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miércoles, 9 de septiembre de 2015

Una jugada maestra (Padre Alfonso Gálvez)


El original de este artículo ha sido redactado en Adelante la Fe y puede leerse pinchando aquí. No obstante, dada la calidad y la candente actualidad del tema que toca he considerado oportuno incluirlo también en este blog (el formato de letra: negrita, cursiva, subrayado, color, etc ... es mío).



Según un dicho pronunciado por Jesucristo, ningún árbol malo da frutos buenos (Mt 7:11). Y no añadió excepción alguna a tal declaración. Pero si los hombres buenos de la actual generación, mucho más ingenuos que perspicaces, hubieran puesto atención a esas palabras, habrían comenzado por adoptar una actitud prudente al observar la aparición de un acontecimiento que se sale de lo ordinario, y en vez de dar saltos de entusiasmo habrían adoptado la postura previa de examinar, razonar y aplicar las reglas elementales del sentido común.

Si un árbol que se sabe podrido produce inesperadamente un fruto aparentemente bueno, tal vez incluso magnífico, lo menos que hace de entrada un hombre prudente es sospechar. De ningún modo se le ocurriría comer ese fruto sin más ni más. Y aunque parezca extraño, la sentencia de Jesucristo se ha visto siempre y en todo lugar confirmada por la experiencia: ningún árbol malo, putrefacto o enfermo ha producido jamás un fruto sano.

La Iglesia se ha encontrado de pronto con una disposición, inesperada e insólita, del Santo Padre por la que concede a la Fraternidad Sacerdotal de San Pío X la facultad de confesar válida y lícitamente durante el Año Santo de la Misericordia. Aunque sólo durante el Año Santo de la Misericordia.

Lo cual ha suscitado una serie de muchas y diversas reacciones en el mundo católico, por lo general entusiastas. Lo que no puede dejar de producir estupor para quien se tome la molestia de observar y pensar con serenidad. Puesto que la política del Vaticano no ha consistido hasta ahora en otra cosa que en cuestionar, por todos los medios posibles, las estructuras y la doctrina de la Iglesia, con la natural confusión del mundo católico. Pero si eso es así, ¿por qué entonces muestra, de repente, esta efusión de bondadosa generosidad?

Según la famosa regla, universalmente y en todo momento confirmada por la experiencia, es imposible que un árbol malo produzca un fruto bueno. Por eso resulta difícil de explicar el fervoroso entusiasmo suscitado de pronto entre tantos católicos. Hubiera resultado más inteligente examinar despacio primero los resultados producidos por la generosa disposición y, más especialmente, los que de un modo enteramente razonable cabe esperar de ella.

Y el primero de los resultados ha sido el de la diversidad de reacciones, controversias y explicaciones que se han suscitado en el mundo católico. Más divisiones todavía, si acaso hacían falta más.

La Iglesia se encuentra en la actualidad dividida en dos bloques distintos: de un lado el mayor y el más importante, que es la Iglesia progresista. De otro, un grupo minoritario, cada vez más reducido, que podría ser denominado, en términos generales, como Iglesia tradicional o la que pretende mantener la Fe de siempre. A su vez, y para empeorar más las cosas, este segundo grupo se encuentra también subdividido en otros: lefevbrianos radicales, lefevbrianos moderados, neocatólicos (generalmente llamados neocones) ciegamente aferrados a la Jerarquía, católicos tradicionalistas también fieles a la Jerarquía, católicos sedevacantistas que no admiten la legitimidad de la Jerarquía, etc.

Es indudable que el Príncipe de las Tinieblas ha trabajado bien y ha conseguido sus propósitos. Pero, en definitiva, ¿a quién favorece esta disposición que, como hemos dicho arriba, está contribuyendo a ahondar aún más la división entre los católicos? Y la respuesta viene fácilmente a los labios: a la Iglesia progresista y a la política vaticana, sin duda planificada con vistas y en preparación del próximo Sínodo sobre la Familia.

El segundo resultado obtenido ha consistido en confirmar aún más la desconfianza de los buenos católicos hacia la Fraternidad de San Pío X. La explicación es clara. Si se le concede la facultad de confesar, válida y lícitamente, durante el Año Santo de la Misericordia, y sólo durante ese período, es porque fuera de él la Fraternidad no actúa en su actividad pastoral ni válida ni lícitamente. Los fieles que de buena fe asisten a sus cultos, o reciben de ella los sacramentos, están actuando en nulidad y de tal forma que de nada les sirve. Es posible incluso que muchos no lleguen a conclusiones tan radicales, pero indudablemente la duda suscitada entre unos y otros (que es lo mismo que decir entre todos), está ya muy bien servida.

Por otra parte, la disposición vaticanista parece carecer de sentido. Ni teológica ni canónicamente. ¿Está la Fraternidad de San Pío X dentro o fuera de la Iglesia? Téngase en cuenta que el eufemismo de que no se encuentra en plena comunión es en realidad una argucia, puesto que en realidad no significa otra cosa sino que está fuera de la Iglesia. Pero si está fuera de la Iglesia, ¿cómo se le puede conceder la facultad de confesar o de celebrar la Misa válida y lícitamente? Y si está dentro de la Iglesia, ¿a qué viene, o qué sentido tiene concederle tales facultades?

Pero el resultado más importante y quizá el menos advertido, pero que seguramente ha sido el verdaderamente pretendido, no ha sido otro probablemente que el de servir de colchón para disipar, o aminorar al menos, los posibles peligros de cisma o de graves escisiones en cualquier caso, que hubieran podido producirse y que se preveían en el horizonte como negros nubarrones ante la proximidad del Sínodo sobre la Familia.

Y es preciso reconocer que en este sentido la disposición ha supuesto un completo éxito. Por el orbe católico se ha extendido (a excepción de entre una minoría de perspicaces) la idea de la bondad y de la comprensión misericordiosa del Papa Francisco. Y los que tan furiosamente habían venido atacando sus actuaciones y doctrinas han quedado señalados como exagerados y radicales. Está claro, o al menos así lo piensan ahora muchos, que las cosas no están tan mal como se venía diciendo. Evidentemente, la oposición hacia futuras disposiciones que hubieran podido ser consideradas como ajenas a la Tradición, ha sido reducida o al menos fuertemente aminorada.

Por otra parte, con esta disposición el Papa Francisco ha aparecido como generosamente comprensivo y abierto a todos. A unos y a otros, a propios y extraños, a los de dentro y a los de fuera, a quienes reconocen su autoridad y a quienes la contestan. ¿Por qué no iba a estar dispuesto a recibir en sus brazos a los católicos que viven en situaciones ilegítimas pero que no desean sentirse apartados de la Iglesia y que están necesitados de comprensión? Quizá muchos renuentes no acaben de convencerse del todo, pero sin embargo es completamente seguro que sus posturas radicales han dado un fuerte giro hacia la apertura y la comprensión. Algunos llamarían a esto un ingenioso efecto psicológico producido en el subconsciente de las masas, o quizá algo relativamente parecido al efecto televisivo llamado subliminar. Pero sea lo que fuera, es evidente que resulta efectivo.

Lo más asombroso del caso es el apresuramiento que algunos prominentes católicos, considerados por lo general como inteligentes (blogueros señalados, periodistas de nota, etc,) han saludado con entusiasmo la disposición papal, calificándola con toda clase de epítetos laudatorios: magnánima disposición, generosa concesión que merece ser reconocida, bondad desbordada, comprensión que abarca a todos, etc., etc. Y han sido precisamente algunos de los mas conocidos y renombrados los primeros que han mordido el anzuelo, y los que con más diligencia se han apresurado a entonar el Cántico de Acción de Gracias de los Blogueros.

