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martes, 11 de marzo de 2025

Fallece D. Gil de la Pisa, tras una vida muy combativa y edificante. Pedimos oraciones por su alma. Por Javier Navascués



Acabo de recibir la triste noticia. Se nos va una persona muy cercana, que siempre nos apoyó, nos dio consejos y nos animó a seguir con entusiasmo.

Mientras la salud le acompañó prácticamente ningún día de su vida dejó de asistir a la Santa Misa. Hace muchos años que en Agnus Dei Prod tuvimos la oportunidad de conocerle y empezamos a dar a conocer sus conferencias en defensa de la cristiandad y denunciando la acción de la Sinagoga de Satanás.

Hace dos años quisimos hacerle un pequeño homenaje en vida repasando toda su trayectoria. Espero que el vídeo sea para su edificación y aprovechamiento espiritual.

He aquí una entrevista para comprender que lo más importante en la vida de un hombre es llenarse de Dios, vivir una vida cristiana plena, buscar la sana formación doctrinal, la vida de sacramentos, los santos Ejercicios Espirituales, etc…

Falleció el 8 de marzo de 2025, a los 96 años de edad.

La popularidad de la ceniza (BRUNO MORENO)



El otro día leí en algún sitio que un sacerdote se quejaba de la popularidad del Miércoles de Ceniza. Con razón, señalaba que cualquier domingo de Cuaresma es más importante que el Miércoles de Ceniza y se preguntaba por qué iba más gente a recibir la ceniza el miércoles que a Misa esos domingos.

Por supuesto, no es mi intención criticar al sacerdote, que tenía razón y, además, si no recuerdo mal, era ortodoxo y benemérito. Hablando en general, sin embargo, me llama la atención que justo cuando la Iglesia se declaró a sí misma “experta en humanidad” (cf. Populorum progressio, Pablo VI), los clérigos parezcan haber perdido cualquier conocimiento de lo que es la naturaleza humana.

La respuesta de la pregunta que se hacía el sacerdote es muy sencilla: a los fieles nos encantan los sacramentales. Puede que muchos no sepan siquiera lo que son los sacramentales, pero lo cierto es que nos encantan y notamos con desazón su intencionada ausencia desde hace muchas décadas. Tenemos hambre de sacramentales.

Los cristianos no somos ángeles, sino seres humanos, con cuerpo y alma, así que, comprensiblemente, nos gustan las cosas materiales que podemos ver y tocar. Tenemos, en ese sentido, predilección por lo concreto sobre lo abstracto e, instintivamente, sabemos desde pequeñitos que se puede llegar a lo invisible e intangible a través de lo visible y lo que se puede tocar.

Testarudamente, a los fieles nos gusta el sacramental de la ceniza, como signo de penitencia y conversión, de que somos polvo y al polvo volveremos. Nos encantan el agua bendita abundante y el incienso generoso, aunque parece que los curas paguen ambas cosas de su bolsillo, a juzgar por lo cicateros que a menudo son con ellas. Nos gustan los ramos del Domingo de Ramos, las campanillas en el canto del gloria, la postración el Viernes Santo, las luces de la vigilia pascual, los belenes en Navidad y los monaguillos siempre.

Diga lo que diga el Papa, a los fieles nos gusta que los ornamentos litúrgicos sean de la mayor calidad posible, porque el sensus fidei del fiel más analfabeto entiende que solo lo mejor es apropiado para el culto a Dios. Nos gusta la liturgia bien cuidada, los cantos dignos y que los cálices, copones y patenas sean de metales preciosos y no de barro, ya que en ellos se recogen el Cuerpo y la Sangre de Cristo. Nos gustan las flores hermosas y abundantes en honor a la realeza de Cristo y a la hermosura de nuestra Señora. Nos gustan los lampadarios y las velas de verdad, no las bombillas eléctricas.

A diferencia de los encargados de diseñar los templos modernos, los católicos de a pie apreciamos muchísimo las iglesias bonitas, que parecen iglesias y no fábricas o monstruosidades de cemento. Lejos de los minimalismos de moda, que no revelan más que una pavorosa falta de fe, alimentamos nuestra piedad con iconos, imágenes y mosaicos que sean piadosos y nos hablen de Dios, de nuestra Señora, de los santos y de los misterios de la salvación, porque una nube de testigos nos rodea. Nos gusta que los sacerdotes vistan como sacerdotes y que los religiosos y las monjas lleven su hábito, para que su misma vestimenta nos recuerde que son del todo de Dios y nos hable del cielo.

Disfrutamos cuando se bendicen medallas, casas, coches, animales e imágenes y, en general, nos gustaría que los sacerdotes bendijeran mucho más, porque hemos sido llamados a heredar una bendición. Nos gusta el crisma perfumado, nos gustaría ver bautismos durante la Misa de los domingos, que nos recuerden el nuestro, y nos gustaba la sal que se daba a los que se bautizaban, antes de que dejara de hacerse. Nos gusta besar la cruz y tocar con los dedos las cuentas del rosario. Nos gustan los santuarios, que conmemoran las acciones y los milagros que Dios ha hecho y sigue haciendo en la historia de la salvación. Nos gustan las procesiones y las peregrinaciones, porque, como dice el salmista, peregrino soy sobre la tierra.

Como es lógico, cada fiel en particular tendrá sus preferencias, pero, en conjunto, nos gustan esas cosas. Y es bueno y justo que nos gusten, porque Cristo no nos dijo “buscadme en el vacío”, sino que se encarnó por nosotros, se hizo carne de nuestra carne, para que se le pudiera ver, oír y tocar. Nuestra religión es esencialmente sacramental. Somos católicos y sabemos que nuestro cuerpo, que se ha santificado a través de esos sacramentales, un día resucitará.

A quien no le gusta todo eso, aparentemente, es a un gran número de clérigos, que se han empeñado en que los sacramentales caigan en desuso, los sustituyen por el feísmo, el minimalismo o el pobrismo, los cambian por abstracciones y consignas, los usan a regañadientes, los desprecian o, simplemente, son incapaces de entenderlos. Una vez más, se cumple que Dios ha ocultado estas cosas a los sabios e inteligentes, y se las ha revelado a los pequeños.
 
Bruno Moreno

Mons. José Munilla y la misa tradicional



La semana pasada se publicó en Youtube una entrevista al obispo de la diócesis de Orihuela-Alicante, José Ignacio Munilla. (En este blog se encuentra en este link: http://www.blogcatolico.com/2025/03/munilla-y-el-dedito-del-listillo.html 

Pasa por ser un obispo conservador; un prelado moderado y bienpensante, alejado de la medianía progresista de sus colegas. Probablemente sea así; no lo conozco lo suficiente y tengo buenos amigos españoles que sí lo conocen. Pero lo cortés no quita lo valiente, y hay que decir que en los minutos que dedica Mons. Munilla a responder la pregunta del periodista sobre la misa tradicional da muestra de una sorprendente ignorancia y, me animaría a decir, de una riesgosa imprudencia que lo impulsa a afirmar lo que no sólo lo que no está probado sino lo que simplemente es mentira. Veamos:

1. “La misa tradicional fue aprobada por el Papa Benedicto XVI para conformar a ciertos grupos que se habían alejado de la Iglesia y para destacar el aspecto sacrificial que tiene la misa”. FALSO.

