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miércoles, 22 de julio de 2020

Entrevista a Cristina Martín Jiménez, autora de 'La verdad de la Pandemia'



Duración 25:31 minutos

18 de Julio de 1936. Por qué recordar



Un año más llega el 18 de julio, fecha a la que convencionalmente – en realidad el movimiento comenzó un día antes, en las Canarias y en el África español – se adscribe el Alzamiento Nacional, la insurrección nacional española que se convirtió en una Cruzada en defensa de la fe y de la patria, contra el anarco-comunismo, más cristofóbico y antirreligioso que “social”.

Este 18 de julio llega después de que los restos mortales de Francisco Franco Bahamonde (1892-1975), botín comunista, hayan sido arrancados, contra la voluntad de los familiares, del sepulcro de la Basílica de la Santa Cruz del Valle de los caídos en la que reposaban, y transferidos por fuerza a otro lugar. Tal profanación sacrílega de una tumba en un recinto sagrado era deseada por el gobierno rojo-violeta madrileño.

Sin embargo, parece que se ha conseguido gracias al hecho de que la Santa Sede, consultada por las autoridades españolas, ordenase a los benedictinos a los que se les tiene encomendada la basílica, guiados por el heroico abad dom Santiago Cantera Montenegro, que cesasen en su justa resistencia (cfr. Corriere della Sera, entrevista a Pedro Sánchez Pérez-Castejòn – jefe del gobierno ibérico – por Aldo Cazzullo, 8-7-2020).

Exhumar restos mortales con las fuerzas de seguridad del estado es siempre algo particularmente odioso. Pero llega a ser abominable si, como es el caso, ocurre con el consenso de los sucesores eclesiásticos, de los que fueron salvados por el Generalísimo. Éstos, levantándose contra la tiránica república, permitieron la supervivencia de la Iglesia en España, que el Frente Popular había condenado a la extinción por exterminio. Así lo demostró el enorme número de mártires – ya que fueron asesinados in odium fidei, o Ecclesiae – acreditados en número superior a dos mil, en un espacio y tiempo (1931-1939) bastante limitado, así como la declaración de la cesación del culto en la zona controlada por el Frente Popular, por parte del ministro del gobierno rojo Manuel Irujo Ollo (1891-1981).

Por eso hoy es particularmente sentido mi escrito anual de defensa consciente de la memoria, primero negada, después vilipendiada y calumniada, de esos mártires y héroes que defendieron la fe y pararon al comunismo, a los que ya pocos desean pagar su deuda de gratitud.

Es cuestión obvia y conocida que cuando, en una controversia, de un lado surgen argumentos a favor del adversario, éstos tienen particular fuerza probatoria de sus razonamientos.

Gregorio Marañón Posadillo (1887-1960) probablemente es nombre que poco o nada dice a nuestros contemporáneos, más allá de la denominación de un hospital en Madrid. Sin embargo, se trata de uno de los protagonistas de la comunidad científica y de la actividad político-cultural de la España de entreguerras. Fue no sólo clínico internista y endocrinólogo de fama internacional, docente universitario, académico de España, sino también político y ensayista. En su residencia, el 14 de abril de 1931, tuvo lugar la reunión que decidió el exilio del rey Alfonso XIII (1886-1941) y la proclamación de la segunda república española. Esto no le impidió criticar los incendios de iglesias y conventos con los que la misma fue “festejada”.

Después fue elegido diputado republicano de las Cortes Constituyentes. El 11 de febrero de 1933 se encontraba entre los co-fundadores de la Asociación “Amigos de la Unión Soviética”.

Cuando el 18 de julio de 1936 supo del Alzamiento, mientras se encontraba en Portugal, volvió de inmediato a Madrid “para defender la república”.

Pero pronto debió cambiar de opinión, y sobre todo arrepentirse, porque sus propósitos críticos contra la violencia roja y su llamada a que la república asumiese un carácter liberal y nacional hicieron que rápidamente fuese incluido en el elenco de “enemigos del pueblo”, a lo cual iba aparejado un grave riesgo. Por ello, a finales de 1936, no tuvo de hecho más opción que refugiarse en Francia, en París, y no para huir de los nacionales de Franco. A finales de 1937, publicó un importante artículo, mediante el cual, no con la autoridad de político – decía –, sino con la del testimonio de los hechos, explicaba y valoraba los sucesos que se estaban desarrollando en su patria.

Y esta publicación constituye un valioso testimonio, procediendo de un adversario, que ayuda a entender la absoluta legitimidad y justicia del Alzamiento Nacional.

En dicho artículo, Marañón reconoció la existencia de un liberalismo daltónico, que no veía el color rojo, y del que él se consideraba miembro, a pesar de ser el comunismo la negación total de cualquier principio de libertad. Por ello, declaraba que la alternativa verdadera para España era “comunismo sí, comunismo no”, y él se decantaba sin dudarlo por el “no”. Sin embargo, muchos liberales – hoy diríamos muchos “moderados” – se sometían a la hegemonía cultural-psicológica de los comunistas (“el enemigo está únicamente a la derecha, se trata únicamente del reaccionario”), y por temor a ser excluidos de la clase intelectual, de ser considerados “enemigos del pueblo” y no “hombres modernos” (hoy diríamos “políticamente correctos”), se habían situado del lado de los rojos [en español, en el original]. Los cuales, según Marañón, se habían propuesto desde el primer momento tener la “cobertura” de dichos liberales, sin la cual nunca hubiesen tenido la posibilidad de ser los protagonistas de la lucha política en España. Él acusó al liberalismo, y no sólo al español, de una ceguera que le llevaba a “vender su alma al diablo comunista”, al igual que en el pasado había favorecido al terror jacobino. Concluía su artículo con estas palabras, “[…] en política la única dinámica psicológica del cambio es la conversión, nunca la convicción. Y se debe siempre sospechar de quien cambia porque dice haber sido convencido”. Y él se había “convertido” al bando nacional, tanto que en 1942 volvió a la patria y allí se quedó, con libertad para publicar sus escritos y siendo respetado hasta su muerte en 1960.

Es útil transcribir también el modo en que se presenta a Marañón por parte de la redacción de la revista, antes de leer su testimonio en ella.

“El autor del notable estudio que presentamos a nuestros lectores es d. G. Marañón, de la Academia de España. Médico, ensayista, […] fue fundador de una gran asociación republicana, cuya actividad comenzó a difundirse en España un año antes de la caída de la monarquía. La prueba del republicanismo del dr. Marañón, por tanto, no es necesaria, lo que permite considerar este artículo como particularmente significativo”.

Y llego así a la parte que más importa, a mi juicio.

“[…] los partidos y la prensa de derecha anunciaban una serie de catástrofes si el movimiento republicano triunfase […]. Sería ahora arbitrario discutir sobre lo que hubiese sucedido si no hubiera sido proclamada la república – hecho a mi juicio inevitable dadas las circunstancias. En la narración de la historia queda absolutamente prohibido intentar saber lo que habría podido ocurrir si no sucediera lo que en realidad sucedió. Sin embargo, está fuera de duda que las profecías de las derechas extremas y de los monárquicos, que se oponían a la república, se cumplieron por completo: desórdenes continuos, huelgas sin motivo, incendios de iglesias y conventos, persecución religiosa, exclusión del poder de los liberales que habían apoyado el movimiento aunque se opusieran a la lucha de clases, rechazo a tratar con tolerancia tampoco a aquellas gentes de derecha que de buena fe aceptaban el régimen republicano aún sin aclamarlo, como es natural, en su versión extremista. Los liberales escucharon estas profecías con desprecio suicida. […] Sin embargo, sea cual sea el porvenir político de España, no cabe ninguna duda de que en esta fase de la historia es el reaccionario y no el liberal el que ha tenido razón” (G. Marañón Posadillo, Al margen de la guerra civil española. Liberalismo y comunismo, en Revue de Paris, anno 44, n. 24, 15 de diciembre de 1937, pp. 799-817).

Hay otro testimonio que puede bien añadirse al esfuerzo de restituir la verdad a la memoria de Franco y de su obra, en el día aniversario de la insurrección nacional que ve a España presa de nuevo de los enemigos de Dios, de la Iglesia, y de la misma naturaleza humana, comenzando por la identidad sexuada de la persona.

