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sábado, 6 de diciembre de 2014

Fundamentalismo cristiano 2ª (10) [Violencia cristiana-1]



Si se desea acceder al Índice de esta primera parte sobre Fundamentalismo cristiano, hacer clic aquí

Bien, continuamos analizando las palabras del papa Francisco en su entrevista con Cymerman, en junio de este mismo año, en donde afirmaba que algunos grupos cristianos, aunque pocos, son también fundamentalistas. Previo a lo cual había dicho que la estructura mental de un grupo fundamentalista es violenta, es violencia en nombre de Dios, aunque no pegue ni mate a nadie.  Como ya demostramos en su momento (y aunque parezca increíble), cuando el Papa habla de cristianos fundamentalistas se está refiriendo a los que son fieles a la Tradición de la Iglesia, y éstos no son, precisamente, cristianos violentos, desde ningún punto de vista (se incurre en una contradicción), equiparándolos (¡pues los mete a todos en el mismo saco!) a los grupos fundamentalistas judíos e islámicos, en los que sí se da tal violencia, particularmente en los últimos.

Podríamos pensar en que se trató de un "lapsus" por parte del Papa, pero lo cierto es que, en la conferencia de Prensa que dio durante su vuelo de regreso de Turquía a Roma el 30 de Noviembre de 2014, vuelve a utilizar la misma palabra "fundamentalista" refiriéndose a cierto grupo de cristianos, coincidiendo, como era de esperar, con lo que manifestó en la entrevista que le concedió al periodista Henrique Cymerman el pasado 13 de Junio de 2014, que es la que estamos tomando como referencia en este estudio, pues ahora dice, partiendo de que hay actos terroristas islámicos.

"Muchos, muchos musulmanes se sienten ofendidos, y dicen: «No, nosotros no somos así. El Corán es un libro de paz, es un libro profético de paz. Esto no es el Islam» Creo que – al menos yo lo creo, sinceramente – no podemos decir que todos los musulmanes son terroristas: no se puede decir. Como no se puede decir que todos los cristianos son fundamentalistas, porque también nosotros los tenemos. En todas las religiones existen estos pequeños grupos".  

Por lo visto, parece que todo el que no comulgue con las ideas del Papa es un fundamentalista. De entrada, como ya hemos comentado muchas veces en este blog, el Papa no es Jesucristo y puede equivocarse cuando no habla "ex cathedra". No se puede decir amén a todo cuanto diga el Papa en cualquier ocasión. Eso sería un insulto a nuestra inteligencia y a la capacidad de razonar que Dios nos ha dado. Porque resulta que los cristianos calificados por él como "fundamentalistas cristianos" no se dedican a violar, asesinar, degollar y crucificar como sí lo hacen los fundamentalistas islámicos. La comparación que realiza el Papa es, a todas luces, injusta para con estos cristianos que aman la Tradición y aman a Jesucristo.


Que todos los musulmanes no son terroristas ya lo sabemos. Aunque nunca nos viene mal que nos lo recuerden ... Hasta aquí, correcto. Pero es que esos musulmanes a los que se refiere el Papa, aquellos que dicen que "el Corán es un libro profético de paz", yerran completamente, porque lo que se lee en el Corán no es eso sino lo contrario, a saber:

Matadlos dondequiera que los encontréis y expulsadlos de donde os hayan expulsado. La oposición [a vuestra creencia] es más grave que matar”[Corán 2:191]

Y no los matasteis vosotros, Alá los mató. Ni tirabas tú cuando tirabas sino que era Alá quien tiraba”.[Corán 8:17]

Como se ve aquí no aparece la idea de paz por ninguna parte. Es más, lo que podríamos deducir, en buena lógica, es que los buenos musulmanes, los que no son terroristas, lo son en tanto en cuanto no siguen las enseñanzas del Corán. Aunque ... lo peor de todo es que el mismo Santo Padre, en su exhortación apostólica Evangelii Gaudium, piense que el Corán es un libro de paz:  " Frente a episodios de fundamentalismo violento que nos inquietan, el afecto hacia los verdaderos creyentes del Islam debe llevarnos a evitar odiosas generalizaciones, porque el verdadero Islam y una adecuada interpretación del Corán se oponen a toda violencia (punto 253)". Esto es difícil de entender y de admitir; pues si nos atenemos a las palabras del Corán, que se han leído más arriba; y si ellos creen en esas palabras a pie juntillas ... la conclusión lógica a la que se llega es que los verdaderos creyentes del Islam son los más violentos de todos, en contra de lo que afirma el papa Francisco.



Lo más extraordinario de todo es que gracias a los llamados cristianos "fundamentalistas" la Iglesia no se derrumbará del todo. No es justo utilizar la palabra "fundamentalista" para referirse a aquellos cristianos que se toman en serio el Evangelio y que son completamente fieles a la Iglesia de veinte siglos; cristianos que tienen muy claro que "en cuanto al fundamento nadie puede poner otro distinto del que ya está puesto, que es Jesucristo" (1 Cor 3, 11). Tal vez habría que llamarles cristianos "fundamentistas", cristianos cuya vida tiene un fundamento y una razón de ser que es Jesucristo; pero nunca "fundamentalistas", pues tal palabra lleva consigo la idea de violencia, como bien dijo el propio Papa, y tales cristianos no son violentos para con los demás: tal vez lo sean para con ellos mismos, en tanto en cuanto "el Reino de los Cielos padece violencia" (Mt 11, 12) y es preciso hacerse violencia para alcanzarlo. 

No cabe duda de que Dios pondrá todas las cosas en el lugar que les corresponde, aunque se reserva para Sí el tiempo en el que hará efectivas tanto su justicia como su misericordia. Es asombroso e inaudito que tal acusación de "fundamentalistas" a los cristianos que viven conforme a la Tradición de la Iglesia, haya salido de la boca del propio Papa. Todo esto es grave y está llevando a poner en entredicho -y cada vez con mayor fuerza- si estamos o no ante el verdadero Papa. Puede leerse a este respecto el artículo de Fray Gerundio


La división interna que está teniendo lugar en el seno de la propia Jerarquía Eclesiástica es ponzoñosa y dañina para la Iglesia de Cristo y para sus fieles, que se encuentran -cada vez más- como "ovejas sin pastor" (Mt 9, 36). Las palabras de Jesús son clarísimas: "Todo reino dividido contra sí mismo queda desolado; y cae casa sobre casa" (Lc 11, 17). Es verdaderamente milagroso que la Iglesia aún perviva, lo cual ocurre porque las palabras de Jesucristo no pueden dejar de cumplirse: "El Cielo y la Tierra pasarán pero mis palabras no pasarán" (Mc 13, 31). Y entre esas palabras se encuentran las que pronunció con respecto a su Iglesia, y es que -pese a todas las dificultades- "las puertas del Infierno no prevalecerán contra ella" (Mt 16, 18).


La Iglesia no podrá ser destruida, por muy grande que sea el empeño de todos "los hijos del Diablo" (1 Jn 3, 10) en llevar a cabo esa labor, pero sí es cierto que serán muy pocos los cristianos que sigan manteniéndose fieles a Jesucristo y a su verdadera Iglesia, la cual quedará reducida a su mínima expresión, según palabras del propio Jesús: "¿Pensáis que cuando venga el Hijo del hombre encontrará fe sobre la tierra?" (Lc 18, 8). 