Joseph Ratzinger, siendo todavía sacerdote, fue un acérrimo defensor de la permanencia de la misa tradicional en la Iglesia, a punto tal que, cuando fue elegido arzobispo de Munich en 1977, muchos sacerdotes de la arquidiócesis obstaculizaron su ingreso en la catedral el día de la toma de posesión justamente porque rechazaban la defensa de la misa de su nuevo obispo. Pero no se trató sólo de este hecho anecdótico. A lo largo de toda su vida, y mucho antes de la aparición de “ciertos grupos alejados de la Iglesia”, Ratzinger se manifestó crítico del novus ordo y defensor del vetus. Por ejemplo, en 1976 —siendo aún sacerdote—, escribía lo siguiente:

El problema del nuevo Misal radica en el abandono de un proceso histórico que siempre fue continuo, antes y después de San Pío V, y en la creación de un libro completamente nuevo, aunque compilado con material antiguo, cuya publicación fue acompañada de una prohibición de todo lo que le precedió, lo cual, por lo demás, es inaudito en la historia tanto del derecho como de la liturgia. Y puedo afirmar con certeza, basándome en mi conocimiento de los debates conciliares y en la lectura reiterada de los discursos de los Padres conciliares, que esto no se corresponde con las intenciones del Concilio Vaticano II. (Wolfgang Waldstein, «Zum motuproprio Summorum Pontificum», en Una Voce Korrespondenz 38/3 [2008], 201-214)

Y treinta años después, siendo Papa, escribió:

En la historia de la liturgia hay crecimiento y progreso, pero no ruptura. Lo que las generaciones anteriores consideraban sagrado, sigue siendo sagrado y grandioso también para nosotros, y no puede ser de repente totalmente prohibido o incluso considerado perjudicial. A todos nos incumbe preservar las riquezas que se han desarrollado en la fe y en la oración de la Iglesia, y darles el lugar que les corresponde. (Carta Apostólica que acompañó a Summorum Pontificum).

A lo largo de esos treinta años, y después también, pueden citarse decenas de intervenciones por el estilo (recopiladas en este sitio), y en todas ellas se muestra que la voluntad de Benedicto XVI fue exactamente la contraria a la que postula Mons. Munilla: no hay mención alguna a los grupos disidentes y no hay mención alguna a una mayor evidencia del aspecto sacrificial de la misa tradicional. Hay algo mucho más profundo y metafísico que el obispo de Alicante no conoce, o es incapaz de ver.

2. “Joseph Ratzinger nunca celebró públicamente después del Concilio la misa tradicional”. FALSO

El cardenal Ratzinger celebró en numerosas ocasiones la misa tradicional públicamente, con pompa y circunstancia. Aquí propongo sólo algunos ejemplos de los muchos que se pueden encontrar en la web:

Misa solemne en el seminario de la Fraternidad Sacerdotal San Pedro (1995).
(Más fotos pueden verse aquí)
Misa solemne en una parroquia de Weimer, en 1989 y 1999 (aquí y aquí)

Misa en el monasterio de Le Barroux en 1995 (aquí)

3. “No es obvio que en la intencionalidad de Benedicto XVI estuviera que la liturgia tradicional pudiera ser celebrada de modo ordinario”. FALSO

Esa intencionalidad es obvia para cualquiera que lee el motu proprio Summorum Pontificum, en el que el Papa Benedicto “libera” la misa tradicional a fin de que pueda ser celebrada de modo ordinario, es decir, diario, por cualquier sacerdote y en cualquier iglesia. Las únicas restricciones que pone son las mismas que tiene la celebración de la misa de Pablo VI: acuerdo para los días y horarios con el rector de la Iglesia. Por ejemplo:

Art. 2.- En las Misas celebradas sin el pueblo, todo sacerdote católico de rito latino, tanto secular como religioso, puede utilizar tanto el Misal Romano editado por el beato Papa Juan XXIII en 1962 como el Misal Romano promulgado por el Papa Pablo VI en 1970, en cualquier día, […]

Art. 5 § 2. La celebración [con asistencia de fieles] según el Misal del beato Juan XXIII puede tener lugar en día ferial; los domingos y las festividades puede haber también una celebración de ese tipo.

4. “Es un error decir que el Vaticano II empobreció la liturgia”. FALSO.

Evidentemente, aquí entran en juego diversas opiniones, pero Mons. Munilla se está refiriendo a la enseñanza del Papa Benedicto XVI. Los ejemplos sobre la opinión del pontífice acerca del empobrecimiento de la liturgia posconciliar son múltiples y pueden ser corroborados en el enlace anterior. Pongo un solo ejemplo:

La reforma litúrgica, en su ejecución concreta, se ha alejado cada vez más de este origen [en el mejor del Movimiento Litúrgico]. El resultado no ha sido la revitalización sino la devastación.... En lugar de la liturgia que se había desarrollado, se ha puesto una liturgia que se ha hecho. (Commentary in Simandron—Der Wachklopfer. Gedenkschrift für Klaus Gamber (1919-1989), ed. Wilhelm Nyssen [Cologne: Luthe-Verlag, 1989], 13–15, citado in Theologisches, 20.2 (Feb. 1990), 103–4)

5. “Nos olvidamos lo que dice el adagio lex orandi, lex credendi”. FALSO

En primer lugar, la expresión aludida no es un adagio, ni un refrán, sino que es un principio que posee carácter dogmático y normativo, refrendado por la Tradición explicitada en los Padres de la Iglesia (San Agustín y Próspero de Aquitania, por ejemplo) y en el Magisterio.

En segundo lugar, el Papa Benedicto XVI dice en el comienzo mismo de Summorum Pontificum:

Art. 1.- El Misal Romano promulgado por Pablo VI es la expresión ordinaria de la «Lex orandi» («Ley de la oración»), de la Iglesia católica de rito latino. No obstante, el Misal Romano promulgado por san Pío V, y nuevamente por el beato Juan XXIII, debe considerarse como expresión extraordinaria de la misma «Lex orandi» y gozar del respeto debido por su uso venerable y antiguo. Estas dos expresiones de la «Lex orandi» de la Iglesia en modo alguno inducen a una división de la «Lex credendi» («Ley de la fe») de la Iglesia; en efecto, son dos usos del único rito romano.

6. “Si hubiera en el seno de la Iglesia comunidades que celebran diferentes ritos litúrgicos, eso iría en detrimento de la unidad”. ESCANDALOSAMENTE FALSO

En la iglesia católica hay muchos ritos (romano, bizantino, copto, etíope, maronita, armenio, sirio malabar, caldeo, sirio malankar) y jamás a nadie se le ocurrió decir que esta diversidad era un obstáculo para la unidad y, consecuentemente, habría que suprimirlos. Más aún, dentro del mismo rito romano hay otros ritos. A pocos kilómetros de la residencia de Mons. Munilla se celebra el rito mozárabe, por ejemplo. Se trata de un disparate que en el que no es necesario detenerse demasiado.

7. “No sería prudente que todos los domingos se asista a la misa tradicional”. FALSO

En primer lugar, el motu proprio del Papa Benedicto tendía a que en todas las parroquias se celebraran los dos ritos, y los fieles fueran libremente a uno u otro, según les apeteciera. Y eso ocurrió y ocurre todavía en varios sitios. Y no genera división, ni peleas ni desencuentros. Pareciera que Mons. Munilla cae en una actitud rígida y clerical queriendo imponer a los fieles dónde, cómo y cuándo deben asistir a la Santa Misa.

Y en segundo lugar, porque nunca la Iglesia dijo, por ejemplo, en Milán: “No es prudente que los fieles vayan todos los domingos a misa en rito ambrosiano, sino que deben asistir también al rito romano”. Un disparate.