Procede de Churchill (1874-1965), que aunque no fue adversario directo del Alzamiento, ciertamente no puede ser llamado “franquista”,

«[…] el asesinathos jefes militares, todos los cuales habían servido fielmente a la república», habrían querido evitar, y por ello habían puesto en guardia al «Gobierno contra los peligros hacia los que se dirigía» (cfr. Winston Leonard Spencer Churchill, España nos ofrece una lección práctica [2 de octubre de 1936], en Idem, Passo a passo, trad. it. Mondadori, Milán 1947, p. 61).

Las fuerzas de Franco «no pueden ser acusadas de descender al grado de bestialidad y de atrocidad […] de la acción diaria efectuada por los comunistas, los anarquistas y la […] nueva organización trotskista, extremista al máximo. Sería un error, desde el punto de vista de la verdad, […] poner en el mismo plano a ambas partes en lucha » (W. Churchill, ibidem, p. 63).

Giovanni Formicola

El desmentido que no desmiente (Carlos Esteban)



Los medios católicos, incluida InfoVaticana, han informado del desmentido de la Santa Sede a las declaraciones de Pedro Sánchez en el sentido de que el Papa le apoyó en el asunto de la exhumación de Franco del Valle de los Caídos. Pero, ¿es realmente un desmentido?

Empecemos al revés, por el desmentido vaticano. La Oficina de Prensa del Vaticano emite el siguiente comunicado: “Con respecto a las declaraciones hechas por el Sr. Presidente del Gobierno de España, Pedro Sánchez, en su entrevista publicada el 8 de julio pasado en el periódico Corriere della Sera, se precisa que la Santa Sede, sobre el asunto de la exhumación de Francisco Franco, ha reiterado en varias ocasiones su respeto a la legalidad y a las decisiones de las autoridades gubernativas y judiciales competentes, ha instado al diálogo entre la familia y el Gobierno y no se ha pronunciado nunca sobre la oportunidad de la exhumación ni sobre el lugar de la sepultura, porque no es de su competencia”.

¿Y qué había dicho nuestro presidente al diario italiano? Esto: “[E]l Papa Francisco me ayudó. En el Valle de los Caídos había una comunidad de benedictinos que estaba muy en contra de la exhumación. Pedí la intervención del Vaticano. Y todo salió bien”.

No hay diplomacia como la diplomacia vaticana, aunque solo sea porque es la más antigua de cuantas existen y porque sus declaraciones tienen potencial influencia en más de mil millones de católicos y representa una fe con vocación de eternidad. Esa es la razón por la que siempre se ha mostrado especialmente cautelosa y parca a la hora de comentar lo que puedan hacer o decir los líderes políticos de cualquier país.

Eso, unido a la celeridad de la respuesta, hace que este desmentido resulte especialmente llamativo y, casi diríamos, humillante. Pero, ¿es realmente un desmentido?

Los medios son completamente diferentes. Uno es una entrevista, en la que las palabras se eligen, sino al descuido, al menos sí de modo más espontáneo y sujeto a cierta vaguedad léxica. Por el contrario, una nota diplomática exige y suele desplegar una exquisita precisión en cada palabra elegida. Y lo que dice el Vaticano en este caso no desmiente literalmente en absoluto lo dicho por Sánchez.

La nota dice que la Santa Sede (como institución, oficialmente) ha respetado la legalidad de un país extranjero. Naturalmente, ni se discute. Y que ha instado al diálogo, lo que tampoco significa mucho, o casi nada. Y que no se ha pronunciado sobre la exhumación porque no es de su competencia. Claro. Pero es que el presidente no ha dicho nada de eso.

Sánchez dice que el Papa le ayudó. No lo sabemos, y el historial de mentiras reiteradas y comprobables del sujeto nos lleva a cuestionar seriamente este aserto. Pero no contradice lo hecho público por la Santa Sede. Pedro habla del Papa, no de la institución. Ya sabemos que la institución no intervino porque su intervención oficial hubiera sido pública. Pero también sabemos que hay modos de hacer las cosas que eluden los cauces oficiales, intervenciones personales o confidenciales. Si hubiera sido el caso -y no lo creemos-, no contradiría la afirmación de la nota vaticana.

Por último, Sánchez acaba diciendo “y todo salió bien”. No dice en absoluto cómo, mucho menos que la Santa Sede tuviera que actuar.

En conclusión, estamos ante un ‘desmentido’ que la Santa Sede ha considerado necesario hacer, por lo que pudiera pensarse de la acción vaticana en la polémica exhumación, pero que en realidad no desmiente absolutamente nada.

Carlos Esteban

Mons. Aguer - Trasbordo Ideológico Inadvertido




Duración 4:44 minutos


martes, 21 de julio de 2020

El retorno de los gnósticos



Comencemos desambigüando el término. Me ha ocurrido muchas veces encontrarme con gente formada que considera que gnóstico es un concepto unívoco cuando, en realidad, es equívoco, y la confusión trae problemas serios, como enemistades y prejuicios.

Como sabemos, gnóstico significa “el que se conoce”, o “conocedor”, y en una primera acepción tiene un sentido profundamente cristiano. El catecismo nos manda “conocer, amar y servir a Dios”; es decir, nos manda ser “conocedores” o gnósticos. Y el Nuevo Testamento está poblado de mandatos sobre la necesidad de “conocer” a Dios: “Esta es la vida eterna: que te conozcan a Ti, el único Dios verdadero” (Jn. 17,3); reciban “el Espíritu de sabiduría y de revelación para conocerle…” (Ef. 1,17-18); “gracia y paz en abundancia para vosotros, mediante el conocimiento de Dios,…” (2 Pe. 1,2), y así podríamos seguir con muchas citas más. Por supuesto, el conocimiento al que se alude no es una colección de saberes teóricos. Conocer a Dios y a Cristo significa vivir bajo la convicción de su presencia, una presencia que es invisible a los ojos del cuerpo pero que transforma el alma haciéndonos semejantes a Él. En pocas palabras, el conocedor o el gnóstico es la persona avanzada en la vida espiritual. Los Padres del Desierto llamaban gnóstico al maestro espiritual, el que podía enseñar a los demás los caminos de la santidad. Y en ese sentido, y con toda propiedad, podríamos llamar gnósticos o conocedores de Dios a los grandes maestros como Santa Teresa, San Juan de la Cruz o Santa Teresita, por nombrar sólo a algunos.

Es verdad, sin embargo, que con mayor frecuencia la palabra se emplea en un sentido completamente distinto y gnóstico designa al miembro de una gran y difusa religión de la antigüedad tardía, extremadamente peligrosa y cuyas aguas residuales, camufladas de diversos modos, llegan todavía hasta nosotros: el gnosticismo. Parasitaria del cristianismo, mereció la confutación y rechazo de grandes Padres y Doctores, como San Ireneo con sus Adversus haereses. Unas de las ideas que subyace en esa herejía es la de un conocimiento que es propiedad de unos pocos y en razón de lo cual se colocan en un estadio superior con respecto a los otros hombres que permanecen en una ignorancia relativa, incapaces de alcanzar las cumbres de esos secretos transmitidos solamente al grupo de iniciados y elegidos. Mucho se podría hablar de la doctrina del gnosticismo, intrincada y llena de mitos insostenibles. Y, aunque desaparecida como iglesia indentificable, su presencia permanece de diversos modos, por ejemplo, en la masonería, que consiste en un grupo de hombres iniciados, conocedores de ciertos rituales y secretos, con la misión de gobernar a quienes no pueden acceder ese conocimiento.