Con lo cual ha quedado en evidencia otra de las verdades fundamentales cristianas que normalmente se olvidan: que para conocer toda la verdad, y para hacerse cargo de la verdadera realidad, no basta con la inteligencia del hombre, por muy elevada que sea.

Hubiera sido necesario tener en cuenta que la actual batalla se está librando contra una inteligencia muy superior a la humana, que es precisamente la diabólica. La cual es imposible de contrarrestar y de superar si no es por medio de otra inteligencia opuesta y también superior a la humana, cual es la sobrenatural y divina aportada al hombre por medio del Espíritu Santo.

Y de ahí la necesidad de acudir al Único que, según Jesucristo, puede conducir a los discípulos hacia la verdad completa y que no es otro sino el Espíritu Santo: El Paráclito, el Espíritu Santo que el Padre enviará en mi nombre, Él os enseñará todo (Jn 14, 26). El Espíritu de la verdad os guiará hacia la verdad completa, pues no hablará por sí mismo, sino que dirá todo lo que oiga y os anunciará lo que va a venir (Jn 16, 13). Pero estas palabras de Jesucristo, como tantas otras suyas, han sido relegadas al olvido o incluso nadie cree en ellas. Con el resultado que está a la vista: cuando los hombres se creen suficientemente inteligentes y que ya pueden prescindir de Dios, …, han conseguido por fin sufrir el batacazo inevitable que se venían buscando.

Padre Alfonso Gálvez

lunes, 7 de septiembre de 2015

Entrevista del padre Santiago Martín al cardenal Antonelli



Ennio Antonielli

Así están las cosas. En este vídeo de 30 minutos, se puede ver, escuchar (y leer transcrito al español) la entrevista que le concedió el cardenal Antonelli, de 78 años, al padre Santiago Martín, con relación al tema del Sínodo de la Familia. Muy interesante y alentadora. Denota que en el seno de la Iglesia Católica aún existen muchos sacerdotes y Jerarcas con las ideas claras. Ojalá que este número sea cada vez mayor, porque es necesario.




sábado, 5 de septiembre de 2015

Misericordia con cicuta (Fray Gerundio)

Otro nuevo artículo de Fray Gerundio para no adormilarnos ... y para seguir usando -o comenzar a usar, que ya va siendo hora- la facultad de pensar que Dios nos ha dado, no dejando que se apolille. Eso es sano, desde cualquier punto de vista que se mire. El original puede leerse aquí


Los cuentos que se narraban a los niños en años pretéritos, educaban en las virtudes cristianas, ensalzaban a los héroes que luchaban con valentía por una noble causa, o ponían como modelo a los santos que habían abandonado todo por amor a Dios y brillaban por sus virtudes. Todavía no había llegado esta época gloriosa que sufrimos, en la que se escriben cuentos para niños aclarando lo que es una familia con una mamá y otra mamá, o unos papás que son papá y papá, o unos hermanitos que nacieron en una probeta, o unos titos que eran tito y tita, pero se cambiaron y ahora son tita y tito. 

En aquellos cuentos de toda la historia anterior a este dichoso siglo XXI, ya felizmente liberado de tabúes y de imposiciones culturales, desprendido de una educación impuesta por un cristianismo totalitario e impositivo, no habría cabido la historia del Piccolo uovo y del pingüino desubicado que tanto ha dado que hablar, explicar, desdecir, desmentir y disimular las pasadas semanas.


Aquellos cuentos de antaño se remontaban algunos siglos atrás hasta los Hermanos Grimm o los cuentos populares, o mucho más atrás hasta las fábulas de Esopo que luego los españoles Samaniego o Iriarte supieron transcribir e imitar.

Pues bien. Una de las enseñanzas habituales de los citados cuentos era siempre el intento de educar a los niños para que supieran distinguir la verdad de la mentira; la bondad de la maldad; las apariencias de la realidad. De ahí que se les advirtiera que debían llevar cuidado, porque la abuelita de Caperucita, tan enfermita ella y con su camisón puesto, bien podía ser el Lobo Feroz; o que aprendieran de las precauciones que llevaban los Tres Cerditos con los que llamaban a la puerta con voz débil y suave, porque también podía ser el Lobo. O que desconfiaran de las viejecitas que ofrecían generosamente manzanas muy grandes y apetitosas, pues bien podían ser el Hada Malvada que quería destruir a Blancanieves. O que fueran cautelosos ante la Madrastra que trataba muy bien a Cenicienta en presencia de su papá, pero en cuanto éste se daba la vuelta, la ponía a fregar suelos y la maltrataba sin misericordia.

O sea, que se enseñaba a los niños que las cosas no siempre son lo que parecen y hay que ser precavidos. Gracias a eso, muchos héroes de los cuentos se salvaban, con el consiguiente final feliz. Porque esta es otra: aquellos cuentos tenían final feliz, o sea, que brillaba la verdad, triunfaba la bondad y los malos se iban a freír espárragos sumergidos en un castigo muy merecido. Bien podríamos decir que estos cuentos se añadían a esa sabiduría popular que los abuelos enseñaban a sus nietos y los padres a sus hijos para que no se la pegaran fácilmente. Dicho en paladino romance: Hijo mío, estáte alerta y espabila para que no te la peguen o para que no te den gato por liebre. Cuántas veces me repetiría eso mi abuela, una mujer ruda pero sabia y nada alelada ante la realidad.

Nuestro Señor nos proveyó también de jugosas sentencias, intentando provocar en los cristianos el espabilamiento para no dejarse engañar: Cuidad que nadie os engañe. O para que empleáramos la astucia y no nos fiáramos facilonamente de cualquiera: Sed sencillos como palomas, pero astutos como serpientes. O para que supiéramos descubrir cuándo un sepulcro blanco por fuera podría estar repleto de podredumbre por dentro. O cuando una ovejita claramente aderezada de lana, pudiera ser un auténtico lobo.

Algunos de mis novicios dicen que yo me paso de mal pensado y suspicaz. Tienen mucha razón, pero la verdad es que prefiero pasarme por ese lado, antes que convertirme en un ingenuo-pazguato-crédulo que se trague las informaciones tal cual. Y más en este mundo en que vivimos, en el que se transmite justamente lo que se quiere que el oyente crea. Nuestro sabio refranero lo expresa muy bien al recordarnos que no es oro todo lo que reluce, que donde menos se piensa, salta la liebre, o si piensas mal, acertarás.

La verdad es que después de dos años y medio de desatinos y desgarros en la Cristiandad, en que se han puesto entre paréntesis doctrinas pacíficamente admitidas por los católicos desde siempre, no me fío ahora de las posibles buenas acciones. Y se han puesto entre paréntesis por medio del cotilleo periodístico, alentado e insuflado desde arriba, promoviendo encuestas entre los cristianos para ver qué piensan que se debe hacer con la Ley Divina. Lo siento, pero no me fío. Era el Señor también quien nos decía que al árbol se le conoce por sus frutos y no se puede esperar un fruto bueno de un árbol malo. Y yo, francamente, si me encuentro en el huerto del convento un árbol que tiene todos los frutos malos, no me arriesgo a comerme un fruto chiquitín, aunque aparentemente se encuentre en buen estado. Que lo coma quien quiera, pero yo no.

