Es éste un vídeo de HO muy interesante que, sin discriminar en absoluto a los homosexuales, llama a las cosas por su nombre. Sólo el matrimonio como institución de origen divino y, por lo tanto, natural, es propiamente matrimonio: Muy bien argumentado.
Nosotros no hemos recibido el espíritu del mundo, sino el Espíritu que procede de Dios (1 Cor 2, 12), el Espíritu de su Hijo, que Dios envió a nuestros corazones (Gal 4,6). Y por eso predicamos a Cristo crucificado, escándalo para los judíos y locura para los gentiles, pero para los llamados, tanto judíos como griegos, es Cristo fuerza de Dios y sabiduría de Dios (1 Cor 1,23-24). De modo que si alguien os anuncia un evangelio distinto del que recibisteis, ¡sea anatema! (Gal 1,9).
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viernes, 8 de febrero de 2013
sábado, 2 de febrero de 2013
CIENCIA Y VERDAD (III)
Con relación a los dos tipos de ciencias a los que nos hemos referido, las ciencias experimentales y las filosóficas, está claro que hay algo en común entre ellas. En ambas se busca la verdad de las cosas, cada una con su propio método, pero siempre a la luz de la razón.
Pues bien: existe una
tercera clase de ciencias: las ciencias teológicas. Si hubiera que dar de ellas
una definición, ésta es análoga a la de las ciencias filosóficas, o sea,
estudio de la totalidad del ser, atendiendo a sus causas últimas, incluyendo
aquí el origen y el sentido de todo lo que es; sólo que, en este caso, el
conocimiento adquirido se tiene utilizando como dato cierto y punto de partida,
la luz de la Revelación; o la luz de la fe, que viene a ser lo mismo. Por razones obvias, podemos decir, igual que hacíamos
con la filosofía, que no toda teología es ciencia teológica: lo es únicamente
si acepta, como real, el punto de partida que la hace posible, o sea, la verdad
íntegra de la Revelación, sin excluir nada de ella.
La existencia de
Jesucristo es un hecho histórico que nadie puede negar. Evidentemente, si la
Ciencia Teológica toma como punto de partida el Dato Revelado, es decir, que Dios se ha hecho
realmente hombre en Jesucristo y que ha fundado su Iglesia, su verdadera y única Iglesia, que es la Iglesia Católica, dando sentido a todo
cuanto ha sido, es y será, no cabe duda de que para hacer ciencia teológica se
requiere, necesariamente, de la fe (como se ha dicho). Es a la luz de la fe cuando el conocimiento de la verdad
se enriquece infinitamente.
Por eso podemos hablar de
Ciencia, y hacerlo de modo riguroso, si nos referimos a la verdadera Teología,
pues como se dijo al principio es lo propio de toda ciencia el conocimiento de
la verdad. No importa el método usado, en realidad, si la meta de toda
auténtica ciencia es la verdad. Conviene no olvidarlo. Si el grado de verdad
conseguido, haciendo uso del dato Revelado, es superior al que se obtiene
haciendo uso solamente de la razón, habremos de concluir que, incluso como
Ciencia, la Teología es superior a la Filosofía. Como diría Santo Tomás de
Aquino, lo sobrenatural supone lo natural como base y, además, lo perfecciona. En
otras palabras, la fe no se opone a la razón, sino que la supone y la conduce a
su plenitud. Dicho lo cual, sin embargo, y para evitar confusiones, en lo que
sigue, cuando usemos la palabra ciencia nos estaremos refiriendo exclusivamente
a las ciencias experimentales, pues tal es el uso que se da comúnmente a dicha palabra.
¿QUÉ SE ENTIENDE POR
CIENCIA?
Subjetivamente, la ciencia
es un saber acerca de las cosas, pero no cualquier tipo de saber, sino un saber
sistemático. Es decir: no sólo se sabe algo sino que se sabe también el porqué
de ese algo que se sabe. Es bien conocida la clásica definición de ciencia como
"conocimiento cierto por sus causas". Es precisamente en este sentido
en el que, con frecuencia, se dice que el estudio debe ser una actividad
científica: el que estudia debe esforzarse en obtener un saber sistemático.
Desde un punto de vista
objetivo, la palabra ciencia designa un conjunto de "proposiciones" o
afirmaciones sobre la realidad, a las que podemos llamar verdades científicas.
Éstas aparecen siempre como conclusiones o resultado de algún tipo de
demostración, estando, además, relacionadas entre sí de una manera lógica.
Considerada de este modo, la ciencia es un sistema. Las demostraciones, en sí
mismas, no forman parte de la ciencia, aunque son necesarias para su
construcción.
En la actualidad se suele
llamar también ciencia a un conocimiento ordenado de algún aspecto de la
realidad, aunque no se sea capaz de llegar a conocer sus "porqués".
Tal es el caso de la Botánica, la Zoología, la Historia, etc. No obstante,
atendiendo a la definición de ciencia, aunque se les llame ciencias, en rigor
no lo serían, al no ser capaces de dar una explicación de aquello que
describen. De hecho, para evitar equívocos, se las suele conocer normalmente
como ciencias descriptivas.
PRINCIPIOS DE LA CIENCIA
Antes de seguir avanzando,
en esta breve exposición, conviene recordar que existen unos principios, conocidos como principios de la ciencia o
primeros principios, sin los cuales ninguna ciencia sería posible. Nos estamos
refiriendo aquí a aquellos juicios evidentes e inmediatos, acerca de la
realidad, que toda persona posee de modo natural, perteneciendo a lo que suele
denominarse sentido común. Se trata
de certezas, que evidencian salud
mental en quien las posee como tales certezas y que no admiten ningún tipo de
discusión. A modo de ejemplo, citaremos tres de ellos: 1) El principio de objetividad
del mundo exterior: Las cosas están ahí,
independientemente de que sean o no pensadas por mí. 2) El principio de
identidad: Toda cosa es idéntica a sí
misma. 3) El principio de no-contradicción: Una cosa no puede ser y no ser, al mismo tiempo y bajo el mismo aspecto.
Estos principios tienen un
doble carácter. Son, a la vez, originales y originarios. Originales, pues no
existe ninguna demostración previa por medio de la cual se llegue a ellos. Y
originarios en el sentido de que toda demostración, aunque sólo sea de modo
implícito, debe tenerlos en cuenta. Negarlos equivaldría a negar la misma
ciencia, de la cual son soporte.
Si se admite que sólo es
verdad aquello que se puede demostrar o, dicho de otro modo, si se identifican verdad y verdad científica, se llega a una contradicción. Una posible
demostración "por reducción al absurdo" podría ser ésta:
1. Partimos de que la
ciencia existe y de que, como tal ciencia, está formada por verdades
científicas (verdades demostrables).
2. Consideramos que no
existe otro tipo de verdades que las científicas y que cualquier verdad, para
poder serlo, ha de poder demostrarse.
Pues bien. Consideremos que dicha hipótesis inicial es cierta. Y supongamos, por ejemplo, que
A es una verdad científica. Por la propia definición de verdad científica, A
debe poder ser demostrada. Se requiere de otra verdad científica B, en la cual debe apoyarse. Claro que B, por idénticas razones, necesita de otra verdad C, y ésta de otra D, ..., Y así, ¿hasta cuando? Se trataría de un proceso sin fin, pues partimos de la base de que no existe ningún tipo de verdad que no sea científica. La conclusión a la que se llega, haciendo uso de la Lógica, es la de que, al no haber un punto de partida inicial que sea verdad, sin más, resulta que todo ese conjunto de verdades demostradas es una quimera, pues no tiene ninguna base firme en la que poder apoyarse.
Curioso: Partiendo de que la ciencia existe y está formada por un conjunto de verdades científicas, y considerando, como hipótesis de trabajo, que sólo estas verdades científicas son verdad, llegamos a la conclusión de que ninguna de ellas es verdad, pues nada puede ser demostrado, en rigor. Y si eso es así, no habría, entonces verdades científicas, de modo que no existiría la ciencia. Pero, ¿cómo es posible que, simultáneamente, exista y no exista la ciencia? Al identificar verdad con verdad científica incurrimos en una contradicción. Puesto que dicha identificación es falsa, al conducir a conclusiones absurdas, debe ser cierta la contraria, a saber: Existen verdades evidentes e indemostrables que, no siendo, por lo tanto, científicas, son, sin embargo, verdad. Tales son, precisamente, los primeros principios que, sin ser ciencia ellos mismos, hacen posible la ciencia, aunque no se haga referencia a ellos de un modo directo. La ciencia auténtica no contradice el sentido común; y tiene la verdad como fundamento.
Curioso: Partiendo de que la ciencia existe y está formada por un conjunto de verdades científicas, y considerando, como hipótesis de trabajo, que sólo estas verdades científicas son verdad, llegamos a la conclusión de que ninguna de ellas es verdad, pues nada puede ser demostrado, en rigor. Y si eso es así, no habría, entonces verdades científicas, de modo que no existiría la ciencia. Pero, ¿cómo es posible que, simultáneamente, exista y no exista la ciencia? Al identificar verdad con verdad científica incurrimos en una contradicción. Puesto que dicha identificación es falsa, al conducir a conclusiones absurdas, debe ser cierta la contraria, a saber: Existen verdades evidentes e indemostrables que, no siendo, por lo tanto, científicas, son, sin embargo, verdad. Tales son, precisamente, los primeros principios que, sin ser ciencia ellos mismos, hacen posible la ciencia, aunque no se haga referencia a ellos de un modo directo. La ciencia auténtica no contradice el sentido común; y tiene la verdad como fundamento.