En nuestros días, la presencia de gnósticos renovados puede encontrarse en todos los ámbitos. El modernismo fue, en muchos aspectos, una herejía gnóstica: quienes lo sostenían era un grupo de académicos iluminados que había descubierto, por ejemplo, la verdad histórica de los Evangelios, quedando la verdad “mítica” de la fe para los no iniciados. El modernismo no se dio entre los fieles —tomando el término en el sentido newmaniano, es decir, englobando en él a los laicos y al bajo clero—, sino entre una elite de sabios. Y esa característica, con diversos matices, se ha seguido dando en el progresismo posterior. Todos recordamos como, en 2014, el cardenal Kasper dio a entender que la Iglesia no debería escuchar a los fieles africanos puesto que ellos aún tienen tabúes, entre los cuales está el de la homosexualidad. El conocimiento maduro y válido se encuentra en un grupo de escogidos católicos ilustrados, generalmente de raza germánica. O bien, aunque descendamos abruptamente en la calidad del personaje, hace dos días el vocero del obispado de San Rafael, P. José Antonio Álvarez, afirmó a la prensa que “No hay diferencia entre darla [a la comunión] en la boca o en la mano. Sólo hay motivaciones simbólicas”. Todo termina siendo un símbolo que es interpretado correctamente por él y por un grupo de esclarecidos; los que no consideran que se trate de un símbolo indiferente sino de una cuestión con una entidad e importancia mayor, son reducidos a la categoría de primitivos ignorantes, que no han alcanzado el conocimiento de los sabios y merecen, incluso, ser entregados a las autoridades civiles (literaliter).

La pandemia ha ocasionado, por otro lado, que el mundo entero esté gobernado por un grupo de gnósticos que asesoran, con el nombre de epidemiólogos, a todos los gobiernos. Ya hablamos en este blog de los esclarecidos científicos de Imperial College y del geniecillo de Silicon Valley que pronosticaban, para esta época, diez millones de muertos. Como nuevos alquimistas, manejan fórmulas matemáticas y misteriosas ecuaciones de las que brotan esos números intimidantes y mentirosos, que deciden la vida y la libertad de millones de personas. Como se ha dicho en otro sitio, la crisis del coronavirus ha demostrado cuán fácil resulta caer en manos de élites científicas hegemónicas.

En su columna de esta semana en La Nación, Mario Vargas Llosa nos enseña por qué Trump debe ser derrotado en las próximas elecciones. “Por su ignorancia y por su arbitrariedad, Trump ha conseguido que su país se distancie de sus aliados tradicionales y se acerque, más bien, a sus enemigos, sin siquiera darse cuenta cabal de que así procedía”. Trump, por lo visto, no es del grupo de los gnósticos, y tampoco lo es Putin, ni Duda ni Orban. Son ignorantes; no saben y, por tanto deben ser alejados del gobierno, el que pertenece exclusivamente al grupo de los iluminados que llevará al mundo a buen destino.

Finalmente, el martes pasado renunció a su puesto Bari Weiss, editora del New York Times, y publicó una larga carta dando sus razones. Este diario probablemente sea el más influyente del mundo y notable por su progresismo. Weiss, por su parte, no es una carmelita descalza. Sin embargo, como ella misma explica, le terminó resultando imposible aceptar el clima de censura y, sobre todo, autocensura que se vive en la redacción de ese medio frente a cualquier opinión que pueda contradecir en lo más mismo los diktate del progresismo. Y afirma: “Ha surgido un nuevo consenso en la prensa, pero quizás especialmente en este periódico: que la verdad no es un proceso de descubrimiento colectivo, sino una ortodoxia ya conocida por unos pocos iluminados cuyo trabajo es informar a todos los demás”. Lo que explica esta inobjetable fuente es que la información y la formación de la opinión a nivel mundial —con exclusión, por ahora, de las redes sociales—, surge de las decisiones de un pequeño grupo de clarividentes —los gnósticos—, que son los que establecen qué es la verdad y qué es la realidad. 

El problema es que no tenemos un nuevo San Ireneo para combatir a este neognosticismo y, mucho me temo que, aunque lo tuviéramos, no sería suficiente con escribir un tratado teológico. Creo que está llegando la hora en que será preciso recurrir a armas más contundentes. Y no me refiero, claro, ni a lanzas o municiones. Me refiero simplemente a tratar de ponernos fuera del alcance del radar gnóstico. Creo que es lo único que a estas alturas podemos hacer.

The Wanderer

En torno al Vaticano II: las tres vías (Padre Santiago Martín)




Duración 8:40 minutos

NOTICIAS VARIAS 21 de julio de 2020




RELIGIÓN LA VOZ LIBRE


QUE NO TE LA CUENTEN


INFOVATICANA



INFOCATÓLICA




Selección por José Martí

lunes, 20 de julio de 2020

Consenso internacional en el debate sobre el Vaticano II abierto por los Obispos Carlo Maria Viganò y Athanasius Schneider



La revisión crítica del Concilio Vaticano II es un hecho ahora ineludible. Un nuevo impulso al debate fue dado en estas ultimas semanas por algunas intervenciones articuladas del Arzobispo Carlo Maria Viganò, ya Nuncio pontificio en los Estados Unidos y por Monseñor Athanasius Schneider, Obispo Auxiliar de Astana en Kasakistán.

Además, cincuenta estudiosos, periodistas y líderes de opinión de todo el mundo anunciaron un documento de apoyo a los dos Obispos, renovando el pedido de “un debate abierto y honesto sobre cuanto ha sucedido verdaderamente en el interior del Vaticano II y sobre la posibilidad de que el Concilio y su actuación contengan errores o aspectos que favorecen errores o perjudican la Fe”. Transcribimos el texto completo publicado en seis lenguas.


Carta abierta al Arzobispo Carlo Maria Viganò y al Obispo Athanasius Schneider

Excelencias,

Nosotros, los abajo firmantes, deseamos expresarles nuestra sincera gratitud por Vuestra firmeza y Vuestro celo por las almas de los fieles durante la actual crisis de Fe en el interior de la Iglesia Católica. Vuestras declaraciones públicas, que exhortan a abrir un debate honesto y abierto sobre el Concilio Vaticano II y los cambios dramáticos por él provocados en la fe y en las prácticas católicas representan un motivo de esperanza y de consolación para muchos fieles católicos. Hoy, es decir, más de cincuenta años después de su clausura, los acontecimientos del Concilio Vaticano II aparecen como algo único en la historia de la Iglesia. Nunca antes, un Concilio Ecuménico había sido seguido por un período tan prolongado de confusión, corrupción, pérdida de la fe y humillación para la Iglesia de Cristo.

El catolicismo siempre se ha distinguido de las falsas religiones por su insistencia en el hecho de que el Hombre debe ser considerado una criatura racional y que la creencia religiosa, muy lejos de suprimirla, alienta la reflexión crítica de los católicos. Muchos, incluido el actual Santo Padre, parecen colocar al Concilio Vaticano II, sus textos, sus actos y sus aplicaciones prácticas, en una fortaleza fuera del alcance del análisis crítico y del debate. En sentido opuesto a las preocupaciones y objeciones planteadas por los católicos de buena voluntad, el Concilio ha sido elevado al status de «superconcilio» [1] cuya mención pone punto final a los debates en vez de alentarlos. Vuestra exhortación a desentrañar las raíces de la actual crisis en la Iglesia y Vuestro llamamiento a actuar para corregir todos los desvíos del Vaticano II -que hoy parece haber sido un error- constituyen un egregio ejemplo de cumplimiento del ministerio episcopal en orden a transmitir la Fe tal como la Iglesia la ha recibido.

Les estamos reconocidos por Vuestra exhortación a comenzar un debate abierto y honesto sobre cuanto verdaderamente ha sucedido en el interior del Vaticano II y sobre la posibilidad de que el Concilio y su desarrollo contengan errores o aspectos que favorezcan errores o perjudiquen la Fe. Un debate así concebido no puede partir de la conclusión según la cual el Concilio Vaticano II está de suyo, tanto en su totalidad como en sus partes, en continuidad con la Tradición. Someter el debate a una condición preliminar como esa significa cortar de raíz el análisis crítico y toda discusión, permitiendo exclusivamente la presentación de pruebas que sustenten la conclusión recién mencionada. La cuestión de si el Vaticano II puede conciliarse o no con la Tradición es el tema que debe ser debatido, no la premisa obligatoria que deba ser aceptada, aunque se demuestre que es contraria a la razón. La continuidad del Vaticano II con la Tradición es una hipótesis que es necesario probar y debe ser discutida: no un hecho incontrovertible. Durante demasiadas décadas, la Iglesia ha visto a muy pocos pastores permitir, y mucho menos alentar, un debate de ese estilo.

