. Le tocaría decidir a cada católico cuándo y en qué circunstancias se podría afirmar que un pontífice es hereje y ha dejado de ser papa. Es preciso, por el contrario, aceptar que el Papa no puede dejar de serlo sin que intervengan los obispos».
Como se ve, no hay unanimidad en cuanto a cómo debería responder la Iglesia ante un papa hereje, pero esta carta hace suyas algunas de las afirmaciones del cardenal Burke y el obispo Schneider en el sentido de que el pontífice dejaría de serlo.

Volviendo al ejemplo de Juan XXII que puso monseñor Schneider, no es imprescindible que la herejía formal tenga un impacto tremendo en la manera en que entienden y viven su fe la mayoría de los católicos. El verdadero delito de la herejía formal consiste en que un católico se adhiera con contumacia a una creencia contraria a una verdad proclamada por la Iglesia. León XIII explicó de forma sucinta lo gravemente problemático de la cuestión en su encíclica de 1896 Satis cognitum:
«Quien en un solo punto rehúsa su asentimiento a las verdades divinamente reveladas, realmente abdica de toda la fe, pues rehúsa someterse a Dios en cuanto a que es la soberana verdad y el motivo propio de la fe».
Si rechazamos en un solo punto la verdad revelada, implícitamente rechazamos todo el cimiento de la Fe católica. Naturalmente, esto se ajusta a lo que recitamos en el Acto de fe:«Dios mío, porque eres verdad infalible, creo firmemente todo aquello que has revelado y la Santa Iglesia nos propone para creer.»

Teniendo en cuenta todo lo anterior, el hereje formal rechaza el cimiento de la Fe católica aun en el caso de que su pertinaz herejía consista en algo que a la mayoría nos parecería un punto relativamente menor e intrascendente de la Fe. En el caso de un pontífice, la consecuencia podría ser que dejara automáticamente de serlo o que los obispos se vieran obligados a tomar medidas para destituirlo.

En este contexto, ¿cómo debemos evaluar que Francisco no sólo rechace la base de la Fe católica sino que además intente acabar totalmente con la Iglesia? Si el rechazo pertinaz de un solo punto de la Fe es motivo justificado para destituirlo, ¿hay fundamentos lógicos para creer que deba seguir ejerciendo el cargo cuando no deja lugar a dudas de que persigue a los católicos precisamente porque no quiere que sean fieles a lo que siempre nos ha enseñado la Iglesia? No hace falta ser un gran teólogo para darse cuenta de que eso es peor que si, pongamos por caso, persistiera en una creencia errónea en cuanto a cuándo alcanzan los justos la visión beatífica.

Por otra parte, vale la pena tener en cuenta la respuesta reciente del cardenal Gerhard Müller a Raymond Arroyo ante la pregunta de por qué está permitiendo el Papa los ataques sinodales a la Iglesia:«Es una pregunta de difícil respuesta. Es que no lo entiendo. Tengo que declararlo públicamente, porque la definición de Papa es, [basándonos] en el Concilio [Vaticano I] y en la historia de la teología católica, el que tiene el deber de garantizar la veracidad del Evangelio y la unidad de todos los obispos, y en la Iglesia, y en la verdad revelada».

Cabe suponer que un papa que incurre en herejía formal puede seguir ajustándose a la definición de lo que es un papa, con la excepción de que tiene un concepto erróneo de una doctrina católica determinada. Ahora bien, Francisco no se ajusta ni de lejos a la definición que expresó el cardenal Müller. Desde luego, no es una exageración decir que, según esa definición, es prácticamente lo contrario de un papa.

La trágica paradoja es que Francisco quiere seguir haciendo tanto daño como pueda a la Iglesia y por eso se abstiene de dar a los obispos pruebas inequívocas de su herejía formal. En vez de limitarse a rechazar un punto determinado de la Fe, rechaza innumerables verdades católicas y el cimiento entero de la Fe. No sólo eso. Cada vez exige más a todos los católicos que hagan lo mismo. Pero como no convence a los obispos de que ha incurrido irremediablemente en herejía formal, puede seguir hasta que no quede nada que destruir.

Si la actual situación parece absurda es porque en efecto lo es. Si los obispos tienen el deber de destituir a un pontífice que ha incurrido en herejía formal en cuanto a un punto solo de la Fe, salta a la vista que tienen un deber más acuciante aún de hacerlo con quien está acabando con la Iglesia como lo está haciendo Francisco. Para verlo con claridad diáfana no hay más que tener en cuenta los principios expuestos en la Carta abierta a los obispos de la Iglesia arriba citada:«Todos están de acuerdo en que el mal que supone un papa hereje es tan grande que no puede tolerarse en aras de un supuesto bien mayor. Suárez lo expresa así: "Sería sumamente perjudicial para la Iglesia tener un pastor así y no poder defenderse de tan grave peligro; por otra parte, atentaría contra la dignidad de la Iglesia obligarla a seguir sujeta a un pontífice hereje sin poder expulsarlo de su cuerpo; ya que la gente está acostumbrada a ser como sus príncipes y sacerdotes”. San Roberto Belarmino declara: «Pobre de la Iglesia si se viera obligada a tener como pastor a alguien que se conduce manifiestamente como un lobo» (Disputationes de controversias, tercera disputa, libro 2, capítulo 30).