No hay más que pensar un poco. Un ejemplo lo aclarará: Si toda verdad, para serlo, tuviese que ser una verdad científica, entonces, puesto que no se puede demostrar que haya cosas, resulta que las cosas no existen, no existe nada. Conclusión ésta que es impropia de una mente que funcione bien. Si desaparece el sentido común, estamos perdidos.
(Continuará)
jueves, 31 de enero de 2013
CIENCIA Y VERDAD (II)
Continuando con nuestro discurso, es bueno traer aquí a
colación a Santo Tomás de Aquino, un filósofo excepcional, además de ser un
gran teólogo y un gran santo, pues es muy claro y rotundo en lo que dice, como
puede apreciarse cuando afirma taxativamente: "El estudio de la filosofía
no se ordena a saber qué pensaron los hombres, sino a conocer cuál es la verdad
de las cosas".
Esa frase, tan simple a primera vista, debería ser, sin
embargo, objeto de reflexión. Lo que se dice en ella es fundamental, pues es lo
que nos va a permitir discernir entre una auténtica filosofía (o ciencia filosófica,
propiamente dicha) y otras corrientes de pensamiento, conocidas también como filosóficas, pero que no son, en
absoluto, filosofía. Nos estamos refiriendo a todas esas disciplinas
"filosóficas", de signo idealista, que suelen estar dotadas de una
gran lógica y coherencia interna y que, de algún modo, son capaces de
justificarlo todo... ¡bueno, todo excepto a sí mismas! Y es que parten de una
premisa falsa en la que TODO (es decir, todo lo que es real) es reducido a
pensamiento.
¿Cómo es posible que pueda hacerse esta reducción? -nos
preguntamos. La razón se rebela contra ese absurdo y el sentido común desmiente
estas "filosofías" que, en buena lógica, no deberían existir. Pero,
claro está, se trata de hechos, de hechos que se han dado históricamente (y que
se siguen dando en la actualidad, tal vez con más fuerza que nunca). Una
posible explicación de que esto haya sucedido (y de que esté sucediendo) es que
el entendimiento realiza una opción, por la que renuncia a depender de lo real
como causa de conocimiento. En su afán de querer comprenderlo todo con claridad
(las "ideas claras y distintas" a las que se refería Descartes), y
dominarlo todo con la mente, están dispuestos a lo que sea, aun cuando para
ello tengan que realizar una elección reduccionista como punto de partida, de
modo que lo real queda reducido a pensamiento: Ser es ser pensado.
Ésta es, por una parte, la grandeza del idealismo (si es que se le puede llamar así): la de ser un gran sistema de pensamiento, con una extraordinaria coherencia lógica y sin fallos en sí mismo; razón por la cual ejerce una poderosa influencia sobre la mente humana. Claro que, por otra parte, adolece de un grave error, un error que es anterior a su doctrina misma: ¡y es que no respeta la realidad tal y como es, sino que la reduce a lo que quiere que sea, de acuerdo con unas reglas arbitrariamente elegidas por el propio pensamiento! Y ésta es su verdadera miseria.
El no aceptar las limitaciones de la mente en el
conocimiento de lo real, el querer hacer simple lo que en sí mismo es complejo
(lo real) mediante un proceso de reducción, con el único objeto de comprenderlo
todo, ése -y no otro- es el gran fallo del idealismo: un edificio perfecto (ideal, si se quiere), pero
construido sobre arena o, para ser más exactos, sobre la nada, sobre un
artificio que es producto únicamente del pensamiento humano. Así es el
idealismo: todo un prodigio de la mente humana (¡de esto no cabe duda!), pero
que no acerca, sin embargo, a la realidad. Y esta nota de acercamiento a la
realidad, para conocerla, es esencial en cualquier ciencia que se precie de
tal, como vimos al principio.
La conclusión salta a la vista: construir sobre premisas
falsas no puede conducir nunca a nada verdadero. El idealismo, al intentar
construir la realidad, tomando por realidad su propio pensamiento, produce un
distanciamiento de la auténtica realidad:
ésta no puede ser reducida a pensamiento. El verdadero científico es realista:
es humilde, en definitiva. Se esfuerza por comprender la realidad que le rodea,
y de la que él mismo forma parte. Pero es consciente de sus limitaciones y de
la infinitud del ser que pretende comprender. La tarea no es fácil, pero eso,
en vez de asustarle, le espolea a comprender cada vez con mayor profundidad y
rigor esa realidad que se le resiste, siempre desde el máximo respeto, un
delicado respeto, a la realidad de las cosas; y no consintiendo nunca que sus
ideas sobre la realidad primen sobre la realidad misma.
De nuevo acude a nuestro pensamiento la genial frase del
genial Santo Tomás, que nos sitúa en terreno firme y no movedizo, frase que
todo filósofo, y también todo científico, debería grabar a fuego en su mente,
porque, en efecto, "el estudio de
la filosofía no se ordena a
saber qué pensaron los hombres, sino a
conocer cuál es la verdad de las
cosas".
(Continuará)
lunes, 28 de enero de 2013
CIENCIA Y VERDAD (I)
Reproduzco aquí, con el mismo título, un artículo
que publiqué hace años en una revista científica, con ligeros retoques de
forma, dejando prácticamente intacto el contenido, aunque actualizado.
Es cierto que
estoy escribiendo en un blog cuya temática principal concierne a todo lo
relacionado con la religión católica, lo que no obsta, sin embargo, para que pueda permitirme el hablar también de otro tipo de cuestiones que, de alguna manera, hagan referencia a la Religión Católica. El caso que nos ocupa ahora es el de la relación entre ciencia y verdad. Dado que Jesucristo dijo de Sí Mismo que
Él era el Camino, la Verdad y la Vida (Jn 14,6), creo que está más que justificada esta "injerencia" científica. Un científico honesto, con un gran amor hacia la verdad, en el caso de que no fuera creyente, es lo más probable que acabase creyendo en Dios: la historia nos muestra bastantes ejemplos en este sentido, lo que no es de extrañar y está en perfecta consonancia con lo que dijo Jesús: todo el que es de la verdad
escucha mi voz (Jn 18,37). Quede claro, no obstante, que aquí no se está emitiendo juicio, de ningún tipo, sobre aquellos científicos que, por lo que sea, no creen en Dios. El juicio acerca de las personas es algo que no nos compete a nosotros: sólo a Dios. Así lo decía el apóstol Pablo: "En cuanto a mí, ni siquiera yo mismo me juzgo...Quien me juzga es el Señor" ( 1 Cor 4, 3.4)
Todo acercamiento a la verdad supone, pues, o debe suponer, un acercamiento a Dios, que es lo que definitivamente importa, en realidad. La razón y la Fe están perfectamente conjuntadas y en plena armonía.Y es lógico que así sea, puesto que Una es la Luz de la que ambas proceden: la Sabiduría Divina. De modo que no puede haber entre ellas ningún tipo de contradicción, como enseguida vamos a ver.
Todo acercamiento a la verdad supone, pues, o debe suponer, un acercamiento a Dios, que es lo que definitivamente importa, en realidad. La razón y la Fe están perfectamente conjuntadas y en plena armonía.Y es lógico que así sea, puesto que Una es la Luz de la que ambas proceden: la Sabiduría Divina. De modo que no puede haber entre ellas ningún tipo de contradicción, como enseguida vamos a ver.
OBJETO DE LA CIENCIA
El fin último de toda
ciencia es la verdad, entendida ésta como un acuerdo del pensamiento con las
cosas. Es decir: las cosas están ahí y de lo que se trata es de conocerlas. La
inteligencia necesita aprender a acercarse a las cosas, para que éstas se le manifiesten
cada vez más y mejor.
El acercamiento a la
realidad, para hacerse con ella intelectualmente, supone una cierta manera, un
modo concreto de preguntarse por ella, un método,
que en este caso sería un método de interrogación. Mediante un sistema de preguntas
previas la inteligencia afronta la realidad. Sólo entonces las cosas dan la
respuesta que permite conocerlas que tal es, precisamente, el objeto de la
ciencia.
Son las cosas las que
imponen su esfuerzo al científico. El hecho de que haya rectificaciones no
confirma el escepticismo de que no se puede conocer nada. Es todo lo contrario:
si se rectifica es precisamente porque hay algo "ahí fuera" que nos está diciendo:
"Aquí estoy siendo, no como tú pensabas, sino como realmente soy". La verdad no es algo
subjetivo, sino que es inherente a las cosas, las cuales son su fundamento. El
posible error, caso de haberlo, no estaría nunca en las cosas sino en el juicio
acerca de ellas.
HACIA UNA CLASIFICACIÓN DE
LAS CIENCIAS
Es tan compleja y tan
variada la realidad que una sola ciencia no puede abarcarla, de ninguna de las
maneras. Según la clase de realidad (o el aspecto de ella que se considere), se
tendrán las diversas clases de ciencia. No existe una única ciencia de la
realidad. Además, por otra parte, como dice acertadamente Zubiri, debe de
tenerse en cuenta que "las ciencias no se hallan yuxtapuestas, sino que se
exigen mutuamente para captar diversas facetas y planos de diversa profundidad
de un mismo objeto real". Un objeto se conocerá tanto mejor cuanto mayor
sea el número de ciencias que lo consideren, estudiándolo con el mayor número
de métodos posible.