Hace once años, Monseñor Brunero Gherardini ya había dirigido una petición filial al Papa Benedicto XVI: «Desde hace mucho tiempo está en mi mente esta idea (que me permito ahora exponer a Vuestra Santidad): me refiero a la posibilidad de ofrecer un esclarecimiento grandioso y definitivo sobre todos los aspectos y contenidos del último Concilio. En realidad, parecería algo lógico – y a mí me parece urgente- que dichos aspectos y contenidos sean estudiados tanto en sí mismos como en su contexto junto con todos los demás, mediante un examen riguroso de todas las fuentes y desde el punto de vista específico de la continuidad con el anterior Magisterio de la Iglesia, tanto el solemne como el ordinario. Sobre la base de un trabajo científico y crítico —el más amplio e irreprochable posible— en confrontación con el Magisterio tradicional de la Iglesia, será entonces posible enfrentar este tema para llegar a una evaluación segura y objetiva del Vaticano II.» [2]

Les estamos también agradecidos por haber querido identificar algunos de los temas doctrinales más importantes que deben abordarse en semejante examen crítico y por haber aportado un modelo para un debate franco pero equilibrado que tolera el desacuerdo. De Vuestras recientes intervenciones hemos recopilado algunos ejemplos de los temas que -como han indicado bien- deben ser abordados y, que si se demuestra que son erróneos, corregidos. Nuestra esperanza es que esta recopilación pueda servir de base para una discusión y un debate más detallados. No afirmamos que esta lista sea exclusiva, perfecta o completa. No estamos todos estamos necesariamente de acuerdo sobre la naturaleza exacta de cada una de las críticas que se citan a continuación ni sobre las cuestiones que han planteado, pero estamos todos de acuerdo en que vuestras preguntas merecen respuestas honestas y no ser simplemente dejadas de lado con argumentos ad hominem conteniendo acusaciones de desobediencia o de ruptura de la comunión. Aunque todo lo que ustedes afirmen sea falso, que los interlocutores lo demuestren; caso contrario, la Jerarquía debe escuchar vuestros requerimientos.

La libertad religiosa para todas las religiones como un derecho natural querido por Dios

Obispo Schneider: “Los ejemplos incluyen algunas expresiones del Concilio sobre el tema de la libertad religiosa (entendida como un derecho natural -por tanto en cierto sentido querido por Dios)- de practicar y difundir una falsa religión, y cosas peores.” [3]

Obispo Schneider: “Desgraciadamente, apenas unas pocas frases más abajo, el Concilio [en Dignitatis Humanae] socava esta verdad proponiendo una teoría jamás enseñada antes por el Magisterio constante de la Iglesia, es decir que el hombre tendría el derecho, basado en su propia naturaleza por el que no se debe obligar «a nadie a obrar contra su conciencia, ni se le impida que actúe conforme a ella en privado y en público, sólo o asociado con otros, dentro de los límites debidos » ut in re religiosa neque impediatur, quominus iuxta suam conscientiam agat privatim et publice, vel solus vel aliis consociatus, intra debitos limites, n. 2). Según esta declaración, el hombre tendría el derecho, fundado en su misma naturaleza (y por tanto ciertamente deseado por Dios) de no ser obstaculizado en el elegir, practicar y difundir, incluso colectivamente, la adoracion de un ídolo o incluso la veneración de Satanás, por ejemplo en la conocida como ´Iglesia de Satanás´, a la cual, en algunos países se le concede el mismo reconocimiento legal que a todas las otras religiones.”

La identificación de la Iglesia de Cristo con la Iglesia Católica y el Nuevo Ecumenismo

Obispo Schneider: «[su] [del Concilio] distinción entre la Iglesia de Cristo y la Iglesia Católica (el problema del “subsistit in” da la impresión de que existen dos realidades separadas: por una parte la Iglesia de Cristo y por otra la Iglesia Católica), y su postura frente a las religiones no cristianas y el mundo contemporáneo.» [5]

Obispo Schneider: «Afirmar que los musulmanes adoran junto con nosotros al único Dios («nobiscum Deum adorant»), como lo hizo el Concilio Vaticano II en Lumen Gentium 16, es teológicamente una afirmación altamente ambigua. No es verdad que los católicos adoramos junto con los musulmanes al único Dios. No lo adoramos junto con ellos. En el acto de adoración, siempre adoramos a la Santísima Trinidad, no adoramos simplemente al «único Dios» sino también, conscientemente, a la Santísima Trinidad: Padre, Hijo y Espíritu Santo. El Islam rechaza la Santísima Trinidad. Cuando los musulmanes adoran, hacen sin alcanzar el nivel sobrenatural de la fe. También nuestro acto de adoración es radicalmente diferente. Es esencialmente diferente. Precisamente porque nos volvemos a Dios y Lo adoramos como hijos que están constituidos dentro de la inefable dignidad de la adopción filial divina y porque lo hacemos con fe sobrenatural. Los musulmanes, en cambio, no tienen la fe sobrenatural.» [6]

Arzobispo Viganò: «Sabemos bien que, citando el trecho de la Escritura Littera enim occidit, spiritus autem vivifica” [“La letra mata, mas el Espíritu da vida” (2 Cor 3, 6)], los progresistas y los modernistas astutamente encontraron cómo esconder expresiones equívocas en los textos conciliares, que en la época parecían inofensivos a la mayoría pero que hoy revelan su carácter subversivo. Es el método usado en la frase subsistit in: decir una medio-verdad en orden a no ofender al interlocutor (suponiendo que sea lícito silenciar la verdad de Dios por respeto a Sus criaturas), pero con la intención de poder usar un medio-error que sería instantáneamente refutado si se proclamara la verdad entera.

Por lo tanto, “Ecclesia Christi subsistit in Ecclesia Catholica” no especifica la identidad de ambas, sino la subsistencia de una en la otra y, coherentemente, también en otras iglesias: de aquí nace la apertura a celebraciones interconfesionales, a oraciones ecuménicas, y a la negación inevitable de la necesidad de la Iglesia para la salvación, en su unicidad y en su naturaleza misionera.» [7]

La Primacía papal y la nueva colegialidad

Obispo Schneider: «El hecho en sí de la necesidad, por ejemplo, de la “Nota explicativa previa” al documento Lumen Gentium demuestra que el mismo texto de la Lumen Gentium en el nº 22 es ambiguo respecto al tema de las relaciones entre el primado y la colegialidad episcopal. Los documentos esclarecedores del Magisterio en la época post-conciliar, como por ejemplo las encíclicas Mysterium Fidei, Humanae Vitae, El Credo del Pueblo de Dios de Pablo VI, fueron de gran valor y ayuda, pero los mismos no aclararon las afirmaciones ambiguas del Concilio Vaticano II antes mencionadas.» [8]

El Concilio y sus textos son la causa de muchos escándalos y errores actuales

Arzobispo Viganò: «Si es legítimo venerar a la pachamama en una iglesia se lo debemos a Dignitatis Humanae. Si tenemos una liturgia protestantizada y al mismo tiempo incluso paganizada, se lo debemos a la acción revolucionaria de Monseñor Annibale Bugnini y a las reformas postconciliares. Si se ha podido firmar la Declaración de Abu Dabhi, se lo debemos a Nostra Aetate. Si hemos llegado al punto de delegar las decisiones en las Conferencias Episcopales -incluso con grave violación del Concordato, como sucedió en Italia-, se lo debemos a la colegialidad y a su versión aggiornata, la sinodalidad. [ver] Por culpa de la sinodalidad nos encontramos con Amoris Laetitia y teniendo que ver el modo de impedir que aparezca lo que era obvio para todos: este documento, preparado por una impresionante máquina organizacional, pretendió legitimar la comunión a los divorciados y convivientes, tal como Querida Amazonia va a ser usada para legitimar a la mujeres sacerdotes (como en el caso reciente de una “vicaria episcopal” en Friburgo de Brisgovia) y la abolición del Sagrado Celibato.» [9]

Arzobispo Viganò: «Pero si en esa época era difícil imaginar que la libertad religiosa condenada por Pío XI (Mortalium Animos) podría ser aceptada en el documento Dignitatis Humanae; o que el Romano Pontífice pudiera ver su autoridad usurpada por un colegio episcopal fantasma, actualmente entendemos que lo que se ocultó inteligentemente en el Vaticano II, se promueve abiertamente hoy en documentos papales precisamente en nombre de una aplicación coherente del Concilio». [10]

