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martes, 23 de agosto de 2022

¡Jesucristo, tan humano y tan divino! (Padre Alfonso Gálvez)




Homilía del Domingo 11º después de Pentecostés. 13 de agosto de 2012

AUDIO 37:39 MINUTOS



Elogio del «indietrismo» (Monseñor Héctor Aguer)



Filosofía espiritual del “indietrismo”

Los términos “indietrismo” e “indietrista” ya ocupan un lugar en el lenguaje eclesiástico, en el más alto nivel. Obviamente, se los ha acuñado y se los emplea según una interpretación peyorativa, y aún despectiva. No habría vicio peor en la Iglesia que esa presunta rémora al cambio y al progreso. Yo, en cambio, los comprendo atribuyéndole un sentido elogioso. El italianismo puede expresarse en un castizo axioma italiano: Per andare avanti bisogna prima tornare indietro. ¿Cómo se explica esta paradoja? ¡Para avanzar es preciso retroceder! Refiriéndonos a la marcha de la Iglesia, se puede decir: al verdadero progreso (un progreso no progresista), el católico se dirige hundiendo sus raíces en la gran Tradición eclesial. Los “indietristas” van acompañados en la vituperación por los “restauracionistas”. El equívoco consiste en que no es menester restaurar la Tradición, que ella es siempre vital y actual; no es una pieza de museo. Restaurar significa reconocerla, otorgarle el valor que la caracteriza como totalidad, rechazando las pretensiones progresistas.

Tornare indietro no equivale a retroceder hacia el refugio de un pasado mítico, sino a encaminarse esperanzadamente a un futuro que no es una gnosis progresista, sino que se enfila homogéneamente en la línea de la gran Tradición. Ésta, siempre actual, utiliza un lenguaje renovado (habla nove) pero no introduce la heterogeneidad de cosas nuevas (nova). La distinción procede del siglo V; su autor es San Vicente de Lerins, un monje galo-romano, obispo y Padre de la Iglesia. Su fórmula reza, en buen latín, que la enseñanza, la liturgia, las instituciones eclesiales, se desarrollan in eodem scilicet dogmate, eodem sensu, eademque sententia. Eodem es la mismidad. La heterogeneidad, la intromisión en la vida eclesial y en su marcha de la cultura secular, o los inventos que mentes eclesiásticas calenturientas pretendan transmitir al futuro constituyen el error, la herejía. En aquellos términos del Lerinense, o en otros sinónimos se ha expresado siempre la ortodoxia de la Gran Iglesia, la Katholiké, repudiando toda división (hairesis), toda herejía. Es oportuno, al modo de una rápida digresión, reconocer que se llama ortodoxia no sólo a la rectitud (ortós) doctrinal, sino también al verdadero culto, a la adoración, la Gloria de Dios. Dóxa, en el Nuevo Testamento es la Gloria, que cantaron los pastores y los ángeles en Belén ante el asombroso Misterio de la Encarnación.

En los años ’50 del siglo pasado, más o menos, el dominico Marín Sola proponía “la evolución homogénea del dogma católico”, y en 2007, Benedicto XVI, en su motu proprio Summorum Pontificum, ponía en legítima circulación la Misa de siempre, que nunca había sido abolida. Estos datos explican el auténtico sentido del “indietrismo”. Entre paréntesis, cabe pensar que el motu proprio Traditiones custodes se opone a la unánime Tradición de la Iglesia, y descarta las decisiones de los papas San Juan Pablo II, y Benedicto XVI. Muchísimos obispos no lo toman en cuenta, y a modo de un indulto permiten a sacerdotes y fieles celebrar con el Misal aprobado, en 1962, por Juan XXIII.

Desde hace una década, el clima se ha enrarecido en la Iglesia. Con el pretexto de afirmar el valor y vigencia del Concilio, que algunos inquietos impugnan, se difunde el contrabando, la mercadería falsa del posconcilio, que es la deformación del Vaticano II. No viene al caso –quiero decir que es ajeno a mi propósito en estas líneas- discutir si en efecto Concilio y posconcilio difieren, y en qué medida. Los historiadores, dentro de un siglo por lo menos –recién ha transcurrido poco más de medio siglo desde 1965, año en que se clausuró aquella gran asamblea-, estudiarán con la perspectiva y objetividad que el tiempo concede el Concilio de los papas Juan y Pablo; y establecerán si fue una jornada gloriosa de la Iglesia, o una auténtica calamidad, al igual que otras que se padecieron en el pasado. Aunque diversos grupos discuten ya sobre este problema, conviene recordar que Benedicto XVI ha señalado que el Concilio son los 16 documentos promulgados, votados por una mayoría que en algunos casos se acercaba a la unanimidad. Asimismo, habría que evocar los dichos del papa Montini: “Nosotros esperábamos una floreciente primavera, y sobrevino un crudo invierno”; “por alguna rendija el humo de Satanás se introdujo en la Casa de Dios”. La Iglesia es un Misterio; está integrada por santos y pecadores. Si subsiste siempre siendo ella misma, es por la presencia de Jesús –que Él nos ha asegurado- y la unión de los miembros santos con Él, los santos del Cielo y los que, en la secreta hondura de Ella, viven en la Tierra. Así ha afrontado los más tormentosos avatares.

Lo que vengo escribiendo parece un largo proemio; espero con él haber dado razón de la existencia del “indietrismo” y los “indietristas”, que lejos de desaparecer serán siempre más, porque la mayoría de ellos son jóvenes que atraerán a otros jóvenes. El “indietro” asegura el “avanti”. Es un juego desconcertante de la Providencia de Dios.

La fisonomía espiritual del “indietrista” tiene idealmente por base la fe en la unicidad e identidad de la Iglesia, y el amor a ella, a pesar de las apariencias contrarias que exhibe el progresismo. Como se ha dicho, Cristo y los santos del Cielo y de la Tierra, unidos a Él constituyen la Iglesia. Según el Misterio de la Encarnación y su lógica en la que cabe la infirmitas Christi, la Iglesia que como dijo Pascal es “Cristo extendido y perpetuado”, soporta inviernos y noches, la historia lo muestra. Esta realidad –las limitaciones- no pueden conmover la fe de un “indietrista”, ni recluirlo en la amargura de una crítica resentida, despiadada. Al contrario, la consideración de aquellas lo impulsan a amarla con dolor penitencial, y a orar por todos sus miembros. La súplica tendrá por objeto la deseada Luz de la Verdad, y la superación de las circunstancias negativas, con la conversión de los responsables de las aflicciones. De un modo particular, ha de rezar por los pastores del Pueblo de Dios, para que lo apacienten con caridad según la voluntad del Señor. La mirada de la Fe se posa en el Resucitado, y lo contempla en medio de los siete candelabros de oro, como Señor de la Iglesia (cf. Ap 1, 12ss.). La humildad y la caridad –suelo y cima- sostienen esa mirada propia de la Fe.

Dos dimensiones que expresan la rectitud de la Fe o bien su caída en el relativismo son la Liturgia y la cultura cristiana. El Culto Divino está desviado en el culto del hombre; la banalización y la degradación de la Liturgia son prácticamente universales. Me detengo en unos pocos ejemplos que muestran el extremo al que se puede llegar. Dos hechos se registraron en este rincón sureño que es la Argentina: un obispo celebrando misa en la playa, sin ornamentos, salvo la estola sobre su hábito playero y un mate en lugar del Cáliz; y un sacerdote celebrando disfrazado de payaso. Para muestra basta un botón, reza el refrán, aunque la pérdida de exactitud, solemnidad y belleza son generales. En Italia un caso recentísimo: un párroco ofició el Santo Sacrificio en el mar, en una colchoneta inflable, con jóvenes feligreses en traje de baño, que asistían desde la costa. Parece que su obispo se limitó a reprenderlo, pero la Fiscalía local abrió una investigación de oficio por el delito de “ofensa a la Religión”, penada por la legislación italiana. Se dirá que son casos insólitos, pero ¿hubieran ocurrido 50 o 60 años atrás? Además, se destacan en medio de una banalización general: la Liturgia exige que quien asiste se sienta bien, y pase un buen rato.

La Fe es el fundamento de una cultura cristiana, una visión del mundo y del hombre –Weltanschauung, dicen los alemanes- En el proceso de evangelización se recrea de continuo lo que lleva el sello del cristianismo, y que implica un juicio sobre los valores y antivalores vigentes en la sociedad que recibe el Evangelio, para resolver acerca de su compatibilidad y para purificarla de los errores y defectos que contenga. Actualmente la autoridad de la Iglesia se acusa de imponer una cultura ajena al pueblo evangelizado, y pide perdón por ello. Este es el momento de observar que la Fe llega en el “envase” de una cultura: las verdades de la Fe están formuladas según la síntesis del pensamiento judío y la metafísica griega, desposorio que ya había comenzado en el período del Antiguo Testamento, como lo demuestra la traducción de los LXX, que vertió en la lengua griega la Torá, los Nebiyim, y los Ketuvim, de Israel. El Señor encomendó a los Apóstoles hacer discípulos (mathēteusate, Mt 28, 19) en todos los pueblos (panta ta ethnē, Mt 28, 19). La enseñanza y el Bautismo van constituyendo una manera de pensar, sentir y obrar; no se trata de una ideología ni de una gnosis, como lo son los “nuevos paradigmas” preconizados por el progresismo. No toda cultura ancestral es compatible con la novedad de la Fe y la vida cristiana; la inculturación del cristianismo transmite una Tradición que purifica los valores vigentes y asume lo mejor de ellos sin que aquella tradición sea menoscabada o alterada.

Me detengo ahora en dos cuestiones finales que preocupan a los “indietristas” y los afligen a causa de las más recientes posiciones de Roma. La primera es el relativismo en la expresión de la doctrina y la casuística laxista que pretende revisar las posiciones tradicionales en materia de Teología Moral. El caso más notorio es el propósito de cambiar la prohibición de la anticoncepción artificial, decidida por Pablo VI en la encíclica Humanae vitae (1968). El nombramiento de Mons. Vincenzo Paglia al frente del organismo correspondiente (Pontificia Academia para la Vida) es una movida inicial en la dirección predicha. Ahora se agita la cuestión de la infalibilidad de la que no goza el texto del Papa Montini. Es verdad que el Pontífice no declaró hacer uso de esa prerrogativa, pero el contexto indica la voluntad de establecer una doctrina definitiva ante una opinión contraria a la Tradición que se había difundido bajo el viento del “espíritu del Concilio”. Es doloroso recordar que la posición errónea sostenida en la cultura contemporánea había penetrado en la Iglesia; varias Conferencias Episcopales se declararon contra la Humanae vitae. Ahora Roma pareciera querer sumarse al error contra el Orden Natural, hacia lo cual apunta el nombramiento del obispo Paglia. Lo que corresponde –lo digo modestamente, y con todo respeto- es que el Sumo Pontífice ratifique la enseñanza de su predecesor, pues se trata de una cuestión indiscutible.