Total que, refutando el título del video publicado (“¿Qué piensa de la Misa Tradicional? - Munilla lo tiene claro”), hay que decir que Munilla no lo tiene para nada claro. La evidencia documental que he mostrado lleva a la conclusión que, o bien Mons. Munilla no leyó Summorum Pontificum o, si lo leyó, no lo entendió: y si lo leyó y lo entendió, lo olvidó. Y se concluye también que el obispo de Alicante, en ocasiones al menos, habla sin saber. Cualquiera sea el caso, es muy preocupante que un obispo considerado faro del pensamiento conservador en España, sea tan débil en sus conocimientos y argumentaciones.

Al obispo mártir San Dionisio lo decapitaron en París los esbirros del emperador Decio en el siglo III, y por eso se lo representa descabezado y con la testa en sus manos. Hay otros obispos, en cambio, que sin ser mártires, también perdieron la sesera, y nadie sabe dónde la han dejado.

Wanderer

sábado, 8 de marzo de 2025

8M o el feminismo radical: una farsa contra la mujer y un negocio de los chiringuitos



El feminismo actual ha demostrado ser una de las grandes farsas de nuestro tiempo. Presentado como un movimiento de defensa de la mujer, en realidad se ha convertido en un instrumento de división, odio y manipulación ideológica. Su verdadero objetivo no es la igualdad, sino la imposición de una agenda que enfrenta a hombres y mujeres, destruyendo los pilares fundamentales de la sociedad y beneficiando económicamente a los lobbies que lo impulsan.

El feminismo no busca igualdad, busca venganza. No lucha por la igualdad, porque la igualdad legal ya existe. Lo que busca es una revancha histórica contra el hombre, promoviendo un discurso de odio y resentimiento. Este feminismo actual odia al hombre y se ha convertido en un arma para personas vengativas. A la par, victimiza a la mujer, convirtiéndose en una píldora de autoestima para aquellas que arrastran complejos de inferioridad.

El feminismo hoy ni lucha por la igualdad, ni por las mujeres, ni favorece la liberación femenina. Su verdadero interés radica en la creación de mujeres serviles y dependientes del propio movimiento. De hecho, desprecia a la mujer libre e independiente, que piensa por sí misma y no necesita del feminismo para alcanzar sus metas.

El feminismo actual es un dogma totalitario que criminaliza la discrepancia. Ha convertido cualquier crítica a su doctrina en un delito social. Persiguen a quienes lo denuncian, silenciando a los discrepantes mediante censura, escraches y cancelación social.

Este movimiento se ha vuelto dictatorial: practica la censura contra sus detractores, es violento y presenta modos totalitarios. Si no eres feminista, eres machista y opresor; si eres mujer y no sigues su dogma, te tildan de alineada y colaboracionista con el patriarcado. El lobby feminista niega la libertad de expresión a quienes denuncian su agenda sectaria.

El objetivo de estas estrategias es claro: controlar el discurso público e imponer una narrativa en la que la mujer siempre es víctima y el hombre siempre es culpable. Sin embargo, la realidad es otra. En nuestra sociedad, los derechos son iguales para todos, y la denominada «discriminación positiva» es, en realidad, una forma de imponer una discriminación negativa contra el hombre y la familia.

El feminismo actual es un negocio basado en la mentira y el enfrentamiento. El feminismo radical divide a la sociedad en base a falsas opresiones, enfrentando a hombres contra mujeres, heterosexuales contra homosexuales, etc. Estas leyes, basadas en mentiras interesadas, solo benefician a los lobbies que se lucran con ellas.

El feminismo actual exige leyes y fondos públicos para resolver problemas marginales y casi inexistentes, fomentando subvenciones y chiringuitos feministas que han convertido la ideología de género en su medio de vida. El objetivo no es ayudar a las mujeres, sino perpetuar su papel de víctimas para seguir justificando el derroche de dinero público en estructuras innecesarias.

El feminismo actual y la imposición de la ideología de género. El feminismo radical no está solo en su cruzada. Forma parte de una agenda más amplia que incluye leyes homosexualistas y la imposición de la ideología de género en las escuelas.

En los colegios, esta agenda ideológica se ha impuesto con fuerza, hipersexualizando a la infancia y promoviendo la homosexualidad como un estilo de vida deseable. Bajo el pretexto de la inclusión, se excluye a todo aquel que no comulgue con la agenda feminista y de género, animando a los menores a probar «nuevas experiencias» que refuerzan el discurso de estos lobbies.

8M: una celebración de la farsa. El 8M no es un día para celebrar, sino para denunciar a los cuatro vientos que el feminismo radical es una farsa contra la mujer y a favor de los chiringuitos. No es una jornada de lucha, sino de propaganda financiada con dinero público para reforzar una ideología que no busca igualdad, sino privilegios y enfrentamiento social.

Es hora de desenmascarar el feminismo radical por lo que es: una estructura de poder y control que vive del enfrentamiento artificial entre hombres y mujeres. La verdadera lucha debe ser por la libertad, la familia y la justicia, sin manipulaciones ideológicas ni lobbies parasitarios.

La gente debe despertar y resistir. No podemos permitir que las mentiras ideológicas destruyan la familia, la infancia y los valores sobre los que se ha construido nuestra civilización.

viernes, 7 de marzo de 2025

Munilla y el dedito del listillo



Hay una clase de hombres que, cuando ven a otro haciendo algo bueno, lo primero que sienten no es gratitud, sino la necesidad de corregirle. No pueden simplemente reconocer que alguien está dando la batalla, que alguien está poniendo el cuerpo y el prestigio donde ellos no se atreverían. No. Ellos necesitan señalar. Matizar. Añadir su cucharadita de «originalidad».

Monseñor Munilla pertenece a esa estirpe. No puede limitarse a agradecer que un político como JD Vance, en un mundo donde la mayoría de dirigentes se venden al globalismo, tenga la valentía de decir en Múnich que Europa ha traicionado sus propios principios. No puede simplemente asentir y decir: este hombre ha hablado con verdad. No. Munilla necesita poner su notita de color. Porque no hay nada más insoportable para un cierto tipo de clérigo que estar de acuerdo sin más.

Y así, en su carta de Cuaresma, lo que podría haber sido un reconocimiento de una verdad incómoda, se convierte en una lección moralista. Munilla, desde su púlpito clerical, se permite corregir a Vance: sí, sí, tiene razón en parte, pero se ha equivocado en el tiempo verbal, porque en realidad la traición es de todos, también de Trump, también de los suyos, también de nosotros. Y ahí es donde asoma el problema. Porque esa frase no está puesta por justicia, ni por equilibrio, ni por análisis político. Está puesta por vanidad intelectual.

Es el típico ejercicio del dedito listillo que describe Miguel Ángel Quintana Paz: la necesidad de demostrar que uno no es un vulgar aplaudidor, que no está de parte de nadie sin una pequeña corrección, que no es un palmero más. Pero lo que esta gente no entiende es que a veces la inteligencia está en saber callarse. En saber estar donde se debe estar sin la compulsión de demostrar la propia lucidez con una apostilla ingeniosa.

Porque la realidad es esta: JD Vance, con todas sus imperfecciones, está haciendo más por la fe, por las costumbres y por la civilización cristiana de lo que harían cien Munillas en cien vidas. Vance está en la trinchera. Munilla, en la gradería. Y lo mínimo que se espera de alguien que no está en el combate es que al menos respete a los que sí lo están. Que se guarde sus ganas de marcar distancias y que, por una vez, enmudezca el dedito corrector.