Arzobispo Viganò: «Podemos, por tanto, afirmar que el espíritu del Concilio no es sino el mismo Concilio, que los errores del período post-ya estaban contenidos en germen en las Actas del Concilio, del mismo modo como se afirma también correctamente que el Novus Ordo es la Misa del Concilio, aunque en presencia de los Padres Conciliares se celebraba aquella Misa que los progresistas definían significativamente como preconciliar.” [11]

Obispo Schneider: «Para cualquier persona intelectualmente honesta que no intente hacer la cuadratura del círculo resulta claro que la afirmación hecha en Dignitatis humanae, según la cual todo hombre tendría el derecho -fundamentado en su propia naturaleza (y por lo tanto querido por Dios) de practicar y difundir una religión según su conciencia, no difiere substancialmente de la afirmación contenida en la Declaración de Abu Dhabi, según la cual: El pluralismo y la diversidad de religión, color, sexo, raza y lengua son expresión de una sabia voluntad divina, con la que Dios creó a los seres humanos. Esta Sabiduría Divina es la fuente de la que proviene el derecho a la libertad de credo y a la libertad de ser diferente».» [12]

Hemos tomado nota de las diferencias que Usted destaca entre las soluciones que cada uno de Vosotros ha propuesto para reaccionar frente a la crisis que estalló con el Concilio Vaticano II. Por ejemplo, el Arzobispo Viganò sostuvo que sería mejor «olvidar» totalmente el Concilio, mientras que el Obispo Schneider, en desacuerdo con él sobre este punto específico, propone oficialmente corregir solo aquellas partes de los documentos del Concilio que contengan errores o que sean ambiguos. Vuestro cambio cortés y respetuoso de opiniones debería servir de modelo para un debate aún más sólido que tanto Usted como nosotros deseamos. Con demasiada frecuencias, en los últimos cincuenta años, se , ha respondido con meros ataques ad hominem en lugar de hacerlo con argumentos civilizados. Exhortamos a todos aquellos que desean unirse a este debate a seguir Vuestro ejemplo.

Rezamos a Nuestra Santísima Madre, a San Pedro, Príncipe de los Apóstoles; a San Atanasio y a Santo Tomás de Aquino pidiéndoles que protejan y preserven a Vuestras Excelencias. Que les recompensen por su fidelidad a la Iglesia y les confirmen en Vuestra defensa de la Fe de la Iglesia.

In Christo Rege,

Donna F. Bethell, J.D.
Prof. Dr. Brian McCall
Paul A. Byrne, M.D.
Edgardo J. Cruz-Ramos, Presidente Una Voce Puerto Rico
Dr. Massimo de Leonardis, Profesor (ret.) de Historia de las Relaciones Internacionales
Prof. Roberto de Mattei, Presidente de la Fundación Lepanto
Fr. Jerome W. Fasano
Mauro Faverzani, periodista
Timothy S. Flanders, escritor y fundador de un apostolado laico
Matt Gaspers, director de Catholic Family News
Corrado Gnerre, director del movimiento Il Cammino dei Tre Sentieri
Dr. Maria Guarini STB, director del blog Chiesa e postconcilio
Kennedy Hall, escritor
Prof. Dr. em. Robert D. Hickson
Prof. Dr.rer.nat., Dr.rer.pol. Rudolf Hilfer
Rev. John Hunwicke, Senior Research Fellow Emeritus, Pusey House, Oxford
Prof. Dr. Peter Kwasniewski
Leila M. Lawler, escritor
Pedro L. Llera Vázquez, director de escuela y colaborador de InfoCatólica
James P. Lucier PhD
Massimo Magliaro, periodista, director de " Nova Historica"
Antonio Marcantonio, MA
Dr. Taylor Marshall, escritor
Reverendo Diácono, Eugene G. McGuirk
Fr. Michael McMahon, Prior de St. Dennis Calgary
Fr. Cor Mennen
Fr. Michael Menner
Dr. Stéphane Mercier, Ph.D., S.T.B.
Hon. Andrew P. Napolitano, analista de Fox News; Visiting Professor en Jurisprudencia
Fr. Dave Nix, ermitaño diocesano
Prof. Paolo Pasqualucci
Fr. Dean Perri
Dr. Carlo Regazzoni, Filósofo
Fr. Luis Eduardo Rodríguez Rodríguez
Don Tullio Rotondo
John F. Salza, Esq., Abogado católico y apologeta
Wolfram Schrems, Wien, Mag. teól., Mag. Phil., catequista
Henry Sire, historiador y escritor
Robert Siscoe, escritor
Jeanne Smits, periodista
Dr. sc. Zlatko Šram, Croatian Center for Applied Social Research
Fr. Glen Tattersall, Párroco, parroquia St John Henry Newman (Melbourne, Australia)
Marco Tosatti, periodista
Giovanni Turco, Asociado de Filosofía del Derecho Público en la Universidad de Udine
José Antonio Ureta
Aldo Maria Valli, periodista
Dr. Thomas Ward, Presidente de la National Association of Catholic Families
John-Henry Westen, co-fundador y director de LifeSiteNews
Willy Wimmer, Secretario de Estado, Ministerio de Defensa (ret.)

Sacerdotes o intelectuales que deseen firmar la Carta Abierta pueden escribir a: Openlettercouncil@gmail.com

NOTAS

[1] Cardenal Joseph Ratzinger, Santiago de Chile, 13 de julio de 1988 [aquí].
[2] Concilio Vaticano II: Un discorso da fare (Frigento, Casa Mariana Editrice, 2009) [aquí], publicado también en inglés con el título The Ecumenical Vatican Council II: A Much Needed Discussion. Esta cita fue extraída de https://fsspx.news/en/vatican-ii- council-much-needed-discussion

J.R.R. Tolkien: Fe y Literatura



Las cartas de nos quedan de J.R.R. Tolkien contienen numerosos pasajes que expresan las creencias religiosas del famoso creador de los hobbits. Antes de empezar a leer esas cartas, en las que podemos aprender cómo entendió y vivió su fe católica el creador de los hobbits, hemos de recordar que fue criado y educado por su madre, Mabel Tolkien (Suffield de soltera), convertida a la Iglesia Católica desde la secta neo protestante baptista. El precio de su conversión -que ocurrió en 1900, cuando ella y sus dos hijos fueron recibidos en la Iglesia Católica Romana- fue en verdad grande: el martirio. A pesar de ser viuda (su marido, Arthur, murió en Sudáfrica el 15 de febrero de 1896), su familia baptista cesó cualquier asistencia financiera cuando su conversión pasó a ser pública. Como consecuencia directa de todas las dificultades de salud que sufrió, Mabel murió de diabetes el 14 de noviembre de 1904. Tenía sólo 34 años.

Los huérfanos, John Ronald Reuel (nacido el 3 de enero de 1892) y su hermano Hilary Arthur Reuel (nacido el 17 de febrero de 1894), fueron criados y educados por un sacerdote católico, el padre Francis Xavier Morgan de la Congregación del Oratorio creada por otro gran escritor católico, San John Henry Newman. John y su hermano Hilary estaban convencidos de que su madre murió como mártir por su fe católica. Es fácil imaginar la influencia que esta inconfundible verdad tuvo en las almas de estos dos jóvenes hermanos. Es la razón por la que, como notaremos en sus cartas, J.R.R. Tolkien fue un católico ferviente que vivió su fe intensamente.