El otro tema es la afirmación de la Verdad y la unicidad de la Religión Católica como la única verdadera Religión. Muchos comentarios al Concilio Vaticano II han apuntado a una interpretación relativista del diálogo interreligioso. Próximamente se realizará una reunión de líderes religiosos de todo el mundo; el Papa ha sido invitado, y participará de ella. ¿Qué mensaje puede transmitir esa reunión cumbre, sino que todas las religiones son igualmente válidas? En la senda del Vaticano II habría que aclarar que aunque las diversas religiones contengan algunos valores, la Católica es la única verdadera querida por Dios. Puede afirmarse esta doctrina tradicional sin ofender a nadie. También en este caso el “indietrismo” recupera una afirmación que era indiscutible 60 años atrás. Ese tornare indietro asegura el futuro del catolicismo, ¡siempre avanti!

+ Héctor Aguer

Arzobispo Emérito de La Plata

Académico de Número de la Academia Nacional de Ciencias Morales y Políticas.

Académico de Número de la Academia de Ciencias y Artes de San Isidro.

Académico Honorario de la Pontificia Academia de Santo Tomás de Aquino (Roma).

Buenos Aires, lunes 22 de agosto de 2022.

Memoria de la Santísima Virgen María Reina.-

lunes, 22 de agosto de 2022

¿Comunión en la mano? No, gracias (Padre Ildefonso de Asís)

ADELANTE LA FE


En los últimos años, por desgracia, y con la excusa del covid-19, se ha impuesto de forma arrolladora la recepción en la mano del Cuerpo de Cristo. En España, y fuera de España, son muy pocas las Iglesias donde en la Santa Misa apenas unos pocos fieles comulgan con reverencia en la boca (y menos aún de rodillas) siendo en muchos casos observados como “extraños” por los demás fieles y por no pocos sacerdotes. Es un terrible cáncer que se ha hecho viral, nunca mejor dicho, y se ha convertido en algo así como una “pandemia espiritual”.

Ante el mencionado hecho no vale solo lamentarse y orar: es necesario dar argumentos sólidos desde la moral, la liturgia y el derecho canónico ante esta ofensiva diabólica contra la Eucaristía gestada, sorprendentemente, en el interior de la misma Iglesia. Veamos:

Desde el derecho canónico: denunciar el tremendo ABUSO clerical que supone obligar a los fieles a comulgar en la mano en bastantes templos. Un abuso contrario al derecho canónico ante el cual nadie forma “comisiones” para luchar contra dicho abuso y a la vez se multiplican los “perdones” en relación a otra clase de abusos en mucha ocasiones nada demostrados.

Desde la liturgia: recordar que solo el sacerdote tiene las manos ungidas para tocar el Cuerpo de Cristo, y añadir que la comunión en la mano es un elevado riesgo de profanación de las formas eucarísticas así como de su destino final al suelo de la Iglesia, bolsillo o guantes de los fieles…etc.

Desde la moral: porque así como el sacerdote, por muy amigo que sea de un matrimonio, no tiene potestad para acariciar a la mujer del amigo al ser ello cosa única del esposo, cualquier laico por muy fervoroso que sea no tiene potestad para tocar el Cuerpo de Cristo (salvo caso excepcional)

Pero en este breve artículo quiero compartir otro argumento que me vino de un fiel laico quien, con nula formación teológica y mucha sabiduría popular, me expresó en una ocasión y que con gusto repito aquí: “¿Comulgar en la mano? No, gracias; porque yo quiero que la comunión me la de CRISTO y no otra persona, ni siquiera yo mismo. Si el sacerdote es CRISTO durante la Misa, solo Él debe darme la comunión. No quiero que me la de nadie más: ni monja ni catequista ni sacristán…ni yo quiero tomarla en mano porque entonces me la daría yo mismo y quiero recibirla de CRISTO”.

He pensado muchas veces en ese argumento de un laico cuyo anonimato respeto y que personalmente, como sacerdote, me parece acertadísimo. Hagamos eco del mismo en esta oleada demoníaca que pretende, y consigue, protestantizar la liturgia, adulterar la fe católica y sobre todo consigue ofender a DIOS.

Padre Ildefonso de Asís

sábado, 20 de agosto de 2022

San Bernardo de Claraval


San Bernardo de Claraval (1090 - 1153)

Nació en el año 1090, en Fontaine, cerca de Dijon, Francia y murió en Claraval el 21 de agosto de 1153. Sus padres fueron Tescelin, señor de Fontaine y Aleth de Montbard, pertenecientes ambos a la alta nobleza de Borgoña. Bernardo, tercero de una familia de siete hijos, seis de los cuales eran varones, fue educado con un cuidado especial porque aún antes de nacer un hombre devoto le había vaticinado un gran destino. Cuando tenía nueve años, Bernardo fue enviado a una famosa escuela en Chatillon-sur-Seine que seguía la antigua regla de San Vorles. Tenía gran inclinación a la literatura y se dedicó algún tiempo a la poesía. Ganó la admiración de sus maestros con su éxito en los estudios y no menos destacable fue su crecimiento en la virtud. El gran deseo de Bernardo era progresar en literatura, con vistas a abordar el estudio de la Sagrada Escritura para hacerla su propia lengua, como así fue. "Todo en él era piedad," dice Bossuet. Tenía una devoción especial a la Santísima Virgen y nadie ha hablado de manera más sublime de la Reina de los Cielos. Bernardo tenía apenas diecinueve años cuando murió su madre. Durante su juventud no le faltaron tentaciones, pero su virtud triunfó sobre ellas, muchas veces de forma heroica, y desde entonces pensó en retirarse del mundo y llevar una vida de soledad y oración.

San Roberto, Abad de Molesmes, había fundado en el año 1098 el monasterio de Cîteaux, a unas cuatro leguas de Dijon, con el propósito de restaurar la regla de San Benito en todo su rigor. A su regreso a Molesmes dejó el gobierno de la nueva abadía a San Alberico, que murió en el año 1109. San Esteban Harding le sucedió (1113) como tercer Abad de Cîteaux, cuando Bernardo, joven de la nobleza de Borgoña, pidió la admisión en la Orden a la edad de treinta años. Tres años después San Esteban envió al joven Bernardo, el tercero en dejar Cîteaux, al frente de un grupo de monjes para fundar una nueva comunidad en el Valle de Absinthe, o Valle de la Amargura, en la Diócesis de Langres. Bernardo lo llamó Claire Vallée, de Clairvaux (Claraval), el 25 de Junio del año 1115, y los nombres de Bernardo y Claraval son inseparables desde entonces. Durante la ausencia del Obispo de Langres, Bernardo fue investido como Abad por Guillermo de Champeaux, Obispo de Châlons-sur-Marne, que vio en él al hombre predestinado, siervo de Dios. Desde ese momento, nació una fuerte amistad entre el Abad y el obispo, que fue profesor de teología en Notre Dame de París y fundador del convento de San Víctor.

Los comienzos de Claraval fueron confusos y penosos. El régimen era tan austero que afectó a la salud de Bernardo y solamente la autoridad de Guillermo de Champeaux, y la del Capitulo General, pudieron hacer que mitigase sus austeridades. Sin embargo, el monasterio progresó rápidamente. Acudieron gran número de discípulos deseosos de ponerse bajo la dirección de Bernardo. Su padre, el anciano Tescelin, y todos sus hermanos entraron en Claraval como religiosos, quedando en el mundo solamente Humbeline, su hermana, que ingresó pronto en el convento benedictino de Jully, con el consentimiento de su marido. Claraval se quedó pronto pequeño para los religiosos que acudieron, siendo necesario enviar grupos a fundar nuevas comunidades. En el año 1118 se fundó el Monasterio de las Tres Fuentes en la Diócesis de Châlons; en 1119 el de Fontenay en la Diócesis de Auton (ahora Dijon) y en 1121 el de Foigny, cerca de Vervins, en la Diócesis de Laon (ahora Soissons). A pesar de esta prosperidad, el Abad de Claraval tuvo sus pruebas. Durante una ausencia de Claraval, el Gran Prior de Cluny, Bernardo de Uxells, envió al Príncipe de los Priores, en expresión de Bernardo, a Claraval para atraerse al primo del Abad, Roberto de Châtillon. Esto fue ocasión de la más larga y sentida carta de Bernardo.

En el año 1119 Bernardo asistió al primer Capitulo General de la Orden, convocado por Esteban de Cîteaux. Aunque aún no tenía treinta años, Bernardo fue escuchado con la mayor atención y respeto, especialmente cuando expuso sus pensamientos acerca de la revitalización del espíritu primitivo de orden y fervor en todas las órdenes monásticas. Este Capitulo General fue el que dio forma definitiva a las constituciones y regulaciones de la Orden en la "Cédula de la Caridad", confirmada por el Papa Calixto II el 23 de Diciembre de 1119. En 1120 Bernardo compuso su primera obra "De Gradibus Superbiae et Humilitatis" y sus homilías "De Laudibus Mariae". Los monjes de Cluny habían visto, con satisfacción, que los de Cîteaux no destacaban entre las ordenes religiosas por regularidad y fervor. Por esta razón los "Monjes Negros" cayeron en la tentación de acusar a las reglas de la nueva Orden de impracticables. A petición de Guillermo de San Thierry, Bernardo se defendió a sí mismo publicando su "Apología", que consta de dos partes. En la primera parte, prueba su inocencia respecto a las invectivas contra Cluny que le habían sido atribuidas, y en la segunda, expone las razones de su ataque contra los abusos. Declara su profunda estima a los Benedictinos de Cluny, a quien ama igual que a las demás órdenes religiosas. Pedro el Venerable, Abad de Cluny, respondió al Abad de Claraval sin ofender a la caridad lo más mínimo, y le aseguró su gran admiración y sincera amistad. Entretanto, Cluny estableció una reforma, y el mismo Suger, ministro de Luis el Gordo y Abad de San Denis, se convirtió por la apología de Bernardo, terminando de inmediato su mundanal vida y restaurando la disciplina en su monasterio. El celo de Bernardo no acabó aquí sino que se extendió a los obispos, al clero y a los fieles, así como obtuvo destacadas conversiones de personas profanas entre otros frutos de su labor. La carta de Bernardo al Arzobispo de Sens es un verdadero tratado "De Officiis Episcoporum". Por entonces escribió su obra sobre la "Gracia y Libre Albedrío".

