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jueves, 27 de diciembre de 2018

Caponnetto: La Iglesia traicionada. Error, ignorancia, confusión y mentira



Conversación con el profesor Antonio Caponnetto, por Vito Palmiotti

(Nota: este artículo es la traducción de Adelante la Fe -revisada y aprobada por el prof. Caponnetto- del original italiano publicado por Marco Tosatti en su blog)

Con motivo del XXI Encuentro de Formación Católica de Buenos Aires, organizado por el Círculo San Bernardo de Claraval, que tuvo lugar entre los días 5 y 7 del pasado mes de octubre con el título de «La liturgia, fuente y expresión de la fe: el padre de la mentira lo sabe», y que tuvo como invitado especial a monseñor Nicola Bux, nos hemos reunido con el profesor Antonio Caponnetto, que es filósofo, historiador y poeta. Habló después de los conferenciantes, y es una personalidad destacada de la Iglesia Católica argentina. Autor de varios libros y artículos, ha respondido con claridad, franqueza y esperanza a nuestras preguntas, no obstante su preocupación por cuanto está sucediendo en la Iglesia. Ha sido testigo privilegiado de los numeritos del cardenal Bergoglio cuando éste era arzobispo de Buenos Aires, del cual ha descrito los rasgos más sobresalientes, examinando minuciosamente sus actos y palabras en el libro La Iglesia traicionada, publicado el año 2010. Por añadidura, el año pasado publicó No lo conozco; del iscariotismo a la apostasía, igualmente sobre el cardenal Bergoglio, elegido papa Francisco en 2013.


P.: Profesor, usted sabe que en Europa, y también en otras partes del mundo, reina el desconcierto por los escándalos que han salido a la luz en la Iglesia. Usted sabe que en esos escándalos está implicada la jerarquía. Es muy doloroso, porque muchos fieles se sienten tentados a abandonar la Iglesia. A pesar de ello, aumenta en el mundo la resistencia de numerosos católicos, laicos sobre todo. Es más, son laicos fieles que no se resignan a ver a la Iglesia Católica en semejante estado de división.

Se habla ya de una neoiglesia que aspira a sustituir a la Iglesia Católica. En realidad los cristianos deberían anunciar al mundo el Evangelio de Cristo y no llevar el mundo –es decir, cuanto se opone a Cristo– a la Iglesia. Se desea abrazar el mundo sosteniendo que eso es lo que quiere Jesucristo. Sabemos, sin embargo, que Jesucristo vino al mundo para que éste se salvase por medio de Él, arrebatándoselo al príncipe de este mundo.

Cuando nos bautizamos, se nos pregunta: «¿Renuncias a Satanás? ¿Y a todas sus obras? ¿Y a todas sus pompas?» Y respondemos: «Renuncio». Y luego: «¿Crees en Dios Padre? ¿Crees en Jesucristo? ¿Crees en la Iglesia?» Y respondemos: «Creo». Ésa es la fe. Hoy en día, se diría por el contrario que esa fe está en crisis. Hace bastante tiempo que usted es uno de los laicos más empeñados y fieles en la Iglesia Católica, en dar testimonio católico. Usted sabe que cuando los adversarios de la Iglesia quieren impedir el testimonio de los laicos los tildan de católicos reaccionarios, de derecha, conservadores, etc.

El año pasado el cardenal Sarah dijo a los católicos reunidos en Roma con ocasión de la peregrinación Summorum Pontificum: «No sois tradicionalistas, sois católicos». Es más, actualmente el enfrentamiento que se observa en la Iglesia no es entre tradicionalistas y progresistas, sino entre católicos y modernistas. Desgracidamente, en este contexto desempeña un papel ambiguo Francisco, que desde que es papa permite que el sector de la Iglesia que ha abrazado las modas actuales (= modus hodiernus), es decir el modernismo, se sienta legitimado. En el libro que usted publicó en 2010, La Iglesia traicionada, anticipó todo esto porque, buen conocedor de Jorge Mario Bergoglio, lo llama primado de Pérgamo y cardenal de Laodicea. Quien no conozca bien el Apocalipsis no lo sabe, pero Pérgamo y Laodicea eran dos iglesias que hoy ya no existen, y el apóstol San Juan las recriminó por su traición y su indolencia. ¿Podría decirnos qué podemos aprender de esta imagen tan eficaz para entender el momento que atraviesa actualmente la Iglesia?


R.: He mencionado la imagen apocalíptica de las dos iglesias precisamente por la fuerza expresiva que tienen, ya que ambas iglesias son, de modo diverso pero convergente, símbolo de traición, deslealtad, infidelidad y apostasía.

Como se dijo antes, el enfrentamiento es entre católicos y no católicos, entre católicos y modernistas, entre católicos y herejes. Percibo en ambas iglesias una síntesis joánica, una síntesis del cambio, de la trágica transición que estamos viviendo y que he descrito con las palabras «del Iscariotismo a la apostasía».

Por tanto, para mí, Pérgamo y Laodicea son iglesias que vuelven a estar de actualidad. Es algo que nos hiere y nos divide. Todo esto me causa un profundo dolor. Pero esto es lo que se puede entender a la luz del Apocalipsis. El escritor francés Leon Bloy, muy conocido también entre nosotros, decía que cuando quería conocer las últimas noticias le bastaba con leer el Apocalipsis.

Esta frase es muy significativa. Leyendo el Apocalipsis entendemos el pontificado de Bergoglio. Él es el jefe de aquellas dos iglesias (Pérgamo y Laodicea), o mejor dicho, de una iglesia que revive hoy las mismas características de aquellas: es apóstata, hereje, blasfema, sacrílega y traicionera.

Todo eso se puede demostrar punto por punto. Ninguno de esos adjetivos es excesivo. Es un caso único el de Bergoglio, porque no hay persona que pueda sintetizar todo este mal. Pero quien ha conocido a Bergoglio en Buenos Aires sabe que es posible. Me vienen a la memoria las palabras con que San Pío X definió el Modernismo: síntesis de todas las herejías. En este caso se ve diáfanamente. Un botón de muestra: en una entrevista concedida a Scalfari, Bergoglio se atrevió a negar que exista el infierno, y hace poco exhortó a rezar por la Iglesia atacada por el demonio.

Se podrían poner numerosos ejemplos, pero simbólicamente nos limitaremos a tres, como las tres negaciones de San Pedro: primero, afirmar que Cristo se hizo diablo; segundo, elogiar públicamente a Lutero; y tercero, sostener que en la Consagración se opera un cambio en la función de las especies del pan y del vino, en lugar de la Transustanciación.

Pero insisto, la lista de sus ideas erróneas es interminable. No se trata, pues, de una cuestión personal, sino de conceptos. No juzgamos la persona, sino los errores que difunde.

P.: Para los católicos, el Papa es una figura importante que diferencia a la Iglesia Católica de todas las demás iglesias y comunidades. Por consiguiente, a muchos católicos informados les cuesta pensar que el problema sea el propio pontífice. Por eso usted comprende que haya muchos católicos a los que les cause dificultades, tal vez porque no tienen un conocimiento profundo de las verdades de fe con las que tropieza el Santo Padre. No todo el pueblo católico está formado, y mientras tanto van en aumento los que caen en la cuenta. Entonces, es necesario explicar que hay que conocer los antecedentes culturales del papa Francisco. En Buenos Aires han ha conocido de cerca al cardenal Bergoglio. El mundo no lo conocía y asiste ahora a sus numeritos. ¿Qué nos puede decir a este respecto?

R.: Todo lo que hizo en Buenos Aires a escala reducida lo está haciendo a gran escala ahora. Los mismos daños que habíamos observado aquí los hace ahora sentado en el trono de San Pedro. Yo creo que hay cuatro maneras de oponerse a la verdad: el error, la ignorancia, la confusión y la mentira. Aquí en Buenos Aires, Bergoglio actuaba así, pero la peor de estas cuatro cosas es la mentira, porque nos acerca al demonio, que es padre de la mentira y mentiroso desde el principio.

Por eso, sólo podemos entender esta realidad a la luz del misterio de iniquidad. Sin duda Dios lo permite en aras de un bien mayor que en este momento quizá no alcancemos a entender. Respecto a este punto albergo mucha esperanza. No me siento desesperado ni derrotado. Precisamente porque esta situación se entiende a la luz del Apocalipsis, que es un libro de esperanza y consuelo. No es un libro de terror y desesperación. Es un libro que nos enseña a tener esperanza y reconocernos como pequeño rebaño. Así que cuando se cumplan estos signos debemos alzar la cabeza porque se acerca la salvación.

