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martes, 22 de agosto de 2023

domingo, 20 de agosto de 2023

La esencia de la beatitud I (padre Alfonso Gálvez)



22:31 MINUTOS


Homilía pronunciada el 23 de agosto de 1982

RETRATO ROBOT del falso católico




Habla de todo.
Dialoga con todos(pero sin ánimo de evangelizar a nadie).
Tolera todo (especialmente lo intolerable).
Siempre acoge a los "migrantes", especialmente si no son cristianos.
Es "misericordioso" a su manera.
Cree que la Misa es una hermosa celebración donde la gente se reúne para cantar.
No cree en el infierno.
Y si cree, lo cree vacío.
No cree en el diablo.
Y si lo cree, lo cree inofensivo.
Argumenta que no ha habido papas antes del "buen" Papa Juan XXIII
Cree que todos los papas (afines a él) son santos e infalibles y que expresan solemnemente el magisterio, incluso estornudando.
"Nadie puede juzgar" ni siquiera las atrocidades que hay que condenar.
Se atreve a afirmar que las palabras de Jesús no están exactamente escritas en el Evangelio, porque en ese momento no había grabadora.
Se avergüenza de las cruzadas.
Cree que la Iglesia "católica" es una opción entre muchas y en todo caso no la mejor.
No considera al Vaticano II un Concilio, sino EL CONCILIO.

Y SIENDO CLARO:

¡No acepta que es dueño de la verdad!
No dialoga con aquellos que son fieles a la Tradición Católica Romana.
No tolera a los católicos demasiado convencidos por considerarlos "fariseos".
Nunca, nunca da la bienvenida a nadie que se atreva a "balbucear" sobre cosas con un sabor verdaderamente católico.
No es misericordioso con los que son fieles a la Tradición.
No soporta que la gente siga creyendo que la Santa Misa es el sacrificio de Cristo ... ¡Arruinaría la fiesta!
Sólo cree en el infierno para la mafia, los corruptos, los evasores de impuestos y los tradicionalistas.
Cree que el infierno está vacío de pecadores (¡¡Dios es misericordioso!!) pero está lleno de los que contaminan, maltratan a los animales, son mafiosos, etc. y claramente hay un grupo especial para los tradicionalistas...
Afirma que el diablo no tendrá cuernos, pero es un reparador "preconciliar"
Que el diablo sería inofensivo si no se cabreara cuando se quiere la Santa Misa en latín, la comunión de rodillas y en la lengua, la sotana y la Doctrina Católica (en fin, es un "diablo infernal" y hasta un poco al revés)
Cree que "respetar las reglas" es obligatorio, especialmente si se refieren al Covid y al clima y siempre que no se refieran a los preceptos de la Iglesia.

Roberto Buenaventura

viernes, 18 de agosto de 2023

Comentarios de monseñor Viganò a la declaraciones de Francisco a una revista española



Aldo Maria Valli (Duc in altum): Excelencia, a veces se dice motus in fine velocior (el movimiento se acelera al llegar al final) refiriéndonos a esa actitud de Francisco que apunta a liquidar lo que queda de doctrina católica y abrazar la mentalidad del mundo. Las noticias más recientes lo confirman, como otra entrevista que ha concedido. ¿Cómo lo ve V.E.?

+Carlo Maria Viganò: La Jornada Mundial de la Juventud, que este año se ha celebrado en Lisboa, confirma que el plan de Bergoglio para provocar un cisma está cobrando velocidad: sus últimos nombramientos (que como mínimo son provocadores; las cosas que han dicho los cardenales que ha nombrado últimamente, confirmando todos ellos la revolución bergogliana; la presencia de James Martin para predicar a los jóvenes la aceptación de la ideología LGTBQ; lo que dijo hace poco Bergoglio a una persona transgénero: «Dios nos quiere tal como somos, no te preocupes» (aquí). Lo único que faltaba era una entrevista en la que el argentino se confesó con un equipo de periodistas genuflexos y aduladores (aquí).

El tono adorante de la entrevista da vergüenza ajena : en alguien que afirma detestar la hipocresía y el servilismo resultaría trágico si no fuera tan grotesco. La empalagosa y lisonjera actitud de los reporteros llegó al extremo de afirmar que Bergogolio es «como un cura villero acostumbrado a tratar lo mismo con una mujer que se desvive de sol a sol para sacar adelante a su familia que con un traficante que intenta enganchar a los chavales de la barriada». Con todo, el lirismo abyecto de Vida nueva tiene la desventaja de que delata la falsa espontaneidad de las palabras del entrevistador, que de hecho las pronunció en momentos minuciosamente seleccionados, como bombas de relojería , a la espera de ver cómo estallaban.

Se deduce de la entrevista que lo que menos esperaba Bergoglio era ser elegido papa. Pero la realidad es muy diferente…

Me maravillan los talentos literarios de Bergoglio: que evoque tan teatralmente la sorpresa que se llevó con su elección no se condice con lo que sabemos que pasó en el cónclave de 2013, como ha revelado un cardenal elector que incapaz de decirlo en público. Además, al autopresentarse como un speculum totius humilitatis –espejo de toda humildad– dice que es «una víctima del Espíritu Santo y la Providencia», como achacando la desgracia de este pontificado al propio Dios, en vez de a los tejemanejes de la iglesia en las sombras mediante la mafia de San Galo y del estado en las sombras con los correos entre John Podestà y Hilary Clinton.

Veamos, pues, cuáles son las bombas.

Primera bomba: «El Sínodo fue el sueño de Pablo VI. Cuando terminó el Concilio Vaticano II, se dio cuenta de que la Iglesia en Occidente había perdido la dimensión sinodal». Estas palabras confirman el carácter subversivo de la colegialidad del Concilio para contrarrestar el primado petrino solemne e infaliblemente proclamado por el beato Pío IX en el Concilio Vaticano I. Nos enteramos así de que la colegialidad episcopal teorizada por los innovadores en Lumen Gentium tuvo que servirse del sínodo de obispos al modo de un parlamento, siguiendo el modelo de las fórmulas civiles de gobierno. En esencia, la colegialidad consistió en la aplicación en el ámbito eclesiástico del principio masónico difundido por la Revolución Francesa para derrocar las monarquías católicas. «Se trata de andar adelante para recuperar esa dimensión sinodal que la Iglesia oriental tiene y nosotros perdimos», afirmó Bergoglio. Pero esa dimensión sinodal no es sino una expresión de la jerga modernista que se utiliza para disimular su verdadera intención de derrocar el Papado en tanto que autoridad monárquica. Es un ataque contra la institución divina de la Iglesia perpetrado por aquél que precisamente tendría que defenderla de los herejes. Asistimos a la demolición de la suprema autoridad magisterial y gobernativa del Romano Pontífice, que es el vínculo de la unidad católica, y la está realizando nada menos que quien ocupa la Silla de San Pedro, que actúa y es obedecido en virtud de la autoridad que se le reconoce al Sumo Pontífice. Es como si el capitán de los bomberos ordenara a sus subalternos que derramaran gasolina en los arbustos y les prendieran fuego, después de vaciar los camiones tanque y despilfarrar el suministro de agua.

Se habla también del sínodo de 2001.