El autor de El señor de los anillos colocó en el centro de su vida el Santísimo Sacramento del altar, como podemos leer en una carta enviada a su segundo hijo, Michael, en marzo de 1941:

“Desde la oscuridad de mi vida, tan frustrada, te presento una gran cosa a la que amar en la tierra: el Santísimo Sacramento”

La importancia que J.R.R. Tolkien siempre atribuyó a la sagrada Eucaristía es aún más evidente en otra carta, fechada en 1963, al mismo hijo Michael, en la que explica por qué está seguro de que la única iglesia verdadera de la tierra es la Iglesia Católica:

“Para mí, esa Iglesia de la cual el Papa es la cabeza visible en la tierra tiene una afirmación fundamental y es que siempre ha defendido (y aún defiende) el Santísimo Sacramento y le ha dado el mayor honor y lo ha puesto (como Cristo claramente quiso) en el lugar principal. “Alimenta mis ovejas” fue su último encargo a san Pedro; y, puesto que sus palabras han de entenderse siempre primero literalmente, supongo que se refieren primariamente al Pan de Vida. Fue contra esto contra lo que en realidad se lanzó la revuelta del occidente europeo (o Reforma) -“la blasfema fábula de la misa”- y la fe y las obras una simple pista falsa. Supongo que la gran reforma de nuestro tiempo fue la que llevó a cabo san Pío X: por encima de cualquier cosa, por muy necesaria que sea, que el Concilio logre. Me pregunto en qué estado estaría la Iglesia ahora si no fuera por ella [la Eucaristía]”.

Crítico firme y vehemente de la Revolución protestante, que eliminó por completo la sagrada liturgia y los sacramentos de las vidas de millones de católicos caídos, J.R.R. Tolkien no era un simple apologeta del catolicismo sino, y al mismo tiempo, católico totalmente practicante y piadoso. Más tarde en su vida, cuando la Revolución entrara en la misma Iglesia -debido a las “reformas” del papa Pablo VI y el Concilio Vaticano II- se manifestará como un acérrimo oponente a la destrucción/sustitución de la misa de los tiempos del papa Gregorio Magno por una liturgia inventada. Podemos leer otro fragmento relevante que contiene una brillante refutación de la “reforma” litúrgica hecha en nombre de la vuelta al “cristianismo primitivo”, en una carta de 1967:

“La búsqueda “protestante” de simplicidad y franqueza hacia el pasado, aunque, desde luego, contiene algunos motivos buenos o al menos inteligibles, es errada y ciertamente vana. Porque el “cristianismo primitivo” es hoy y, a pesar de toda la “investigación”, seguirá siendo ampliamente desconocido; porque la “primitividad” no es garantía de valor y es, y era en gran medida, un reflejo de ignorancia. Los abusos graves han sido elementos del comportamiento litúrgico cristiano tanto en los primeros tiempos como ahora. (¡Las censuras de san Pablo sobre comportamientos eucarísticos son suficiente muestra de ello!) Aún más porque el Señor no pretendió que “mi iglesia” fuera estática o permaneciera en una infancia perpetua, sino que fuera un organismo vivo (parecido a una planta), que se desarrolla y cambia en lo exterior por la interacción de la vida divina que se le ha legado y de la historia, las circunstancias particulares del mundo en el que existe. No hay ningún parecido entre el grano de mostaza y el árbol crecido. Para los que viven en los días en que crecen las ramas, el árbol es la cosa, pues la historia de una cosa viva es parte de su vida, y la historia de una cosa divina es sagrada. Los sabios pueden saber que empezó con una semilla, pero es vano tratar de desenterrarla, porque ya no existe, y la virtud y las facultades que tiene ahora residen en el árbol. Muy bien, pero en agricultura las autoridades, los guardas del árbol deben cuidarlo de acuerdo con el saber que poseen, podarlo, quitar las llagas, librarlo de parásitos y todo eso. (¡Con inquietud, sabiendo lo poco que saben del crecimiento!) Pero ciertamente le harán daño si están obsesionados con el deseo de volver a la semilla o incluso a la primera juventud cuando era (como imaginan) hermoso y no afectado de ningún mal. El otro motivo (tan confundido ahora con el primitivista, de igual modo que en la mente de cualquiera de los reformadores): aggiornamento, poner al día, que tiene en sí mismo peligros graves, como se ha visto a lo largo de la historia. Con esto, el “ecumenismo” se ha vuelto también confuso”.

Al mencionar en una carta del 2 de enero de 1969 que su patrón es san Juan Evangelista, no pierde ocasión de insistir en su formación intelectual católica. De hecho, hizo de su fe católica el eje principal de toda su vida. Por eso, marcado por tal influencia, uno de sus hijos, John, se hizo sacerdote católico.

Hombre del tiempo en que vivía, John Ronald Reuel Tolkien fue “ciudadano total del Reino del Cielo” en la tierra, la Iglesia católica. Sólo un crítico o un historiador cegado por sus propios prejuicios puede ignorar la profunda religiosidad de J.R.R. Tolkien. ¿Pero cómo influye esta religiosidad en las historias épicas escritas por un autor de ficción que hizo las delicias de millones de lectores de todo credo y raza de la tierra?

Si las cartas de Tolkien nos permiten desvelar la dimensión religiosa y católica de la vida de su autor, la relación entre sus creaciones literarias y su fe religiosa son un asunto delicado. Todos los aspectos de esta relación se incluyen en un pasaje de una carta escrita en 1953 a uno de los amigos más importantes de J.R.R. Tolkien, el padre Robert Murray S.J., al que muestra cómo incluye cierto elemento religioso en sus historias:

“El señor de los anillos es, por supuesto, una obra fundamentalmente religiosa y católica; de modo inconsciente al principio pero conscientemente en la revisión. Yo por eso no he puesto ni he cortado prácticamente ninguna referencia a nada como “religión”, cultos o prácticas en el mundo imaginario. Porque el elemento religioso está absorbido en la historia y en el simbolismo”.

Si el elemento religioso parece ser una ausencia notable en la Tierra Media, en esta carta el autor subraya que este elemento está “absorbido”, camuflado, en cualquier caso presente implícitamente en la textura de la historia y especialmente en sus símbolos.

Como muchos otros grandes escritores católicos del siglo XX, como Gilbert Keith Chesterton y George Bernanos, J.R.R. Tolkien no escribe “literatura católica” programática, que represente como una forma disfrazada de apologética. Ninguno de estos escritores aceptó la etiqueta de “escritor católico”. J.R.R. Tolkien se consideraba a sí mismo escritor, pero no necesariamente un “escritor cristiano (es decir, católico)”. Es un católico que, entre otras vocaciones secundarias (como las de profesor, esposo y padre), recibió la de escritor. No confundió los principios y reglas propios del arte literario con los específicos de la religión y de la teología. Aunque armoniosos, en su perspectiva el arte y la fe son diferentes. Estos dos tipos de experiencia y pensamiento humanos tienen su propio campo. Ello no significa “divorcio”, sino una forma de coexistencia en la que siempre son posibles fuertes influencias e intercambios. Por eso J.R.R. Tolkien no niega la influencia de su fe católica en aquellos valores codificados en sus escritos. Por ejemplo, acepta la interpretación de una lectora devota, Deborah Webster, que piensa que los encantamientos de Elbereth o Galadriel de El señor de los anillos son similares a las oraciones católicas dirigidas a la Santísima Virgen María, o que el pan élfico llamado lembas simboliza la sagrada Eucaristía.

Junto a todas estas interpretaciones podemos proponer otra explicación a todos los lectores que ignoran el trasfondo católico de las obras de J.R.R. Tolkien invocando el hecho de que en la Tierra Media no hay religión. ¿Por qué? Porque, si el propio autor explica en una carta escrita en 1955 que la Tierra Media “es un mundo monoteísta de teología natural”, añade inmediatamente que “la Tercera Época no era un mundo cristiano”. En este punto subrayamos que el contexto histórico en que sucede la acción de ambas historias, El señor de los anillos y el Silmarillion, es uno antiguo y precristiano.

En este respecto, J.R.R. Tolkien sigue la misma senda de los primeros pensadores católicos, como san Justino, el mártir y filósofo, o Clemente de Alejandría, que buscaron y descubrieron en las enseñanzas de los antiguos sabios paganos las llamadas semina verbi (semillas del Logos, Nuestro Señor Jesucristo), que anticipaban la revelación cristiana. En el mismo sentido podemos descubrir en las historias de J.R.R. Tolkien muchos elementos cristianos consistentes que no son totalmente explícitos, sino más bien señales, símbolos, que pretenden guiar a los lectores a la plenitud de la fe cristiana.