Si es así en el caso de un papa hereje, más lo es todavía con Francisco, que no sólo es hereje sino que, como dice el cardenal Müller, está conduciendo a una opa hostil de la Iglesia:«Es una ocupación de la Iglesia de Jesucristo que se puede comparar con una empresa que hace una opa hostil. Basta con mirar, o leer, una sola página del Evangelio para ver que esto no tiene nada que ver con Jesucristo»

No parece que esos obispos que creen que no pueden hacer nada que valga la pena por resolver esta catastrófica situación tengan mucha confianza en Dios. Si la mafia de San Galo pudo reunirse para llevar a cabo los maquiavélicos planes de Satanás, ¿cómo no pueden vacilar los prelados verdaderamente católicos en reunirse con la firme resolución de discernir y ejecutar lo más fielmente posible la voluntad de Dios? Si no es voluntad de Dios que destituyan a Francisco, al menos habrán hecho todo lo que estaba en sus manos, y por lo menos podrán orientar mejor a su grey en estos tiempos difíciles.

Los argumentos a favor de soportar con paciencia los ataques de Francisco al catolicismo han llegado a ser motivo de escándalo, sobre todo porque esa paciencia y aguante ha dado lugar a que inflija gravísimos daños a la Iglesia, se condenen innumerables almas y se respalden con la autoridad moral las iniciativas anticatólicas del Gran Reinicio. Aunque antes creyéramos que bastaba con rezar para salir de la presente debacle, Dios ha dejado claro hasta la saciedad desde la blasfema presentación de la Pachamama en octubre de 2019 por parte de Francisco que el mundo entero padece con el uso abusivo que hace de su cargo como pontífice. En este momento, casi todos los hombres que podrían tomar medidas concretas para enfrentarse al reinado de terror de Francisco se han dormido en sus episcopales laureles.

El mensaje de Nuestra Señora de Akita prevenía los males que ya estamos presenciando en la Iglesia, pero todavía no hemos visto una oposición generalizada a esos males por parte de los obispos fieles:«La obra del demonio infiltrará hasta dentro de la Iglesia de tal manera que se verán cardenales contra cardenales y obispos contra obispos».

Ha llegado la hora de acudir a los obispos para que dejen de hacerle el juego al Diablo. El momento de volvernos a Dios con confianza, entregarnos de lleno a Él y a su Iglesia, aunque nos cueste el martirio

Que la Santísima Virgen María ayude a los obispos fieles de la Iglesia a hacer todo lo que puedan para colaborar con la gracia de Dios a fin de contrarrestar este gravísimo mal que aqueja al Cuerpo Místico de Cristo. Inmaculado Corazón de María, ¡ruega por nosotros!

Robert Morrison

Artículo original. Traducido por Bruno de la Inmaculada

El Papa y la parábola de la vacuna (Carlos Esteban)




De los líderes mundiales, el Papa estuvo entre los más incansables e insistentes defensores de la vacunación universal contra el covid. Si, al final, la inoculación no fuera lo que nos vendieron, ¿habrá rectificación desde el Vaticano?”.

Creo no exagerar si digo que, a estas alturas, es difícil seguir manteniendo que las supuestas vacunas comercializadas contra la pandemia de covid no han sido lo que nos vendieron machaconamente desde todos los medios posibles. Atendiendo exclusivamente a las fuentes oficiales, sus efectos secundarios superan ya con mucho los de cualquier otra vacuna en fechas recientes que no haya sido retirada del mercado, y recientemente una directiva de la propia Pfizer, creador del tratamiento más difundido, reconoció abiertamente que la empresa ni siquiera testó su eficacia para detener la transmisión de la enfermedad.

No vamos a especular aquí; aceptamos como posible que la inoculación reduzca las probabilidades de enfermar gravemente y morir de covid, como se asegura oficialmente. Pero eso no afecta en absoluto a su transmisión, es decir, no sirve para parar la pandemia, y su beneficio afecta exclusivamente a quien se la administra, en todo caso.

Pero no es eso, repito, lo que nos vendieron y, sobre todo, lo que nos predicó el Santo Padre en su día. “Vacunarse, con vacunas autorizadas por las autoridades competentes, es un acto de amor”, nos decía Francisco en un vídeo en verano de 2021. “Y ayudar a que la mayoría de la gente se vacune es un acto de amor. Amor por uno mismo, amor por la familia y los amigos, amor por todos los pueblos”.

Ahora, vacunarse -si esta es la palabra adecuada- puede ser un acto de prudencia, pero ¿de amor? Si no impide la transmisión, como se ha reconocido, ¿en qué sentido es un ‘acto de amor’, salvo el mismo acto de amor a uno mismo con que puede definirse tomar cualquier medicamento?

Por supuesto, ni el Papa comprometía aquí su magisterio ni tiene obligación alguna de ser experto en terapias génicas, no es esa la cuestión. La cuestión es que ha usado su posición como cabeza de los católicos y Vicario de Cristo para promocionar un producto concreto en fase experimental del que aún desconocemos con precisión sus consecuencias a largo plazo. ¿Qué pasaría con el crédito del Papa, de su credibilidad, digamos, ‘secular’, si el resultado final no es el esperado, si el experimento no sale como se prevé?

La conclusión no es que Francisco no pueda tener las opiniones que apetezca, o que cualquier error suyo deba juzgarse como una quiebra de su facultad magisterial, porque no hablamos de cuestiones que tengan que ver en absoluto con la doctrina. Pero quizá fuera deseable que el Santo Padre no opine públicamente de todo lo humano y lo divino, porque es fácil generar confusión entre los fieles y recelo entre los no creyentes.

Carlos Esteban