Pero no. Porque ser parte de la gradería tiene su propio código. Y una de sus reglas no escritas es que nunca debes parecer demasiado entregado a los que están luchando. Siempre hay que añadir un matiz, una corrección, un «sí, pero». Siempre hay que dar a entender que uno ve las cosas con más perspectiva que los que están en la refriega.

Y así, mientras Vance trata de poner un freno a la disolución de Occidente, Munilla está ahí, no para apoyarle, sino para hacerle un pequeño examen de conciencia en público. Porque, claro, no vaya a ser que alguien piense que él simplemente le da la razón.

Hay clérigos que se han olvidado de lo esencial. De que su misión no es la crítica sutil desde la distancia, sino el apoyo decidido a quienes, con sus errores y defectos, están peleando por lo que es bueno y verdadero. Que a veces, lo más inteligente no es demostrar la propia inteligencia, sino saber callarse y estar del lado correcto sin peros.

JD Vance merece muchas cosas. Pero lo que menos necesita es la corrección condescendiente de un obispo que no ha arriesgado nada. Porque cuando la fe, la verdad y la civilización están en juego, los que más estorban no son los enemigos declarados. Son los que, desde la comodidad de su púlpito, no pueden resistir la tentación de levantar el dedito.

Jaime Gurpegui

Quién será el próximo Papa


Francisco se muere. Irremediablemente. Podrán decirnos los partes diarios que emite la vocería vaticana que durmió toda la noche como un angelito, que luego se levantó, rezó en la capilla, se sentó en un sofá donde desayunó café con leche y medialunas, leyó los diarios, escribió varios documentos y discursos y recibió a un par de cardenales. A este paso, no sería raro que nos dijeran que jugó una partida de bridge con una monja, el cardenal Fernández y Miss Marple. Como bien repite con frecuencia Specola, los personajes que se encargan de la comunicación de la Santa Sede son de los más simplotes y elementales, y suponen que la gente es idiota.

Bajo estas circunstancias, entonces, es lo más normal del mundo que la Iglesia se encuentre en situación de pre-cónclave y que, consecuentemente, las quinielas de nombres de candidatos a ocupar el puesto que dejará libre Bergoglio se meneen en medios de prensa, en blogs y en trattorias romanas. Pero todos sabemos que no son más que eso: quinielas, suposiciones, cálculos, predicciones. No más que eso. Y esto es así porque el nombre del futuro Papa depende de la voluntad de 137 cardenales, y nadie sabe cómo se coordinarán esas voluntades. Y en este punto hay que ser muy claro: al Papa no lo elige el Espíritu Santo sino que lo eligen los cardenales. Ya verá luego el Paráclito cómo se las arregla para iluminar al que le pusieron debajo, pero lo que es seguro es que Él no lo elige.

Y como es época de predicciones y apuestas, me sumo también a los apostadores. Y junto a afirmar que no sé quién será el próximo Papa, sé en cambio quién o quiénes no serán los próximos Papas. No será elegido ningún cardenal latinoamericano ni tampoco ninguno que venga de las periferias. Bastante mal y bastante caro le salió a la Iglesia el divertimento de los purpurados que en 2013 quisieron experimentar con un hombre del fin del mundo. Por tanto, el cardenal Tagle, aunque los medios progres lo consideren papabile, no tiene la menor chance. Y no la tienen tampoco ninguno de los exóticos ejemplares a los que Bergoglio vistió de colorado. El que se quemó con leche, ve una vaca y llora, dice el refranero hispanoamericano.

Quedan entonces en carrera los cardenales norteamericanos y europeos. Si miramos a los canadienses, un buen candidato sería Francis Leo, arzobispo de Toronto. Posee todas las cualificaciones necesarias para ser elegido y seguramente sería mirado muy de cerca por sus colegas si no fuera por su juventud: tiene apenas 53 años, y nadie se arriesgaría a tener en el solio petrino a una misma persona durante cuarenta años. En cambio, el cardenal Lacroix, arzobispo de Quebec, y al que muchos ven como papabili carga consigo una acusación de abuso sexual que, aunque fue desestimada, lo obligó a dejar su cargo durante seis meses, y no están las cosas para andar jugando con fuego.

Y creo que no vale la pena considerar a los cardenales de Estados Unidos. Hay perfiles que se ajustan en un sector o en otro, como Timothy Dolan, arzobispo de Nueva York, o el cardenal Blase Cupich, de Chicago, pero el Sacro Colegio no elegirá a un cardenal americano en circunstancias en las que Donald Trump ha asumido un rol tan protagónico y disruptivo en todo el mundo. No les interesará que la Iglesia quede como complemento del caudillo. Más de uno temería que, como hizo León III con Carlomagno, lo corone emperador de un nuevo sacro imperio romano-americano.

En mi opinión entonces, el próximo Papa será necesariamente europeo. Y aunque esto es decir algo, no es decir mucho, pues hay que pensar qué condiciones debe reunir para enfrentar el estado catastrófico que deja Bergoglio a la Iglesia (los peronistas sólo saben ruinas cuando dejan el poder), y esto más allá de su tendencia doctrinal. En primer lugar, debe ser un hombre de orden y unidad, es decir, que sea capaz de ordenar el enorme desaguisado que encontrará en muchos niveles. Y el primero de todos, y no sólo por necesidad sobrenatural sino también por necesidad política, es lograr la unidad en la fe. En la actualidad, ser católico tiene las prerrogativas del ser: se dice de muchas maneras, y este estado de confusión ha sido buscado y querido por Francisco. Pero resulta imposible continuar por el mismo camino. El próximo pontífice, sea del bando que sea, deberá tender a clarificar la fe católica. No me parece que sea algo que pueda hacerse de modo abrupto ni de un día para otro, pero resulta imprescindible, si se quiere que la Iglesia continúe existiendo, que se retorne a una doctrina común, a que todos asintamos al mismo Credo y se dejen de lado las veleidades doctrinales.

Por eso mismo, deberá ser un hombre de personalidad fuerte y decidida, que no tema hacer en los primeros días de su pontificado lo que deba hacer. No creo que sea un della Chiesa, o un Montini, o un Ratzinger. Si lo que dijimos en el párrafo anterior tiene algún sentido, una de las primeras cosas que deberá hacer el próximo Papa será poner de patitas en la calle a varios paniaguados de la Curia, sobre todo los que no vienen “de la escuela”, que son difíciles de tocar, empezando por el cardenal Tucho Fernández, responsable en buena medida del desbarajuste actual.

¿Será el próximo Papa un bergogliano? El bergoglianismo, como hemos dicho, expirará junto con Bergoglio. En todo caso, podríamos hablar de cardenales bergoglianos lato sensu, lo que en otras palabras sería hablar de “cardenales progresistas”. Luis Badilla, un respetado conocedor del Vaticano, incluye varios nombres dentro de este sector en un artículo reproducido por Missa in Latino. Me parece demasiado generoso. Nunca será elegido otro jesuita, por lo que Hollerich está descartado; Marengo es muy joven (50 años), como también Pizzaballa (59), y Omella demasiado viejo (casi 80 años); Tolentino de Mendonca desangelado y demasiado intelectual y Arborelius demasiado exótico, pues Suecia entra, para la Iglesia, dentro de esa categoría. De ese listado quedan Pietro Parolin, Secretario de Estado; Matteo Zuppi, arzobispo de Bolonia, y Jean-Marc Aveline, arzobispo de Marsella.

