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jueves, 6 de marzo de 2025

Ucrania: de la propaganda al delirio


La Edad de Oro de la propaganda que estamos viviendo facilita la creación y propagación de histerias colectivas —como lo fue la pandemia—. ¿Estamos ante una de ellas con la guerra de Ucrania?

El primer indicio de una histeria colectiva es una antinatural unanimidad de opiniones consecuencia de un previo bombardeo mediático destinado a ablandar los sesos y encender los ánimos. Todo el mundo piensa igual, lo que suele indicar que nadie está pensando en absoluto.

El segundo indicio es un maniqueísmo simplista que presenta todo como una lucha entre buenos (nosotros) y malos (ellos). Irónicamente, los yonquis del poder, campeones del relativismo, no dudan en apelar al bien y al mal ―conceptos en los que no creen― con tal de que les sirva a sus propósitos.

El tercer indicio es una población manipulada presa de pasiones desbocadas (miedo e ira) que extinguen cualquier intento de apelar a la razón, a la serenidad o al diálogo. El pensamiento único se convierte en dogma y la heterodoxia no se tolera, lo que da lugar a sobrerreacciones emocionales ante cualquier opinión contraria. Las críticas argumentativas son sustituidas por críticas ad hominem (negacionista, quintacolumnista, etc.) y se justifica la falta de respeto o incluso la violencia —no necesariamente física— para acallar al disidente.

La histeria colectiva transforma al individuo racional en individuo-masa. El individuo racional piensa y pondera argumentos y se une a otros como decisión individual, por convencimiento. El individuo-masa, por el contrario, se mueve por impulsos y emociones primitivas y se funde con la masa en grupo, por simple contagio. El individuo racional muy raras veces es capaz de linchar a nadie; el individuo-masa es capaz de linchar al disidente entre gritos de júbilo.

La «conversación» en el Despacho Oval

Último acto. Escena primera. «No está usted en muy buena posición. No está ganando esta guerra. Está jugando con la vida de millones de personas. Está jugando con la Tercera Guerra Mundial».

Es difícil encontrar una sola mentira en esta frase que Trump le espetó al presidente ucraniano en el penoso espectáculo que protagonizaron en el Despacho Oval. En efecto, Zelensky lleva tres años intentando arrastrarnos a una Tercera Guerra Mundial, como cuando mintió al culpar a Rusia de disparar un misil cuyos restos cayeron sobre Polonia (territorio OTAN) matando a dos personas. El misil había sido disparado por los propios ucranianos[1].

Sin embargo, la reacción mediática a lo ocurrido en la Casa Blanca ha consistido fundamentalmente en echar espumarajos por la boca, actitud que no es muy útil para analizar la realidad. Así, el odio un poco enfermizo que nuestra clase periodística siente por Trump (y ahora también por Vance, tras su discurso en Múnich) le llevó a repetir la consigna oficial que tildaba el incidente de «encerrona»:


Sin embargo, dado que el encuentro fue televisado de principio a fin, sabemos que los hechos (y la lógica) no sustentan tal relato. A pesar de la actitud hosca y en ocasiones provocadora del ucraniano, los primeros cuarenta minutos de conversación en el Despacho Oval transcurrieron sin incidentes, y estaba programado un almuerzo privado entre los dos presidentes y la firma del acuerdo comercial en el ceremonial East Room, la sala más amplia de la Casa Blanca.

El desastre diplomático, por tanto, fue un error de Zelensky, que ha perdido el sentido de la realidad y perdió también los papeles: chulesco e impertinente, se dirigió con innecesaria hostilidad a Vance tras contestar éste a un periodista polaco que había que dar una oportunidad «a la diplomacia». Vance no se había dirigido a él, pero el desubicado presidente ucraniano se encaró con el vicepresidente, le tuteó con desdén («JD») mientras éste le trataba educadamente de «Sr. presidente», y luego entró en barrena con Trump, su anfitrión y financiador.

¿Qué le pasa a Europa?

Sin embargo, el incidente no pasa de ser una anécdota. Más relevante es el nerviosismo del contubernio político-periodístico europeo. La impostada «cumbre» en Reino Unido nos hace preguntarnos por qué Europa no ha tenido ni una sola iniciativa de paz en tres años de guerra, y escenifica lo que resumió acertadamente Orbán hace unas semanas: el mundo ha cambiado y la única que no se ha enterado aún es Europa. Se aproxima un baño de realidad.

¿No es extraño que una iniciativa de paz para Ucrania haya sido recibida en Europa con recelo e indignación? Sin duda, el carácter perdonavidas de Trump no le gana adeptos, pero Obama y Biden eran también enormemente arrogantes. ¿Por qué surge entonces este visceral rechazo? ¿Acaso no es preferible la paz a la guerra? ¿No vale más un mal arreglo que un buen pleito? ¿O es que vamos a gritar ¡victoria o muerte!, como hacen los periodistas y políticos europeos con la ligereza de quien ni va al frente ni envía a sus hijos a morir?

«Es mejor y más seguro una paz cierta que una victoria esperada», escribía Tito Livio hace 2.000 años. Pero es que Ucrania no tiene esperanza alguna de victoria: la alternativa a la paz es una mayor pérdida de territorio y de vidas humanas y el potencial retorno a la no-existencia que ha sido la norma de este país a lo largo de su breve historia.

Quizá Europa se haya creído su propia propaganda, aunque sus dirigentes digan una cosa en público y otra muy distinta en privado; o quizá le moleste su creciente irrelevancia, pues, como he defendido desde un principio, los dos actores principales de este conflicto siempre fueron Rusia y EEUU, mientras que Ucrania y la UE eran sólo actores secundarios o meras comparsas.

En cualquier caso, algo nos pasa. Trump es mucho más popular en su país que en Europa. A Zelensky le pasa al revés: es mucho más popular en Europa que en su propio país. Por lo tanto, o los ciudadanos de esos países no se enteran de nada o somos los europeos los que no nos enteramos. ¿No estaremos de nuevo cegados por una histeria colectiva que impide un análisis racional de los hechos?

La excesiva canonización de Zelensky

En el resto del mundo Zelensky carece de la aureola que le rodea en Europa. Estéticamente, el presidente ucraniano fue siempre una cuidada construcción publicitaria ―uniforme verde/negro, corte de pelo militar y barba de tres días―, pero ya es algo más: un líder mesiánico y bunkerizado que «se engaña a sí mismo», como reconoció uno de sus colaboradores a la revista Time hace un tiempo. «No nos quedan opciones, no estamos ganando, pero intente usted decírselo», se lamentaba el frustrado ayudante del presidente ucraniano[2].

Decía Kissinger que el poder es el afrodisíaco supremo. Deslumbrado por los focos, Zelensky nunca comprendió que estaba siendo utilizado por el Deep State de Biden ni parece haber comprendido que en EEUU se ha producido un cambio de régimen: el Deep State que lo aupó perdió las elecciones frente a Trump (como pronostiqué que ocurriría), y Trump quiere la paz.

Por lo tanto, por mucho que simpaticemos con la heroica resistencia del pueblo ucraniano, resulta difícil comprender la canonización de un yonqui del poder (otro más, como los de Moscú, Washington o Bruselas) que ha arrastrado a su país a la destrucción con una guerra perdida de antemano contra un adversario implacable que no podía perder.

Los medios también ocultan que el presidente ucraniano es un líder autoritario. En efecto, «con la excusa de la guerra» (en acertada expresión de la revista Newsweek) ha practicado una clara política represiva, cerrando medios de comunicación hostiles y encerrando, persiguiendo judicialmente o sacando del país a sus opositores[3]. Hace un año destituyó (¡en mitad de una guerra!) al competente general Zaluhzny enviándole de embajador a Londres porque en las encuestas Zaluzhny obtenía un 41% de apoyo popular frente al magro 24% que obtenía él[4]. Como apunta Newsweek, resulta muy dudoso que la Ucrania de Zelensky pueda hoy considerarse una democracia[5].

Una paz poco deseada

¿Desea el presidente ucraniano la paz? En 2022 aprobó un decreto prohibiendo las negociaciones con Putin, es decir, convirtiendo en delito buscar la paz[6]. ¿No es un poco extraño? No podemos obviar que Zelensky tiene un incentivo perverso para mantener su belicismo: mientras dure la guerra y la ley marcial, no tiene que convocar elecciones, puede seguir con sus giras de vanidad internacionales y controla los dineros de uno de los países más corruptos del mundo, pero cuando haya paz y se convoquen elecciones, las perderá, y el negocio se acabó.

Existe, por tanto, un potencial conflicto de interés entre el presidente de Ucrania y sus ciudadanos, pues el primero no tiene prisa por alcanzar la paz, pero los ucranianos sí, a pesar de los odios generados durante esta cruenta guerra. Contrariamente a lo que insinuó Zelensky en la Casa Blanca, el 52% quiere negociar el final del conflicto y está dispuesto a hacer concesiones territoriales para lograrlo. Sólo un 38% quiere continuar luchando, porcentaje que baja cada mes que pasa[7].

Resulta curioso que el otro día el presidente ucraniano basara su negativa a negociar la paz en que Putin supuestamente no respeta los acuerdos que firma. Trump se lo rebatió, basándose en su experiencia con el autócrata ruso en su primer mandato. Bill Clinton estaba de acuerdo con Trump: preguntado en 2013 si se podía confiar en Putin, Clinton respondía: «Cumplió su palabra en todos los acuerdos a los que llegamos»[8].