Por lo tanto, tenemos que transmitir dos cosas a los católicos: la gravísima crisis por la que atravesamos; insisto, es un itinerario que va desde el Iscariotismo a la apostasía. Al mismo tiempo, debemos infundirles esperanza, pero no la esperanza natural infraterrena, intrahistórica, inmanentista, sino la esperanza sobrenatural y teologal.

Todo esto está sucediendo con el permiso de Dios, en aras de un bien superior. Debemos esperar. Decía Santa Teresa de Ávila que la esperanza es la virtud del peregrino. Y eso somos: peregrinos suplicantes.

Pero me gustaría insistir en algo que saben los amigos aquí presentes. A mí esta situación me produce un dolor tremendo, una herida, porque pertenezco a una generación que fue educada para servir al Papa con orgullo. Por eso, no poderlo servir y encima enfrentarme a él para desenmascararlo me causa gran sufrimiento. Nos sentimos heridos en el alma, y emocionalmente resulta muy violento oponerse a quien ocupa el solio de San Pedro. Esto sólo lo puede entender quien nos conoce. Pero no podemos callar lo que hemos visto y oído, porque recordamos la frase de San Pablo (1 Cor.5,5), que afirma haber entregado a Satanás a un miembro perverso de la comunidad, o sea haber cortado con él, para que todos entendiesen el problema.

Esta mañana leí la noticia de un sacerdote ecuatoriano de 91 años que ha sido reducido al estado laical por haberse descubierto su pasado de pedófilo. Está bien, estoy de acuerdo, pero ¿qué es peor? ¿La fornicación carnal o la espiritual? Porque existe una fornicación espiritual que está presente en el libro del Apocalipsis: la meretriz con la que han fornicado los reyes de la Tierra. Esto es, la falsificación de la verdad de Jesucristo. La fornicación espiritual es el fundamento de la carnal.

Pues bien, ¿cómo es posible que un sacerdote de 91 años sea destituido de su condición sacerdotal, y con justicia, mientras a los fornicarios espirituales se les permite seguir gobernando la Iglesia? También en este último caso se debería aplicar la sanción prevista. Por eso, estoy muy de acuerdo con lo que ha pedido monseñor Viganò a Bergoglio: que renuncie a la Sede petrina. Hay que decirle: “Basta, hasta aquí nomás, no siga haciendo daño”.

Si a Bergoglio se le aplicase el canon 194, automáticamente sería destituido como papa. No soy canonista, pero si en las circunstancias actuales se aplicara el canon 194, sería muy difícil mantener la autoridad eclesiástica de Bergoglio. Han sido tantas las traiciones a la recta doctrina que no es posible ver hasta qué punto es legítimo el ejercicio de este pontificado. Es más, la legitimidad es dudosa desde el principio si se tiene en cuenta la maniobra del llamado Club de San Galo, ya conocido de todos. Sería necesario un verdadero arrepentimiento, una rectificación concreta de los errores, una conversión sincera, un cambio de rumbo para reparar los errores difundidos. En caso contrario, sería preferible que renunciara.

El mismo Paulo VI reconoció al final de su vida que convenía que lo sucediera alguien más fuerte que él y no atado por sus debilidades. En este caso hay mucha más debilidad. En Amoris laetitia, en Veritatis gaudium, en Laudato sì y en Gaudete et exultate hay mucho más que debilidades: lo que hay es una falsificación de la doctrina católica.

P.: Muchos laicos por el mundo, como dijo Juan Pablo II, se están poniendo de pie y, con respecto a la situación del Romano Pontífice, están tomando la palabra y diciendo lo que tienen muchas ganas decir. Laicos que como aquí, en la Asociación San Bernardo, dan ejemplo de resistencia. Como diría Benedicto XVI, son aquella «minoría creativa» que hace renacer la Iglesia. Esta es la esperanza que ya se ve en muchas partes del mundo. A tantos laicos que se sorprenden de los dubia de los cardenales, a la corrección filial, y hasta a un dossier como el presentado por monseñor Viganò –esta mañana me ha dicho un sacerdote jesuita que es un regalo de Dios por el valor que ha tenido para hacer portavoz de lo que él mismo ha podido conocer de vista y de oídas–, ¿qué consejos, qué sugerencias podremos proponerles para que, respetando la función del primado petrino, que es fundamental para la Iglesia Católica, practiquen la obediencia a la manera del beato John Henry Newman en su famoso brindis al Duque de Norfolk: la obediencia debe estar siempre ligada a la conciencia; hay que obedecer al Papa cuando custodia el depósito de la Fe, y no cuando expresa sus opiniones personales. En fin, para concluir, ¿qué consejos podría ofrecer en estos tiempos de resistencia?

R.: Yo diría que el primer consejo sería el que nos dejó el propio San Pedro: saber que el diablo ronda como león rugiente buscando a quién devorar. Pero debemos resistir firmes en la Fe. El segundo consejo nos lo dio San Pablo: dar testimonio de la verdad a tiempo y a destiempo, lo cual es, como diríamos hoy, políticamente incorrecto. Pero si no hablamos nosotros, el testimonio lo gritarán las piedras. Hay que gritar incluso desde los tejados, que hoy en día son los medios de comunicación. El tercer consejo es conservar y dar esperanza a todos los que la necesitan; y el cuarto, crecer en sabiduría y en gracia; y sobre todo no tener miedo. Las cosas de acá abajo pasarán, por eso tenemos que buscar las de Arriba.

Éstas son las palabras que nos dejó el Señor para los tiempos de adversidad, para estos últimos tiempos en los que estamos viviendo. Por eso, no debemos caer en la desesperación; el Señor nos lo ha revelado de antemano. Lo que estamos viviendo estaba anunciado. La dificultad no estriba en recordar que el Señor nos lo ha dicho, sino en darnos cuenta de que lo estamos viviendo para poner en práctica sus consejos.

A los más jóvenes les recalco un consejo en particular: alégrense y regocíjense en el Señor. Debemos combatir la batalla con alegría, con regocijo, con júbilo; en caso contrario no producirá frutos de santidad, porque un santo triste es un triste santo. De modo que debemos esforzarnos por volver a alegrarnos, a exultar sabiendo que luchamos por la verdad.

P.: El Corazón Inmaculado triunfará.

R.: Totalmente de acuerdo.

(Traducido por Bruno de la Inmaculada/Adelante la Fe)

Comisión "Ecclesia Dei" estaría a punto de desaparecer, al menos tal y como se la conoce



NOTAS: 


 


Discurso del Papa Francisco a la Curia romana en las Navidades de 2018 (3) LA FELICIDAD (José Martí)


Hoy en día -esto es un hecho innegable, más que comprobado- hay una verdadera persecución contra los cristianos y contra Jesucristo. ¿A qué puede ser debido esto? Pues, aunque parezca extraño, lo cierto es que el mundo no soporta el amor, no soporta el verdadero amor, el que Jesús nos enseñó, porque este amor va necesariamente unido a la cruz. No entienden que no se trata de una cruz cualquiera sino de una cruz llevada por amor a Jesucristo, sin lo cual no tendría dicha cruz no tendría ningún sentido.

Todos buscan la felicidad. Esto es una condición de toda persona, que le viene dada con su naturaleza. Nadie quiere ser desgraciado, evidentemente. Eso sería absurdo. El problema no es el qué sino el cómo se logra la felicidad. Según el criterio mundano, la felicidad está relacionada con tener: más dinero, más placer, más fama, más poder, más confort, etc ..., no importando demasiado el aspecto moral, que hace referencia al ser.  Piensa el hombre que será feliz si posee todo eso. ¿Pero qué es todo eso sino avaricia, lujuria, vanidad, soberbia, pereza, ... ? Es ésta una visión inventada por el hombre, que se considera a sí mismo como medida de todas las cosas, hasta el punto de que no consiente que nadie le imponga lo que está bien y lo que está mal; él es quien lo decide: su "conciencia", a la que le da un valor absoluto. Esta posición, abocada al relativismo, hace imposible la convivencia entre las personas. Lo que para uno es bueno,  para el otro es malo: ¿cómo va a ser posible el diálogo entre personas que no se ponen de acuerdo en el significado de las palabras? Esta situación sólo conduce al caos, a la violencia, al desamor y a la infelicidad.