Sí. En la preocupante serie de reformulaciones bergoglianas de la realidad se evoca también el sínodo de 2001: «Entonces, el cardenal encargado de la coordinación venía, revisaba los papeles y empezaba a decir: “Esto no se vota… Esto, tampoco”. Yo le respondía: “Eminencia, esto salió de los grupos…”». Y el ingenuo reacciona pensando: «Qué bueno es Bergoglio: quiere que los católicos de a pie les digan a los obispos cuáles son sus verdaderos problemas, y bla bla bla…», para descubrir más tarde que lo que había salido de los grupos ya había sido presentado como tal. Ni más ni menos que como se hizo en aquel disparate del Sínodo de las Familias de 2015, en el que los documentos ya estaban preparados de antemano por la camarilla de Bergoglio y contaban con su aprobación previa. Y es más patente todavía ahora con el Sínodo de la Sinodalidad, para el que los cuestionarios enviados a las diócesis, parroquias y grupos diversos estaba redactado de tal forma que excluía ciertas preguntas y encaminaba las respuestas en una dirección previamente buscada. Cuando Bergoglio dice tranquilizadoramente: «Pero se ‘purificaban’ las cosas. Hemos ido avanzando y, hoy día, se vota y se escucha todo», hay que entender que los obstáculos que antes suponían la Congregación para la Doctrina de la Fe y otras similares han sido ya eliminados mediante el nombramiento de herejes perfectamente alineados y con la supresión de todo papel de coordinación de la Curia Romana en beneficio de las iglesias nacionales y conferencias episcopales, todas las cuales están ocupadas por herejes y corruptos al servicio de Santa Marta.

«Tenemos también el ejemplo del Sínodo de la Familia. Desde fuera se nos impuso como gran tema la comunión a los divorciados. En este caso, se dio aquello de la psicología de la onda, que buscaba expandirse. Pero, afortunadamente, el resultado fue mucho más allá… mucho más allá». Tanto ha ido más allá, diría yo, que ha provocado la protesta formal de algunos cardenales y de numerosos prelados, sacerdotes, religiosos y teólogos, en vista de cómo nos estamos alejando de la doctrina tradicional en cuestiones como adulterio, concubinato público y familia. No olvidemos el delito cometido por los que algunos secuaces de Bergoglio sustrajeron de los buzones de correo de los padres del Sínodo el libro sobre los errores de Amoris laetitia, en el que se denunciaban la interferencia de los progres en el desarrollo del Sínodo.

Incluso en regiones donde las diferencias de fieles y pastores contra el actual régimen vaticano es mayor, como por ejemplo en África, se han confiado puestos clave de autoridad a individuos que cuentan con el apoyo de Bergoglio, aunque sean los menos indicados para ocupar ciertas posiciones de máxima autoridad.

Se puede decir, pues, que una afirmación como «en el Sínodo, el protagonista es el Espíritu Santo» contribuye a arropar con un manto de autoridad las decisiones de Jorge Mario, que no tienen lo más mínimo de divino. Al contrario, demuestran ser intrínsecamente contrarias al magisterio católico.

Se habla también del Concilio Vaticano III...

En efecto, un reportero de Vida nueva pregunta provocadoramente: «Este Sínodo de la Sinodalidad parece que lo abarca todo: desde propuestas para una renovación litúrgica a la necesidad de comunidades más evangelizadoras, pasando por una verdadera opción preferencial por los pobres, un compromiso real en materia de ecología integral, la acogida a los colectivos LGTBI… ¿Se planteó en algún momento darle forma de Concilio Vaticano III?» La mera hipótesis de que un sínodo pueda abordar cuestiones tan delicadas como reforma litúrgicas y la evangelización pone los pelos de punta. Cosas como «una verdadera opción preferencial por los pobres, un compromiso real en materia de ecología integral, la acogida a los colectivos LGTBI». Pues son precisamente esos temas los que se están debatiendo estos días en la JMJ 2023, con el adoctrinamiento criminal de miles de jóvenes, hablándoles de supuestas emergencias ecológicas e ideología woke. Y esas mismas cuestiones, obsesivamente repetidas por los medios, en los colegios, en los puestos de trabajo y en la política, son las mismas de la Agenda 2030 y el Gran Reinicio, las cuales son ontológicamente incompatibles con la religión católica, por ser intrínsecamente anticrísticas y anticristianas.

Bergoglio da una respuesta inquietante: «No está madura la cosa para un Concilio Vaticano III. Y tampoco es necesario en este momento, puesto que no se ha puesto todavía en marcha el Vaticano II. Este fue muy arriesgado y hay que ponerlo en marcha. Pero siempre está ese miedo que a todos se nos contagió, escondidamente, por parte de los “viejos católicos” que, ya en el Vaticano I, se decían depositarios de la verdadera fe».

¿Cuál es la finalidad última?

Hemos entendido que lo que ante todo se propone Bergoglio es sembrar cizaña y destruir. Siempre ha tenido el mismo modus operandi. Empieza por provocar un debate artificial sobre temas que no son objeto de controversia en la Iglesia porque ya están definidos por el Magisterio. Enfrenta a los progres y los conservadores. Como ya expliqué, los católicos tradicionalistas llevan mucho tiempo sin dejarse arrastrar por los delirios de la neoiglesia, y hacen bien. Luego se ocupa de que su objetivo –ya sea una novedad doctrinal, moral, disciplinaria o litúrgica– lo proponga un mediador aparentemente neutral que se presenta como un conciliador que trata de poner de acuerdo a ambos bandos, cuando en realidad favorece a los progresistas. Entonces Bergoglio, desde arriba, fingiendo que hasta ese momento no tenía noticia de que había una cuestión que aclarar y que requiere una definición autorizada, impone una solución en apariencia menos radical que lo que pedían los progres pero que sigue siendo inadmisible para los católicos, que en esas circunstancias se ven obligados a desobedecer. Automáticamente esa desobediencia es calificada de herejía o cisma, para lo cual no tiene más que evocar los errores de los veterocatólicos que rechazaban el Concilio Vaticano I.

Y ahí es donde estriba la más pérfida de las imposturas: Bergoglio trivializa las desviaciones doctrinales de los veterocatólicos diciendo de modo simplista que se consideraban depositarios de la verdadera fe, cosa que han afirmado de sí mismos todos los heresiarcas, cuando los veterocatólicos demostraron que tenían más herejías en común con la iglesia bergogliana que con los tradicionalistas, empezando por el sacerdocio femenino. Parece mentira que Bergoglio no se acuerde de que las disputas doctrinales de los veterocatólicos comenzaron mucho antes del Concilio Vaticano I, por cuestiones relativas a nombramientos episcopales en Holanda, y que no tardaron en manifestar su afinidad con los modernistas, tanto por adherirse al movimiento ecuménico protestante –que había sido firmemente condenado por la Iglesia Católica– como por teorizar el regreso a la fe de la Iglesia unida del primer milenio, tema tan querido para partidarios del Concilio Vaticano II.