Las ventajas del análisis racional

Como he tenido ocasión de argumentar en muchos artículos, la propaganda occidental, transmitida al pie de la letra por el contubernio político-periodístico europeo, ha construido un relato falaz sobre las causas últimas y el desarrollo de la guerra. Según dicho relato, nos encontraríamos ante una lucha entre buenos y malos, entre ideales de democracia y tiranía, y la invasión rusa habría salido de la nada («agresión no provocada», es el mantra) como preludio de una nueva invasión de Europa, a pesar de que desde 1991 las fronteras de Rusia no se han movido un ápice (no así las de la OTAN).

Todo esto son paparruchas, pero en España han encontrado especial eco debido a nuestra nobleza, que admira la valentía y defiende al débil frente al fuerte. Así, una guerra en un país que muy pocos españoles sabrían situar en un mapa hace tres años ha levantado una quijotesca reacción antirrusa muy distanciada de lo que un análisis más sosegado de los datos invitaría a tener y, desde luego, muy lejos de lo que conviene a nuestros intereses nacionales.

El camino es otro. Para lograr una comprensión de la realidad y una cierta capacidad de previsión de los acontecimientos debemos sustituir esta volcánica erupción emocional por un análisis racional y lógico. Condición necesaria, desde luego, es llevar una dieta estricta de prensa: leer poco y no creerse nada.

Así, para el afortunado no-lector de prensa, los datos y la lógica permitían desde un principio comprender que no estábamos ante un conflicto entre Rusia (Goliat) y Ucrania (David), sino ante un conflicto indirecto entre EEUU y Rusia provocado por EEUU, en el que Ucrania ponía los muertos y Europa el suicidio económico (y geopolítico). Mientras los medios hacían creer que Ucrania iba ganando la guerra, este blog informaba de la realidad, esto es, que para Ucrania la guerra estaba inevitablemente perdida desde un principio, y criticaba la futilidad del envío de armas y carros de combate occidentales, que, lejos de ser armas milagrosas, sólo lograrían posponer lo inevitable.

Aunque la habitual niebla informativa dificulte conocer con precisión las bajas de los contendientes, el orden de magnitud de las bajas ucranianas se situaría hoy entre 750.000 y 900.000 hombres frente a un mínimo de 150.000 bajas rusas. Estos datos deben tomarse con cautela, pero la proporción es inversa a la que predican los medios. Como indicador indirecto, en los intercambios de cadáveres los rusos están entregando entre 5 y 10 veces más cuerpos de soldados ucranianos muertos que los cuerpos de rusos entregados por aquéllos.

Un análisis ecuánime de la realidad, por ejemplo, nos permitió comprender que uno de los objetivos de EEUU en este conflicto era descarrilar el proyecto del gaseoducto Nord Stream 2, como defendió este blog cinco meses antes de que los norteamericanos (solos o en compañía de otros) presuntamente lo sabotearan, y prever el colosal fracaso de la contraofensiva ucraniana de verano de 2023, jaleada por unos medios que cantaron victoria prematuramente mientras empujaban a los ucranianos a la muerte.

En conclusión, un análisis sereno y emocionalmente distanciado de los hechos permite comprender la realidad, prever acontecimientos y desechar sinsentidos, como la extrema debilidad del ejército ruso (incompatible con su intención de conquistar Europa), el cáncer, Párkinson y desequilibrio mental por aislamiento covid de Putin, o la posibilidad de que Rusia usara armas químicas o nucleares, relatos que se ponen en circulación para ser retirados y olvidados en cuanto pierden su utilidad.

Los antecedentes

La propaganda se apoya frecuentemente en la falta de memoria de la población, por lo que conviene recordar algunos antecedentes del conflicto. Como decía Eurípides, «sencillo es el relato de la verdad, y no requiere de rebuscados comentarios».

La guerra en Ucrania no nació por generación espontánea, sino que ha sido el culmen de una constante política de provocación por parte de EEUU. Al terminar la Guerra Fría, EEUU prometió a Rusia que la OTAN no se expandiría «ni una pulgada» hacia su frontera[9], pero la OTAN incumplió su promesa: aprovechando la debilidad rusa, se fue ampliando hacia el Este, un «error fatídico», en palabras de George Kennan[10].

Para entonces la OTAN había abandonado su carácter meramente defensivo, como ha quedado patente en su agresiva participación en un conflicto de un país no miembro. De hecho, en 1999 había atacado Serbia, país aliado de Rusia, cuya capital bombardeó durante 78 días sin mandato de la ONU.

En 2007, Putin denunció la expansión de la OTAN en la Conferencia de Seguridad de Múnich. Una vez más, la respuesta norteamericana fue ignorar y provocar a Rusia: en su cumbre de Bucarest del siguiente año (2008), la OTAN aprobó el proceso de anexión de Albania y Croacia y acordó la futura incorporación de Georgia y Ucrania[11].

Respecto de Ucrania, EEUU sabía por su embajador en Rusia (más tarde director de la CIA) que su incorporación a la OTAN era «la más roja de las líneas rojas» no sólo para Putin, sino para toda la clase dirigente rusa: «Durante más de dos años de conversaciones con las principales figuras políticas rusas, desde los mayores defensores de una línea dura en el Kremlin hasta los más acerbos críticos de Putin, no he encontrado a nadie que no considerara la pertenencia de Ucrania a la OTAN como un desafío directo a los intereses de Rusia»[12].

En 2014, EEUU instigó un golpe de Estado en Ucrania[13] que desalojó del poder a su entonces presidente, democráticamente elegido, que abogaba por una neutralidad amigable con Rusia[14]. Ante esta política de hechos consumados, Rusia reaccionó por la vía de los hechos y se anexionó Crimea, que había pertenecido a Rusia desde finales del s. XVIII hasta 1954 (cuando Kruschev la regaló a Ucrania dentro de la propia URSS) y cuya importancia radica en que acoge desde hace 240 años la única base naval rusa de mares cálidos (Sebastopol). Lo hizo sin disparar un solo tiro, pues la población de la península de Crimea era claramente rusófila, como manifestó el posterior referéndum de adhesión a Rusia (a priori sospechoso, pero corroborado por encuestas occidentales)[15].

Tras los turbios acontecimientos del 2014, Rusia y Ucrania firmaron los Acuerdos de Minsk, que pronto serían papel mojado. El tradicional victimismo ruso fue vindicado por el posterior reconocimiento por parte de la excanciller alemana Merkel de que los Acuerdos habían sido meras maniobras dilatorias de Occidente para dar tiempo a Ucrania a rearmarse para un futuro conflicto con Rusia[16].
A partir de 2014 la OTAN comenzó a armar y entrenar al ejército ucraniano en mitad de una guerra civil en el Donbas. Por lo tanto, la guerra en Ucrania no comenzó en 2022 sino en 2014, como reconoció el secretario general de la OTAN[17].
En junio de 2021, la OTAN declaró que «reiteraba la decisión tomada en 2008 de que Ucrania se convertirá en miembro de la Alianza»[18].

En diciembre de 2021 Rusia presentó a la OTAN una propuesta de acuerdo de seguridad mutua que incluía la no incorporación de Ucrania a la organización, junto con otras propuestas más maximalistas[19]. La propuesta-ultimátum fue rechazada con desdén por los EEUU de la Administración Deep State-Biden.

La invasión

Finalmente, en febrero de 2022 Rusia invadía Ucrania con un contingente de tropas relativamente escaso que a todas luces no estaba destinado a la conquista del país ni a un largo conflicto, sino a lograr una rápida capitulación: «el arte supremo de la guerra es someter al enemigo sin luchar» (Sun Tzu).

Durante unas semanas pareció que eso era precisamente lo que iba a ocurrir. Sin embargo, las negociaciones celebradas en Turquía en marzo del 2022 tras sólo un mes de hostilidades (que apuntaban a un acuerdo inminente) fueron torpedeadas por EEUU e Inglaterra, que levantaron a Ucrania de la mesa. Así lo aseguró el ex primer ministro de Israel[20]y lo corroboró, como testigo de primera mano, el ministro de Asuntos Exteriores turco: «Tras la reunión de ministros de Asuntos Exteriores de la OTAN, la impresión es que (…) hay quienes, dentro de los Estados miembros de la OTAN, quieren que la guerra continúe: dejemos que la guerra continúe y que Rusia se debilite, dicen. No les importa mucho la situación en Ucrania»[21].

Como escribí en junio de 2023, «hasta entonces el conflicto apenas había causado muertos, pero, para algunos, debilitar a Rusia bien valía sacrificar un país pobre y lejano del que nadie se acordaría cuando todo hubiera acabado, aunque fuera a costa de acabar con la vida de centenares de miles de personas».

Occidente provocó la guerra y debe propiciar la paz

Aunque la lectura de estos acontecimientos admita matices y Rusia diste mucho de ser una víctima angelical, esta sucesión de hechos tiene un hilo conductor: el belicismo y arrogancia del Deep State norteamericano y, en segundo plano, la obsesiva rusofobia inglesa.

Pero lo que resulta indiscutible es que, como han denunciado muchos expertos[22], esta guerra ha sido «evitable, predecible e intencionadamente provocada» por Occidente, en palabras del último embajador de EEUU en la URSS[23], y deliberadamente alargada. El pueblo ucraniano siempre fue un daño colateral aceptable para el Deep State norteamericano, pues en el gran tablero de ajedrez en el que juegan los yonquis del poder la vida humana es tan prescindible como un peón adelantado. Pero el Deep State perdió las elecciones frente a Trump, y éste está tratando de detener una matanza inútil.

De hecho, los ucranianos pronto serán olvidados por los mismos medios de comunicación que los empujaron al desastre, y dentro de un año, quizá dos, ni un solo medio occidental volverá a hablar de ellos. ¿Qué les quedará cuando los focos se apaguen? Nada, salvo el recuerdo de los muertos.