En el año 1128 Bernardo asistió al Concilio de Troyes, que había sido convocado por el Papa Honorio II y fue presidido por el Cardenal Matthew, Obispo de Albano. El propósito de este concilio era solucionar ciertas controversias de los obispos de París y regular otros asuntos de la Iglesia de Francia. Los obispos nombraron a Bernardo secretario del concilio y le encargaron la redacción de los estatutos del sínodo. El Obispo de Verdún fue depuesto después del concilio. Entonces recayeron sobre Bernardo injustos reproches, siendo incluso denunciado en Roma por injerencias en asuntos que no conciernen a un monje. El Cardenal Harmeric, en nombre del Papa, escribió a Bernardo una severa carta de amonestación. "No es digno" le dijo "que ranas ruidosas e impertinentes salgan de sus ciénagas para molestar a la Santa Sede y a los cardenales". Bernardo respondió a la carta diciendo que si él había asistido al concilio, había sido arrastrado a ello a la fuerza, como así era. "Ahora bien, ilustre Harmeric", añadió, "si tanto lo deseabas, quién habría sido más capaz de liberarme de la necesidad de asistir que tú mismo? Prohibe a esas ranas ruidosas e impertinentes salir de sus agujeros, abandonar sus ciénagas . . . Entonces, tu amigo, ya no se expondrá a las acusaciones de orgullo y presunción ". Esta carta causó una fuerte impresión en el cardenal y justificó a su autor ante sí mismo y ante la Santa Sede. En este concilio, Bernardo indicó las líneas generales de la Regla de los Caballeros Templarios, que pronto se convertirían en el ideal de la nobleza francesa. Bernardo lo alaba en su "De Laudibus Novae Militiae".

La influencia del Abad de Claraval se notó pronto en los asuntos provinciales. Defendió los derechos de la Iglesia frente a las intromisiones de reyes y príncipes, y recordó sus deberes a Enrique, Arzobispo de Sense, y a Esteban de Senlis, Obispo de París. A la muerte de Honorio II, que ocurrió el 14 de febrero de 1130, un cisma quebró a la Iglesia al ser elegidos dos papas, Inocencio II y Anacleto II. Inocencio II desterrado de Roma por Anacleto se refugió en Francia. El rey Luis el Gordo convocó un concilio nacional de los obispos de Francia en Etampes, y Bernardo, emplazado allá con el beneplácito de los obispos, fue elegido para juzgar entre los dos papas rivales. Él decidió a favor de Inocencio II, motivando su reconocimiento por los principales poderes católicos, fue con él a Italia, serenó los ánimos que agitaban el país, reconcilió Pisa con Génova, y a Milán con el papa y con Lotario. Por deseo de éste, el papa fue a Lieja a consultar con el emperador sobre las mejores medidas a tomar para su regreso a Roma, pues allí Lotario iba a recibir la corona imperial de manos del papa. Desde Lieja el papa volvió a Francia, visitó la Abadía de San Denis, y después la de Claraval, donde su recibimiento tuvo un carácter simple y puramente religioso. Toda la corte pontificia quedó impresionada por la santa conducta de esta comunidad de monjes. En el refectorio solo se encontraron unos cuantos peces para el papa y, en lugar de vino, se sirvió zumo de hierbas como bebida, dice el cronista de Cîteaux. No se sirvió al papa y a sus seguidores un banquete festivo, sino una fiesta de virtudes. El mismo año, Bernardo estuvo otra vez al lado de Inocencio II, para quien era un oráculo, en el Concilio de Reims; y luego en Aquitania, donde consiguió de momento separar a Guillermo, Conde de Poitiers, de la causa de Anacleto.

En 1132, Bernardo acompañó a Inocencio II a Italia y en Cluny el papa abolió los derechos que Claraval pagaba a esa famosa abadía -- acción que dio lugar a una disputa entre los "Monjes Blancos" y los "Monjes Negros" durante veinte años. En el mes de mayo, el papa apoyado por la armada de Lotario entró en Roma, pero sintiéndose Lotario demasiado débil para resistir a los partidarios de Anacleto, se retiró tras los Alpes, e Inocencio solicitó refugio en Pisa en Septiembre de 1133. Entretanto el abad había vuelto a Francia en junio y continuó trabajando a favor de la paz que comenzó en 1130. A finales de 1134 hizo un segundo viaje a Aquitania, donde Guillermo X había recaído en el cisma. Éste hubiera muerto por sí solo si Guillermo hubiera estado desapegado de la causa de Gerardo, que había usurpado la Sede de Burdeos y retenido la de Angulema. Bernardo invitó a Guillermo a la misa que celebró en la iglesia de La Couldre. En el momento de la comunión, colocando la Sagrada Forma sobre la patena, fue a la puerta de la iglesia donde estaba Guillermo y, apuntando hacia la Sagrada Forma, conjuró al Duque a no menospreciar a Dios como hacía con sus sirvientes. Guillermo cedió y el cisma terminó. Bernardo marchó otra vez a Italia, donde Roger de Sicilia estaba tratando de apartar a los de Pisa de su obediencia a Inocencio. Recuperó a la ciudad de Milán para la obediencia, ya que había sido seducida y descarriada por el ambicioso prelado Anselmo, Arzobispo de Milán, recusó a éste y volvió finalmente a Claraval. Creyéndose al fin tranquilo en su claustro, Bernardo se dedicó, con renovado vigor, a la composición de sus piadosos y sabios trabajos, que le han merecido el titulo de "Doctor de la Iglesia". Ahora escribió sus sermones sobre el "Cantar de los Cantares ". En 1137 fue forzado de nuevo a abandonar su soledad, por orden del papa, para poner fin a la querella entre Lotario y Roger de Sicilia. En la conferencia de Palermo, Bernardo convenció a Roger sobre los derechos de Inocencio II y acalló a Pedro de Pisa que apoyaba a Anacleto. Éste murió apesadumbrado y decepcionado en 1138, y con él el cisma. De nuevo en Claraval, Bernardo se ocupó en enviar comunidades de monjes desde su atestado monasterio a Alemania, Suecia, Inglaterra, Irlanda, Portugal, Suiza e Italia. Algunas de ellas, por disposición de Inocencio II, tomaron posesión de la Abadía de las Tres Fuentes, cerca de Salvian Waters en Roma, de donde salió elegido el Papa Eugenio III. Bernardo resumió su comentario al "Cantar de los Cantares", asistió en 1139 al Segundo Concilio General de Letrán y Décimo Ecuménico, en el que fueron definitivamente condenados los aún partidarios del cisma. Por esta época, Bernardo recibió en Claraval la visita de San Malaquías, metropolitano de la Iglesia de Irlanda, creándose entre ellos una estrecha amistad. San Malaquías hubiera tomado con alegría el hábito cisterciense, pero el Soberano Pontífice no hubiera dado su permiso. Sin embargo murió en Claraval en 1148.

En el año 1140 encontramos a Bernardo comprometido en otros asuntos que perturbaron la paz de la Iglesia. A finales del siglo XI, las escuelas de filosofía y teología, apasionadas por los debates y espíritu de independencia que las arrastraron a controversias político-religiosas, se convirtieron en una verdadera liza pública sin otro motivo más que la ambición. Esta exaltación de la razón humana y del racionalismo encontraron un ardiente e influyente defensor en Abelardo, el más elocuente e instruido hombre de la época después de Bernardo. "La historia de las calamidades y la refutación de su doctrina por San Bernardo", dice Ratisbonne, "forman el mayor episodio del siglo XII ". El tratado de Abelardo sobre la Trinidad había sido condenado en 1121 y él mismo había quemado su libro. Pero en 1139 propugnó nuevos errores. Bernardo, informado de ello por Guillermo de San Thierry, escribió a Abelardo, quién le contestó de una manera insultante. Bernardo le denunció al papa, ocasionando un concilio general a celebrar en Sens. Abelardo pidió un debate público con Bernardo; éste mostró los errores de su oponente con tal claridad y lógica que fue incapaz de responder, y fue obligado a jubilarse tras ser condenado. El papa confirmó el dictamen del concilio, Abelardo se sometió sin resistencia y se retiró a Cluny, donde vivió bajo la autoridad de Pedro el Venerable, muriendo dos años después.

Inocencio II murió en 1143. Sus dos sucesores, Celestino II y Lucio, reinaron poco tiempo, y a continuación, Bernardo vio a uno de sus discípulos, Bernardo de Pisa, Abad de las Tres Fuentes y conocido después como Eugenio III, elevado a la Silla de San Pedro. Bernardo le envió, a petición suya, diversas instrucciones que componen el "Libro de Meditación ", cuya idea predominante es que la reforma de la Iglesia debe comenzar con la santidad de su cabeza. Los asuntos temporales son simplemente secundarios, los principales son la piedad, la meditación o consideración, que deben preceder a la acción. El libro contiene una hermosísima página sobre el papado, que ha sido siempre profundamente estimada por los soberanos pontífices, muchos de los cuales la usaron como lectura ordinaria.

