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miércoles, 18 de febrero de 2015

Cuidado con los falsos profetas (12) [Tentaciones (3ª) Mundo]

Nos preguntamos cómo puede ofrecer el Diablo a Jesús algo que no le pertenece ("todos los reinos del mundo"), puesto que la Creación es obra sólo de Dios, y el Diablo es tan solo un ángel caído, una criatura, al fin y al cabo. Para entenderlo, vamos a hacer las consideraciones que siguen a continuación.

En la Biblia la palabra "mundo" puede tener dos significados completamente diferentes. Normalmente el contexto en el que aparecen permite diferenciarlos con facilidad. Por una parte, está el mundo creado por Dios, que es bueno: "Vio Dios todo lo que había hecho; y he aquí que era muy bueno" (Gen 1, 31). El hombre es capaz de remontarse desde el conocimiento del mundo hasta el conocimiento de Dios, como dice san Pablo: "Lo invisible de Dios es conocido desde la creación del mundo mediante las criaturas: su eterno poder y divinidad, de modo que son inexcusables los que habiendo conocido a Dios, ni lo glorificaron como a Dios ni le dieron gracias, sino que se ofuscaron en sus vanos razonamientos y se oscureció su corazón insensato. Presumiendo de sabios, se hicieron necios, y cambiaron la gloria del Dios incorruptible por una imagen semejante a la de hombre corruptible" (Rom 1, 20-23). 


De donde se deduce, en primer lugar, que la finalidad de la creación es la de conducir a la criatura hasta su Creador. Existe un cierto orden en la naturaleza, por el que todo hace referencia a Dios; suele hablarse de carácter referencial de las cosas.  Cuando se consideran las cosas de este modo, se las trata conforme a lo que son, se está en la verdad; en estos casos, por lo tanto, la palabra "mundo" tiene una connotación positiva y resplandece la bondad del mundo. Un ejemplo lo tenemos en la siguiente lectura, sacada de los Salmos: "Los cielos pregonan la gloria de Dios y el firmamento anuncia la obra de sus manos" (Sal 19, 2) 




Sin embargo, a causa del pecado, este orden ha sido trastocado e invertido. Es lo cierto que, por lo general, el hombre no refiere el mundo a Dios; e incluso suele ser él mismo quien establece las normas acerca de lo que es bueno y de lo que es malo, atribuyéndose un papel que no le corresponde y volviendo a caer en la vieja tentación del "seréis como Dios" (Gen 3, 5), en la que ya cayeron nuestros primeros padres. La soberbia es el pecado que mejor define al Diablo y a los suyos, es decir, a aquellos que se oponen a la soberanía de Dios en el mundo


Este modo de "pensar" acerca del mundo, en el que se prescinde de Dios por completo, es lo que hace del "mundo", así concebido, algo malo. Y es a este mundo, separado de Dios a causa del pecado, al que se refiere el apóstol Santiago, cuando dice: "¿No sabéis que la amistad con el mundo es enemiga de Dios? Por tanto, quien desee hacerse amigo del mundo se convierte en enemigo de Dios" (Sant 4, 4). Y el apóstol san Juan: "No améis al mundo ni las cosas que están en el mundo. Si alguno ama al mundo, el amor del Padre no está en él" (1 Jn 2, 15).  

El sentido usado para la palabra "mundo" en estos pasajes bíblicos se refiere al mundo en tanto en cuanto puede separarnos de Dios; y es, por lo tanto, un sentido claramente peyorativo. Si se consiente esta mentira radical acerca del mundo visible, al que se considera como la única realidad existente; si el mundo se "endiosa" y sustituye a Dios en nuestra vida, entonces deja de ser bueno "para nosotros" y se transforma en malo, en un enemigo a combatir; y es que, al alejarnos de Dios hacemos del mundo nuestro "dios" ... ¡y eso no nos hace más felices, sino que produce en nosotros un vacío indescriptible, pues sólo Dios puede colmar las aspiraciones del corazón humano!


Es nuestra visión perversa del mundo la que lo "hace" malo. Es la maldad del hombre la que transforma en malas cosas que inicialmente fueron buenas. Aunque en realidad, de verdad, la maldad no se encuentra en el mundo ni en las cosas, sino en el corazón del hombre; que es lo que ocurre, precisamente, cuando se considera el mundo como un fin, en sí mismo. Tal consideración lleva al olvido y al rechazo de Dios e incluso a la negación de su existencia. Pero si miramos el mundo con mirada limpia y corazón puro, si lo vemos tal y como es, como una criatura más salida de las manos de Dios; y que nos puede conducir, además, hasta Él, entonces el mundo se transforma en bueno, en lo que realmente es para Dios. Toda la confusión que hoy existe así como el conjunto de males que aquejan a la humanidad tienen su origen y única causa en el pecado, el auténtico mal. 


Tal vez podamos entender ahora un poco mejor a san Pablo cuando dice que "la creación entera espera ansiosa la manifestación de los hijos de Dios" (Rom 8, 19); o cuando dice de esta creación que "sufre y gime con dolores de parto hasta el momento presente" (Rom 8, 22). Y es que el estado de naturaleza caída, consecuencia del pecado, ha afectado también -de alguna manera- a toda la Creación y no sólo a los seres humanos


Olvidado el carácter referencial de las cosas, cuya misión es la de conducir a Dios, el hombre diviniza el mundo; aunque expresado con más exactitud habría que decir que se hace esclavo del mundo. Una vez eliminado Dios de la vida del hombre ésta deja de tener sentido para él y se convierte en una "pasión inútil" (usando las palabras del existencialista Sartre) que acaba en la nada. Las palabras de Jesús, en cambio -y como siempre- además de alegrarnos el corazón, nos devuelven al mundo real, nos sitúan en la verdad:  "Todo el que comete pecado es esclavo del pecado" (Jn 8, 34). Y también: "Quien quiera salvar su vida, la perderá; mas quien pierda su vida por Mí, la encontrará" (Mt 16, 25) 
(Continuará)

lunes, 16 de febrero de 2015

Cuidado con los falsos profetas (11) [Tentaciones (3ª) Soberbia]

Pasamos ya a la tercera tentación de Cristo en el desierto:  "El Diablo lo llevó de nuevo a un monte muy elevado y le mostró todos los reinos del mundo y su gloria, y le dijo: 'Te daré todo esto, si postrándote me adoras'. Entonces Jesús le respondió: 'Apártate, Satanás, porque escrito está: 'Al Señor, tu Dios, adorarás y a Él sólo darás culto'. Entonces lo dejó el Diablo, y vinieron los ángeles y le servían" (Mt 4, 8-11)



Antes de introducirnos de lleno en el comentario, propiamente dicho, de esta tentación, es de notar que el Diablo le dice a Jesús: Te daré todo esto, refiriéndose a todos los reinos del mundo y su gloria. ¿Acaso es potestad del Diablo hacer esa promesa? ¿No es el Diablo un mentiroso y padre de la mentira? Cierto que lo es, pero formando parte de su astucia, se encuentra el decir -a veces- alguna verdad; y de ese modo confundir y engañar a una gran mayoría. Y, en este caso concreto, le estaba diciendo a Jesús la verdad, en cuanto a que el mundo entero está bajo su poder. ¿Cómo es esto posible?


