Francisco, pues, no ha hecho más que concluir esta condición, al observar -con razón- que lo que se mueve en torno a la Misa tradicional no es sólo una sensibilidad especial por lo antiguo, sino que es la punta del iceberg de todo un ejército que se opone a todo lo que ellos han “construido” durante 50 años; y esto les aterroriza y les duele profundamente, por lo que no cabe otra que destruirlo. De alguna forma, este Motu Proprio clarifica y certifica lo irreconciliable de ambos ritos.
Nosotros no hemos recibido el espíritu del mundo, sino el Espíritu que procede de Dios (1 Cor 2, 12), el Espíritu de su Hijo, que Dios envió a nuestros corazones (Gal 4,6). Y por eso predicamos a Cristo crucificado, escándalo para los judíos y locura para los gentiles, pero para los llamados, tanto judíos como griegos, es Cristo fuerza de Dios y sabiduría de Dios (1 Cor 1,23-24). De modo que si alguien os anuncia un evangelio distinto del que recibisteis, ¡sea anatema! (Gal 1,9).
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sábado, 17 de julio de 2021
EDITORIAL MOTU PROPRIO: Francisco no se equivoca
Si hacemos una lectura tranquila del Motu Proprio Traditionis Custodes, el llamado Anti-Summorum, hay que reconocer que, desde el punto de vista de Francisco y de la revolución conciliar, es absolutamente coherente y comprensible en sus juicios, justificaciones y medidas: no se equivoca, tras la Misa tradicional hay algo más que una sensibilidad, algo que les inquieta profundamente, y con razón.
La imposición del Novus Ordo no fue, como nos han querido hacer creer desde Summorum Pontificum, una nueva forma del rito romano que expresaba la misma fe de siempre, sólo que marcando los acentos de forma ligeramente diferente.
La nueva misa ha sido, y es, el ariete con el que el modernismo ha destruido las puertas de la antigua Fe para reemplazarla por una nueva mediante el Lex Orandi, Lex Credendi; por algo los cardenales Otavianni y Bacci la definieron como “alejada en conjunto y en detalle de la teología católica de la Santa Misa”.
¿Les parece exagerada esta afirmación? Contra factun non valet argumentum, contra hechos no hay argumentos que valgan, simplemente hagan una simple encuesta en cualquier iglesia llena los domingos y pregunten sobre dogmas de Fe, sobre lo que es la Santa Misa, sobre la transubstanciación, sobre la moral más básica sexual y en todos los órdenes, y descubrirán que la gran mayoría de las personas y el clero -con sotana y sin sotana- que hay allí dentro conservan apenas escasos vestigios de la verdadera Fe.
Se comprenderá pues como el intento imposible de Benedicto XVI por cuadrar el círculo, queriendo unificar dos supuestas “formas” y a su vez querer difuminar las dudas sobre el Vaticano II con su absurda hermenéutica de la continuidad -nunca demostrada ni siquiera expuesta sistemáticamente-, no podía sino explotar en algún momento, porque no es posible, a no ser que renunciemos a la lógica y el principio de no contradicción, sintetizar un supuesto único rito romano bicéfalo con dos cabezas ontológicamente concebidas para destruirse la una a la otra, porque cada una no es que exprese lo mismo con un ligero acento diferente, sino que expresan exactamente lo opuesto. No puede haber síntesis, enriquecimiento ni paz litúrgica que valga entre un rito concebido para destruir la teología católica de la Santa Misa y otro para engrandecerla.
No olvidemos, como ya expuse en un anterior artículo, que Summorum Pontificum no es más que el resultado de una de las condiciones de las negociaciones en su época con la Fraternidad San Pío X, que no fructificaron y todo quedo en una inmensa “patata caliente” en manos del Vaticano de la que han picoteado multitud de grupos hasta el día presente.
Esta tensión innata al monstruo de dos cabezas creado por Benedicto, no sólo se percibe en nuestro lado, sino que ellos también la conocen perfectamente, y saben que igual que usan el novus ordo para destruir la fe de siempre, nosotros “usamos” la Misa Tradicional como muralla defensora contra su ariete, y que esto no es una cuestión de sensibilidades, de gusto por el incienso o los “trapos”, sino que hay subyacente firme e inevitablemente, una enmienda a la totalidad a todo el modernismo surgido del, por y en el Vaticano II, e impuesto a machacamartillo por todos los papas postconciliares que ahora “santifican” y “beatifican” a marchas forzadas.
El propio Benedicto XVI era consciente de ello cuando impuso como condición para aprovecharse de los beneficios de Summorum la condición sine qua nom de no oponerse al novus ordo, imponiendo así de facto una ley de silencio que muchos lamentablemente acogieron incautamente queriendo ser uno más en la gran orquesta conciliar de la diversidad.
Espero que esto sirva de lección para aprender que el combate por la Fe debe anteponerse incluso al privilegio de poder tener la Misa tradicional, y que no hay dádiva que pueda hacernos callar, disimular o contemporizar con los destructores de la Iglesia. No será por estrategias humanas que se gane esta guerra, sino por la fidelidad al depósito de la Fe incluso a costa de nuestro sacrificio personal y espiritual.
Miguel Ángel Yáñez
Custodio de la traición. Tres breves reflexiones
Algunas reflexión rápidas e incompletas hilvanadas con el correr de las horas:
1. ¿Qué pasó?
Con la publicación de Traditionis custodes hemos visto al Bergoglio más cruel y malvado de los últimos tiempos; el Bergoglio que los argentinos conocimos muy bien como arzobispo de Buenos Aires. Nadie, creo yo, imaginaba que su motu proprio podía contener tanta saña y tanto odio. Odio a sus enemigos y odio a la fe católica. Bergoglio no se ha contentado con romper algunos cristales en una noche de noviembre; Bergoglio ha decretado el exterminio de los fieles tradicionalistas. Es la Solución Final, pues todo en el documento apunta a que estos fieles mueran de inanición y no puedan reproducirse. Deja un tendal de víctimas; católicos heridos y apaleados, justo cuando la Iglesia se está desmoronando y la mayor parte de los que se consideran católicos —clero y fieles— no son más que zombis, muertos que se creen vivos.
Así como Benedicto XVI había dicho refiriéndose a los fieles amantes de la tradición que “todos tenían un lugar en la Iglesia”, Francisco acaba de decir que ya no lo tienen. No hay ya lugar para nosotros en la iglesia francisquista, pero sí hay lugar y arrumacos para los adúlteros, los homosexuales y los herejes de distinto pelaje. Y esto no es un retruécano o una chicana: es una realidad, y negarlo es negar la evidencia.
El experimento del Papa Benedicto XVI de la “hermenéutica de la continuidad” fracasó rotundamente, y el motu proprio de Francisco ha sido su lápida. Es que la lectura de Traditionis custodes lo dice con todas las letras: la lex orandi de la iglesia actual —y se refiere a la iglesia del Vaticano II—, es el novus ordo. La misa tradicional, por tanto, corresponde a la lex orandi de una Iglesia que ya no existe. Es lógico, entonces, que los fieles que pretende seguir con esa liturgia no tengan lugar en la nueva iglesia. Estoy siguiendo un razonamiento llano, y no acudiendo a suposiciones. Esta es la realidad terrible con la que nos enfrentamos; la expresión más refinada del rupturismo de la Escuela de Bolonia, la que ha sido ahora canonizada. Giuseppe Alberigo estará de parabienes en el lugar donde se encuentre.
Por eso, y como tantas veces dijimos en este blog desde sus inicios hace más de quince años, el problema es el Vaticano II. Es lo que con claridad y valentía ha dicho en los últimos tiempos el arzobispo Viganó. Aquí no se trata de emparchar documentos confusos o de suavizar aristas, y tampoco de apelar a hermenéuticas de dudosa eficacia. El Concilio Vaticano significó una ruptura con la Tradición de la Iglesia católica. No sé cuál es la solución, pero urge que aparezca alguna porque la iglesia “oficial” se está viniendo a pique. De eso no cabe duda alguna.
¿Qué pasará?
No soy adivino ni vidente, pero se pueden hacer algunas conjeturas. Y partamos de un dato que nos beneficia: Bergoglio publicó su motu proprio en su momento de mayor debilidad (no puedo explicarme por qué motivo espero casi nueve años para hacerlo); ya lo decía Sandro Magister hace pocos días: el Papa está solo; lo han abandonado hasta sus amigos. Las estancias de Santa Marta huelen a muerto; Bergoglio es un hombre débil y moribundo. Otro hubiese sido el cantar si el documento salía a uno o dos años de su elección, cuando estaba en el apogeo de su fama y tenía crédito en la Iglesia y en el mundo.