Los pocos que queden -además- serán perseguidos y considerados malditos por lo que podríamos denominar Iglesia "oficial": "Se acerca hora en la que quien os dé muerte piense que así está sirviendo a Dios" (Jn 16, 2). Una Iglesia que lo será sólo de nombre, puesto que habrá renegado de sus raíces, haciéndose mundana y arrastrando consigo a infinidad de cristianos, que ya no serán tales [aunque se les hará creer que lo son para adormilar su conciencia], pues -comenzando por los propios Jerarcas- cuestionarán las verdades fundamentales de la fe, entre ellas todas las relativas a los dogmas que, como sabemos, son intocables, así como la propia historicidad de los Evangelios. 


Todo lo sobrenatural será negado. De la Biblia se tomarán sólo aquellas sentencias o dichos que "interesen"  a los que --arbitrariamente- han decidido lo que es -o lo que debe ser- la Iglesia, intentando hacer así tabla rasa de la fe de dos mil años de Historia ... como si la Iglesia Católica verdadera fuese la que ha ido surgiendo a partir del Concilio Vaticano II que, como sabemos, data de hace sólo cincuenta años.


Y, lo que es más grave, a esta "nueva religión", inventada por los hombres (incluidos muchos jerarcas que han dejado de creer en Dios), se le pretenderá seguir llamando -de modo hipócrita- religión católica, para confundir a muchos, pero no será tal, pues nada tendrá ya que ver esa "religión" con la única y verdadera Iglesia de Jesucristo, la que Él fundó. Ésta quedará reducida a un estado catacumbal, como en los primeros años de la era cristiana.


Los verdaderos cristianos serán perseguidos por la propia Jerarquía, aunada con el mundo, ante el cual habrá claudicado, pues se regirá únicamente por criterios meramente humanos y racionalistas, criterios sólo para este mundo, como si no existiera otro. 


Aparentemente, la victoria será de Satanás que es, al fin y al cabo, el Príncipe de este mundo (Jn 14, 30), como así lo llama el Señor en multitud de ocasiones. Y si así lo llama es porque lo es (se le ha permitido serlo, en razón del pecado). Pero tal victoria que será real [pues arrastrará consigo a millones de cristianos, que lo serán ya sólo de nombre por haber renegado de su fe en Jesucristo y en lo sobrenatural] no será definitiva. La última palabra la tiene reservada Jesucristo, Aquél que es "el lucero radiante de la mañana" (Ap 22, 16), quien "vendrá sobre una nube con gran poder y majestad" (Lc 21, 27)

(Continuará)

martes, 2 de diciembre de 2014

Torquemada y la Inquisición Española (Caponnetto)

La serie de RTVE "Isabel" hace referencia a la vida de Isabel la Católica (1451-1504) y de su tiempo. No es una serie para niños. Se ha emitido a lo largo de tres temporadas de 13 episodios cada una, siendo la duración de cada episodio de unos 70 minutos, aproximadamente. El último episodio se emitió ayer, 1 de diciembre. Los escenarios y paisajes están muy bien conseguidos, así como el vestuario, que es muy rico y abunda en infinidad de detalles que te sitúan muy bien en aquella época histórica. Respecto a la interpretación de los personajes es magnífica. En fin, es una serie que "engancha", por así decirlo. 

Quedaría, sin embargo, mucho mejor -y no perdería nada, sino todo lo contrario- si se hubieran suprimido algunas escenas de sexo explícito, que son innecesarias. Es cierto que no abundan y que, además, no se extralimitan en el tiempo que se les dedica, que es breve. En ese sentido, se podrían pasar por alto, pero ello -entre otras cosas- la hace no aconsejable para jóvenes. 

Por otra parte -y esto es lo más importante- se requiere de un mínimo de conocimientos y de formación histórica, así como de cierta madurez y visión crítica para no encandilarse demasiado y pensar que todo ocurrió tal y como se cuenta en la serie. Ciertamente, hay rigor histórico en lo que se refiere a las fechas de los distintos acontecimientos así como en lo que concierne a la existencia de todos los personajes que aparecen, lo que es digno de tener en cuenta.

Bien diferente es tragárselo todo, acríticamente y dar por sentado la veracidad de ciertas interpretaciones de la historia que forman parte de lo que suele denominarse leyenda negra. En la historia se dan muchas falsificaciones para influir en el ánimo de los ciudadanos en un determinado sentido, muy bien estudiado para conseguir el efecto que se desea. Eso no debemos olvidarlo. [No hay más que ver lo que está ocurriendo hoy en día con la famosa ley de memoria histórica que debería llamarse ley de mentira histórica]. Sobre Isabel la Católica hay abundante bibliografía. Es conveniente elegir aquellos que estén bien documentados y que posean, por lo tanto, una mayor objetividad. En particular, yo aconsejaría la lectura de Isabel íntima de José María Zavala. Es un libro ameno y merece la pena leerlo, pues te da una perspectiva realista de la Historia más en conformidad con los hechos que verdaderamente tuvieron lugar. Y es importante, sobre todo, porque lo que se cuenta -como digo, siempre muy bien documentado- no coincide, a menudo, con la versión que aparece en los libros de texto o bien con la que les transmiten en clase a los alumnos algunos profesores de historia [afortunadamente no todos, pero sí una inmensa mayoría] versión, con bastante frecuencia, muy ideologizada y falta, por lo tanto, de objetividad.

Algo que me llamó especialmente la atención al ver la serie fue el modo en el que se presentaba en ella la figura del Inquisidor General de Castilla y Aragón, fray Tomás de Torquemada (1483-1498). Aparece como un hombre cruel y despiadado, sin corazón y sin entrañas. En concreto puede observarse lo que digo en el episodio 7 de la temporada 2, en donde ordena quemar a un judío converso, a sabiendas de que es inocente de lo que se le acusa. Esto por poner sólo un ejemplo. Hay muchos puntos que se tocan en la serie cuya interpretación es, cuando menos, discutible. Y en el caso particular de Torquemada todo lo que se cuenta sobre su actuación es, sencillamente mentira. 

Si algo hay de malo en Fray Juan de Torquemada es su apellido [Tor- "quemada"]. Tal vez si le hubiesen bautizado con otro nombre no habría tenido tan mala fama como sigue teniendo, pues en torno a él surgió una leyenda negra que perdura hasta nuestros días y que se enseña a los alumnos en los Institutos, dándolo como un hecho establecido e indiscutible, sin concederle siquiera el beneficio de la duda. Eso es lo que ocurrió. Y punto 


El alumno podría preguntar: ¿Y si no ocurrió exactamente como nos lo cuentan? ¿Pero realmente sucedió así?. ¿No habría que tener en cuenta algún matiz que se omite? Y la respuesta, más que probable del profesor, sería algo como esto: ¡No hagas tantas preguntas, apréndete lo que te diga, que por algo está escrito así en los libros. Y olvídate del tema! Desde luego así no se estaría fomentando el espíritu crítico y la curiosidad científica, que son propios de cualquier persona medianamente inteligente.

Y claro, esto es grave porque, en cuestiones de historia, (y en realidad en cualquier disciplina) sólo sabemos lo que nos cuentan los profesores. Salvo rarísimas excepciones [caso de alumnos excepcionales que investiguen o de aquellos otros que se dediquen al estudio de la Historia], en la memoria del alumno [del alumno estudioso, se entiende] quedarán fijadas para siempre, como reales, la interpretación de los hechos históricos que leyeron en los libros de texto o las que les explicaron los profesores de turno. No cabe duda de que cuando el río suena, agua lleva. Razón de más para que se investigue, porque es la verdad (en este caso, la verdad histórica) lo que está en juego. Y eso es peligroso, un peligro del que tenemos que estar siempre muy alerta, porque también hoy sigue acechando: el peligro de las medias verdades, o si se quiere, de las medias mentiras que son aún peores que las mentiras descaradas, pues éstas saltarían a la vista y no podrían engañar tan fácilmente. 