Y entonces llega Jesús y trastoca esa visión de la vida.  La historia (tanto la historia de miles de años como la propia historia personal de cada uno) ha demostrado que el afán por la posesión de cosas convierte al ser human en un títere de esas cosas, las cuales lo dominan. Se cumple lo que decía Jesús, con absoluta certeza: "Os lo aseguro: el que comete pecado, es esclavo del pecado". (Jn 8, 34).

La felicidad, la auténtica, aquélla que nos hace libres, sólo es posible si se vive en la verdad: "La verdad os hará libres" (Jn 8,32), decía Jesús. No una verdad cualquiera sino la que se adquiere por ser sus discípulos, y serlo precisamente por permanecer en su Palabra. Eso es lo que nos lleva a conocer la verdad y a conocer, sobre todo, a Aquél que, Él mismo, es la Verdad. Eso es lo que nos conduce a ser realmente libres, pues "donde está el Espíritu del Señor, allí hay libertad" (2 Cor 3, 17).

No es la posesión de cosas, la soberbia, la vanidad o la ambición lo que hace feliz al hombre; por el contrario, lo esclaviza haciéndolo un pobre desgraciado, por mucho dinero, poder o fama que tenga: "El que quiera salvar su vida, la perderá" (Mt 16, 25a). Perderá su vida ya aquí en la tierra y luego perderá también la vida eterna. En cambio, "el que pierda su vida por Mí - decía Jesús- la encontrará" (Mt 16, 25b). Encontrará su verdadera vida, ya aquí en la tierra, y luego la vida eterna: "Todo el que haya dejado casa, hermanos o hermanas, padre o madre, hijos o campo, por mi Nombre, recibirá el ciento por uno [ya en esta vida (Mc 10, 30)] y gozará de la vida eterna" (Mt 19, 29).

El confort, la comodidad, el afán por ser reconocidos por otros, el miedo al qué dirán, el deseo de medrar a toda costa, el egoísmo, en definitiva, llevan a los seres humanos a no querer complicarse la vida por los demás. Se tiene miedo al Amor y al compromiso que éste conllevaPor eso el mundo odia a Jesucristo y a todo cuanto esté relacionado con Él. Le molesta, porque el Nombre de Jesús va siempre unido a la Cruz

San Pablo, en cambio, al contrario de lo que hoy sucede, no se avergonzaba de Jesús y lo proclamaba abiertamente: "Nosotros -decía- predicamos a Cristo crucificado, escándalo para los judíos y locura para los gentiles, pero para los llamados, tanto judíos como griegos, es Cristo fuerza de Dios y sabiduría de Dios. Pues la locura de Dios es más sabia que los hombres y la debilidad de Dios es más fuerte que los hombres(1 Cor 1, 23-25)

La cruz de Cristo nos recuerda continuamente que el hombre no es la medida ni  el centro de todas las cosas, el ser humano no puede decidir acerca de lo que es bueno o malo; y menos aún si algo es o no es. Eso es algo que le compete sólo a Dios. La felicidad no es lo que el hombre decide que sea, sino que está condicionada por la realidad de las cosas, tal y como éstas han sido creadas por Dios; y sólo es posible alcanzarla en la unión amorosa con Él

Por eso, en esta situación de  rechazo de Dios y de apostasía, en la que vive el mundo, es imposible que el hombre pueda encontrar la felicidad, por más que se esfuerce en encontrarla; sin la unión con Dios, manifestado en Jesucristo, Nuestro Señor, nadie puede alcanzar la verdadera felicidad"Ningún otro Nombre hay bajo el cielo, dado a los hombres, por el que podamos salvarnos" (Hech 4, 12). El rechazo de Dios por parte del mundo es un rechazo del Amor,  pues "Dios es Amor" (1 Jn 4,8) ... y sin amor, ¿qué sentido tiene la vida? Negando a Jesucristo el hombre se condena, por propia voluntad, a una vida de vacío, soledad y desesperación,  ya en este mundo, ... y luego a la condenación eterna.

La felicidad auténtica, la única felicidad posible, tanto en este mundo como en el otro, se encuentra sólo, única y exclusivamente, en el amor a Jesucristo, verdadero Dios y verdadero hombre,  el cual, por puro amor, se entregó por nosotros (por todos y cada uno) para conseguirnos la salvación ... poniendo como única condición que aceptáramos el Amor que Él nos ofreció, dando su Vida por nosotros, y que lo hiciéramos conforme a las reglas propias del verdadero amor, cuales son la entrega libre, en totalidad y sin reservas, de nuestra vida, a Aquél que entregó su Vida por nosotros ... todo ello en perfecta reciprocidad de Amor, porque, según sus designios,  nos ha dado esa posibilidad, al participar, por la gracia santificante, recibida en el bautismo, de la condición de verdaderos hijos de Dios.

Unidos con Jesucristo, en el Espíritu Santo, que se nos ha dado gratuitamente, hemos sido hechos partícipes de la naturaleza divina,  y estamos realmente capacitados para esa Entrega recíproca de vidas entre Dios y cada uno de nosotrosPor Él -dice San Pablo- tenemos unos y otros libre acceso al Padre en un mismo Espíritu (Ef 2, 18). Por tanto -continúa diciendo- ya no sois extraños y advenedizos, sino conciudadanos de los santos y familiares de Dios (Ef 2, 19).

Se cumple así el conocido dicho de"amor con amor se paga". Eso sí -no debemos olvidarlo- este amor  ha de ser entendido del modo en el que Dios lo entiende, único modo verdadero de entenderlo, amor que viene resumido, de alguna manera, en estas palabras del mismo Jesús: "Nadie tiene amor más grande que el que da la vida por sus amigos" (Jn 15, 13) ... y es que la medida del amor es un amor sin medida ... algo que el mundo no está dispuesto a tolerar ... y de ahí las persecuciones: Acordaos de la palabra que os dije: "No es el siervo más que su Señor". Si me persiguieron a Mí, también os perseguirán a vosotros (Jn 15, 20).
José Martí (Continuará)

Discurso del Papa Francisco a la Curia romana en las Navidades de 2018 (2) LAS ARMAS DEL CRISTIANO (José Martí)

Como venía diciendo en el post anterior, con relación al discurso del Papa Francisco a la Curia, en la Navidad de este año, es preciso admitir su ortodoxia en casi todo lo que dice, lo que es de agradecer. Se ha ceñido exclusivamente al escrito que tenía entre manos, redactado bien por él mismo o bien ayudado por personas de su confianza, y poniendo sumo cuidado en cada una de las expresiones utilizadas.

En ese mismo post también decía que no debemos dejarnos engañar; y que la regla a tener en cuenta, para evitar ser engañados (regla que nunca falla) nos la dio Jesús mismo, para que aprendiéramos así a discernir entre la verdad y la mentira (por más que ésta se muestre con apariencia de verdad e incluso aun cuando muchas de las cosas que se digan sean realmente verdad ... si no se dice toda la verdad). La regla a seguir es la simple aplicación del sentido común:"Por sus frutos los conoceréis" (Mat 7,20). Si estas palabras fueron pronunciadas por Jesús es porque conoce muy bien a los seres humanos y sabe hasta qué punto son capaces de llegar -hasta negar, incluso, la evidencia- cuando se separan de Dios. 

Comienza el discurso de Francisco con un bello pasaje de la carta del apóstol san Pablo a los romanos: «La noche está avanzada, el día está cerca: dejemos, pues, las obras de las tinieblas y pongámonos las armas de la luz» (Rm13,12). Y ciertamente es eso lo que tenemos que hacer, como cristianos. En eso consiste nuestra verdadera preparación para recibir dignamente al Señor.

Quisiera dedicar esta entrada y la siguiente a meditar en esas palabras del Apóstol San Pablo, poniendo por escrito el resultado de esta reflexión. En sucesivas entradas, me dedicaré a comentar algunos apartados del discurso en cuestión.