La palabra método procede del término griego methodos, que significa camino o
sendero. En términos genéricos, un método es el camino o procedimiento que se
sigue para conseguir algo. En lo que concierne a una determinada ciencia el
método se refiere al modo que tiene dicha ciencia de acercarse a la realidad
que pretende conocer. El que se utilice, para ello, un método u otro, va a
depender, entre otras cosas, del tipo de realidad en estudio. Es evidente que
no se pueden estudiar con el mismo método la naturaleza de la libertad y la
naturaleza del agua, por poner algún ejemplo.
De modo que el primer gran
problema que se nos plantea es el de la clasificación de las ciencias. No es
una tarea fácil. Se han dado muchas y muy buenas clasificaciones. Intentando
ser sistemáticos, podríamos distinguir, al menos, en principio, dos clases de
ciencias: las ciencias positivas o categoriales (llamadas comúnmente
experimentales) y las ciencias filosóficas (o trascendentes).
Las ciencias
experimentales proporcionan un conocimiento sólo de la realidad material y
desde un determinado aspecto (o categoría) de la misma. Es el caso de la
Física, la Química, la Biología, la Matemática, etc.
Las ciencias filosóficas
no son experimentales, en el sentido
propio de esa palabra, pero no son tampoco puras construcciones teóricas al
margen de la realidad. Se basan también en la experiencia, pero entendida ésta en un sentido más completo, proporcionando
un conocimiento de toda la realidad (y no sólo de la realidad material).
Si distinguimos entre el Ser, en tanto que es, y el Conocimiento
del Ser, tenemos dos grandes capítulos de la filosofía, a saber, la Ontología (o teoría del ser) y la Gnoseología (o teoría del
conocimiento): los demás saberes filosóficos son modos imperfectos, secundarios, de la noción de filosofía.
Se suele hablar de filosofía segunda:
tal es el caso de la Ética, la Estética, la Psicología, la Sociología, la Filosofía
de la Naturaleza, etc. Estas disciplinas aún no se han salido de la filosofía
porque los objetos a los que se refieren están íntimamente enlazados con lo que
los objetos son. Esta idea es fundamental pues
las soluciones que se dan a los problemas, propiamente filosóficos, de la
Ontología y la Gnoseología, repercuten profundamente en esas otras
elucubraciones que llamamos Ética, Estética, etc...
No obstante lo dicho, es
cierto que en el campo de las ciencias filosóficas es más fácil deslizarse
hacia el "camelo" que en las ciencias experimentales. Y esa es, básicamente, la razón por la que no
puede decirse de toda filosofía que
sea ciencia filosófica: lo será únicamente en la medida en que se acerque a la
realidad. Y sólo en esa medida. La realidad es la piedra de toque a la que se
debe acudir siempre, como fundamento que es de toda ciencia, entendiendo por
realidad la totalidad de lo que es, de lo que tiene ser.
En lo que concierne al
mundo exterior, éste es percibido de modo inmediato a través de los sentidos
(intuición sensible). Su evidencia es manifiesta; no se precisa de ningún tipo
de demostración. Éste es el primer paso: la percepción de lo real concreto.
Sobre esta base, y utilizando la razón adecuadamente, el pensamiento se va
enriqueciendo a medida que va aumentando el conocimiento de lo real, que no
otro es el sentido del pensar. Se piensa para conocer, para conocer cosas. Pero
las cosas ya estaban ahí antes de que yo las pensara. Y pensando acerca de
ellas, yo no las modifico en su ser: mi pensamiento no las altera.
La famosa expresión de
Descartes: "Cogito, ergo sum"
("pienso, luego existo"), debería ser sustituida por alguna otra
como, por ejemplo, la que utiliza Etiénne Gilson en su libro El Realismo metódico, a saber: "Res sunt, ergo cogito" ("las
cosas son, luego pienso"). Dice textualmente este autor:" 'Pienso' es una evidencia, pero no la
evidencia primera, y por eso no llegaremos a nada basándonos en ella. 'Las cosas son' es otra evidencia; y ésta
sí que es la primera de todas y la que conduce, por una parte, a la ciencia, y
por otra, a la metafísica; por consiguiente es un método sano tomarla como
punto de partida". Y continúa diciendo, más adelante, en el mismo libro:
"No tenemos más que dos caminos: o sujetarnos a los hechos y ser libres de
nuestro pensamiento. O, liberándonos de los hechos, caer en la esclavitud de
nuestro pensamiento". Es evidente que sólo el primer camino es el que
conduce a la ciencia.
(Continuará)
miércoles, 2 de enero de 2013
LA SANTÍSIMA TRINIDAD (DIOS HIJO X)
Desde el comienzo de su
misión, el amor del Padre hacia su Hijo se manifiesta abiertamente. Esto
ocurrió cuando Jesús fue bautizado por Juan en el Jordán, pues nada más salir
del agua , "...
mientras estaba en oración, se abrió el cielo, y descendió el Espíritu Santo
sobre Él en forma corporal, como una paloma, y se oyó una voz del cielo: 'TÚ ERES MI HIJO AMADO; en Tí me he
complacido' " (Lc 3, 21-22). Este pasaje evangélico se
encuentra también descrito en Mt 3, 16-17 y Mc 1, 10-11; un pasaje que nos
recuerda aquel otro en el que Jesús se manifestó en su Gloria, ante sus tres
apóstoles predilectos, Pedro, Santiago y Juan, en el monte Tabor; lo que se
conoce como la Transfiguración del Señor: "Pedro, tomando la palabra, le dijo a Jesús: 'Señor,
qué bien estamos aquí; si quieres haré aquí tres tiendas: una para Tí, otra
para Moisés y otra para Elías'. Todavía estaba hablando, cuando una nube de luz
los cubrió y una voz desde la nube dijo: 'ÉSTE
ES MI HIJO AMADO, en quien me he complacido: ESCUCHADLE' " (Mt 17,
4-5). Este episodio de la Transfiguración puede leerse también en Mc
9,7 y Lc 9,35. San Pedro se referirá también más adelante a este evento, en su
segunda carta: "...
Hemos sido testigos oculares de su grandeza. En efecto, Él fue honrado y
glorificado por Dios Padre, cuando la suprema gloria le dirigió esta voz: 'ÉSTE ES MI HIJO AMADO, en quien tengo mis
complacencias'. Y esta voz venida del cielo la oímos nosotros, estando con
Él en el monte santo" (2 Pet 1, 16-18).
Como vemos, el Padre se complace en el Hijo, tiene
en Él toda su alegría, todo su agrado, toda su satisfacción: es su Hijo amado.
Es este episodio de la Transfiguración el único en el cual el Padre nos interpela directamente a nosotros. No sólo habla de su
Hijo, el Amado, en quien tiene todas sus complacencias, sino que, además, se
dirige expresamente a nosotros y nos dice (con un verbo que está en imperativo
y, que es, por lo tanto, un mandato): ¡Escuchadle!
Dios Padre nos habla por su Hijo. No sé si fue San Juan de la Cruz quien dijo
aquello de: Una sola Palabra nos dijo
Dios. Y con ella nos lo dijo todo. Se dijo a Sí Mismo. Esta Palabra es su Hijo.
Y así es. Esta REALIDAD (así, con mayúsculas) se nos debería grabar, a fuego,
en la mente y en el corazón: La Palabra
del Padre es el Hijo. Si queremos saber lo que el Padre quiere, tenemos que
escuchar al Hijo. Y no hay otro camino. Por eso Jesús pudo decir: "Quien cree en
Mí, no cree en Mí, sino en Aquel que me ha enviado; y quien me ve a Mí, ve al que me ha enviado" (Jn 12, 44-45). Y también: "Yo soy el
Camino, la Verdad y la Vida. NADIE VA AL
PADRE SI NO ES A TRAVÉS DE MÍ" (Jn 14,6).
En repetidas ocasiones, Jesús habla del Amor que su Padre
le profesa: "Por
eso EL PADRE ME AMA, porque Yo doy
mi Vida, para tomarla de nuevo. Nadie me la quita, sino que Yo la doy
libremente. Tengo poder para darla y poder para volver a tomarla. Tal es el
mandato que de mi Padre he recibido" (Jn 10, 17-18). San Pablo, en
su epístola a los Filipenses, después de recomendarnos que tuviésemos los
mismos sentimientos que tuvo Cristo
Jesús quien "...siendo
de condición divina...se humilló a Sí Mismo, haciéndose obediente hasta la
muerte y muerte de cruz" (Fil 2,6.8), continúa diciendo: "Por lo cual Dios lo exaltó y le otorgó el nombre que
está sobre todo nombre; para que al nombre de Jesús toda rodilla se doble,
en los cielos, en la tierra y en los abismos, y toda lengua confiese: 'Jesucristo es el Señor', para gloria
de Dios Padre" (Fil 2, 9-11).