En cualquier caso, es más que posible que el problema no sea sólo de los profesores (insisto en que no me refiero a todos los profesores, ni muchísimo menos) pues éstos, al fin y al cabo, hicieron su carrera de historia, en su momento y no se han dedicado a la investigación histórica; de modo que puede ocurrir perfectamente que ellos sean los primeros en estar convencidos de estarle diciendo la verdad a sus alumnos. Y el alumno, si no ha sido educado en "pensar", se tragará todo lo que le digan, puesto que se lo ha dicho el profesor, que es una persona muy culta y que sabe mucho. Craso error: nunca se sabe lo suficiente de nada. Y el alumno debe poseer un cierto espíritu crítico, como algo necesario para su formación.


De ahí la necesidad de elegir los libros de texto adecuados, en cuanto a contenido y a pedagogía; y de conocer lo más posible acerca de las personas que los han escrito. Éstas deben de ser personas de reconocido prestigio y, sobre todo, de una honradez intelectual a prueba de fuego. Y todos sabemos que abundan poco, para desgracia de todos: de los alumnos, de los mismos profesores y de la sociedad entera.

Y ciñéndonos ya al caso que nos ocupa de fray Tomas de Torquemada, es preciso decir que casi todo lo que se cuenta -por no decir todo- está a años-luz de la verdad. No porque lo diga yo, que no soy historiador. Pero, ante ciertos hechos que me parecen extraños me gusta investigar un poquito. Y esto es lo mejor que he encontrado, en lo que se refiere a Torquemada. 


Antonio Caponnetto
Se trata de unas conferencias del doctor Antonio Caponnetto, de entre las cuales he entresacado un archivo de audio muy interesante que pienso que puede servir, si no para clarificar completamente las ideas que se tienen acerca de Fray Juan de Torquemada -lo que me parece casi imposible- al menos para hacer reflexionar al lector, de modo que aprenda a no comulgar con todo lo que se le diga. Para conocer más sobre Antonio Caponnetto puedes hacer clic más arriba donde aparece su nombre subrayado en rojo o bien hacer clic aquí  y escuchar la presentación que hacen de él poco antes de comenzar su conferencia. Son tan solo 2 minutos y 20 segundos. Respecto a la duración del "trozo" de conferencia es también breve. Dura 7 minutos y 35 segundos. Tal vez, al oírla, más de uno se lleve una sorpresa, con respecto a lo que siempre había creído ser verdad.

lunes, 1 de diciembre de 2014

Papa Francisco rezando en dirección a la Meca (Jean-Marie Guénois, Le Figaro)

(Del vaticanista de Le Figaro‘s, Jean-Marie Guénois)

El Papa Francisco ha rezado explícitamente, el sábado por la mañana, 29 de noviembre, en la mezquita azul de Estambul al lado del gran Mufti. Es la primera vez que ocurre tal cosa. En una misma situación en 2006, Benedicto XVI simplemente permaneció en contemplación, de una forma mucho más discreta, y fue suficiente para haber levantado una controversia. Algunos decían que el Papa alemán había “rezado” en la mezquita. Para otros no, porque un cristiano, el Papa con más motivo, no podía -afirmaban- rezar en un lugar de culto musulmán. Prudentemente, el Vaticano se decantó por la “contemplación” de Benedicto XVI


Es, sin duda, con el fin de evitar la ambigüedad pero, sobre todo, por profunda convicción [Francisco planteó el “diálogo” con los demás, y con otras religiones, como una prioridad de su pontificado] que el sucesor de Benedicto XVI, en la misma mezquita, cruzó visiblemente los dedos, e inclinó profundamente la cabeza hacia delante mientras cerraba los ojos profundamente, dos o tres minutos, para obviamente rezar. Y así… dejar claro que estaba rezando. Y esto en dirección del Mihra, ese nicho en la pared enmarcado por dos columnas que indica la Qibla, es decir, la dirección de la Kaaba en La Meca.



Un fuerte gesto en forma de mensaje que se inscribe en la línea [general] de este viaje, que se entiende como una mano tendida al Islam con el fin de luchar contra el “fundamentalismo“, como Francisco explicó ayer en Ankara, en el primer día de la visita. Se terminará mañana, 30 de noviembre, cuando el Papa asista a la Divina Liturgia Ortodoxa con el Patriarca Bartolomé.

Momentos después de esta espectacular oración, el mismo sábado por la mañana, el padre Federico Lombardi, portavoz del Vaticano, se apresuró a especificar que era, de hecho, una “adoración silenciosa”. El Papa, según Lombardi, también ha dicho a su anfitrión musulmán que “nosotros debemos adorar a Dios”

Esta parada en la mezquita, donde no se esperaba ninguna alocución, debe ser uno de los momentos fuertes de su visita de tres días a Turquía. Y lo ha sido tanto que permanecerá como un fuerte gesto de Francisco. Porque él se ha atrevido a hacer allí lo que ninguno de sus predecesores había hecho nunca: orar abiertamente en una mezquita codo a codo con un dignatario musulmán.

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Me gustaría hacer unas breves reflexiones al respecto. Con relación al Papa un católico debe de tener muy claro en su mente: primero, que el Papa es la máxima autoridad de la Cristiandad y como vicario y representante de Cristo en la Tierra que es, no puede ser juzgado por nadie: sólo Dios puede juzgarle; y segundo que al Papa se le debe respeto y obediencia, dado lo que representa y a quien representa. Esto no debemos olvidarlo.

Sin embargo, dicho esto, y puesto que todos los cristianos somos -por la gracia de Dios- miembros de la Iglesia, Cuerpo Místico de Cristo; y dado, además, que la facultad de pensar es algo que de Dios hemos recibido para que la ejerzamos, no podemos menos que expresar nuestra preocupación y nuestro desconcierto ante ciertas palabras y ciertos modos de actuar del papa Francisco. No podemos juzgar de sus intenciones, cuyo propósito parece ser el de fomentar la unión entre las distintas religiones y el Ecumenismo. Pero estamos en nuestro derecho a expresar la confusión y la preocupación e inquietud que sentimos, y a manifestar que, sencillamente, no lo entendemos.

Por ejemplo, no se entiende que el Papa diga que "el Corán es un libro profético de paz", cuando se sabe que incita a la violencia y a la muerte de los que no creen en Alá. Este asunto ha sido abordado ya en este blog, en varias ocasiones (pinchar aquí y aquí)


No se entiende que el Papa "rece" junto al gran Muftí, en la mezquita azul de Estambul, mirando en dirección a la Meca, tal como hacen los musulmanes: ¿A qué Dios está rezando? Porque Alá no es el Dios de los cristianos. Para los musulmanes Jesucristo es un blasfemo y un falso profeta y, por supuesto, no es Dios. 


Y en las Sagradas Escrituras se puede leer, sin que haya lugar a ningún tipo de ambigüedad: "El que me odia a Mí -decía Jesús- odia también a mi Padre" (Jn 15, 23). "Nadie va al Padre si no es a través de Mí" (Jn 14, 6). "Todo el que niega al Hijo tampoco tiene al Padre" (1 Jn 2, 23), etc ... , donde queda suficientemente clara la necesidad de creer en Jesucristo, como verdadero Dios que es, además de ser perfecto hombre; y que no hay otro camino para salvarse: "En ningún otro está la salvación; pues no hay ningún otro nombre bajo el cielo, dado a los hombres, por el que podamos ser salvados" (Hech 4, 12). Además, decía también Jesús: "Si alguien se avergüenza de Mí y de mis palabras, en esta generación adúltera y pecadora, el Hijo del Hombre también se avergonzará de Él cuando venga en la gloria de su Padre acompañado de sus santos ángeles" (Mc 8, 37). Las citas pueden multiplicarse. Y su interpretación no deja lugar a dudas, puesto que se trata de afirmaciones clarísimas y tajantes.