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En realidad, siempre ha sido ésa la actitud de un verdadero cristiano, pero en la situación actual de la Iglesia y del mundo de hoy, estas palabras cobran una actualidad todavía mayor que cuando fueron escritas y predicadas. Es preciso que los cristianos tomen conciencia de la gravedad de los hechos que se están produciendo en el seno de la misma Iglesia. y que su actitud sea la de luchar, en una lucha constante, sin conceder ningún momento al descanso, pues el diablo no duerme. Por eso,"no durmamos como los otros, sino vigilemos y seamos sobrios" (1 Tes 5, 6). Es ésta una obligación que tenemos todos los cristianos. San Pedro, por ejemplo, el primer Papa, decía ya a los cristianos de entonces y nos lo dice igualmente a los de ahora [pues es Palabra de Dios, la cual nunca pasa y siempre es actual]: Sed sobrios y vigilad. Mirad que vuestro adversario, el Diablo, ronda como león rugiente, buscando a quien devorar. Resistidle firmes en la fe ...(1 Pet 5, 8-9)

La vida del hombre sobre la tierra es milicia (Job 7, 1), es lucha. Y esto, que es cierto para todo hombre,  lo es aún más para los cristianos. Nuestra lucha debe de tener lugar cada día y en cada momento del día, para no decaer en nuestro afán y poder así levantarnos, si caemos.

Pero, ¿qué tipo de armas necesitamos? ¿Cómo podremos vencer a nuestro gran Enemigo, que es el Diablo? La respuesta es que no hay otras armas de las que pueda hacer uso un cristiano que no sean aquellas de las que hizo uso su Maestro, es decir, "las armas de la Luz" (Rom 13, 12) a las que alude Francisco al comienzo de su discurso de Navidad. San Pablo, poco más adelante, habla de que el cristiano debe "revestirse del Señor Jesucristo" (Rom 14, 14), quedando así más claro todavía aquello a lo que se refiere Pablo cuando habla de "armas de La Luz"

La victoria del cristiano sobre el mundo es segura, pero debe de tener muy claro que con sus solas fuerzas humanas tal victoria no sería nunca posible; pero contamos con la fuerza de Dios que actúa en nosotros cuando estamos en gracia y el Espíritu de Jesús mora, entonces, en nosotros. Nadie puede vencer a Dios. Y nadie puede, por lo tanto, vencernos, si Dios está en nosotros y con nosotros. Éste es el convencimiento, sin sombra alguna de dudas, que debe de tener un cristiano ... y no debe buscar otra salida o solución posible: sería inútil y una pérdida de tiempo. La Palabra De Dios es muy clara y nuestra obligación es la de ser fieles a esa Palabra transmitida a los santos de una vez para siempre (Judas, 3).

Las armas que debe usar el cristiano vienen muy bien explicadas por el Apóstol san Pablo, en su carta a los efesios, capítulo 6, versículos del 10 al 20. Copio algunos de estos versículos, para refrescar la memoria. Dice así el Apóstol a los efesios:

"Revestíos de la armadura de Dios para que podáis resistir las insidias del Diablo" (v. 11); un mandato (obsérvese el verbo en imperativo)  en el que vuelve a insistir un poco más adelante: "Tomad la armadura de Dios, para que podáis resistir en el día malo y permanecer firmes cuando todo se cumpla" (v. 13). Acto seguido nos recuerda cuáles son esas armas que tenemos que utilizar, las únicas que nos pueden dar la victoria sobre el mundo, en general,  y sobre ese "mundo" que todos llevamos en nuestro interior y del que tanto nos cuesta desprendernos:
"Tened ceñida la cintura con la VERDAD, revestidos con la coraza de la JUSTICIA, y calzados los pies, prontos para anunciar el Evangelio de la PAZ, tomando en todo momento el escudo de la FE, con el cual podáis apagar los dardos encendidos del Maligno. Tomad también el yelmo de la SALVACIÓN y la espada del Espíritu, que es la PALABRA DE DIOS; ORANDO EN TODO TIEMPO, en el Espíritu, con toda clase de oraciones y súplicas; VIGILANDO, además, con toda CONSTANCIA ..." (v. 14-18)
Y todo esto es así porque no es nuestra lucha contra la sangre o la carne, sino contra los Principados y Potestades, contra los dominadores de este mundo tenebroso, contra los espíritus malignos que están por las regiones aéreas (v. 12).

De ahí que sin esta armadura divina seríamos incapaces de hacer frente a las tentaciones a las que siempre vamos a estar expuestos en esta vida, a consecuencia de la herida que dejó en nuestra naturaleza el pecado original cometido por nuestros primeros padres. Tenemos que estar, por lo tanto, muy alerta para poder resistir y vencer en esa lucha contra nuestras inclinaciones torcidas: soberbia, avaricia, lujuria, ira, gula, envidia, pereza, egoísmo, olvido de nuestro destino trascendente, desesperación, etc...

Hay también otra tentación, que hoy en día es muy frecuente ... y es la despreocupación por nuestra salvación y el pensar -erróneamente- que estamos ya salvados y que no tenemos necesidad, por lo tanto, de luchar por nuestra salvación: "Dios es misericordioso", nos decimos, pero no tenemos ninguna excusa: entendemos muy mal la Misericordia divina, que siempre va acompañada de la Justicia. Nunca se da la una sin la otra. Es más: en Dios, Justicia y Misericordia son una misma cosa, aunque nos cueste trabajo entenderlo, dado que nos desenvolvemos en el terreno del misterio.

Esta teoría de la salvación universal, que está muy extendida por todo el mundo,  es auténticamente diabólica. Así lo dice san Pablo, en otro lugar, afirmando que nuestra lucha es, en realidad, contra el Diablo, aquel de quien Jesús afirmó de un modo tajante, claro y explícito, que era padre de la mentira y de todos los mentirosos (cfr Jn 8, 44-47). De manera que nuestro Enemigo auténtico es el Diablo ... y sólo podremos vencerlo si usamos las armas de Dios. 

Lo cual supone que haya en nosotros una convicción absoluta acerca de la verdad de todos y cada uno de los hechos descritos en los Evangelios, hechos históricos, ocurridos realmente y que no son fábulas propias de aquella época o cuentos para niños, como algunos (enemigos de Dios) pretenden hacernos creer. De ahí la importancia esencial de la FE en lo sobrenatural. Sin ella estamos perdidos. Y debemos pedirle al Señor, cada día, que nos aumente la Fe.

Tenemos necesidad de hacernos como niños ante Dios, único modo de alcanzar la salvación que Dios ha prometido a los que le aman: Os lo aseguro: si no os convertís y os hacéis como niños, no entraréis en el Reino de los Cielos (Mt 18, 3).  Estas palabras son Verdad: están en los Evangelios. ¿Cuándo nos fiaremos de las palabras de Jesús, cuándo nos las creeremos de corazón? ¿Acaso pensamos que Él nos puede engañar? Él, que es el Camino, la Verdad y la Vida (Jn 14, 6). "Me amó y se entregó a Sí mismo por mí" (Gal 2, 20), dice San Pablo. ¿Cómo podemos no fiarnos, con todo nuestro ser, de las palabras de Jesús quien, siendo Dios como era, "se anonadó a Sí mismo, tomando la forma de siervo, haciéndose semejante a los hombres; y, en su condición de hombre, se humilló a Sí mismo, haciéndose obediente hasta la muerte, y muerte de cruz" (Fil 2, 7-9).

Todo esto lo hizo por puro amor y para enseñarnos a amar de verdad, conforme a su Espíritu: "Habiendo amado a los suyos, que estaban en el mundo, los amó hasta el fin" (Jn 13, 1) pues "nadie tiene amor más grande que el que da la vida por sus amigos" (Jn 15, 13). Y él dio su Vida por nosotros. Si no nos fiamos de Aquél que tanto nos ha amado y nos ama, sin ningún merecimiento de nuestra parte, ¿de quién nos vamos a fiar?

Por eso, el verdadero cristiano -en contra de lo que dice el papa Francisco - (véase también aquí) tiene una seguridad absoluta, sin dudas de ningún tipo, en lo que se refiere a la Palabra de Dios, rectamente interpretada por la Tradición y el Magisterio de la lglesia de veinte siglos: una seguridad de tal índole que le lleva incluso a dar la vida antes que renegar de su fe en Jesucristo, a quien ama con todas las fuerzas, con todo su corazón, con toda su alma y con todo su ser. 