Esta debilidad puede provocar la rebelión más o menos agresiva de muchos. Es un signo alentador, por ejemplo, las declaraciones del arzobispo de Los Ángeles o las reflexiones de un sacerdote toledano, y me consta además, que muchísimos sacerdotes de a pie, que no son precisamente tradicionalistas, están furiosos. Bergoglio ya hizo demasiadas maldades; buena parte de los católicos ya perdieron la paciencia, y será mucho más fácil la rebelión. No son los años de Pablo VI cuando todos bajaron mansamente la cabeza y aceptaron la imposición de Bugnini.
Pero aunque espero alguna resistencia aquí y allá por parte del clero, no me ilusiono. Los obispos sobre todo, y también la mayor parte de los curas son cobardes, y aunque no estén de acuerdo, no harán nada. Me han comentado que en una diócesis argentina, a menos de dos horas de publicado el documento, los sacerdotes responsables anunciaban a sus fieles que la misa tradicional se suspendía hasta recibir las autorizaciones correspondientes.
En países latinos como España, Argentina y otros muchos, me temo que las pocas misas Summorum Pontificum que existían serán acotadas y no se darán nuevas autorizaciones. En otros países, como Francia, Inglaterra o Estados Unidos, donde la liturgia tradicional está mucho más viva y presente, estimo que las cosas seguirán como hasta ahora. Utilizarán el principio hispánico de “Se acata pero no se cumple”, porque muchos obispos no dejarán a decenas de miles de fieles en la calle de un día para otro, y otros muchos no cumplirán porque los únicos fieles en serio que tienen en sus diócesis son los que asisten a la liturgia tradicional, y limitarlos, sería quedarse literalmente sin fieles y sin sacerdotes.
En lo inmediato, quienes llevarán la peor parte serán los institutos fundados al amparo de la desaparecida Comisión Ecclesia Dei y que ahora pasan a la supervisión de la Congregación de Religiosos, quedando en manos del cardenal Braz de Aviz que debe estar ya relamiéndose la boca. No sería raro que en septiembre u octubre, pasadas las vacaciones europeas, comiencen a anunciarse las primeras visitas apostólicas a los seminarios de la Fraternidad San Pedro, del Instituto Cristo Rey, del Instituto del Buen Pastor y de otros similares. Y ya sabemos cómo terminarán esas visitas: en pocos meses, los seminarios serán cerrados y a los seminaristas se les ofrecerá internarse en campos de concentración diseñados para su reeducación en la lex orandi de la nueva iglesia. Lo único que podría salvarlos, quizás, sería una pronta muerte Bergoglio.
En cuanto a los fieles, creo que cada uno se salvará como pueda de acuerdo sus circunstancias. En muchos casos, las misas serán autorizadas por los obispos y seguirán celebrándose; en otros, acudirán a las misas de la FSSPX, que son los grandes ganadores de esta situación. Otros, acudirán a los ritos orientales, católicos u ortodoxos, y otros volverán a las misas novus ordo, tratando de buscar la más potable que puedan encontrar en los lugares donde habitan.
¿Qué hacer?
El consejo más sabio que se me ocurre es el que ha dado la página Rorate Coeli: Keep calm and go to the Latin mass. Y cito:
Sacerdotes: Continúen. No cambien nada con respecto a las misas tradicionales en latín que están celebrando, excepto para celebrar aún más misas.
Obispos: Continúen. No sientan la necesidad de inventar problemas en vuestra diócesis donde no los hay. ¿Se están ofreciendo misas tradicionales en latín por parte de buenos y santos sacerdotes a los laicos católicos sedientos de sacramentos tradicionales? ¿Es esto un problema? Si ofrecer un sacrificio reverente —cuerpo, sangre, alma y divinidad— es un problema, en ese caso no podemos ayudarle. Pero si los católicos de su diócesis están siendo alimentados y nutridos a través de los libros de 1962, entonces, por favor, fomente aún más esta situación. El resto de la Iglesia se está muriendo rápidamente. ¿Por qué cortar el único miembro sano? No esperamos necesariamente que hablen en contra del Papa actual; pero tampoco tienen que salir a los caminos de sus diócesis para abofetear a los católicos tradicionales. Somos sus ovejas, tanto como otros que actualmente matan bebés y reciben la comunión.
En cuanto a nosotros los laicos, creo que el principio universal a aplicar debe ser “Fuego a discreción”, según la capacidad y prudencia de cada uno. La estrategia que promovíamos desde este blog seguía el principio siempre vivo en la curia vaticana: hacernos los muertos para que no nos maten. Era el caso del funcionario soviético al que amenazaban con matar a su familia si se atrevía a hacer algo contra el régimen y, por lo tanto, callaba. Ahora, el Papa Francisco asesinó a toda la familia; ya no hay motivos para apaciguar las olas o para pedir recato o mesura. Si hasta ahora tiramos una pachamama al Tíber, creo llegada la hora de tirar otras al Rin, al Ebro y al Paraná; de apoyar todas las iniciativas de resistencias que surjan. Por ejemplo, la iniciativa de la asociación Juventus Traditionis de acudir a Roma para la décima peregrinación Summorum Pontificum a fin de defender la misa, y quienes no puedan ir para manifestarse en la Plaza de San Pedro, siempre podrán hacerlo frente a las iglesias catedrales de cada diócesis: “Devuélvannos la misa”.
En otros casos, se tratará de sostener moral, emocional y hasta económicamente a los sacerdotes fieles que decidan seguir celebrando la liturgia de siempre en la Iglesia de siempre, y que serán perseguidos por sus obispos.
En fin, que no me parece a mi que, por el momento, puedan diseñarse estrategias colectivas. Por ahora, sólo hay una: oponerse al vengativo y detestable jesuita porteño elegido Papa el malhadado día del 13 de marzo de 2013.
The Wanderer
Apostilla: Una vez más, vale la pena recordar que el motu proprio de Bergoglio habría sido imposible sin la exagerada exaltación del papado romano de la que hablamos hace pocos días. A ningún papa anterior al siglo XX se le habría ocurrido abrogar, literalmente, la tradición litúrgica de la Iglesia. Eran los custodios de la tradición y no sus dueños. Pero Pío IX les enseño que ellos eran la tradición: Io sono la tradizione.
URGENTE: publicado el Motu Proprio Anti-Summorum
Tal como adelantó Adelante la Fe/Rorate caeli en exclusiva en español, se ha publicado hoy la defenestración de Summorum Pontificum
Motu Proprio Traditionis Custodes
SOBRE EL USO DE LA LITURGIA ROMANA ANTES DE LA REFORMA DE 1970
Guardianes de la tradición, los obispos, en comunión con el obispo de Roma, constituyen el principio visible y el fundamento de la unidad en sus Iglesias particulares. [1] Bajo la guía del Espíritu Santo, mediante el anuncio del Evangelio y la celebración de la Eucaristía, gobiernan las Iglesias particulares que les han sido confiadas. [2]
Promover la armonía y la unidad de la Iglesia, con solicitud paternal hacia quienes en algunas regiones se adhirieron a las formas litúrgicas anteriores a la reforma deseada por el Concilio Vaticano II, mis Venerados Predecesores, San Juan Pablo II y Benedicto XVI, han concedido y regularon la facultad de utilizar el Misal Romano publicado por San Juan XXIII en el año 1962. [3] De esta manera pretendían «facilitar la comunión eclesial a aquellos católicos que se sienten ligados a unas formas litúrgicas anteriores» y no a otras. [4]
A raíz de la iniciativa de mi Venerable Predecesor Benedicto XVI de invitar a los obispos a verificar la aplicación del Motu Proprio Summorum Pontificum , tres años después de su publicación, la Congregación para la Doctrina de la Fe llevó a cabo una amplia consulta a los obispos en 2020,cuyos resultados se han examinado detenidamente a la luz de la experiencia adquirida en los últimos años.
Ahora, habiendo considerado los deseos formulados por el episcopado y habiendo escuchado la opinión de la Congregación para la Doctrina de la Fe, deseo, con esta Carta Apostólica, continuar aún más en la búsqueda constante de la comunión eclesial. Por lo tanto, me pareció apropiado establecer lo siguiente:
Art. 1. Los libros litúrgicos promulgados por los Santos Pontífices Pablo VI y Juan Pablo II, de conformidad con los decretos del Concilio Vaticano II, son la única expresión de la lex orandi del Rito Romano.
Art. 2. El obispo diocesano, como moderador, promotor y custodio de toda la vida litúrgica en la Iglesia particular que le ha sido confiada, [5] es responsable de regular las celebraciones litúrgicas en su propia diócesis. [6] Por tanto, es de su exclusiva competencia autorizar el uso del Missale Romanum de 1962 en la diócesis, siguiendo las directrices de la Sede Apostólica.