[12] The Back Channel, William J. Burns, Random House 2019













Fernando del Pino Calvo-Sotelo

Francisco, como Biden. ¿Quién está tomando las decisiones en nombre del Papa? (Jaime Gurpegui)



Desde hace 21 días, el Papa Francisco está ingresado en el hospital Gemelli. Su estado de salud ha sido descrito por el Vaticano como «crítico pero estable», con episodios de insuficiencia respiratoria aguda, broncoespasmos y dependencia nocturna de ventilación mecánica.

Ha pasado por varias crisis, requiere oxígeno de alto flujo y ha tenido que someterse a broncoscopias para aspirar mucosidad acumulada. En estas condiciones, cualquier persona con sentido común dudaría de su capacidad para gestionar con normalidad los asuntos ordinarios de la Iglesia. Y, sin embargo, el Vaticano pretende que creamos que sigue al mando de decisiones clave. La pregunta central es: ¿Quién está realmente gobernando en su ausencia?
Parolin y Peña Parra vs Ghirlanda y jesuitas

Hay dos grandes polos de poder en este escenario: El cardenal Pietro Parolin y el arzobispo Peña Parra, que manejan el aparato institucional del Vaticano y tienen en sus manos las llaves del poder operativo. En ausencia del Papa, son ellos quienes administran el día a día de la Santa Sede y deciden qué se firma y qué no. El P. Gianfranco Ghirlanda y los jesuitas, cuyo poder ha crecido en los últimos años y que han colocado a hombres de confianza en puestos estratégicos. La cercanía de Elías Royón a este grupo deja claro que tienen una influencia directa en decisiones clave.

Estos grupos no necesariamente trabajan juntos; más bien, parecen estar disputándose el control de la maquinaria vaticana en un momento en el que Francisco está completamente vulnerable. Y es aquí donde entra la verdadera cuestión: se está ejerciendo un poder en nombre de un hombre anciano y enfermo, incapaz de supervisarlo todo.

El paralelismo con lo que sucedió en EE.UU. con Biden durante la última fase de su mandato es inevitable. La crueldad de mantener a un anciano al mando cuando claramente ya no puede gobernar por sí mismo es la misma en ambos casos. Se aprovechan de su estado para hacer y deshacer a su antojo, mientras se refuerza la apariencia de normalidad.

De la sentencia de Gaztelueta a los nombramientos episcopales

La misma lógica se puede aplicar a dos decisiones recientes en relación a España, pero son decenas las decisiones que se están tomando a diario en nombre del Papa:

El caso Gaztelueta. ¿Fue Parolin quien decidió emitir la sentencia para congraciarse con los jesuitas? ¿Fue Ghirlanda, con la influencia de Royón, quien empujó la decisión? En cualquier caso, lo que sí está claro es que Satúé no ha pintado absolutamente nada en esta historia. Todo el mundo sabe que su papel ha sido el de un vulgar sicario, un simple ejecutor de una orden tomada por otros, utilizado por su falta de escrúpulos morales.

El nombramiento del obispo de Albacete. ¿Se ha manejado desde la Secretaría de Estado? ¿Desde la esfera jesuita? Una vez más, no hay claridad, pero nos quieren hacer creer que, entre broncoespasmo y ventilación mecánica no invasiva, el Papa ha tenido la cabeza para pensar en el futuro de Albacete. Y el hecho de que la noticia haya sido filtrada a un medio de extrema izquierda como Religión Digital solo refuerza la idea de que el proceso está viciado por intereses políticos internos.

Lo cierto es que lo que está ocurriendo es inaceptable. Cada acción jurídica pontificia tomada desde el ingreso del Papa en el hospital deberá ser puesta en entredicho. No podemos seguir aceptando esta farsa en la que nos quieren hacer creer que un hombre gravemente enfermo está firmando sentencias, discutiendo nombramientos y gestionando la Iglesia con normalidad.

La gravedad del asunto no se limita a estos casos concretos. Estamos ante una manipulación descarada de la autoridad pontificia. Y esto no puede quedar sin respuesta.

Es hora de exigir transparencia. Es hora de preguntar quién está gobernando realmente la Iglesia en estos días. Porque si Francisco no está en condiciones de tomar decisiones, entonces hay otros que lo están haciendo por él. Y los fieles tienen derecho a saber quiénes son.

Jaime Gurpegui

martes, 4 de marzo de 2025

La muerte súbita



Un tío mío contaba una anécdota que siempre me llamó mucho la atención. En cierta ocasión, varios compañeros de trabajo se habían puesto a hablar y la conversación, de alguna manera, recayó en cómo le gustaría a cada uno morirse. Hablaron varios, que fueron comentando lo habitual con ligeras variantes, hasta que llegó uno que se limitó a decir: “yo le he pedido a Dios una muerte lenta y dolorosa, para que me dé tiempo a arrepentirme de mis pecados”. La conversación terminó ahí, claro, y todos se quedaron en silencio y con la boca abierta. A fin de cuentas, quien más, quien menos, si los demás le habían pedido algo a Dios era no morirse nunca.

Siempre me acuerdo de esta anécdota al hablar de la muerte, porque lo cierto es que se ha producido un cambio asombroso en la forma de considerar la muerte entre los católicos. Si hiciéramos una encuesta o preguntáramos al azar a los católicos que salen de Misa de doce, la respuesta más frecuente sería el deseo de una muerte rápida, sin darse cuenta, a ser posible durante el sueño y, por supuesto, sin ningún dolor. Es algo tan asumido y generalizado que no creo que nadie se sorprenda por ello.

Digo que el cambio ha sido asombroso, sin embargo, porque esa muerte ideal de los católicos actuales fue siempre la peor pesadilla de los católicos de épocas anteriores. Basta consultar misales o devocionarios antiguos para encontrar en todos ellos la petición clásica: a morte subitanea et improvisa, liberanos Domine. De la muerte súbita e imprevista, líbranos, Señor. ¡La muerte ideal del católico medio actual era uno de los grandes males de los que se pedía a Dios que nos librara!

En el pasado, la costumbre moderna de no pensar en la muerte, no hablar de ella y hacer como si no existiera se consideraba algo propio de los peores inconscientes y los pecadores endurecidos. En efecto, el memento mori, el recordatorio de la muerte, era constante en el arte, los monumentos públicos, la literatura y la predicación. Los predicadores advertían con gran frecuencia de la necesidad de ser conscientes de que uno iba a morir y, por lo tanto, de convertirse ya, sin esperar a mañana, precisamente por el peligro de la muerte repentina, que privaría al pecador de la última oportunidad de conversión y arrepentimiento. Los libros dedicados al “arte de bien morir”, como el de San Roberto Belarmino, eran algunos de los tratados espirituales más leídos y difundidos.

Asimismo, el sufrimiento que suele acompañar a la muerte se consideraba una penitencia saludable para el alma, generalmente muy necesitada de ella. El ejemplo de los santos mostraba que, si bien la muerte era un trance difícil, el cristiano no debía huir de ella, sino afrontarla cara a cara. San Francisco, por ejemplo, poco antes de morir le decía al médico: “hermano, dime la verdad; no soy un cobarde que teme a la muerte. El Señor, por su gracia y misericordia me ha unido tan estrechamente a Él, que me siento tan feliz de vivir como de morir”. En efecto, a pesar de los sufrimientos que le ocasionaba su enfermedad, murió alabando a Dios con sus hermanos frailes, escuchando la lectura de la Pasión según San Juan y dando la bienvenida a la “hermana muerte”.

¿Cómo es posible que, siendo esa la tradición cristiana, en la actualidad la inmensa mayoría de los católicos tengan una actitud completamente distinta ante la muerte? Es evidente que vivimos en una época blandita y apóstata, que no tiene respuesta para la muerte y, por lo tanto, prefiere hacer como si esa muerte no existiese. Eso no es difícil de entender: el Mundo es mundo y se dedica a sus mundanidades. Tampoco sorprende que muchos católicos se vean influidos y seducidos por el ambiente, como la semilla que crece entre espinos.

Lo extraño, lo indignante y lo triste es que la misma predicación de la Iglesia sobre este tema parece haberse adaptado en gran medida a las sensibilidades mundanas. Prácticamente nunca se habla en las homilías de la muerte y, si se hace, es de forma eufemística, como un paso inmediato y automático al cielo. Prácticamente nunca se recuerda a los fieles que van a morir y deben prepararse para el momento crucial de la muerte. Prácticamente nunca se habla, por supuesto, del valor salvífico del sufrimiento unido a la Cruz de Cristo. Prácticamente nadie pide a Dios que le libre de la muerte súbita e imprevista. La mayoría de los católicos muere sin un sacerdote a su lado, en parte porque los clérigos están muy ocupados en otras cosas y en parte porque los familiares ya no ven la necesidad y prefieren que el enfermo sea sedado hasta la muerte.

Como resultado, los católicos se han hecho indistinguibles de los paganos también en este aspecto: desean la muerte súbita, temen más al sufrimiento que al pecado, engañan a los enfermos para que no sepan que se están muriendo y gran parte de ellos miran con buenos ojos la eutanasia que proporciona esa deseada muerte súbita e indolora (incluidos, para mayor vergüenza, varios miembros de la nueva Pontificia Academia Vaticana para la Vida). La sal se ha vuelto sosa y para nada vale ya.

Dios tenga misericordia de nosotros, nos enseñe a mirar cristianamente la muerte y, si es su voluntad, nos dé la gracia de librarnos de la muerte súbita e imprevista, para que podamos arrepentirnos de nuestros pecados y morir bendiciendo a Dios, como mueren los santos.

Bruno Moreno

El Papa, en Situación Grave | Consistorio Sin Fecha | Economía del Vaticano en Crisis



Duración 9:43 minutos

viernes, 28 de febrero de 2025

Sánchez impone la censura en Internet: el Gobierno aprueba la ley para el control de los medios



El 25 de febrero marcó el fin de la libertad de expresión y de prensa en España. El Consejo de Ministros dio un paso definitivo hacia la censura de prensa en Internet. El Gobierno de Pedro Sánchez ha aprobado un anteproyecto de ley que impondrá un control sin precedentes sobre los medios de comunicación digitales.