Y a quien tiene tal seguridad y tal convencimiento con respecto a la Verdad del Amor de Dios, ¿cómo puede darle igual que los demás no se beneficien de esa gracia y de ese conocimiento de Dios que es el único que les puede conducir a ser realmente felices? Por eso, es falso decir, como dijo Francisco que el proselitismo entre cristianos es, en sí mismo, un pecado grave ... porque contradice la dinámica misma de cómo se llega a ser y se sigue siendo cristiano. Vemos que no es así. Tenemos ya la experiencia de muchos siglos de historia de la Iglesia. Los mártires (y, en general, todos los santos)  fueron personas con una fe absoluta y total en Jesucristo, verdadero Dios y verdadero hombre. Se fiaron de Él y arrastraron a esa fe a muchos hombres, respetando su libertad (hicieron proselitismo) y ahora son bienaventurados, porque supieron amar del mismo modo en el que Dios los amó, en Jesucristo. ¿Cómo puede decir el papa Francisco que el proselitismo es una enorme tontería y, además, que es -en sí mismo- un pecado grave. Ciertamente, eso no es Magisterio, pues entonces los santos, a quienes veneramos, no estarían en el cielo, sino en el infierno, por haber llevado almas al Señor.


José Martí (continuará)

martes, 25 de diciembre de 2018

NOTICIAS VARIAS 22 a 24 de Diciembre de 2018



ADELANTE LA FE

Instrucciones para demonios recién llegados a España (Christopher Fleming)

Meditación de Navidad (Mario Caponnetto)


ONE PETER FIVE

The Pope Forces the Question: What Good Is the New Catechism? (Peter Kwasniewski)


The Beauty of a Universal Mass (Steve Skojec)

INFOVATICANA

Terror a la verdad publicada, profanaciones demoniacas, el dictador de Henry Sire, fe – razón el gas serra y la gasolina verde. (Specola)

Pax Orbi y guerra Urbi, política y religión, ingenuidad francisquista, tormentas Chinas, la atlética Vaticana. (Specola)


Trece se gasta otros 20 millones prestados por los obispos y acumula 84 millones de dispendio


Los patriotas Chinos, Orlandi y el muro de goma, sin techo VIP, gays romanos, lujos austriacos, Marx y sus morales, ‘misas’ sin cura. (Specola)

El Papa Francisco y la corte pontificia, la carta bomba en Vaticano, la obispa lesbiana, Parolin en Taranto.(Specola)


‘El Papa nos hace luz de gas’ (Carlos Esteban)


INFOCATÓLICA

Según Derecho a Vivir la ley de muerte digna aprobada en el Congreso abre paso a la eutanasia en España

Los greco-católicos de Ucrania aconsejan no eliminar el celibato sacerdotal

Cristianos piden protección al gobierno de la India para celebrar la Navidad en paz

GLORIA TV

Cardinal Burke: El papa Francisco ha roto con la tradición apostólica

“Embajador” anglicano ante la Santa Sede es pro-homosexual y pro-muerte

Cardenal Zen: "Con el acuerdo, Pequín aumenta la represión"

Monseñor Bux: Francisco promueve “una noción de Dios que hace que uno se sienta bien”


IOTA UNUM

Más santos que vienen (I)

Flannery O´connor. El hábito del Ser

CHIESA E POST CONCILIO


Selección por José Martí

lunes, 24 de diciembre de 2018

Austria y China: historia de dos iglesias nacionales (Carlos Esteban)



Mientras la iglesia clandestina china asiste al abandono de Roma a sus prelados fieles en medio de una nueva campaña de represión oficial, en la iglesia de habla alemana -Austria, en este caso- el cardenal Schönborn de Viena trata de quitar hierro a los trapicheos con los que su colega de Sankt Pölten, Alois Schwarz, vivía a cuerpo de rey con su amante.

“Con el acuerdo, Pekín aumenta la represión”, se lamenta el cardenal Zen, arzobispo emérito de Hong Kong, en declaraciones a La Nuova Bussola Quotidiana. “Con gran tristeza constato que “el acuerdo” está haciendo sentir cada vez más sus efectos deletéreos. El gobierno intensifica cada vez más la persecución, nuestros hermanos no saben qué hacer: entregarse a la Asociación Patriótica va contra la fe, resistir al gobierno parece que es resistir también al Papa que invita a la unidad (¿pero cuál unidad?). ¡Un dilema dolorosísimo!”.

Mientras, en Austria, se ha sabido que el obispo Alois Schwartz, que Francisco promocionó de la diócesis de Gurk-Klagenfurt a la de Sankt Pölten, se ha venido dando una vida muy poco acorde con la ‘Iglesia de los Pobres’ que desea Su Santidad con fondos de dudoso origen, junto a su presunta amante, Andrea Erzinger, a la que tenía en nómina como directora de un centro de formación con un sueldo anual de 91.000 euros.

Las acusaciones de conducta impropia con, al menos, dos mujeres, se remontan al menos diez años atrás, denuncias que se renovaron tras su nombramiento como obispo de Sankt Pölten, e incluían su extravagantes modo de vida y sus tejemanejes financieros, lo que acabó forzando al capítulo de la catedral de Gurk a encargar un informe, publicado el 18 de diciembre pese a la prohibición de la Congregación de los Obispos.

En China, al mismo tiempo, el acuerdo provisional entre la Santa Sede y el gobierno comunista chino, firmado hace ya tres meses, avanza satisfactoriamente… Para el gobierno chino. Nuevos obispos de la Iglesia perseguida se han visto obligados, por instrucciones de Roma, a ceder su puesto a ‘prelados’ de la hasta hace poco cismática y excomulgada Iglesia Patriórica, creada y controlada por el Partido Comunista Chino, y la represión de quienes durante décadas han arriesgado la vida, la libertad y el futuro por mantenerse fieles a Roma no ha hecho más que aumentar, con nuevas detenciones y demolición de lugares de culto.

Y mientras esto sucede en la lejana iglesia perseguida y pobre, en una de las amadas periferias del Santo Padre, en la riquísima Austria, uno de los hombres de confianza de Su Santidad, el cardenal Christoph Schönborn, Arzobispo de Viena, el mismo que ha convertido una de las catedrales más emblemáticas de la Cristiandad en improvisada discoteca en recientes ocasiones, es acusado de haber conocido la situación de Schwartz y de haberle protegido.

Durante la presentación del informe, el vicario general de Schwarz, el padre Engelbert Guggenberger, tras afirmar que el obispo era totalmente dependiente de los caprichos de su amante, acusó al nuncio en Viena y a Schönborn, presidente de la Conferencia Episcopal Austríaca, de estar en conocimiento de los problemas, pero que no hicieron nada.

Hace unos días reprochábamos a Su Santidad que su magnífico discurso navideño a los cardenales de la Curia cuadrase tan mal con tantas de sus decisiones, declaraciones y actitudes, especialmente en lo relativo a la crisis de abusos clericales, pero también en este otro contraste nos sorprende la escasa coherencia.

Francisco inició su pontificado con un esperanzador mensaje en el que decía desear una “Iglesia pobre para los pobres”, con un énfasis sobre las “periferias” eclesiales en detrimento del centro, tanto tiempo protagonista. Pero no puede haber muchas iglesias nacionales más pobres y perseguidas que la china, ni más ricas y prepotentes que las de habla alemana; tampoco es fácil ser más periférico que Chengdé, o más ‘central’ que Viena o Sankt Pölten. Pero es la teología, las preocupaciones y obsesiones de las ricas iglesias europeas las que dominan el debate vaticano, mientras que el dolor y el sufrimiento de la iglesia perseguida sigue siendo ignorado por consideraciones aparentemente geopolíticas.

Carlos Esteban

sábado, 22 de diciembre de 2018

Marx: El Papa está abierto a discutir sobre cuestiones de moral sexual (Carlos Esteban)



El cardenal alemán Reinhard Marx, arzobispo de Munich, presidente de la Conferencia Episcopal Alemana y miembro del consejo de cardenales que asesora al Papa, ha dicho que cree al Papa abierto a discutir cuestiones de moral sexual, que parece ser la gran preocupación de la jerarquía alemana.

En un encuentro en el Club de la Prensa de Munich, su sede arzobispal, el cardenal Reinhard Marx aseguró que el Papa está abierto a debatir la moral sexual de la Iglesia Católica, informa Maike Hickson en LifeSiteNews. “No le veo tan rígido aquí”, afirmó el cardenal, refiriéndose a las cuestiones de moral sexual, añadiendo que está convencido de que la causa raíz de los abusos sexuales por parte de clérigos católicos está en el abuso de poder y no, en absoluto, para nada, en la homosexualidad.

Nadie tuvo el mal gusto de preguntarle cómo se explicaba, entonces, que en más del ochenta por ciento de los casos las víctimas fueran varones, y no deja de ser curioso que, tras esta afirmación, señalara que “los ideólogos se cierran a los hechos que no encajan en su visión del mundo”, como si se estuviera respondiendo a sí mismo. Porque, para Marx, el caso de los abusos “se está instrumentalizando para promover otra agenda”. Con lo de “otra”, imaginamos, se refieren a una diferente de la que quieren promover los prelados alemanes.