Entendemos por consiguiente que la identificación de un enemigo –en este caso los rígidos, es decir los católicos fieles al Magisterio inmutable– es el corolario de la deificación de la revolución en la Iglesia. El Sínodo es presentado como obra del Espíritu Santo y Bergoglio como una víctima de la Providencia. Por lo tanto, o aceptamos la apostasía como voluntad de Dios –lo cual es absurdo, además de blasfemo– o terminan ipso facto contándonos entre los enemigos de Bergoglio, y nos ganamos por ese solo motivo la condenación reservada a los herejes y cismáticos. Curiosa manera de entender la parresia (franqueza) y la inclusividad en la iglesia de la misericordia.

En la entrevista se habla también de los rígidos, que no le hacen ninguna gracia al Papa-

«Francisco no es, en modo alguno, ajeno a las resistencias a la reforma que tiene entre manos», comenta un periodista. Y cita las palabras de «un cura que tiene un pie en la Curia y otro en su diócesis”: “Me preocupa la rigidez de los curas jóvenes”», concluye Bergoglio. ¡Por supuesto!

Los lectores se tranquilizan, sorprendidos de que Bergoglio no haya soltado todavía una de sus peroratas contra los sacerdotes, no diré ya tradicionales, sino vagamente conservadores. Desde el primer día de su pontificad,o esos sacerdotes rígidos han sido precisamente el blanco de sus inigualados insultos y desprecios. La provocación de los sacerdotes que huelen a oveja –y que también visten pantalón vaquero y zapatillas deportivas– brinda una oportunidad magnífica a este actor, que la aprovecha sin falta y se apresura a responder:

«Reaccionan así porque tienen miedo ante un tiempo de inseguridad que estamos viviendo, y ese miedo no les deja andar. Hay que quitarles este temor y ayudarles». Esta táctica psicoanalítica nos deja ciertamente perplejos, y delata un deseo de reprogramar a los sacerdotes, que con razón andan preocupados en un tiempo de inseguridad que se prolonga desde hace sesenta años para llevarlos a aceptar las innovaciones y desviaciones conciliares. Pero las palabras de farisaica comprensión se convierten de pronto en insinuaciones y acusaciones: «Por otro lado, esa coraza esconde mucha podredumbre. Ya he tenido que intervenir algunas diócesis de varios países con unos parámetros parecidos. Detrás de ese tradicionalismo, hemos descubierto problemas morales y vicios graves, dobles vidas. Todos sabemos de obispos que, como necesitaban curas, han echado mano de personas a las que habían echado de otros seminarios por inmorales».

Es increíble la determinación de Bergoglio para erradicar el pecado nefando en los seminarios conservadores, y luego no querer reconocerlo ni ante las denuncias de las víctimas del depredador en serie McCarrick, el abusador de seminaristas y jóvenes sacerdotes, así como la mafia rosa de sus secuaces, que han sido creado cardenales y colocados en puestos diversos en los dicasterios romanos. Y no parece que este nuevo Pedro Damián de Santa Marta considere merecedor de sus diatribas al ex jesuita Rupnik, a quien revocó la excomunión de que había sido objeto por los gravísimos delitos e innombrables sacrilegios con que se había mancillado. Si alguien espera ver a Rupnik encerrado en una celda del castillo Sant’Angelo, antes lo verá cubierto con el capelo cardenalicio.

¿No se explicará mejor la tolerancia de Bergoglio hacia sus protegidos –entre los cuales figura una larga lista de compañeros jesuitas, unidos por la herejía en lo doctrinal y por la sodomía en lo moral– por el hecho de que cuando era maestro de novicios el argentino se comportaba igual que el ex arzobispo de Washington? Qui legit intelligat.

Olvidemos lo que dijo Nuestro Señor en los Evangelios, «¡Bien! siervo bueno y fiel; en lo poco has sido fiel» (Mt 25:21), y escuchemos en su lugar a la víctima del Espíritu Santo: «La rigidez no me gusta porque es un mal síntoma de vida interior. El pastor no puede darse el lujo de ser rígido.[…] Alguien me dijo hace poco que la rigidez de los sacerdotes jóvenes brota porque están cansados del actual relativismo, pero no siempre es así». Aquí vemos replanteado el típico lugar común de los anticlericales del siglo XIX: quienes en apariencia son virtuosos ocultan vicios impuros, en tanto que los que parecen viciosos e inmorales son en realidad buenos y hay que aceptarlos.

Seguidamente habla de las beatas imeldas –sospecho que se refiere a la beata Imelda Lambertini, monja dominica que falleció tras recibir milagrosamente la Santísima Eucaristía que le llevaron los ángeles–; o sea, los sacerdotes de un modelo irreal e irreverente de religiosidad que se comportan cual monjas ostentosas y ponen cara de santito, en contraste con los «seminaristas normales, con sus problemas, que jueguen al fútbol y no vayan a los barrios a dogmatizar». Mejor ser un buen laico que un mal cura, como decían con menos hipocresía los comecuras de otros tiempos, que sabían de sobra que la paradoja servía para estigmatizar a la mayoría de los buenos en vez de la mayoría de los malos.

Las observaciones de los redactores de Vida nueva resultan inquietantes: «Una vez ordenados esos sacerdotes identificados como “rígidos”, ¿cómo se les acompaña para que se sumen al Vaticano II? Porque, en el fondo, sufren por no ser capaces de acoger lo que viene».

En efecto, es como si alguien del Comité Central del Partido Comunista Chino dijera: ¿Cómo vamos a reprogramar a estos curas para obligarlos a aceptar las innovaciones conciliares? Mediante chantajes, autoritarismos, intimidaciones y, sobre todo, haciéndoles ver lo que les pasa a los inflexibles. Hay que ablandarlos: «Hay gente que vive atrapada en un manual de teología, incapaz de meterse en los problemas y hacer que la teología vaya adelante»». Como dice Bergoglio, hoy en día para meterse en problemas no hay que ser hereje ni corrupto, sino fiel al Magisterio, vivir »atrapado en un manual de teología». Y concluye con una de sus perlas de sabiduría: «La teología estancada me hace recordar eso de que el agua estancada es la primera que se corrompe, y la teología estancada crea corrupción». Cabe señalar que ese estancamiento teológico es en realidad característico de los innovadores: llevan medio siglo apegados a las afirmaciones heterodoxas de los protestantes de principios del siglo XX, a la ideología social de la opción preferencial por los pobres de los años setenta, y son incapaces de entender que la vitalidad de la revelación católica es muy diferente de la revolución permanente impuesta por el Concilio.

La solución propuesta por Bergoglio va por el camino de secularizar los institutos de formación clerical: «Tenemos que hacer hincapié en una formación humanística. Abrámonos a un horizonte cultural universal que los humanice. Los seminarios no pueden ser cocinas ideológicas. Los seminarios están para formar pastores, no ideólogos. El problema de los seminarios es serio».

Recordemos que las disciplinas humanísticas son las humanæ res et litteræ, las humanidades, con las que no tiene nada que ver la humanización de una formación secular y universal. Huelga decir que si un seminario no proporciona una formación intelectual y doctrinal –que Bergoglio se apresura a calificar de cocinas ideológicas–, los nuevos sacerdotes no tendrán nada que enseñar al mundo, y se volverán por tanto inútiles y superfluos.