La misericordia se puede servir en bandeja de plata, pero puede llevar unos cuantos gramos de cicuta. Yo veo que la decisión de legalizar las confesiones de los sacerdotes de San Pío X, no ha hecho otra cosa que armar lío. También aquí se puede aplicar el divide y vencerás de los romanos, adoptado después por Maquiavelo. El espectáculo de división ha estado muy bien servido en el mundillo bloguero: 

- los que acatan el comunicado con sumisión, 
- los que lo celebran con alegría, 
- los que lo celebran con no tanta euforia,
- los que dicen que no añade nada,
- los que piensan que no hacía falta
- y los que acusan de traidores a los que lo celebran. 

La verdad es que el espectáculo ha sido genial, mientras la prensa y los medios progresistas alaban una vez más esta especial misericordia que abre la puerta a los recalcitrantes, mientras éstos siguen en sus trece y se tiran los trastos entre ellos.

Cui prodest?, se preguntaban también los romanos. ¿A quién beneficia esto?, le decía yo a mis novicios ingenuos. 

Quienes ya se confesaban con estos sacerdotes, seguirán confesándose y los que no se confesaban no creo que los busquen para confesarse (teniendo a mano otro confesor de manga algo más ancha). 

¿Algún infocatólico buscará confesión entre los lefevbrianos? ¿Algún lector de religiondigital irá en busca de un píodécimo? ¿Algún obispo cederá los confesionarios de su catedral para que estos sacerdotes puedan dar la absolución? 
¿Qué le pasará a un seminarista de cualquier diócesis española (pongo por caso) que diga que se ha confesado con uno de la Fraternidad San Pío X?
¿Algunos de los frailes que conozco bien, pedirán confesión a éstos?
¿Podrán entrar en algún convento de monjas si alguna de la comunidad desea confesarse con ellos?

Francamente, no lo creo.

Pero, mientras tanto, ha quedado claro que la misericordia es para todos. Y aplicando una vez más la sospecha de los frutos en el arbolito, pienso que lo que se quiere transmitir es esto: 

Que así como hemos tenido misericordia con los raritosde la Fraternidad de San Pío X, la tenemos que tener también con los divorciados vueltos a casar. O con la autora del cuento del Piccolo Uovo. O con el Obispo que defiende a los homosexuales flamantemente recibido en audiencia.

En el conocido cuento, las ovejitas querían ver la patita por debajo de la puerta para comprobar si era su mamá la que llamaba. No eran tontas. No se fiaban de la voz suave, ni de la piel de oveja, y sabían muy bien que las garras de las patas son difíciles de ocultar.

Y es que hay cariños que matan y caramelos envenenados. Hay misericordias para cambiar la ley divina y misericordias aderezadas con cicuta para armar lío.

Fray Gerundio

miércoles, 2 de septiembre de 2015

Ideología de género y raíces cristianas de Europa (Vídeo)

Este mundo nuestro, que tanto presume de racionalista, niega -sin embargo, algo que es evidente a todas luces, cual es el hecho incontrovertible de las raíces cristianas de Europa. Que el mundo actual le ha vuelto la espalda a Dios y no quiere saber nada con Él, a saber, la apostasía universal, es también otro hecho innegable, para todo el que quiera ver.

Ahora bien: aunque es cierto que hoy en día [por razones de muy diversa índole en las que ahora no vamos a entrar] el mundo, mayoritariamente, ha renegado abiertamente de Dios ... ¡y esto es algo que está a la vista de todos y que no precisa de demostración alguna! ... un mínimo de honradez intelectual debería conducir al ser humano a no negar tampoco la realidad anterior, le guste o no le guste: ¡y esta realidad fue cristiana; católica, para ser más rigurosos! La majestuosidad de las catedrales y las pinturas de los grandes museos son testigos (entre otros muchos) de los orígenes cristianos de Europa.

¡Lo absurdo ha sido erigido como la norma a seguir por todos! La capacidad de pensar de modo coherente, haciendo uso del sentido común, está siendo perseguida porque es un peligro para el "endiosamiento" del Estado, que es lo único que no puede discutirse, aunque se niegue que eso sea así.

Aunque a mí no me gustase tener los padres que tengo -o que he tenido, en el caso de que hayan fallecido- y renegara públicamente de ellos, afirmando una y mil veces, contra toda evidencia, que esos no son mis padres ... ¡no por ello dejarían de serlo, al menos biológicamente hablando! Sería muy fácil de demostrar (prueba del ADN, etc...).

Y es que se quiera o no se quiera, se admita o no se admita, uno es lo que es: No somos lo que sentimos que somos, sino lo que realmente somos ... ¡nos guste más o nos guste menos! Pensar de otro modo es irracional. Y, sin embargo, hoy en día lo irracional ha sido elevado a la categoría de ciencia, aunque parezca increíble, pues ciertamente lo es.

El ejemplo más típico de lo que digo -no el único, pero sí el más llamativo, por lo absurdo- es el de aquellos que siendo realmente hombres, porque así han nacido, con todos los atributos propios que la naturaleza da a los hombres ... niegan su masculinidad: ¡Se sienten mujeres y, por lo tanto, niegan lo que realmente son, yendo contra toda evidencia! Se trata de situaciones anormales, que siempre se han dado. Algo análogo ocurre con aquellas otras personas que, siendo biológicamente mujeres, se sienten hombres. Insisto en que no se trata de nada nuevo. A lo largo de la historia se han dado esas situaciones anómalas.

La gran diferencia con lo que sucede actualmente es que a lo que es claramente patológico y así se ha considerado siempre, llamándole al pan, pan; y al vino, vino ... hoy en día DEBE ser considerado como normal y natural, hasta el punto de que si alguien no lo hace y habla en contra de lo que es en sí una perversión de la naturaleza o una enfermedad, tildándoles de tales, automáticamente incurre en ilegalidad. Muchos, por decir una verdad tan elemental, que cualquier niño pequeño entiende, son castigados con grandes multas e incluso con penas de cárcel. No son necesarias las citas, pues se trata de un fenómeno, el llamado fenómeno "gay", que es ampliamente conocido y "reconocido" en la sociedad (con un enorme poder económico y de influencia política). Véase, por ejemplo, la entrada de Luis Fernando

Este "pensamiento" único, que es una baratija y no tiene consistencia, intenta imponerse, sin embargo, en la sociedad, haciendo uso de todos los medios habidos y por haber, comenzando por la "educación"  (= depravación) temprana a niños muy pequeños, en un programa de "ideología de género" impuesto. Los padres, que son los verdaderos responsables de la educación de sus hijos ante Dios, ante quien tendrán que rendir cuentas, no pueden opinar en sentido contrario. Pueden, pero ... ¡ay de aquél que lo intente!. Hay infinidad de casos en los que -cada día con mayor frecuencia- se penaliza lo bueno y se premia lo perverso e inhumano. Un ejemplo podría ser el caso del juez Ferrín Calamita, , aunque hay infinidad de ellos. La mentira se está institucionalizando, mediante afirmaciones como las de Eugeni Rodríguez, del lobby gay catalán, que dice que a los niños gays y a las niñas lésbicas les someten a verdaderas torturas en los colegios, les exigen dinero, etc. Sus compañeros niños hetero, se supone. Léase, a este respecto, el artículo de Eulogio López, director de Hispanidad, de título  No se trata de defender a los niños gays sino de hacer gays a los niños

Esta sociedad en la que vivimos
, como consecuencia de su rechazo a Dios [y, en particular, a Jesucristo, a quien -por otra parte- no conocen como debe ser conocido] se ha vuelto loca de remate. El sentido común impera por su ausencia. A nada, o a casi nada, se le llama por su auténtico nombre: "derecho a decidir de la madre", en lugar de aborto; "derecho a que se casen personas del mismo sexo", en lugar de aberración legalizada, etc, etc ... Siempre "derechos" para justificar lo injustificable. Y son nuestros gobernantes -de uno y de otro signo- los primeros en admitirlo y en legalizarlo.