Marx se mostró decidido partidario de que los obispos respondan a los que él considera las tres cuestiones clave derivadas de esta crisis de abusos: la moral sexual de la Iglesia, la cuestión del celibato y el abuso de poder. Dice Marx que, hasta ahora, la Iglesia solo ha hablado de sexo de forma “torpe y extravagante”, y ahora toca hacerlo “de otra manera, también de la homosexualidad”. No podemos dejar de notar este familiar recordatorio de que hasta ahora todo en la Iglesia era de una manera inadecuada y que justo ahora vamos a empezar a enterarnos de lo que nuestros pobres ancestros no se habían enterado durante dos mil años y bajo los anteriores 265 Papas.

Al menos, Marx concede que esta cuestión es “muy polémica, también desde el punto de vista teológico y dogmático”, y añade que “tenemos que encararlo, aunque aún no sabemos cómo”, ya que “silenciarlo ya no funciona”. Afortunadamente, añadie Marx, tenemos un Papa que no es “rígido en esta cuestión” y con el que el propio cardenal ya ha discutido personalmente varias veces del asunto.

Naturalmente, hubo referencia al celibato eclesiástico, aunque por parte del vicepresidente de la CEA, el obispo Franz-Joseph Bode, quien sostuvo que esta institución es “indirectamente responsable” de la crisis de abusos sexuales, y que la Iglesia debe valorar las relaciones homosexuales. No explicó cómo podría solucionar el matrimonio de los sacerdotes la crisis de unos abusos que son en su abrumadora mayoría de carácter homosexual, o cómo podría la Iglesia “valorar” unas relaciones que ha condenado con dureza a lo largo de toda su historia.

Comentando estas declaraciones, el ex prefecto para la Doctrina de la Fe, el también alemán cardenal Gerhard Müller señala que algunos “desean instrumentalizar la crisis de los abusos para darle la vuelta al sacerdocio sacramental” y otras cuestiones de la “agenda progresista”. Pero, advierte, “lo que se ha calificado como pecado en tiempos bíblicos no se puede hoy redefinir para convertirlo en una virtud”.

Carlos Esteban

viernes, 21 de diciembre de 2018

Discurso del Papa Francisco a la Curia romana en las Navidades de 2018 (1) [A MODO DE INTRODUCCIÓN] (José Martí)



 











Leyendo el discurso completo se puede percibir rápidamente que ha sido cuidadosamente preparado por sus asesores, para evitar las improvisaciones a las que Francisco nos tiene tan acostumbrados ... y en las que, todo hay que decirlo, comete -con frecuencia- algunos errores garrafales. Por otra parte, es ahí, precisamente,  es decir, cuando habla con espontaneidad, donde Francisco manifiesta lo que verdaderamente piensa ... pero como eso le ha causado problemas y la situación actual es muy crítica, no se puede permitir el lujo de la improvisación. Ésa es la razón, a mi entender, por la que se ha limitado estrictamente a leer tan solo lo que está escrito. Y sólo eso. 

Y aun así, habría que matizar muchas cosas, porque no queda claro siempre a quienes se está dirigiendo -o en quiénes está pensando- cuando critica a determinadas personas de la Curia. Sin embargo, también hay que decir que, si se conocen los hechos, es relativamente fácil averiguar el tipo de personas -e incluso las personas concretas- a las que se está refiriendo, cuando condena. Eso sí, se trata de una condenación que tiene lugar según un criterio que sería preciso averiguar, sobre todo porque conocemos ya la trayectoria de Francisco a lo largo de sus casi seis años de Pontificado. 

Por lo demás, el discurso parece perfecto ... o casi perfecto. Pues es el caso que la gente tiene la mala costumbre de guiarse por los frutos más que por las palabras, por muy bonitas que éstas sean. Y ahí es donde aparecen los problemas ... porque los frutos que se han obtenido no son buenos ... no son buenos en el sentido evangélico de la palabra. Tal vez, según los criterios del mundo sí que sean "buenos" ... pero no es ésa la bondad que un católico debe considerar como tal. 

Es difícil averiguar dónde se encuentran los "errores" de este discurso, puesto que cita bastante bien la Sagrada Biblia, tanto el Antiguo como el Nuevo Testamento, de modo que es necesario tener las ideas muy claras. Recordemos: cuando el Diablo tentó a Jesús, lo hizo sacando a relucir textos bíblicos (que son palabra de Dios) ... ¡pero estaban manipulados y dichos con la intención clara de engañar! ... Jesús, que conoce mucho mejor esos textos y su verdadera interpretación, le va respondiendo ... Al final, ya cansado de tanta manipulación de la Palabra de Dios, las tentaciones se acaban cuando le dice: "Apártate de Mí, Satanás, porque escrito está: 'Al Señor, tu Dios, adorarás y a Él sólo servirás" (Mt 4, 10). 

Con ello nos dio un ejemplo de cuál ha de ser nuestro modo de actuar cuando nos encontremos con textos aparentemente muy bellos -y que, además, lo son, puesto que son palabra de Dios- de manera que los interpretemos conforme al sentir de Dios y no del mundo. Esto es muy importante. De no tenerlo en cuenta, podríamos dar por bueno algo que no lo es. Hay muchos que haciendo uso de la palabra de Dios, manipulada convenientemente, tienen como objetivo engañar al oyente, lo cual es sumamente grave. 

La solución a estos problemas de interpretación correcta se encuentra en un discernimiento rectamente entendido, tomando como base todo el conjunto del Evangelio, fielmente interpretado por la Iglesia a lo largo de toda su historia, en particular y de un modo muy especial por los Padres de la Iglesia y por sus Doctores, siendo santo Tomás de Aquino uno de los más indicados (no el único) para no caer en el error.  

Con esa disposición pienso que es como hay que leer este discurso del Santo Padre, en el que encontraremos un poco de todo: ideas muy buenas y santas (básicamente las que toman el Evangelio, bien interpretado, como referencia), otras insustanciales  ... y las habrá también - éstas son las más peligrosas- de las que parecen buenas (pues el contenido es bueno) pero son ambiguas: ¡éste es el gran peligro! Genéricamente están bien ... pero, ¿a quién o a quiénes se están aplicando? Ahí es donde aparece la duda. 

Sin embargo, hay un criterio muy claro que nos dio Jesús para evitar ser engañados: "Por sus frutos los conoceréis" (Mt 7, 20)

(Continuará)

Discurso del Papa Francisco a la Curia romana: Navidad 2018 (En inglés)