La norma otorgará a la Comisión Nacional de los Mercados y la Competencia (CNMC), cuyo presidente es nombrado directamente por el Gobierno, el control y registro obligatorio de los medios de comunicación. Este mecanismo compromete gravemente la independencia del periodismo en España. En manos de un Ejecutivo que ya ha demostrado su afán por amordazar a la prensa crítica, este control administrativo se convierte en una amenaza peligrosa.

El ministro responsable defiende que la normativa busca garantizar la «transparencia» y evitar la concentración de medios. Sin embargo, en la práctica, es un mecanismo de censura encubierta. La CNMC tendrá la facultad de decidir quién es periodista y quién no, con el poder de excluir del registro a medios críticos con el Gobierno.

Otro punto clave de la ley es la restricción en la financiación de los medios de comunicación. Se limitará el acceso a la publicidad institucional, afectando directamente a aquellos que no se plieguen al discurso gubernamental. En definitiva, Sánchez busca asfixiar económicamente a la prensa libre y crítica, eliminando el último resquicio de disidencia en España.

La ley también contempla sanciones draconianas para quienes incumplan sus disposiciones. Las multas van desde 30.000 euros por infracciones leves hasta el 6% del volumen de negocio anual para infracciones muy graves. En definitiva, esta norma se convierte en un instrumento de castigo contra los medios que osen desafiar la narrativa oficial.

No solo los medios tradicionales estarán bajo vigilancia del Gobierno. La nueva regulación también apunta a intermediarios y plataformas en línea, como redes sociales y foros de opinión. El Ejecutivo usará la excusa de combatir la «desinformación» para imponer una mordaza digital.

Con esta ley, se podrá perseguir a ciudadanos que publiquen información contraria al Gobierno, etiquetándolos como difusores de «discursos de odio». Así se consolida un modelo donde las críticas al poder pueden derivar en sanciones económicas o incluso penales.

Este anteproyecto es un nuevo paso en la deriva autoritaria de Pedro Sánchez. No conforme con controlar todos los resortes del poder institucional, ahora fija su objetivo en el único obstáculo que le quedaba: la prensa libre.

Con este nuevo instrumento de censura, la libertad de expresión en España queda aniquilada. Sánchez busca blindarse contra cualquier crítica, eliminando la oposición mediática y allanando el camino hacia un Estado dictatorial.

La censura impuesta desde el poder no solo atenta contra los medios de comunicación, sino contra el derecho fundamental de cada ciudadano a informarse sin manipulaciones ni filtros gubernamentales.

miércoles, 26 de febrero de 2025

De «Europa será cristiana o no será» a «Europa será mestiza o no será»



El Papa San Juan Pablo II afirmó con contundencia que la identidad de Europa sería incomprensible sin el cristianismo. «Sólo una Europa que no olvide, sino que vuelva a descubrir sus propias raíces cristianas podrá estar a la altura de los grandes retos del tercer milenio«. Durante siglos, esta afirmación era incuestionable: Europa era cristiana o no era. Hoy ya no lo es.

Europa ha sido un continente construido sobre bases culturales y religiosas cristianas bien definidas. Unos fundamentos que han configurando una identidad que ahora está en peligro. La alteración de estos pilares no es una cuestión menor, sino una decisión con consecuencias irreversibles. La llegada masiva de millones de inmigrantes, en su mayoría musulmanes, están transformando la esencia misma de la sociedad europea y amenaza con borrar la civilización cristiana europea.

¿Por qué? La razón es simple. Las élites globalistas buscan desmantelar el orden cristiano como base de Europa. Para ello, han promovido una inmigración masiva sin precedentes. Este fenómeno no es el resultado de un proceso espontáneo y natural, sino que forma parte de una hoja de ruta y de decisiones políticas concretas. La frase «Europa será mestiza o no será» se ha convertido en una nueva consigna impuesta por los políticos y medios de comunicación, a pesar de la evidente transformación que supone.

En este contexto, la Unión Europea se ha convertido en el alumno aventajado de estas políticas globalistas de promoción de la inmigración masiva. Desde Bruselas, se impulsan normativas y directrices que fuerzan a los Estados miembros a aceptar estas transformaciones sin posibilidad de debate. En lugar de defender las identidades nacionales, cultural y cristiana, la UE se ha plegado a los intereses de quienes buscan disolver los límites y fronteras que han definido a Europa a lo largo de la historia, entregándola, además, a la cultura y religión musulmana.

Cuestionar esta política se ha convertido en un auténtico riesgo. Cualquier disidencia es inmediatamente criminalizada con epítetos como racismo, xenofobia o ultraderecha, generando un clima de miedo y autocensura. Los medios de comunicación y las instituciones dominadas por el globalismo se encargan de silenciar cualquier voz que se atreva a desafiar la narrativa oficial.

Sin embargo, el futuro de Europa dependerá más de esta cuestión que de cualquier otra medida económica o fiscal. No se trata de un simple ajuste migratorio, sino de la redefinición total de la civilización europea, su cultura y su identidad. Lo que está en juego no es solo el bienestar material, sino la pervivencia de nuestra esencia como nación, nuestra cultura y nuestra religión y nuestro modo de vida.

Europa debe decidir su destino. Y para revertir esta situación, es necesario que los ciudadanos luchemos por nuestra soberanía e identidad, y hagamos que los gobiernos escuchen la voz de sus ciudadanos y no de los tecnócratas de Bruselas o las corporaciones globalistas. La presión política y social es clave para frenar la agenda impuesta y recuperar la soberanía de las naciones.

Asimismo, es fundamental fortalecer la identidad cultural y cristiana de Europa. La defensa de las tradiciones, el cristianismo sin complejos, y el fomento de una sociedad basada en la historia y raíces del continente son esenciales para preservar lo que ha hecho grande a Europa a lo largo de los siglos. Solo así se podrá garantizar un futuro en el que la Europa cristiana siga existiendo, sin verse disuelta y transformada por los intereses globalistas.

Ucrania: por qué Trump cambia el relato


Trump ha cambiado el relato sobre la guerra de Ucrania. Lo ha dicho el vencedor de las elecciones alemanas, lo ha dicho nuestra ministra de Defensa y lo han dicho otros conspicuos portavoces del orden global. Y es llamativo que lo hayan dicho precisamente así: el relato. Porque, en efecto, la relevancia política de la guerra de Ucrania, fuera de los países contendientes, radica sobre todo en su fuerza como relato: una malvada potencia agresora abusa de su poder e invade alevosamente el territorio de una nación libre y soberana. ¿Cómo no salir en defensa del agredido? Éste ha venido siendo desde febrero de 2022 el relato oficial y desde el principio se intentó que no hubiera otro posible. Tanto se intentó, que una de las primeras decisiones de los países europeos fue prohibir cualquier medio de comunicación ruso en nuestro suelo e, inmediatamente después, publicar en todos nuestros países, con cargo a nadie sabe quién, biografías laudatorias de Zelenski lo mismo en libro que en audiovisual. Para dejar claro el relato.

Desde ese momento y hasta hoy, la tonalidad única de la información en nuestros grandes medios ha sido la propaganda de guerra: todo se contaba desde el lado Zelenski. Hemos estado a punto de ganar la guerra todos los días. Se subrayaban las crueldades y atrocidades de los rusos mientras se exaltaban las virtudes de los ucranianos, para los que se pedía de manera incesante más y más armamento, pues la victoria sólo era cuestión de tiempo. En torno a este relato ha crecido una atmósfera fuertemente emocional que hacía imposible cualquier disidencia: todo intento por ver las cosas desde otro punto de vista era —aún lo es— inmediatamente reconducida hacia la traición, el quintacolumnismo o la venalidad («¿quién estará pagando a este?»), en una especie de reductio ad Putinum que justificaba cualquier insulto, porque, claro, ¿quién sino un canalla o un vendido podía optar por el Mal en vez de por el Bien? Y desde ese punto de vista, era verdad.

El problema era —siempre ha sido— precisamente ése: el punto de vista. Por utilizar una imagen muy popular, es como lo de ese cuento indio donde unos ciegos tratan de describir un elefante sólo a partir de la parte del animal que pueden tocar: cada cual describe un animal distinto según palpe la trompa, la oreja, una pata, etc. Todos tienen razón, pero ninguno está describiendo toda la realidad. Lo mismo aquí, en esta guerra (como en todas). Si uno pone el foco en febrero del 22, es evidente que la guerra la empieza Rusia con una invasión alevosa y claramente ilegal del territorio soberano ucraniano. Ahora bien, si uno amplia el foco y lo coloca no en 2022, sino en 2013-14, que es cuando el conflicto se hace irreversible, entonces la perspectiva cambia. ¿Recordamos? Elecciones que gana Yanukovich, golpe de estado travestido de revolución popular, la transparente declaración de Victoria Nuland, en la época responsable de la Secretaría de Estado para asuntos eurasiáticos: «Que se joda la UE». Y los fallidos acuerdos de Minsk, y la ocupación rusa de Crimea… Si ponemos ahí el foco, el conflicto lo empiezan los americanos. Pero si ampliamos más el foco y nos vamos al nacimiento del estado ucraniano, en 1991, entonces la perspectiva vuelve a cambiar: tenemos un estado en buena medida artificial, con dos comunidades claramente diferenciadas (la ucraniana y la rusa), regidas ambas por dos oligarquías simétricamente corruptas, incapaces de construir un estado eficiente. Si ponemos el foco ahí, la culpa del conflicto es sin duda de los sucesivos gobiernos ucranianos, depredadores de una nación a la que han condenado a la corrupción permanente y a la emigración de millones de personas mucho antes de que empezara la guerra. Pero hay más: si volvemos a acercar el foco y nos vamos a la primavera de 2022, a las conversaciones de paz de Estambul, ahí la perspectiva cambia de nuevo: Zelenski había obtenido entonces una paz mucho más ventajosa que la que ahora podrá conseguir, pero llegaron los ingleses y empujaron a Ucrania a prolongar la guerra, aún no sabemos bajo qué promesas. Si colocamos ahí el foco, entonces la culpa es de los europeos; los mismos europeos que confesaron (Merkel, Hollande) que los acuerdos de Minsk sólo eran una trampa para ganar tiempo y permitir que los ucranianos se rearmaran. Y Europa, desde ese momento, no ha dejado de prolongar… el relato.