Ésa es una de las razones por las que -puestos ya a mentir- ha surgido la famosa Ley de Memoria Histórica, cuyo auténtico nombre -aunque no se le llame así- es el de "Ley de Mentira Histórica", según la cual lo que pasó no pasó. Curiosa actitud ésta, la del avestruz, que esconde la cabeza ante los hechos pensando así que éstos no existen, pues ellos no los ven: cambian la letra para cambiar la realidad de lo ocurrido. Absolutamente científico y digno de crédito... Así es como se piensa enseñar la Historia a las nuevas generaciones: demencial, pero cierto. No es una novela de ciencia-ficción.

Y esto está ocurriendo -con otros matices, pero básicamente igual- en otros muchos países; y se está generalizando a nivel mundial, y muy rápidamente, debido a los medios de comunicación, cuyo avance es realmente ostentoso.

El relativismo lo invade todo. Las cosas no son lo que son, sino lo que uno "decide" que sean, en un determinado momento histórico ... pues puede decidir otra cosa en otro momento histórico y ésa será la verdad en ese momento ... y así sucesivamente. Relativizar la verdad y afirmar que no existe ninguna verdad absoluta, más allá del espacio y del tiempo, viene a ser una y la misma cosa ... 

Desde que se abandonó la metafísica del Ser, debida a santo Tomás de Aquino y comenzó la Escolástica decadente que culminó en el Idealismo de la Ilustración, que persiste, agravándose, hasta el día de hoy, hace ya más de doscientos años, la Humanidad -en cuanto tal- ha ido viniendo a menos, pese a los progresos científicos que, por otra parte, son fruto de la filosofía realista de santo Tomás de Aquino, una filosofía desde la cual -usando su lenguaje con rigor- debe de entenderse la Revelación, si se la quiere entender correctamente. Así lo han aconsejado siempre todos los Papas, hasta el Concilio Vaticano II.

Dejo aquí un interesante vídeo de "Marcando el Norte", que habla precisamente sobre las raíces cristianas de Europa.

Video de 25: 18 minutos

lunes, 31 de agosto de 2015

Ideología de género, metástasis marxista (Santiago Martín)

El padre Santiago Martín hace algunas reflexiones sobre un comentario de Monseñor Munilla acerca del marxismo; y sobre la relación entre éste y la ideología de género, que es la que está destrozando, entre otras cosas, la sociedad actual. Como no podía ser menos, los marxistas de Podemos han salido al ataque. Y es que cuando se toca una herida duele. Pero bienvenido sea ese dolor si la herida es reconocida como tal, como algo perverso, y se ponen los medios adecuados para curarla. Desgraciadamente no es el caso. Y, sin embargo, la solución a estos graves problemas que acosan a la sociedad y amenazan con destruirla, cual es el gravísimo problema de la ideología de género, que se quiere imponer a toda costa, como sea, pasa -como siempre- por el reconocimiento de la familia cristiana como lo que siempre ha sido: la célula básica de la sociedad. 

Se conoce la enfermedad: la metástasis que supone la ideología de género como punto culminante del marxismo. Y se conoce dónde se encuentra la solución: la familia cristiana. O sea, la vuelta a nuestras raíces cristianas y al amor a Jesucristo. Ahora se trata, tan solo, de llevar esta medicina a la sociedad, pues no existe ningún otro remedio que pueda curarla.


Vídeo 8:17 min


viernes, 28 de agosto de 2015

Acerca de san Agustín y la gracia santificante

 


Es san Agustín un gran santo al que yo le tengo especial devoción por múltiples razones; entre ellas, la más importante, por el inmenso amor que tenía a Jesucristo, por quien todo lo dejó y a quien se consagró por completo el resto de su vida, desde su conversión.

Fue un hombre santo, pero también un hombre sabio, un auténtico genio y uno de los grandes Padres de la Iglesia Católica, junto con santo Tomás de Aquino. Tiene obras muy conocidas. Cabe destacar, entre sus obras completas:  "La Ciudad de Dios", "La Trinidad", "Tratados sobre el Evangelio de san Juan" y "Enarraciones sobre los salmos" (todos estos libros están editados por la BAC).


Sus escritos se caracterizan por una gran profundidad teológica, pero -al mismo tiempo- por una sencillez tal -todo hay que decirlo- que los hace asequibles a muchísima gente que, sin necesidad de ser teólogos, pueden entenderlo, si prestan atención, debido al lenguaje didáctico que utiliza. 


Por supuesto que si alguien se quiere introducir en la lectura de algunas de sus obras es necesario que posea a mano una buena biblia, preferiblemente dos o incluso tres, pues así se aprovecha uno mejor de sus escritos, cuyo solo objetivo es que la gente, cuando los lea, salga edificada y con más ganas de querer al Señor y de seguir luchando por intentar ser buenos cristianos, aunque nunca -ninguno de los que somos- lleguemos a conseguirlo del todo ..., lo que, por otra parte, no debe de importarnos demasiado; contamos con ello. Sin la gracia divina todo nuestro trabajo y todo nuestro esfuerzo no tendrían el más mínimo sentido; y serían baldíos e inútiles. Pero contamos con esa gracia que Dios concede siempre a quien se la pide con fe e insistentemente. De no ser así, seríamos los más miserables de todos los hombres. Pero no: Cristo ha resucitado y nos da la posibilidad de compartir su Vida y de vivir siempre con Él.

Conviene no perder esto de vista, porque la santidad no es algo imposible. Al hablar de santos siempre solemos pensar en los demás, en gente muy especial ... pero eso no va con nosotros. Es un error. Por supuesto que sí va con nosotros. Dios cuenta con nuestra vida y con nuestro amor para salvar a esta Iglesia que se encuentra en un estado avanzado de descomposición. Dios nos quiere santos, a todos y a cada uno de los cristianos. Pero tal santidad, que es un don imposible de adquirir con nuestras solas fuerzas, la concede Dios a los que son generosos y le ofrecen su vida y todo lo que tienen, porque ninguna otra cosa les importa más que estar junto al Señor. El éxito está asegurado, pero es necesario que pongamos algo de nuestra parte (o mejor, que lo pongamos todo, aunque sea poco, que siempre lo será: Él pondrá el resto). 

Jesús cuenta con nosotros porque así lo ha querido y la única condición que nos pone es la de una completa y absoluta confianza en su bondad y en su misericordia (en Él, no en nosotros). De aquí proviene el hecho de que jamás, para un cristiano, tiene -ni puede tener- sentido  el desánimo: nunca, por más que se observe que la barca de Pedro esté zozobrando y a punto de hundirse.

Si no actuamos así, con esta confianza total en Él, mereceríamos -con razón-  el mismo reproche que Jesús lanzó a sus discípulos cuando éstos lo despertaron, aterrorizados, porque la barca se estaba hundiendo a causa de la tormenta ... y Él, sin embargo, dormía tranquilamente: "¿Por qué teméis, hombres de poca fe?" (Mt 8, 26a) -les dijo al despertar. Lo que, de verdad, les estaba diciendo -y muy claramente- era lo siguiente:  ¿Acaso no estoy Yo con vosotros? ¿A qué viene, pues, ese miedo y ese pánico? ¡Tanto tiempo como llevo viviendo con vosotros ... y, sin embargo, aún no me conocéis!.  "Entonces, puesto en pie, increpó a los vientos y al mar y sobrevino una gran calma" (Mt 8, 26b).