Si recordamos Jesús llama al Diablo "príncipe de este mundo" en varias ocasiones (Jn 12, 31; Jn 16, 11; Jn 14, 30). Y san Pablo se refiere a él como el "dios de este mundo" (2 Cor 4, 4) y el "príncipe del poder del aire" (Ef 2, 2). Y puesto que Jesús no miente pues Él mismo es la Verdad (Jn 14, 6) podemos concluir que el Diablo es, efectivamente, el príncipe de este mundo y -como tal- tiene un poder que se le ha dado, durante un tiempo, a consecuencia del pecado de Adán


Algo de este poder podemos atisbar al leer el libro del Apocalipsis, cuando se dice: "Corrió admirada la tierra entera tras la bestia, y adoraron al dragón, porque dio el poderío a la bestia; y se postraron ante la bestia, diciendo: '¿Quién hay semejante a la bestia y quién puede luchar contra ella?' Le fue dada una boca que profería palabras arrogantes y blasfemias; y se le dio poder para hacerlo durante cuarenta y dos meses. Entonces abrió su boca para blasfemar contra Dios: para blasfemar de su Nombre y de su tabernáculo y de los que moran en el cielo. Se le concedió hacer la guerra contra los santos y vencerlos; se le concedió también potestad sobre toda tribu, pueblo, lengua y nación. Y la adorarán todos los habitantes de la tierra, aquellos cuyo nombre no está inscrito, desde el origen del mundo, en el libro de la Vida, del Cordero que fue sacrificado" (Ap 13, 3b-8)


Se trata, pues, de un tema muy serio que no se puede tomar a la ligera; por eso, san Pablo escribe a los efesios acerca de las armas que debe utilizar un cristiano si quiere vencer las insidias del Diablo (Ef 6, 10-20); y haciéndoles ver que "nuestra lucha no es contra la carne o la sangre, sino contra los principados y potestades, contra los dominadores de este mundo tenebroso, contra los espíritus malignos que están por las regiones aéreas" (Ef 6, 12)

En esta tercera tentación el Diablo se manifiesta ya tal y como es; en la primera ponía al hombre como referencia, para que usase los dones recibidos en provecho propio; en la segunda acude a la palabra de Dios, dándole un sentido que no tiene y adulterando el Mensaje divino, tomando como referente el triunfo humano, la fama, etc. Ahora se muestra a "cara descubierta", sin tapujos, y le ofrece a Jesús "todo cuanto un hombre puede desear": el mundo entero que, puesto que le pertenece, es suyo y puede darlo. Aquí no hay engaño, al menos en apariencia.  ¿Significa esto que sigue habiéndolo? En cierto modo sí, pues es evidente que el Diablo no desea nada bueno para Jesús aunque le prometa todo el oro del mundo. Eso sí: ha dejado muy claras sus verdaderas intenciones; y éstas requieren de Jesús una condición: que se incline ante él y que le adore. 


Dicho de otro modo: Jesús debe dejarse de tonterías y reconocer que lo sensato y lo correcto es que se incline ante él y le rinda pleitesía, como a su verdadero "dios", y príncipe de este mundo, pues no hay otro mundo que no sea éste. Ése es el único modo en el que triunfará: sólo tiene que olvidarse de ese Dios en el que cree y que está únicamente en su imaginación. El mundo real es el que él le presenta. De nuevo la sutiliza de la tentación, el camino fácil, el lobo disfrazado de oveja que le llega con palabras aduladoras. La respuesta de Jesús fue drástica: "Apártate, Satanás, porque escrito está: 'Al Señor, tu Dios, adorarás y a Él sólo darás culto'. (Mt 4, 10). Entonces el Diablo lo dejó.

Tentación diabólica por excelencia, la de la soberbia, aquella en la que cayeron nuestros primeros padres ... una tentación que supone el olvido de Dios como Señor del Universo, por una parte, y el arrogarse -uno a sí mismo- un poder que no le pertenece, por otra: "Seréis como Dios, conocedores del bien y del mal" (Gen 3, 5). Con Adán y Eva tuvo lugar el primer gran triunfo del Diablo sobre el hombre [del que se supone que se alegraría, si es que tiene algún sentido decir que el Diablo es capaz de alegrarse de algo]. Puesto que en aquel
momento toda la humanidad estaba reducida a ellos dos, al cometer pecado -desobedeciendo a Dios- nuestros primeros padres quedaron privados de la gracia santificante y sometidos al dolor, al sufrimiento y a la muerte, consecuencias de dicho pecado, del que sólo ellos fueron responsables (pecado personal). Aunque con la particularidad de que puesto que toda la raza humana estaba formada por nuestros primeros padres, cuando éstos cometieron pecado su naturaleza pasó de un estado de armonía original a un estado de naturaleza caída, que es el que se transmitiría a toda su descendencia, con las consecuencias correspondientes. 


Esa es la razón por la que todo ser humano nace ya con esa lacra del pecado original, pues éste va ya implícito en nuestra naturaleza caída, como se acaba de decir. Es un pecado heredado, un pecado de naturaleza, de cuya responsabilidad directa estamos liberados. Al no haber sido nosotros quienes lo cometimos no puede tratarse, en nuestro caso, de un pecado personal (como sí lo fue en el caso de Adán y Eva). En todo caso, no deja de ser un pecado, que está ahí, cuyas consecuencias sufrimos y del que necesitamos ser liberados. A causa del pecado de Adán las puertas del cielo quedaron cerradas ... y no existía posibilidad alguna de que fueran abiertas ... por nosotros mismos.  Pero Dios tenía sus planes ... unos planes (amorosos) que llevó a cabo con la venida de Jesucristo a este mundo y que hicieron que nuestra salvación fuera posible [se habla de Redención objetiva]


Así que, gracias a la venida de Jesucristo, el hombre tiene ahora la posibilidad de salvarse. Hay que decir, sin embargo, que aunque los méritos de Jesucristo son más que suficientes para nuestra salvación, el respeto que Dios tiene por la libertad que nos dio al crearnos es tan grande que no obligará a ser salvado a nadie que no lo quiera [ésta es la Redención subjetiva, que es la que nos afecta de un modo más personal]. 


Dios quiere contar con nosotros en un asunto tan importante como nuestra propia salvación. Es lícito que nos preguntemos qué debemos hacer para salvarnos, qué es lo que tenemos que poner de nuestra parte, puesto que por parte de Dios ya está todo puesto. La respuesta es, simplemente, querer de verdad esa salvación y actuar con buena voluntad, no olvidando que el querer es auténtico y la voluntad es buena sólo, única y exclusivamente si se acepta a Jesucristo como el Único por quien nos puede venir la salvación: "Quien crea y sea bautizado se salvará; pero quien no crea, se condenará" (Mc 16, 16). Además, no hay otro camino: "Yo soy el Camino, la Verdad y la Vida" (Jn 14, 6). "Y en ningún otro hay salvación, pues ningún otro Nombre hay bajo el cielo dado a los hombres por el que podamos salvarnos" (Hech 4, 12). Nos queda, pues, ponernos en sus manos, con toda confianza y responder, con nuestra vida, al Amor que Él nos tiene. Su gracia no nos va a faltar si verdaderamente queremos encontrarlo.
  
(Continuará)

martes, 10 de febrero de 2015

Cuidado con los falsos profetas (10) [Tentaciones (2ª) Camino fácil]


Hay otro aspecto en la segunda tentación que la hace aún más perniciosa. Recordamos aquí -de nuevo- que el Diablo usa la propia palabra de Dios para engañar a Jesús, proponiéndole el camino espectacular si quiere triunfar: es tan sencillo como tirarse desde el pináculo del Templo y así- le dice el Diablo, citando la Escritura- “los ángeles te llevarán en sus manos para que tu pie no tropiece con ninguna piedra” (Mt 4, 6). Jesús -que tenía muy clara la misión que había recibido de su Padre- le contesta, igualmente, con otras palabras de la Escritura: “No tentarás al Señor, tu Dios” (Mt 4, 7). 