J.M.F.

sábado, 22 de noviembre de 2014

Razones de la Encarnación (10 de 10)

Como colofón a este breve estudio anoto, en primer lugar, algunos párrafos de lo que dice Santo Tomás de Aquino en su obra Suma contra Gentiles libro 4, capitulo 27, que hablan sobre la Encarnación. Dice así:
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El misterio de la encarnación es, entre todas las obras divinas, el que más excede la capacidad de nuestra razón, pues no puede imaginarse hecho más admirable que éste de que el Hijo de Dios, verdadero Dios, se hiciese hombre verdadero. Y, siendo lo más admirable, se seguirá que todos los demás milagros estarán relacionados con la verdad de este hecho admirabilísimo (...).

Y confesamos esta admirable encarnación de Dios por enseñárnosla la autoridad divina. Porque dice San Juan: Y el Verbo se hizo carne y habitó entre nosotros. Y el apóstol Pablo, hablando del Hijo de Dios, dice: Quien, existiendo en la forma de Dios, no reputó codiciable tesoro mantenerse igual a Dios, antes se anonadó, tomando la forma de siervo y haciéndose semejante a los hombres (...)

También muestran suficientemente esto las palabras del mismo Señor Jesucristo, que a veces habla de sí humilde y llanamente; por ejemplo: El Padre es mayor que yo; y triste está mi alma hasta la muerte, y son cosas éstas que le convienen según la humanidad asumida; por el contrario, otras veces dice de sí cosas sublimes y divinas: Yo y el Padre somos una sola cosa y todo cuanto tiene el Padre es mío, que le competen ciertamente según la naturaleza divina.



Demuestran también esto los hechos que leemos del mismo Señor. Pues que temió, se entristeció, tuvo hambre, murió, pertenece a la naturaleza humana; pero que curó enfermos por su propio poder, resucitó muertos, ejerció un dominio eficaz sobre los elementos del mundo, expulsó a los demonios, perdonó los pecados, resucitó de entre los muertos cuando quiso y, finalmente, que subió a los cielos, demuestran en Él un poder divino.
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En segundo lugar; y como respuesta a la pregunta de si se hubiera encarnado Dios de no haber pecado el hombre, en la parte III de su Suma Teológica, artículo 1, cuestión 3 contesta Santo Tomás:
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Unos dicen que el Hijo de Dios se hubiera encarnado aunque el hombre no hubiera pecado. Otros sostienen lo contrario. Y parece más convincente la opinión de estos últimos. Porque las cosas que dependen únicamente de la voluntad divina, fuera de todo derecho por parte de la criatura, sólo podemos conocerlas por medio de la Sagrada Escritura, que es la que nos descubre la voluntad de Dios. Y como todos los pasajes de la Sagrada Escritura señalan como razón de la encarnación el pecado del primer hombre, resulta más acertado decir que la encarnación ha sido ordenada por Dios para remedio del pecado, de manera que la encarnación no hubiera tenido lugar de no haber existido el pecado
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Santo Tomás es, pues, de la opinión de que la Encarnación del Hijo de Dios no habría tenido lugar de no haber pecado el primer hombre. De ahí que en la bendición del cirio pascual, en la noche del sábado santo, se proclame: ¡Oh feliz culpa que mereció tener tan gran Redentor!. Santo Tomás se apoya en los textos bíblicos como Lc 19, 10: El Hijo del hombre vino a buscar y salvar lo que estaba perdido. O bien 1 Tim 1, 15: Cristo Jesús vino al mundo para salvar a los pecadores. Y en otros análogos. Y continúa:
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Si el hombre no hubiera pecado, el Hijo del hombre no habría venido (...) El motivo de la venido de Cristo el Señor no fue otro que salvar a los pecadores. Suprímanse las enfermedades, quítense las heridas, y no habrá motivo alguno para que exista la medicina.
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Al expresarse así Santo Tomás está señalando una opinión, muy bien argumentada, pero sólo una opinión. Esto viene avalado porque él mismo, una vez expuestas  las razones anteriores, acaba diciendo: 
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Sin embargo, no por esto queda limitado el poder de Dios, ya que hubiera podido encarnarse aunque no hubiera existido el pecado.
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Yo soy de la opinión de que el Hijo de Dios se habría encarnado, de igual modo, aun cuando el hombre no hubiese pecado. Por supuesto que estoy de acuerdo con lo que dice santo Tomás acerca del Poder de Dios, el cual estaría limitado si decimos que la encarnación es imposible. Pero, además de su Poder, pienso -sobre todo- en su Amor.

Ciertamente, no podríamos saber nada del Amor de Dios de no haberse encarnado el Verbo, pero ahora que ya lo sabemos, aunque sea a posteriori, podemos hacer uso de este conocimiento para argumentar de otro modo que considero que es igualmente válido.

Desde luego, partimos del hecho de que Adán pecó. Y por eso la naturaleza humana está herida por el pecado de origen. No podemos saber lo que habría ocurrido de no haberse producido ese pecado. Todo lo que digamos, en este sentido, no serán sino futuribles: podemos pensar en una situación de felicidad, sin dolores ni sufrimientos, que se transmitiría de padres a hijos y en donde el hombre iría al cielo directamente, cuando así lo dispusiera Dios, sin pasar por el trance de la muerte, etc... pero todas estas cosas no dejan de ser meras elucubraciones que -la verdad sea dicha- no nos sirven de mucho, si es que sirven de algo.

La pregunta que nos hacemos, en este estudio, va por otros derroteros aunque, por idéntica razón, no podemos sacar conclusiones definitivas, ni siquiera conclusiones útiles, pues lo que pasó, pasó. No obstante, nunca nos vendrá mal ejercitar un poco nuestra imaginación que es también una facultad recibida de Dios. Y manteniéndonos fieles a lo que ahora ya conocemos como verdad, pienso que podemos permitirnos hacer algunos pinitos.

Procuraré ser breve. Mi razonamiento es el siguiente:

Dios es Amor (lo es, en sí mismo: Santísima Trinidad)
Dios es soberanamente Libre (no estaba obligado a crear)
Dios decidió crearnos y hacernos partícipes de su dicha.
Dios nos puso a prueba y condicionó nuestra dicha a la superación de esa prueba. El hombre no superó la prueba. Y ya conocemos lo que hay.

¿Qué hubiese ocurrido si el hombre hubiese superado la prueba a la que fue sometido? Si habiendo fallado el hombre, como lo hizo, Dios lo llamó a ser su amigo y, para ello, se hizo hombre ... entonces, ¿por qué no iba a hacerlo también si el hombre hubiese actuado bien? ¿Acaso el Amor de Dios hacia el hombre sólo se daría si el hombre pecaba?

Yo lo pongo en duda. Pienso que el Amor de Dios hacia el hombre se habría manifestado, de manera análoga (aunque desconozco el cómo). Pienso que Dios se habría encarnado, igualmente porque, de no ser así su amor hacia nosotros (no habiendo pecado) hubiese sido menor que el que ahora nos tiene (habiendo pecado). ¿Por qué nos iba Dios a amar menos si el primer hombre no hubiese pecado?

El hombre no puede amar a un Espíritu, y Dios es Espíritu. Para que el hombre pudiese corresponder al amor de Dios, hubiera sido necesario que Dios se encarnase. De ese modo, entre Él y cada uno de nosotros se daría esa relación de amistad, de cariño, de enamoramiento, etc... que sólo son posibles si se da una cierta igualdad entre los que se aman: Vosotros sois mis amigos; y, por supuesto, la reciprocidad: Yo amo a Dios y soy amado por Él.