Trump ha cambiado violentamente el guion. No lo ha hecho por amor a la verdad, sino por puro pragmatismo político (que es su obligación, todo sea dicho). Sencillamente, esta guerra no es su guerra, sino la del establishment demócrata. A él no le interesa lo más mínimo tensar a los rusos, porque, en su visión del orden mundial, su rival en el tablero no es Rusia, sino China (y si consigue separar a Rusia de China, mejor que mejor). La guerra de Ucrania sólo es un sumidero de dinero cuyo destino, por otro lado, está rodeado de sombras. En cuanto a la guerra en sí, por supuesto que la OTAN podría doblegar a Rusia, pero sólo a costa de una escalada cuyas consecuencias serían con toda seguridad catastróficas. En estas condiciones, ¿qué sentido tiene prolongar la guerra? Una guerra que no vas a ganar, mejor liquidarla. Eso es todo. ¿Y los ucranianos, a los que se ha empujado a un conflicto imposible? Bueno —deben de pensar ahora en la Casa Blanca—, habrían hecho mejor en no fiarse de los Estados Unidos o de sus monaguillos europeos, que en esto llevan tanta culpa como Washington. Pero para eso es imprescindible, ante todo, romper la narrativa que durante tres años ha hecho de la guerra de Ucrania el eje de la política mundial, la quintaesencia de la lucha por las libertades y los «valores occidentales» frente al despotismo asiático-ruso-soviético. 

Romper el relato.

Se comprende perfectamente el desamparo de quienes, a lo largo de todo este tiempo, habían encontrado por fin un discurso capaz de explicar la Historia, una nueva guerra fría que daba cuenta del movimiento del mundo. Ahora el relato se deshace y el ciego ha de aceptar que sólo estaba tocando una parte del elefante. ¿Pero cómo aceptar tal cosa cuando uno no puede ver el conjunto? Por eso hay quien, incapaz de reaccionar, opta por el llanto, como Christoph Heusgen, o por el delirio de la conspiración: Trump títere de los rusos, los Sudetes, Trump traidor a la causa, Chamberlain y Churchill, Trump malvado que abandona a los ucranianos a su suerte… o al abrazo de la Unión Europea, que quizá sea una suerte aún peor. Pero no, no hay nada de eso. Sólo hay poder. Como siempre. Como cuando el conflicto empezó. Y ahora, también como siempre, asistiremos a la construcción de un nuevo relato a medida que las armas vayan callando y la paz se imponga… hasta la próxima guerra.

¿Y los europeos? Los europeos quizá deberíamos empezar a escribir otro relato. Nuestro propio relato. Pero con otros escribas, por favor, porque los de Bruselas ya no sirven ni para un folletín.

El Cónclave que viene: ¿Quién será el próximo Papa?



Sí, ya lo sé, el Papa no ha muerto, y es de mal gusto hablar del futuro cónclave. Sí, ya lo sé. Pero las cosas están pasando muy rápido, la Iglesia continúa, y los católicos, los que tenemos esperanza, ya miramos al futuro, mientras rezamos por Francisco. Que se pueden hacer dos cosas a la vez.

Sea en las próximas semanas, sea en los próximos meses, en las sombras de la Capilla Sixtina, los cardenales serán testigos y actores de una elección que marcará el futuro de la Iglesia. Como en toda gran historia, hay héroes, villanos y figuras ambiguas que podrían inclinar la balanza en una u otra dirección.

He querido esbozar tres listas: La terna de los que, modestamente, desearía ver en la sede de Pedro, los que tienen posibilidades reales, más allá de mis gustos, y aquellos cuya elección me helaría la sangre. Y, por encima de todo, hay un nombre que merece una mención especial.

Los tres que elegiría

Entre los nombres que despuntan hay tres que podrían contribuir a restablecer el daño causado en los últimos años a la Iglesia:

Willem Jacobus Eijk (Países Bajos): Un cardenal de hierro en un país que se ha convertido en uno de los cementerios de la fe en Europa. Médico y teólogo, ha denunciado sin tapujos la crisis moral de Occidente y la laxitud doctrinal en la Iglesia. Sería un Papa dispuesto a restaurar la claridad en la enseñanza y a devolver el sentido de lo sagrado.

Péter Erdö (Hungría): Primado de Hungría, intelectual de peso y con experiencia de gobierno. Su pontificado podría traer orden y estrategia en un momento de confusión.

Malcolm Ranjith (Sri Lanka): Ex secretario de la Congregación para el Culto Divino, defensor acérrimo de la liturgia tradicional y crítico con los abusos postconciliares. Benedicto XVI le tuvo en alta estima y le confió diversas tareas clave. En su país ha sabido lidiar con tensiones interreligiosas y gobernar con mano firme. En Roma, sería un Papa con el objetivo de restaurar el sentido de lo sagrado, sin miedo a desandar los caminos errados.

Los que tienen posibilidades reales

Más allá de mis preferencias, la realidad vaticana marca otras tendencias. En el tablero de poder hay tres nombres que, por distintos motivos, parecen estar en la recta final:

Pietro Parolin (Italia): El eterno candidato. Como Secretario de Estado, ha sido el arquitecto de la política diplomática de Francisco, pero su papel en el desastroso acuerdo con China debería bastar para inhabilitarlo. Sin carisma de pastor ni experiencia conocida. Un pontificado suyo podría significar una continuidad pragmática, sin grandes sacudidas, pero también sin un rumbo claro en lo doctrinal.

Matteo Zuppi (Italia): Presidente de la Conferencia Episcopal Italiana, mediador en conflictos internacionales y hombre de confianza del Papa actual. Su cercanía con la Comunidad de San Egidio le otorga una red de influencia global, aunque en ambas direcciones. Como sacerdote, negoció con ETA en nombre de San Egidio, y su elección supondría, en muchos aspectos, el papado de Andrea Riccardi. Es visto como un “Francisco II”, con su mismo énfasis en los temas sociales y ecuménicos, pero con una mayor capacidad de gestión.

Luis Antonio Tagle (Filipinas): Carismático, cercano y con la etiqueta de “papable” desde hace años. Escuela de Bolonia, su nombramiento como Prefecto de la Congregación para la Evangelización de los Pueblos fue interpretado como un guiño a su candidatura. Es el rostro del catolicismo asiático y, para muchos, la continuación natural del actual pontificado.

Pierbattista Pizzaballa (Italia/Israel): El Patriarca de Jerusalén es otro de los nombres de ‘consenso’ que suena con fuerza. Su figura se ha revalorizado en estos últimos meses por su papel en la guerra de Gaza. El cardenal llegó a ofrecerse a los terroristas de Hamas a cambio de los rehenes israelíes. Su figura es vista con buenos ojos tanto por conservadores como por progresistas como un papable que sea capaz de volver a unir a la Iglesia dividida.

Timothy Dolan (Estados Unidos): El arzobispo de Nueva York podría verse beneficiado del ascenso de Trump en Estados Unidos. Dolan sabe moverse en ambientes muy variopintos y podría ser considerado por muchos cardenales como un posible sustituto que sepa entenderse con las nuevas fuerzas políticas que emergen en Occidente.

Los tres que más miedo me dan

No es cuestión de alarmismo, pero hay nombres que generan preocupación. Cardenales que podrían consolidar una tendencia ya marcada, llevando a la Iglesia a territorios inciertos:

Blase Cupich / Robert McElroy (EE.UU.): Mencionados juntos porque representan lo mismo: el ala más progresista del episcopado estadounidense. Cupich, cercano a la línea de Francisco, ha sido un promotor de la “Iglesia inclusiva”. McElroy, aún más radical, ha abogado por una moral más “flexible” y ha sido un defensor del acceso de políticos abortistas a la comunión.

Jean-Claude Hollerich (Luxemburgo): Relator del Sínodo sobre la Sinodalidad, abiertamente favorable a una revisión de la moral sexual de la Iglesia. Su elección marcaría un cambio de rumbo en la doctrina, con consecuencias imprevisibles.

Michael Czerny (Canadá): Es prefecto del Dicasterio para el Servicio del Desarrollo Humano Integral. Es conocido por sus mensajes de corte social en defensa de la inmigración y del ecologismo.
Mención especial: Robert Sarah

En esta ecuación falta un nombre que sería, sin duda, el mejor candidato: Robert Sarah. El cardenal guineano, ex Prefecto de la Congregación para el Culto Divino, es un hombre de oración, con una visión clara y una fe inquebrantable. No está en ninguna de las tres ternas porque tiene categoría propia: tiene posibilidades reales, pero su perfil no encaja con ninguna de las otras clasificaciones. A su favor corre el hecho de que, con 79 años, su pontificado no sería largo, lo que podría ser un factor de consenso entre los electores que buscan evitar una guerra abierta en el cónclave.