Las citas podrían multiplicarse y nunca acabaríamos. Valga alguna más
como muestra de este Amor que el Padre tiene por su Hijo, en correspondencia
plena y total al Amor que el Hijo le profesa, un Amor que se hace también
extensivo a todos nosotros. Así, refiriéndose a Sí Mismo, por ejemplo, dice Jesús: "He bajado del Cielo no para hacer mi voluntad sino la voluntad de Aquel que me ha enviado"
(Jn 6,38); y refiriéndose a Su Padre: "El que me ha enviado está conmigo; no me ha dejado solo, porque Yo hago siempre lo que le agrada"
(Jn 8,29). O: "No estoy solo, porque el Padre está conmigo" (Jn 16,32). Finalmente,
refiriéndose a nosotros, en su
oración sacerdotal de la última Cena, le dice a su Padre: "Yo les he dado la gloria que Tú me
diste, para que sean uno como Nosotros
somos Uno. Yo en ellos y Tú en Mí, para que sean consumados en la unidad, y conozca el mundo que Tú me has enviado y los has amado como me amaste a Mi" (Jn 17, 22-23)
Nos estamos acercando ya
al Corazón del mismo Dios, a su Espíritu; pero de esto continuaremos hablando en
el siguiente post.
(Continuará)
lunes, 31 de diciembre de 2012
LA SANTÍSIMA TRINIDAD (DIOS HIJO IX)
Recordemos la oración sacerdotal de la
Última Cena, en donde Jesús, dirigiéndose a su Padre le dice: "Yo te he glorificado en la tierra: he terminado la obra que Tú me has encomendado que hiciera. Ahora,
Padre, glorifícame Tú con la gloria que tuve junto a Tí antes que el mundo
existiera" (Jn 17, 4-5).
Ya ha quedado suficientemente claro, en lo que
hemos venido diciendo, que toda la Vida de Jesús fue glorificar a su Padre,
llevando a cabo la misión para la que había sido enviado. El Amor de Jesús
hacia su Padre ha quedado más que evidente: "Yo
hago siempre lo que le agrada" (Jn 8,29). "Yo nada hago por Mï Mismo,
sino que hablo lo que me enseñó mi Padre" (Jn 8,28). "Yo hablo lo que
he visto en mi Padre"(Jn 8,38)."Yo no busco mi voluntad sino la
voluntad del que me envió"(Jn 5,30), etc...
Nos
preguntamos ahora si el Padre ama al Hijo de la misma manera. Por supuesto que
sí. Tenemos abundantes citas del Nuevo Testamento que nos lo revelan: "El Padre ama al Hijo y lo ha puesto
todo en sus manos" (Jn 3,35). "Dios nos ha dado la vida eterna, y esa
vida está en su Hijo. Quien tiene al Hijo tiene la vida. Quien no tiene al
Hijo, no tiene la Vida de Dios" (1 Jn 5, 11-12). Y en otro
lugar: "Ésta
es la voluntad de mi Padre: que todo el que ve al Hijo y cree en Él tenga vida
eterna" (Jn 6,40). Por eso, "todo el que niega al Hijo tampoco posee al Padre"(1
Jn 2,23). Y "el que no honra al Hijo, no honra al Padre, que lo ha
enviado" (Jn 5,23). En cambio, "quien confiesa
al Hijo también posee al Padre" (1 Jn 2,23). Esa es la razón por la que el Hijo puede
decir: "Si me conocierais a Mí conoceríais
también a mi Padre" (Jn 8, 19).
Todo esto está en consonancia con lo que Jesús ha
dicho en frecuentes ocasiones: "El Padre está en Mí y Yo en el Padre"
(Jn 10,38). Por ejemplo, cuando Felipe le dice: "Señor, muéstranos al Padre y nos basta",
Jesús le responde: "Felipe, tanto tiempo como
llevo con vosotros, ¿y no me has conocido? El
que me ha visto a Mí ha visto al Padre. ¿Cómo dices tú: muéstranos al
Padre? (Jn 14, 8-10). Y
prosigue: "Creedme: Yo estoy en el Padre y el
Padre en Mï" (Jn 14,11). ¿Hay mayor modo de amar a otro que
estar en él? : el Hijo está en el Padre
y el Padre está en el Hijo.
Observamos, por una parte, una distinción de Personas: el Padre, que está en el Hijo, y el Hijo, que está en el Padre: Padre e Hijo se relacionan mutuamente y se conocen: "Como el Padre me conoce a Mï, así Yo conozco al
Padre" (Jn 10, 15). Es más: "Nadie
conoce al Hijo sino el Padre, y nadie conoce al Padre sino el Hijo..." (Mt
11,27; Lc 10,22). Esta relación Padre-Hijo aparece como eterna, anterior al nacimiento de Jesús según la
carne: "En el principio existía el Verbo y el Verbo estaba junto a Dios" (Jn 1,1). De hecho, "a Dios nadie lo ha visto jamás; el Dios Unigénito, el
que está en el seno del Padre, Él mismo nos la ha dado a conocer" (Jn
1,18). Por eso pudo decir a los judíos: "Antes
de que Abrahán naciese, Yo soy" (Jn 8,58). Y en la oración
sacerdotal: "Ahora, Padre, glorifícame Tú, a
tu lado, con la gloria que tuve junto a
Tí, antes de que el mundo existiera" (Jn 17,5).
Por otra parte, esta igualdad de conocimiento
existente entre Padre e Hijo, esta intimidad tan perfecta entre ambos, nos está
hablando, de alguna manera, de un modo misterioso, pero real, de la igualdad de
naturaleza de ambas Personas. Así dice San Juan en el prólogo de su Evangelio,
refiriéndose al Hijo, el Verbo, que no sólo estaba junto a Dios sino que
también "... el Verbo era Dios" (Jn 1,1). El mismo Jesús así lo expresó cuando dijo: "Yo y el
Padre somos uno" (Jn 10,30).
[¿Cabe amor mayor entre dos personas que la unidad entre
ellas? En el lenguaje ordinario cuando dos personas se aman se dicen cosas
como: "Me gustaría fundirme contigo y que fuéramos uno". Estos bellos
deseos se quedan, ciertamente, sólo en deseos. El amor humano no puede llegar
hasta ese extremo. En Dios no sucede así. Realmente el Hijo está en el Padre y
el Padre está en el Hijo; y realmente son Uno. Eso sí, sin confusión de
Personas: la Persona del Padre es distinta de la Persona del Hijo; y la Persona
del Hijo es distinta de la Persona del Padre. Se trata de Personas diferentes, en cuanto Personas.
De no ser así, ¿cómo podría darse el Amor en Dios? ... un Amor, por otra parte, que
es tan perfecto que, aunque nuestro Dios es único, no es, sin embargo, un Dios solitario. El amor se
da siempre entre dos personas. Si en Dios no hubiese una pluralidad de Personas, no
podría entenderse cómo es posible que Dios sea Amor, tal y como conocemos por la Revelación.
Más adelante iremos ahondando en esta idea (más que idea, Realidad), que es de una
importancia vital para todos nosotros, como veremos]
(Continuará)
jueves, 27 de diciembre de 2012
LA SANTÍSIMA TRINIDAD (DIOS HIJO VIII)
[Nota: Cuando comencé a escribir acerca de este tema
trascendental y fundamento de toda la vida cristiana, no sabía exactamente el
tiempo que me iba a llevar. Pero lo cierto es que, a medida que he ido
escribiendo, se me abrían nuevos horizontes. Y me doy cuenta de que hablar de
estas cosas me supera, como no podría ser de otra manera... sólo que ahora me
doy más cuenta de que eso es así. Eso no significa que no vaya a continuar
escribiendo. Lo que quiero decir con esto es que, para no cansar demasiado al posible
lector, hablaré paralelamente de otros temas, como en realidad he venido haciendo hasta ahora. El
trasfondo seguirá siendo, como en un cuadro, la Santísima Trinidad. Eso sí, sin
prisas: son muchas las citas bíblicas; y lleva mucho tiempo escribir sobre
este tema. Pero el esfuerzo está más que compensado. Merece la pena estudiar y
meditar todo lo que lleve a un mejor conocimiento y amor de Dios, tanto para mí
mismo como, así lo espero, también para aquellos que llegaran a leer lo que
aquí escribo].
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Efectivamente, los pensamientos de Dios no son nuestros pensamientos (Is 55,8). ¿Quién hubiera sido capaz de imaginar jamás
que, en obediencia perfecta a la voluntad de su Padre, el Hijo de Dios iba a
entrar en la historia humana, haciéndose uno de nosotros, un niño pequeñito, un
bebé, completamente desprotegido y dependiente absolutamente de sus padres,
como cualquier otro bebé humano lo es? Tremendo misterio es éste: que el Dios Único,
Todopoderoso y Eterno, se nos haya manifestado del modo en que lo hizo, tomando
nuestra naturaleza humana y haciéndose realmente un hombre como nosotros, "semejante en
todo a nosotros, menos en el pecado" (Heb 4,15).
Un misterio que, como tal, es inexplicable. Si quisiéramos
encontrarle alguna "explicación" sólo existe una: el Amor. Su Amor
hacia nosotros le llevó a hacer lo que hizo. Esta "explicación", sin
embargo, también es incomprensible. ¿Qué necesidad tenía Él de actuar así? La
respuesta es: Ninguna. Y, entonces, ¿Por qué actuó del modo en que lo hizo?. Y
la respuesta es: Porque así lo decidió libremente, porque quiso, porque le dio
la gana, vamos. El Amor tiene sus "razones" que la razón desconoce.