Ésta es nuestra situación actual gracias a la venida de Jesucristo, posterior al pecado del hombre: una situación maravillosa, sin lugar a dudas. ¿Por qué iba a ser menos maravillosa si no hubiese habido pecado? Yo me atrevo a pensar que, igualmente, Dios se habría hecho uno de nosotros, pues solamente así podríamos ser capaces de responder a su amor, tal y como ahora podemos hacer. 

Evidentemente todo esto no son sino meras especulaciones. Lo cierto y verdad es que nuestra naturaleza está herida a causa del pecado original; que Dios se hizo hombre en la Persona de su Hijo para salvarnos y porque quería mantener con nosotros una relación íntima de amor, como la que se da entre los enamorados, pero en un grado infinitamente mayor. Sólo nos queda el vivir agradecidos por haber conocido un "poquito" el amor que el Señor nos tiene. Y el pedirle, con insistencia, para que este conocimiento y este amor que le tenemos vaya "in crescendo" día a día, minuto a minuto, hasta encontrarnos con Él de un modo definitivo.

Defenestración (por Fray Gerundio)


La Iglesia actual está llegando a una situación tan grave que incluso la gente de a pie se está moviendo en el sentido de lanzar por la red una petición al colegio de Cardenales  para que el papa Francisco sea destituido o "defenestrado" de su cargo por considerarlo un hereje. A continuación transcribo un artículo de fray Gerundio, que explica -con bastante claridad- lo que está ocurriendo:
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Mal deben andar las cosas, y bastante se deben estar abriendo los ojos, para que algunos ya se atrevan a solicitar al Colegio Cardenalicio que se piense bien si Francisco debe seguir en su puesto, o por el contrario sería mucho mejor que pasara al dichoso, feliz y bienaventurado escaño de los Eméritos, de manera que alguien pudiera reconducir la divina doctrina revelada por los cauces que previó el Señor.

Los que siempre han visto con naturalidad que en otras épocas hubiera Papas desastrosos para el gobierno de la Iglesia, papas débiles, papas políticos, papas inmorales e incluso --¿por qué no decirlo?--, papas sinvergüenzas; los que aceptan con toda serenidad los datos de la Historia de la Iglesia en torno a papas inútiles, bajo cuyo pontificado la Iglesia quedó debilitada y seriamente dañada… no se atreven a admitir que hoy en día pudiéramos estar viviendo una de esas etapas calamitosas y catastróficas de la historia eclesial y que por eso mismo esté necesitada de una seria reforma. No se atreven a admitir –al menos con la boca grande y hacia afuera--, que este Pontífice nos está dejando por los suelos la Institución y la Doctrina.

Creo que para los sedevacantistas, esto no constituye problema. Están esperando que les caiga del cielo un Papa auténtico. Y cada día se les hace más difícil, porque encontrar ahora un Cardenal que hubiera sido ordenado sacerdote y obispo antes del Concilio, es bastante improbable. Como según ellos estamos ya muchos años en Sede Vacante, parece difícil poder remontar la situación. Por eso, aunque me merecen profundo respeto, los sedevacantistas están enquistados en la necesidad de fundar para ellos otra nueva Iglesia que mantenga esas coordenadas.

Más acertados me parecen los seguidores de Monseñor Lefebvre, que no son sedevacantistas y reconocen que Roma perdió el norte hace muchos años. Al fin y al cabo estaba predicho en multitud de profecías, que era posible que Roma perdiera la Fe o que la apostasía se instalara en sus muros. Pero también desde esta perspectiva las cosas tienen difícil solución. Solamente les queda esperar a ser reconocidos con pleno derecho en esta Iglesia actual, y de ahí proceder a una reforma absoluta de arriba abajo. Pero claro está que dialogar ahora mismo, tal como está el panorama, no deja de ser un riesgo. De ahí que entre los propios obispos y miembros de la Hermandad de San Pío X haya cismas internos, reacciones y contra-reacciones, abandonos, quejas y luchas que no producen otra cosa que permitir que el Enemigo se frote las manos y el desconcierto siga siendo monumental. Por eso mismo me siento favorable a que sigan como están por el momento, haciendo el bien y proclamando la doctrina de siempre… y Dios proveerá.


Comprendo que es tal la confusión, --de manera semejante, aunque mucho mayor a la de otras épocas de la Iglesia--, que hay opiniones para todos los gustos. Y no puedo desdeñar ninguna de ellas, porque la gravedad de la situación así lo exige. Suelo ser muy respetuoso con todos ellos, unos y otros, aunque a veces ellos no muestran excesivo respeto por los que pensamos de otro modo; o por los que sencillamente, no han tenido más remedio que estar dentro de esta Iglesia que tanto nos hace sufrir, viendo lo que vemos, pero aguardando que Dios Nuestro Señor ponga fin a esta situación, bien con su Venida Gloriosa, bien con su Amor por la Iglesia de la cual es Cabeza y a la que por lo tanto, algún interés tendrá en reconducir. Aquí podríamos recordar aquél versículo de Isaías citado también por Jesús: La caña cascada no la quebrará y el pabilo vacilante no lo apagará, porque no puede Dios dejar que la Iglesia muera, aunque sí está permitiendo que resulte gravemente herida. Me parece que si no adoptamos esta postura, nos vemos obligados y necesariamente abocados a pensar que podemos construir cada uno de nosotros una Iglesia separada de Roma.


Comprendo que este punto de vista desagradará a muchos (de hecho tengo en mi convento opiniones de todo tipo), pero me parece que es la única salida. También en esto el grano de trigo tiene que morir para dar fruto. Las preocupaciones de tantos cristianos, las oraciones de tantos fieles desarmados por los hechos actuales, el sufrimiento de tantos sacerdotes, la sangre de tantos mártires, serán las encargadas de conseguir de Dios que esta situación se enderece, cuando lo crea conveniente Su Voluntad.

Pero volviendo al actual Pontificado, si hubiera que poner un ejemplo gráfico y bien visible del desastre, los españoles lo entenderían muy bien si dijera que este Papa en el Vaticano, es como Zapatero en la Moncloa. Y supongo que cualquier hermano hispanoamericano puede poner en sus labios un ejemplo análogo. Todos nos entendemos.

Pero ya hay muchos que hablan de la defenestración como una solución posible. Nada habría de extraño. Nos han bombardeado tanto en este último año y medio con actitudes inesperadas y cambios repentinos, que nos vamos haciendo a la idea de que pueden pasar cosas impensables hasta la fecha, sin que se produza ningún trauma. Los que nos quedamos de piedra cuando Benedicto XVI -menuda decisión que sólo Dios conocerá- anunció su renuncia, veríamos ahora con bastante gusto la renuncia de Francisco. Él mismo lo dijo hace poco en su habitual estilo: tenemos un Papa Emérito, y nada pasaría si tuviéramos dos, igual que tenemos muchos obispos eméritos y nadie se extraña de ello.

Claro que lo que se propone ahora no es solamente el hecho de la renuncia, sino una renuncia precedida de defenestración. O sea, una expulsión en toda regla, por las consecuencias inevitables de la traición a la misión recibida. Lo explican muy bien los que proponen tal cosa. Usted está incapacitado para gobernar, usted está despedido.