Estamos en nuestro derecho a preguntarnos por qué se trata esto de una tentación: al fin y al cabo, el Diablo le estaba proponiendo a Jesús un modo infalible para asegurar su triunfo ante el pueblo judío. Si Jesús hacía lo que el Diablo le decía que hiciese, todos los judíos aceptarían su Mensaje. La sutileza empleada por el Diablo en esta tentación es finísima. A propósito de lo cual me viene a la mente el pasaje evangélico en el que, cuando Jesús comienza a manifestar a sus discípulos que debía ir a Jerusalén y padecer allí mucho y morir, pero que al tercer día resucitaría, se relata que “entonces, Pedro, tomándolo aparte, se puso a reprenderle, diciendo: ‘¡Lejos de Tí, Señor! ¡No te sucederá eso!’. Pero Él, volviéndose, dijo a Pedro: ¡Apártate de Mí, Satanás!, pues eres para Mí escándalo, porque no gustas las cosas de Dios, sino las de los hombres” (Mt 16, 22-23).

Pedro razonaba al modo humano; por eso reprendió a Jesús, para que no se le volviera a pasar por la cabeza el decir esas cosas tan absurdas. No cabe duda que las intenciones de Pedro -cuando le habló así a Jesús- provenían del cariño que le profesaba; y, como consecuencia lógica, no deseaba que le ocurriera nada malo. Por eso, en la confianza que tenía con Él, se lo lleva aparte y le reprende. Es de destacar que esta reprensión a Jesús por parte de Pedro no la realiza en presencia del resto de los discípulos, lo que supone una gran delicadeza, propia del cariño que le tenía.  En buena lógica -se supone que así pensaría Pedro- si Jesús era el Hijo de Dios, como él mismo acababa de manifestarlo delante de los demás apóstoles, nadie se atrevería a hacerle daño, dado el inmenso poder de Jesús. Cabe pensar que éste sería -más o menos- su razonamiento. Al fin y al cabo, Pedro -de hecho-, al igual que la mayoría del pueblo judío, esperaba en un Mesías triunfante y poderoso, al que todos reconocerían como tal; y que los libraría de la tiranía del pueblo romano.

Todavía no había entendido el Mensaje de Jesús; y por eso no podía comprender, no le cabía en la cabeza, que Jesús dijera lo que dijo: Mi Maestro -pensaría para sí- se ha vuelto loco. Hay que devolverle la cordura para que no vuelva a decir -nunca más- semejantes disparates. De ahí que reprendiera a Jesús para que alejase de sí esas ideas. Y de ahí, también, su sorpresa ante la reacción de Jesús que, ciertamente, no se la esperaba, y se quedó atónito y mudo. ¿Acaso no era lógico lo que le había dicho?  Diríamos que la respuesta es ... ¡sí, ... y no! ¡Sí lo era desde un punto de vista meramente humano! Pero ocurre -con demasiada frecuencia- que la lógica divina no coincide con la lógica humana, como muy bien lo había advertido el profeta Isaías, cuando escribió: “Mis pensamientos no son vuestros pensamientos” (Is 55, 8). [refiriéndose a Dios]

Sin ser consciente de ello, Pedro se estaba interponiendo entre Jesús y la voluntad de su Padre. Evidentemente el Señor no podía permitirlo, de ninguna de las maneras. De ahí la respuesta -tajante- que le espetó a Pedro: “¡Apártate de Mí, Satanás!”   Reacción que nos puede parecer desproporcionada y que, sin embargo, no lo es; pues si nos fijamos, Pedro le estaba diciendo a Jesús -aunque con otras palabras- lo mismo que Satanás le dijo la segunda vez que lo tentó en el desierto. Oculta bajo buenas palabras -de modo consciente en el Diablo e inconsciente en Pedro- se encontraba latente la idea de que Jesús entendía el triunfo de su Mensaje tal y como lo entiende el mundo: fama, espectáculo, sensacionalismo, sobresalir sobre los demás, etc ... En definitiva, el Poder -para sí mismo y los suyos- que es justo lo que es contrario al Amor, el cual "no busca su propio interés" (1 Cor 13, 5)



A lo largo de la historia, siempre ha estado presente esta tentación del camino fácil, de la senda ancha, de la comodidad, del confort ... ; en otras palabras: la tentación de la huida de la cruz que le valió a Pedro el escuchar de Jesús: "eres para Mí escándalo, porque no gustas las cosas de Dios, sino las de los hombres". No tenemos por qué avergonzarnos de expresar lo que sentimos. Admitamos que nos identificamos con Pedro, pues ¿cómo van a ser buenos la cruz, el dolor, el sufrimiento, ..., ?  ¿Quién, en su sano juicio, desea sufrir? Y la respuesta es: nadie. Tendría que ser un masoquista o un enfermo mental.  Jesús no era ninguna de estas cosas y, aunque se nos pasara otra idea por la mente, en realidad -de verdad- Jesús no deseaba el sufrimiento, en sí mismo, puesto que era un hombre normal. ¿Cómo iba a desear sufrir por sufrir? ¡Tendría que estar loco! No, Jesús no quería sufrir. De hecho, ésta fue su oración en la noche del huerto de los olivos, previa a su pasión: “Padre mío, si es posible, pase de Mí este cáliz; pero no sea como Yo quiero, sino como quieras Tú” (Mt 26, 39)

La respuesta a la pregunta sobre el sufrimiento se encuentra en la existencia del pecado original, pecado con el que todos nacemos, consecuencia del que, libremente, cometieron nuestros primeros padres. No es un pecado personal sino de naturaleza, un pecado heredado, pues “en Adán todos pecamos” (Rom 3, 23); y al cual le añadimos nuestros propios pecados personales. 

No acabamos de entender por qué debía morir Jesús para redimirnos del pecado. ¿Acaso no hubiera sido suficiente el simple hecho de hacerse hombre? [La respuesta a esta pregunta puede ser motivo de otra entrada en el blog]. Sea lo que fuere, lo cierto y verdad es que tenía que suceder así, como el propio Jesús se lo hizo ver a los discípulos de Emaús: " '¡Oh necios y tardos de corazón para creer todos lo que dijeron los profetas! ¿No era preciso que el Cristo padeciera estas cosas y entrara así en su gloria?' Y empezando por Moisés y todos los Profetas, les interpretaba lo que hay sobre Él en todas las Escrituras". (Lc 24, 25-27)

En el eterno designio de Dios -que contempla la libertad humana y la respeta- estaba escrito que debía ocurrir, precisamente, lo que ocurrió.  Debido al pecado Dios se hizo hombre, en Jesucristo, sin dejar de ser Dios; se hizo uno de nosotros. "Y, en su condición de hombre, se humilló a Sí mismo, haciéndose obediente hasta la muerte y muerte de cruz" (Fil 2, 8) "dándose a Sí mismo como rescate por todos” (1 Tim 2, 6), "por nuestros pecados" (Gal 1, 4), "y para redimirnos de toda iniquidad" (Tito 2, 14). 

El dolor, el sufrimiento y la muerte son consecuencia del pecado. Ésta es la causa principal y única de todos los males que aquejan a la humanidad. Y el hombre Jesucristo padeció todas estas secuelas, "a excepción del pecado" (Heb 5, 15). Pero, sin embargo, tomó sobre sí ese pecado como propio, lo hizo suyo, sintiéndose pecador ante su Padre -no siéndolo- y todo ello por amor a nosotros, para merecernos la salvación; lo que, además, le llevó hasta el extremo de dar su vida en una cruz, conforme a sus propias palabras: "Nadie tiene amor más grande que el que da la vida por sus amigos" (Jn 15, 13). 

Aunque es muy difícil de entender (porque tenemos el corazón demasiado duro) podemos leer en la carta del apóstol san Pablo a los corintios, con relación a la misión de Jesús y a la voluntad de su Padre: "A Él [esto es, a Cristo] que no conoció pecado, lo hizo pecado por nosotros, para que llegásemos a ser en Él justicia de Dios" (2 Cor 5, 21). Y en la carta a los romanos: “El que no perdonó ni a su propio Hijo, sino que lo entregó por todos nosotros, ¿cómo no nos dará con Él todas las cosas?” (Rom 8, 32). Fue el Amor por nosotros -¡amor incomprensible, pero real!- el que le llevó a obrar como lo hizo.