Art. 3. El obispo, en las diócesis en las que hasta ahora haya presencia de uno o más grupos celebrando según el Misal anterior a la reforma de 1970:
§ 1. Velar porque tales grupos no excluyan la validez y legitimidad de la reforma litúrgica, de los dictados del Concilio Vaticano II y del Magisterio de los Supremos Pontífices;
§ 2. indicar uno o más lugares donde los fieles adheridos a estos grupos pueden reunirse para la celebración eucarística (pero no en las iglesias parroquiales y sin erigir nuevas parroquias personales);
§ 3. establecer en el lugar indicado los días en que se permiten las celebraciones eucarísticas con el uso del Misal Romano promulgado por San Juan XXIII en 1962. [7] En estas celebraciones las lecturas deben proclamarse en lengua vernácula, utilizando las traducciones de la Sagrada Escritura para uso litúrgico, aprobada por las respectivas Conferencias Episcopales;
§ 4. Nombrar un sacerdote que, como delegado del obispo, se encargue de las celebraciones y de la pastoral de dichos grupos de fieles. El sacerdote es apto para este oficio, es competente para utilizar el Missale Romanum antes de la reforma de 1970, tiene un conocimiento de la lengua latina que le permite comprender plenamente las rúbricas y los textos litúrgicos, está animado por una viva caridad pastoral, y sentido de comunión eclesial. De hecho, es necesario que el sacerdote encargado se preocupe no sólo por la celebración digna de la liturgia, sino también por la atención pastoral y espiritual de los fieles.
§ 5. En las parroquias personales erigidas canónicamente en beneficio de estos fieles, efectuará una evaluación adecuada de su utilidad real para el crecimiento espiritual, y evaluará si las mantendrá o no.
§ 6. Se cuidará de no autorizar la constitución de nuevos grupos.
Art. 4. Los sacerdotes ordenados después de la publicación de este Motu proprio, que pretendan celebrar con el Missale Romanum de 1962, deberán presentar una solicitud formal al Obispo diocesano que consultará a la Sede Apostólica antes de otorgar la autorización.
Art. 5. Los sacerdotes que ya celebran según el Missale Romanum de 1962 pedirán autorización al obispo diocesano para seguir haciendo uso de la facultad.
Art. 6. Los Institutos de Vida Consagrada y las Sociedades de Vida Apostólica, erigidos entonces por la Pontificia Comisión Ecclesia Dei, son competencia de la Congregación para los Institutos de Vida Consagrada y las Sociedades de Vida Apostólica.
Art. 7. La Congregación para el Culto Divino y la Disciplina de los Sacramentos y la Congregación para los Institutos de Vida Consagrada y Sociedades de Vida Apostólica, para los asuntos de su competencia, ejercerán la autoridad de la Santa Sede, supervisando el cumplimiento de estas disposiciones. .
Art. 8. Se derogan las normas, instrucciones, concesiones y costumbres precedentes que no cumplan con lo dispuesto en este Motu Proprio .
Todo lo que he deliberado con esta Carta Apostólica en forma de Motu Proprio , ordeno que sea observado en todas sus partes, a pesar de todo lo contrario, aunque sea digno de mención particular, y establezco que sea promulgado mediante publicación. en el periódico «L’Osservatore Romano», que entró inmediatamente en vigor y posteriormente se publicó en el Comentario Oficial de la Santa Sede, Acta Apostolicae Sedis .
Dado en Roma, junto a San Juan de Letrán, el 16 de julio de 2021 Memoria litúrgica de Nuestra Señora del Carmen, noveno de Nuestro Pontificado.
FRANCISCO
____________________
[1] Ver CONC. ECUM. IVA. II, Constitución Dogmática. sobre la Iglesia “Lumen Gentium”, 21 de noviembre de 1964, n. 23: AAS 57 (1965) 27.
[2] Ver CONC. ECUM. IVA. II, Constitución Dogmática. Sobre la Iglesia “Lumen Gentium”, 21 de noviembre de 1964, n. 27: AAS 57 (1965) 32; CONC. ECUM. IVA. II, Decr. sobre la misión pastoral de los obispos en la Iglesia «Christus Dominus», 28 de octubre de 1965, n. 11: AAS 58 (1966) 677-678; Catecismo de la Iglesia Católica , n. 833.
[3] Véase JUAN PABLO II, Litt. Ap. Motu proprio datae «Ecclesia Dei», 2 de julio de 1988: AAS 80 (1998) 1495-1498; BENEDICTO XVI, Litt. Ap. Motu proprio datae “Summorum Pontificum”, 7 de julio de 2007: AAS 99 (2007) 777-781; Litt. Ap. Motu proprio datae “Ecclesiae unitatem”, 2 de julio de 2009: AAS 101 (2009) 710-711.
[4] JUAN PABLO II, Litt. Ap. Motu proprio datae “Ecclesia Dei”, 2 de julio de 1988, n. 5: AAS 80 (1988) 1498.
[5] Ver CONC. ECUM. IVA. II, Constitución sobre la sagrada liturgia “Sacrosanctum Concilium”, 4 de diciembre de 1963, n. 41: AAS 56 (1964) 111; Caeremoniale Episcoporum , n. 9; CONGREGACIÓN PARA EL CULTO DIVINO Y LA DISCIPLINA DE LOS SACRAMENTOS, Instr. sobre algunas cosas que deben observarse y evitarse con respecto a la Santísima Eucaristía “Redemptionis Sacramentum”, 25 de marzo de 2004, nn. 19-25: AAS 96 (2004) 555-557.
[6] Cfr. CIC , can. 375, § 1; lata. 392.
[7] Ver CONGREGACIÓN PARA LA DOCTRINA DE LA FE, Decreto «Quo magis» sobre la aprobación de siete nuevos prefacios para la forma extraordinaria del Rito Romano, 22 de febrero de 2020, y el Decreto «Cum sanctissima» sobre la celebración litúrgica en honor de los santos en la forma extraordinaria del rito romano, 22 de febrero de 2020: L’Osservatore Romano , 26 de marzo de 2020, p. 6.
*****
CARTA ANEXA DE PRESENTACIÓN DEL MOTU PROPRIO
Roma, 16 de julio de 2021
Queridos hermanos en el episcopado:
Como hizo mi predecesor Benedicto XVI con Summorum Pontificum, yo también pretendo acompañar el Motu proprio Traditionis custodes con una carta, para ilustrar las razones que me llevaron a esta decisión. Me dirijo a ustedes con confianza y parresía, en nombre de esa participación en «la preocupación por toda la Iglesia, que contribuye de manera suprema al bien de la Iglesia universal», como nos recuerda el Concilio Vaticano II.[1] .
Son evidentes para todos las razones que movieron a San Juan Pablo II y Benedicto XVI a conceder la posibilidad de utilizar el Misal Romano promulgado por San Pío V, publicado por San Juan XXIII en 1962, para la celebración del sacrificio eucarístico. La facultad, otorgada por indulto de la Congregación para el Culto Divino en 1984[2] y confirmado por San Juan Pablo II en el Motu proprio Ecclesia Dei de 1988[3] , fue motivado sobre todo por el deseo de favorecer la recomposición del cisma con el movimiento liderado por el arzobispo Lefebvre. La petición, dirigida a los obispos, de acoger con generosidad las «justas aspiraciones» de los fieles que pedían el uso de ese Misal, tenía por tanto una razón eclesial para recomponer la unidad de la Iglesia.
Esa facultad fue interpretada por muchos dentro de la Iglesia como la posibilidad de utilizar libremente el Misal Romano promulgado por San Pío V, determinando un uso paralelo al Misal Romano promulgado por San Pablo VI. Para regular esta situación, Benedicto XVI intervino muchos años después sobre la cuestión, regulando un hecho dentro de la Iglesia, en el que muchos sacerdotes y muchas comunidades habían «aprovechado con gratitud la posibilidad que ofrece el Motu proprio» de San Juan Pablo II. Subrayando cómo este desarrollo no era previsible en 1988, el Motu proprio Summorum Pontificum de 2007 pretendía introducir «una regulación legal más clara»[4] . Facilitar el acceso a aquellos, incluidos los jóvenes, «que descubren esta forma litúrgica, se sienten atraídos por ella y encuentran allí una forma particularmente adecuada para ellos, de encuentro con el Misterio de la Santísima Eucaristía».[5] , Benedicto XVI declaró «el Misal promulgado por San Pío V y reeditado por el Beato Juan XXIII como una expresión extraordinaria de la misma lex orandi», otorgando una «posibilidad más amplia de utilizar el Misal de 1962»[6] .