Pero los cardenales nunca harán esto. No olvidemos que ellos mismos son lo que eligieron abrumadoramente al cardenal Bergoglio. Y no se van a dar ahora un baño de humildad diciendo que se equivocaron. Pocos serían los que reconocieran todos estos hechos. En realidad, ellos han sido los grandes culpables de esta situación y de ello tendrán que dar cuenta a Dios. Por tanto, no creo en esa defenestración organizada y mayoritariamente aprobada. A pesar de que estoy seguro de que alguno habrá que pronto tendrá que hablar todavía más claro.

Sin embargo, reconozco que tal pensamiento me agrada. Ya no es posible ver con los mismos ojos a quien está destrozando la Viña con sus manipulaciones, su soberbia, su displicencia hacia la fe, su totalitarismo disfrazado, su impiedad y su populismo de pacotilla. La alegría de los Enemigos de la Fe ante esta situación es prueba de ello. Y una buena defenestración en el momento adecuado, probablemente no estaría mal. Aunque con ella habría que reducirlo al silencio más profundo, porque un incontinente verbal emérito es un más peligroso que el ébola. Habría que enviarlo al páramo, a hacer penitencia y estar a pan y agua hasta el fin de sus días, con la boca cosida y sin posibilidad de manipulaciones mafiosas de esas que tanto denuncia.

El tema está en manos de los Cardenales. Pero no esperen ustedes gran cosa. Mientras tanto, las malas noticias se agolpan y seguirán acumulándose. Pero para Dios nada hay imposible. Tendrá que suscitar reacciones. De momento ya hay mucha gente bastante descontenta y malhumorada. Hay mar de fondo. Dios puede actuar.

Pero cada día tengo una cosa más segura. Quien decidió que Francisco viviera en Santa Marta, no fue él mismo sino el Señor. No es posible que Dios permita habitar en los Palacios Vaticanos, a este hombre que vino del fin del mundo a demolerlo todo. Dios no ha querido permitirlo. Y por eso lo ha dejado en el vestíbulo. Al menos las estancias donde vivió San Pío X o Pío XII no se han visto rebajadas y degradadas en su dignidad.

Y es que Dios actúa poco a poco. Sin prisas. Pero actúa


Fray Gerundio

jueves, 20 de noviembre de 2014

LA ESTRELLA DE LA MAÑANA (P. Alfonso Gálvez)

Al que venza y al que guarde hasta el fin mis obras le daré potestad sobre las naciones... y le daré la estrella de la mañana


(De la Carta a la Iglesia de Tiatira, Apocalipsis, 2:26)

La más importante de estas promesas que se hacen a los elegidos, contenidas en la Carta al Ángel de la Iglesia de Tiatira en el Apocalipsis, es sin duda alguna, la última. Puesto que la primera está contenida en realidad en la segunda.

Su significado no resulta difícil de averiguar, si nos atenemos a otro texto del Apocalipsis: Yo, Jesús, he enviado mi ángel para daros testimonio de estas cosas que se refieren a las iglesias. Yo soy la raíz y el linaje de David, la estrella radiante de la mañana (Ap 22:16: stella splendida matutina).




Y si bien se considera, la promesa viene a coincidir, bajo diferentes expresiones, con las que se hacen a las Iglesias de Éfeso y de Pérgamo: el árbol de la vida o la piedrecita blanca con un nombre nuevo. Las de las otras restantes Iglesias no son más que explicitaciones o consecuencias de lo mismo.

Dios es Supremo Remunerador. Y entrega como recompensa a los que le aman a Sí mismo, de manera que tampoco podría entregar más. El resultado no es otro sino que el premio a recibir por el vencedor es, nada más y nada menos que Jesucristo mismo, en plena propiedad y posesión.

La promesa en concreto es de una extraordinaria importancia, puesto que es uno de los pocos lugares de la Revelación en los que se propone directamente a Jesucristo mismo como recompensa a los elegidos.

Los conceptos más comúnmente manejados, como los de Reino de los Cielos, la Vida Eterna, la Salvación o la Posesión de Dios, son incompletos en el sentido de que no expresan de forma explícita el contenido preciso de aquello a lo que se refiere esa corona de gloria prometida a los que se salvan. Los conceptos de Reino de Dios o el de Reino de los Cielos tampoco explican de manera precisa en lo que consiste o lo que se contiene en ese Reino.

En cuanto al de Vida Eterna, el entendimiento humano tiende inconscientemente a poner el énfasis más en lo de eterno (con referencia a lo que nunca se acaba) que en lo de vida. Pero el concepto de eterno como duración indefinida, además de ser insuficiente para las aspiraciones del corazón humano, anda lejos de expresar la realidad. Pues la eternidad no es precisamente duración (indefinida o no), sino ausencia de duración. Y en cuanto al concepto de vida, apenas si es entendido por el hombre según las referencias que de él hace la Revelación. Para la cual la Vida es justamente plenitud de vida, como se ve en el texto: Yo he venido para que tengan vida, y la tengan sobreabundante (Jn 10:10). Aunque el adjetivo sobreabundante ---abundantius, en la Neovulgata y en griego perissòs viene a significar algo que excede en mucho lo usual---; y más si se tiene en cuenta que, según San Pablo, la vida para el cristiano es Cristo (Col 3:4). Y Jesucristo lo dice expresamente: Yo soy el Camino, la Verdad y la Vida (Jn 14:6).

Aún menos expresiva es la idea de Salvación, la cual se suele contraponer a la de Condenación, con lo que se convierte en un mero concepto positivo contrario a otro negativo.

Por otra parte, algo en lo que no se suele reparar cuando se insiste en explicar cualquier tipo de Espiritualidad, es que las ideas de estado paradisíaco, o las de felicidad o salvación eternas son insuficientes en cuanto incapaces de llenar las más profundas aspiraciones del corazón humano. El cual, creado al fin y al cabo para amar y para ser amado, no puede satisfacerse sino con la idea de un elemento personal como elemento otro de la relación amorosa, que es la que constituye el último fin del hombre. En este sentido cabe destacar la importancia de todo el Sermón de Despedida de la Última Cena como el lugar por antonomasia donde se expresa, claramente y con toda su amplitud, que el destino final para cada uno de los elegidos no es otro que el de estar para siempre con Jesús. En definitiva, en la mutua, recíproca y eterna posesión del uno y el otro ---Jesús y el discípulo--- y del otro con el uno. Pues será entonces, y sólo entonces, cuando al fin se cumpla definitivamente el deseo expresado por la esposa con respecto al Esposo ---y el del Esposo con respecto a la esposa--- que El Cantar de los Cantares expresa de forma tan sublime (Ca 2:16; 6:3):

Mi amado es para mí y yo soy para él.
Pastorea entre azucenas.
Yo soy para mi amado y mi amado es para mí,
el que se recrea entre azucenas
.

En este sentido, la idea según la cual la corona de los elegidos no consiste en otra cosa que en la posesión definitiva de la Estrella de la Mañana, que no es sino Jesucristo mismo, viene a llenar un hueco importante en la historia de la Espiritualidad Cristiana. La cual, o así me lo parece a mí, no ha insistido suficientemente en la Persona de Jesucristo, ni en la necesidad de traer a un primer plano la Humanidad de Jesucristo a fin de impulsar en el hombre un amor por cuyos ímpetus ha suspirado siempre su corazón: consciente o inconscientemente. Un amor que, por otra parte, solamente podría ser suscitado por un factor personal. Como ya supo ver San Agustín en su famoso: Nos hiciste, Señor, para ti, y por eso nuestro corazón estará siempre inquieto mientras no descanse en ti.


Padre Alfonso Gálvez

miércoles, 19 de noviembre de 2014

Razones de la Encarnación (9 de 10)

¿Cómo es posible no conmoverse cuando se leen estas sublimes palabras del Cantar, pronunciadas por el propio Dios -nuestro Señor y Creador- y dirigidas a lo más profundo de nuestro corazón siendo, como somos, criaturas suyas? 