Por entonces llegaron alarmantes noticias del Este. Edesa había caído en manos de los turcos, y Jerusalén y Antioquía estaban amenazadas con parecido desastre. Delegaciones de los obispos de Armenia solicitaron ayuda al papa y el rey de Francia también envió embajadores. El papa encomendó a Bernardo predicar una nueva Cruzada y concedió para ella las mismas indulgencias que Urbano II había otorgado a la primera. Se convocó un parlamento en Vezelay, Burgundia, en 1134, y Bernardo predicó antes de la asamblea. El rey Luis el Joven, la reina Leonor y los príncipes y señores presentes se postraron a los pies del Abad de Claraval para recibir la cruz. El santo se vio obligado a usar porciones de su hábito para hacer cruces con las que satisfacer el celo y ardor de la multitud, que deseaba tomar parte en la Cruzada. Bernardo se trasladó a Alemania y los milagros que se multiplicaban casi a cada paso contribuyeron indudablemente al éxito de la misión. El emperador Conrado y su nieto, Federico Barbarroja, recibieron la cruz de los peregrinos de manos de Bernardo, y el papa Eugenio fue en persona a Francia para alentar la empresa. Con motivo de esta visita se celebró un concilio en París, en 1147, en el que fueron examinados los errores de Gilberto de la Porée, Obispo de Poitiers. Él insinuó entre otros disparates que la esencia y los atributos de Dios no son Dios, que las propiedades de las Personas de la Trinidad no son las personas mismas, en resumen que la Naturaleza Divina no se ha encarnado. La discusión se acaloró por ambas partes. La decisión se pospuso para el concilio que tuvo lugar en Reims el año siguiente (1148) y en el cual Eon de l'Etoile era uno de los jueces. Bernardo fue elegido por el concilio para redactar una profesión de fe exactamente opuesta a la de Gilberto, quien por último declaró a los Padres: "Si creéis y afirmáis algo distinto que yo, estoy dispuesto a creer y decir lo que vosotros ". La consecuencia de esta declaración fue que el papa condenó las afirmaciones de Gilberto sin denunciarle personalmente. Después del concilio, el papa visitó Claraval donde celebró un Capitulo General de la Orden y advirtió la prosperidad de la que Bernardo era el alma.

Los últimos años de la vida de Bernardo se vieron entristecidos por el fracaso de la Cruzada que había predicado, cuya completa responsabilidad recayó sobre él. Él había acreditado la empresa con milagros, pero no había garantizado su éxito contra el extravío y perfidia de los que participaron en ella. La falta de disciplina y presunción de las tropas alemanas, las intrigas del príncipe de Antioquía y de la reina Leonor y, finalmente, la avaricia y evidente traición de los nobles cristianos de Siria, impidiendo la toma de Damasco, parecen haber sido la causa del desastre. Bernardo consideró su deber enviar una apología al papa, y ésta figura en la segunda parte del "Libro de Meditación". Allí explica como con los cruzados, al igual que con los hebreos, en cuyo favor el Señor había multiplicado sus prodigios, sus pecados fueron la causa de sus infortunios y desgracias. La muerte de sus contemporáneos sirvieron de aviso a Bernardo de su próximo fin. El primero en morir fue Suger (1152), sobre quien el Abad escribió a Eugenio III: "Si hay algún vaso precioso adornando el palacio del Rey de Reyes, es el alma del venerable Suger". Thibaud, Conde de Champagne, Conrado, emperador de Alemania, y su hijo Enrique, murieron el mismo año. Desde el comienzo del año 1153, Bernardo sintió aproximarse su muerte. El tránsito del papa Eugenio le dio el golpe fatal, al apartarle del que consideraba su mejor amigo y consolador. Bernardo murió a los sesenta y tres años, tras pasar cuarenta en el claustro. Fundó ciento sesenta y tres monasterios en diferentes partes de Europa; a su muerte alcanzaban los trescientos cuarenta y tres. Fue el primer monje cisterciense inscrito en el calendario de los santos y fue canonizado por Alejandro III el 18 de enero de 1174. El papa Pío VIII le concedió el titulo de Doctor de la Iglesia. Los cistercienses le honran como solo se honra a los fundadores de órdenes, por la maravillosa y extensa actividad que dio a la Orden de Cîteaux.

Las obras de San Bernardo son las siguientes:

"De Gradibus Superbiae", su primer tratado; "Homilías sobre el Evangelio 'Missus est'" (1120); "Apología a Guillermo de San Thierry", contra las pretensiones de los monjes de Cluny; "Sobre la conversión de los clérigos", libro dirigido a los jóvenes eclesiásticos de París (1122); "De Laudibus Novae Militiae", dirigido a Hughes de Payns, primer Gran Maestre y Prior de Jerusalén (1129). Esta obra es un elogio de la orden militar fundada en 1118 y una exhortación a los caballeros para conducirse con valor en su condición. "De amore Dei", donde San Bernardo muestra que la manera de amar a Dios es amarle sin medida, y da diferentes grados de este amor; "Libro de preceptos y gobierno " (1131), que contiene respuestas a cuestiones sobre ciertos puntos de la Regla de San Benito sobre las que el abad puede, o no, dispensar; "De Gratiâ et Libero Arbitrio", en la que prueba el dogma católico de la gracia y libre albedrío de acuerdo con los principios de San Agustín; "Libro de Meditación ", dirigido al papa Eugenio III; "De Officiis Episcoporum", dirigido a Enrique, Arzobispo de Sens. Sus sermones son también numerosos:

"Sobre el Salmo 90, 'Qui habitat'" (alrededor de 1125); "Sobre el Cantar de los Cantares ". San Bernardo explica, en ochenta y seis sermones, únicamente los dos primeros capítulos del Cantar de los Cantares y el primer verso del tercer capítulo. También sus ochenta y seis "Sermones para todo el año" y sus "Cartas" en número de 530. Se han encontrado entre sus obras muchas cartas, tratados, etc. que se le atribuyen falsamente, tales como "La Escala del Claustro " que es una obra de Guigues, Prior de La Gran Cartuja, las Meditaciones, la Edificación de la Casa Interior, etc.

M. GILDAS

Transcrito por Janet Grayson

Traducido por Miguel Villoria de Dios

miércoles, 17 de agosto de 2022

Noticias del 17 de agosto de 2022


EL ESPAÑOL DIGITAL: La verdad sin complejos.

- Crece el escándalo: Defensa obliga a la «vacunación» de sus miembros por medios ¿coercitivos e inconstitucionales?

https://www.xn--elespaoldigital-3qb.com/crece-el-escandalo-defensa-obliga-a-la-vacunacion-de-sus-miembros-por-medios-coercitivos-e-inconstitucionales/

CONTANDO ESTRELAS

- Un inexplicable silencio mediático ante una escandalosa y cínica declaración de Sánchez

https://www.outono.net/elentir/2022/08/17/un-inexplicable-silencio-mediatico-ante-una-escandalosa-y-cinica-declaracion-de-sanchez/

INFOVATICANA

- Continúa el asedio a la Iglesia en Nicaragua: el régimen sandinista arresta a otro sacerdote.

Selección por José Martí

El Papa Francisco define a Cuba como un símbolo. ¿Acerca de?



En un servicio de streaming de Televisa-Univision, las declaraciones del Papa no pueden dejar de haber despertado consternación en quienes sufren en esta isla-cárcel comunista.
"Quiero mucho al pueblo cubano", dijo Francesco. “También confieso que mantengo una relación humana con Raúl Castro”. Su referencia a Raúl Castro es como decir que, aunque ama a los presos de esta prisión, se lleva bien con el director responsable de su sufrimiento. Para aumentar la confusión, el Papa llamó a Cuba "un símbolo" y un país con "una gran historia".
Los comentarios se producen poco más de un año después de las protestas antigubernamentales más grandes que ha visto el país en décadas para exigir la liberación del comunismo. Las protestas habían sido tan intensas que muchos pensaron que el fin del régimen podría estar a la vista. Sin embargo, el régimen comunista reprimió brutalmente las manifestaciones pacíficas. Muchos manifestantes fueron objeto de detenciones arbitrarias, torturas y penas de prisión draconianas. El Vaticano y Occidente dejaron pasar ese aniversario sin comentarios.

Mientras tanto, la miseria continúa. Una reciente epidemia de dengue demuestra la gravedad de la situación y la indiferencia de Occidente ante el sufrimiento de Cuba.

La enfermedad del dengue es transmitida viralmente por mosquitos y causa fiebre, vómitos e incluso la muerte. La prevención y el tratamiento de la fiebre del dengue no son complicados en la mayoría de los países modernos. Los programas de fumigación y erradicación de mosquitos suelen prevenir una propagación significativa de la enfermedad. Aunque no existe un tratamiento específico para la fiebre del dengue, el diagnóstico temprano y el tratamiento hospitalario adecuado mitigan sus efectos y minimizan las muertes en la mayoría de los países normales.

Sin embargo, Cuba no es un país normal y todo parece conspirar contra un tratamiento médico adecuado.

Para empezar, la mayoría de las agencias gubernamentales tienen informes contradictorios sobre la extensión de la enfermedad. Nadie sabe cuántos están afectados, ya que el sistema de salud no tiene material de prueba. Las estadísticas gubernamentales son notoriamente poco confiables. Los videos compartidos en las redes sociales por los cubanos que sufren presentan una imagen más precisa de la devastación de la enfermedad y la presión sobre el sistema de salud pública. Escenas dramáticas en la sala de emergencias y en los hospitales muestran la impotencia de la mayoría de los pacientes, ya que los médicos no tienen nada que ofrecer.

Contribuir a la epidemia de dengue es la falta de disponibilidad de medicamentos y servicios simples. No hay redes protectoras en las ventanas para mantener alejados a los mosquitos. Las personas usan agua almacenada incorrectamente en sus hogares, ya que la mayoría tiene acceso limitado al agua corriente. Los repelentes y mosquiteros no están fácilmente al alcance de la población. También falta el larvicida y el diésel necesario para la fumigación.

Las cosas empeoran si la persona con dengue llega al hospital. Los pacientes deben traer su propia ropa de cama. Muchos hospitales carecen de agua corriente y suministros básicos como guantes, jeringas y otros materiales. Hay escasez de medicamentos que están fácilmente disponibles en las farmacias de otros lugares. La falta de gasolina afecta los servicios de ambulancias para transportar pacientes que necesitan atención urgente.

Peor aún son los cortes de luz que duran varias horas al día. Los funcionarios culpan a un "déficit de producción de energía", lo que significa que varias plantas de generación no funcionan porque, como la mayoría de las demás infraestructuras del país, carecen de mantenimiento o reparación. La escasez crónica de alimentos y los disturbios civiles también contribuyen al desastre.