Una vez más, Bergoglio denuncia la conducta de otros como reprensible en el mismo momento preciso en que él adopta esa misma conducta. En cuanto a la necesidad de privilegiar la relación del obispo con su grey, no se da cuenta de sus palabras suenan como una burla cuando dice: «Ya están viendo que en los nuevos nombramientos de obispos, no sólo en España, sino en todo el mundo, estoy aplicando un criterio general: una vez que un obispo es residencial y está destinado, ya está casado con esa diócesis. Si mira otra [si espera que lo destinen a otra], es adulterio episcopal. Quien busca un ascenso, comete adulterio episcopal». Sin embargo, obispos que son queridos por sus fieles, como Joseph Strickland en Texas, son objeto de intimidaciones y visitas apostólicas, con vistas a destituirlos, o los obliga a dimitir. Se da por otra parte la paradoja de que quien más comete adulterio espiritual es el propio Bergoglio, con su obsesión de homologar el episcopado a sus subversivos planes nombrando ia ndividuos corruptos para las sedes más importantes: Cupich, Gregory, Tobin, McElroy, Tagle, Hollerich, Greg, Zuppi, etc.,etc., etc.

En la multitudinaria entrevista se trata también el tema de la iniciativa verde.

Así es, inevitablemente: «Para noviembre, antes de que se celebre la Cumbre del Clima de Naciones Unidas en Dubai, estamos organizando un encuentro por la paz con los dirigentes religiosos en Abu Dabi. El cardenal Pietro Parolin está coordinando esta iniciativa, que busca hacerse fuera del Vaticano, en un territorio neutral que invite al encuentro de todos». Y es que, como hemos llegado a entender, lo más importante es el encuentro, caminar juntos, «en territorio neutral», aunque el camino conduzca al abismo. Pero sabemos muy bien que neutral quiere decir ostensiblemente no católico, que no queda lugar para Nuestro Señor. El afán que tiene Bergoglio de participar en todo acto que sea abiertamente hostil a Cristo debería bastar para hacernos entender que es totalmente extraño, ajeno, incompatible con el cargo que ejerce, algo heterogéneo. Manifiesta piedad hacia todos menos los católicos, en particular con los sacerdotes, porque son los que tienen potestad para ofrecer el Santo Sacrificio a la Divina Majestad y derramar sobre la Iglesia infinitas gracias que ponen trabas a los planes de los agentes de iniquidad.

¿Que prevé a corto plazo?

Dispongámonos a ver una serie in crescendo de provocaciones inauditas. Pero preparémonos también para el despertar de las conciencias, sobre todo entre los fieles y el clero pero, quiéralo Dios, también de algunos obispos ante semejantes barbaridades, que defiendan la Iglesia de Cristo. Muy pronto veremos a nuestro lado a personas valerosas, honradas y buenas que no podrán seguir tolerando los desvaríos de una secta de herejes sin fe, esperanza ni caridad.

(Traducido por Bruno de la Inmaculada. Artículo original)

NADIE SE BURLA DE DIOS - Padre Ángel Espinosa de los Monteros



Duración 11:54 minutos

Hispanidad: Su significado e importancia para los católicos. Entrevista al Dr. Javier Barraycoa



Duración 72 minutos

lunes, 14 de agosto de 2023

La esperanza de otra Iglesia



En esta breve nota lo que llamo la “otroeidad” de la Iglesia es el resurgimiento de la Iglesia de siempre, la que desean los despreciados por Roma como “indietristas”, imponiéndose a la “Iglesia de la propaganda”, que disfruta del oficialismo progresista. Esa otra Iglesia está poblada especialmente de jóvenes; es por eso que a ella le aguarda el futuro, según los designios inescrutables de la Providencia Divina. Me apropio de la posición representada hacia la mitad del siglo XIX por Soeren Kierkegaard, quien criticaba al protestantismo de su tiempo, en Dinamarca, distinguiendo al cristianismo del Nuevo Testamento de la Cristiandad sostenida por el Estado, y financiada por él.

En diversos países asoma esta “otra Iglesia”, en la que reinan la ortodoxia doctrinal, y una liturgia exacta, solemne, y bella. La predicación, la catequesis, y los sacramentos recuerdan lo que era normalmente en tiempos mejores, pero no asume la rutina de lo que sería una mera repetición. En la Iglesia verdadera así recuperada, sacerdotes excelentes acompañan, respaldan, y alimentan a las legiones de jóvenes, que son los auténticos protagonistas de la resurrección eclesial. No es esta “otra” Iglesia la concentración del “devoto sexo femenino”; según una recta versión de la “perspectiva de género” la novedad es la presencia varonil. Una realización reciente es el Rosario de hombres, que se verificó en más de 40 países; en Buenos Aires, en el segundo año consecutivo, más de 500 hombres han rezado de rodillas el Rosario, en la plaza de Mayo, ante la sede del gobierno nacional. Rogaron a la Virgen por la suerte del país. El asombro de turistas y de porteños de los barrios, que hacían turismo en el centro, era notorio.

Un aspecto digno de especial mención es que en esos contingentes que señalan la “otroeidad” de la Iglesia no se registra un especial apego a la “Misa de antes”, y al uso exclusivo del latín. Tampoco se impone la crítica al Concilio Vaticano II. La normalidad es la regla, en lo que se ve que la “otroeidad” no aparece como una cosa rara, y extravagante.

No hay Iglesia sin episcopado. El futuro de la “otroeidad” requiere simplemente que algunos obispos, silenti opere, sin llamar la atención, abran sus diócesis para que espontáneamente se integren en ellas los fieles laicos que constituyen aquellos movimientos que van surgiendo en los diversos países. La discreción es fundamental, para que el oficialismo progresista no active sus recursos de proscripción. Un problema aún irresuelto es dónde podrán formarse las vocaciones sacerdotales que vayan surgiendo. La historia reciente muestra que la imposición del progresismo tuvo como germen la corrupción del Seminario tradicional. Este fenómeno ha sido una de las características del período posconciliar, aunque en muchos países se verificó al conjuro de los intentos del “aggiornamento”, contemporáneos al Vaticano II. Sería natural que entre los jóvenes surjan vocaciones sacerdotales, ¿dónde se formarán? En su momento se han intentado alternativas a la estructura tradicional del Seminario; no han dado la solución esperada. En realidad, se podría recurrir nuevamente a aquella estructura que no es mala de suyo, y puede adaptarse a situaciones diversas. El factor clave es la inspiración, el espíritu, lo cual depende de cómo el obispo concibe la organización de su diócesis. Se trata del espíritu de su propio ministerio. El obispo debería ser el responsable directo del Seminario, aunque se valga de la participación de sacerdotes bien preparados, y que asuman sinceramente la orientación que el obispo desee implementar.

Normalmente las vocaciones surgen en el ámbito de una seria pastoral juvenil. Parece, a priori, ocioso diseñar un proyecto de pastoral juvenil. Basta más bien estar atentos a la obra de Dios entre los jóvenes de esa “otra Iglesia”, que providencialmente florece en los diversos países y ambientes. En la Jornada Mundial de la Juventud, el Sumo Pontífice equivocó completamente su discurso. En lugar de anunciar a Jesucristo, o por lo menos ofrecer una invitación a la plenitud de la condición humana, habló del “cambio climático”; ese fue su mensaje: acompañar tal circunstancia. Tenía ante sí a unos 800.000 jóvenes de todo el mundo.