Por Robert Lazu Kmita / Rumanía

ÁNGEL RUIZ: "Tendremos nuevos rebrotes y nuevos virus para controlar a las masas"




Duración 15:06 minutos

El 18 de Julio y su sentido universal (Mario Caponnetto)

ADELANTE LA FE

Con harta frecuencia se habla o se debate acerca del 18 de Julio de 1936, inicio de la Cruzada de Liberación de España (del que acaba de cumplirse el octogésimo cuarto aniversario) como si se tratase tan sólo de un acontecimiento español o, mejor dicho, peninsular. Es innegable que esa fecha evoca un hecho decisivo en la historia de la España contemporánea, más allá del juicio que acerca de ella se formule. Es también innegable que el Alzamiento que tras una dura guerra puso fin a uno de los regímenes más criminales y ominosos de los que se tenga memoria obedeció a una compleja trama de causas incuestionablemente españolas.

Sin embargo, sería un imperdonable error de perspectiva histórica reducir el significado de esta fecha entrañable a una cuestión exclusivamente española o aún hispánica. El 18 de Julio es una efeméride universal, cargada de un auténtico sentido ecuménico (en el buen sentido de la palabra) que va más allá de las circunstancias que rodearon aquel suceso y aún de los protagonistas de esa historia. Este significado puede resumirse en una sola expresión: el 18 de Julio representa la última cruzada de la Cristiandad contra uno de sus mayores y más crueles enemigos, el ateísmo comunista. Sabemos que dicho así puede sonar a slogan, a retórica fácil o a lugar común. Pero nada más lejos de ello.

Lo que se jugó en España en aquellos años de la contienda civil fue algo más, mucho más, que un conflicto entre españoles derivado de hechos políticos que conmovieron, hasta sus cimientos, la vida política y social de España. Allí se batieron, de un lado, lo que aún quedaba de la Cristiandad, y, del otro, el más feroz enemigo, hasta ese momento, de cuantos se levantaron contra ella a lo largo de la historia, tan feroz que hasta el recuerdo del Islam, derrotado en Lepanto, empalidece.

Con la perspectiva que dan los siglos, nadie duda hoy de que en Lepanto se salvó Europa y con ella la Cristiandad. Pues bien, el 18 de Julio no va a la zaga de Lepanto. No está en nuestro ánimo caer en fáciles paralelismos históricos, ni intentamos revestir los hechos de la historia relativamente reciente con los oropeles de los fastos ya consagrados, ni afirmamos que Franco sea el Don Juan de Austria del siglo XX. Semejantes pretensiones serían absurdas. Si apelamos a Lepanto es sólo por modo de ejemplo.

Que el ejemplo es válido lo demuestra que si en Lepanto se afirmó la Fe verdadera frente al Islam y con ella se salvó Europa, en otro contexto y en circunstancias distintas, también el 18 de Julio representa al tiempo que la defensa de la Fe frente al ateísmo un acontecimiento europeo de extraordinaria relevancia. En efecto, en la Guerra Española se jugó el destino de toda Europa. No son pocos los historiadores que reconocen que fue el conflicto que mayor repercusión tuvo en la política europea de su tiempo. No sólo por las fuerzas que intervinieron en la contienda (las mismas que se enfrentarían, muy poco después, en la Segunda Guerra Mundial) sino, sobre todo, por el papel que la España nacida de la victoria de 1939 iba a desempeñar en el escenario europeo de posguerra. Un papel, ante todo, de muralla frente a la expansión soviética. Pocos dudan de que sin España la “cortina de hierro” se hubiera extendido bastante más allá de Berlín.

En lo que respecta a lo específicamente religioso aquella Guerra fue una Cruzada. Tal como afirma en su documentada obra, La Iglesia y la Guerra Española de 1936 a 1939, Don Blas Piñar: “Una guerra santa se eleva a la categoría de Cruzada si la lucha es para liberar territorios que fueron cristianos y de los que se hicieron dueños los enemigos de la fe, destruyendo todo testimonio o vestigio por odium fidei. Cruzadas fueron -y así se habla de ellas en los libros de historia- las que se convocaron al grito de “Dios lo quiere”, y Cruzada se llamó -y muchos la seguimos llamando- a nuestra guerra de liberación”[1].

En la misma obra, abunda el autor en consideraciones y testimonios que abonan esta inequívoca definición. Sin duda, la mayor prueba del carácter de auténtica Cruzada en defensa de la Fe y de la Iglesia es la actitud que frente a ella asumieron Pío XI, primero, y Pío XII, después. Pío XI dio desde el primer momento el total apoyo de la Santa Sede al Alzamiento al que vio siempre como una cruzada en defensa de la Religión y de la Iglesia. Al respecto, recuerda Don Blas la audiencia que el Papa Ratti, enfermo y en cama, concedió al Cardenal Gomá el 11 de diciembre de 1936. De acuerdo con el relato de Monseñor Anastasio Granados, el Cardenal Pacelli, a la sazón Secretario de Estado, estuvo presente en aquella audiencia al término de la cual le aseguró al Cardenal Gomá que el Papa le hubiere recibido “anche in articulo mortis” y que “piensa mucho en España, que la encomienda a Dios y que ofrece todos sus sufrimientos por su salvación”[2].

Pocos días después, según relata el mismo Cardenal Gomá, “todavía enfermo y en la cama”, el 19 de diciembre de 1936, Pío XI le concede una nueva audiencia en la que le manifiesta que “el Papa había visto en él, la España atribulada, que pensaba mucho en ella, que la encomendaba a Dios y que le dijera a Franco que la bendecía especialmente, lo mismo que a cuantos contribuyen a la obra de la salvación del honor de Dios, de la Iglesia y de España”. Y añade Blas Piñar: “Antes de esa segunda entrevista, sigue diciendo Monseñor Anastasio Granados, Pacelli pidió a Gomá le dijera al General Franco que todas las simpatías del Vaticano están con él y que le desean los máximos y rápidos triunfos”[3].

Que estas expresiones de afecto no eran sólo buenas palabras dichas en momentos de especial emoción lo demuestra la política seguida por Pío XI hasta su muerte respecto de España. Al recibir, por ejemplo, al Embajador de España don José Yanguas Messia, el 30 de junio de 1938, Pío XI se refería Franco como a “nuestro dilectísimo hijo, jefe de España” al tiempo que le enviaba “los sentimientos de Nuestra Paternidad espiritual” asegurándole “Nuestro apoyo y Nuestra máxima cooperación”[4].

Pío XII, por su parte, no hizo sino continuar esta política de apoyo a la Cruzada y, después del triunfo, es bien conocida la particular relación entre la Santa Sede y el Estado Español concretada en el Concordato firmado entre ambos en 1953. También es oportuno reproducir el texto del telegrama que el Papa Pacelli enviara a Franco apenas conocida la victoria de las armas nacionales el 1 de abril de 1939: “Levantando nuestro corazón al Señor, agradecemos sinceramente, con V. E., deseada victoria católica España. Hacemos votos porque este queridísimo país, alcanzada la paz, emprenda con nuevo vigor sus antiguas y cristianas tradiciones, que tan grande le hicieron. Con esos sentimientos efusivamente enviamos a V. E. y todo el noble pueblo español, nuestra apostólica bendición. PÍO PAPA XII”. A lo que el Caudillo respondió con otro telegrama que comenzaba con estas sugestivas palabras: “Inmensa emoción me ha producido paternal telegrama de Vuestra Santidad con motivo victoria total de nuestras armas, que en heroica Cruzada han luchado contra enemigos de la Religión, de la patria y de la civilización cristiana.”

Por cierto que estos hechos y este lenguaje resultan completamente ajenos a la mentalidad hoy dominante aún, por desgracia, entre los mismos católicos. Lo que ocurre es que la Cristiandad desapareció. La misma Iglesia parece haber contribuido a sepultarla. Después de todo, la Cristiandad no es el Cristianismo ni menos la Iglesia: es sólo una enorme obra de organización social, política y cultural nacida de ella, de su corazón, legada a la humanidad toda. Nuestro Señor prometió a la Iglesia sostenerla hasta el fin de los tiempos contra las puertas del infierno; esta promesa no es extensiva ni a la Cristiandad ni a ninguna otra realización temporal surgida de su acción civilizadora.