En realidad, no hay ninguna razón para el Amor que no sea el Amor mismo. Esto
se nos escapa. Y así debe ser. ¿Dónde estaría, si no, el misterio?
Nosotros pensamos en términos de grandeza, de poder, de
dinero, de influencias, de fama, de ser reconocidos, etc... En cambio,
Jesucristo, que vino con una misión muy clara, de parte de su Padre, nos dijo,
hablando de Sí Mismo: "El Hijo del Hombre no ha venido a ser servido, sino a
servir y a dar su vida en redención de muchos" (Mt 20,28). Ya
hemos dicho esto antes, en repetidas ocasiones, pero nunca acabamos de
entenderlo del todo, si es que llegamos a entender algo. Decía Jesús: "Yo no busco mi voluntad sino la voluntad del que me
envió" (Jn 5, 30). "He bajado del cielo no para hacer mi voluntad
sino la voluntad de aquel que me ha enviado" ( Jn 6, 38).
Hasta ahora hemos hablado, básicamente, de la relación de
Jesús con su Padre. Toda la vida de Jesús hace referencia al Padre: "Mi alimento es hacer la voluntad de mi
Padre y acabar su obra" (Jn 4,34). "Yo hablo lo que he visto en mi
Padre" (Jn 8, 38). Y en otra ocasión: "Yo no he hablado por mí mismo, sino que
el Padre, que me envió, Él me ha ordenado lo que tengo que decir y hablar. Y sé
que su mandato es Vida Eterna; por tanto, lo
que Yo hablo, según me lo ha dicho el Padre, así lo hablo" (Jn 12,
49-50).
Y con relación a la misión que del Padre ha recibido nos
dice: "Todo
lo que oí de mi Padre os lo he hecho conocer" (Jn 15,15). "El mundo debe conocer que amo al Padre y
que obro tal y como me ordenó" (Jn 14,31). Por eso les dice
a sus discípulos: "Como el Padre me envió así os envío Yo" (Jn 20,21).
La obediencia de Jesús a la voluntad de su Padre fue hasta el extremo, como decía
San Pablo: "Fue
obediente (a su Padre) hasta la muerte y muerte de cruz” (Fil 2, 7-8).
O, como el mismo Jesús decía: "¿Acaso no voy a beber el cáliz que el Padre me ha
dado" (Jn 18,12). Y sus últimas palabras en la cruz, refiriéndose a la misión recibida por parte de
su Padre, fueron: "Todo está consumado" (Jn 19,30). "Padre,
en tus manos encomiendo mi Espíritu" (Lc 23,46)
Por
eso, en la oración sacerdotal de la Última Cena, pudo decirle a su Padre: "Yo te he
glorificado en la tierra: he terminado
la obra que Tú me has encomendado que hiciera. Ahora, Padre, glorifícame Tú
con la gloria que tuve junto a Tí antes que el mundo existiera" (Jn 17,
4-5)
(Continuará)
viernes, 7 de diciembre de 2012
LA SANTÍSIMA TRINIDAD (DIOS HIJO VII)
Recapitulemos brevemente lo dicho hasta ahora, y continuemos
con nuestra reflexión en torno a este maravilloso misterio de la Santísima Trinidad.
Como ya sabemos…
“En el principio existía el Verbo; y el Verbo estaba con
Dios; y el Verbo era Dios” (Jn 1,1). “Todo fue hecho por Él; y sin Él nada se
hizo de cuanto ha sido hecho” (Jn 1, 3-4a). Y este Verbo, que es Dios (el Único)
y que existe desde el principio y por quien fueron hechas todas las cosas, “se
hizo carne y habitó entre nosotros” (Jn 1,14). Jesucristo es el Verbo de Dios,
encarnado; y “siendo de condición divina… se hizo semejante a los hombres…,
haciéndose obediente (a su Padre) hasta la muerte y muerte de cruz” (Fil 2,
7-8).
Por eso pudo decir, por una parte: “El Padre y Yo somos uno”
(Jn 10,30) y “Antes de que Abraham existiese, Yo soy” (Jn 8,58). Jesucristo,
Hijo de Dios Padre, es de la misma naturaleza divina que el Padre y, por lo
tanto, es verdaderamente Dios. Pero,
por otra parte, tomó también nuestra naturaleza humana como propia, realmente propia, y se hizo verdaderamente hombre, uno de nosotros, “probado
en todo igual que nosotros, menos en el pecado” (Heb 4,15). Ambas cosas se dan
en Jesús: es verdadero Dios y es verdadero hombre.
La unicidad de Dios no queda mermada en modo alguno, aunque
así pudiera parecer a una mirada superficial. Sigue habiendo un único Dios, “el
Dios de Abraham, de Isaac y de Jacob” (Ex 3,15). Pero hay una novedad sumamente
importante: es la comprensión de este
único Dios la que Jesucristo ha venido a traernos, en obediencia a la voluntad
de su Padre. Nuestro conocimiento de Dios se enriquece gracias a la venida
de Jesús; y de un modo tal que ninguna mente humana sería capaz de imaginar, puesto
que Jesús no es que nos hable de Dios, sin más, sino que Él mismo es Dios: “Felipe,
el que me ve a Mí ve al Padre” (Jn 14,9). Así lo afirma también San Juan, quien
dice que aunque “a Dios nadie lo ha visto jamás, Dios Unigénito, que está en el
seno del Padre, … nos lo ha dado a conocer” (Jn 1,18).
Decididamente, quedan patentes en Jesucristo las palabras bíblicas,
palabras de Dios, en definitiva, cuando dice: “Mis pensamientos no son vuestros
pensamientos, ni vuestros caminos mis caminos” (Is 55,8). Jamás persona humana
alguna hubiera sido capaz de concebir algo tan sublime, tan grande, tan
inefable, tan extraordinario… No cabe en la mente humana que Dios se haga
hombre sin dejar de ser Dios, que siendo un solo Dios, se trate, sin embargo,
de Personas distintas, una de las cuales, el Hijo, es enviado por la otra, el
Padre, con una misión, que a nosotros nos sobrepasa y que conlleva que el
propio Hijo tome nuestra naturaleza humana, haciéndose realmente hombre, en
cumplimiento de la Voluntad
de Su Padre, una Voluntad que es también la Suya propia, porque el Hijo hace siempre aquello que agrada a su Padre (Jn 8,29).
La grandeza de Dios se manifiesta en la debilidad: “Un niño
nos ha nacido, un hijo se nos ha dado… y lleva por nombre Consejero
maravilloso, Dios fuerte,…”(Is 9,5). “Mirad, la virgen está encinta y dará a
luz un hijo, a quien pondrán por nombre Emmanuel” (Is 7,14), que significa “Dios
con nosotros”. Esta profecía de Isaías se cumplió en Jesús, de quien dice el
Ángel a María: “Será grande, se llamará Hijo del Altísimo… reinará eternamente…
y su reino no tendrá fin” (Lc 1, 32-33).
¡Imposible, absolutamente imposible la comprensión de este
proceder de Dios por ningún ser humano! ¡¿Que Dios, creador de todo cuanto
existe, se haga un niño pequeño e indefenso?!... ¡Vamos, eso no se le pasa a
nadie por la cabeza, ni se le puede pasar! ¡Eso es una locura! Y, sin embargo,
así ocurrió: ¡es la locura de Dios! Lo sabemos porque así nos lo ha revelado el
mismo Dios, en la Persona
de su Hijo, Jesucristo. Tremendo misterio éste, en el que nos iremos
adentrando, poco a poco, …, e iremos descubriendo que se trata, en realidad, de
un Misterio de Amor; y descubriremos también que es precisamente este Amor, y sólo este
Amor, el Único capaz de dar sentido a nuestras pobres vidas que, ahora, han
venido a ser enormemente valiosas porque, para Él, somos importantes.
(Continuará)
domingo, 25 de noviembre de 2012
LA SANTÍSIMA TRINIDAD (DIOS HIJO VI)
Continuemos hablando de la
relación de Jesús con su Padre. Jesucristo tenía una
misión que cumplir, una misión que había recibido de su Padre. El cumplimiento de
esa misión era lo único que explicaba su presencia en este mundo. Toda su vida
terrena no fue sino la puesta en práctica de esa misión: “Yo he bajado del
cielo no para hacer mi voluntad, sino la voluntad de Aquel que me ha enviado”
(Jn 6,38). Y esto hasta tal extremo que no había nada en su vida que no hiciera
referencia a su Padre: “Mi alimento es hacer la voluntad de mi Padre y llevar a
cabo su obra” (Jn 4,34).