Para mensurar el calibre del despiste de Roma basta recordar el mandato de Cristo a los Apóstoles: hacer que todos los pueblos sean discípulos suyos, y se configuren como naciones cristianas. El «pequeño rebaño» que es la Iglesia, debe poblar el mundo entero mediante la aceptación de la fe y el Bautismo. La «otroeidad» de la Iglesia es una especie de fermento, del cual puede crecer el cristianismo auténtico, el cristianismo según el espejo del Nuevo Testamento. El tema del «cambio climático», y la «deforestación», entre otros asuntos, son actualmente la prioridad de la Iglesia oficial; es un capítulo más de la primacía que se otorga a los problemas culturales, sociales y económicos. Ha surgido actualmente otro mito: la ideología sinodal, que apunta a incorporar la Agenda 2030 de la mundialización.

+ Héctor Aguer

Arzobispo Emérito de La Plata.


Buenos Aires, lunes 14 de agosto de 2023.

San Maximiliano Kolbe, presbítero y mártir.»

sábado, 12 de agosto de 2023

Viaje a Marsella (Bruno Moreno)



Está previsto que, en septiembre, el Papa viaje a Marsella. Es uno de tantos viajes papales, tan numerosos que ya no llaman mucho la atención, pero en este caso me ha parecido interesante la explicación que ha dado el propio Papa Francisco de la motivación que hay detrás.

En una entrevista concedida a Vida Nueva y también a bordo del avión que le llevaba a Portugal, el Pontífice se preocupó de explicar que no será una visita “a Francia”, sino a Marsella. Esta explicación tan curiosa, teniendo en cuenta que Marsella está en Francia y que, además, será la segunda vez ya que viaja a ese país, se debe a uno de esos golpes de efecto llamativos que tanto parecen gustarle al Santo Padre (como, por ejemplo, aquel gesto de viajar en Estados Unidos en un pequeño Fiat rodeado de limusinas y grandes vehículos de seguridad, su afirmación drástica de que no veía nunca la televisión a pesar de que poco después llamó en directo a un programa televisivo italiano o el no menos asombroso gesto de arrodillarse ante los políticos sudaneses cuando acostumbra a no arrodillarse ante el Señor sacramentado por problemas de rodilla). En este caso, el golpe de efecto consiste en anunciar que ha decidido que, en Europa, no quiere viajar a ningún país “grande” antes de haber visitado todos los “pequeños”, algo que debe de parecerle muy significativo por alguna razón.

En cualquier caso, lo que me ha resultado más interesante es la explicación de por qué ha elegido Marsella en particular como destino. El Papa Francisco señaló que “el problema que me preocupa es el problema del Mediterráneo” y que, “los obispos están teniendo este encuentro para reflexionar sobre el drama de los migrantes”, porque “el Mediterráneo es un cementerio […] Es terrible. Por eso me voy a Marsella”.

Según se ha anunciado, el Papa dedicará su visita a clausurar el encuentro de jóvenes y obispos de la región, en una reunión con 120 jóvenes de todos los credos, representantes de otras religiones y obispos católicos de países del Mediterráneo, además de reunirse con “personas en dificultad económica”, presidir una liturgia en la basílica de Notre Dame de la Garde, un momento de oración con distintos líderes religiosos por los marineros y migrantes perdidos en el mar, una audiencia con el Presidente francés y, finalmente, la celebración de la Santa Misa en un estadio.

En principio, nada que objetar. El tema de la inmigración es fundamental hoy en día en todo el mundo y en Europa muy especialmente. Rezar, celebrar la Santa Misa y cosas así son estupendas. Llevarse bien con las gentes de otras religiones en principio es deseable. La reunión entre el Jefe de Estado francés y el del Vaticano es de rigor, etc. Sin embargo, no puedo evitar pensar que, intencionadamente o no, se descuida lo que debería ser el tema más importante en cualquier visita de un Papa a Marsella.

Esta bonita ciudad portuaria francesa es conocida porque en la actualidad más o menos un tercio de los habitantes son musulmanes. Se calcula que en Marsella hay en torno a un centenar de mezquitas, que se llenan de bote en bote, a diferencia de las iglesias católicas cada vez más vacías. A eso hay que añadir, por supuesto, la gran parte de la población que es agnóstica o practica otras religiones. Las cifras son estimaciones, porque el laicismo francés impide elaborar estadísticas oficiales relativas a la religión, pero es de suponer que son más o menos correctas y que la vieja diócesis de San Lázaro, los mártires Volusiano y Fortunato, San Sereno, San Abdalongo y San Mauroncio y de la célebre abadía de San Víctor se está quedando sin cristianos.

En estas circunstancias, ¿no debería centrarse una visita papal en el fracaso de la Iglesia en evangelizar a musulmanes, agnósticos y otros que no tienen la fe católica? ¿No tendrían que tocar a rebato todas las campanas de Marsella, llamando a los católicos a predicar a Cristo crucificado a tiempo y a destiempo? ¿No debería el Papa encabezar, con los pies descalzos, una procesión penitencial de clero y pueblo para pedir perdón a Dios porque la Iglesia ha olvidado su misión fundamental? En vez de tener la enésima reunión con líderes y miembros de otras religiones para exhortarles a construir la pobrísima fraternidad humana, ¿no sería mejor que saliera por las calles a predicarles la fe que vale más que el oro?

Lo cierto es que el tema de la regulación de la inmigración, sus riesgos y sus efectos sociales, siendo importante, es más bien competencia de los laicos, mientras que la evangelización es misión fundamental de la Iglesia, por voluntad del propio Cristo. Sin duda, los inmigrantes necesitarán ayuda y es preciso dársela, pero ¿no estaremos olvidando que lo verdaderamente necesario, como enseña el Evangelio, es el conocimiento de Cristo? Si la Iglesia no dedica todas sus fuerzas a predicar la fe, ¿quién lo hará? El drama de los migrantes que mueren en su intento de lograr una vida mejor o que viven en condiciones indigas es, sin duda, terrible, pero ¿no es más terrible aún perder la vida eterna? ¿No se levantarán esos musulmanes, agnósticos y miembros de otras religiones el día del Juicio a pedir justicia a Dios contra nosotros porque no les dimos el tesoro de la salvación que se nos ha confiado?

Como es lógico, la cuestión de qué conviene hacer en una situación concreta es prudencial y sin duda el Papa actuará con toda la buena voluntad del mundo, pero no puedo evitar pensar que estos viajes centrados en temas meramente humanos son una muestra más de que el secularismo se ha ido introduciendo en la Iglesia hasta la médula. En una sociedad sin fe, es mucho más cómodo para los eclesiásticos centrarse en problemas seculares y relegar lo expresamente católico a una Misa o una oración de vez en cuando, como la guinda del pastel.

Al final, sin embargo, lo que debería preocuparnos a todos es que el mundo se muere y necesita desesperadamente la salvación de Jesucristo. Es por eso por lo que existe la Iglesia. Para nuestra vergüenza, sin embargo, se cumplen las palabras de la Carta a los Romanos: ¿Cómo creerán en Él, si no han oído hablar de Él? ¿Y cómo van a oír, si no se les predica?

Bruno Moreno

Ignacio Garriga disipa las dudas sobre una crisis tras la salida de Espinosa de los Monteros



DURACIÓN 21:51 MINUTOS

Derribos Bergoglio Inc.