El amor, en esta vida, va necesariamente unido al sufrimiento. Las palabras de Jesús no pueden ser más claras: "Si alguno quiere venir en pos de Mí, que tome su cruz cada día y que me siga. Pues quien quiera salvar su vida la perderá; pero quien pierda la vida por Mí, ése la salvará" (Lc 9, 23-24), palabras que no son sino un reflejo de lo que debe ser la vida cristiana; las citas serían interminables; y todas van dirigidas en el mismo sentido: "Entrad por la puerta angosta, porque ancha es la puerta y espaciosa la senda que conduce a la perdición, y son muchos los que entran por ella. ¡Qué angosta es la puerta y estrecha la senda que lleva a la Vida, y qué pocos son los que la encuentran!" (Mt 7, 13-14)

Lo miremos por donde lo miremos, la cruz es el signo del cristiano. Ahora bien: es fundamental no olvidar que lo esencial en la vida cristiana no es el sufrimiento en sí, sino el sufrimiento junto a Jesús, por amor a Él, porque se quiere compartir su vida y su destino, igual que Él ha hecho por nosotros. Un cristiano nunca sufre en solitario, sino que su sufrimiento es siempre con Jesús, en Jesús y por Jesús. Lo único importante es el amor a Jesús, nuestro Maestro y nuestro Amigo. Todo lo demás es accesorio y, en realidad de verdad, todo lo que no sea amar a Jesús es tiempo perdido

La demostración de la autenticidad del amor pasa siempre por la cruz. No hay otro camino en el presente eón en el que vivimos, porque el compromiso con Jesús conlleva siempre trabajo, esfuerzo, ilusión, ..., cruz en definitiva. De manera que el que huye de la cruz huye de Dios. Por eso la cruz debe ser amada, pero nunca en sí misma, sino sólo en tanto en cuanto es la cruz de Cristo, que es Aquel a quien amamos y por quien nos jugamos la vida igual que Él hizo por nosotros

Por eso decía, al principio, que nadie en su sano juicio -y Jesús menos que nadie- quiere sufrir. Pero … si se sufre con Cristo (pues Él sufrió por Amor a nosotros), si al sufrir estamos participando, verdaderamente, del sufrimiento redentor de Jesucristo (puesto que formamos con Él un solo Cuerpo), entonces esos sufrimientos nuestros son también sufrimientos suyos. Cuando un miembro se conduele todo el cuerpo se conduele. Y cuando un miembro se alegra todo el cuerpo se alegra. Si estamos con Él -y Él está con nosotros- cualquier cosa que nos ocurra siempre será buena, aunque mirada con criterios meramente humanos parezca que no lo es. La desgracia más grande que nos puede ocurrir es el pecado, porque éste nos separa de Aquél que es nuestro mejor Amigo; en realidad, nuestro único amigo, el que da sentido a toda nuestra existencia.


(Continuará)

¿Por qué se va la gente de la Iglesia? (Monseñor Livieres)



Sobre Monseñor Rogelio Livieres


Doctor en Derecho Canónico por la Universidad de Navarra (España) y especialista en Derecho Administrativo por la Escuela Nacional de Administración Pública de Madrid (España). Fue ordenado Sacerdote el 15 de Agosto de 1978. Pertenece al clero de la Prelatura de la Santa Cruz y Opus Dei. Nombrado como Obispo de Ciudad del Este por el Papa Juan Pablo II, el 12 de julio de 2004, tomó posesión del cargo el 3 de octubre del mismo año. Estuvo al frente de esta Diócesis hasta el 25 de septiembre de 2014, fecha en la que fue cesado por el papa Francisco, parece ser que debido a unas reflexiones que hizo [y que sería muy productivo leerlas] relacionadas con el Sínodo de la Familia que había sido convocado por el Papa del 5 al 19 de octubre de 2014.  Según declaraciones del Opus Dei, los dichos de Monseñor Livieres sobre el Sínodo "son de su entera responsabilidad" (no importando si lo que dijo era o no verdad) ... de modo que se quedó literalmente solo, en este sentido. Sobre la deriva del Opus Dei , hay escrito un artículo en este mismo blog tomado prestado de Germinans Germinabit

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El original del artículo que sigue puede leerse también pinchando aquí



Desde algunas décadas asistimos a una constante disminución del número de católicos en América Latina. Muchos de los que abandonan la Iglesia, no lo hacen por dejar de creer en Dios, sino para sumarse a otros grupos religiosos, principalmente sectas pentecostales.

En algunos países los datos son especialmente dramáticos: solo el 46% se declara católico en Guatemala y el 66% en Brasil. Recordemos que, no hace muchas décadas, eran países en los que más del 90% eran católicos antes de que empezara a ocurrir esta migración.

¿Cómo puede explicarse este fracaso de la pastoral de la Iglesia en países de antigua condición católica? Naturalmente, nuestra respuesta entra en el terreno de la conjetura. Más que una causa, hay un conjunto de causas que explican este fenómeno. Pero ahora interesa señalar la más importante de ellas. Y esto, es claro, depende del que opina.

Personalmente, yo pienso que la gente busca en la religión, en su fe, seguridad espiritual y sentido claro de su existencia. Creencias sólidas que vienen de Dios y han sido experimentadas positivamente a lo largo de los siglos. En cambio, los católicos, desde hace decenios, generalmente encuentran en los obispos y sacerdotes relativizaciones y no certezas de fe: dudas e interpretaciones demasiado personales que diluyen la verdad revelada por Dios y la fe compartida por la comunión de la Iglesia a través de los siglos.

Una persona que vive de la fe católica busca, además de solidez, una armonización entre esta fe y la razón. Esta fe «explicada» y «razonable» se va volviendo monolítica por medio de la oración y los sacramentos, a partir de los cuales se va ahondando la relación personal con Dios. En este diálogo constante con el Señor va creciendo en la firmeza de su fe que, a su vez, empieza a transmitir a los demás cuando los ve vacilantes, desconcertados o titubeantes.

El relativismo y la formación doctrinal pobre –aunque a veces sofisticada– ha diluido las certezas de la fe y la intensidad de la vida espiritual entre nosotros. La Iglesia necesita volver a la solidez doctrinal de otras épocas, si no quiere disgregarse o desangrarse en mil sectas, incluso aunque subsistan dentro de sí misma.

Verdad es que Jesús prometió asistir a la Iglesia hasta el final de los tiempos. Pero también nos previno que, en su regreso, la fe de muchos se habría apagado y la Iglesia se vería reducida a un pequeño rebaño, a un puñado que logró escapar a la disgregación espiritual y doctrinal. A nosotros nos corresponde, en cada tiempo, ser fieles a Cristo y así atraer al mundo entero a la luz de la fe.

Muchos han enfocado equivocadamente el diálogo Iglesia-mundo. No le hicimos ningún favor al mundo cuando acudimos a ese diálogo con las mismas perplejidades de ellos. Un diálogo así se transforma con frecuencia en un intercambio de dudas.

Donde realmente se realiza ese diálogo con el mundo es en nuestros propios corazones, cuando consideramos las cosas a la luz de la luminosidad de Cristo. Los cristianos somos el mismo mundo sacralizado, orientado a Dios y por eso pleno y feliz.

No me refiero al mundo del que se refiere san Juan cuando dice que tres son los enemigos que tenemos: el mundo, el demonio y la carne. Aquí mundo significa todo lo creado y que todavía no ha sido redimido en el corazón del cristiano por obra de la gracia.