Pietro Parolin, sería un buen candidato, pero creo que está ya demasiado remanido y fácilmente y con razón pueden adjudicársele a él los errores colosales de Bergoglio. No me parece que sea una opción aunque sí puede es un buen y poderoso king maker, y en esa función no me extrañaría que orientara los votos que le responden al cardenal Claudio Gurgerotti, pertenecientes ambos a la cordata del cardenal difunto Silvestrini.

Matteo Zuppi, aunque no tiene el physique du rol, sería el candidato ideal del progresismo y, curiosamente, también de muchos círculos tradicionalistas, porque es un liberal coherente: con él sí habría lugar en la Iglesia para todos, todos, todos, y no para los todos secundum quid de Bergoglio. Pero quizás sea justamente eso lo que le bloquee el camino: su progresismo desembozado y, consecuentemente, antitrumpismo, propio de la comunidad de Sant’Egidio a la que pertenece. En las circunstancias actuales del mundo, el Sacro Colegio no elegirá a un abierto enemigo de Trump.

En los últimos días han comenzado a circular rumores que circulan que Francisco, o quien sostiene su mano, antes de morir firmaría una reforma de las reglas del cónclave estableciendo que para ser elegido Papa es suficiente alcanzar la mayoría absoluta de los votos. No parece probable porque eso sería romper con un tradicion de setecientos años, cosa que no le importaría a Bergoglio, pero sí creo que le importaría que cuando un Papa, Gregorio XI en 1378 estableció esa medida, provocó en la elección de su sucesor el Cisma de Occidente, y no sería nada raro que en esta ocasión ocurriera lo mismo. Sin embargo, el sólo de que ese rumor corra significa que los bergoglianos, o los progresistas, están preocupados y nada seguros con que el próximo pontífice de Roma sea uno de ellos.

El grupo de los abiertamente no bergoglianos creo que no tienen posibilidad alguna de ser elegidos. A no ser que un terremoto hiciera temblar los cimientos de la Sixtina y que, aterrorizados, los cardenales se decidieran por un candidato claramente católico, no veo que sea posible. Lo que sí pueden hacer, y sin duda harán, será formar junto a los conservadores lato sensu un tercio de bloqueo que fuerce, luego de varios días de intentos, la elección de un candidato de compromiso. Y uno e ellos puede ser el húngaro Péter Erdö o el holandés Willem Eijk, o algún otro que surga inesperadamente como el fue el caso de Wojtyla, que zanjó la disputa entre Siri y Benelli.

Si las cosas son así, podemos adoptar estas claves para asistir al cónclave por televisión. Si la fumata bianca aparece pronto, es decir, luego de cuatro o cinco votaciones, encomendémonos a Dios, porque no creo que sea una buena señal. Una elección, en las circunstancias actuales, en tan poco tiempo, significaría que el tercio de bloqueo no funcionó y que fue elegido un cardenal con alta intensidad de bergoglianismo en sangre. Si dura más de tres días, sería una muy buena señal.

Wanderer

El mundo no se acaba: la realidad desmonta la farsa del discurso ambientalista apocalíptico



El discurso alarmista de los climatólogos catastrofistas se tambalean y debilitan cada vez más, enfrentándose a datos científicos que contradicen sus predicciones apocalípticas e interesadas. Desde hace décadas, los profetas del desastre han anunciado graves catástrofes con fechas límite que nunca se cumplen basándose en modelos climáticos imprecisos, sesgados e incluso manipulados. Sin embargo, la realidad se impone y evidencia la falta de rigor de estas afirmaciones..

Los modelos climáticos han fracasado una y otra vez en sus predicciones, dejando en evidencia la fragilidad de sus afirmaciones.

Primero fue el agujero de la capa de ozono que «generó alarma mundial» sobre el aumento del cáncer de piel y otros efectos negativos. La realidad es que desde el año 2000 se ha ido reduciendo progresivamente, alcanzando en la actualidad sus niveles más bajos en décadas. Ahora, otro de los ejemplos más flagrantes de esta manipulación es la situación del Ártico. A pesar de los titulares sensacionalistas que anuncian su desaparición inminente, la extensión del hielo marino sigue existiendo, desmintiendo las reiteradas afirmaciones de los ambientalistas radicales. Los modelos climáticos han fracasado una y otra vez en sus predicciones, dejando en evidencia la fragilidad de sus afirmaciones.

Por otra parte, en los últimos 50 años, la humanidad ha logrado avances significativos en la reducción de la contaminación atmosférica. «Estamos respirando uno de los aires más limpios que hemos tenido en generaciones«. No son las palabras de un «negacionista conspiranoico» del cambio climático, como dirían los ecologistas radicales fanáticos, sino de Hannah Ritchie, científica de la Universidad de Oxford. Este hecho desmonta el discurso catastrofista que ignora los avances ambientales.»

Este sesgo hacia el catastrofismo climático es una estrategia de manipular a la opinión pública mediante el miedo. Se ha llegado al punto de presentar cualquier fenómeno meteorológico como «prueba irrefutable» del desastre inminente. No importa si se trata de una ola de calor o de una tormenta de nieve inusual; cualquier evento se utiliza para reforzar una narrativa de emergencia perpetua. Recordemos las palabras de Pedro Sánchez «El cambio climático mata», refiriéndose a la gota fría de Valencia como efectos del cambio climático

Entre 1998 y 2014, el planeta experimentó una pausa en el calentamiento global que desafió las expectativas de los modelos climáticos. Pero en lugar de admitir la inexactitud de sus cálculos, ciertos sectores de la comunidad científica optaron por «ajustar» las series de datos oficiales para minimizar la pausa, haciendo obsoletos estudios anteriores que demostraban inconsistencias en las proyecciones.

Tras cinco décadas de predicciones alarmistas fallidas, la Asociación de Realistas Climáticos (ARC) concluye que «la crisis no es climática, sino de credibilidad científica y mediática«. Los supuestos expertos que han vivido décadas pronosticando tragedias incumplidas han perdido toda legitimidad.

En lugar de caer en el juego del miedo, es necesario replantear el enfoque con el que se comunican los problemas ambientales, basándose en el rigor científico y no en la propaganda ideológica. Es hora de rechazar el alarmismo infundado y apostar por soluciones pragmáticas, racionales y basadas en datos objetivos, no en la histeria colectiva promovida por quienes buscan imponer una agenda política disfrazada de ecologismo.

jueves, 6 de marzo de 2025

Ucrania: de la propaganda al delirio


La Edad de Oro de la propaganda que estamos viviendo facilita la creación y propagación de histerias colectivas —como lo fue la pandemia—. ¿Estamos ante una de ellas con la guerra de Ucrania?

El primer indicio de una histeria colectiva es una antinatural unanimidad de opiniones consecuencia de un previo bombardeo mediático destinado a ablandar los sesos y encender los ánimos. Todo el mundo piensa igual, lo que suele indicar que nadie está pensando en absoluto.

El segundo indicio es un maniqueísmo simplista que presenta todo como una lucha entre buenos (nosotros) y malos (ellos). Irónicamente, los yonquis del poder, campeones del relativismo, no dudan en apelar al bien y al mal ―conceptos en los que no creen― con tal de que les sirva a sus propósitos.

El tercer indicio es una población manipulada presa de pasiones desbocadas (miedo e ira) que extinguen cualquier intento de apelar a la razón, a la serenidad o al diálogo. El pensamiento único se convierte en dogma y la heterodoxia no se tolera, lo que da lugar a sobrerreacciones emocionales ante cualquier opinión contraria. Las críticas argumentativas son sustituidas por críticas ad hominem (negacionista, quintacolumnista, etc.) y se justifica la falta de respeto o incluso la violencia —no necesariamente física— para acallar al disidente.