Este es claramente un país que vive en un estado de emergencia y que necesita ayuda. Sin embargo, ha vivido en este estado durante décadas y sus funcionarios insisten en que no necesita ayuda. El pobre país comunista solo empeora a medida que se derrumba con su ideología fallida, que nunca puede producir prosperidad.
De hecho, aún peor es que los teólogos de la liberación y los izquierdistas occidentales señalan a Cuba como un modelo, o incluso un paraíso, para el mundo. Difunden el mito de que Cuba tiene uno de los mejores sistemas de salud del mundo. Mientras tanto, su gente está muriendo de escasez de salud.
Efectivamente, Cuba es un símbolo . Por un lado, simboliza la continuación de la tiranía, la miseria y la brutalidad comunistas. Para Occidente, Cuba es un doloroso símbolo de su propia indiferencia e hipocresía. Los que aún resisten en Cuba son símbolo de la valentía y la perseverancia cristianas que anticipan el día en que serán libres para escribir la "gran historia" que les espera.

John Horvat - Fuente

NOTICIAS del 16 de agosto de 2022


EL ESPAÑOL DIGITAL

- La Ley del silencio (A propósito de las llamadas "vacunas" Covid

https://www.xn--elespaoldigital-3qb.com/la-ley-del-silencio/


- ‘Rasgando la Penumbra’: la revista a la vanguardia del futuro

https://www.xn--elespaoldigital-3qb.com/rasgando-la-penumbra-la-revista-a-la-vanguardia-del-futuro/

LA GACETA

- El Foro de Davos propone que la Inteligencia Artificial limite las ‘opiniones odiosas’ (Carlos Esteban)


https://gaceta.es/mundo/el-foro-de-davos-propone-que-la-inteligencia-artificial-limite-las-opiniones-odiosas-20220816-0750/

- Por quién doblan las campanas (Fernando Sánchez Dragó)

https://gaceta.es/opinion/por-quien-doblan-las-campanas-20220816-1814/

CHIESA E POST CONCILIO


- “Nicaragua, Mons. Álvarez arriesga su vida. Que el Papa hable"

https://chiesaepostconcilio.blogspot.com/2022/08/nicaragua-mons-alvarez-rischia-la-vita.html

Selección por José Martí

El Vaticano renueva su mensaje de vacunación como “acto de amor” (Carlos Esteban)



Pese a que la eficacia de la vacuna contra el Covid se ha demostrado sobradamente insuficiente para detener la transmisión de la enfermedad y crecen las dudas sobre su seguridad, el Dicasterio para la Promoción del Desarrollo Humano Integral reitera el llamado del Papa a los fieles de que inocularse es ‘un acto de amor’ en nuevo material promocional.

Las autoridades han levantado el pie del acelerador en su campaña de vacunación universal. El pase vacunal, hace poco obligatorio para realizar muchísimas actividades normales en buena parte del mundo, se va levantando en un país tras otro, a medida que casos inocultables como los de Justin Trudeau, Joe Biden o el mismísimo Albert Bourla, CEO de Pfizer, demuestran que la promesa de las vacunas de parar la transmisión de la enfermedad no se ha cumplido en absoluto.

Por otra parte, los efectos secundarios, mucho más numerosos y graves que los de cualquier vacuna de los últimos decenios, amenazan con convertirse en una emergencia sanitaria y con colapsar los tribunales con demandas judiciales.

Pero en el Vaticano siguen erre que erre y acaba de publicar nuevo video que renueva los llamados para el desarrollo y distribución de vacunas para el coronavirus como un “acto de amor”.

“La pandemia y el magisterio del Papa Francisco” es la tercera parte de una serie de materiales creados por el Dicasterio para el Servicio del Desarrollo Humano Integral del Vaticano, en colaboración con su Comisión COVID-19 , informó el viernes Vatican News .

El objetivo expreso del proyecto es “explorar las enseñanzas del Papa sobre la crisis sanitaria mundial, reafirmando que de la crisis no se sale igual, sino mejor o peor”.

Uniendo imágenes archivadas del Santo Padre, el video destaca el aliento del Papa a los fieles a tomar las inyecciones de COVID «como un acto de amor», a pesar de que las tomas disponibles se derivaron de líneas de células fetales abortadas.

“Estar vacunado con las vacunas autorizadas por las autoridades competentes es un acto de amor”, se muestra diciendo al Papa al comienzo del video, “y contribuir a que la mayoría de las personas estén vacunadas es un acto de amor. Amor por uno mismo, amor por la familia y los amigos, amor por todas las personas”.

El video también destacó el llamado del Papa para que las vacunas contra el COVID-19 se distribuyan primero entre los “más pobres y vulnerables”, denunciando la posibilidad de que “se dé prioridad… a los más ricos”.

“Sería triste que esta vacuna se convirtiera en propiedad de esta nación o de otra, en lugar de ser universal y para todos”, dijo el Papa.

Carlos Esteban

martes, 16 de agosto de 2022

Las palabras de Feijóo sobre el PNV y Vox: luego que nadie diga que no se podía saber



A veces la actitud de algunos votantes a la hora de decidir su voto recuerda mucho a la actitud de algunas personas a la hora de elegir a su pareja.



Hay gente que se enamora de personas maleducadas y que tratan mal a quien les quiere (no indico género gramatical, pues ocurre en ambos sexos). Esa gente siempre conserva la esperanza de que esa pareja llegará a cambiar. Pero pasan los años y esa pareja no sólo no cambia sino que va a peor, pues ha encontrado a una buena persona que le consiente de todo. Un día acabas enterándote de que alguna de esas buenas personas por fin abrió los ojos y decidió abandonar a esa pareja, y después de tantos años aguantando de todo se pregunta, por fin, qué vio en aquella criatura que se lo hizo pasar tan mal, como si nunca hubiera tenido ningún indicio de la clase de persona con la que se juntaba.

Feijóo acentúa sus coincidencias con el PNV y sus diferencias con Vox

Pues en la política pasa lo mismo. Y no sólo en las relaciones entre los políticos y sus votantes, sino también en el trato entre los propios políticos. Veamos un ejemplo. Ayer El País publicó una entrevista con Alberto Núñez Feijóo. La entrevista sólo es accesible a suscriptores, pero el diario de PRISA la deja al descubierto en el código fuente y por ahí se puede leer completa. Feijóo asegura que tiene “una relación muy cordial con Urkullu”, el presidente del Partido Nacionalista Vasco (PNV), y añade:

“Coincidimos en políticas industriales, fiscales, energéticas; discrepamos en la visión del Estado. Pero mi objetivo era y es conseguir una mayoría suficiente para gobernar. Es lo que he hecho siempre. Y en las últimas andaluzas lo logramos. Hablar con el PNV es mucho más fácil que hablar con el PSOE“.

En este punto, el entrevistador le pregunta: “¿Y es más fácil que hablar con Vox?” 

Y Feijóo contesta:

“En muchas cosas sí, es más fácil. Porque el PNV cree en las autonomías y nosotros también. Yo respeto a los votantes de Vox y a sus dirigentes: no va a encontrar aquí descalificaciones contra Vox; lo que va a encontrar es un llamamiento a la concentración del centroderecha reformista en España. El mejor aliado electoral del PSOE es la existencia de Vox. Vox se presenta a las elecciones y tiene votos: no compartimos ni su visión de Europa, ni su visión de las autonomías, ni su visión de la Constitución, ni otras cuestiones”.

Observaréis que Feijóo dice coincidir en cuatro cosas con el PNV, pero es incapaz de decir ni una en la que coincida con Vox. Es más: el presidente del PP cita un solo tema en el que discrepa del PNV y después cita cuatro temas en los que no coincide de Vox, además de añadir el “otras cuestiones”, para dejar claro que las diferencias no acaban ahí. Ante eso, el entrevistador le reprocha: “Pero pactan con ellos”. Y Feijóo se defiende así:

“Hemos pactado en Castilla y León. Antes intentamos pactar con el PSOE: la respuesta fue “vayan ustedes a nuevas elecciones”. ¿Esa era la solución?”

Es decir, que Feijóo deja claro que si el PP ha pactado con Vox en Castilla y León es porque no logró pactar con el PSOE. Me imagino las caras que estarán poniendo algunos votantes del PP en este momento. Pero ahí no acaba la cosa. 

El entrevistador añade: “¿Podrían repetir entonces el pacto con Vox en las generales si hubiera riesgo de repetición electoral? ¿En qué condiciones?” En su respuesta, y al más puro estilo de Mariano Rajoy y de Pablo Casado, Feijóo es incapaz de decir que sí:

“Ya he explicado mi proyecto político, que se basa en tener una mayoría suficiente para gobernar. No voy a renunciar a mi propia biografía política. Que se nos pregunte continuamente si el PP estaría dispuesto a pactar con Vox cuando el PSOE gobierna con Bildu me parece un mal chiste“.

El PP, el PNV, Vox y la Constitución: hechos son amores…

Así pues, lo que queda claro de esta entrevista es que Feijóo se siente más a gusto hablando con el PNV que con Vox, a pesar de que Vox defiende la unidad de España y el PNV es un partido separatista, con todo lo que eso conlleva. Recordemos, por ejemplo, que en 2013 el portavoz del PNV en el Congreso afirmó: “El PNV nunca aprobó la Constitución Española", señalando que se abstuvo, y dando esta razón: “El PNV no podía dar su OK a una Constitución que no reconocía al pueblo vasco como nación“. ¿Ésta es la idea de las autonomías con la que coincide el señor Feijóo? Recordemos, además, que esa Constitución que no le gusta al PNV ha sido defendida por Vox con más de 30 recursos ante el TC en esta legislatura (en el mismo tiempo el PP ha presentado 14).

La comprensible afinidad entre Feijóo y el PNV

Tengo que confesar que la afinidad de Feijóo por el PNV no me coge de sorpresa. Vivo en Galicia y viendo las políticas filonacionalistas y progres de Feijóo como presidente de la Xunta, es normal que se sienta mucho más próximo al PNV, que ha guardado en algún cajón su conservadurismo de antaño para entregarse en cuerpo y alma al consenso progre en todos los ámbitos. Es también normal que Feijóo se muestre frustrado por tener que pactar con Vox al no lograr pactar con el PSOE, ya que a fin de cuentas el PP y el PSOE son ideológicamente cada vez más parecidos e incluso no han tenido reparos en repartirse el Tribunal Constitucional (TC), el Tribunal de Cuentas, la oficina del Defensor del Pueblo y el consejo de RTVE (este último pacto, por cierto, también benefició al PNV).