Hemos de vivir como hijos de Dios, y acudir a nuestros hermanos, los demás hombres, con ese conocimiento del Padre y de su enviado, Jesucristo, por el que se nos hace participar de la vida eterna. El esplendor de la verdad de la fe debe verse reflejado en nuestra conducta y explicado, de modo razonable,  en nuestra conversación con el resto de los hombres. Además, necesitamos cultivar un trato humano que se preocupe de todas las cosas con ánimo de sencilla convivencia y sin pretender «pontificar» a los demás desde nuestro primer encuentro. Ya llegará el momento y los modos en que podamos ir sugiriéndoles un encuentro amable con las verdades que nos sistematiza el Catecismo de la Iglesia Católica o, más sencillamente, el Compendio del Catecismo.

Cuando contribuimos con las verdades de Dios al diálogo con los hombres, la mayoría respetan nuestras convicciones y agradecen nuestra paz interior. De esa manera vamos dialogando con el mundo desde la verdad de la que somos poseedores no porque sea nuestra, sino porque es de nuestro Padre y, por lo tanto, de todos nosotros por igual. La experiencia nos muestra que, cuando somos fieles a la verdad del Evangelio en toda su plenitud y certeza, los hombres comienzan a retornar a la Iglesia, de la que sólo se fueron porque no encontraron suficiente alimento para sus vidas. Cumplamos, pues, con lo que el Señor nos encomendó: “Id y predicad a todas las naciones”.

Mons. Rogelio Livieres

lunes, 9 de febrero de 2015

Cuidado con los falsos profetas (9) [Tentaciones (2ª) Fama]

Y pasamos a la segunda tentación: el Diablo, pese a todo, no ceja en su empeño y continúa tentando a Jesús. En este caso lo lleva a la Ciudad Santa y lo pone sobre el pináculo del Templo, diciéndole: "Si eres Hijo de Dios, tírate desde aquí, porque escrito está: 'A sus ángeles te encomendará y te llevarán en sus manos para que tu pie no tropiece con ninguna piedra' " (Mt 4, 6) ... Es de destacar que a Satanás no le importó citar las Sagradas Escrituras, con tal de conseguir su objetivo, que era engañar a Jesús y llevarlo a su terreno. Y así cita el Salmo 91, versículos 10 y 11, en los que se explica con ejemplos que quien está con el Señor no tiene por qué temer ningún mal ... ¡lo cual es verdad - puesto que es palabra de Dios- incluso aunque sea el mismo diablo quien la pronuncia! Vemos así al propio diablo haciendo uso de la palabra de Dios. Precisamente el diablo, de quien dice Jesús que es "homicida desde el principio... que no hay verdad en él ... y que es mentiroso y padre de la mentira" (Jn 8, 44). Aunque "no ha de extrañar -como dice san Pablo-  el mismo Satanás se disfraza de ángel de luz" (2 Cor 11, 14)  

Por eso los cristianos tenemos la obligción de estar siempre alerta y vigilantes
a para poder descubrir los planes de nuestro enemigo el Diablo, que -como dice san Pedro- "ronda como león rugiente buscando a quién devorar" (1 Pet 5, 8). No hay que dejarse engañar. Jesús nos advertía que es preciso que seamos "sencillos como palomas", pero al mismo tiempo "prudentes como serpientes"  (Mt 10, 16b). En esta segunda tentación, el diablo pone en prueba "aparentemente" la confianza de Jesús en su Padre, una confianza que -para ser verdadera- debe de ser total, lo cual es verdad. Escoge, además, con gran astucia, el texto de la Escritura que más conviene a sus propósitos. 

Pero, fijémonos: ¿Es posible que el Diablo desee algún bien para nosotros? Por supuesto que no; luego debe haber algún truco en sus palabras, que es necesario descubrir. Por eso he escrito la palabra "aparentemente" entre comillas y con letra cursiva, puesto que -en realidad- el Diablo sólo desea nuestro mal, aunque use las palabras de la Escritura. Jesús lo vio claramente y no cayó en el engaño. El conocimiento profundo, y la vivencia, que tenía Jesús de las Sagradas Escrituras le llevó a darse cuenta, inmediatamente, de la tentación que se ocultaba bajo esas "hermosas" palabras ... y que lo que de veras pretende el Diablo es que los judíos lo vean bajando triunfante desde lo más alto del Templo, de modo que así no tengan más remedio que reconocerlo como el Mesías que durante tanto tiempo han estado esperando. Ése es el camino que el Diablo le "aconseja" a Jesús si quiere triunfar porque, además, actuando así, estaría demostrando su confianza en su Padre Dios.

Jesús sabe perfectamente que las intenciones del diablo, con relación a Él, son muy diferentes de lo que expresan sus palabras (¡aunque éstas, en sí, sean verdaderas!) La tentación es fuerte y muy sutil, pues va acompañada de la palabra de Dios, una palabra que el Diablo no tiene ningún reparo en usar, adulterar e interpretar a su manera, proponiendo para ella un sentido completamente diferente de aquél con el que fue escrita. Pero Jesús, gran conocedor de la Escritura, le contesta así al Diablo: "También está escrito: ¡No tentarás al Señor, tu Dios! (Mt 4, 7) [expresión contenida en el libro del Deuteronomio (Dt 6, 16)]. 




La tergiversación del sentido de las palabras contenidas en la Escritura es hoy muy frecuente. Como se ha dicho más arriba si "el mismo Satanás se disfraza de ángel de luz … no es algo extraordinario que también sus ministros  se disfracen de ministros de justicia" (2 Cor 11, 14-15). Se trata de una grave tentación, en la que no debemos de caer. 

El Diablo sigue hoy actuando, o bien directamente; o -lo que es más frecuente- haciendo creer a la gente que no existe. Tiene otros modos de manifestarse para engañar, que eso es "lo suyo, porque es mentiroso y padre de la mentira" (Jn 8, 44c). Y es también el padre de todos los mentirosos: "Vosotros tenéis por padre al diablo y queréis cumplir los deseos de vuestro padre (Jn 8, 44a). Así les hablaba Jesús a los fariseos. San Pablo, en su segunda carta a los corintios, se refiere a la existencia de "falsos apóstoles, obreros engañosos, que se disfrazan de apóstoles de Cristo" (2 Cor 11, 13). Hoy son muchos los hijos de las tinieblas, unas tinieblas tan densas que quien vive entre ellas piensa que no existen. Pero ahí están:  Ay de los que llaman al mal bien y al bien mal, de los que ponen tinieblas por luz y luz por tinieblas, de los que cambian lo amargo en dulce y lo dulce en amargo" (Is 5, 20).

De ahí la necesitad que tenemos los cristianos de estar muy atentos a las palabras y a la manera de actuar de Jesucristo, que es nuestro Maestro, el Buen Pastor, el Único que se preocupa de verdad por sus ovejas, por quienes da su Vida -como de hecho hizo- entregándola por amor a nosotros. De Jesús debemos aprender que el verdadero triunfo no se encuentra en la fama, en el espectáculo y en la admiración de las gentes, porque todas esas cosas van dirigidas hacia la propia exaltación, hacia la búsqueda egoísta del propio "yo" y no es eso lo que debe buscar un cristiano: "Quien quiera salvar su vida la perderá"  (Mt 16, 25). 

Una vez más, la idea que Dios tiene acerca de las cosas
-idea que coincide con la verdad de las cosas- es muy distinta de la nuestra, tal y como decía el profeta Isaías:  "Mis pensamientos no son vuestros pensamientos, ni vuestros caminos mis caminos -oráculo del Señor- " (Is 55, 8).