La histeria colectiva transforma al individuo racional en individuo-masa. El individuo racional piensa y pondera argumentos y se une a otros como decisión individual, por convencimiento. El individuo-masa, por el contrario, se mueve por impulsos y emociones primitivas y se funde con la masa en grupo, por simple contagio. El individuo racional muy raras veces es capaz de linchar a nadie; el individuo-masa es capaz de linchar al disidente entre gritos de júbilo.

La «conversación» en el Despacho Oval

Último acto. Escena primera. «No está usted en muy buena posición. No está ganando esta guerra. Está jugando con la vida de millones de personas. Está jugando con la Tercera Guerra Mundial».

Es difícil encontrar una sola mentira en esta frase que Trump le espetó al presidente ucraniano en el penoso espectáculo que protagonizaron en el Despacho Oval. En efecto, Zelensky lleva tres años intentando arrastrarnos a una Tercera Guerra Mundial, como cuando mintió al culpar a Rusia de disparar un misil cuyos restos cayeron sobre Polonia (territorio OTAN) matando a dos personas. El misil había sido disparado por los propios ucranianos[1].

Sin embargo, la reacción mediática a lo ocurrido en la Casa Blanca ha consistido fundamentalmente en echar espumarajos por la boca, actitud que no es muy útil para analizar la realidad. Así, el odio un poco enfermizo que nuestra clase periodística siente por Trump (y ahora también por Vance, tras su discurso en Múnich) le llevó a repetir la consigna oficial que tildaba el incidente de «encerrona»:


Sin embargo, dado que el encuentro fue televisado de principio a fin, sabemos que los hechos (y la lógica) no sustentan tal relato. A pesar de la actitud hosca y en ocasiones provocadora del ucraniano, los primeros cuarenta minutos de conversación en el Despacho Oval transcurrieron sin incidentes, y estaba programado un almuerzo privado entre los dos presidentes y la firma del acuerdo comercial en el ceremonial East Room, la sala más amplia de la Casa Blanca.

El desastre diplomático, por tanto, fue un error de Zelensky, que ha perdido el sentido de la realidad y perdió también los papeles: chulesco e impertinente, se dirigió con innecesaria hostilidad a Vance tras contestar éste a un periodista polaco que había que dar una oportunidad «a la diplomacia». Vance no se había dirigido a él, pero el desubicado presidente ucraniano se encaró con el vicepresidente, le tuteó con desdén («JD») mientras éste le trataba educadamente de «Sr. presidente», y luego entró en barrena con Trump, su anfitrión y financiador.

¿Qué le pasa a Europa?

Sin embargo, el incidente no pasa de ser una anécdota. Más relevante es el nerviosismo del contubernio político-periodístico europeo. La impostada «cumbre» en Reino Unido nos hace preguntarnos por qué Europa no ha tenido ni una sola iniciativa de paz en tres años de guerra, y escenifica lo que resumió acertadamente Orbán hace unas semanas: el mundo ha cambiado y la única que no se ha enterado aún es Europa. Se aproxima un baño de realidad.

¿No es extraño que una iniciativa de paz para Ucrania haya sido recibida en Europa con recelo e indignación? Sin duda, el carácter perdonavidas de Trump no le gana adeptos, pero Obama y Biden eran también enormemente arrogantes. ¿Por qué surge entonces este visceral rechazo? ¿Acaso no es preferible la paz a la guerra? ¿No vale más un mal arreglo que un buen pleito? ¿O es que vamos a gritar ¡victoria o muerte!, como hacen los periodistas y políticos europeos con la ligereza de quien ni va al frente ni envía a sus hijos a morir?

«Es mejor y más seguro una paz cierta que una victoria esperada», escribía Tito Livio hace 2.000 años. Pero es que Ucrania no tiene esperanza alguna de victoria: la alternativa a la paz es una mayor pérdida de territorio y de vidas humanas y el potencial retorno a la no-existencia que ha sido la norma de este país a lo largo de su breve historia.

Quizá Europa se haya creído su propia propaganda, aunque sus dirigentes digan una cosa en público y otra muy distinta en privado; o quizá le moleste su creciente irrelevancia, pues, como he defendido desde un principio, los dos actores principales de este conflicto siempre fueron Rusia y EEUU, mientras que Ucrania y la UE eran sólo actores secundarios o meras comparsas.

En cualquier caso, algo nos pasa. Trump es mucho más popular en su país que en Europa. A Zelensky le pasa al revés: es mucho más popular en Europa que en su propio país. Por lo tanto, o los ciudadanos de esos países no se enteran de nada o somos los europeos los que no nos enteramos. ¿No estaremos de nuevo cegados por una histeria colectiva que impide un análisis racional de los hechos?

La excesiva canonización de Zelensky

En el resto del mundo Zelensky carece de la aureola que le rodea en Europa. Estéticamente, el presidente ucraniano fue siempre una cuidada construcción publicitaria ―uniforme verde/negro, corte de pelo militar y barba de tres días―, pero ya es algo más: un líder mesiánico y bunkerizado que «se engaña a sí mismo», como reconoció uno de sus colaboradores a la revista Time hace un tiempo. «No nos quedan opciones, no estamos ganando, pero intente usted decírselo», se lamentaba el frustrado ayudante del presidente ucraniano[2].

Decía Kissinger que el poder es el afrodisíaco supremo. Deslumbrado por los focos, Zelensky nunca comprendió que estaba siendo utilizado por el Deep State de Biden ni parece haber comprendido que en EEUU se ha producido un cambio de régimen: el Deep State que lo aupó perdió las elecciones frente a Trump (como pronostiqué que ocurriría), y Trump quiere la paz.

Por lo tanto, por mucho que simpaticemos con la heroica resistencia del pueblo ucraniano, resulta difícil comprender la canonización de un yonqui del poder (otro más, como los de Moscú, Washington o Bruselas) que ha arrastrado a su país a la destrucción con una guerra perdida de antemano contra un adversario implacable que no podía perder.

Los medios también ocultan que el presidente ucraniano es un líder autoritario. En efecto, «con la excusa de la guerra» (en acertada expresión de la revista Newsweek) ha practicado una clara política represiva, cerrando medios de comunicación hostiles y encerrando, persiguiendo judicialmente o sacando del país a sus opositores[3]. Hace un año destituyó (¡en mitad de una guerra!) al competente general Zaluhzny enviándole de embajador a Londres porque en las encuestas Zaluzhny obtenía un 41% de apoyo popular frente al magro 24% que obtenía él[4]. Como apunta Newsweek, resulta muy dudoso que la Ucrania de Zelensky pueda hoy considerarse una democracia[5].

Una paz poco deseada

¿Desea el presidente ucraniano la paz? En 2022 aprobó un decreto prohibiendo las negociaciones con Putin, es decir, convirtiendo en delito buscar la paz[6]. ¿No es un poco extraño? No podemos obviar que Zelensky tiene un incentivo perverso para mantener su belicismo: mientras dure la guerra y la ley marcial, no tiene que convocar elecciones, puede seguir con sus giras de vanidad internacionales y controla los dineros de uno de los países más corruptos del mundo, pero cuando haya paz y se convoquen elecciones, las perderá, y el negocio se acabó.