Apoyando su elección estaba la convicción de que esta disposición no pondría en duda una de las decisiones esenciales del Concilio Vaticano II, socavando así su autoridad: el Motu proprio reconoció plenamente que «el Misal promulgado por Pablo VI es la expresión ordinaria de la lex orandi de la Iglesia Católica de rito latino «[7] . El reconocimiento del Misal promulgado por San Pío V «como una expresión extraordinaria de la propia lex orandi» no quiso en modo alguno desconocer la reforma litúrgica, sino que fue dictado por el deseo de responder a las «insistentes oraciones de estos fieles». , permitiéndoles «celebrar el Sacrificio de la Misa según la edición típica del Misal Romano promulgado por el Beato Juan XXIII en 1962 y nunca abrogado, como forma extraordinaria de la Liturgia de la Iglesia»[8] . Se consoló en su discernimiento por el hecho de que quienes deseaban «encontrar la forma, querida por ellos, de la sagrada liturgia», «aceptaban claramente el carácter vinculante del Concilio Vaticano II y eran fieles al Papa y a los Obispos»[9] . También declaró infundado el miedo a las escisiones en las comunidades parroquiales, porque «las dos formas de uso del rito romano podrían haberse enriquecido».[10] . Por ello invitó a los obispos a superar las dudas y los miedos y a recibir las normas, «haciendo que todo transcurra en paz y serenidad», con la promesa de que «se podrían buscar caminos para encontrar un remedio», en caso de que «aparecieran graves dificultades «en la aplicación de la legislación después de» la entrada en vigor del Motu proprio «[11] .
Trece años más tarde he encargado a la Congregación para la Doctrina de la Fe que les envíe un cuestionario sobre la aplicación del Motu proprio Summorum Pontificum. Las respuestas recibidas revelaron una situación que me duele y me preocupa, confirmando la necesidad de intervenir. Lamentablemente, la intención pastoral de mis predecesores, que habían pretendido «esforzarse al máximo para que todos aquellos que verdaderamente desean la unidad puedan permanecer en esta unidad o encontrarla de nuevo».[12] , a menudo se ha descuidado seriamente. Una posibilidad ofrecida por san Juan Pablo II y con mayor magnanimidad aún por Benedicto XVI para recomponer la unidad del cuerpo eclesial en relación con las diversas sensibilidades litúrgicas sirvió para aumentar distancias, endurecer diferencias, construir contrastes que hieren a la Iglesia y se obstaculizar su avance, exponiéndola al riesgo de divisiones.
Estoy igualmente afligido por los abusos de un lado y del otro en la celebración de la liturgia. Como Benedicto XVI, también yo estigmatizo que «en muchos lugares las prescripciones del nuevo Misal no se celebran fielmente, pero incluso se entiende como una autorización o incluso como una obligación a la creatividad, lo que a menudo conduce a distorsiones hasta el límite de lo que es». soportable «[13]. Sin embargo, me entristece un uso instrumental del Missale Romanum de 1962, cada vez más caracterizado por un creciente rechazo no solo a la reforma litúrgica, sino al Concilio Vaticano II, con la afirmación infundada e insostenible de que ha traicionado la Tradición y la «verdadera Iglesia «. Si es cierto que el camino de la Iglesia debe entenderse en el dinamismo de la Tradición, «que nace de los Apóstoles y que avanza en la Iglesia con la ayuda del Espíritu Santo» (DV 8), el Concilio Vaticano II constituye la etapa más importante de este dinamismo, recientemente, en la que el episcopado católico escuchó para discernir el camino que el Espíritu indicaba a la Iglesia. Dudar del Concilio significa dudar de las intenciones mismas de los Padres,[14] y, en definitiva, dudar del mismo Espíritu Santo que guía a la Iglesia.
El mismo Concilio Vaticano II ilumina el significado de la opción de revisar la concesión permitida por mis predecesores. Entre los votos que los obispos han indicado con más insistencia, se destaca el de la participación plena, consciente y activa de todo el Pueblo de Dios en la liturgia.[15] , en línea con lo que ya afirmaba Pío XII en la encíclica Mediator Dei sobre la renovación de la liturgia[16] . La constitución Sacrosanctum Concilium confirmó esta petición, deliberando sobre «la reforma y aumento de la liturgia»[17] , indicando los principios que debían orientar la reforma.[18] . En particular, estableció que esos principios se referían al Rito Romano, mientras que para los demás ritos legítimamente reconocidos, pidió que sean «prudentemente revisados de manera integral en el espíritu de la sana tradición y dándoles un nuevo vigor según las circunstancias y necesidades de el tiempo»[19] . Sobre la base de estos principios se llevó a cabo la reforma litúrgica, que tiene su máxima expresión en el Misal Romano, publicado en editio typica por San Pablo VI.[20] y revisado por San Juan Pablo II[21] . Por tanto, hay que suponer que el Rito Romano, adaptado varias veces a lo largo de los siglos a las necesidades de la época, no sólo se ha conservado, sino que se ha renovado «en el fiel respeto de la Tradición».[22] . Quien desee celebrar con devoción según la forma litúrgica precedente, no tendrá dificultad en encontrar en el Misal Romano reformado según la mente del Concilio Vaticano II todos los elementos del Rito Romano, en particular el canon romano, que constituye uno de los los elementos más característicos.
Una última razón que quiero añadir al fundamento de mi elección: la estrecha relación entre la elección de las celebraciones según los libros litúrgicos anteriores al Concilio Vaticano II y el rechazo de la Iglesia y sus instituciones es cada vez más evidente en las palabras y actitudes de muchos, nombre de lo que consideran la «verdadera Iglesia». Este es un comportamiento que contradice la comunión, alimentando ese impulso a la división – “Yo soy de Pablo; Yo, en cambio, pertenezco a Apolo; Yo soy de Cefas; Yo soy de Cristo ”- contra quien el apóstol Pablo reaccionó firmemente[23] . Es para defender la unidad del Cuerpo de Cristo que me veo obligado a revocar la facultad otorgada por mis Predecesores. El uso distorsionado que se ha hecho de ellos es contrario a las razones que les llevaron a conceder la libertad de celebrar la Misa con el Missale Romanum de 1962. Ya que «las celebraciones litúrgicas no son acciones privadas, sino celebraciones de la Iglesia, que es» sacramento de unidad «»[24] , deben hacerse en comunión con la Iglesia. El Concilio Vaticano II, reafirmando los lazos externos de incorporación a la Iglesia -profesión de fe, de los sacramentos, de comunión-, afirmó con san Agustín que es condición para la salvación permanecer en la Iglesia no sólo «con el cuerpo «, sino también» con el corazón «[25] .
Queridos hermanos en el episcopado, Sacrosanctum Concilium explicó que la Iglesia «sacramento de la unidad» es tal porque es un «Pueblo Santo reunido y ordenado bajo la autoridad de los Obispos».[26] . Lumen gentium, al tiempo que recuerda al obispo de Roma ser «principio perpetuo y visible y fundamento de unidad tanto de los obispos como de la multitud de fieles», dice que ustedes son «principio visible y fundamento de unidad en sus Iglesias locales, en el que y a partir del cual existe la única Iglesia Católica «[27] .
Respondiendo a sus solicitudes, tomo la firme decisión de derogar todas las normas, instrucciones, concesiones y costumbres anteriores a este Motu Proprio, y de conservar los libros litúrgicos promulgados por los Santos Pontífices Pablo VI y Juan Pablo II, de conformidad con los decretos. del Concilio Vaticano II, como única expresión de la lex orandi del Rito Romano. Me reconforta esta decisión el hecho de que, después del Concilio de Trento, San Pío V también derogó todos los ritos que no podían presumir de una antigüedad probada, estableciendo un único Missale Romanum para toda la Iglesia latina. Durante cuatro siglos, este Missale Romanum promulgado por San Pío V fue así la principal expresión de la lex orandi del Rito Romano, cumpliendo una función unificadora en la Iglesia. Para no contradecir la dignidad y grandeza de ese rito, los obispos reunidos en concilio ecuménico pidieron su reforma; su intención era que «los fieles no asistan al misterio de la fe como extraños o como espectadores silenciosos, sino que, con plena comprensión de los ritos y oraciones, participen en la acción sagrada de forma consciente, piadosa y activa»[28] . San Pablo VI, recordando que el trabajo de adecuación del Misal Romano ya había sido iniciado por Pío XII, declaró que la revisión del Misal Romano, realizada a la luz de las fuentes litúrgicas más antiguas, tenía como finalidad permitir a la Iglesia elevar, en la variedad de idiomas, «una y la misma oración» expresando su unidad[29] . Tengo la intención de restablecer esta unidad en toda la Iglesia de Rito Romano.