Puesto que mientras vivimos, aún estamos a tiempo; siendo cada día una nueva oportunidad que Dios nos da para cambiar y volvernos hacia Él, es importantísimo -si queremos salvarnos- que comencemos ya a modificar el modo que tenemos de enfocar la vida y que lo cambiemos, dándole el único enfoque verdadero, que es el pensamiento de Dios, manifestado en Jesucristo. "No os acomodéis a este mundo -decía san Pablo- sino transformaos por la renovación de la mente, de modo que podáis discernir cuál es la voluntad de Dios; esto es, lo bueno, lo agradable, lo perfecto" (Rom 12, 2)

Bajo la apariencia de confianza en Dios, se oculta -con demasiada frecuencia- la vieja tentación de buscar el aplauso de las gentes; de manera que lo que se desea -de verdad- es el reconocimiento de nuestros méritos (espectáculo, vanidad, fama, etc…) en lugar de desear con todas nuestras ansias -y por encima de todo- la gloria de Dios, que es lo único que debe importarnos, pues es lo que le importaba a Jesús. Así lo dijo con una claridad meridiana: "Mi alimento es hacer la voluntad del que me ha enviado" (Jn 4, 34)

No se puede usar la palabra de Dios para volver a la gente contra Dios, haciéndoles creer -además- que es así como lo están sirviendo. Enorme hipocresía ésta -la de los falsos pastores y falsos profetas- que, por desgracia, se está convirtiendo en el pan de cada día: "Llega la hora -decía Jesús- en la que todo el que os dé muerte pensará que hace un servicio a Dios" (Jn 16, 2). Esto es algo que -cada día más- se está palpando en el seno de la Iglesia; debemos estar prevenidos y no dejarnos engañar. 

Y no tenemos otro remedio, si queremos salvarnos, que acudir a la Palabra de Dios -en particular el Nuevo Testamento- y profundizar en ella, pidiéndole a Jesús que nos conceda la fe, pues "sin fe es imposible agradar a Dios" (Heb 11, 6), sabedores de que "todo el que pide, recibe; el que busca, encuentra; y al que llama se le abre" (Lc 11, 10). Y con la seguridad de que seremos escuchados; pues "si vosotros -decía Jesús-siendo malos, sabéis dar cosas buenas a vuestros hijos, ¿cuánto más el Padre del Cielo dará el Espíritu Santo a los que se lo pidan?" (Lc 11, 13). 

Por otra parte, debemos hacer uso de los medios que la Iglesia [se sobreentiende que nos estamos refiriendo a la Iglesia de siempre y no la "Iglesia" modernista, la "nueva Iglesia" que no es -en realidad- la verdadera Iglesia de Cristo] ha dispuesto para nuestra salvación, comenzando por el reconocimiento de nuestros pecados como tales pecados; hecho lo cual -y arrepentidos sinceramente de ellos-, acudir a la confesión con un sacerdote de confianza (que siempre los hay, aunque cada vez sea más difícil encontrarlos). Como bien sabemos, el sacerdote actúa "in Persona Christi" y puede perdonarnos los pecados, si estamos arrepentidos -con todo nuestro corazón- de haberlos cometido y tenemos el firme y sincero propósito de no volver a cometerlos.

¡Nunca está todo perdido! Como se ha dicho, cada día es una nueva oportunidad que Dios nos concede para que cambiemos; y esto lo hace porque nos quiere y desea estar con nosotros, con todos y con cada uno. Y, aunque parezca increíble, lo desea con todo su Corazón. Yo le importo mucho a Dios. No deberíamos olvidar esta realidad, porque es la clave para que nuestro arrepentimiento sea verdadero y tenga algún sentido; a saber: la certeza de que Dios, encarnado en la Persona de su Hijo Jesucristo, está enamorado de nosotros,
[¡está enamorado de mí!] hasta el punto de haber llegado a dar  su Vida para salvarnos. Si somos conscientes de que esto es así -que es una realidad y no es ningún cuento- ello nos llevará -como consecuencia lógica y contando siempre con la ayuda de Dios- a poder responderle con el mismo Amor con el que Él nos ama, que de eso -y no de otra cosa- se trata.

(Continuará)

domingo, 8 de febrero de 2015

Cuidado con los falsos profetas (8) [Tentaciones (1ª) Provecho personal]

Con relación al uso fraudulento de la palabra de Dios, me viene a la mente el pasaje evangélico de las tentaciones de Jesús por el Diablo, relatado por los evangelistas san Mateo (Mt 4, 1-11) y san Lucas (Lc 4, 1-13). Prestando un poco de atención se puede observar que las tres tentaciones sufridas por Jesús en el desierto tienen en común el intento de desviarlo de su misión de dar gloria a Dios, para dirigir esa gloria hacia sí mismo


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En la primera tentación el Diablo apela a Jesús para que haga uso de su poder en provecho propio"Si eres Hijo de Dios, di que estas piedras se conviertan en panes" (Mt 4,3). Jesús vence esta tentación acudiendo a la Palabra de Dios, enseñándonos así el camino a seguir para vencer las tentaciones a las que siempre vamos a estar  expuestos mientras dure nuestra vida. Sabía muy bien lo que Dios quería de Él: "Mi alimento es hacer la voluntad del que me envió" (Jn 4, 34). 

La voluntad de su Padre era la norma de su vida, y a ella fue siempre fiel incluso en los momentos de mayor sufrimiento:  "Padre, si quieres aparta de Mí este cáliz; pero no se haga mi voluntad sino la tuya" (Lc 22, 42). Y así en múltiples ocasiones: "Yo no busco mi gloria" (Jn 8, 50). "Yo te he glorificado en la tierra: he terminado la obra que Tú me has encomendado que hiciera" (Jn 17, 4). "He manifestado tu Nombre a los que me diste del mundo. Tuyos eran, Tú me los confiaste y ellos han guardado tu Palabra" (Jn 17, 6). "Las palabras que me diste se las he dado, y ellos las han recibido y han conocido verdaderamente que Yo salí de Tí, y han creído que Tú me enviaste" (Jn 17, 8).  


Jesús, gran conocedor de la Palabra de Dios -Él es la Palabra- no se deja engañar. Y ésta es la contestación que dio al Diablo: "Escrito está: 'No sólo de pan vive el hombre, sino de toda palabra que procede de la boca de Dios' " (Mt 4, 4, que cita Dt 8, 3b). 




Que "el discípulo no está por encima de su Maestro ... sino que le basta ser como su Maestro" (Mt 10, 24-25) fue una lección que los discípulos de Jesús aprendieron muy bien; en concreto, en lo que se refiere al sentido de la vida como servicio: "El Hijo del hombre no ha venido a ser servido sino a servir y dar su vida en rescate por muchos" (Mt 20, 28). Así, escribe san Pedro: "Que cada cual ponga al servicio de los demás los dones recibidos" (1 Pet 4, 10). Y san Pablo: "¿Qué tienes que no hayas recibido? Y si lo recibiste, ¿por qué te glorías como si no lo hubieras recibido?" (1 Cor 4, 7). "Ninguno de nosotros vive para sí mismo, ni ninguno muere para sí mismo. Si vivimos, para el Señor vivimos; y si morimos, para el Señor morimos. Porque ya vivamos, ya muramos, del Señor somos" (Rom 14,7-8). "Gratis lo habéis recibido, dadlo gratis" (Mt 10, 8b), decía el Señor a sus discípulos. Y el ángel que se apareció a los pastores les dijo: "Os anuncio una gran alegría, que lo será para todo el pueblo: hoy, en la ciudad de David, os ha nacido el Salvador,  que es el Cristo, el Señor ... " (Lc 2, 10-11) 