Ésa es la razón -la profunda razón- por la que los cristianos no debemos de asustarnos nunca. La victoria final es nuestra, porque así nos lo ha prometido Jesús. Y Él no nos engaña: "El Cielo y la Tierra pasarán, pero mis palabras no pasarán" (Mc 13, 31) ... unas palabras que "son Espíritu y que son Vida" (Jn 8, 63). Son "sus" palabras. No debemos de olvidarlo nunca. Y así, en otra ocasión, dijo a sus discípulos, dándoles el motivo más importante de su vida para que jamás se dejasen dominar por la tristeza o el abatimiento:  "De nuevo os veré y se alegrará vuestro corazón y nadie podrá entonces quitaros vuestra alegría" (Jn 16, 22). ¡Mirarle a los ojos y ser mirados por Él! ¡Esto es lo más bello que puede haber a este lado del mundo y también al otro!


Por muy mal que parezca que van las cosas, si nos mantenemos fieles al Mensaje de Jesús, si procuramos -con todas nuestras fuerzas- hacer realidad su Vida en nosotros, no tenemos ningún derecho a acobardarnos ante nada; y menos aún ante este mundo - Jerarquía incluída, en algunos casos, por desgracia- que ha perdido la fe y la confianza en Dios y se ha buscado su propia "religión" y sus propios "dioses": "Se comportan como enemigos de la cruz de Cristo -dice san Pablo-, pero su fin es la perdición (...) porque ponen el corazón en las cosas terrenas" (Fil 3, 19).  

"Nosotros, en cambio, somos ciudadanos del Cielo, de donde también esperamos al Salvador, al Señor Jesucristo, el cual transformará nuestro cuerpo vil en un cuerpo glorioso como el suyo, en virtud del Poder que tiene para someter a su dominio todas las cosas" (Fil 3, 20-21)


No podemos gloriarnos de nada, porque todo cuanto tenemos lo hemos recibido: todo es Don de Dios. Pero ahí está: no es cuestión de merecimientos ni de pelagianismos absurdos: pero está de por medio la Palabra de Dios, ante la cual no tienen sentido, en un cristiano, ni el desánimo ni la tristeza. Cierto que no podemos dejar de preocuparnos por la situación actual de la Iglesia y del mundo. Por el contrario, ésta debe de ser aún mayor: al fin y al cabo, es algo que nos compete de modo directo. 


Aun cuando seamos "ciudadanos del cielo" y estemos de paso por esta tierra, formamos -sin embargo- parte de esa Iglesia y de ese mundo, de manera que este conocimiento, que se refiere a algo real, puesto que es verdad que "no tenemos aquí ciudad permanente, sino que vamos en busca de la venidera" (Heb 13, 14) no nos exime, sin embargo, del sufrimiento, de la briega y de la lucha constante para que el Reino de Dios se implante en la Tierra ... aunque sin perder la paz interior, aquella que proviene de no querer ni aceptar ninguna otra cosa que no sea lo que Dios disponga para nosotros, sabiendo -con absoluta seguridad - que eso será, sin duda y siempre, lo mejor que nos puede ocurrir. Además, estamos convencidos - y nos fiamos completamente- de la veracidad de las palabras de nuestro Maestro, aquéllas que dijo, refiriéndose a la Iglesia que Él mismo fundó, a saber, que "las puertas del Infierno no prevalecerán contra ella"  (Mt 16, 18). 

Esa es nuestra confianza, pero también nuestro temor: no podemos descuidarnos. Escuchemos a Jesús lo que dice a sus discípulos y, por lo tanto, también a nosotros, hablando de su segunda y definitiva Venida, aquélla que pondrá fin a este mundo: "Cuando venga el Hijo del Hombre, ¿encontrará fe sobre la tierra?" (Lc 18, 8). 

En esos momentos [que no sabemos si son los actuales, pero que desde luego, no se puede decir tampoco que no lo sean ...; y, sea como fuere, es lo cierto que siempre debemos de estar preparados, como si cada día fuera nuestro último día]; digo, en esos momentos, según palabras del propio Jesús, "surgirán muchos falsos profetas y seducirán a muchos. Y, al desbordarse la iniquidad, se enfriará la caridad de muchos" (Mt 24, 11-12). Y es más, según nos sigue diciendo: "Habrá entonces una gran tribulación, como no la hubo desde el principio del mundo hasta ahora, ni la habrá" (Mt 24, 21). Serán, por lo tanto, momentos extraordinariamente difíciles; y tenemos que estar preparados para lo que venga.

Es cierto que oímos que Jesús dice que "el que persevere hasta el final, ése se salvará" (Mt 24, 13). Pero, dada nuestra natural debilidad, ¿quién nos puede asegurar que vamos a ser capaces de perseverar en esas condiciones tan horribles? Nadie puede hacerlo; absolutamente nadie nos puede dar esa seguridad: ¡Y nosotros menos que nadie! Por eso, para que nadie se vanagloriase, en sí mismo, decía san Pablo:  "El que piense estar en pie, que tenga cuidado, no vaya a caer" (1 Cor 10,12). Pues "si tenemos confianza, la tenemos por Cristo ante Dios" (2 Cor 3, 4). Pues así es: "nuestra capacidad viene de Dios" (2 Cor 3, 5) y no de nosotros mismos.

Tal será el calibre de la prueba final que, según dice Jesús, "de no acortarse esos días, no se salvaría nadie" ... palabras durísimas que pueden provocar en nosotros, fácilmente, espanto y terror, pues tememos por nuestra salvación; y es natural y lógico que así sea. Lo raro sería lo contrario. Cuando nos creó, Dios no nos hizo robots; ni Él se hizo un robot, sino uno de nosotros, cuando tomó nuestra naturaleza humana. Así es su Amor por nosotros y nos quiere como realmente somos, con nuestros miedos incluidos.  Quedémonos, por lo tanto, con las últimas palabras de nuestro Señor que son, como siempre, muy consoladoras: "En atención a los elegidos esos días se acortarán" (Mt 24, 22).

¿Cómo no iba a tener el Señor esa atención hacia aquellos que le aman -que a eso se refiere al usar la palabra elegidos- si Él los ama más todavía? Y siendo eso así, ¿cómo podría consentir que se condenaran aquellos cuya vida se había consumido, precisamente, por amor a Él? No, Jesús jamás se deja vencer por nosotros en generosidad; y siempre corresponde a nuestro amor con un amor mayor que el que nosotros le tenemos a Él, por muy grande que éste sea. 

Pensemos, por ejemplo, en la oración sacerdotal de Jesús cuando, hablando con su Padre, le decía: "He guardado a los que me diste y ninguno de ellos se ha perdido, excepto el hijo de la perdición" (Jn 17, 12)  

[Se refería, como sabemos, a Judas, quien rehusó la amistad que hasta el último momento le ofreció su Maestro, una amistad que, aun siendo Dios, no se la pudo imponer, en razón del respeto que Él mismo debía a nuestra libertad humana, al habernos creado libres]

Esta idea de la esencialidad de la gracia para nuestra salvación es de capital importancia en todos los escritos de San Agustín. A él suele atribuirse esa expresión que, colocada en labios de Jesús, diría -más o menos- lo que sigue: Dios no manda cosas imposibles sino que, al mandar lo que manda, te invita a hacer todo lo que puedas ... y a pedir lo que no puedas ... ¡y  te ayuda para que puedas!.