"Dame a ver tu rostro, 
dame a oír tu voz, 
que tu voz es suave
y es amable tu rostro" (Cant 2, 14)

¿Cabe imaginar amor mayor en ninguna mente humana? ... Y, sin embargo, es un amor real, manifestado en la Encarnación del Hijo de Dios, que sólo espera que nuestra respuesta sea como la que le dio la esposa del Cantar:

Yo soy de mi amado
y mi amado es mío (Cant 6, 3)
Yo soy para mi amado
y a mí tienden todos sus anhelos (Cant 7, 11)

Una vez que hemos conocido el Amor que Dios nos tiene, y que nos ha manifestado enviando a su Hijo al mundo, debemos pedirle insistentemente que nos conceda la virtud de la fe, sin la cual estamos perdidos, pues nunca acabamos de creer del todo; siempre nos lo estamos pensando. Y en el pecado llevamos la penitencia. En la narración evangélica de la curación del endemoniado epiléptico, cuando el padre intercede por su hijo ante el Señor, diciéndole: "Si algo puedes, ayúdanos, apiádate de nosotros", Jesús le dijo: "¡Si puedes ...! ¡Todo es posible para el que cree!" (Mc 9, 22-23). "Al instante exclamó el padre del muchacho: "Creo, Señor; pero ayuda mi incredulidad" (Mc 9, 24). Así deberíamos hablarle también nosotros al Señor: de seguro que Él nos va a comprender y nos dará esa fe que tanto necesitamos.



Sólo mediante la fe podemos acceder a un verdadero conocimiento del amor de Dios, conocimiento que no podemos obtener mediante nuestras propias fuerzas, puesto que no es de carácter natural sino sobrenatural. Tenemos, sin embargo, la absoluta seguridad de que Dios nos lo va a conceder, si se lo pedimos: "Si vosotros, siendo malos, sabéis dar cosas buenas a vuestros hijos, ¿cuánto más el Padre del cielo dará el Espíritu Santo a quienes se lo piden" (Lc 11, 13). Y como los apóstoles, debemos decirle al Señor: "Auméntanos la fe" (Lc 17, 5)

¿Por qué es tan importante la fe? La respuesta, como siempre, la tenemos  en la Biblia: "Sin fe es imposible agradar a Dios, pues es preciso que quien se acerca a Dios crea que existe y que es remunerador de los que le buscan" (Heb 11, 6). Sin la fe no podríamos resistir todos los peligros a los que estamos expuestos. En el libro de Job se puede leer: "¿No es acaso milicia la vida del hombre sobre la tierra?" (Job 7, 1). Y esto es aún más cierto si se refiere a los cristianos. Así dice san Pablo a los efesios : "Tomad, en todo momento, el escudo de  la fe, con el que podáis apagar los dardos encendidos del Maligno" (Ef 6, 16). Y san Juan: "Ésta es la victoria que vence al mundo: nuestra fe" (1 Jn 5, 4). 



Aparte de todo eso, la fe es necesaria si queremos llegar a entender hasta qué extremo nos ha amado Dios, y nos ama, como muy bien lo entendió el apóstol San Juan: "Nosotros, que hemos creído, conocemos el amor que Dios nos tiene" (1 Jn 4, 16). Si Dios nos concede esa fe en Jesucristo, que es lo único que puede dar sentido a nuestra vida, entonces podremos responder, como corresponde, a los requerimientos de amor por parte del Esposo, que es Dios, tal y como lo hacía la esposa del Cantar, en la que están representados todos los cristianos que mantienen viva su fe en Jesucristo. 

(Continuará)

martes, 18 de noviembre de 2014

Razones de la Encarnación (8 de 10)

El máximo amor posible que entendemos las personas es el enamoramiento. Pues ése es el Amor que Dios quiere tener con cada uno de nosotros, aunque no podrá ser llevado a cabo con todos, sino tan solo con aquellos que estén dispuestos a amarle de la manera que Dios entiende el amor, que es el único modo correcto de entenderlo, ya que todo amor procede de Él, que es  "el Alfa y la Omega, el Primero y el Último, el Principio y el Fin" (Ap 22, 13)

Un amor que sería imposible si Dios no nos hubiera creado libres, pues el amor -como tantas veces hemos dicho ya- nunca se impone ... ¡o no sería amor!. La libertad es una nota característica del verdadero amor. Esa es la razón por la que Dios se manifestó "en debilidad", y se hizo un niño que "crecía en sabiduría, en edad y en gracia, delante de Dios y de los hombres" (Lc 2, 52). Si Dios se nos hubiese manifestado en toda su Gloria y Esplendor no hubiésemos sido libres para amarlo; nos habríamos rendido, 
sin más, ante la evidencia de su Poder y de su Majestad. No hubiéramos podido hacer otra cosa sino admirarlo, adorarlo y bendecirlo, de modo necesario. Pero no podría hablarse aquí de amor, rigurosamente hablando; al menos no del amor tal y como ha querido Dios que sea entre Él y nosotros. Sólo procediendo como lo hizo es ahora posible que nosotros, haciendo un uso correcto de la libertad que hemos recibido de Él, podamos dar una respuesta auténticamente amorosa -y no impuesta- al amor que Él nos tiene. 

Aparece aquí también otra nota que es esencial al amor cual es la de la reciprocidad  entre los que se aman, aquella por la cual un yo y un tú se "dicen" mutuamente su amor, pues así ha querido ser el amor de Dios hacia cada uno de nosotros


Y en tercer lugar, es preciso tener en cuenta que el amor verdadero, para ser tal, o lo es en totalidad o no puede hablarse, en absoluto, de amor. Nada puede haber en nosotros que no le pertenezca a Él, porque libremente se lo hemos entregado todo al igual que, libremente, todo lo hemos recibido de Él, a quien no le ha quedado nada por dar: de la máxima riqueza (siendo Dios) pasó a la máxima pobreza"se anonadó a Sí mismo", haciéndose un hombre como nosotros, "y en su condición de hombre, se hizo obediente hasta la muerte, y muerte de cruz") (Fil 2, 7-8). Y lo hizo por amor"Conocéis la gracia de nuestro Señor Jesucristo que, siendo rico, se hizo pobre por vosotros para que os enriquecierais con su pobreza" (2 Cor 8, 9).  


Si Él nos ha dado su Vida, ¿qué menos puede esperar de nosotros sino que le demos también la nuestra? En este mutuo dar-recibir, libremente y en totalidad, se resume la meta a la que estamos llamados a llegar con relación a Dios; y lo que constituye el sentido último de nuestra vida. Porque este amor, a su vez, se difundirá entre todos aquellos que nos rodean de modo que, también ellos, nos acompañen en este camino hacia Dios, hacia el que no vamos en solitario.