Hay infinidad de citas, tanto del Antiguo como del Nuevo Testamento, en las que se pone de manifiesto, primero que Dios es el centro de todo"Amarás al Señor, tu Dios, con todo tu corazón, con toda tu alma y con todas tus fuerzas" (Dt 6,5). Y, segundo, que lo que ha revelado a unos pocos -su Amor- no es sólo para ellos sino que tienen el deber de darlo a conocer a todos para que todos se pueden enriquecer y encontrar un sentido a sus vidas "Que estas palabras que Yo te dicto estén en tu corazón. Las repetirás a tus hijos, y hablarás de ellas cuando estés sentado en casa y al ir de camino, al acostarte y al levantarte" (Dt 6, 6-7). La palabra de Dios no es para guardársela uno para sí mismo, sino para comunicarla a los demás: "Observad que no he trabajado sólo para mí, sino para cuantos buscan la instrucción" (Eclo 33, 18)

Todo esto no es sino una manifestación concreta del segundo de los dos grandes mandamientos, a saber: "Amarás a tu prójimo como a tí mismo" (Dt 6, 18b). Jesús hace referencia a los dos grandes mandamientos del Amor: el amor a Dios y el amor al prójimo y afirma que "de ellos penden toda la Ley y los Profetas" (Mt 22, 36-40). También san Pablo dijo que "el Amor es la plenitud de la Ley" (Rom 13, 10b). Y es el Amor -y no otra cosa- la razón principal -la única, diría yo- por la que Jesús no usó nunca el Poder que tenía en beneficio propio, pues su misión era la de manifestar al mundo el inmenso Amor y predilección que tenía Dios por todos y por cada uno de los seres humanos, sin excepción. 

Todo el Nuevo Testamento está en perfecta consonancia con la enseñanza de Jesucristo: los discípulos de Jesús- todos y cada uno- vivieron la Vida de Jesús en sí mismos, sin perder, por ello, su propia personalidad. Este amor que experimentaron tenían también que transmitirlo de alguna manera al resto de la gente, asistidos por el Espíritu Santo, que lo haría posible. Y es así que san Pablo pudo decir, en acción de gracias: "Bendito sea el Dios y Padre de nuestro Señor Jesucristo (...) que nos consuela en todas nuestras tribulaciones, para que también nosotros podamos consolar a cuantos están afligidos, con el consuelo con el que nosotros mismos somos consolados por Dios" (2 Cor 1, 3-4) 

El falso profeta sólo busca su propio interés y medrar; piensa en sí mismo -en escalar puestos, en su comodidad, etc...-, de modo que "ve venir al lobo, deja las ovejas y huye- y el lobo las arrebata las dispersa-, porque es asalariado y no le importan las ovejas" (Jn 10, 12-13). Contra ellos nos previene Jesús: "Guardaos de los falsos profetas, que vienen a vosotros disfrazados de ovejas, pero por dentro son lobos rapaces" (Mt 7, 15).  Y no sólo nos previene sino que nos da la solución para que podamos saber, sin miedo a equivocarnos, si nos encontramos ante un falso profeta o no. Y la "receta" es muy sencilla: "Por sus frutos los conoceréis" (Mt 7, 16). De ahí la enorme importancia que tiene seguir el consejo del Señor: "Vigilad y orad para no caer en la tentación; pues el espíritu está pronto, pero la carne es débil" (Mt 26, 41). 

De manera que sin la oración y el trato con el Señor estamos perdidos. Debemos poner todos los medios a nuestro alcance y el Señor pondrá el resto. Él nunca abandona a aquellos que le buscan con buena voluntad. Si así lo hacemos, podemos estar tranquilos y no perder la paz, por muy difíciles que sean las pruebas a las que tengamos que ser sometidos; las cuales servirán, además, para purificar nuestras intenciones y para fortalecernos en lo que verdaderamente importa: nuestra voluntad firme de estar siempre junto al Señor, amándolo y dejándonos amar por Él. 


(Continuará)

martes, 3 de febrero de 2015

Rabbitgate (2/2) [Christopher A. Ferrara]


 Christopher A. Ferrara
[El original en inglés puede leerse pinchando aquí]

Este artículo es mi visión sobre el impacto que ha tenido el escándalo causado por la reciente conferencia de prensa en el avión que transportaba a Francisco de Manila a Roma. El titular, absolutamente predecible, rezaba: “El Papa Francisco: los católicos no tienen que criar como conejos”. Que se abstengan los objetores de molestarme a mí o a este periódico, hablando de una “mala traducción” o de “todo el contexto” de las palabras del Papa, o con minucias como que “el Papa no dijo criar como conejos, sino ser como conejos”. He visto la entrevista entera en italiano, la he comparado con la transcripción proporcionada por la revista América, y puedo confirmar que el Papa dijo lo que dijo, y que su “contexto” no sólo no disminuye, sino que empeora el escándalo que ha causado, una vez más por hablar de manera improvisada; es decir, el escándalo que ha causado por decir lo que realmente piensa, que se supone es la gran ventaja de hablar “desde el corazón”, en lugar de leer siempre de textos preparados, como su predecesor cohibido. 

Lo primero de todo  “Rabbitgate”, tal y como los blogueros católicos lo han apodado, es otro ejemplo de un espectáculo sin precedentes en la historia del papado: un Papa que públicamente e incesantemente denuncia a sus súbditos por su apego a las doctrinas y disciplinas de la Iglesia. Hasta ahora la Iglesia nunca ha tenido que soportar a un Papa que condena a los miembros de su grey porque observan ciertas reglas o demuestran una fe intransigente a un cierto estilo católico del pasado. Hasta ahora nunca se ha visto a un Papa que muestra nada más que indulgencia hacia los disidentes respecto a las enseñanzas de la Iglesia en materia de fe y moral, a la vez que declara, con desdén,- en una exhortación apostólica, nada menos,- que “una supuesta solidez de doctrina y disciplina llevan a un elitismo narcisista y autoritario”.

Sin embargo, mientras que antes Francisco limitaba sus asombrosas denuncias de ortodoxia y ortopraxis a grupos no definidos de fieles, durante la conferencia de prensa en el avión de vuelta de Manila hizo algo que la Iglesia nunca ha visto hasta ahora: denunció a una sola mujer que había conocido en una parroquia de algún lugar, porque confiaba que Dios le ayudaría en su octavo embarazo que requeriría una cesárea. Dando rienda suelta a su deseo, que parece insaciable, de hablar a la prensa, Francisco añadió estas palabras infames a una serie de pronunciamientos infames que no tienen parangón entre todos Papas que le han precedido:

Esto no significa que el cristiano debe hacer hijos en serie. Reprendí a una mujer, hace unos meses, en una parroquia, que estaba embarazada de su octavo hijo, con siete cesáreas. “¿Pero quieres dejar a siete huérfanos? Esto es tentar a Dios. Él [Pablo VI] habla de paternidad responsable.”

Aunque parezca increíble, el mismísimo Vicario de Cristo suministró a los medios de comunicación del mundo los datos suficientes para que fuera evidente a todos los que conocen a esta mujer que el Papa le había reprendido personalmente, por ser una madre irresponsable que ha cometido el pecado de tentar a Dios, cuando en realidad está practicando una virtud heroica al aceptar a todos los hijos que Dios le ha dado, con la asistencia de un procedimiento que la medicina moderna otorga a las madres con embarazos complicados de manera rutinaria. (Todos conocemos y admiramos a madres católicas que han dado a luz a bebés sanos gracias a múltiples cesáreas.)

Antonio Socci ha subrayado un aspecto devastador de este pontificado cada vez más estrambótico: “Si [la mujer] hubiera dicho que usaba la píldora o que estaba divorciada, [Francisco] hubiera dicho ¿quién soy yo para juzgar?” Otra vez este Papa, cuyo mensaje mediático es de misericordia y compasión, ha mostrado una total falta de misericordia y compasión para con los católicos que luchan heroicamente por vivir su fe conforme a la enseñanza, exigente pero liberadora, de la Iglesia.