El Concilio Vaticano II, al describir la catolicidad del Pueblo de Dios, recuerda que «en la comunión eclesial hay Iglesias particulares, que gozan de sus propias tradiciones, sin perjuicio del primado de la cátedra de Pedro que preside la comunión universal de la caridad, garantiza las diversidades legítimas y al mismo tiempo asegura que lo particular no solo no dañe la unidad, sino que la sirva «[30] . Si bien, en el ejercicio de mi ministerio al servicio de la unidad, tomo la decisión de suspender la facultad otorgada por mis predecesores, les pido que compartan conmigo este peso como una forma de participación en la preocupación por toda la Iglesia. En el Motu proprio quise afirmar que corresponde al Obispo, como moderador, promotor y guardián de la vida litúrgica en la Iglesia de la que es principio de unidad, regular las celebraciones litúrgicas. Por tanto, os corresponde autorizar en vuestras Iglesias, como Ordinarios locales, el uso del Misal Romano de 1962, aplicando las normas de este Motu proprio. Sobre todo, te toca a ti trabajar para volver a una forma festiva unitaria, comprobando caso por caso la realidad de los grupos que celebran con este Missale Romanum.
Las indicaciones sobre cómo proceder en las diócesis están dictadas principalmente por dos principios: por un lado, prever el bien de aquellos que están arraigados en la forma de celebración anterior y necesitan tiempo para volver al rito romano promulgado por los santos Pablo VI. y Juan Pablo II; por otro lado, interrumpir la erección de nuevas parroquias personales, vinculadas más al deseo y la voluntad de los sacerdotes individuales que a la necesidad real del «santo pueblo fiel de Dios». Al mismo tiempo, les pido que se aseguren de que toda liturgia se celebre con decoro y fidelidad a los libros litúrgicos promulgados después del Concilio Vaticano II, sin excentricidades que degeneren fácilmente en abusos. A esta fidelidad a las prescripciones del Misal y a los libros litúrgicos, que reflejan la reforma litúrgica deseada por el Concilio Vaticano II,
Por ti invoco al Espíritu del Señor Resucitado, para que te haga fuerte y firme en el servicio al Pueblo que el Señor te ha confiado, para que por tu cuidado y vigilancia exprese la comunión incluso en la unidad de un solo Rito, en el que se encuentra una gran riqueza de la tradición litúrgica romana. Rezo por ti. Rezas por mi
FRANCISCO
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[1] Ver CONC. ECUM. IVA. II, Constitución Dogmática. Sobre la Iglesia «Lumen gentium» 21 de noviembre de 1964, n. 23: AAS 57 (1965) 27.
[2] Ver CONGREGACIÓN PARA EL CULTO DIVINO, Carta a los Presidentes de las Conferencias Episcopales “Quattuor abhinc annos”, 3 de octubre de 1984: AAS 76 (1984) 1088-1089.
[3] JUAN PABLO II, Litt. Ap. Motu proprio datae «Ecclesia Dei», 2 de julio de 1988: AAS 80 (1998) 1495-1498.
[4] BENEDICTO XVI, Epistula Episcopos Catholicae Ecclesiae Ritus Romani, 7 de julio de 2007: AAS 99 (2007) 796.
[5] BENEDICTO XVI, Epistula Episcopos Catholicae Ecclesiae Ritus Romani, 7 de julio de 2007: AAS 99 (2007) 796.
[6] BENEDICTO XVI, Epistula Episcopos Catholicae Ecclesiae Ritus Romani, 7 de julio de 2007: AAS 99 (2007) 797.
[7] BENEDICTO XVI, Litt. Ap. Motu proprio datae “Summorum Pontificum”, 7 de julio de 2007: AAS 99 (2007) 779.
[8] BENEDICTO XVI, Litt. Ap. Motu proprio datae “Summorum Pontificum”, 7 de julio de 2007: AAS 99 (2007) 779.
[9] BENEDICTO XVI, Epistula Episcopos Catholicae Ecclesiae Ritus Romani, 7 de julio de 2007: AAS 99 (2007) 796.
[10] BENEDICTO XVI, Epistula Episcopos Catholicae Ecclesiae Ritus Romani, 7 de julio de 2007: AAS 99 (2007) 797.
[11] BENEDICTO XVI, Epistula Episcopos Catholicae Ecclesiae Ritus Romani, 7 de julio de 2007: AAS 99 (2007) 798.
[12] BENEDICTO XVI, Epistula Episcopos Catholicae Ecclesiae Ritus Romani, 7 de julio de 2007: AAS 99 (2007) 797-798.
[13] BENEDICTO XVI, Epistula Episcopos Catholicae Ecclesiae Ritus Romani, 7 de julio de 2007: AAS 99 (2007) 796.
[14] Ver CONC. ECUM. IVA. II, Constitución Dogmática. sobre la Iglesia «Lumen gentium» 21 de noviembre de 1964, n. 23: AAS 57 (1965) 27.
[15] Véase ACTA ET DOCUMENTA CONSEJO OECUMÉNICO VATICANO II APARANDO , Serie I, Volumen II, 1960.
[16] Pío XII, Litt. Encyc. «Mediator Dei et hominum», 20 de noviembre de 1947: AAS 39 (1949) 521-595.
[17] Ver CONC. ECUM. IVA. II, Constitución sobre la sagrada liturgia “Sacrosanctum Concilium”, 4 de diciembre de 1963, nn. 1, 14: AAS 56 (1964) 97.104.
[18] Ver CONC. ECUM. IVA. II, Constitución sobre la sagrada liturgia “Sacrosanctum Concilium”, 4 de diciembre de 1963, n. 3: AAS 56 (1964) 98.
[19] Ver CONC. ECUM. IVA. II, Constitución sobre la sagrada liturgia “Sacrosanctum Concilium”, 4 de diciembre de 1963, n. 4: AAS 56 (1964) 98.
[20] MISSALE ROMANUM ex decreto Sacrosancti Oecumenici Concilios Vaticanos II instauratum auctoritate Pauli PP. VI promulgatum , editio typica, 1970.
[21] MISSALE ROMANUM ex decreto Sacrosancti Oecumenici Concilios Vaticanos II instauratum auctoritate Pauli PP. VI promulgatum Ioannis Pauli PP. II cura Recognitum , editio typica altera, 1975; editio typica tertia, 2002; (reimpressio emendata, 2008).
[22] Ver CONC. ECUM. IVA. II, Constitución sobre la sagrada liturgia “Sacrosanctum Concilium”, 3 de diciembre de 1963, n. 3: AAS 56 (1964) 98.
[23] 1Cor 1 : 12-13.
[24] Ver CONC. ECUM. IVA. II, Constitución sobre la sagrada liturgia “Sacrosanctum Concilium”, 3 de diciembre de 1963, n. 26: AAS 56 (1964) 107.
[25] Ver CONC. ECUM. IVA. II, Constitución Dogmática. Sobre la Iglesia «Lumen gentium» 21 de noviembre de 1964, n. 14: AAS 57 (1965) 19.
[26] Ver CONC. ECUM. IVA. II, Constitución sobre la sagrada liturgia “Sacrosanctum Concilium”, 3 de diciembre de 1963, n. 6: AAS 56 (1964) 100.
[27] Ver CONC. ECUM. IVA. II, Constitución Dogmática. Sobre la Iglesia «Lumen gentium» 21 de noviembre de 1964, n. 23: AAS 57 (1965) 27.
[28] Ver CONC. ECUM. IVA. II, Constitución sobre la sagrada liturgia “Sacrosanctum Concilium”, 3 de diciembre de 1963, n. 48: AAS 56 (1964) 113.
[29] PABLO VI, Constitución Apostólica Missale Romanum (3 de abril de 1969), AAS 61 (1969) 222.
[30] Ver CONC. ECUM. IVA. II, Constitución Dogmática. Sobre la Iglesia «Lumen gentium», 21 de noviembre de 1964, n. 13: AAS 57 (1965) 18.
Actualidad Comentada | Rezar por la unidad | P. Santiago Martín FM | Magnificat.tv | 16-07-2021
Franciscanos de María - Magnificat TV
DURACIÓN 9:47 MINUTOS
El padre Santiago Martín habla, entre otras cosas, de la abrogación del Summorum Pontificum, de Benedicto XVI, por un nuevo motu proprio "Traditio Custodes".
jueves, 15 de julio de 2021
Carlo Maria Viganò: “Pararse al pie de la Cruz, mientras somos testigos de la pasión de la Iglesia”. El deber de los católicos hoy
In hac lacrimarum valle
Queridísimo doctor Valli:Leo con emoción tus reflexiones sobre el estado de la Iglesia y sobre la "migración" de los católicos de una realidad moribunda a una nueva dimensión más combativa y guerrillera, como escribiste [ aquí ], retomando una conocida meditación radiofónica de el joven Joseph Ratzinger.