This morning Pope Francis received cardinals and heads of the Roman Curia in the Clementine Hall of the Vatican’s Apostolic Palace, for the annual presentation of Christmas greetings. During the audience, the Pope delivered the following address to the Roman Curia.
***
“The night is far gone, the day is near. Let us then lay aside the works of darkness and put on the armour of light” (Rom 13:12).
Filled with the joy and hope that radiate from the countenance of the Holy Child, we gather again this year for the exchange of Christmas greetings, mindful of all the joys and struggles of our world and of the Church.
To you and your co-workers, to all those who serve in the Curia, to the Papal Representatives and the staff of the various Nunciatures, I offer my cordial good wishes for a blessed Christmas. I want to express my gratitude for your daily dedication to the service of the Holy See, the Church and the Successor of Peter. Thank you very much!
Allow me also to offer a warm welcome to the new Substitute of the Secretariat of State,Archbishop Edgar Peña Parra, who began his demanding and important service on 15 October last. The fact that he comes from Venezuela respects the catholicity of the Church and her need to keep expanding her horizons to the ends of the earth. Welcome, dear Archbishop, and best wishes for your work!
Christmas fills us with joy and makes us certain that no sin will ever be greater than God’s mercy; no act of ours can ever prevent the dawn of his divine light from rising ever anew in human hearts. This feast invites us to renew our evangelical commitment to proclaim Christ, the Saviour of the world and the light of the universe.“Christ, ‘holy, blameless, undefiled’ (Heb 7:26) did not know sin (cf. 2 Cor5:21) and came only to atone for the sins of the people (cf. Heb 2:17). The Church, however, clasping sinners to her bosom, at once holy and always in need of purification, follows constantly the path of penance and renewal. She ‘presses forward amid the persecutions of the world and the consolations of God’, announcing the cross and death of the Lord until he comes (cf. 1 Cor 11:26). But by the power of the risen Lord, she is given the strength to overcome, in patience and in love, her sorrows and her difficulties, both those from within and those from without, so that she may reveal in the world, faithfully, albeit with shadows, the mystery of the Lord until, in the end, it shall be manifested in full light” (Lumen Gentium, 8). 
In the firm conviction that the light always proves stronger than the darkness, I would like to reflect with you on the light that links Christmas (the Lord’s first coming in humility) to the Parousia (his second coming in glory), and confirms us in the hope that does not disappoint. It is the hope on which our individual lives, and the entire history of the Church and the world, depend.
Jesus was born in a social, political and religious situation marked by tension, unrest and gloom. His birth, awaited by some yet rejected by others, embodies the divine logic that does not halt before evil, but instead transforms it slowly but surely into goodness. Yet it also brings to light the malign logic that transforms even goodness into evil, in an attempt to keep humanity in despair and in darkness. “The light shines in the darkness, and the darkness did not overcome it” (Jn 1:5).
Each year, Christmas reminds us that God’s salvation, freely bestowed on all humanity, the Church and in particular on us, consecrated persons, does not act independently of our will, our cooperation, our freedom and our daily efforts. Salvation is a gift that must be accepted, cherished and made to bear fruit (cf. Mt 25:14-30). Being Christian, in general and for us in particular as the Lord’s anointed and consecrated, does not mean acting like an élite group who think they have God in their pocket, but as persons who know that they are loved by the Lord despite being unworthy sinners. Those who are consecrated are nothing but servants in the vineyard of the Lord, who must hand over in due time the harvest and its gain to the owner of the vineyard (cf. Mt 20:1-16).
The Bible and the Church’s history show clearly that even the elect can frequently come to think and act as if they were the owners of salvation and not its recipients, like overseers of the mysteries of God and not their humble ministers, like God’s toll-keepers and not servants of the flock entrusted to their care.
All too often, as a result of excessive and misguided zeal, instead of following God, we can put ourselves in front of him, like Peter, who remonstrated with the Master and thus merited the most severe of Christ’s rebukes: “Get behind me, Satan! For you are setting your mind not on the things of God but on the things of men” (Mk 8:33).
Dear brothers and sisters,
This year, in our turbulent world, the barque of the Church has experienced, and continues to experience, moments of difficulty, and has been buffeted by strong winds and tempests. Many have found themselves asking the Master, who seems to be sleeping: “Teacher, do you not care that we are perishing?” (Mk 4:38). Others, disheartened by news reports, have begun to lose trust and to abandon her. Still others, out of fear, personal interest or other aims, have sought to attack her and aggravate her wounds. Whereas others do not conceal their glee at seeing her hard hit. Many, many others, however, continue to cling to her, in the certainty that “the gates of hell shall not prevail against her” (Mt 16:18).
Meanwhile, the Bride of Christ advances on her pilgrim way amid joys and afflictions, amid successes and difficulties from within and from without. Without a doubt, the difficulties from within are always those most hurtful and destructive.
Afflictions
Many indeed are the afflictions. All those immigrants, forced to leave their own homelands and to risk their lives, lose their lives, or survive only to find doors barred and their brothers and sisters in our human family more concerned with political advantage and power! All that fear and prejudice! All those people, and especially those children who die each day for lack of water, food and medicine! All that poverty and destitution! All that violence directed against the vulnerable and against women! All those theatres of war both declared and undeclared. All that innocent blood spilled daily! All that inhumanity and brutality around us! All those persons who even today are systematically tortured in police custody, in prisons and in refugee camps in various parts of the world!
We are also experiencing a new age of martyrs. It seems that the cruel and vicious persecution of the Roman Empire has not yet ended. A new Nero is always being born to oppress believers solely because of their faith in Christ. New extremist groups spring up and target churches, places of worship, ministers and members of the faithful. Cabals and cliques new and old live by feeding on hatred and hostility to Christ, the Church and believers. How many Christians even now bear the burden of persecution, marginalization, discrimination and injustice throughout our world. Yet they continue courageously to embrace death rather than deny Christ. How difficult it is, even today, freely to practice the faith in all those parts of the world where religious freedom and freedom of conscience do not exist.
The heroic example of the martyrs and of countless good Samaritans– young people, families, charitable and volunteer movements, and so many individual believers and consecrated persons – cannot, however, make us overlook the counter-witness and the scandal given by some sons and ministers of the Church. 
Here I will limit myself to the scourges of abuse and of infidelity.
The Church has for some time been firmly committed to eliminating the evil of abuse, which cries for vengeance to the Lord, to the God who is always mindful of the suffering experienced by many minors because of clerics and consecrated persons: abuses of power and conscience and sexual abuse.
In my own reflections on this painful subject, I have thought of King David – one of “the Lord’s anointed” (cf. 1 Sam 16:13; 2 Sam 11-12). He, an ancestor of the Holy Child who was also called “the son of David”, was chosen, made king and anointed by the Lord. Yet he committed a triple sin, three grave abuses at once: “sexual abuse, abuse of power and abuse of conscience”. Three distinct forms of abuse that nonetheless converge and overlap.
The story begins, as we know, when the King, although a proven warrior, stayed home to take his leisure, instead of going into battle amid God’s people. David takes advantage, for his own convenience and interest, of his position as king (the abuse of power). The Lord’s anointed, he does as he wills, and thus provokes an irresistible moral decline and a weakening of conscience. It is precisely in this situation that, from the palace terrace, he sees Bathsheba, the wife of Uriah the Hittite, at her bath (cf. 2 Sam 11) and covets her. He sends for her and they lie together (yet another abuse of power, plus sexual abuse). He abuses a married woman and, to cover his sin, he recalls Uriah and seeks unsuccessfully to convince him to spend the night with his wife. He then orders the captain of his army to expose Uriah to death in battle (a further abuse of power, plus an abuse of conscience). The chain of sin soon spreads and quickly becomes a web of corruption. He remained at home to lounge around.
The sparks of sloth and lust, and “letting down the guard” are what ignite the diabolical chain of grave sins: adultery, lying and murder. Thinking that because he was king, he could have and do whatever he wanted, David tries to deceive Bathsheba’s husband, his people, himself and even God. The king neglects his relationship with God, disobeys the divine commandments, damages his own moral integrity, without even feeling guilty. The “anointed” continues to exercise his mission as if nothing had happened. His only concern was to preserve his image, to keep up appearances. For “those who think they commit no grievous sins against God’s law can fall into a state of dull lethargy. Since they see nothing serious to reproach themselves with, they fail to realize that their spiritual life has gradually turned lukewarm. They end up weakened and corrupted” (Gaudete et Exsultate, 164). From being sinful, they now become corrupt.
Today too, there are consecrated men, “the Lord’s anointed”, who abuse the vulnerable, taking advantage of their position and their power of persuasion. They perform abominable acts yet continue to exercise their ministry as if nothing had happened. They have no fear of God or his judgement, but only of being found out and unmasked. Ministers who rend the ecclesial body, creating scandals and discrediting the Church’s saving mission and the sacrifices of so many of their confrères.
Today too, there are many Davids who, without batting an eye, enter into the web of corruption and betray God, his commandments, their own vocation, the Church, the people of God and the trust of little ones and their families. Often behind their boundless amiability, impeccable activity and angelic faces, they shamelessly conceal a vicious wolf ready to devour innocent souls.
The sins and crimes of consecrated persons are further tainted by infidelity and shame; they disfigure the countenance of the Church and undermine her credibility. The Church herself, with her faithful children, is also a victim of these acts of infidelity and these real sins of “peculation.”