Jaime Gurpegui

martes, 25 de febrero de 2025

Un enorme atraco socialista a España para que Pedro Sánchez pueda seguir en el poder



España vuelve a asistir atónita a un nuevo abuso de un gobernante que insiste en confundir nuestra Nación con su finca particular.



Toda España pagará los despilfarros de los socios separaristas de Sánchez

Ayer se supo que los socialistas y sus socios separatistas han pactado condonar 17.104 millones de la deuda de Cataluña al Estado, 2.000 millones más de lo que inicialmente se había anunciado. A cambio, Carles Puigdemont ha aceptado retirar la cuestión de confianza contra Pedro Sánchez, presentada por su partido, Junts, en el Congreso.

Así pues, todos los españoles tendremos que pagar los despilfarros del separatismo al frente del gobierno catalán, que se ha convertido en el más claro ejemplo de mala gestión económica, basada en el sistemático chantaje al gobierno nacional (tanto a éste como a los anteriores) para que asuma sus deudas o privilegie económicamente a Cataluña respecto de las demás regiones españolas.

Un atraco equiparable al robo del oro del Banco de España en 1936

Lo que está pasando es un enorme atraco a España comparable con el robo del oro del Banco de España por los socialistas en 1936, un robo cuyo importe actual sería bastante similar al del atraco anunciado ayer por el gobierno y por sus socios separatistas. Esta vez, el atraco socialista tiene como fin proporcionar un beneficio personal a Sánchez (la permanencia en el poder a toda costa, subordinando el bien común a su bienestar particular) y a su partido, permitiéndole continuar utilizando los medios del Estado para acaparar más poder y colocar a sus simpatizantes al frente de las instituciones públicas.

Un caso descarado de corrupción política

Por otra parte, lo que se pactó ayer es un descarado ejemplo de corrupción política, pues así es como se debe calificar el robo de fondos públicos para proporcionar beneficios personales o partidistas a los autores del atraco. Las consecuencias las pagaremos todos los españoles con más subidas de impuestos, pues esta condonación de la deuda catalana llega en un momento en el que el gobierno ya está sin liquidez. Una vez más, los socialistas están haciendo todo lo necesario para dejar a España endeudada hasta las cejas, como ya ocurrió durante los gobiernos de Felipe González y de José Luis Rodríguez Zapatero.

PSOE y PP ya se encargaron de que algo así no tuviese consecuencias penales

Saquear de esta forma una empresa privada sería un delito de administración desleal, castigado por el Artículo 252 del Código Penal español con las mismas penas que el delito de estafa, es decir, hasta tres años de prisión en los casos más graves. Pero en este caso el grave perjuicio no se le ocasiona a una empresa, sino a todo un país.

Los políticos del PSOE y del PP ya se encargaron de cubrirse las espaldas evitando tener que rendir cuentas por algo así ante la Justicia, como si el hecho de haber obtenido la mayoría necesaria para gobernar en el Congreso les diese autoridad para saquear impunemente a los españoles y arruinar nuestra Nación.

Cualquier cambio político que no contemple una exigencia de responsabilidades penales a los gobernantes que incurran en robos como el anunciado ayer será la garantía más clara de que esto volverá a ocurrir en un futuro próximo, aunque Sánchez sea desalojado del poder, al que se aferra como una garrapata, parasitando a sus víctimas, que somos todos los españoles, incluidos los cómplices que le votan.

ELENTIR

sábado, 22 de febrero de 2025

El narcotúnel que une Ceuta con Marruecos dispara las alarmas sobre la inseguridad en la frontera


Unidades especializadas de la Guardia Civil se han desplegado en en las naves del Tarajal tras el hallazgo del narcotúnel que une Ceuta con Marruecos. El túnel tiene una profundidad de 12 metros y al menos unos 50 metros de longitud con varias galerías en territorio español. El túnel es una construcción con partes apuntaladas con madera y de dimensiones estrechas, puesto que las medidas son de 40 centímetros de ancho y 60 centímetros de alto, aunque varían en función de la zona, según ha explicado la Guardia Civil.


La investigación policial trata de determinar las circunstancias de la construcción del túnel, que ha disparado las alarmas sobre la inseguridad en la frontera con Marruecos. La investigación trata de determinar en este sentido si existen otros túneles «al estilo Hamás». Asimismo, tratan de encontrar algún tipo de conexión subterránea o gran zulo de almacenamiento para la droga, trasladada a Ceuta con la complicidad de un guardia civil clave en la trama criminal.


El narcotúnel se encontraba en una nave industrial del Tarajal

De momento, ya hay 14 detenidos en España por la denominada operación Hades: 9 en Ceuta, entre los que se encontraban un guardia civil y un diputado de la Asamblea por la formación MDyC. Según ha informado el diario Ceuta Ahora, Marruecos investiga la posible participación de algún colaborador de las propios cuerpos de seguridad marroquíes. Marruecos cree que dada la seguridad en torno al vallado fronterizo, la custodia de la Mejanía (Fuerzas Auxiliares), y otros cuerpos de seguridad, la gestión y dinámica de los movimientos de la droga se podría haber llevado a cabo con la participación de alguno de estos elementos de la seguridad marroquí. Y ahora tratan de averiguar quién o quiénes estarían 'trufados' (término policial) en su parte.


Entrada al narcotúnel

La Guardia Civil ha relacionado el hallazgo de este túnel en una nave industrial con la tercera fase de la denominada operación 'Hades'. Las detenciones están relacionadas con la aprehensión de tres camiones que ocultaban más 6.000 kilos de hachís en dobles fondos.


Este viernes, las fuerzas policiales efectuaron la comprobación 'in situ' de varias viviendas. Existe la posibilidad de que fuera en su interior donde se ocultara la 'salida' del túnel hallado por la Guardia Civil en las 'naves'. Esta operación se inició a raíz de una querella de la Fiscalía Anticorrupción, está dirigida por la jueza de la Audiencia Nacional María Tardón, y permanece abierta a la espera determinar dónde desemboca exactamente el túnel encontrado.


Agentes de la Guardia Civil han localizado un túnel en el polígono del Tarajal, en Ceuta, e investigan si se usaba para introducir droga

En este operativo han participado unidades centrales de la Guardia Civil (UCO, Jefatura de Información, Servicio de Asuntos Internos, Unidad de Reconocimiento de Subsuelo y el GAR), así como unidades de la Zona de Andalucía y de la propia Comandancia de Ceuta. Las pesquisas están dirigidas por el Juzgado Central de Instrucción número 3 de la Audiencia Nacional y la Fiscalía Especial Antidroga.

Por qué se ataca constantemente a la Tradición de la Iglesia Católica por parte de algunos obispos


Duración 8:51 minutos





miércoles, 19 de febrero de 2025

Europa frente al espejo (Fernando del Pino Calvo Sotelo)


El histórico discurso del vicepresidente de EEUU en la Conferencia de Seguridad de Múnich ha alborotado el gallinero del apparatchik político-periodístico europeo, cuyos miembros andan de aquí para allá tropezando unos con otros, cacareando plañideros cosas sin sentido y reuniéndose «de emergencia» (¡nos atacan!) convocados por Macron en su desesperado afán de protagonismo sólo para hacerse una foto.

Debemos tomarnos todo este teatro con sentido del humor: parafraseando a un sabio del s. XVI, las farsas del contubernio político-periodístico «son como las moscas, que no son molestas por su fuerza, sino por su multitud».

En realidad, y como suele ocurrir, la histérica reacción que ha producido el discurso de Vance es proporcional a las verdades que éste contiene. En efecto, el norteamericano se ha limitado a poner a Europa frente al espejo, iluminando las hipocresías y cinismos que inundan esta UE que se desliza hacia la tiranía y cuyo modelo es, como queda cada vez más patente, la URSS.

La verdad a veces duele, pero siempre libera; la mentira, por el contrario, siempre esclaviza, aunque parezca atractiva. El sabor de la verdad es en ocasiones amargo, pero cura; la mentira parece dulce, pero envenena. Así, no debe sorprender que, en una Europa entregada al Lado Oscuro y plagada de mentiras cada vez más grotescas, la libertad sea atacada, y la verdad, perseguida.

UE: si no me gusta el resultado, anulo las elecciones

En definitiva, el pecado imperdonable que cometió Vance fue decir la verdad: la mayor amenaza para los ciudadanos de Europa no está fuera de sus fronteras sino dentro, en la forma del preocupante retroceso en libertades personales que estamos sufriendo.

Habló de Rumanía, cuyas elecciones fueron alucinantemente anuladas por su Tribunal Constitucional ―controlado por el gobierno― cuando las encuestas apuntaban a una victoria del candidato opositor, que había quedado en cabeza en la primera ronda. El argumento esgrimido, escasamente original (recuerden la primera victoria de Trump en 2016), fue una supuesta injerencia rusa en la campaña: algunos informes de inteligencia desclasificados se limitaban a crear un halo de «endebles sospechas» en medio de «una enorme presión de sus vecinos europeos», en palabras de Vance, sin aportar una sola prueba (como reconoció hasta el New York Times).[1]

Naturalmente, la razón real es que el probable ganador de las elecciones era euroescéptico y, lo que es aún peor ―pobre diablo―, de derechas (para periodistas: de ultraderecha). El escándalo en Rumanía ha sido tan mayúsculo que, tras multitudinarias manifestaciones y la unánime repulsa de todos los partidos de la oposición, el presidente rumano se ha visto obligado a dimitir la víspera de que se votara su cese en el Parlamento.