Feijóo quiere a los votantes de Vox para pactar con el PNV

Lo que no resulta creíble es el supuesto respeto de Feijóo por Vox. De hecho, dice que no va a lanzar descalificaciones contra este partido, y nada más decirlo afirma que la existencia de Vox es “el mejor aliado electoral del PSOE”, el mismo PSOE con el que Feijóo se siente frustrado porque no quiere pactar con el PP. Y es que el problema de ser un mentiroso es que cuesta mucho coordinar tantas mentiras a la vez. En este punto, Feijóo tiene el mismo problema que Casado.

Al final, de lo que uno se da cuenta es de que Feijóo sólo quiere de Vox sus votos, aunque no esté dispuesto a ofrecer nada a sus votantes, porque está acostumbrado a gente que le otorga su voto a cambio de nada (o incluso a cambio de traiciones como la que nos hizo Feijóo en Galicia con la libertad lingüística) y se cree que los votantes de Vox se dejarán engatusar (lamentablemente, he de decir que en algunos casos sí, como esos votantes de Vox en Galicia que en 2020 decidieron apoyar al PP, y que luego se lamentaban porque Feijóo seguía haciendo las mismas políticas progres y filonacionalistas de siempre, como si no hubiesen tenido indicios de ello durante 11 años).

Al igual que Pablo Casado, Feijóo sólo sabe ofrecer a los votantes de Vox esa coletilla del “centro-derecha” con la que el PP sigue captando votos de derechas para hacer políticas de izquierdas. Para el PP, eso del “centro-derecha” no es más que un anzuelo que saca en cada campaña electoral para pescar a los despistados. A la hora de la verdad, Feijóo quiere el apoyo de los votantes de Vox para poder pactar con el PNV. Porque pactar con 9 diputados del PNV (si este partido repitiese su resultado actual) le resultaría más fácil e ideológicamente más placentero para pactar con 52 o más diputados de Vox, que a diferencia del PP y del PNV, es un partido que no participa en el consenso progre y que no sueña con pactar con el PSOE, como sí sueña Feijóo.

La mala memoria del presidente del PP con lo que hizo el PNV en 2018

Eso sí, Feijóo debería hacer memoria. El PP se ha hecho con varios gobiernos autonómicos y locales gracias al apoyo de Vox, a pesar de las diferencias ideológicas entre ambos partidos (básicamente, las que hay entre el vacío ideológico del PP y la claridad de principios de Vox). Lo que el PP logró del PNV es una traición en 2018 que acabó con el gobierno de Rajoy. Y es que como apuntaba al principio, la inexplicable actitud de algunas personas al buscar pareja no sólo se parece a la de algunos votantes al apoyar a tal o cual partido, sino también a la de ciertos políticos al buscar aliados. En el PP parecen estar deseando volver con un PNV que les puso los cuernos con el PSOE. A lo mejor piensan que sólo fue un desliz, que esas cosas pasan y que seguro que los recogenueces ya han cambiado y se merecen una segunda oportunidad.

La realidad es que el PNV no ha cambiado y el PP tampoco. Sigue siendo un partido empeñado en tomarle el pelo a sus votantes, en la creencia de que bastará agitar el miedo a la izquierda para que los votantes descontentos vuelvan a su lado, aunque sea con la nariz tapada

¿Cuánto tardarán algunos en abrir los ojos y darse cuenta de que lo que esperan del PP es una falsa ilusión? Por supuesto, cada uno es muy libre de votar lo que le dé la gana. Eso sí: si algún día caen de la burra, al menos no vengan luego diciendo que no se podía saber, puesto que Feijóo ya ha dejado muy claras sus intenciones.

Elentir

lunes, 15 de agosto de 2022

Los silencios del ¿católico?



A estas alturas de pontificado, y oído lo oído y visto lo visto, no es extraño que algunos se planteen si el Papa Francisco es, o no es católico.

Lo de Canadá es la gota que ha desbordado el vaso: «Pedir perdón por los pecados inexistentes de los Misioneros es un acto despreciable y sacrílego de sumisión al Nuevo Orden Mundial»

Sigue muy presente el análisis de Viganò; con su habitual claridad, nos abre los ojos a la gravedad de cancelar la cultura: “…detrás de toda acusación infundada contra Cristo y contra Su Cuerpo Místico que es la Iglesia, se esconde el diablo, el mentiroso, el acusador. Y es evidente, más allá de toda duda razonable, que esta acción satánica está inspirando los hechos relatados en la prensa en estos días, desde el pérfido mea culpa de Bergoglio por los supuestos pecados de la Iglesia Católica cometidos en Canadá contra los pueblos indígenas, hasta la participación en los ritos paganos y ceremonias infernales de evocación de muertos».
Specola

domingo, 14 de agosto de 2022

“El Sacramento de la Penitencia” Conferencia de Fr. Ceslas Spicq OP del retiro dado a las monjas de Ozom, el 30 de septiembre de 1972.



Nuestro Señor Jesucristo vino a la tierra, no para los justos sino pan los pecadores, pues no son -dice- los sanos sino los enfermos los que tienen necesidad de médico. Convenía, pues, que el Salvador diese una solemnidad particular a su primera intervención en favor de las almas heridas por el pecado. Desde el comienzo de su ministerio en Galilea, “un día que estaba enseñando -nos dicen los evangelistas- estaban sentados algunos fariseos y doctores de la ley, que habían venido de todos los pueblos de Galilea, y de Judea, y de Jerusalén. El poder del Señor le hacía obrar curaciones. En esto, unos hombres trajeron en una camilla a un paralítico. Jesús, viendo su fe, le dice: 'Hombre, tus pecados te quedan perdonados'. Los escribas y los fariseos empezaron a pensar: '¿Quién es éste, que dice blasfemias? ¿Quién puede perdonar pecados sino sólo Dios?'. Conociendo Jesús sus pensamientos les dijo: '¿Qué estáis pensando en vuestros corazones? ¿Qué es más fácil decir: tus pecados te son perdonados, o decir: levántate y anda?'. Pues para que sepáis que el Hijo del hombre tiene en la tierra poder para perdonar los pecados, yo te digo -dijo al paralítico-: '¡levántate, toma tu camilla y vete a tu casa!'. Y al instante, levantándose delante de ellos, tomó la camilla en que yacía y se fue a su casa, alabando a Dios. El asombro se apoderó de todos, y glorificaban a Dios. Y llenos de temor decían: 'Hoy hemos visto cosas increíbles'” (Lc 5, 17 ss.). 

Esta maravilla, Jesús debió repetirla a menudo en el curso de su ministerio, frente a María Magdalena, a la mujer adúltera, al buen ladrón, por no citar más que los casos más célebres. Siempre reivindica el derecho y el poder de perdonar los pecados, no sólo en virtud de una delegación recibida de Dios, como lo hacemos nosotros, los sacerdotes, sino en su propio nombre, por su propia autoridad. Y he aquí por qué los oyentes, que no creen en su divinidad, se escandalizan: “¡Blasfema!”. Perdonar el pecado, ofensa hecha a Dios, no pertenece más que a Dios. Pero porque Cristo es Dios, no le es más difícil purificar un alma manchada que restituir la salud a un cuerpo paralizado. 

En el caso presente, la curación que concede es signo de la eficacia del perdón interior. El Cristo-Dios es el Señor de la naturaleza y de la gracia. Puede según su beneplácito, arrancar un alma al infierno, o un cuerpo a la tumba. Él “libera” a los hombres cautivos del pecado, como lo expresa la locución “poder de las llaves” que evoca la potencia de abrir y de cerrar. Este poder que Cristo tenía por su misma naturaleza de Hijo de Dios, lo ha comunicado a sus Apóstoles en términos expresos: “Tú eres Pedro y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia, y las puertas del Hades no prevalecerán contra ella. A ti te daré las llaves del Reino de los cielos; y lo que ates en la tierra quedará atado en los cielos, y lo que desates en la tierra quedará desatado en los cielos” (Mt 16, 18-19; 18, 18). Perdonar los pecados, salvar las almas, es pues la función permanente de la Iglesia, en el curso de los siglos. Ella debe continuar la obra esencial del Verbo encarnado. Desde la mañana de su resurrección, Cristo la delegará a sus Apóstoles en estos términos: “Como el Padre me envió, también yo os envío... recibid el Espíritu Santo. A quienes perdonéis los pecados, les quedan perdonados; a quienes se los retengáis, les quedan retenidos” (Jn 20, 22-23). 

Desde entonces, todos los sacerdotes, válidamente ordenados, tienen el poder divino, el mismo poder de Cristo, de absolver todas las ofensas cometidas contra Dios. Cuando ellos pronuncian sobre un alma la fórmula “Ego te absolvo”: “yo te absuelvo”, la sentencia del cielo no precede a la suya, sino que la sigue, se identifica con ésta. Dios se ha comprometido a ratificar todas las sentencias que se pronuncian en el “tribunal de la penitencia”. ¡Qué prodigio! ¿Es posible que una rama muerta reverdezca, que una construcción en ruinas se reconstruya, que un cadáver reviva? Sí, es posible, incluso es una certeza, es un dogma de fe. La gracia de Cristo-Salvador que otrora curara al paralítico, continúa su acción en vosotros, ella os alcanza, ella os toca. El sacerdote os aplica inmediatamente la sangre del Calvario, cuya virtud purificadora es infinita. La fuente abierta en el Gólgota baña a todas las almas cristianas, y he aquí por qué aquellos a quienes ha matado el pecado pueden revivir, porque todas las destrucciones operadas por el mal en un corazón humano pueden ser reparadas, como lo escribía san Agustín: “Me es suficiente confesar lo que soy para devenir lo que no soy”. Esta transformación interior y súbita, tan radical, la ha realizado una simple palabra: “Yo te absuelvo”. ¡Qué maravillosa eficacia! 