En fin, me remito a lo que escribí sobre la conversión de San Agustín y que se encuentra en este mismo blog. Como sabemos, el libro de "Las confesiones" (en el que Agustín cuenta su conversión) es el que mayor fama le ha proporcionado. Es, además, uno de los libros más cortos de los que ha escrito y, sinceramente, aconsejo vivamente que, si alguno aún no lo ha leído, que lo haga ... Le haría mucho bien. Al fin y al cabo -no lo olvidemos- los santos también son hombres; son humanos ... ¡y muy humanos!

miércoles, 19 de agosto de 2015

ACERCA DEL SÍNODO ... Y LAS SAGRADAS ESCRITURAS (Luis Fernando Pérez Bustamante)


Un nuevo artículo del director de Infocatólica en el que habla, con el Nuevo Testamento en la mano, sobre el tan manido y llevado tema de la comunión de los divorciados vueltos a "casar". El original puede leerse aquí


 

Pues sí, señores míos, resulta que aquellos que osamos defender la fe de la Iglesia somos acusados constantemente de ser una panda de fariseos, rigoristas y personas sin corazón a las que gusta ver sufrir a los demás bajo el peso de leyes y normas asfixiantes.

Basta decir sí y amén a esto…:

La Iglesia, no obstante, fundándose en la Sagrada Escritura reafirma su práxis de no admitir a la comunión eucarística a los divorciados que se casan otra vez.
Son ellos los que no pueden ser admitidos, dado que su estado y situación de vida contradicen objetivamente la unión de amor entre Cristo y la Iglesia, significada y actualizada en la Eucaristía. Hay además otro motivo pastoral: si se admitieran estas personas a la Eucaristía, los fieles serían inducidos a error y confusión acerca de la doctrina de la Iglesia sobre la indisolubilidad del matrimonio.  


(Familiaris consortio, 84)

… para caer bajo esa acusación


Por supuesto, eso implica que San Juan Pablo II, y con él todos los papas y concilios ecuménicos, especialmente el de Trento, donde se ratificaron las palabras de Cristo sobre el matrimonio y el adulterio, así como las de San Pablo sobre la imposibilidad de comulgar en pecado mortal, eran igualmente fariseos, rigoristas, etc.

Nosotros somos mala gente porque creemos esto:

- El que quiere a su padre o a su madre más que a Mí, no es digno de Mí; el que quiere a su hijo o a su hija más que a Mí, no es digno de Mí ( Mat 10,37)

Y esto:

- Porque el amor de Dios consiste precisamente en que guardemos sus mandamientos; y sus mandamientos no son costosos (1ª Jn 5,3)

Y esto:

- No cometerás adulterio (Ex 20:14)
- Todo el que repudia a su mujer y se casa con otra, comete adulterio; y el que se casa con la repudiada por su marido, comete adulterio (Luc 16,18)

Y esto:

- ¿No sabéis que ningún malhechor heredará el reino de Dios? No os hagáis ilusiones: los inmorales, idólatras, adúlteros, lujuriosos, invertidos, ladrones, codiciosos, borrachos, difamadores o estafadores no heredarán el reino de Dios (1Cor 6,9-10)

Y, oh perversidad de las perversidades, también esto:

- Así pues, quien coma el pan o beba el cáliz del Señor indignamente, será reo del cuerpo y de la sangre del Señor (1ª Cor 11,27)

Pero, sobre todo, somos muy mala gente porque, míseros de nosotros, creemos que la gracia de Dios capacita al hombre para no vivir en pecado, arrepentirse cuando peca para poder recibir el perdón de Dios y - esto ya es el colmo- crecer en santidad.

Es decir, tenemos la desvergüenza de creer que los que, según Cristo, viven en adulterio, deben dejar de vivir así


Y decimos saber que tal cosa es posible porque:
 

- Dios es quien obra en vosotros el querer y el actuar conforme a su beneplácito. (Fil 2,13)
 

- No os ha sobrevenido ninguna tentación que supere lo humano, y fiel es Dios, que no permitirá que seáis tentados por encima de vuestras fuerzas; antes bien, con la tentación, os dará también el modo de poder soportarla con éxito. (1ª Cor 10,13)

- ¿No sabéis que vuestro cuerpo es templo del Espíritu Santo, que está en vosotros y habéis recibido de Dios, y que no os pertenecéis? (1ª Cor 6,19)

Somos tan malvados que respondemos no a esta pregunta:

- ¿Y qué diremos? ¿Tendremos que permanecer en el pecado para que la gracia se multiplique? (Rom 6,1)

Y, lo peor de todo, es que cometemos la indecencia de creer que esto es cierto:

- Hermanos míos, si alguno de vosotros se desvía de la verdad y otro le convierte, sepa que quien convierte a un pecador de su extravío salvará su alma de la muerte y cubrirá sus muchos pecados. (Stg 5,19-20)

Sin embargo, los verdaderos cristianos son ellos, porque creen que - la misericordia de Dios consiste en que da igual que vivas en adulterio -término a ser desechado-; 

- que lo de arrepentirse y vivir en santidad es cosa de héroes - no del cristiano común-, 
-que no puede negarse a nadie su derecho a rehacer su vida (aunque sea contradiciendo el mandato de Cristo)
y que, al fin y al cabo, si el Señor fue a la cruz por nuestros pecados, ¿qué más dará que sigamos pecando si nos va a perdonar de todos modos?

Ellos son los que agradan al mundo, que no entiende eso de que la gente tiene que “renunciar” a ser feliz por cumplir los mandamientos de alguien a quien se llama Dios. Que no entiende que un tal Jesucristo dijera cosas como éstas:


Si tu ojo derecho te escandaliza, arráncatelo y tíralo; porque más te vale que se pierda uno de tus miembros que no que todo tu cuerpo sea arrojado al infierno. Y si tu mano derecha te escandaliza, córtala y arrójala lejos de ti; porque más te vale que se pierda uno de tus miembros que no que todo tu cuerpo acabe en el infierno. (Mat 5,29-30)

Ellos son los que -más misericordiosos que nadie- aseguran que el hacer la voluntad propia es lo que hace al hombre feliz, en vez de:
 

- … entonces dije. «Aquí estoy -como está escrito acerca de mí en el Libro- para hacer tu voluntad, Dios mío». Ése es mi querer, pues llevo tu Ley dentro de mí. (Salm 40, 8-9)

Ellos, que saben más que Cristo, creen que el Padrenuestro debería decir “hágase tu voluntad, siempre que me parezca bien y/o coincida con la mía, así en la tierra como en el cielo".

Y lo más peculiar de todo es que alguien pretende que ellos, misericordiosos, y nosotros, fariseos y rigoristas, cabemos en una misma Iglesia. Pues miren, va a ser que no


Es mejor que nos expulsen de sus sinagogas, que nos alejen de sus cultos, que se libren de nuestra influencia, que callen nuestras bocas o se tapen sus oídos para no escucharnos. Porque si no nos echan, si no se libran de nosotros, si no nos lapidan bajo las piedras de sus misericordias y aplausos del mundo, nosotros, por pura gracia, seguiremos diciendo hoy y siempre: 

- Aquí estoy. Envíame a mí (Is 6,8)

Y:


- El hecho de predicar no es para mí motivo de orgullo. No tengo más remedio y, ¡ay de mí si no anuncio el Evangelio! (1ª Cor 9, 16)

Pues eso: santidad o muerte.



Luis Fernando Pérez Bustamante



lunes, 17 de agosto de 2015

CONCILIO VATICANO II (De una homilía del padre Alfonso Gálvez)

En las dos entradas anteriores hemos podido leer el comentario que se hace a lo contenido en el libro "Vaticano II: UNA EXPLICACIÓN PENDIENTE", cuyo autor es Brunero Gherardini (Pinchar aquí y aquí).