Ya a los 12 años, cuando
sus padres le estuvieron buscando durante tres días y, por fin, lo encontraron
en el Templo, sentado en medio de los doctores, escuchándoles y
preguntándoles, a la pregunta de María:
“Hijo, ¿por qué nos has hecho esto? Mira que tu padre y yo, angustiados, te
buscábamos”, Jesús le respondió: “¿Y por qué me buscabais? ¿No sabíais que es
necesario que yo esté en las cosas de mi Padre?” (Lc 2, 48-49)
Jesús entendió su vida
como obediencia al mandato que de su Padre había recibido: “Yo no hablo por mí
mismo, sino que el Padre, que me envió, Él me ha ordenado lo que tengo que
decir y hablar. Y sé que su mandato es vida eterna. Así que, lo que yo hablo,
según me lo ha dicho el Padre, así lo hablo” (Jn 12, 49-50), pues “el Hijo no
puede hacer nada por Sí mismo, sino lo que ve hacer al Padre” (Jn 2,16). Y en otro lugar dice: “Yo hablo lo que he visto
en mi Padre” (Jn 8,38). Y también: “Nada hago por mí mismo, sino que como el
Padre me enseñó así hablo. Y el que me ha enviado está conmigo; no me ha dejado
solo, porque yo hago siempre lo que le agrada” (Jn 8,28b-29).
Esto no es algo
accidental, sino que es de suma importancia; y un punto clave de la existencia
cristiana: “El mundo debe conocer que
amo al Padre y que obro tal y como me ordenó” (Jn 14,31). De ahí que les diga a sus discípulos:
“Todo lo que oí de mi Padre os lo he hecho conocer” (Jn 15,15). La entrega de
Jesús a la voluntad del Padre es total, incluso hasta el sacrificio de su
propia vida: “Padre mío, si es posible, aleja de mí este cáliz; pero que no sea
como yo quiero, sino como quieres Tú” (Mt 26,39). Se observa aquí la naturaleza
humana de Jesús: “Ahora mi alma está turbada; y ¿qué voy a decir?: ‘Padre,
líbrame de esta hora?’¡Pero si para ésto he venido a esta hora! ¡Padre,
glorifica tu Nombre!” (Jn 12,27-28)
Esa fue la vida de Jesús:
el cumplimiento pleno, en sí mismo, de la voluntad de su Padre, con relación a
Él. En palabras de Jesús: “Yo no busco mi voluntad, sino la voluntad de Aquel
que me ha enviado” (Jn 5,30). Y ese amor
de Jesús hacia su Padre, esa búsqueda del cumplimiento de la voluntad de su
Padre, no tiene lugar de cualquier manera, como podemos adivinar en sus
palabras: “Fuego he venido a traer a la tierra; y ¿qué quiero sino que arda?
Tengo que ser bautizado con un bautismo, y ¡qué ansias tengo hasta que se lleve
a cabo!" (Lc 12, 49-50). Recordamos aquí también la escena del Templo, cuando
Jesús “encontró a los vendedores de bueyes, ovejas y palomas, y a los cambistas
en sus puestos… y con unas cuerdas hizo un látigo y arrojó a todos del Templo,
con las ovejas y los bueyes; tiró las monedas de los cambistas y volcó las
mesas. Y les dijo a los que vendían palomas: ‘Quitad esto de aquí: no hagáis de
la casa de mi Padre un mercado’. (Jn 2, 13-17)”. Los discípulos de Jesús se
acordaron entonces de aquello que está escrito en los salmos: El celo de tu casa me consume (Sal
69,10).
Jesús se tomó muy en serio
su misión, haciendo realidad en su propia vida aquello que había dicho a sus
discípulos: “Nadie tiene amor más grande que el de dar uno la vida por sus
amigos” (Jn 15,13). Sobre la obediencia de Jesús nos habla San Pablo en su
carta a los Filipenses: “Tened entre
vosotros los mismos sentimientos que
tuvo Cristo Jesús, el cual, siendo de condición divina, no consideró como
presa codiciable el ser igual a Dios, sino que
se anonadó a sí mismo, tomando la
forma de siervo, hecho semejante a los hombres; y, mostrándose igual que los
demás hombres, se humilló a sí mismo, haciéndose
obediente hasta la muerte y muerte de cruz” (Fil 2, 5-8).
(Continuará)
jueves, 1 de noviembre de 2012
LA SANTÍSIMA TRINIDAD (DIOS HIJO V)
El Único Dios, cuyo "eterno poder y su divinidad se han
hecho visibles a la inteligencia a través de las cosas creadas" (Rom 1,
20); este Dios que "en diversos momentos y de muchos modos habló en el
pasado a nuestros padres por medio de los profetas" (Heb 1, 1-2)... al llegar la plenitud de los tiempos, ENVIÓ
A SU HIJO, nacido de mujer, nacido bajo la Ley.. ." (Gal 4, 4), es decir, a Jesús.
De modo que, por una parte, Jesús
es verdadero hombre, nacido de mujer, hijo de María según la carne [“... bendito es el fruto de tu
vientre" (Lc 1,42), le dijo Isabel a María, refiriéndose a
Jesús], y considerado "legalmente" como hijo de José: "¿No es éste el hijo de José?" (Lc 4,22), decían los judíos hablando de Jesús; de
ahí la expresión nacido bajo la Ley [ya sabemos que José no fue realmente padre de Jesús según la carne, pues entre
María y José no hubo relaciones conyugales; José representó ese papel de padre legal de Jesús porque eso fue lo que Dios le
pedía; y a ello consagró gustoso toda su vida].
Por otra parte, Jesús
es también verdadero Dios: A
la pregunta de María dirigida al arcángel Gabriel con respecto al modo en
que concebiría a su hijo: "¿De qué modo se hará esto, pues no
conozco varón?" (Lc 1,34), el ángel le respondió: "El Espíritu Santo descenderá sobre
tí y el poder del Altísimo te cubrirá con su sombra; por eso, el que nacerá Santo será llamado Hijo de Dios...pues
para Dios nada hay imposible" (Lc 1, 36-37). Ya hemos visto cómo "... al llegar la plenitud de los tiempos, Dios ENVIÓ A SU HIJO,
nacido de mujer, nacido bajo la
Ley.. ." (Gal 4, 4). El que nació de mujer y nació bajo la ley, es decir, Jesús,
es también SU HIJO, el que Él nos ha enviado.
El propio Jesús habla, en repetidas ocasiones, de esta misión que ha recibido de su Padre así como de su identidad con el Padre: "Yo y el Padre somos uno" (Jn 10,30). "El que me ve a Mí, ve al que me ha enviado" (Jn 12, 45).
El propio Jesús habla, en repetidas ocasiones, de esta misión que ha recibido de su Padre así como de su identidad con el Padre: "Yo y el Padre somos uno" (Jn 10,30). "El que me ve a Mí, ve al que me ha enviado" (Jn 12, 45).
Después de saludar a María, el ángel Gabriel le dijo: "No temas, María, porque has hallado gracia delante de
Dios. Concebirás en tu seno y darás
a luz un hijo, y le
pondrás por nombre Jesús. Será grande y será
llamado Hijo del Altísimo... reinará eternamente... y su Reino no tendrá
fin" (Lc 1, 30-33). Aquí aparece Jesús como hijo de María y
como Hijo de Dios
¿Y cómo era la relación de Jesús con su Padre? ¿Qué se lee en el
Evangelio?
Cuando San Juan, en su Evangelio, habla del Verbo, de ese
Verbo que estaba junto a Dios y de ese Verbo que era Dios, se está refiriendo
precisamente al Hijo, al Hijo de Dios, lo que queda muy claro cuando dice que "... el Verbo se hizo carne y habitó entre nosotros,
y hemos visto su gloria, gloria como de Unigénito
del Padre, lleno de gracia y verdad" (Jn 1, 14). Este Verbo que se hizo carne, que
habitó entre nosotros y que es Unigénito del Padre es, precisamente, JESÚS.
De modo
que, aunque es verdad que "a Dios nadie
lo ha visto jamás", sin embargo, "el
Dios Unigénito, el que está en el seno del Padre", es decir, Jesucristo, "Él
mismo nos lo ha dado a conocer" (Jn 1,18). Esto
explica todo lo que era inexplicable para los judíos, por ejemplo, cuando
pensaban que Jesús blasfemaba, al decirle al paralítico: "Hijo,
tus pecados te son perdonados", porque "¿quién
puede perdonar los pecados sino sólo Dios" (Mc 2, 5.7). Y tenían razón en lo que estaban pensando... ¡Pero claro, es que... Jesucristo era Dios!
(Continuará)
domingo, 28 de octubre de 2012
LA SANTÍSIMA TRINIDAD(DIOS HIJO IV)
Vemos cómo Jesús se
identifica con su Padre: "Yo y el Padre
somos uno" (Jn 10, 30). A Felipe le dice: "Tanto tiempo
como estoy con vosotros¿ y no me has conocido? El que me ve a Mí ve al Padre. ¿Cómo dices tú: muéstranos al
Padre?" (Jn 14,9). Y poco más
adelante: "Creedme
que Yo estoy en el Padre y el Padre en
Mí"(Jn 14,11).
En realidad, ésta fue la
verdadera causa por la que los judíos querían dar muerte a Jesús, como así se
dice expresamente en el Evangelio: "Los judíos buscaban el modo de matarle porque no sólo
quebrantaba el sábado sino que también llamaba
a Dios Padre suyo, haciéndose igual a Dios" (Jn 5,18)
En la oración
sacerdotal, Jesús se dirige a su Padre diciéndole: "Padre, glorifícame Tú, a tu lado, con la gloria que tuve junto a Tí, antes que el mundo
existiera" (Jn 17,5); en donde pueden apreciarse, al menos, dos
cosas: por una parte, la pre-existencia de Jesús (en cuanto que es verdadero Dios) antes de la creación del
mundo, en conformidad con aquello que dijo a los judíos, y por lo que quisieron
apedrearle: "En
verdad, en verdad os digo: antes de que
Abraham naciese, Yo soy" (Jn 8,58). Pero, por otra parte,
es de notar que Jesús se dirige a su
Padre como a Alguien distinto de Él, con quien dialoga: estaba a Su lado, junto a Él.