Existe, por tanto, un potencial conflicto de interés entre el presidente de Ucrania y sus ciudadanos, pues el primero no tiene prisa por alcanzar la paz, pero los ucranianos sí, a pesar de los odios generados durante esta cruenta guerra. Contrariamente a lo que insinuó Zelensky en la Casa Blanca, el 52% quiere negociar el final del conflicto y está dispuesto a hacer concesiones territoriales para lograrlo. Sólo un 38% quiere continuar luchando, porcentaje que baja cada mes que pasa[7].

Resulta curioso que el otro día el presidente ucraniano basara su negativa a negociar la paz en que Putin supuestamente no respeta los acuerdos que firma. Trump se lo rebatió, basándose en su experiencia con el autócrata ruso en su primer mandato. Bill Clinton estaba de acuerdo con Trump: preguntado en 2013 si se podía confiar en Putin, Clinton respondía: «Cumplió su palabra en todos los acuerdos a los que llegamos»[8].

Las ventajas del análisis racional

Como he tenido ocasión de argumentar en muchos artículos, la propaganda occidental, transmitida al pie de la letra por el contubernio político-periodístico europeo, ha construido un relato falaz sobre las causas últimas y el desarrollo de la guerra. Según dicho relato, nos encontraríamos ante una lucha entre buenos y malos, entre ideales de democracia y tiranía, y la invasión rusa habría salido de la nada («agresión no provocada», es el mantra) como preludio de una nueva invasión de Europa, a pesar de que desde 1991 las fronteras de Rusia no se han movido un ápice (no así las de la OTAN).

Todo esto son paparruchas, pero en España han encontrado especial eco debido a nuestra nobleza, que admira la valentía y defiende al débil frente al fuerte. Así, una guerra en un país que muy pocos españoles sabrían situar en un mapa hace tres años ha levantado una quijotesca reacción antirrusa muy distanciada de lo que un análisis más sosegado de los datos invitaría a tener y, desde luego, muy lejos de lo que conviene a nuestros intereses nacionales.

El camino es otro. Para lograr una comprensión de la realidad y una cierta capacidad de previsión de los acontecimientos debemos sustituir esta volcánica erupción emocional por un análisis racional y lógico. Condición necesaria, desde luego, es llevar una dieta estricta de prensa: leer poco y no creerse nada.

Así, para el afortunado no-lector de prensa, los datos y la lógica permitían desde un principio comprender que no estábamos ante un conflicto entre Rusia (Goliat) y Ucrania (David), sino ante un conflicto indirecto entre EEUU y Rusia provocado por EEUU, en el que Ucrania ponía los muertos y Europa el suicidio económico (y geopolítico). Mientras los medios hacían creer que Ucrania iba ganando la guerra, este blog informaba de la realidad, esto es, que para Ucrania la guerra estaba inevitablemente perdida desde un principio, y criticaba la futilidad del envío de armas y carros de combate occidentales, que, lejos de ser armas milagrosas, sólo lograrían posponer lo inevitable.

Aunque la habitual niebla informativa dificulte conocer con precisión las bajas de los contendientes, el orden de magnitud de las bajas ucranianas se situaría hoy entre 750.000 y 900.000 hombres frente a un mínimo de 150.000 bajas rusas. Estos datos deben tomarse con cautela, pero la proporción es inversa a la que predican los medios. Como indicador indirecto, en los intercambios de cadáveres los rusos están entregando entre 5 y 10 veces más cuerpos de soldados ucranianos muertos que los cuerpos de rusos entregados por aquéllos.

Un análisis ecuánime de la realidad, por ejemplo, nos permitió comprender que uno de los objetivos de EEUU en este conflicto era descarrilar el proyecto del gaseoducto Nord Stream 2, como defendió este blog cinco meses antes de que los norteamericanos (solos o en compañía de otros) presuntamente lo sabotearan, y prever el colosal fracaso de la contraofensiva ucraniana de verano de 2023, jaleada por unos medios que cantaron victoria prematuramente mientras empujaban a los ucranianos a la muerte.

En conclusión, un análisis sereno y emocionalmente distanciado de los hechos permite comprender la realidad, prever acontecimientos y desechar sinsentidos, como la extrema debilidad del ejército ruso (incompatible con su intención de conquistar Europa), el cáncer, Párkinson y desequilibrio mental por aislamiento covid de Putin, o la posibilidad de que Rusia usara armas químicas o nucleares, relatos que se ponen en circulación para ser retirados y olvidados en cuanto pierden su utilidad.

Los antecedentes

La propaganda se apoya frecuentemente en la falta de memoria de la población, por lo que conviene recordar algunos antecedentes del conflicto. Como decía Eurípides, «sencillo es el relato de la verdad, y no requiere de rebuscados comentarios».

La guerra en Ucrania no nació por generación espontánea, sino que ha sido el culmen de una constante política de provocación por parte de EEUU. Al terminar la Guerra Fría, EEUU prometió a Rusia que la OTAN no se expandiría «ni una pulgada» hacia su frontera[9], pero la OTAN incumplió su promesa: aprovechando la debilidad rusa, se fue ampliando hacia el Este, un «error fatídico», en palabras de George Kennan[10].

Para entonces la OTAN había abandonado su carácter meramente defensivo, como ha quedado patente en su agresiva participación en un conflicto de un país no miembro. De hecho, en 1999 había atacado Serbia, país aliado de Rusia, cuya capital bombardeó durante 78 días sin mandato de la ONU.

En 2007, Putin denunció la expansión de la OTAN en la Conferencia de Seguridad de Múnich. Una vez más, la respuesta norteamericana fue ignorar y provocar a Rusia: en su cumbre de Bucarest del siguiente año (2008), la OTAN aprobó el proceso de anexión de Albania y Croacia y acordó la futura incorporación de Georgia y Ucrania[11].

Respecto de Ucrania, EEUU sabía por su embajador en Rusia (más tarde director de la CIA) que su incorporación a la OTAN era «la más roja de las líneas rojas» no sólo para Putin, sino para toda la clase dirigente rusa: «Durante más de dos años de conversaciones con las principales figuras políticas rusas, desde los mayores defensores de una línea dura en el Kremlin hasta los más acerbos críticos de Putin, no he encontrado a nadie que no considerara la pertenencia de Ucrania a la OTAN como un desafío directo a los intereses de Rusia»[12].

En 2014, EEUU instigó un golpe de Estado en Ucrania[13] que desalojó del poder a su entonces presidente, democráticamente elegido, que abogaba por una neutralidad amigable con Rusia[14]. Ante esta política de hechos consumados, Rusia reaccionó por la vía de los hechos y se anexionó Crimea, que había pertenecido a Rusia desde finales del s. XVIII hasta 1954 (cuando Kruschev la regaló a Ucrania dentro de la propia URSS) y cuya importancia radica en que acoge desde hace 240 años la única base naval rusa de mares cálidos (Sebastopol). Lo hizo sin disparar un solo tiro, pues la población de la península de Crimea era claramente rusófila, como manifestó el posterior referéndum de adhesión a Rusia (a priori sospechoso, pero corroborado por encuestas occidentales)[15].

Tras los turbios acontecimientos del 2014, Rusia y Ucrania firmaron los Acuerdos de Minsk, que pronto serían papel mojado. El tradicional victimismo ruso fue vindicado por el posterior reconocimiento por parte de la excanciller alemana Merkel de que los Acuerdos habían sido meras maniobras dilatorias de Occidente para dar tiempo a Ucrania a rearmarse para un futuro conflicto con Rusia[16].
A partir de 2014 la OTAN comenzó a armar y entrenar al ejército ucraniano en mitad de una guerra civil en el Donbas. Por lo tanto, la guerra en Ucrania no comenzó en 2022 sino en 2014, como reconoció el secretario general de la OTAN[17].
En junio de 2021, la OTAN declaró que «reiteraba la decisión tomada en 2008 de que Ucrania se convertirá en miembro de la Alianza»[18].