Un libro que abre una profunda, seria, serena y rigurosa línea de investigación sobre el Concilio Vaticano II; y que se encuentra tan lejos del prejuicio de algunos como del aplauso adulador de la mayoría ... y siempre desde el amor filial a la Iglesia. Se trata de un
libro de necesaria lectura para abrir los ojos a los cristianos de hoy ante los graves problemas actuales que asedian a la Iglesia católica. Y les llevará, sin duda, a una reflexión realista al mismo tiempo que esperanzada.

Fue al poco, muy poco tiempo, de leer ese comentario cuando me encontré con la quinta parte de la homilía del padre Alfonso Gálvez, sobre
la Gran Cena y los Invitados Descorteses, en la que se aborda también este tema tan importante cual es el del Concilio Vaticano II. Aquí lo transcribo, tal cual ... aunque he cambiado algo el formato en cuanto a los colores, por ejemplo, se refiere.  Algo tendría que "ser original mío" en esta entrada; como se dice normalmente "menos da una piedra"


En fin, fuera de bromas, lo que importa es el contenido que, como es ya habitual en el padre Alfonso, es claro y rotundo. Claridad, rotundidad y un inmenso amor a la Iglesia son algunas de las notas (entre otras muchas) que lo distinguen:


Continúa la parábola diciendo que el criado comunicó a su amo que la sala ya se había llenado de pobres e indigentes y aún quedaba lugar. A lo que contestó su señor:

- Pues entonces sal a los caminos y a los cercados y oblígalos a entrar, porque quiero que mi casa se llene de invitados.

Es de notar que la expresión oblígalos a entrar suena en la actualidad como escandalosa, ante una Iglesia modernista que hace caso omiso de las enseñanzas del Evangelio. Por lo que la doctrina que contiene es rechazada por el vigente Progresismo eclesiástico de cariz modernista, inspirador de las Declaraciones sobre Libertad religiosa emanadas del Concilio Vaticano II. Las cuales han supuesto un grave obstáculo a una Pastoral de Evangelización de la Iglesia que había permanecido indemne y floreciente durante veinte siglos.

En realidad la Iglesia no había entendido nunca el celo apostólico como instrumento de coacción a las almas utilizado para lograr su conversión. El celo de tu casa me consume, del que habla el salmo 69, se refiere a la propia persona que ama a Dios (como fácilmente se deduce de la misma expresión) [1] y que se ve impulsada a trabajar por la conversión de los demás.

El apóstol evangelizador no hace sino cumplir el mandato de Jesucristo: Id, pues, y enseñad a todas las gentes, bautizándolas en el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo, enseñándoles a guardar todas las cosas que os he mandado.[2]

Aunque el espíritu apostólico y evangelizador de la Iglesia, por muy ardoroso que sea - aunque justificado de todos modos cuando está en juego la salvación de las almas- siempre ha tenido presente la necesidad previa de la libertad, tanto en el ánimo de los evangelizadores como en el de los evangelizados.

En realidad la idea de la coacción fue subrepticiamente introducida en la Teología católica postconciliar sin fundamento alguno, mediante la utilización de los acostumbrados recursos de las falsedades metodológicas y de las mentiras históricas. Los primeros obstáculos a la enseñanza secular de la Iglesia partieron del Concilio Vaticano II a través de la Declaración Dignitatis Humanæ, en la que se contienen ideas más bien discordantes de la Doctrina Tradicional:

Este Concilio Vaticano declara que la persona humana tiene derecho a la libertad religiosa. Esta libertad consiste en que todos los hombres han de estar inmunes de coacción, tanto por parte de individuos como de grupos sociales y de cualquier potestad humana, y esto de tal manera que, en materia religiosa, ni se obligue a nadie a obrar contra su conciencia, ni se le impida que actúe conforme a ella en privado y en público, sólo o asociado con otros, dentro de los límites debidos.

Declara, además, que el derecho a la libertad religiosa está realmente fundado en la dignidad misma de la persona humana, tal como se la conoce por la palabra revelada de Dios y por la misma razón natural.

Este derecho de la persona humana a la libertad religiosa ha de ser reconocido en el ordenamiento jurídico de la sociedad, de tal manera que llegue a convertirse en un derecho civil. Por consiguiente, el derecho a la libertad religiosa no se funda en la disposición subjetiva de la persona, sino en su misma naturaleza.

Por lo cual, el derecho a esta inmunidad permanece también en aquellos que no cumplen la obligación de buscar la verdad y de adherirse a ella, y su ejercicio, con tal de que se guarde el justo orden público, no puede ser impedido.[3]

Las consecuencias de esta doctrina no se hicieron esperar, como lo demuestra la historia de más de cincuenta años de postconcilio y la confusión producida en la Iglesia en la doctrina, en la liturgia, en el culto, en el concepto de Sí misma, en los mismos fieles y en la deserción hacia las sectas protestantes. Mucho se ha hablado y aún se podría hablar acerca del tema, aunque quizá sea lo mejor ofrecer el ejemplo de uno de los sucesos más recientes ocurridos en el momento de redactarse este escrito:

Según hace constar el periodista Chris Jackson,[4] ha sido descubierto en Detroit (Michigan, USA) un monumento de bronce de una tonelada de peso dedicado a Satán, llamado Baphomet, a fin de ser expuesto a un número limitado de fieles adoradores. El cronista da cuenta de la ardorosa protesta producida por parte de un señalado número de neocatólicos y algunos grupos protestantes, no sin hacer notar, por lo que hace a los neocatólicos, la discrepancia entre su actitud y el apoyo prestado a la doctrina enseñada por el Concilio Vaticano II y confirmada por las iniciativas ecuménicas de los Papas postconciliares.

Asegura el cronista, en el caso de que hubiéramos de atenernos literalmente a la doctrina conciliar, que los satanistas poseerían pleno derecho a estar inmunes de coacción, tanto por parte de individuos como de grupos sociales y de cualquier potestad humana, y esto de tal manera que, en materia religiosa, ni se obligue a nadie a obrar contra su conciencia, ni se le impida que actúe conforme a ella en privado y en público, sólo o asociado con otros, dentro de los límites debidos.

Por lo que el derecho a esta inmunidad -continúa el cronista citando las fuentes del Concilio- permanece también en aquellos que no cumplen la obligación de buscar la verdad y de adherirse a ella, y su ejercicio, con tal de que se guarde el justo orden público, no puede ser impedido.

Alguien podría objetar que esta argumentación carece de sentido, por cuanto es evidente la intención del Concilio, aunque no lo diga expresamente, de referirse exclusivamente a los cultos a la Divinidad con exclusión de elementos no propiamente religiosos como pueden ser los tributados a Satán. Sin embargo, en el ámbito de las Leyes no es válido el recurso a una supuesta intención implícita del legislador cuando el texto de la ley es suficientemente claro y explícito.

Tal vez se podría recurrir a las complicadas teorías sobre la interpretación jurídica de afamados expertos del Derecho, como Legaz Lacambra, Giorgio del Vecchio o Hans Kelsen que en realidad no conducirían a ninguna conclusión, puesto que la Declaración dice claramente que nadie debe ser impedido en el ejercicio de la libertad religiosa cuando obra conforme a su conciencia, sin alusión alguna a la Divinidad y según el sentido obvio general del Documento.

Y además sin limitación alguna a excepción de la que se refiere a guardar los límites debidos, expresión que se acaba de aclarar cuando añade con tal de que se guarde el orden público. En cuanto a que los cultos satánicos no pertenecen al ámbito propiamente religioso, es una afirmación que no responde a la realidad, puesto que Satanás es un ser real contemplado por la Revelación sobrenatural, lo mismo que el Infierno está contenido en ella como contrapunto del Cielo.