DIARIO DE UNA FILOTEA

12 agosto 2023

Recordando al sabio fray Gerundio de Tormes

Durante un tiempo tuvimos el placer doloroso de leer el blog de Fray Gerundio de Tormes, al que Veritas et Vita definió en 2014, con motivo de su despedida, como uno de los más conocidos en círculos tradicionales (https://infovaticana.com/blogs/cristo-era-sabio/fray-gerundio-de-tormes-se-despide/).

Decía esta entrada en el blog en este mismo portal que fray Gerundio “solía filosofar, con buenas dosis de sarcasmo, sobre ciertos temas de la Iglesia narrando las anécdotas y disensiones que se daban en su claustro entre los jóvenes novicios modernistas y él. Tras esta despedida, el blog volvió a estar activo en 2021, temporalmente, de la pluma de uno de sus discípulos, fray Luco de FG, pero no he sido capaz de encontrar en redes ningún post escrito con posterioridad a julio del mismo año (https://fraygerundiodetormes.wordpress.com/).

Aunque ya no publique, siempre es buena ocasión para leer o releer los posts del sabio fraile, especialmente en estos convulsos días en lo que atañe a asuntos eclesiales. Aquí les dejo un par de enlaces sobre una de las obsesiones bergoglianas, la rigidez de los pastores, que esta semana ha alcanzado cotas gravísimas en la publicación de una entrevista en la revista Vida Nueva (https://infovaticana.com/2023/08/07/francisco-sobre-los-sacerdotes-rigidos-esa-coraza-esconde-mucha-podredumbre/) en que el papa afirma que tras la rigidez (ya se sabe, lo que él también llama “mundanidad” pero que parece ser en realidad celo y ortodoxia, amor a Cristo y a su Iglesia) “se esconde mucha podredumbre y dobles vidas”; una entrada en el blog de 2014, “La cáscara de la banana” (https://fraygerundiodetormes.wordpress.com/2014/12/16/la-cascara-de-banana/ ) y, otra, extrañamente, de 2017, cuando creo que fray Gerundio había dejado de escribir. Incongruencias cronológicas sin resolver aparte, vale la pena leerlo: se titula “La pastoral del insulto” (https://fraygerundiodetormes.wordpress.com/2017/02/16/la-pastoral-del-insulto/).

Soy consciente, por comentarios en posts anteriores, que a algunos lectores les disgusta tanta cita y tanto enlace, pero en este caso no hay otra manera de referirse a lo que estamos comentando. Claro que se puede abrir el blog, enlazado arriba, e ir leyendo cada una de las entradas, pero me había parecido oportuno seleccionar específicamente estas dos, por tratarse de un tema de actualidad; y otra, a la que hace referencia el título, que siempre me viene a la cabeza, por profética, cada vez que el papa realiza uno de sus cada vez más frecuentes actos de misericordia y sinodalidad. En este caso, intentar dinamitar el Opus Dei, en palabras de este portal, convirtiéndolo en una fraternidad sacerdotal; en un gran ejercicio de puesta a prueba de la obediencia de los fieles al papa pero, también, de su sentido común, puesto que los laicos de la Obra son totalmente ignorados en el último motu proprio, cuando al mismo tiempo se nos llena la boca de “la hora de los laicos” en la Iglesia.

En este contexto, viene totalmente al caso traer a colación otro magnífico post de fray Gerundio, “Derribos Bergoglio Inc.”, publicado en Religión la voz libre (https://religionlavozlibre.blogspot.com/2017/01/derribos-bergoglio-inc.html) en 2017, que comienza diciendo: “Este hombre está destrozando la Iglesia; vamos a cumplir cuatro años de derribos, desmoronamientos y devastaciones. con sal incluida. Y con malas artes, lideradas por una mafia vaticana digna de Corleone, cuando se doctoró en Palermo. cualquier católico que tenga ojos en la cara y algo de amor a la Iglesia, lo percibe”.

Tal vez no sea muy adecuado recomendar que “disfruten” de la lectura, pero sí, desde luego que la lean. Porque, después de seis años, es más actual que nunca y porque, siguiendo la ley de la gravedad, el proceso de derribo está tomando en la caída una velocidad vertiginosa.

Filotea

viernes, 11 de agosto de 2023

jueves, 10 de agosto de 2023

Educación en casa (homeschooling): ¡Salva a tus hijos de las ideologías! Academia Dominicanes.



Duración: 77 minutos

Graves errores de los padres de familia: uso excesivo de aparatos electrónicos en niños y jóvenes (P. Juan Razo García)



Duración 27:53 minutos

Ingreso libre, pero iglesias vacías. Sueños y realidades de un pontificado en el crepúsculo



La Iglesia “no tiene puertas” y por tanto todos pueden entrar, pero precisamente “todos, todos, todos, sin ninguna exclusión”. Este es el mensaje en el que más insistió el papa Francisco durante su viaje a Lisboa, en vísperas de un sínodo que -en su “Instrumentum laboris”- pone en cabeza de la lista de invitados a entrar “a los divorciados vueltos a casar, a los que viven en poligamia, a las personas LGBTQ+”.

Pero mientras tanto, en Italia, donde Francisco es obispo de Roma y primado, las iglesias se están vaciando. Una encuesta profunda realizada para la revista “Il Timone” por Euromedia Research constató que hoy solo el 58,4% de los ciudadanos italianos mayores de 18 años se identifican como “católicos”, frente al 37% de los “no creyentes”. Y los que van a Misa los domingos son apenas el 13,8% de la población, en su mayoría mayores de 45 años, con presencias aún más bajas en Lombardía y Véneto, las regiones que han sido la fortaleza histórica del “mundo católico italiano”.

Y no sólo eso. Incluso entre los católicos “practicantes”, es decir, los que van a Misa una vez al mes o más, apenas uno de cada tres reconoce en la Eucaristía “el verdadero cuerpo de Cristo”, los demás lo reducen a un “símbolo” vago o a un “recuerdo del pan de la Última Cena”. Y sólo uno de cada tres, también los que se confiesan al menos una vez al año, están convencidos de que se trata de un sacramento para la “remisión de los pecados”. No sorprende que el teólogo benedictino Elmar Salmann dijera en una entrevista el 14 de junio en “L’Osservatore Romano” que más que el número de fieles le preocupa también la declinación de la práctica sacramental, que “se hunde”.

Una decadencia que va acompañada de una notoria concesión al “espíritu de la época” en el campo doctrinal y moral. El 43,8% de los católicos practicantes considera el aborto un derecho, el 41,6% considera que es correcto permitir los matrimonios homosexuales, el 61,8% niega que divorciarse sea un pecado, el 71,6% aprueba la anticoncepción. Sólo se registra cierta resistencia en relación con el alquiler del útero, contra el cual toman partido dos de cada tres practicantes.

Pero si esta es la realidad de los hechos, ¿cuál puede ser el efecto de la insistente invitación a acoger en la Iglesia a “todos, todos, todos”, es decir, incluso a personas, como precisamente “los divorciados vueltos a casar, las personas en poligamia matrimonial, las personas LGBTQ+”, que según lo que siempre ha enseñado la Iglesia “no pueden recibir todos los sacramentos”?