No se trata de una migración del Cuerpo Místico a una realidad humana y utópica creada por la mente de quienes lamentan el pasado y sienten repugnancia por el presente. Porque si esta fuera nuestra tentación, cometeríamos una traición precisamente hacia la Iglesia, apartándonos de ella y con ella excluyéndonos de la salvación que, solamente ella, asegura a sus miembros. ¿Crees esa paradoja, querido Aldo María? Precisamente los que se proclaman orgullosos fieles al inmutable Magisterio católico, construirían un oasis, sin recordar que todos somos exsules filii Evae , y atravesamos, gementes et flentes , este valle de lágrimas.
La Iglesia no está terminada y no terminará. Sabemos que esta terrible crisis, en la que asistimos a la obstinada demolición del pequeño que aún sobrevive como católico por parte de quienes el Señor ha designado como Pastores de Su Rebaño, marca la dolorosa pasión y el descenso a la tumba de ese Místico Cuerpo que la Providencia ha establecido para que siga a Su divina Cabeza en todo.
Incluso bajo el cielo negro de Jerusalén, en el Gólgota, viendo al Hijo de Dios resucitado en la Cruz, hubo quienes creyeron que se cerraba el breve paréntesis del Nazareno. Pero junto a los que, por pesimismo, por miedo, por oportunismo, por abierta hostilidad, observan cínicamente el traqueteo de la Iglesia, también están los que gimen y se les desgarra el corazón ante esa agonía, aun sabiendo que es necesario, como premisa indispensable, de la resurrección que le espera y que aguarda a todos sus miembros. Ese traqueteo es terrible, como lo fue el clamor del Señor que rompió el silencio incrédulo del Parasceve, y con él el dominio de Satanás sobre el mundo. ¡Eli, Eli, lamà Sabactani! Escuchamos a Cristo gritar mientras la Iglesia gime. Vemos las lanzas, los palos, la caña con la esponja empapada en vinagre; oímos los vulgares insultos de la multitud, las provocaciones del Sanedrín, las órdenes dadas a los guardias, los sollozos de las Mujeres Pías.
Aquí, querido Valli: hoy debemos estar al pie de la Cruz, mientras somos testigos de la pasión de la Iglesia. Estar de pie , es decir, permanecer erguido, quieto, fiel. Junto con la Santísima Virgen María, Nuestra Señora de los Dolores - stabat Mater dolorosa- que al pie de esa Cruz el Señor nos confió como madre en San Juan y en él designó a los hijos de Su Madre. Incluso en el tormento de ver renovados los dolores de la Pasión en el Cuerpo Místico de Cristo, sabemos que con esta última ceremonia solemne del tiempo se completa la Redención: cumplida por el Hijo de Dios encarnado, debe encontrar correspondencia mística. en los Redentores.
Y así como el Padre se complació en aceptar el sacrificio de su Hijo Unigénito para redimirnos, miserables pecadores, así se digna ver reflejados en la Iglesia y en los creyentes individuales los sufrimientos de la Pasión. Sólo así la obra de la Redención, realizada por Jesucristo, verdadero Dios y verdadero hombre, en nombre de la humanidad, puede convertirnos en sus colaboradores y participantes. No somos sujetos pasivos de un plan que ignoramos, sino protagonistas activos de nuestra salvación y de nuestros hermanos, siguiendo el ejemplo de nuestra divina Cabeza. En esto, podemos decirlo, en realidad somos pueblo sacerdotal.
Ante la desolación de estos tiempos terribles, ante la apostasía de la Jerarquía y la agonía del cuerpo eclesial, no podemos ser verdaderamente pesimistas, ni ceder a la desesperación o la resignación.
Oremos por los que lloran, por los que extienden un pañuelo para limpiarse el rostro desfigurado, por los que cargan la Cruz un rato, por los que preparan sepulcro, vendas limpias, bálsamo precioso. Exspectantes beatam spem, et adventum gloriae magni Dei, et Salvatoris our Jesu Christi (Tit 2, 13).
Ante la desolación de estos tiempos terribles, ante la apostasía de la Jerarquía y la agonía del cuerpo eclesial, no podemos ser verdaderamente pesimistas, ni ceder a la desesperación o la resignación.
Estamos con San Juan y la Virgen de los Dolores al pie de una Cruz sobre la que escupen los nuevos Sumos Sacerdotes, contra la que maldice un nuevo Sanedrín. Por otro lado, los exponentes de la casta sacerdotal fueron los primeros en querer dar muerte a Nuestro Señor: y no es de extrañar que en el momento de la pasión de la Iglesia sean precisamente estos los que se burlen de lo que la ceguera de su alma ya no entiende.Oremos. Oramos humildemente pidiendo al Espíritu Santo que nos dé fuerzas en el momento de la prueba. Multipliquemos la oración, la penitencia y el ayuno por los que hoy se encuentran entre los que blanden el látigo, empujan la corona de espinas en la cabeza, clavan los clavos, hieren el costado de la Iglesia, como lo hicieron una vez con Cristo. También oramos por los que miran impasiblemente o miran para otro lado.
Oremos por los que lloran, por los que extienden un pañuelo para limpiarse el rostro desfigurado, por los que cargan la Cruz un rato, por los que preparan sepulcro, vendas limpias, bálsamo precioso. Exspectantes beatam spem, et adventum gloriae magni Dei, et Salvatoris our Jesu Christi (Tit 2, 13).
+ Carlo Maria Viganò, arzobispo
14 de julio de 2021
S. Bonaventuræ, Episcopi et Ecclesiæ Doctoris
lunes, 12 de julio de 2021
Viganò: Los cardenales Cupich, Gregory y Tobin son indignos de celebrar la Misa
- LifeSiteNews: ¿Qué le parece el apoyo del papa Francisco al padre James Martin?
Monseñor Viganò: La ideología LGBT+ y la de género que ésta presupone como postulado constituyen un peligro mortal para toda nuestra sociedad, para la familia, la persona humana y evidentemente para la Iglesia, porque disuelven la estructura social, las relaciones interpersonales y el concepto mismo de la realidad biológica de los sexos, que se transforma arbitrariamente según la variable y dudosa percepción subjetiva de la propia persona basada en el género. Muchos no se dan cuenta del caos que acarreará no sólo en las costumbres sociales y en las familias, sino también en lo religioso porque reconocer el movimiento LGBT llevará irremediablemente a quienes tienen eso que llaman disforia de género a exigir que se les acepte en parroquias y comunidades. Ejemplo emblemático de ello sería el caso de un hombre que fuera ordenado sacerdote y en un momento dado llegase a reconocerse como mujer: ¿tendremos que prepararnos para la posibilidad de que un transexual o un travestido diga Misa? ¿Y cómo reconciliar la persistente existencia del cromosoma masculino –del cual depende indiscutiblemente el sacramento del Orden Sacerdotal– con una persona que tiene aspecto de mujer? ¿Qué habría que pensar de una monja que creyendo ser varón pidiera ser transferida a un convento masculino, y tal vez que hasta se le confiriesen órdenes sagradas? Este delirio, cuyas consecuencias son absurdas y alarmantes en el terreno de lo civil, de aplicarse al religioso asestarían un golpe mortal al ya torturado cuerpo de la Iglesia.
Hay que tener en cuenta las razones que han llevado a personajes como James Martin SJ a disfrutar tanta notoriedad y visibilidad en el ámbito eclesiástico y aun en las instituciones romanas, al punto de ser nombrado asesor del Dicasterio para las Comunicaciones y de haber recibido hace poco una carta manuscrita de Bergoglio. Su ostentoso compromiso en apoyo del movimiento pansexualista supone la aprobación preventiva y acrítica de una infinita variedad de perversiones sexuales. Esa apriorística adhesión no es el deplorable exceso de un jesuita aislado; es el acto planificado de una vanguardia ideológica que ya ha demostrado ser ingobernable y capaz de orientar el propio magisterio de Bergoglio y su corte pontificia.
La ideología LGBT es el nuevo paradigma moral de la religión mundialista de lo indefinido , y tiene una clara matriz gnóstica y luciferina. La ausencia de dogmas revelados sobrenaturalmente es la premisa de un superdogma posthumano en el que la Fe se pervierte para que llegue a aceptar incondicionalmente toda clase de herejías y depravaciones, la Esperanza se diluye en la absurda pretensión de una salvación garantizada hic et nunc y la Caridad se corrompe y convierte en una solidaridad horizontal desprovista de su razón última, que está en Dios. El activismo del jesuita Martin prefigura el irisado apostolado de la Era de Acuario, la religión del Anticristo y el culto a ídolos y demonios, empezando por la asquerosa Pachamama.