¿Se podría entonces concluir que no tenemos más que ir al confesionario para ser absueltos? ¿Sería el sacramento un rito mágico? La experiencia, por el contrario, prueba que muchos penitentes reciben absolución tras absolución sin que su vida pecadora se modifique. En realidad, el sacramento de la Penitencia requiere que el hombre colabore con Dios. El pecado, en efecto, hace de nosotros un miembro enfermo, a veces un miembro muerto en el seno del organismo espiritual que es el cuerpo místico de Cristo. Ahora bien, ninguna medicina obra en definitiva si el miembro enfermo no reacciona por sí mismo vitalmente para deshacerse del mal, y mucho menos si la fuerza vital no se torna el artesano de esta reacción saludable. He aquí por un lado la necesidad de la iniciativa divina (sacramento) y, por otro, la necesidad de nuestra cooperación personal, de nuestros propios sentimientos interiores (virtud de la penitencia). Ubiquemos bien los términos del problema: Dios perdona, lo hemos dicho. Él da su gracia. Por tanto, el sacerdote absuelve: “Tú, que te arrepientes, tú que te acusas; yo, ministro de Jesús, te perdono; no en mi calidad de hombre; soy pecador como tú, pero yo te absuelvo: en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo; en el nombre de aquél que es la única fuente de la vida que tú has perdido o que languidece en ti”. Pero por otra parte, el hombre debe arrepentirse, debe tener el dolor de su pecado y hacer por medio de la confesión un gesto que pruebe la calidad misma de su arrepentimiento. Él ha ofendido a Dios, se va a dirigir a Dios. “Por mi culpa, por mi culpa, por mí gravísima culpa”. 

La Penitencia es un sacramento precisamente porque ella es el signo exterior y eficaz a la vez de nuestro arrepentimiento y del perdón de Dios. Contrición del pecador y gracia divina están tan íntimamente ligadas que constituyen el sacramento mismo. La proposición de la gracia sin contrición del hombre, carece de efecto; la contrición del pecador sin la aceptación de Dios no puede por otra parte remitir los pecados. Pero es suficiente que el pecador confiese su falta a un sacerdote, y he aquí que su contrición deviene eficaz; ella provoca con certeza infalible la misericordia divina. Esto es lo que nos es necesario comprender bien y explicar: el efecto inmediato de la absolución no es otro que la consagración misma de la penitencia interior del pecador que recibe la virtud divina, la remisión de los pecados y la gracia santificante. En otras palabras, los sentimientos personales de penitencia son siempre indispensables para obtener la remisión de los pecados, pero la gran maravilla es que Dios haya elevado esta penitencia interior a la dignidad de un sacramento; de ahí su nombre de “sacramento de la penitencia”.

Veamos previamente lo que es la virtud propiamente dicha de la penitencia, requerida para la recepción válida del sacramento. Para que Dios tenga piedad de nosotros y sustituya su justicia vindicativa por la misericordia, es necesario que el pecador desapruebe su pecado, rebelión de la voluntad humana contra las órdenes sagradas e inviolables de la voluntad divina. Pecando, el hombre -según la enérgica expresión de la teología- le da la espalda al Bien Supremo para buscar en las creaturas la satisfacción de la inmensa necesidad de ser feliz que atormenta a su corazón. Mientras permanece en esta postura injuriosa, la cólera de Dios está pronta para hacerse sentir sobre él. Para que Dios renuncie a sus rigores y se abandone a los afectos paternales de su corazón, es necesario que el pecador haga de alguna manera un cambio y ejerza sobre sí mismo, voluntariamente, las exigencias de la Justicia.

La virtud de la penitencia es la que, según Tertuliano “llena en la vida del hombre el papel de la Justicia divina: poenitentia Dei indignatione fungitur”. Los antiguos nos la han representado bajo los rasgos de una divinidad austera, dedicada a compensar por medio de castigos, los placeres errados de la iniquidad. Más exactamente, la virtud de la penitencia puede definirse así: “Un dolor del alma producido por la falta cometida”; no se trata de una tristeza o de una emoción cualquiera de la sensibilidad al recordar pecados pasados, sino de un dolor de la misma alma, es decir, de una detestación, maduramente reflexionada y querida, de nuestras faltas. Ella detesta el pecado en tanto que es una injuria y una ofensa contra Dios, supremo Maestro y soberano legislador, y que tiene un estricto derecho a que todas nuestras acciones estén dirigidas, orientadas hacia El como hacia nuestro último fin, que exige por lo tanto reparación y satisfacción, por parte de su creatura, si ésta por el pecado, ha violado sus derechos

Veis así que la penitencia es una parte de la gran virtud de la justicia, que ejerce respecto a Dios, un acto de restitución; repara los derechos de Dios que fueran lesionados por la ofensa voluntaria y culpable del pecado. Indudablemente el pecador nunca podrá devolver a Dios tanto como le había quitado; los medios de que dispone el deudor son ínfimos en relación con la deuda que ha contraído; la distancia entre el Creador y su creatura es demasiado grande para que ésta pueda compensar rigurosamente el honor ultrajado de Aquél; y es por eso que Dios debe conceder una gracia operante para remitir la falta y finalmente su perdón será gratuito. Pero al menos el pecador se esfuerza en reparar y llorar su falta lo más posible, y es un sentimiento de justicia que humilla, que lo prosterna a los pies de su Dios y que transformará de alguna manera su crimen a la vez en castigo y en gracia.

Tal es la conversión del pecador y su eficacia: “convertíos, claman los profetas, y haced penitencia” (Ez 18, 30; 33, 11; Jer 3, 14). Mientras el hombre permanece apegado a su pecado, Dios no puede perdonarlo. Su misericordia no nos alcanza más que en la medida en que el alma, que se había rebelado contra El, hace un nuevo giro hacia Dios. No es Dios quien debe cambiar -Él es inmutable- somos nosotros; nuestra voluntad se desprende del pecado, lo rechaza, lo expele, rompe sus lazos infames y se vuelve libremente hacia Dios; ella se rehace; Dios no resiste al llamado de esta espléndida contrición. Nos lo ha dicho por boca del salmista: “Cor contritum et humiliatum Deus non despiciet”. “Oh Dios, tú no desprecias un corazón contrito y humillado”.

Declara que no está ofendido por el pecado cometido. A sus ojos, la falta no existe más; la Escritura misma dice que la arroja a sus espaldas. Todo el pasado es olvidado, borrado. La gracia, que deriva de Dios como la luz llega del sol, afluye a esta alma bien orientada y preparada para recibirla, ella la baña, la purifica, la santifica. La virtud de la penitencia ha dispuesto a este pecador criminal para devenir un hijo de Dios bueno y puro. Si es cierto que la virtud de la penitencia obtiene la remisión de los pecados, se plantea la cuestión de saber si el sacramento de la Penitencia no sería entonces superfluo; por lo menos, ¿cómo puede comprenderse su papel en relación a la virtud que nosotros hemos analizado? La respuesta es tan importante como fácil. En tanto que virtud, la penitencia no es más que una disposición del alma para la remisión de los pecados: Dios perdona cuando ve un alma enteramente llena de dolor frente a sus faltas, contrita, profundamente arrepentida. Pero, ¿quién no sabe qué difícil es al pecador tener un arrepentimiento sincero, proporcionado a sus crímenes, tener un sentimiento tal de justicia que quiera reparar completamente sus ofensas y desterrar toda su falta? En el sacramento, por el contrario, la virtud de la penitencia devendrá la causa misma de nuestro perdón (cf. Suma Teológica, Supl. q. V a. 1). Me explico: el sacramento de la Penitencia está constituido por la unión de la contrición del pecador y de la gracia de Dios. Mientras que en los otros sacramentos, la gracia nos viene por el canal de una materia exterior: el agua en el Bautismo, el santo Crisma en la Confirmación; aquí son los sentimientos y los mismos actos del pecador los que devienen el canal, el instrumento de la gracia que alcanza a su alma. El único sacramento análogo es el Matrimonio, en el que la gracia obra por mediación del juramento que se hacen, uno a otro, los esposos; no se emplea ni agua, ni pan, ni vino, ni óleo; sino que por la declaración de los cónyuges, expresión de su voluntad, la virtud divina se apodera de ella y transforma estas palabras humanas en puente permanente de gracia. Así Dios ¡qué cosa espléndida!- ha elevado la penitencia del pecador a la dignidad de un sacramento. Es decir que la más humilde contrición, elevada, intensificada, espiritualizada por la virtud de la absolución, es realmente, inmediatamente causa de la purificación perfecta del alma. Dios se sirve de los sentimientos de arrepentimiento del hombre para darle, por medio de ellos, su perdón. No se trata de una simple disposición, o de un puro deseo que ocasionan la intervención de la misericordia paternal de Dios, como se dijo antes; incluso no se trata de un canal, sino de una causalidad, de una eficiencia real: en el confesionario, la contrición declarada por el penitente produce en él, por la fuerza de la absolución, la gracia santificante, la efusión de los dones divinos. El acto del hombre se liga exactamente al acto de Dios; o mejor: los sentimientos y las palabras mismas que el pecador declara al confesor son asumidas por Dios, que las oye y las eleva tan alto, les da un alcance tal, que causan por sí mismas -nosotros decimos: “ex opere operato”- la remisión de los pecados; ellas producen en el pecador lo que significan: la aniquilación de la falta. Qué lejos estamos de las objeciones corrientes contra este gran sacramento: la Confesión invento de sacerdotes, intervención odiosa y abusiva de una autoridad sin mandato en el dominio íntimo de la conciencia. En verdad, sólo Dios ha podido tener tanta delicadeza en la dispensación de la misericordia, haciendo participar al culpable tan digna y eficazmente en la anulación de sus errores y de sus faltas. Pero hay más... El sacramento de la Penitencia nos da mucho más que el perdón total y cierto, infaliblemente cierto, de nuestros pecados; él concede además a nuestra alma una gracia de convalecencia.

El pecado, en efecto, tiene un mal doble: malignidad en sí mismo pues nos hace perder la vida divina o la “anemiza”, malignidad en sus secuelas: abate las fuerzas del alma. El pecado, verdadera enfermedad del organismo espiritual, deja en nuestra alma impresiones que nos mueven al mal, deja el peso de hábitos malos; debilitando nuestra energía espiritual muchas veces vencida, acrecienta el poder de nuestros instintos de rebelión a menudo victoriosos. Si la penitencia, la más virtuosa, borra totalmente la falta, queda en el alma un germen que corre el riesgo de transformarse en un vivero de nuevos pecados, una raíz que no exige sino ser extirpada. No pienso solamente en las exigencias acrecentadas de los vicios morales, en las pasiones sobreexcitadas de la concupiscencia, sino en las disposiciones a las faltas veniales que hacen crecer en el alma la avidez y la fruición del pecado; se llega a él cuando se consiente en darse enteramente a nonadas, en poner su fin en el pecado venial. 