Esta es la pregunta que Anita Hirschbeck, de la “Katholische Nachrichten-Agentur” [Agencia Católica de Noticias], formuló al Papa en la conferencia de prensa en su vuelo de regreso de Lisboa, el 6 de agosto.

Francisco le respondió que sí, que todos deben ser acogidos en la Iglesia, “feos y bellos, buenos y malos”, incluso los homosexuales. Pero “otra cosa es la esencia del ministerio en la Iglesia, que es el modo de hacer avanzar a la grey, y una de las cosas más importantes es, en el ministerio, acompañar a las personas paso a paso en su camino de maduración… La Iglesia es madre, recibe a todos, y cada uno hace su camino dentro de la Iglesia”.

Dicho de este modo, esta respuesta del Papa frena la carrera del “camino sinodal” de Alemania, pero no sólo eso, hacia una revolución de la doctrina de la Iglesia sobre la sexualidad.

Y es una respuesta que está totalmente en línea, más bien, con lo que está escrito en la mucho más sólida “Carta Pastoral sobre la Sexualidad Humana” publicada por los obispos de Escandinavia en la pasada Cuaresma: “Puede ocurrir que las circunstancias hagan imposible que un católico reciba los sacramentos durante cierto tiempo. No por ello deja de ser miembro de la Iglesia. La experiencia del exilio interior abrazado en la fe puede conducir a un sentido más profundo de pertenencia”.

Pero se sabe que no siempre Francisco habla y actúa con coherencia sobre estas cuestiones.

La bendición de las parejas homosexuales, por ejemplo, aunque prohibida -con el consentimiento escrito del Papa- por el Dicasterio para la Doctrina de la Fe dirigido por el cardenal Luis Francisco Ladaria Ferrer, ha sido probada de hecho en varias ocasiones por el mismo Francisco.

Y ahora que Ladaria será sucedido por Víctor Manuel Fernández, el controvertido teólogo argentino favorecido por Jorge Mario Bergoglio, se puede dar por cierto que ha llegado a su fin el tiempo de los custodios de la doctrina “que señalan y condenan”, sustituido por un nuevo e irénico programa de “crecimiento armónico” entre “las diferentes líneas de pensamiento filosófico, teológico y pastoral”, que “preservará la doctrina cristiana más eficazmente que cualquier mecanismo de control”, como se lee en la inusual carta del Papa que acompañó el nombramiento del nuevo prefecto.

Un decisivo golpe de timón en esta dirección es la entrevista que “L’Osservatore Romano” publicó el 27 de julio con Piero Coda, de 68 años, secretario general de la Comisión Teológica Internacional, miembro de la comisión teológica del sínodo y profesor en el Instituto Universitario Sophia, de Loppiano, del Movimiento de los Focolares, del que es miembro de primer nivel.

La entrevista tiene por título: “No hay reforma de la Iglesia sin reforma de la teología”. Y en ella, además de las respuestas, son reveladoras las preguntas del director del diario vaticano Andrea Monda y de Roberto Cetera, uno y otro ex profesores de religión en institutos.

El punto de partida supuesto es que la teología que todavía se enseña en facultades y seminarios “es anticuada”. Y lo es porque “el hombre cambia”, también en las “relaciones entre los géneros”, y “corremos el riesgo de hablar a un hombre y a una mujer que ya no existen”, cuando en cambio “una renovación de la teología debería comenzar precisamente con una revisión del pensamiento antropológico”.

En consecuencia, también el hombre Jesús debe ser repensado en una forma nueva, sin la “fijeza” adoptada hasta ahora. Coda dice: “La antropología teológica, tal como a menudo nos la representamos, debe ser archivada en gran parte: ciertamente no en cuanto a la sustancia, pero sí en cuanto a la interpretación que se hace de ella, porque es abstracta e idealista. Presenta una visión exculpatoria del mundo y del hombre. Es necesario revivirla, repensarla y proponerla de nuevo”.

De ahí una serie de propuestas de reforma, que los entrevistadores enumeraron así al final de la entrevista: “Rebobinando la cinta de esta conversación, hemos partido del pecado original: a repensar; luego la gracia: a repensar; luego la libertad: a repensar; luego los sacramentos: a repensar. Si estuviéramos en su lugar, monseñor Coda, pensando en el trabajo que hay que hacer – partiendo de la base de que no hay reforma de la Iglesia sin reforma de la teología -, nos temblaría el pulso…”.

Si ésta es el plan de trabajo planteado, en el que todo se puede cambiar, es difícil imaginar un ocaso de pontificado más revolucionario que el actual. O más bien, más confuso.

Sandro Magister

Francisco y el Opus Dei



A juzgar por los dos “motu propio” que Francisco ha dedicado al Opus Dei en el plazo de un año, no parece que el Pontífice tenga especiales simpatías por el Opus Dei. Bajo una forzada argumentación de carácter jurídico-canónico, el Papa altera significativamente el carisma de la Obra, cosa que ningún Papa anterior había hecho con los carismas que han surgido en la Iglesia. Al contrario, los Pontífices han ido ajustando el Derecho Canónico a las nuevas realidades que el Espíritu Santo ha ido suscitando en la Iglesia, y no al revés, como en este caso.

San Josemaría Escrivá forma parte de la nómina de santos que han conformado realidades eclesiales nuevas, rompiendo moldes. San Benito, San Francisco, Santo Domingo, San Ignacio de Loyola, son ejemplos de grandes innovadores, fundadores de formas pastorales completamente nuevas en la Iglesia. Los Papas entendieron que estaban ante el soplo de Espíritu, acogieron estas novedades y les dieron un cauce jurídico acorde con su carisma.

Pero con el Opus Dei, no es así. San Josemaría fundó una realidad eclesial completamente nueva en la Iglesia, formada por laicos y laicas comprometidas a santificarse en medio del mundo. De esos laicos saldrán algunos sacerdotes, con la misma vocación que los laicos, para atender sacramentalmente a sus hermanos. Así lo vio Pio XII quien creó una figura jurídica nueva (los institutos seculares) para proteger el carisma de la nueva realidad eclesial. Y San Juan Pablo II dio un paso más convirtiendo el Opus Dei en prelatura personal. Aunque, efectivamente, las prelaturas personales están formadas por clérigos, en la Bula de erección de la Obra en prelatura se habría la vía para una vinculación de los laicos, que, en los Estatutos aprobados también por el Papa, se perfilaba mejor. El carácter laical y secular de la Obra es un elemento básico de su carisma que Francisco liquida con su motu proprio. De ser un gran movimiento laical, pasa a ser clerical, con los laicos en un papel secundario.

¿Puede un Papa ahogar por razones estrictamente jurídicas un carisma como el del Opus Dei? Militan de una forma o de otra en la Obra unas 90.000 personas. Los medios de apostolado de la Obra son enormes: universidades, colegios, centro de capacitación agraria y de promoción de la mujer, dispensarios, clubs juveniles, iglesias públicas, parroquias, centros de retiros y un largo etcétera que convierten a la Obra en la institución más importante de la Iglesia. ¿Puede un Papa ignorar todo esto? 