Pero lo malo no es tanto que la Cristiandad haya desparecido sino que en estos días que corren es poco menos que un pecado hablar de ella. Hay un complejo católico de inferioridad (análogo al complejo de inferioridad de los españoles al decir de López Ibor) que impide siquiera mencionarla y menos exaltarla. Hoy es corriente entre católicos ilustrados (o que debieran serlo) cuidarse muy mucho de ser tildados de “constantinianos”: no hay peor tacha en esta época de ecumenismo, de diálogo y de “nueva laicidad”. Por estas razones no cabe en la mentalidad actual la idea de una Gran Batalla en la que se combate por la gloria de Dios. Y es esto lo que explica el inexplicable e injusto olvido en que ha caído el 18 de Julio de parte de quienes debieran celebrarlo como un gran fasto católico por una elemental razón de gratitud y de piedad.

Es este espíritu de Cruzada, esta idea de que hay momentos en que debemos dar el combate por Dios y empuñar las armas en defensa de Su Nombre, lo que torna universal el 18 de Julio que, más allá de muchas cosas que puedan decirse, fue en su esencia la última Empresa Católica, y por Católica, Ecuménica, emprendida por España en defensa de la Civilización común. Y esto, repetimos, no es retórica inflamada sino la sencilla afirmación de una verdad sencilla. Por eso es un hecho universal que incuestionablemente pertenece a los españoles pero no en exclusiva. Es de ellos, pero es de todos los que todavía sostenemos que Cristo es el Rey de la Historia y a Él deben sometérsele todas las naciones.

[1] Blas Piñar, La Iglesia y la Guerra Española de 1936 a 1939, Madrid, 2011, página 33.

[2] Cf. Blas Piñar, La Iglesia y la Guerra…, o. c., página 111.

[3] Blas Piñar, La Iglesia y la Guerra…, o. c., páginas 111-112.

[4] Ibídem.

Mario Caponnetto

domingo, 19 de julio de 2020

Siete motivos para prohibir el comunismo si se prohíbe la apología del franquismo



La izquierda española lleva años proponiendo ilegalizar la apología del franquismo. Lo considera una necesidad democrática, pero ese argumento hace aguas.


Explicaré a continuación algunos motivos por los que sería ilógico e inconstitucional ilegalizar la apología del franquismo pero no la del comunismo, como pretenden partidos como el PSOE, Podemos e Izquierda Unida:
  1. Porque sería una discriminación por razón de ideología, algo contrario al Artículo 14 de la Constitución, que prohíbe la discriminación por motivos de opinión, y al Artículo 16, que garantiza la libertad ideológica y que prohíbe “ser obligado a declarar sobre su ideología”. Lo lógico sería ilegalizar la apología de TODA dictadura, con independencia de su ideología, igual que es ilegal la apología de toda forma de terrorismo, sean cuales sean sus motivaciones políticas o ideológicas.
  2. Porque transmitiría la idea de que hay dictaduras buenas y malas. Desde un punto de vista democrático, toda dictadura es mala, con independencia de que haya algunas peores que otras. Sin embargo, algunos de los partidos que proponen ilegalizar la apología del franquismo al mismo tiempo ensalzan a dictadores como Lenin (como hace Izquierda Unida) y como Fidel Castro (como ha hecho Podemos). Así pues, cabe deducir que no quieren ilegalizar el franquismo por ser una dictadura, sino por no haber sido una dictadura comunista, y eso en un país democrático es inaceptable.
  3. Porque daría por hecho que hay víctimas de primera y de segunda categoría en las violaciones de derechos humanos. Entre las primeras se contarían las del franquismo, que recibirían un trato preferente por parte del Estado, y entre las segundas estarían las víctimas del comunismo, que serían marginadas y olvidadas simplemente por la ideología de sus torturadores y asesinos. Esta discriminación sería abiertamente inconstitucional y contraria al Artículo 2 de la Declaración Universal de Derechos Humanos.
  4. Porque blanquearía un movimiento totalitario que ha matado a millones de personas. El comunismo fue el primer gran movimiento totalitario del siglo XX. Ha matado a más de 100 millones de personas. Ya sólo la primera dictadura comunista, que fue la instaurada en Rusia por Lenin, mató a mucha más gente que el franquismo y con métodos de tortura y asesinato mucho más bestiales. ¿Por qué hacer una excepción legal con la apología de ese terror totalitario? ¿Simplemente porque tiene admiradores en el Gobierno de España?
  5. Porque implicaría ignorar una amenaza totalitaria todavía vigente. El franquismo, igual que el fascismo, desapareció hace décadas. Hoy en día ya no queda ninguna dictadura de ese signo en el mundo. Las organizaciones franquistas y fascistas son puramente marginales. Sin embargo, aún hoy más de 1.500 millones de personas -la quinta parte de la humanidad- siguen sometidas a dictaduras comunistas (China, Corea del Norte, Cuba, Laos y Vietnam), y esa ideología está promoviendo nuevas dictaduras también en Venezuela y Nicaragua. Todavía hoy sigue habiendo importantes partidos comunistas y postcomunistas en países democráticos (en España incluso están en el Gobierno), e incluso están presentes en el Parlamento Europeo.
  6. Porque en España aún se hacen manifestaciones ensalzando a genocidas comunistas como Lenin y Stalin, y ante eso no hacen ni dicen nada los mismos partidos de izquierda que piden ilegalizar la apología del franquismo, a pesar de que el Código Penal español prohíbe expresamente la apología de los delitos de genocidio y de sus autores, una ley que nunca se aplica a la extrema izquierda. ¿Por qué?
  7. Porque sería como admitir que la ideología comunista hace impunes a sus partidarios de cualquier crimen, empezando por los delitos de genocidio y de lesa humanidad cometidos por las dictaduras comunistas. ¿Cuánto tardaría en transmitirse eso a los delitos de terrorismo? Algunos -entre ellos no pocos partidarios de ilegalizar el franquismo- ya llevan años blanqueando a bandas terroristas de extrema izquierda y a sus apologistas.
Por supuesto, sé que la izquierda que ahora gobierna en España no tendrá en cuenta estas consideraciones. Recordemos que en 2006 el PSOE rechazó condenar los crímenes del comunismo en el Consejo de Europa, y sus socios de Gobierno son aún más radicales. Eso sí, llegado el momento, bastaría cambiar una línea de su ley para incluir la prohibición de la apología del cualquier dictadura o movimiento totalitario, y entonces no podrán quejarse de una eventual prohibición del comunismo en España. Al fin y al cabo, ellos ofrecieron la receta para llegar a ese punto.

Elentir

sábado, 18 de julio de 2020

Rezar por los muertos



Como si hubiéramos vuelto a los tiempos de los fenicios, y con el pomposo apelativo de “Funeral de Estado”, se celebró un homenaje (¿) a los muertos por el Covid-19. 

Todo un Gobierno anti-católico, rosas blancas y caras duras, regando con lágrimas de cocodrilo la memoria de los que han muerto en el más completo de los abandonos, gran parte de ellos seleccionados por su edad y condición, que tuvieron la mala suerte de estar bajo las responsabilidades políticas de vicepresidentes, ministros, científicos y otros de su calaña. 

¿Qué homenaje es éste? Ni una oración, ni un pésame, ni un mea culpa, ni un arrepentimiento, ni un propósito. 

Dicen que salimos más fuertes, estos canallas. Ante lo que llaman pebetero (seguramente porque huele mal), los vestales de esta nueva religión queman no sé qué y se inclinan ante no sé quién. 

Qué maravilloso es el catolicismo, que brinda consuelo en Jesucristo, que cree en la vida eterna de los que han muerto y que puede rezar por su salvación. Sí, por su salvación.

Cuando estos tipejos mueran, veremos quién reza por ellos; para que el Señor tenga piedad de sus miserias y de sus asesinatos de todo orden. 

Menos mal que la Conferencia Episcopal estaba representada dignamente. Como ya le rezan a la Madre Tierra, adoran a Buda y sufren por la ecología, no les ha extrañado estar presentes, en un religioso minuto de silencio, ante el dichoso pebetero-masónico. Y aprovechando la visita, el Presidente del Parlamento Europeo, va con el Arzobispo de Madrid, cardenal Osoro, a la parroquia del P. Ángel, digno representante del clero y de los templos madrileños. Todo el mundo lo sabe y al arzobispo le mola. Es posible que ponga un pebetero pronto, o que ya tenga uno instalado en esa parroquia. Podían haber celebrado allí el masónfuneral de Estado.