Lo más grave es que este golpe de Estado en Rumanía ―no merece otro nombre― ha contado con el apoyo de la UE. Por un lado, el ideologizado Tribunal Europeo de Derechos Humanos (no confundir con el Tribunal de Justicia de la UE de Luxemburgo) ha rechazado amparar al candidato al que habían robado las elecciones. Por otro, la presidenta de la Comisión ha mantenido un silencio cómplice mientras el lenguaraz y zoquete excomisario Thierry Breton, conocido por su escaso amor a la libertad, ha aceptado implícitamente el papel de la UE: «Lo hicimos en Rumanía y, obviamente, tendremos que hacerlo en Alemania si es necesario». Es decir, que, si los resultados de las elecciones en un país miembro no convencen a Bruselas, la UE hará lo posible por neutralizar la amenaza.

En Europa es delito rezar en silencio

El vicepresidente norteamericano también habló de legislaciones liberticidas aprobadas en el seno de Europa. Mencionó, por ejemplo, el caso de un hombre de 51 años detenido y condenado en Reino Unido por rezar en silencio a 50 metros de una clínica de abortos vulnerando una ley que prohíbe hacerlo a menos de 200. Esta persona «no había obstaculizado el paso a nadie ni interactuado con persona alguna, sino que se había limitado a rezar en silencio» ―aclaró Vance― arrepentido por el aborto del hijo que él y su entonces novia esperaban años atrás.

Vance también denunció que Escocia había aprobado una ley que advertía a quienes vivieran dentro del «área prohibida» de un centro de abortos que no podían rezar dentro de su propia vivienda si ello era visible o audible desde el exterior, y animaba a quienes creyeran que se estaba vulnerando la ley a denunciar a sus vecinos (como en el covid). Vance insinuó que estas leyes recordaban más a las de regímenes totalitarios nazi y comunista que a las de una democracia liberal, pero ¿acaso no es así?

Utilizando una vez más referencias implícitas o explícitas a la creciente similitud de la UE con la Unión Soviética, el vicepresidente norteamericano también lamentó que los «komissars» de la Comisión Europea hubieran amenazado con cerrar el acceso de los ciudadanos a las redes sociales en caso de desorden civil si detectaban «contenidos de odio», eufemismo totalitario que sólo funciona unidireccionalmente, es decir, para perseguir al disidente cuando critique las consignas impuestas por el poder.

El doble rasero de la UE

En esta deriva totalitaria la UE aplica un doble rasero que desnuda su sesgo ideológico. En efecto, la UE persiguió sin descanso al anterior gobierno de Polonia acusándole de socavar el Estado de Derecho y querer controlar su Tribunal Constitucional. Casualmente, el partido entonces en el poder en Polonia era euroescéptico, de derechas y, encima —Dios nos libre—, católico.

En España, sin embargo, la UE no hace absolutamente nada con Sánchez, que ataca constantemente la independencia del poder judicial, intenta aprobar una ley de impunidad para las presuntas corruptelas de su familia (lo que entiendo como un reconocimiento tácito de culpabilidad) y controla férreamente un Tribunal Constitucional absolutamente politizado, desprestigiado y pervertido por su presidente, un personaje sin escrúpulos que parece bordear peligrosamente la prevaricación (como ya le ha advertido el Supremo). ¿Y por qué no hace nada la UE? Porque Sánchez es uno de los suyos.

Desinformación

El vicepresidente norteamericano también denunció el uso de «feas palabras de la época soviética» como «desinformación», detrás de las cuales «se esconden intereses» ocultos destinado a coartar la libertad de expresión. En este sentido, puso como ejemplo la censura sufrida durante años en medios y redes de cualquier mención a un origen no zoonótico del covid, con aquel ridículo pangolín que aún sigue en busca y captura. Hoy la idea de que la epidemia del covid surgió como consecuencia de un escape biológico en un laboratorio de Wuhan es aceptada mayoritariamente, aunque fuera bastante obvia (como defendió este blog en su día)[2]. Lo mismo ha pasado con la inmensa mayoría de las «teorías de la conspiración» del covid, que han resultado ser ciertas.

La libertad es justo lo contrario que censurar una opinión o un dato tachándolo de desinformación: significa respetar la verdad, aunque nos incomode o pruebe que estábamos equivocados, y defender el derecho del otro a expresarse libremente, aunque estemos en desacuerdo. En este sentido, debemos advertir una vez más sobre la alianza liberticida entre la política y el periodismo[3].

La imperdonable crítica a Davos

Un perro ladra cuando atacan a su amo. Quizá por ello, probablemente el mayor pecado cometido por Vance a ojos de los medios haya sido su crítica a los mesiánicos megalómanos de Davos que controlan la agenda de la UE, a la que quieren convertir en el primer experimento real de su despótico gobierno mundial.

El vicepresidente norteamericano había manifestado su incredulidad por el modo en que la UE despreciaba y censuraba la opinión de sus propios ciudadanos, recordando que «la democracia se apoya en el principio sagrado de que la voz de los pueblos importa» y añadiendo: «no hay lugar para firewalls: o bien se defiende el principio o no se defiende», pues «creer en la democracia implica comprender que cada ciudadano tiene una voz».

Es en este contexto en el que Vance criticó a Davos: «Contrariamente a lo que puedan escuchar un par de montañas más allá en Davos, los ciudadanos de nuestros países no se ven a sí mismos como animales educados o como engranajes intercambiables de la economía global». Qué quieren que les diga: no se puede definir mejor la descomunal soberbia de los líderes europeos y sus titiriteros de Davos, que sienten un enorme desdén hacia el ciudadano corriente.

Que la UE «huye de sus propios votantes» no es nuevo. Recuerden lo ocurrido hace 20 años con el proyecto de Constitución Europea. Al principio se quiso someter el texto a referéndum en cada uno de sus países miembros. Sin embargo, tras la contundente victoria del «no» en Francia y Países Bajos (a pesar de la sesgada campaña mediática), la UE decidió cancelar bruscamente la celebración de más referéndums y cambió de táctica: copió gran parte del texto en el «Tratado» de Lisboa (eliminando el término «Constitución») y limitó su ratificación a los Parlamentos, evitando preguntar de nuevo su opinión a los ciudadanos.

El elefante en la habitación

Vance también habló de uno de los mayores problemas de Europa: la inmigración desbocada, «una decisión consciente tomada por políticos» sin que jamás se haya consultado a los ciudadanos europeos: «Ningún votante de este continente dio su consentimiento en las urnas para abrir las compuertas a millones de inmigrantes incontrolados».

En realidad, este es sólo un ejemplo de cómo la UE funciona completamente a espaldas de sus ciudadanos, paradigma del gobierno mundial soñado por los chicos de Davos. ¿Cuándo hemos votado los ciudadanos europeos dar este inmenso poder a una opaca organización dirigida por burócratas no electos que nos defecan —perdonen la metáfora— regulaciones absurdas y tiránicas de forma incontinente?

¿Cuándo hemos votado la imposición de ideologías enormemente dañinas que afectan a nuestras más preciadas creencias y a la educación de nuestros hijos? ¿Cuándo hemos votado que la Unión Europea maneje un presupuesto de 300.000 millones de euros que salen de nuestros impuestos en un ambiente de penumbra que posiblemente haya convertido a Bruselas en una de las capitales mundiales de la corrupción? ¿Cuándo hemos votado estar sometidos a los diktats de una burocracia formada por 200.000 personas y dado poder a esta sedicente élite para prohibirnos comprar coches de gasolina o diésel a partir de 2035 y obligarnos a comprar coches eléctricos, muchos más caros, contaminantes e ineficientes, que nos impedirán viajar por carretera?

Ésta es la realidad de la UE, una decepción gigantesca y una peligrosa dictadura en ciernes que ha secuestrado a nuestra querida Europa y está robando nuestra libertad por la puerta de atrás. Que haya tenido que venir alguien del otro lado del océano a sacudirnos el hechizo como un soplo de aire fresco en este sofocante desierto europeo resulta elocuente.

La claustrofóbica falta de libertad en Europa

Por último, el vicepresidente norteamericano ha reivindicado «las extraordinarias bendiciones que trae consigo la libertad, la libertad de sorprender, de equivocarse, de inventar, de construir», mientras denunciaba las opuestas políticas que rigen Europa, con sus asfixiantes regulaciones y sus imposiciones ideológicas: «No se puede imponer la innovación o la creatividad, de igual modo que no se puede forzar a las personas qué deben pensar, que deben sentir o qué deben creer».

Naturalmente, supongo que la católica osadía de Vance al citar a Juan Pablo II habrá exacerbado la crítica de la clase dirigente europea, nihilista y atea, la misma que decidió borrar cualquier mención histórica al cristianismo en su malhadada Constitución como si no hubiera sido la piedra angular de nuestra gran civilización.

Sin duda, a Vance puede criticársele que divinice el concepto de democracia y lo confunda con el de libertad, algo habitual en la retórica política, o que confunda la psicología del individuo y la inquebrantable dignidad intrínseca de la persona, sujeto de derechos inalienables, con la psicología de la masa manipulada por la propaganda, pero no que haya dicho ninguna mentira.

«No tengáis miedo», nos recuerda Vance que dijo Juan Pablo II. Como pensador católico que soy, permítanme otro guiño cómplice a aquel gran pensador que fue santo: no tengamos miedo nunca de defender el esplendor de la verdad, pues sólo la verdad nos puede hacer verdaderamente libres (Jn 8, 32).


Monseñor Athanasius Schneider explica que no todas las religiones son iguales



DURACIÓN 5:47 MINUTOS

lunes, 17 de febrero de 2025

Ya basta. Bala y plomo eclesiales




La situación la venimos arrastrando desde hace décadas pero cada vez se hace más acuciante. ¿Cómo es posible que en la Iglesia hayamos llegado al nivel en el que nos encontramos? ¿Cómo es posible que con frecuencia casi semanal se destapen escándalos en los que están involucrados sacerdotes y obispos, relacionados con el abuso sexual, en la gran mayoría de los casos con personas de su mismo sexo? Aunque sea un tema que lo hemos tratado ya varias veces en el blog, es necesario volver sobre él y discutir algunos puntos.