Pues parece que lo ignora. Parece estar más preocupado por cambiar la forma jurídica de una institución que ya tenía una, que funcionaba bien, fiel a la Santa Sede y al Magisterio, que por el cisma alemán. Sorprenden estas prioridades en una Iglesia que necesita evangelizar. El propio Papa, por ejemplo, en la última JMJ (donde por cierto había muchos jóvenes provenientes de centros vinculados al Opus Dei) ha insistido en la evangelización. ¿No es el Opus Dei un magnífico instrumento de evangelización en todo el mundo?

El fin de la evangelización, que ha de ser prioritario, ha cedido a una disputa académica entre canonistas. El jesuita y canonista Ghirlanda ha encabezado una persistente campaña para forzar estos motu propio. Y el Papa, a quien se le supone una mayor altura de miras, ha sucumbido a la presión. Algo incomprensible, si consideramos que lo prioritario es la evangelización, el apostolado y, sobre todo, el que realiza la Obra desde las mismas entrañas de la sociedad.

​En este caso, la Iglesia no ha actuado como en otros momentos de la Historia: adaptando el Derecho a los carismas que han ido surgiendo. La Compañía de Jesús, por ejemplo, fue una novedad eclesial en muchos aspectos y bastante rupturista frente las Órdenes religiosas de su época. Un Ghirlanda del siglo XVI quizás hubiera ahogado el carisma de San Ignacio. Se ha hecho con el Opus Dei una interpretación rígida del Derecho Canónico, lo cual contradice las repetidas manifestaciones de Francisco contra la rigidez. No parece que predique con el ejemplo.

El Papa advierte constantemente contra el clericalismo. Y, sorprendentemente, un carisma eclesial sustancialmente laical y secular lo convierte en clerical, colocando a los laicos en posición subordinada a los clérigos, cuando el carisma fundacional y novedoso del Opus Dei es precisamente que unos y otro comparten el mismo carisma y la misma vocación y así, los laicos, pueden tener cargos directivos en la Prelatura.

La Obra acatará y obedecerá al Papa, sabiendo que tras un Papa viene otro y lo que ha hecho uno lo puede corregir otro. Pero hay algo que el motu proprio no podrá cambiar: el sentido de pertenencia. Los miles y miles de laicos católicos que han encontrado su hogar espiritual en el Opus Dei, seguirán sintiéndose miembros de la Obra, por supuesto no desde el punto de vista jurídico canónico, pero sí en el espiritual. En la Obra, sacerdotes y laicos, aunque unos canonistas hayan querido trastocar su espíritu, seguirán compartiendo el mismo carisma y la misma vocación. Y el tiempo irá poniendo las cosas en su sitio. Clemente XIV disolvió la Compañía de Jesús en el siglo XVIII. Cuando unos decenios más tarde, Pío VII restableció la Compañía, resurgió con mucho más vigor y convirtiéndose en la institución más numerosa de la Iglesia.

Por Anónimo (La Cigüeña De La Torre)

 

El reciente motu proprio del Papa Francisco con el que da otra vuelta de tuerca al Opus Dei pilló desprevenida a la cúpula de la prelatura.

 INFOVATICANA


Aunque por Roma comenzaba a rumorearse que pronto se publicaría «algo» sobre las prelaturas y que por tanto afectaría de lleno a la Obra, lo que nadie se esperaba es que fuera justo después de la JMJ. La Santa Sede no informó previamente al Opus Dei de la publicación de este nuevo reajuste en el que «asemeja» las prelaturas a «asociaciones clericales públicas de derecho pontificio con facultad de incardinar clérigos».

Prueba de ello es la reacción oficial del Opus Dei respecto al motu proprio del año pasado y la que ha habido con este último. Cuando se publicó Ad charisma tuendum, (en donde el Papa dejó por escrito que el prelado no será obispo, los encasillaba en el Dicasterio del Clero y les obligaba a reformar los Estatutos), a la misma hora que se publicó el motu proprio la página web de la Obra publicó un amplio comunicado dando su opinión y una carta del prelado para tranquilizar a sus fieles.

En aquella ocasión, la Obra fue informada previamente del día de la publicación de Ad charisma tuendum, pero esta vez no ha sido así. Los responsables del Opus Dei (y todos los fieles) se enteraron de este nuevo mazazo a través del boletín oficial de la Santa Sede. La Obra respondió horas más tarde con un escueto comunicado en el que se limitaban a decir que «Estudiaremos qué consecuencias puedan tener estas modificaciones para la configuración jurídica del Opus Dei».

Justo el día de antes, el prelado del Opus Dei escribió un mensaje dirigido a los fieles de la Obra en el que pedía que «no dejéis de rezar por los frutos de la Jornada Mundial de la Juventud en Lisboa, como una expresión más de unión con el Romano Pontífice. Pongamos a los jóvenes, que son el presente y el futuro de la Iglesia, bajo el manto maternal de Nuestra Señora de Fátima».

La publicación de este motu proprio ha pillado a Fernando Ocáriz en la otra punta del mundo. El prelado del Opus Dei no ha acudido a la JMJ sino que emprendió un viaje apostólico por varios países de Asia como Filipinas, Indonesia o Australia en donde ha logrado reunir a varios miles de fieles. Mientras Roma decretaba, por orden de Francisco, un retroceso en el camino jurídico del Opus Dei, el prelado se encontraba a miles de kilómetros de la Ciudad Eterna y sin capacidad de maniobra.

Verano convulso para el Opus Dei

Este es el segundo verano consecutivo en el que la prelatura salta a la palestra y no por nada que hayan hecho ellos sino por decisión del Vaticano.

Este motu proprio ha sentado como un jarro de agua fría para muchos miembros de la prelatura que se han vuelto a sentir ‘agredidos’ o ‘menospreciados’ por esta decisión y cada vez el descontento empieza a ser mayor entre muchos fieles que solo ven ataques por parte de Roma.

A este motu proprio, hay que sumarle la polémica de los días pasados con Torreciudad o el nuevo atropello jurídico de la Santa Sede contra José María Martínez, el ex profesor de Gaztelueta al que el Vaticano investiga canónicamente en un proceso que carece de ninguna garantía jurídica. Todo este cúmulo de circunstancias unidas en un breve espacio de tiempo, quien sabe si casualidad o no, está generando un clima de tensión y frustración al ver como los asesores cercanos a Francisco consiguen que deshaga lo dictado por sus antecesores.

Algunas de estas voces cuentan a InfoVaticana que no se entiende la publicación de este motu proprio justo después de la JMJ. Tampoco dan crédito a que lo saquen ahora cuando la Obra ya ha presentado el primer borrador de los Estatutos al Dicasterio del Clero a petición de este, lo que obligará de entrada a hacer algunos cambios.

En esta línea, estas voces hablan de que la Obra se la juega todo a una carta: los Estatutos. No son pocos quienes piensan que quizá con este motu proprio el Opus Dei deba ir pensando en buscar otro ‘traje’ que se ajuste a su medida si la figura jurídica de la prelatura personal deja de serles útiles por culpa de la imposición de la visión del cardenal jesuita Gianfranco Ghirlanda. Lo que está claro es que el Opus Dei no tenía cerrado su camino jurídico y vuelve casi a la casilla de salida. Todo apunta a que si quieren salvaguardar el carisma y la protección jurídica de los fieles laicos, deberán buscar otra fórmula.