Pero esta vez nuestro 
extraño Papa  ha ido demasiado lejos, incluso para muchos de sus más acérrimos defensores. No quedó ahí la cosa; Francisco quiso denunciarla una segunda vez hacia el final de la conferencia. Fue en respuesta a una pregunta contenciosa de un periodista sobre si la pobreza en Filipinas está relacionada con el hecho de que la mujer filipina tiene como media tres hijos o más:


Ese ejemplo que mencioné hace poco de la mujer que esperaba su octavo (hijo) tras siete cesáreas. Eso es una irresponsabilidad [dicho con énfasis] “No, pero yo confío en Dios” [mofándose de su supuesta convicción] Pero Dios te da métodos para ser responsable. Algunos piensan, disculpen si uso esa palabra, que para ser buenos católicos tenemos que ser como conejos. No. ¡Paternidad responsable! Esto está claro, es por lo que hay grupos matrimoniales en la Iglesia, hay expertos en este tema, hay pastores. Uno puede buscar y conozco muchísimas formas de evitar esto, que son lícitas, y que pueden ayudar. Ha hecho bien en preguntarme.

Estas palabras revelan la mentalidad que hay detrás. ¿Qué tipo de Papa denunciaría públicamente por tentar a Dios a una mujer católica que confía en Su Providenciauna confianza tan evidentemente premiada, con tantos niños alumbrados felizmente? ¿Qué tipo de Papa utilizaría a esta mujer como ejemplo de católicos que creen que deben “ser como conejos”, y de esta manera dar credibilidad a la caricatura maliciosa que hace el mundo de las madres católicas? 
[Los blogueros neo-católicos en el “Equipo Bergoglio”, a la desesperada, sacaron el comentario del “conejo” del contexto de la mujer que citó Francisco, argumentando que el Papa hablaba de manera general sobre la enseñanza católica]

Además, ¿qué tipo de Papa se referiría a muchísimas formas de evitar el embarazo, como si la paternidad fuera algo de lo cual los católicos necesitan una escapatoria? Y ya que estamos, ¿qué quiere decir Francisco cuando habla de muchísimas formas de evitarlo, dado que la abstinencia, periódica o permanente es la única manera lícita de evitar un embarazo, y ésta sólo por razones graves?

Pero las revelaciones no acabaron aquí. Prosiguió Francisco con esta observación sobre los filipinos que viven en la pobreza:

Otra cosa curiosa en relación a esto es que para la gente más pobre un hijo es un tesoro. Es verdad que hay que ser prudente incluso aquí, pero para ellos un hijo es un tesoro. Algunos diría “Dios sabe como ayudarme” y quizás algunos de ellos no son prudentes, es cierto. Pero miremos también la generosidad de ese padre y esa madre que ven en cada hijo un tesoro.

¿Por qué piensa Francisco que es “curioso” que para los más pobres un hijo es un tesoro? ¿Por qué dice “incluso aquí” – con los más pobres – “hay que ser prudente”, como si sugiriese que los más pobres se pueden permitir ser algo menos “responsables” a la hora de concebir hijos, porque para ellos son un tesoro y no tienen otro tesoro? Un hijo es un tesoro para todo el mundo, sea rico o pobre, no solamente “para ellos”, los más pobres. Y si cada hijo es un tesoro para cada persona a quien Dios decide conceder un hijo, ¿con qué derecho condenó dos veces Francisco a una mujer – evidentemente no una mujer muy pobre – que ha traído al mundo a ocho hijos, con la ayuda de un procedimiento médico corriente?

En resumidas cuentas, el hombre que la prensa ha idolatrado como un humilde y tierno pastor de almas, mediante una comparación odiosa con su predecesor, aquí ha revelado tener una faceta bastante mezquina y no poca condescendencia hacia los pobres. Incluso tras la inevitable “aclaración” dos días más tarde, con el Papa leyendo un texto preparado en su audiencia del miércoles que alababa las familias numerosas y afirmaba que cada hijo es un regalo de Dios, no hubo ni rastro de una disculpa hacía la mujer que había calumniado delante del mundo entero, precisamente porque había aceptado, de manera valerosa, ocho regalos de Dios.

“Rabbitgate” puede ser el punto de inflexión en el pontificado de Bergoglio, tal y como fue Watergate en la presidencia de Nixon, un acontecimiento apropiado para un pontificado que se asemeja muchísimo a una presidencia. La blogosfera está repleta de protestas de madres de ocho o más hijos que ahora se dan cuenta de lo que este periódico lleva meses denunciando: que algo gordo falla en este pontificado, algo que la Iglesia no había experimentado antes.

Un colaborador de la página resolutamente centrista, Aleteia.org, ha observado: "si Facebook es representativo, muchas familias numerosas sienten bastante menos amor por Francisco, después de los conejos". Mientras que estas mismas personas, por lo general, han aceptado sin rechistar las palabras y gestos escandalosos de este Papa, dejando que protesten los tradicionalistas, esta vez Francisco ha hecho mella en el católico “conservador” de a pie, y los ojos se están abriendo. Escribe el mismo autor: “Si después de los “conejos” para tí Francisco no es lo que era, que así sea. Jesucristo aún reina.” Añado un sentido amen.

La percepción, cada vez más amplia, de que Francisco está fuera de control podría ser un factor crucial en la consolidación de la resistencia jerárquica y laica, que será necesaria para evitar el debacle que claramente tiene en mente para el Sínodo de 2015, si es que podemos hacernos una idea por la elección del líder de su Consejo de Ocho.  Tal y como el Cardenal Maradiaga declaró recientemente, con toda la imprudencia que le ha merecido el apodo de “Mad Dog Maradiaga”:

El Concilio propulsó renovaciones institucionales, siguiendo la lógica del Espíritu. Estas reformas engloban todos los niveles de la organización eclesial… Pero los cambios funcionales e institucionales en sí mismas resultaron ser insuficientes, superficiales… El Papa quiere llevar esta renovación hasta el punto en que será irreversible.

Mientras que Francisco nos cuenta lo que realmente piensa y enajena a un número creciente de fieles, que caen en la cuenta de que este papado es peligrosamente disfuncional, sólo nos queda rezar para que lo que vemos sea el Espíritu Santo, escribiendo recto con renglones torcidos. Es muy posible que la amenaza representada por el Bergoglianismo será evitada por las meteduras de pata del mismo Jorge Bergoglio.




Por otra parte, el Papa que condena públicamente a una madre de ocho hijos por “irresponsable”, concede una audiencia privada a una pareja homosexual “transexual”El bergoglianismo da un nuevo giro hacía la locura. El mismo Papa que quiso aprovechar una conferencia de prensa para condenar a una madre católica con ocho hijos por tentar a Dios, acaba de recibir en una audiencia privada en su residencia a una mujer que procura convertirse en hombre mediante cirugía de “cambio de sexo” y su llamada “prometida”. Una versión habla de su “mujer”, pero al parecer la “boda” tendrá que esperar hasta que se complete el procedimiento de reasignación de género de “Diego”.

La audiencia, que tuvo lugar el 24 de enero a las 17 horas, fue después de que Francisco hiciera personalmente dos llamadas telefónicas a la mujer, que ahora se hace llamar Diego, quien se había quejado de que su párroco había condenado su “cambio de sexo” y que se sentía marginada en la Iglesia. La primera llamada ocurrió en la fiesta de la Inmaculada Concepción y la segunda en Noche Buena, cuando Francisco invitó personalmente a “Diego” y su “prometida” a visitarle en el Vaticano.

Así que tenemos a un Papa que concede una audiencia privada a una “pareja transexual”, a la vez que se niega a reunirse con el fundador de los Frailes Franciscanos de la Inmaculada, cuya orden católica floreciente ha destruido, o con el solitario obispo de Paraguay a quien depuso de su diócesis, rebosante de vocaciones, porque se le opuso el episcopado paraguayo, dominado por progresistas, que espantan a millones de católicos de la Iglesia.



Christopher A. Ferrara