San Juan, en el prólogo
de su Evangelio, relata esto mismo: "En el principio existía el Verbo, y el Verbo estaba junto a Dios, y el Verbo era Dios. Él estaba en el principio
junto a Dios. Todo se hizo por Él, y sin Él no se hizo nada de cuanto ha sido
hecho" (Jn 1, 1-3). En este contexto, el Verbo se refiere al
Hijo, antes de venir a este mundo y hacerse hombre, en Jesucristo (verdadero
Dios y verdadero hombre). El Dios junto al cual estaba el Verbo (el Verbo estaba
junto a Dios) se refiere al Padre (Padre, glorifícame...con la gloria que tuve
junto a Tí). Observamos cómo aparecen aquí ya dos Personas
distintas, dialogando entre sí, con la peculiaridad de que ambas Personas
poseen la Naturaleza Divina. Del Hijo se dice que es Dios, exactamente igual
que se dice del Padre; siendo así, como lo es, que sólo hay un único Dios. Esto
es algo absolutamente incomprensible, aunque no contradictorio, como veremos. Y
es que nos encontramos ante el mayor de todos los Misterios del Cristianismo.
(Continuará)
sábado, 13 de octubre de 2012
LA SANTÍSIMA TRINIDAD (DIOS HIJO III)
En el Nuevo Testamento se observa, como ya se ha dicho, esta
continuidad con el Antiguo Testamento. Cuando le preguntan a Jesús sobre el
primer mandamiento contesta con estas palabras: "Escucha, Israel, el Señor Dios nuestro
es el único Señor" (Mc 12, 29), que son una cita expresa del libro del Deuteronomio (Deut 6,
4) y un texto fundamental del Antiguo Testamento sobre la unicidad de Dios. En
el Nuevo Testamento (en adelante NT) se reafirma el monoteísmo del Antiguo
Testamento (en adelante AT). Además: el Dios del que habla Jesús no sólo es
único, sino que es "el Dios de Abraham, el Dios de Isaac y el Dios de
Jacob" (Mc 12, 26); de modo que hay una clara sintonía entre
los dos Testamentos. ¿En qué difieren, entonces?
La respuesta la tenemos tanto en las Palabras como en la
Vida de Jesús, que no son sólo una confirmación del monoteísmo del AT (que lo son) sino, sobre todo, una PROFUNDIZACIÓN en la realidad de ese único Dios.
Al igual que en el AT, en los escritos del NT se hace repetida profesión de fe en
un solo Dios, de quien todo procede y para quien son todas las cosas: "Uno solo es
Dios" (1 Tim 2,5); "Aquel para quien y por quien son todas las
cosas" (Heb 2, 10); "No hay más Dios que el Dios único" (1 Cor
8, 4), "un solo Dios y padre de todos" (Ef 4,6); " de quien todo
procede y para quien somos nosotros" (1 Cor 8, 6); "de Él, por Él y
para Él son todas las cosas" (Rom 11,36). Y los atributos con que se describe a Dios en el
NT son los mismos que en el AT: Dios es Único (Mc 12,29), Eterno (Rom 16, 26), Sabio (Rom
16, 27), Todopoderoso (Ap 4,8; Mc 14, 36), Bueno (Mc 10, 18), Santo (Jn 17, 11;
1 Pedr 1, 15) Fiel (1 Cor 1,9; 10,13; 2 Tes 3,3), Creador y Señor (Mt 11,25),
Rey (1 Tim 6, 15), etc,.
Sin embargo, estos
atributos divinos encuentran una expresión nueva al revelarse en el rostro de
Jesucristo. De este Dios, de quien dice San Pablo que "en Él vivimos, nos movemos y
existimos" (Hech 17,28); "a quien nadie
ha visto jamás" (Jn 1, 18), que es "el Único que
es inmortal, [y que] habita en una luz inaccesible; [y] a quien ningún hombre ha visto ni puede ver" (1 Tim 6, 16). Es de este Dios de quien nos dice San Juan, refiriéndose a Jesucristo: "el Dios
Unigénito, que está en el seno del Padre, ése es quien nos lo ha dado a
conocer" (Jn 1,18).
Sólo así se entienden algunas expresiones utilizadas por
Jesús, expresiones que, de otro modo, no tendrían ningún sentido, como cuando
les dijo a los judíos: "En verdad, en verdad os digo: antes de que
Abrahán naciese, Yo soy" (Jn 8,58). Y cuando
Felipe le dice: "Señor,
muéstranos al Padre y nos basta" (Jn 14,8), Jesús le contesta: "Felipe, tanto tiempo como llevo con vosotros, ¿y aún
no me has conocido? EL QUE ME VE A MÍ, VE
AL PADRE" (Jn 14,9).
El modo en que Jesús llama Padre a Dios no es aplicable a
ninguna persona humana, pues refiriéndose a Sí mismo dice: "Todo me lo ha entregado mi Padre; y nadie conoce quién
es el Hijo sino el Padre; y nadie conoce
quién es el Padre sino el Hijo y aquel a quien el Hijo quiera
revelarlo" (Lc 10,22). La relación filial de Jesús con su Padre
se encuentra a un nivel distinto y superior del que tienen los demás hombres
con Dios. "En
esto se manifestó entre nosotros el Amor de Dios: en que DIOS ENVIÓ A SU HIJO UNIGÉNITO al mundo para que recibiéramos por
Él la Vida" (1Jn 4,9). Jesús nunca usó la expresión
"nuestro Padre", poniendo su filiación al Padre al mismo nivel que la
nuestra, sino que, dirigiéndose a nosotros, habló de "vuestro Padre": "¿Cuánto más vuestro
Padre que está en los cielos dará cosas buenas a los que se lo pidan?"
(Mt 7, 11). Una distinción que expresa, aún más claramente, cuando dice:"Subo a mi Padre y a vuestro Padre, a mi
Dios y a vuestro Dios" (Jn 20, 17).
Por otra parte, Jesús no se limita a llamar Padre a Dios, sino que afirma
ser una misma cosa con Él: "Yo y el Padre somos uno" (Jn 10,30) . "El
Padre está en Mí, y Yo estoy en el Padre" (Jn 10,38). Además, al igual que "Dios [el Padre] es luz y no hay tiniebla alguna en Él" (1 Jn 1,5), también el Hijo es luz, como el Padre: "Yo soy la luz del mundo" (Jn 8,12). "Yo he venido al mundo como luz, para que todo el que cree en Mí no quede en tinieblas" (Jn 1, 46).
Dios se nos ha ido revelando paulatinamente a lo largo
de la historia de un modo más o menos velado hasta la venida de Jesucristo: "Muchas veces
y de diversos modos habló Dios a los padres en otro tiempo por medio de los
profetas; últimamente, en estos
días, nos ha hablado por su Hijo, a
quien ha constituido heredero de todo, por
quien hizo también el mundo" (Heb 1, 1-3). O también: "Al llegar la
plenitud de los tiempos, envió Dios a su
Hijo" (Gal 4, 4).
En todos estos pasajes queda claro, con una claridad meridiana, que Dios se revela plenamente, a Sí Mismo, en su
Hijo, "resplandor de su gloria e impronta de su
sustancia" (Heb 1, 3). Jesús mismo nos lo dice: "Quien me ve a Mí, ve al que me ha enviado" (Jn
12, 45). En verdad, podemos decir, con San
Pablo, aquello de que "ni ojo vio ni oído oyó, ni pasó por el corazón del
hombre, las cosas que preparó Dios para los que le aman" (1Cor 2,9), y es que "Dios nos ha dado la vida eterna, y esta vida está en su Hijo. Quien tiene al Hijo de Dios tiene la Vida; quien no tiene al Hijo tampoco tiene la Vida (1 Jn 5, 11-12). Para el NT toda la verdad de Dios se
condensa en Jesús, quien dice de Sí mismo
que "es el Camino, la Verdad y la Vida"
(Jn 14,6).
Y, sin embargo, no todos aceptarán esta verdad; sólo aquéllos a los que se refería Jesús cuando dijo: "Yo te alabo, Padre, Señor del cielo y de la tierra, porque has ocultado estas cosas a los sabios y prudentes y las has revelado a los pequeños. Sí, Padre, porque así te ha parecido bien" (Mt 11, 25-26)
Y, sin embargo, no todos aceptarán esta verdad; sólo aquéllos a los que se refería Jesús cuando dijo: "Yo te alabo, Padre, Señor del cielo y de la tierra, porque has ocultado estas cosas a los sabios y prudentes y las has revelado a los pequeños. Sí, Padre, porque así te ha parecido bien" (Mt 11, 25-26)
(Continuará)
domingo, 16 de septiembre de 2012
LA SANTÍSIMA TRINIDAD (DIOS HIJO II)
Son muchos los pasajes del
Evangelio (tanto de los sinópticos como de San Juan) y del Nuevo Testamento, en
los que se pone de manifiesto esta realidad de que la venimos hablando. Y es que
Dios, el verdadero Dios, el Único, se ha manifestado al mundo en la Persona de
su Hijo, Jesús "nacido
de mujer, nacido bajo la Ley" (Gal 4, 4); desde luego Dios
supera, con mucho, todo cuanto podamos pensar acerca de Él, pues como dice el
profeta Isaías "sus
pensamientos no son nuestros pensamientos" (Is 55,8).