Por ese motivo, la indecente y escandalosa aprobación bergogliana de las aberrantes provocaciones de James Martin no es sino un paso más por un camino que emprendió con su famoso ¿Quién soy yo para juzgar?, en plena coherencia con la línea rupturista de su pontificado. Se trata de un gesto suicida por el que los dirigentes de la Iglesia se rinden incondicionalmente a la anticristiana ideología del mundialismo y entregan todo el rebaño de Cristo como rehén al Enemigo, abdicando de sus funciones pastorales y revelando lo que realmente son: mercenarios y traidores. Asistimos escandalizados a la transición del «argue, obsecra, increpa, insta opportune importune» –«insta a tiempo y a destiempo, reprende, censura, exhorta con toda longanimidad y doctrina» (2 Tim. 4,2) – al «loquimini nobis placentia»– «habladnos de cosas agradables » (Is. 30,10).
No tiene, pues, nada de sorprendente que James Martin goce de tanto aprecio en las altas esferas vaticanas, lo cual en virtud de los métodos vigentes desde el Concilio deja rienda suelta a los más exaltados exponentes de las corrientes progresistas para después adoptar la dialéctica de Hegel con la tesis de la moral natural y católica, la antítesis de las desviaciones doctrinales y la síntesis de un nuevo magisterio acorde con los tiempos.
Esta forma de proceder, que a algunos podría parecerles una prudente puesta al día ante la mentalidad secularizada de nuestros tiempos, trasluce no obstante una traición de proporciones colosales a las enseñanzas de Cristo y la ley impresa en el corazón del hombre por su Creador. Una licencia mayor ante el vicio, ampliamente deseada y promovida por la anticristiana ideología dominante de hoy, no legitima en modo alguno esta dejación por parte de la Jerarquía del mandato que recibieron del Señor, como tampoco autoriza adulterios que apuntan exclusivamente a aceptar el espíritu del mundo y la corrupción de las costumbres. Al contrario, cuanto más fomenta la ideología dominante la desaparición de los principios inmutables de la moral cristiana, más tienen los pastores el deber de corroborar sin vacilación lo que Dios les mandó predicar.
Me parece, por tanto, totalmente inmoral ante Dios y ante el honor de la Iglesia, un grave escándalo para los fieles y una lamentable dejación por parte de sacerdotes y confesores que se conceda tribuna a un jesuita que no basa el éxito personal en la debida acción pastoral tendiente a la conversión espiritual de homosexuales en lo que respecta a la moral, sino en la vana promesa de una alteración de la doctrina católica que haría legítima una conducta pecaminosa y otorga dignidad de interlocutor al movimiento LGTB. La mera utilización de este acrónimo, que acepta que algunos se acepten mecánicamente en una concreta perversión antinatural, pone de manifiesto la actitud servil de James Martin y sus colaboradores a las exigencias del lobby pansexual, cosa que la Iglesia no puede aceptar ni legitimar en modo alguno.
En todo caso, si un amplio sector del clero está tan impaciente por que la Jerarquía apruebe las exigencias de la ideología LGTB+, ello es claramente fruto de un condenable conflicto de intereses y una crisis moral y disciplinar de mucho calado.
- ¿Es posible cambiar las enseñanzas de la Iglesia en lo que se refiere a las uniones homosexuales, sobre todo teniendo en cuenta que el papa Francisco ha dado públicamente su sello de aprobación a uniones civiles que estaban condenadas por documentos magisteriales de la Santa Sede?
Hay que dejar claro que las conductas que contravienen el Sexto Mandamiento del Decálogo, en particular los desórdenes sexuales que ofenden al Creador en cuanto a la distinción natural de los sexos y la finalidad procreativa del acto sexual, no son pasibles de actualización, ni siquiera bajo la presión de lobbies o de leyes inicuas promulgadas por las autoridades civiles.
También es preciso denunciar la mentalidad hedonista y pansexualista que subyace a la ideología hoy dominante, según la cual el ejercicio de la sexualidad no está intrínsecamente ordenado a la procreación y puede tener por única finalidad la satisfacción descontrolada de las pasiones. Esta mentalidad repugna al orden natural dispuesto por el Creador, en el cual el acto sexual sólo es lícito en la unión de los esposos bendecida por el Sacramento y abierta a la concepción. Es evidente que, teniendo en cuenta que para empezar la naturaleza no permite la procreación entre dos hombres o entre dos mujeres, toda actividad sexual entre personas del mismo sexo es intrínsecamente desordenada y no tiene la menor justificación.
Las uniones civiles no son otra cosa que la legitimación de una concubinato en el que la pareja no asume los deberes y responsabilidades inherentes a la institución natural del matrimonio. Si las autoridades civiles aprueban esas uniones, cometen un abuso de autoridad, la cual les fue conferida por la Providencia dentro de los muy precisos límites del bien común, y sin perjudicar en ningún momento la salud de las almas por la que vela la Iglesia con autoridad maternal. Pero si las autoridades eclesiásticas ratifican esas uniones, a la traición al mandato recibido de Dios se añade la perversión de los fines dispuestos por el Creador. Esto hace nula de hecho toda forma, aun implícita, de aprobación oficial de conductas pecaminosas y escandalosas.
- En EE.UU. hay muchos obispos que firman en apoyo del lobby LGTB y respaldan esa orientación, y otros –como el cardenal Cupich– insinúan que las parejas homosexuales pueden recibir la Sagrada Comunión. ¿Qué les diría a los católicos que están perplejos ante semejantes declaraciones?
El pseudomagisterio de los últimos años, y en particular el de Amoris laetitiae en lo referente a administración de los Sacramentos a notorios convivientes y divorciados vueltos a casar, ha abierto una brecha en una parte del Magisterio en la que ni siquiera después del Concilio habían logrado los novadores demoler sistemáticamente. No tiene nada de extraño que, incluso en la tremenda gravedad de la situación, que una vez que se administra la Comunión a quienes están en pecado mortal, tan desafortunada decisión se haya extendido en beneficio de quienes no están en condiciones de contraer legítimas nupcias al no ser una pareja formada por un hombre y una mujer. Pero bien mirado, esta actitud heterodoxa es propia también de políticos que en su labor de gobierno y su desempeño de cara a la sociedad contravienen públicamente las enseñanzas de la Iglesia y faltan al compromiso de coherencia que asumieron en el Bautismo y la Confirmación. Por otro lado, los llamados católicos adultos, que a los ojos de Dios no han hecho otra cosa que rebelarse contra su santa Ley, son objeto de amplia aprobación por parte de obispos que son más rebeldes todavía –como Cupich, Tobin, Gregory y sus secuaces– mientras que los pastores fieles al ministerio que les encomendó el Señor no sólo reconocen la situación de pecado público de esos, sino que no quieren agravarla profanando el Santísimo Sacramento.
- ¿Cuál es la enseñanza esencial e inmutable de la Iglesia con respecto a la homosexualidad?
La Iglesia, fiel a las enseñanzas de su Cabeza, es Madre, no madrastra. No consiente a sus hijos en las debilidades y en la inclinación al pecado; los amonesta, exhorta y castiga con sanciones curativas a fin de dirigir a cada alma encaminándola hacia el fin por el cual fue creada, es decir, la eterna bienaventuranza. Toda alma es deseada y amada por Dios, y ha sido rescatada por el Redentor en la Cruz, que derramó su Sangre por ella. Cujus una stilla salvum facere totum mundum quit ab omni scelere. En el Adoro Te devote que compuso el Doctor Común, una sola gota de la preciosísima Sangre de Cristo tiene capacidad para salvar a todo el género humano de la totalidad de sus pecados.
La enseñanza inmutable de la Iglesia es sencilla y de una claridad diáfana, y está dirigida al amor a Dios y al prójimo por amor a Dios. No se impone como una cruel castración de las tendencias e inclinaciones de la persona que irracionalmente defiende su legitimidad, sino como un desarrollo armonioso y amoroso de la persona en dirección al único fin que puede satisfacerla plenamente y que se corresponde con la esencia íntima de su naturaleza. El hombre ha sido creado para amar, adorar y servir a Dios, y alcanzar de ese modo la eterna bienaventuranza en la gloria del Paraíso.
Hacerle creer que si satisface instintos corrompidos fruto del pecado original y sus pecados personales puede realizarse apartado de Dios y en contra de Él es un engaño culpable y una gravísima responsabilidad que pesa sobre quienes abusan de su posición de pastores para confundir y despeñar a las ovejas.