En diciembre de 2021 Rusia presentó a la OTAN una propuesta de acuerdo de seguridad mutua que incluía la no incorporación de Ucrania a la organización, junto con otras propuestas más maximalistas[19]. La propuesta-ultimátum fue rechazada con desdén por los EEUU de la Administración Deep State-Biden.

La invasión

Finalmente, en febrero de 2022 Rusia invadía Ucrania con un contingente de tropas relativamente escaso que a todas luces no estaba destinado a la conquista del país ni a un largo conflicto, sino a lograr una rápida capitulación: «el arte supremo de la guerra es someter al enemigo sin luchar» (Sun Tzu).

Durante unas semanas pareció que eso era precisamente lo que iba a ocurrir. Sin embargo, las negociaciones celebradas en Turquía en marzo del 2022 tras sólo un mes de hostilidades (que apuntaban a un acuerdo inminente) fueron torpedeadas por EEUU e Inglaterra, que levantaron a Ucrania de la mesa. Así lo aseguró el ex primer ministro de Israel[20]y lo corroboró, como testigo de primera mano, el ministro de Asuntos Exteriores turco: «Tras la reunión de ministros de Asuntos Exteriores de la OTAN, la impresión es que (…) hay quienes, dentro de los Estados miembros de la OTAN, quieren que la guerra continúe: dejemos que la guerra continúe y que Rusia se debilite, dicen. No les importa mucho la situación en Ucrania»[21].

Como escribí en junio de 2023, «hasta entonces el conflicto apenas había causado muertos, pero, para algunos, debilitar a Rusia bien valía sacrificar un país pobre y lejano del que nadie se acordaría cuando todo hubiera acabado, aunque fuera a costa de acabar con la vida de centenares de miles de personas».

Occidente provocó la guerra y debe propiciar la paz

Aunque la lectura de estos acontecimientos admita matices y Rusia diste mucho de ser una víctima angelical, esta sucesión de hechos tiene un hilo conductor: el belicismo y arrogancia del Deep State norteamericano y, en segundo plano, la obsesiva rusofobia inglesa.

Pero lo que resulta indiscutible es que, como han denunciado muchos expertos[22], esta guerra ha sido «evitable, predecible e intencionadamente provocada» por Occidente, en palabras del último embajador de EEUU en la URSS[23], y deliberadamente alargada. El pueblo ucraniano siempre fue un daño colateral aceptable para el Deep State norteamericano, pues en el gran tablero de ajedrez en el que juegan los yonquis del poder la vida humana es tan prescindible como un peón adelantado. Pero el Deep State perdió las elecciones frente a Trump, y éste está tratando de detener una matanza inútil.

De hecho, los ucranianos pronto serán olvidados por los mismos medios de comunicación que los empujaron al desastre, y dentro de un año, quizá dos, ni un solo medio occidental volverá a hablar de ellos. ¿Qué les quedará cuando los focos se apaguen? Nada, salvo el recuerdo de los muertos.













[12] The Back Channel, William J. Burns, Random House 2019













Fernando del Pino Calvo-Sotelo

Francisco, como Biden. ¿Quién está tomando las decisiones en nombre del Papa? (Jaime Gurpegui)



Desde hace 21 días, el Papa Francisco está ingresado en el hospital Gemelli. Su estado de salud ha sido descrito por el Vaticano como «crítico pero estable», con episodios de insuficiencia respiratoria aguda, broncoespasmos y dependencia nocturna de ventilación mecánica.

Ha pasado por varias crisis, requiere oxígeno de alto flujo y ha tenido que someterse a broncoscopias para aspirar mucosidad acumulada. En estas condiciones, cualquier persona con sentido común dudaría de su capacidad para gestionar con normalidad los asuntos ordinarios de la Iglesia. Y, sin embargo, el Vaticano pretende que creamos que sigue al mando de decisiones clave. La pregunta central es: ¿Quién está realmente gobernando en su ausencia?
Parolin y Peña Parra vs Ghirlanda y jesuitas

Hay dos grandes polos de poder en este escenario: El cardenal Pietro Parolin y el arzobispo Peña Parra, que manejan el aparato institucional del Vaticano y tienen en sus manos las llaves del poder operativo. En ausencia del Papa, son ellos quienes administran el día a día de la Santa Sede y deciden qué se firma y qué no. El P. Gianfranco Ghirlanda y los jesuitas, cuyo poder ha crecido en los últimos años y que han colocado a hombres de confianza en puestos estratégicos. La cercanía de Elías Royón a este grupo deja claro que tienen una influencia directa en decisiones clave.

Estos grupos no necesariamente trabajan juntos; más bien, parecen estar disputándose el control de la maquinaria vaticana en un momento en el que Francisco está completamente vulnerable. Y es aquí donde entra la verdadera cuestión: se está ejerciendo un poder en nombre de un hombre anciano y enfermo, incapaz de supervisarlo todo.

El paralelismo con lo que sucedió en EE.UU. con Biden durante la última fase de su mandato es inevitable. La crueldad de mantener a un anciano al mando cuando claramente ya no puede gobernar por sí mismo es la misma en ambos casos. Se aprovechan de su estado para hacer y deshacer a su antojo, mientras se refuerza la apariencia de normalidad.

De la sentencia de Gaztelueta a los nombramientos episcopales

La misma lógica se puede aplicar a dos decisiones recientes en relación a España, pero son decenas las decisiones que se están tomando a diario en nombre del Papa:

El caso Gaztelueta. ¿Fue Parolin quien decidió emitir la sentencia para congraciarse con los jesuitas? ¿Fue Ghirlanda, con la influencia de Royón, quien empujó la decisión? En cualquier caso, lo que sí está claro es que Satúé no ha pintado absolutamente nada en esta historia. Todo el mundo sabe que su papel ha sido el de un vulgar sicario, un simple ejecutor de una orden tomada por otros, utilizado por su falta de escrúpulos morales.

El nombramiento del obispo de Albacete. ¿Se ha manejado desde la Secretaría de Estado? ¿Desde la esfera jesuita? Una vez más, no hay claridad, pero nos quieren hacer creer que, entre broncoespasmo y ventilación mecánica no invasiva, el Papa ha tenido la cabeza para pensar en el futuro de Albacete. Y el hecho de que la noticia haya sido filtrada a un medio de extrema izquierda como Religión Digital solo refuerza la idea de que el proceso está viciado por intereses políticos internos.

Lo cierto es que lo que está ocurriendo es inaceptable. Cada acción jurídica pontificia tomada desde el ingreso del Papa en el hospital deberá ser puesta en entredicho. No podemos seguir aceptando esta farsa en la que nos quieren hacer creer que un hombre gravemente enfermo está firmando sentencias, discutiendo nombramientos y gestionando la Iglesia con normalidad.

La gravedad del asunto no se limita a estos casos concretos. Estamos ante una manipulación descarada de la autoridad pontificia. Y esto no puede quedar sin respuesta.

Es hora de exigir transparencia. Es hora de preguntar quién está gobernando realmente la Iglesia en estos días. Porque si Francisco no está en condiciones de tomar decisiones, entonces hay otros que lo están haciendo por él. Y los fieles tienen derecho a saber quiénes son.

Jaime Gurpegui