Dear brothers and sisters,
Let it be clear that before these abominations the Church will spare no effort to do all that is necessary to bring to justice whosoever has committed such crimes. The Church will never seek to hush up or not take seriously any case. It is undeniable that some in the past, out of irresponsibility, disbelief, lack of training, inexperience, or spiritual and human short-sightedness, treated many cases without the seriousness and promptness that was due. That must never happen again. This is the choice and the decision of the whole Church.
This coming February, the Church will restate her firm resolve to pursue unstintingly a path of purification. She will question, with the help of experts, how best to protect children, to avoid these tragedies, to bring healing and restoration to the victims, and to improve the training imparted in seminaries. An effort will be made to make past mistakes opportunities for eliminating this scourge, not only from the body of the Church but also from that of society. For if this grave tragedy has involved some consecrated ministers, we can ask how deeply rooted it may be in oursocieties and in our families. Consequently, the Church will not be limited to healing her own wounds, but will seek to deal squarely with this evil that causes the slow death of so many persons, on the moral, psychological and human levels.
Dear brothers and sisters,
In discussing this scourge, some, even within the Church, take to task certain communications professionals, accusing them of ignoring the overwhelming majority of cases of abuse that are not committed by clergy, and of intentionally wanting to give the false impression that this evil affects the Catholic Church alone. I myself would like to give heartfelt thanks to those media professionals who were honest and objective and sought to unmask these predators and to make their victims’ voices heard. Even if it were to involve a single case of abuse (something itself monstrous), the Church asks that people not be silent but bring it objectively to light, since the greater scandal in this matter is that of cloaking the truth.
Let us all remember that only David’s encounter with the prophet Nathan made him understand the seriousness of his sin. Today we need new Nathans to help so many Davids rouse themselves from a hypocritical and perverse life. Please, let us help Holy Mother Church in her difficult task of recognizing real from false cases, accusations from slander, grievances from insinuations, gossip from defamation. This is no easy task, since the guilty are capable of skillfully covering their tracks, to the point where many wives, mothers and sisters are unable to detect them in those closest to them: husbands, godfathers, grandfathers, uncles, brothers, neighbours, teachers and the like. The victims too, carefully selected by their predators, often prefer silence and live in fear of shame and the terror of rejection.
To those who abuse minors I would say this: convert and hand yourself over to human justice, and prepare for divine justice. Remember the words of Christ: “Whoever causes one of these little ones who believe in me to sin, it would be better for him to have a great millstone fastened around his neck and to be drowned in the depth of the sea. Woe to the world because of scandals! For it is necessary that scandals come, but woe to the man by whom the scandal comes! (Mt 18:6-7).
Dear brothers and sisters,
Now let me speak of another affliction, namely the infidelity of those who betray their vocation, their sworn promise, their mission and their consecration to God and the Church. They hide behind good intentions in order to stab their brothers and sisters in the back and to sow weeds, division and bewilderment. They always find excuses, including intellectual and spiritual excuses, to progress unperturbed on the path to perdition.
This is nothing new in the Church’s history. Saint Augustine, in speaking of the good seed and the weeds, says: “Do you perhaps believe, brethren, that weeds cannot spring up even on the thrones of bishops? Do you perhaps think that this is found only lower down and not higher up? Heaven forbid that we be weeds!… Even on the thrones of bishops good grain and weeds can be found; even in the different communities of the faithful good grain and weeds can be found (Serm. 73, 4: PL 38, 472).
These words of Saint Augustine urge us to remember the old proverb: “The road to hell is paved with good intentions”. They help us realize that the Tempter, the Great Accuser, is the one who brings division, sows discord, insinuates enmity, persuades God’s children and causes them to doubt.
In reality, in reality behind these sowers of weeds, we always find the thirty pieces of silver. The figure of David thus brings us to that of Judas Iscariot, another man chosen by the Lord who sells out his Master and hands him over to death. David the sinner and Judas Iscariot will always be present in the Church, since they represent the weakness that is part of our human condition. They are icons of the sins and crimes committed by those who are chosen and consecrated. United in the gravity of their sin, they nonetheless differ when it comes to conversion. David repented, trusting in God’s mercy; Judas hanged himself.
All of us, then, in order to make Christ’s light shine forth, have the duty to combat all spiritual corruption, which is “worse than the fall of the sinner, for it is a comfortable and self-satisfied form of blindness. Everything then appears acceptable: deception, slander, egotism and other subtle forms of self-centeredness, for ‘even Satan disguises himself as an angel of light’ (2 Cor 11:14). So Solomon ended his days, whereas David, who sinned greatly, was able to make up for his disgrace” (Gaudete et Exsultate, 165).
Joys
Let us move on to the joys. Our joys have been many in the past year. For example: the successful outcome of the Synod devoted to young people; the progress made in the reform of the Curia; the efforts made to achieve clarity and transparency in financial affairs; the praiseworthy work of the Office of the Auditor-General and the AIF; the good results attained by the IOR; the new Law of the Vatican City State; the Decree on labour in the Vatican, and many other less visible results. We can think of the new Blesseds and Saints who are “precious stones” adorning the face of the Church and radiating hope, faith and light in our world. Here mention must be made of the nineteen recent martyrs of Algeria: “nineteen lives given for Christ, for his Gospel and for the Algerian people … models of everyday holiness, the holiness of “the saints next door” (Thomas Georgeon, “Nel segno della fraternità”, L’Osservatore Romano, 8 December 2018, p. 6). Then too, the great number of the faithful who each year receive baptism and thus renew the youth of the Church as a fruitful mother, and the many of her children who come home and re-embrace the Christian faith and life. All those families and parents who take their faith seriously and daily pass it on to their children by the joy of their love (cf. Amoris Laetitia, 259-290). And the witness given by so many young people who courageously choose the consecrated life and the priesthood.
Another genuine cause for joy is the great number of consecrated men and women, bishops and priests, who daily live their calling in fidelity, silence, holiness and self-denial. They are persons who light up the shadows of humanity by their witness of faith, love and charity. Persons who work patiently, out of love for Christ and his Gospel, on behalf of the poor, the oppressed and the least of our brothers and sisters; they are not looking to show up on the first pages of newspapers or to receive accolades. Leaving all behind and offering their lives, they bring the light of faith wherever Christ is abandoned, thirsty, hungry, imprisoned and naked (cf. Mt 25:31-46). I think especially of the many parish priests who daily offer good example to the people of God, priests close to families, who know everyone’s name and live lives of simplicity, faith, zeal, holiness and charity. They are overlooked by the mass media, but were it not for them, darkness would reign.
Dear brothers and sisters,
In speaking of light, afflictions, David and Judas, I wanted to stress the importance of a growing awareness that should lead to a duty of vigilance and protection on the part of those entrusted with governance in the structures of ecclesial and consecrated life. In effect, the strength of any institution does not depend on its being composed of men and women who are perfect (something impossible!), but on its willingness to be constantly purified, on its capacity to acknowledge humbly its errors and correct them; and on its ability to get up after falling down. It depends on seeing the light of Christmas radiating from the manger in Bethlehem, on treading the paths of history in order to come at last to the Parousia.
We need, then, to open our hearts to the true light, Jesus Christ. He is the light that can illumine life and turn our darkness into light; the light of goodness that conquers evil; the light of the love that overcomes hatred; the light of the life that triumphs over death; the divine light that turns everything and everyone into light. He is the light of our God: poor and rich, merciful and just, present and hidden, small and great.
Let us keep in mind this splendid passage of Saint Macarius the Great, a fourth-century Desert Father, about Christmas: “God makes himself little! The inaccessible and uncreated One, in his infinite and ineffable goodness, has taken a body and made himself little. In his goodness, he descends from his glory. No one in the heavens or on earth can grasp the greatness of God, and no one in the heavens or on earth can grasp how God makes himself poor and little for the poor and little. As incomprehensible is his grandeur, so too is his littleness” (cf. Ps.-Macarius, Homilies IV, 9-10; XXII, 7: PG 34: 479-480; 737-738).
Let us remember that Christmas is the feast of the “great God who makes himself little and in his littleness does not cease to be great. And in this dialectic of great and little, we find the tender love of God. Greatness that becomes little, and littleness that becomes great” (Homily in Santa Marta, 14 December 2017; cf. Homily in Santa Marta, 25 April 2013).
Each year, Christmas gives us the certainty that God’s light will continue to shine, despite our human misery. It gives us the certainty that the Church will emerge from these tribulations all the more beautiful, purified and radiant. All the sins and failings and evil committed by some children of the Church will never be able to mar the beauty of her face. Indeed, they are even a sure proof that her strength does not depend on us but ultimately on Christ Jesus, the Saviour of theworld and the light of the universe, who loves her and gave his life for her. Christmas gives us the certainty that the grave evils perpetrated by some will never be able to cloud all the good that the Church freely accomplishes in the world. Christmas gives the certainty that the true strength of the Church and of our daily efforts, so often hidden, rests in the Holy Spirit, who guides and protects her in every age, turning even sins into opportunities for forgiveness, failures into opportunities for renewal, and evil into an opportunity for purification and triumph.
Thank you very much and a Happy Christmas to all!
Diane Montagna