Ante el amor de Dios, manifestado en Jesucristo, no es posible permanecer pasivamente. Es preciso definirse, "mojarse", como se dice en lenguaje coloquial. Y esto debe concretarse en nuestra vida y no quedarse sólo en palabras.
Una vez que nos hemos decidido por Jesús ya no cabe la vuelta atrás. El amor es un sí total y definitivo, si es amor verdadero. De ahí la radicalidad de las palabras de Jesús: "Nadie que pone la mano en el arado y mira hacia atrás es apto para el Reino de Dios" (Lc 9, 62). Si le hemos entregado nuestra vida al Señor, ésta ya no nos pertenece. Le pertenece a Él que, por amor, nos dio la suya. No se puede nadar y guardar la ropa, de modo que -insiste Jesús- "quien quiera salvar su vida, la perderá; mas quien pierda su vida por Mí, la encontrará" (Mt 16, 25). Y no nos puede caber la más mínima duda de que salimos ganando en este intercambio de vidas en el que consiste el verdadero amor. 
(Continuará)

lunes, 17 de noviembre de 2014

Razones de la Encarnación (7 de 10)

Si amamos de verdad a Jesús nuestra respuesta no puede ser otra que la de hacer nuestros sus sentimientos: "Tened entre vosotros los mismos sentimientos que tuvo Cristo Jesús" (Fil 2, 5). ¿Y cuáles fueron esos sentimientos? Necesitamos conocer a Jesús, para poder así amarle y conformar nuestra vida a la Suya. Fijémonos en el proceder de Jesús. Puesto que amaba a su Padre, y se sabía amado por Él, su único objetivo y el sentido de su Vida era el de hacer realidad en Sí mismo todo -y sólo- aquello que agradaba a su Padre; lo que, en su caso concreto, le llevó a hacerse uno de nosotros "y en su condición de hombre, se humilló a Sí mismo, haciéndose obediente hasta la muerte, y muerte de cruz" (Fil 2, 7-8). 

La voluntad de Jesús con relación a nosotros, podemos verla muy bien expresada en la oración que le dirigió a su Padre en la noche de la Última Cena cuando, refiriéndose a todos los que creyesen en Él, le rogaba, : "Que todos sean uno: como Tú, Padre, en Mí, y Yo en Tí, que también ellos sean uno en nosotros" (Jn 17, 21). Ése es el tipo de unión que quiere Jesús que exista entre todos los cristianos, aquéllos que viven de la fe en Él: que todos sea uno en Dios.




Jesús piensa también en el resto de la humanidad: "No ruego sólo por éstos, sino también por los que han de creer en Mí por su palabra" (Jn 17, 20). Luego es necesario creer en Él para salvarse. De ahí la importancia tan grande que tiene el conocimiento del mensaje de Jesucristo por parte de todos aquellos que no lo conocen y que desearían conocerlo, incluso aun cuando no sean del todo conscientes de ello. Y de ahí también la importancia de actuar conforme al Mensaje que Jesús nos dejó cuando ascendió a los cielos: "Id por todo el mundo y predicad el Evangelio a toda criatura. Quien crea y sea bautizado se salvará; pero quien no crea se condenará" (Mc 16, 15-16). 


El tener esto en cuenta nos permitirá discernir cuándo se está cumpliendo la voluntad de Dios o cuándo se le está traicionando: cuidado, pues, con todos esos movimientos llamados "ecuménicos"; cuidado con el llamado "diálogo con los no creyentes" o "diálogo inter-religioso". Se trata de expresiones desafortunadas que más que aclarar ofuscan el pensamiento cristiano. 


El cristiano se sabe en posesión de la Verdad, no por sí mismo, sino porque ha recibido de Dios este don. Y esa Verdad es Jesucristo. Sólo en Él está la salvación. ¿Qué sentido tiene "dialogar" con otras religiones o con los llamados "hermanos separados", cuando la misión de un cristiano es la de vivir la Vida de Jesucristo en su propia vida y hacer llevar esa Vida a todos los que le rodean, con vistas a su felicidad, tanto la terrena como la eterna. 


Cuando se pierde de vista esta misión, Dios se difumina y desaparece del horizonte. No porque Él nos deje, sino porque nosotros le rechazamos o nos avergonzamos de Él. Para tener las ideas claras a este respecto, es necesario acudir a la Tradición de la Iglesia de siempre, que es la única capaz de disipar todas nuestras dudas o desconciertos. Esto es hoy más importante que nunca, pues la lucha contra la Iglesia Católica está teniendo lugar en su propio seno; y estoy hablando, también, de las altas Jerarquías. 


Estamos en tiempos difíciles; pero es justo ahora cuando debemos redoblar nuestra esperanza y nuestra alegría, porque el Señor está con nosotros: "Cuando comiencen a suceder estas cosas, tened ánimo y levantad vuestras cabezas, porque se aproxima vuestra redención" (Lc 21, 28) Nunca hay motivos para la desesperanza. Estamos "perplejos pero no desesperados; perseguidos, pero no abandonados; derribados pero no aniquilados" (2 Cor 4, 9) 


Todos los sufrimientos que tengamos a causa de nuestra fe nos sirven de Gloria para nosotros y para el resto del mundo. Un dolor o un sufrimiento por Cristo, con Él y en Él es un dolor o un sufrimiento redentor, un sufrimiento que salva, debido a la íntima unión que existe entre Cristo y los suyos. El poder de un cristiano es el mismo poder de Cristo"Os lo aseguro: quien cree en Mí hará las obras que Yo hago y las hará mayores que éstas" (Jn 14, 12). 


La unión de un cristiano con Jesucristo tiene lugar siempre en el seno de la Iglesia que Él fundó, la cual es su Cuerpo Místico. En ese Cuerpo, Cristo es la Cabeza y nosotros sus miembros. De modo que la suerte que corre la Cabeza es la misma que la que corren sus miembros: Muere la Cabeza, mueren sus miembros. Sufre la Cabeza, sufren sus miembros. Resucita la Cabeza, resucitan sus miembros. Tal es el grado de unión de un cristiano con Jesús. Tal vez podamos entender así mejor estas palabras que dirigió el apóstol Pablo a los colosenses: "Ahora me alegro en los padecimientos por vosotros y completo en mi carne lo que falta a la Pasión de Cristo por su Cuerpo, que es la Iglesia" (Col 1, 24). Alegría en el sufrimiento, aunque parezca increíble ... pero sólo si el sufrimiento se debe a que estamos compartiendo con Jesús las penalidades que conlleva el mantenernos fieles al Mensaje que de Él hemos recibido.


Penalidades necesariamente las habrá: "Todos los que quieran vivir piadosamente en Cristo Jesús sufrirán persecuciones" (2 Tim 3, 12). Jesús mismo nos lo advirtió con toda claridad: "Acordaos de las palabras que os he dicho: no es el siervo más que su señor. Si me han perseguido a Mí, también os perseguirán a vosotros" (Jn 15, 20). 


Sin embargo, esos sufrimientos no deben ser nunca motivo de tristeza, sino todo lo contrario, pues no hay mayor amor que el de compartir la vida del Amado, y junto al Amor -y de su mano- viene siempre la Alegría. Así se explica la alegría de los discípulos de Jesús cuando fueron azotados por hablar en el nombre de Jesús. Se dice que "salieron gozosos de la presencia del Sanedrín, porque habían sido dignos de ser ultrajados a causa del Nombre de Jesús" (Hech 3, 41). Aparente paradoja, pero que tiene su explicación ... y es que se estaban cumpliendo en ellos las palabras de su Maestro y Señor: "Bienaventurados seréis cuando os injurien y persigan y, mintiendo, digan contra vosotros todo género de mal por mi Causa. Alegraos y regocijaos, porque vuestra recompensa será abundante en el cielo" (Mt 5, 11-12) . 


Así pues: hagamos de su Vida la nuestra, marquemos sus Palabras en nuestra mente y en nuestro corazón y procuremos hacerlas realidad. Sólo entonces seremos todo lo felices que podemos ser ... ya en este mundo. Y luego, acudamos a Jesús, con toda confianza: "Venid a Mí todos los que estáis fatigados y agobiados, que Yo os aliviaré" (Mt 11, 28), con la absoluta seguridad de que Él no nos va a defraudar jamás: "En el mundo tendréis sufrimientos. Pero confiad: Yo he vencido al mundo" (Jn 16, 33). 


(Continuará)