¡Qué obstáculo para la gracia, y cómo se comprende que la caridad esté inmóvil, que no pueda crecer en estas almas que se debilitan en tales circunstancias! Es por eso que es necesario que el sacramento de la Penitencia tenga una doble virtud. Es necesario que él purifique del pecado, que sea un remedio para el pasado y una precaución y fuerza para el futuro. Si en efecto somos perdonados, es a fin de permanecer en adelante fieles y no volver a caer en las faltas que lloramos sinceramente. Así el sacramento de la Penitencia nos conferirá no solamente una gracia de purificación, sino también una gracia de defensa, de sostén, de curación completa: digamos exactamente: una gracia de convalecencia. Es un remedio seguro, doblemente eficaz. Comprendemos pues que el pecado engendra en nosotros hábitos que nos impulsan al mal y contrarían nuestra inclinación hacia el bien. La gracia de la absolución además de purificarnos de todas las faltas, nos curará, cicatrizará todas las heridas que podamos conservar; borra los pecados cometidos e impide su reiteración: es algo que preserva y nos permite resistir victoriosamente a las inevitables tentaciones frente a las que otrora hemos sucumbido. Estas dos funciones son inseparables. Una curación no es perfecta más que si acaba en perfecta convalecencia. Nuestros esfuerzos personales, por cierto, son siempre requeridos, pero estarían condenados a la esterilidad si la gracia no les diese una energía y una firmeza divinas. Entiendo bien que todos los sacramentos son reparadores de las faltas veniales, estimulando en nosotros hermosos movimientos de caridad; en especial la Eucaristía que restaura las fuerzas extenuadas en la lucha cotidiana. Pero si la Eucaristía nos aporta una gracia de alimentación, la Penitencia nos da una gracia propia de curación (sanatio) más directamente apropiada a nuestro estado de pecador: nuestras tendencias al mal son frenadas, nuestras virtudes liberadas y robustecidas; el cumplimiento del bien, más fácil y gozoso; las caídas más escasas; la perseverancia, mejor garantizada. 

De todo lo cual se sigue que el sacramento de la Penitencia es un medio providencial de santificación: no solamente Dios comparte de alguna manera su Omnipotencia con nuestro arrepentimiento, sino que se sirve de nuestras faltas para ayudarnos a llegar hasta Él. Descuidar o tratar con negligencia el sacramento de la Penitencia, no sólo es sustraerse a la misericordia de Dios, sino que es escatimar la ayuda exigida para preservarse de nuevos pecados y mantenerse en la virtud. Cuanto menos uno se confiesa, más débil es para vencer el mal; cuanto más uno se confiesa, más fuerte es para luchar y preservarse de todas las emboscadas sembradas en nuestra ruta. Esta doctrina es infinitamente más profunda de lo que parece. 

Los sacramentos 1 Iª IIae., q. 58, a. 2, 3 2 Ia IIae., q. 85, a.1 6 no son fuentes cualesquiera de gracia, ni medios de santificación comparables a otros. Ellos nos transmiten la gracia de Cristo; más exactamente, son prolongación de su Pasión. San Agustín vio correr los sacramentos del costado de Cristo en la cruz y derramarse sobre la humanidad herida como los grandes remedios que ella esperaba, como las fuentes de su redención y de su santificación. Cristo crucificado es el buen samaritano, médico sabio, que acude en socorro del género humano enfermo y herido. Vierte el vino y el óleo sobre las llagas de este herido jadeante que los ladrones han asaltado y dejado medio muerto. “Como se corre al frasco para encontrar en él tal líquido deseado, escribe un antiguo teólogo, así se corre a los sacramentos que son un antídoto destinado para curar” (Kilwarby).

Pero si Cristo prolonga sensiblemente su acción sanante en nuestra alma por medio de los sacramentos, resulta de ello que su influencia personal nos transforma poco a poco en su imagen. En efecto, toda causa imprime su semejanza en su efecto. Concluimos pues en lo siguiente: por el sacramento de la Penitencia somos configurados a Cristo expiando el pecado en la cruz; alcanzamos una cumbre en nuestra vida propiamente cristiana. El sacramento nos pone en contacto directo, personal, con el Salvador, permite a la gracia de Cristo pasar a nosotros, y tiene por finalidad asimilarnos a Cristo: “Vivo yo, exclama san Pablo, pero no soy yo quien vivo, es Cristo quien vive en mí”. Habiéndosenos comunicado vitalmente la energía de Cristo, todos los actos que hagamos bajo esta influencia serán en verdad como actos del mismo Cristo. 

Cada sacramento nos asimila, según su gracia propia, a algún rasgo distinto de nuestro divino modelo. El Bautismo nos incorpora a Cristo crucificado y resucitado; la Confirmación nos hace capaces de confesar nuestra fe, de dar testimonio de la verdad en pos de Cristo; el sacerdocio me posibilita para cumplir los mismos gestos del Señor transformando el pan y el vino en su Cuerpo y en su Sangre; el Matrimonio une a los esposos, a imagen de Cristo uniéndose a su Iglesia; la Eucaristía consuma mi unión vital con Cristo crucificado. 

Así el sacramento de la Penitencia no solamente me comunica una parte de las satisfacciones y de los méritos infinitos adquiridos por el Salvador en la Cruz, no solamente transforma mis faltas de cada día en fuentes de gracia, de fuerza, de salud, sino más exactamente, me hace semejante a Cristo expiando y reparando el pecado en el transcurso de su Pasión; me hace participar en sus mismos sentimientos, de calidad divina, me hace producir los mismos actos de redención. Cristo vive, obra en mí, pecador penitente, como El obraba en el Gólgota, donde cargó la pena del pecado y donde ofreció sus dolores a su Padre, por la salvación de las almas. Cuando yo recibo la absolución, la Pasión de mi Salvador obra en mí, como en todos los otros sacramentos, pero aquí a modo de perdón concedido al pecador arrepentido; ella me une a Cristo crucificado que quita la deuda del pecado, no por consiguiente al niño Jesús de Nazaret, ni al profeta y al predicador de Galilea, ni a Cristo Rey, sino al Salvador y al Redentor del mundo, que vino a la tierra no para los justos sino para los pecadores dando su vida para salvarlos de la muerte. 

En verdad, en el sacramento de la Penitencia encuentro un desarrollo de mi vida cristiana que tiene su fuente en la santísima humanidad dolorosa y amante del Hijo de Dios. Afirmo en ello mi doble condición de pecador y de rescatado, estoy en el camino auténtico, que lleva al Padre -en Cristo- y progreso en él. Estoy asociado al más grande de todos los actos de mi Salvador y yo lo imito sin posibilidad de error. ¿Estoy seguro, es posible esto? Estoy seguro, en el más humilde confesionario, yo, pecador, ayer extraviado y rebelado contra Dios, pero hoy contrito, estoy seguro, digo, en este instante, de ser Cristo, obrando como Cristo, viviendo en Cristo, inmolándome con Cristo. ¿Puede uno imaginarse estar más cerca del cielo? Comprendo entonces la reflexión de san Juan Crisóstomo: “Qué admirable es, Dios mío, tu misericordia en sus consejos, qué poderosa en sus obras! ¡Qué ingeniosa en toda la economía de la conversión de los hombres! Nosotros no nos damos cuenta, y sin embargo, Señor, Tú haces en nosotros milagros de gracia para salvarnos en el mismo momento en que nuestras ofensas deberían comprometeros a hacer milagros de justicia para castigarnos. Tú tomas, en efecto, el pecado que acabamos de cometer para expresar con él la gracia que nos reprocha haberlo cometido; para justificarnos Tú te sirves de aquello que nos ha hecho culpable; y para darnos la vida, de aquello que había causado nuestra muerte”.

Toda la vida humana es una seguidilla lamentable de faltas; toda vida cristiana es un fracaso. Pero qué recurso admirable, poder aniquilar sus faltas por la confesión y encontrar en el mal la ocasión de un bien más grande: “Bienaventurados, exclama el salmista, aquellos cuyas faltas han sido perdonadas. Bienaventurados aquellos cuyos pecados no existen más” . Bienaventuranza a menudo ignorada y sin embargo bienaventuranza accesible a todos los mortales. El penitente que se presenta al sacerdote confesándose y pidiéndole: “Padre, bendígame porque he pecado”, ha visto en ese instante cómo su arrepentimiento produce la gracia, cómo su alma lavada, blanqueada de todas sus manchas, va reencontrando su condición gloriosa de verdadero hijo de Dios y va adquiriendo una semejanza más profunda, auténtica, con Cristo Salvador. ¡Qué felicidad, cuando después de este prodigio, maravillosa invención de la divina misericordia, el sacerdote consagra este estado con estas últimas palabras: “Vete en paz”!

En conclusión: la Penitencia es un sacramento, una realidad sagrada, un signo eficaz de la gracia, un contacto con Cristo crucificado. Por lo tanto, qué necesario es reaccionar, no digo solamente contra el hábito de confesarse tan mal, con tan poca contrición y una fe tan pobre, sino además venir al confesionario para decir cosas que allí no tienen nada que hacer: se habla de litigios, de asuntos profanos, de detalles de la comunidad... la confesión es un sacramento que no ha sido instituido para excusarnos y murmurar sobre nuestro prójimo, sino para perdonar nuestros pecados y hacer eficaz nuestra penitencia. Cuántos religiosos deben adquirir el deber primario de respeto por esa realidad santa, sí, también de respeto por el confesor -que no es “un director”. Es un sacerdote, esto es suficiente, esto es espléndido. Es un ministro de Jesucristo, poco importa su ciencia y su santidad. Tiene un poder, un carácter sacramental para comunicarnos la gracia, para comunicarnos a Dios mismo. Esto es lo que necesitamos pedirle. 

C. Spicq, OP Universidad de Friburgo Suiza
(Traducido por Hna. Verónica Zavalla OSB, Abadía Santa Escolástica)