Por otra parte, resulta difícil negar que el Concilio contempla toda clase de religiones, incluidas las que no hacen referencia alguna a la Divinidad o son contrarias a ella, desde el momento en que está suficientemente claro en los textos:

Pero el designio de salvación abarca también a aquellos que reconocen al Creador, entre los cuales están en primer lugar los musulmanes, que confesando profesar la fe de Abrahán adoran con nosotros a un solo Dios misericordioso, que ha de juzgar a los hombres en el último día.[5]

Y en otro lugar dice expresamente:

Así, en el Hinduismo los hombres investigan el misterio divino y lo expresan mediante la inagotable fecundidad de los mitos y los penetrantes esfuerzos de la filosofía, y buscan la liberación de las angustias de nuestra condición mediante las modalidades de la lucha ascética, a través de profunda meditación, o bien buscando refugio en Dios con amor y confianza.

En el Budismo, según sus varias formas, se reconoce la insuficiencia radical de este mundo mudable y se enseña el camino por el que los hombres, con espíritu devoto y confiado pueden adquirir el estado de perfecta liberación o la suprema iluminación por sus propios esfuerzos apoyados con el auxilio superior.[6]

El problema que plantean estos y paralelos textos conciliares consiste en que no solamente no parecen responder a la doctrinas profesadas por estas religiones, las cuales el Concilio reconoce como legítimas, sino en que lo contenido en ellas se opone claramente a la Doctrina Católica. Como ocurre, por ejemplo, con puntos fundamentales del Islamismo de los que se pueden citar algunos:

Las mujeres son inferiores a los hombres.[7]
La creencia en la crucifixión y en la resurrección de Jesucristo es falsa.[8]
Creer en la divinidad de Jesucristo es blasfemia.[9]
La creencia en Jesucristo como Hijo de Dios es un grave error.[10]
Los musulmanes tienen como mandato luchar contra los cristianos y contra todos los que se oponen al Islam.[11]

Las dificultades aumentan a causa de que muchas de las expresiones contenidas en los Documentos conciliares son anfibológicas y confusas, sin la aportación de explicaciones suficientes que contribuyan a su aclaración. Lo que que induce a algunos a pensar que se trata de meras logomaquias. Tal ocurre, por ejemplo, con la Declaración Nostra Aetate, donde se afirma que en el Hinduismo se expresa el misterio divino mediante la inagotable fecundidad de los mitos y los penetrantes esfuerzos de la filosofía.

Sin embargo, examinadas atentamente las palabras, cabría preguntar acerca de lo que significan la inagotable fecundidad de los mitos o los penetrantes esfuerzos de la filosofía. Con respecto a lo primero -los mitos y su inagotable fecundidad- conviene hacer notar que tampoco aquí los expertos han logrado ponerse de acuerdo acerca del origen, significado o alcance sociológico de los mitos, como demuestran las diversas y variadas teorías de antropólogos tan afamados como Mircea Eliade, Lévi--Strauss, Malinowski, Jung y otros. En cuanto a lo segundo -los penetrantes esfuerzos de la filosofía- no hay sino decir que, dada la extraordinaria multitud de corrientes existentes de pensamiento, sería conveniente conocer de un modo más explícito la clase de filosofía a la que se refiere el Concilio.

Y el problema se agrava más cuando se considera que la Escritura no parece estar conforme con las benevolentes declaraciones conciliares, como la que asegura que católicos y musulmanes adoran a un mismo Dios. Por ejemplo cuando afirma:

Jesucristo dice de Sí mismo que nadie va al Padre si no es a través de Mí.[12]

Y en otro lugar:

El que cree en el Hijo tiene la vida eterna, pero quien se niega a creer en el Hijo no verá la vida, sino que la ira de Dios pesa sobre él.[13]

¿Quién es el mentiroso sino el que niega que Jesús es el Cristo? Ése es el Anticristo, el que niega al Padre y al Hijo. Todo el que niega al Hijo, tampoco tiene al Padre; el que confiesa al Hijo, tiene también al Padre.[14]

En esto conocéis el espíritu de Dios: todo espíritu que confiesa a Jesucristo venido en carne, es de Dios; y todo espíritu que no confiesa a Jesús, no es de Dios.[15]

El que cree en el Hijo de Dios lleva en sí mismo el testimonio. El que no cree a Dios le hace mentiroso, porque no cree en el testimonio que Dios ha dado de su Hijo.[16]

Porque han aparecido en el mundo muchos seductores que no confiesan a Jesucristo venido en carne. Ése es el seductor y el Anticristo.[17]

Todo el que se sale de la doctrina de Cristo y no permanece en ella, no posee a Dios; quien permanece en la doctrina, ése posee al Padre y al Hijo. Si alguno viene a vosotros y no transmite esta doctrina no le recibáis en casa ni le saludéis; pues quien le saluda se hace cómplice de sus malas obras.[18]

Lo que parece descubrir una brecha o especie de esquizofrenia doctrinal entre las enseñanzas sobre el Ecumenismo del Concilio y los datos de la Escritura. Problema que se intentó resolver mediante el recurso a las llamadas hermenéuticas de la continuidad, de las que apenas hoy ya si se habla.

Fracasado lo cual se acudió a las teorías rahnerianas y ratzingerianas acerca de la interpretación historicista de la Revelación, según las cuales ésta [es decir, la Revelación]depende del sentimiento humano, que es el que decide según las vicisitudes y circunstancias del momento histórico. Lo que conduce a la conclusión de que no es la Escritura la que juzga al hombre, sino que es el hombre quien juzga y determina a la Escritura.

Otra circunstancia que ha contribuido a provocar la actual Apostasía General que sufre la Iglesia es el hecho, nada fácil de explicar, de las peticiones de perdón a las que se ha avenido la Jerarquía con respecto a las Cruzadas y a la Evangelización de América. Es bien sabido que durante siglos habían sido considerados tales acontecimientos, con consentimiento unánime y universal, como verdaderos timbres de gloria para la Iglesia y para las Naciones Evangelizadoras. Y de ahí que muchos católicos se sientan confusos y desconcertados: ¿Se equivocó la Iglesia de entonces o está cometiendo un error la de ahora?

Efectivamente los tiempos de gran confusión son también tiempos de preguntas difíciles y desconcertantes. Que generalmente no encuentran respuesta, ... , al menos de momento. Porque si el justo vive de la fe [19] también vive de la esperanza, que es lo que le hace estar convencido de que al fin todo quedará aclarado; cuando la verdad se imponga definitivamente al error y la luz acabe por disipar las tinieblas. Será el día en el que aparezcan por fin los cielos nuevos y la tierra nueva, conforme a la promesa que se nos hizo, y en los que habitará la justicia.[20]



[1] Sal 69:10.
[2] Mt 28: 19--20.
[3] Dignitatis Humanaæ, I, 2.
[4] Chris Jackson, página web de Remnant Newspaper, 15, Julio, 2015.
[5] Lumen Gentium, n. 16.
[6] Nostra Aetate, n. 2.
[7] Sura 4:34.
[8] Sura 4: 157--159.
[9] Sura 5:72.
[10] Sura 19:35; 10:68.
[11] Está contenido en la Sura 9:26.
[12] Jn 14:6.
[13] Jn 3:36.
[14] 1 Jn 2: 22-23.
[15] 1 Jn 4:2.
[16] 1 Jn 5:10.
[17] 2 Jn: 7.
[18] 2 Jn 9-11.
[19] Heb 10:38.
[20] 2 Pe 3:13.