1. No estamos hablando por supuesto de caídas ocasionales. Todos somos hijos de Adán y el pecado original nos afecta a todos. Por lo que cualquiera puede tener caídas, aún cuando sea sacerdote u obispo. Ver la cosa de otro modo sería adquirir una postura farisaica. Pero hay un elemento a tener en cuenta. Santo Tomás enseña que los obispos deben estar en “estado de perfección”. Es decir, no deberían tener siquiera caídas ocasionales. La teología moral francisquista, en cambio, dice que ese es el ideal y que la cosa consiste en caminar hacia ese ideal, aunque no se lo posea en acto en el día mismo de la consagración episcopal. Que cada cristiano elija la opción que más le convenza.

2. Hay una cuestión de antropología básica. Quien dice: “Hoy voy a refocilarme con mi chofer”, u “Hoy voy a manosear a un par de seminaristas”, u “Hoy me voy a desnudar con algunos jovencitos”, no tiene caídas ocasionales; tiene hábitos arraigados, y muy arraigados, contrarios a la virtud de la castidad. Es decir, no es casto. Y quien no tiene la virtud de la castidad, entendida como continencia perfecta, fuertemente arraigada, no puede ser sacerdote de rito romano, y tampoco obispo en ninguno de los ritos de la Iglesia católica. Un sacerdote o un obispo tiene que procurar estar a la altura de su ministerio, y si no lo está, rechazar el nombramiento y, si ya lo aceptó y ve que no alcanza esa altura, irse. Pongamos un ejemplo: soy medio chicato y me designan chofer de la seguridad presidencial: debería rechazar el nombramiento. Supongamos que me dicen que el presidente me quiere así como soy, que poco a poco lograré mejorar la visión, que estamos en camino de ver, etc.. Entonces debo procurar ver lo mejor posible o comprarme unos anteojos. Pero si mi visión no mejora, debo renunciar porque, conmigo al volante, morirán todos los que van en el coche. Y no vengan con que estas son posturas rígidas, que por tolerar posturas fláccidas, desde Juan Pablo II a esta parte, así nos ha ido.

3. Si un sacerdote u obispo procede de esa manera, según los ejemplos —reales—, que mencioné en el punto anterior, resulta claro que su vida está planificada sobre la hipocresía y la mentira. Si planea con anticipación de días o meses, el modo de ganar la confianza de algunos muchachitos para abusar de ellos, o ahorra para unas vacaciones nudistas, ese consagrado vive en estado permanente de pecado mortal, y aún así, celebra y recibe los sacramentos, cometiendo diariamente sacrilegios espantosos. Y frente a esto no hay muchas opciones: o es un esquizofrénico, o perdió la fe católica fabricándose una fe propia con todas las flaccideces y acomodamientos que le convienen, o es un cínico que simplemente dejó de creer y se sirve de los bienes, y de los jóvenes, que le provee la Iglesia para llevar una vida cómoda.

4. Este tipo de personajes, en los últimos tiempos, se han convertido en plaga dentro de la Iglesia. No es necesario mencionar aquí los casos que todos conocemos. Contentemonos con recordar al obispo Gustavo Zanchetta, abusador de seminaristas (¿regresó de Roma o continúa prófugo y protegido por Bergoglio?) o el ex- sacerdote Christian Gramlich, abusador de menores. ¿Cómo ha sido posible que los tales hayan llegado a la ordenación sacerdotal y, aún más, a la consagración episcopal? Muy sencillo: porque muchos que los rodeaban callaron e, incluso, encubrieron. Si, como hemos dicho, un obispo abusador lo es porque posee hábitos o vicios de ese tipo, lo más probable es que los tuviera también mientras era sacerdote. Y no resulta creíble que nadie supiera nada de sus conductas depravadas (esa situación es privilegio sólo del cardenal Kevin Farrell, que vivió durante décadas en la misma casa de McCarrick, y nunca vio nada…), y los que sabían no hablaron.

5. Es ineludible afirmar lo evidente: aquí hay un último culpable, y ese es el Papa Francisco, que es quien elige a los obispos. Muchos dirán que hay miles de obispos en el mundo y siempre se le puede pasar alguno. Pues para eso están los nuncios, para hacer una prolija labor de investigación de los candidatos. Y si no la hacen con el cuidado necesario, deberían ser expulsados.

Sin embargo, se sabe que para Argentina, a los obispos los elige directamente Bergoglio, sin intervención alguna de la nunciatura, ni consejo de la Conferencia Episcopal ni del clero. Mons. Carlos Domínguez, por ejemplo, fue provincial de su orden, los agustinos recoletos, con sede en Buenos Aires, y allí conoció al cardenal Bergoglio, y le cayó simpático. Y el pontífice, en algún momento de 2019, se acordó de él y decidió hacerlo obispo. Este es el modo en el cual se maneja el Santo Padre: su criterio de elección es su capricho. Los resultados están a la vista; los escándalos explotan a montones. Recordemos nomás lo ocurrido hace pocos meses con Mons. Mestre en La Plata, y con la sede de Mar del Plata.

6. Algunos sacerdotes, a los que caritativamente calificaré de ingenuos porque el epíteto que les corresponde es otro, opinan que estos casos deben ocultarse, y por dos motivos: el dolor de las víctimas de los abusadores y el bien de la Iglesia. Sacarlos a luz es signo evidente —dicen— de poco amor a la Iglesia. Son argumentos que atrasan 40 años; quizás en el juanpablismo podían esgrimirse; ahora ya no se puede porque los resultados de esa política los seguimos sufriendo.

7. El dolor de las víctimas es real y merece el mayor respeto y discreción. Sin embargo, cualquier persona más o menos informada sabe que una de las condiciones fundamentales para paliar ese dolor y curar esas heridas, es que el culpable sea juzgado y castigado. Y sabemos que los jerarcas de la Iglesia tienden indefectiblemente al encubrimiento en estos casos; sabrán ellos por qué lo hacen. Por tanto, es función de los seglares, a partir de información fidedigna y de fuentes cruzadas, sacar a la luz los escándalos procurando siempre proteger a las víctimas. Es el único modo —e insisto—, el único modo de forzar a los obispos a que castiguen a los culpables. Y, nuevamente, hay una riada de casos para mencionar. Apelo al último: el del ex-sacerdote Ariel Principi. Si no hubiese sido por la presión de los medios, su castigo por abusar de menores habría sido poco más que una mera reprimenda.

8. El argumento de buscar el bien de la Iglesia resulta nuevamente de una tierna ingenuidad propia de una viejecita del siglo XIX. Cuando a partir de los ’70 los casos de escándalos y abusos sexuales comenzaron a estallar en la Iglesia, la práctica fue ocultar todo, desentenderse de las víctimas y trasladar al culpable a otra diócesis. Esta política, hay que decirlo, es la que siguió a rajatabla Juan Pablo II. El prestigio de la Iglesia estaba por encima de la justicia. Y así se logró que los abusadores dejaran un tendal de víctimas, confiados en la omertá que los protegía. El único modo de curar esta enorme infección que padece el cuerpo de la Iglesia, y que amenaza con convertirse en septicemia, es exponer el pus y eliminarlo. Los casos de abusos, aunque sean terriblemente dolorosos no solamente para las víctimas y sus familias, sino para todos los católicos que se toman su vida de fe en serio, deben ser sacados a la luz —preservando, insisto, la identidad de las víctimas—, los culpables juzgados y severamente castigados. Los cancilleres diocesanos y demás sacerdotes con responsabilidad que intentan convencer a los abusados de que, por amor a la Iglesia, callen, en realidad están condenándolos a no sanar jamás, están impidiendo que se haga justicia (parece que a esta virtud no la tienen muy en cuenta los curiales) y están provocando que la infección continúe corroyendo las entrañas mismas de la Iglesia.

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En la Edad Media, se recurría en estos casos al ritual de execración de obispos. Era una ceremonia solemne utilizada para la deposición de un obispo caído en herejía, cisma o graves delitos, como el abuso sexual. Generalmente incluía los siguientes pasos:

1. Juicio eclesiástico: Antes de la ceremonia pública, se realizaba un juicio canónico en el que se examinaban las acusaciones. Si el obispo era hallado culpable, se procedía a su condena formal.

2. Despojo de los ornamentos episcopales: Durante la ceremonia, el obispo era llevado ante un concilio o sínodo y se le despojaba de sus insignias episcopales (mitra, báculo, anillo, capa pluvial, etc.). Este gesto simbolizaba su pérdida de autoridad espiritual.

3. Pronunciación de la maldición o anatema: Se leía en voz alta la sentencia de excomunión o deposición, a menudo en forma de una fórmula ritual que invocaba la condena divina.

4. Extinción simbólica de su dignidad: En algunos casos, se apagaban cirios o lámparas, simbolizando que el obispo era expulsado de la luz de la Iglesia. Se podía arrojar su anillo episcopal al suelo y pisotearlo, mostrando la ruptura de su unión con la Iglesia.

5. Expulsión de la Iglesia: El obispo condenado era formalmente expulsado del lugar sagrado. A veces, los asistentes sacudían el polvo de sus pies en señal de desprecio y ruptura total.

6. Entrega a la autoridad secular (si correspondía): En los casos más graves, el obispo podía ser entregado al poder civil, lo que en la práctica significaba el riesgo de prisión o ejecución.

No hay esperanza alguna de que en el misericordioso pontificado de Francisco este ritual sea restaurado. Por eso mismo, exigimos tolerancia cero para todos aquellos ministros del culto cuyo delito canónico haya sido probado. Bala y plomo eclesiales, es decir, expulsión del estado clerical y, si hay contumacia, excomunión.

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