Teniendo en cuenta lo
dicho anteriormente, y continuando con nuestra línea de investigación, podemos
concluir, a la vista de todas las perfecciones divinas encontradas, que el Dios del Antiguo Testamento es un Dios
que es Amor, aunque esta definición,
así de rotunda, no se encuentra en
el Antiguo Testamento, como tal; será la
que dará el apóstol San Juan (1 Jn 3,3).
Si nos fijamos, cuando
Jesús fue preguntado por un doctor de la ley: "Maestro, ¿cuál es el gran mandamiento de
la Ley?" (Mt 22,36) la respuesta que le dio es una cita textual
de un versículo del Deuteronomio: "Amarás al
Señor, tu Dios, con todo tu corazón, con toda tu alma y con todas tus
fuerzas" (Mt 22, 37; Dt 6,5). Y aún le contesta más, aunque no
se lo hubiera preguntado, citando otro versículo
del Levítico: "El segundo es semejante al primero: "Amarás a tu
prójimo como a tí mismo" " (Mt 22, 39; Lev 19, 18). Y añade: "De estos dos mandamientos penden toda la
Ley y los Profetas" (Mt 22,40). Esta idea es esencial para poder entender el mensaje de Jesús quien dijo,
además, para que no hubiera lugar a dudas acerca de su misión: "No penséis que he venido a abolir la Ley o
los Profetas; no he venido a abolirla, sino a darle cumplimiento" (Mt
5, 17).
Jesús cumplía la Ley desde
muy pequeño: José y María, "cuando cumplieron todas las cosas mandadas en la
Ley del Señor, regresaron a Galilea, a su ciudad de Nazaret" (Lc 2,
39). Y el niño Jesús iba con ellos. "Sus padres iban todos los años a Jerusalén para la fiesta de la Pascua. Y
cuando [Jesús] tuvo doce años, subieron
a la fiesta, como era costumbre" (Lc 2, 41-42).
Una Ley que seguiría
cumpliendo durante toda su vida pública. Siempre que le preguntan, o siempre
que actúa, tiene en cuenta la Ley: "¿Qué está escrito en la Ley? ¿Qué lees tú?" (Lc
10,26). Y aun cuando Él, que es Señor, no está realmente obligado a
pagar los impuestos, "cuando los recaudadores del tributo se acercaron a
Pedro y le dijeron: "¿No paga vuestro Maestro la didracma?" respondió
Pedro: "Sí" (Mt 17, 24-25)...Jesús le dijo a Pedro: "Vete al mar,
echa el anzuelo y el primer pez que pique sujétalo; ábrele la boca y
encontrarás un estáter; lo tomas y lo das por mí y por tí" (Mt 17,27).
Cuando Jesús llegó al
Jordán para ser bautizado por Juan, éste quería impedírselo, pero Jesús le
respondió: "Déjame
hacer ahora, pues así es como debemos nosotros cumplir toda justicia" (Mt
4,15). Y entonces le dejó
hacer. Los ejemplos se podrían multiplicar. En todos ellos se pone de
manifiesto que Jesús actúa en todo como
uno de nosotros, pues es realmente uno de nosotros: es verdadero hombre: "¿No es éste
el hijo de José?" (Lc 4,22). Y así es: Jesús pasaba ante todos
como "el hijo del carpintero", como un hombre más. Todo esto es
cierto.
Y, sin embargo, algo había en Él de extraordinario
que lo hacía diferente de los demás hombres; algo que Él manifestaba cuando lo consideraba oportuno. Por ejemplo,
cuando Jesús comenzó su vida pública y "entró en la sinagoga el sábado y se levantó para
leer... y le entregaron el libro del profeta Isaías, abriendo el libro,
encontró el lugar donde estaba escrito: El Espíritu del Señor está sobre mí,
por lo cual me ha ungido para evangelizar a los pobres, me ha enviado para
anunciar la redención a los cautivos y devolver la vista a los ciegos, para
poner en libertad a los oprimidos y para promulgar el año de gracia del Señor.
(Lc 4, 16-19). [Esta cita se encuentra en Is 61, 1-2. Hace referencia al Mesías
que los judíos esperaban]. Pues bien, cuando todos en la sinagoga tenían los
ojos fijos en Él, Jesús les dijo: "Hoy se ha cumplido
esta Escritura que acabáis de oír" (Lc 4, 21). Como si dijera: el Mesías que esperáis lo tenéis delante de vosotros.
Cuando Juan
el Bautista, el Precursor, que estaba en prisión, en un momento de oscuridad,
envió a dos de sus discípulos a preguntarle a Jesús si era Él el que había de
venir, es decir, si era Él el Mesías o tenían que esperar a otro, Jesús les
respondió: "Id
y contad a Juan lo que habéis visto y oído: los ciegos ven, los cojos andan,
los leprosos quedan limpios, los sordos oyen, los muertos resucitan y los
pobres son evangelizados; y bienaventurado
quien no se escandalice de Mí" (Lc 7, 22-23).
En otra ocasión, cuando
Jesús se quedó dormido en una barca (de agotamiento, pues era un hombre como
nosotros y se cansaba) acompañado por sus discípulos, y se levantó una tormenta
que hacía zozobrar la barca, éstos se asustaron y lo despertaron. Jesús les
echó en cara su poca fe. Y a continuación "increpó a los vientos y al mar y se produjo una gran
calma. Admirados, decían aquellos hombres: ¿Quién
es éste que hasta los vientos y el mar le obedecen?" (Mt 8, 26-27).
Como vemos, los ejemplos son innumerables, tanto en lo que hacía ["Al atardecer le trajeron muchos endemoniados, y expulsaba a los espíritus con su palabra y curó a todos los que se hallaban enfermos" (Mt 8, 16)], como en lo que decía:["La muchedumbre quedaba admirada de su doctrina, pues les enseñaba como quien tiene autoridad,
y no como sus escribas" (Mt 8, 29)]. Su palabra era tal que se
decían los judíos unos a otros: "¿Qué palabra es
ésta que, con potestad y fuerza manda a los espíritus inmundos y salen? (Lc
4,36).
El ministerio
de Jesús, como vemos, fue acompañado de grandes prodigios y señales, signos todos ellos de
la divinidad de Jesucristo, pues ¿quién ha resucitado jamás a un muerto? ¿Quién ha podido decir de sí mismo, con
verdad, las palabras que pronunció Jesús: "Yo soy el Camino, la Verdad y la Vida" (Jn 14,6).?
Sólo hay un modo de explicarlo. Y es admitiendo que Jesús es verdadero Dios: el Único, pues no hay otro.
Y, sin embargo, siendo esto así, como lo es, "aunque había hecho tan grandes señales delante de ellos, no creían en Él" (Jn 12, 37). Y no sólo eso: fue precisamente cuando Jesús resucitó a su amigo Lázaro, el momento en el que los príncipes de los sacerdotes y los fariseos se reunieron en consejo y "desde aquel día decidieron darle muerte" (Jn 11, 53). Es difícil de asimilar, pero así es como ocurrió. Dice el apóstol Marcos que el mismo Jesús, considerando la actitud de los judíos con relación a Él, "se asombraba de su incredulidad" (Mc 6, 6), como no podía ser de otra manera, porque verdaderamente es como para asombrarse de esta cerrazón de los judíos, aunque es preciso matizar, en el sentido de que estas palabras de Jesús no se aplicaban a todos, ya que "muchos judíos... al ver lo que [Jesús] hizo, creyeron en Él" (Jn 11, 45); y hubo, además, "muchos de los jefes [que] creyeron en Él; pero a causa de los fariseos no lo confesaban, para no ser expulsados de la sinagoga, pues amaban más la gloria de los hombres que la gloria de Dios" (Jn 12, 42-43).
Y, sin embargo, siendo esto así, como lo es, "aunque había hecho tan grandes señales delante de ellos, no creían en Él" (Jn 12, 37). Y no sólo eso: fue precisamente cuando Jesús resucitó a su amigo Lázaro, el momento en el que los príncipes de los sacerdotes y los fariseos se reunieron en consejo y "desde aquel día decidieron darle muerte" (Jn 11, 53). Es difícil de asimilar, pero así es como ocurrió. Dice el apóstol Marcos que el mismo Jesús, considerando la actitud de los judíos con relación a Él, "se asombraba de su incredulidad" (Mc 6, 6), como no podía ser de otra manera, porque verdaderamente es como para asombrarse de esta cerrazón de los judíos, aunque es preciso matizar, en el sentido de que estas palabras de Jesús no se aplicaban a todos, ya que "muchos judíos... al ver lo que [Jesús] hizo, creyeron en Él" (Jn 11, 45); y hubo, además, "muchos de los jefes [que] creyeron en Él; pero a causa de los fariseos no lo confesaban, para no ser expulsados de la sinagoga, pues amaban más la gloria de los hombres que la gloria de Dios" (Jn 12, 42-43).
(Continuará)
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