Por el contrario, es necesario hacerles ver con paciencia y una firme orientación espiritual que todo ser humano tiene un destino sobrenatural y un camino de sufrimientos y sacrificios que sirven para curtirlo y hacerlo digno de su premio celestial. Sin calvario no hay resurrección, y sin combate no hay victoria. Así es con toda alma redimida por Nuestro Señor: sea casado, célibe, sacerdote, laico, hombre, mujer, niño o anciano. Todos participamos por igual en la batalla contra la propia naturaleza corrompida por el pecado original; quien administra dinero tiene que combatir la tentación del latrocinio; el casado, la de traicionar a su esposa; quien vive en castidad, las tentaciones contra la pureza; quien disfruta de la buena mesa, la de la gula; y quien es objeto de público aplauso la tentación del orgullo.
Así pues, con humildad y confianza en la Gracia de Dios, y recurriendo a la intercesión de la bienaventurada Virgen María, toda persona a la que el Señor pone a prueba –incluso en la dolorosa situación de la homosexualidad– tiene que comprender que combatiendo el pecado es como se conquista un puesto en la eternidad, se consigue que la Pasión de Cristo no fuera en vano y se hace resplandecer la misericordia de Dios hacia sus criaturas, a las que Él ayuda en el momento de la tentación. Pero no con la engañosa aprobación de inclinaciones al mal, sino señalando al destino glorioso que nos aguarda a cada uno: la participación en la Cena de las Bodas del Cordero vistiendo las vestiduras reales que nos tiene preparadas.
Que la Gracia, recuperada por la absolución sacramental y el alimento celestial de la Sagrada Eucaristía, Pan de los ángeles y prenda de gloria venidera, nos asistan en esta peregrinación en la Tierra.
+ Carlo Maria Viganò, arzobispo
3 de julio de 2021
San Ireneo, obispo y mártir
(Traducido por Bruno de la Inmaculada. Artículo original)
domingo, 11 de julio de 2021
20 cosas que no deberían ser normales en una democracia pero que lo son en España
La democracia española está sufriendo un proceso de erosión constante desde el poder, llegando a unos extremos que ya son muy alarmantes.
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A veces parece que damos por hecho que vivir en una democracia nos libra automáticamente de sufrir abusos propios de una dictadura, pero no es así. Basta con ver la deriva que emprendió nuestra sociedad hace años, y sobre todo la que está tomando en fechas más recientes, para encontrar cosas que no deberían ser normales en una democracia, pero que las hemos aceptado sin más en España:
- Llamar “derecho” a matar a los seres humanos más inocentes e indefensos, aunque esta vergüenza no es exclusiva de España.
- Que el gobierno pretenda, además, obligar a los médicos a matar a esos seres humanos, como ha planteado la ministra de Igualdad, la comunista Irene Montero.
- Que el gobierno promueva una ley que considera a ciertas personas indignas de vivir por su estado de salud, y que pretende que los médicos se conviertan en sus verdugos.
- Que el gobierno tenga ministros partidarios del comunismo, una ideología tan perversa y antidemocrática como el nazismo y cuyas dictaduras han asesinado a más de 100 millones de personas.
- Que el gobierno en pleno se niegue a condenar crímenes de genocidio perpetrados por regímenes totalitarios, como lo hizo el pasado mes de marzo al votar en contra de una condena parlamentaria de los crímenes del nazismo y del comunismo, cuyas dictaduras asesinaron a millones de personas.
- Que el gobierno negocie sus presupuestos con quienes se niegan a condenar los asesinatos de más de 800 españoles (niños incluidos), como ha hecho el gobierno de Pedro Sánchez.
- Que el gobierno se niegue a condenar las agresiones cometidas contra un partido de la oposición e incluso que las justifique, como han hecho dirigentes de Podemos con las agresiones contra miembros de Vox.
- Que el gobierno indulte a condenados por sedición y malversación de fondos públicos simplemente porque necesita su apoyo para gobernar, un acto de corrupción que destruye la igualdad de los españoles ante la ley y otorga impunidad a quienes han cometido delitos muy graves en un intento de romper la unidad nacional y suspender la vigencia de la Constitución en Cataluña.
- Llamar “normalización” a la imposición de una lengua regional y a políticas de discriminación de aquellos que hablan el idioma nacional.
- Que te prohíban escolarizar a tus hijos en español, como ocurre en Cataluña y empieza a pasar también en otras regiones.
- Que te multen por rotular tu negocio en el idioma oficial del país, como ocurre en Cataluña.
- Que el gobierno quiera imponer su versión de la historia reciente del país, sancionando a los que no suscriben su versión, y para colmo intentando silenciar los crímenes cometidos en el pasado por la izquierda que hoy nos gobierna.
- Que el gobierno pretenda liquidar la independencia judicial, a fin de controlar a los jueces y que dicten sentencias a su dictado.
- Que el gobierno pretenda otorgarse plenos poderes y socavar derechos fundamentales mediante una ley ordinaria que recuerda peligrosamente a la ley habilitante con la que Hugo Chávez instauró su dictadura socialista en Venezuela.
- Que el gobierno haya encerrado durante meses a los españoles en sus domicilios saltándose la Constitución y suspendiendo derechos fundamentales de forma ilegal, con la excusa de combatir la pandemia.
- Que el gobierno y otras instituciones oficiales establezcan víctimas de primera y de segunda clase en los crímenes violentos, discriminando a ciertas víctimas en función del sexo de la persona que las asesinó.
- Que el gobierno y las instituciones impongan como doctrina oficial la aberrante ideología de género, ideología que entre sus fundadoras tenía a una lunática comunista que quería la normalización de la pedofilia y la destrucción de la familia.
- Que el gobierno ataque la libertad de educación en distintos frentes, siendo como es un derecho humano y constitucional.
- Que haya una ley que discrimina a los autores de un delito en función de su sexo, catalogando el mero hecho de ser hombre como un agravante y violando el derecho constitucional a la igualdad ante la ley.
- Que haya un ministro empeñado en que dejemos de comer carne, y que pretenda dictarnos lo que podemos o debemos beber y comer, como si fuésemos niños pequeños.
Elentir
sábado, 10 de julio de 2021
A catorce años de Summorum Pontificum: sus trágicos defectos
A medida que conocemos más y más sobre la corrupción doctrinal y moral de la jerarquía de la Iglesia actual, que se equipara con los registros del Renacimiento, parece rozar lo milagroso que Summorum Pontificum — el motu proprio emitido por el Papa Benedicto XVI liberalizando la celebración de la Misa Romana Tradicional — haya sido publicado. Fue un momento decisivo, un gesto de fortaleza y favor, y un claro factor en la multiplicación de las misas tradicionales en todo el mundo y en el debilitamiento de la hegemonía modernista. Agradecimos tener un Papa que, en lugar de lanzar un hueso a los supuestos nostálgicos —los “indultos” de Pablo VI y Juan Pablo II— haya tenido el coraje de decir la verdad: la gran liturgia de nuestra tradición nunca había sido abrogada y nunca podría ser abrogada.
Es justo decir desde el principio que Summorum Pontificum fue útil para el movimiento católico tradicional en la forma en que un enorme cohete propulsor de antaño fue útil para poner una nave espacial en órbita: tiene mucho poder en bruto, pero solo puede hacer eso, y cuando está vacío, se cae. Summorum está destinada a ser una de las grandes intervenciones papales de la historia, pero no es más que un control de daños; no puede ser un pilar, mucho menos un cimiento, de una estructura permanente.
A menos que entendamos sus puntos débiles, no podremos entender por qué seguimos siendo tan vulnerables a las maquinaciones del Papa Francisco y su círculo y, más concretamente, no podremos reunir la fuerza necesaria para ignorar u oponerse a lo que el Vaticano pudiera hacer para reducir o prevenir la celebración del rito romano clásico. Por mucho que el movimiento tradicional se haya beneficiado pragmáticamente de Summorum (y de eso, no puede haber ninguna duda), debemos aprender a poner todo nuestro peso en nuestros propios pies, de modo que cuando la muleta legal o el aparato ortopédico se retire de repente, no nos caigamos sin poder hacer nada.
El Prólogo de Summorum es un verdadero himno al papel central de los Romanos Pontífices en la guía de la sagrada liturgia a lo largo de los siglos. Benedicto XVI reconoce con razón los papeles decisivos desempeñados por San Gregorio Magno, San Pío V y muchos otros pontífices (su lista incluye a Clemente VIII, Urbano VIII, San Pío X, Benedicto XV, Pío XII y Juan XXIII). Sin embargo, no se da cuenta de un hecho de suma importancia: los papas, aunque ocasionalmente modificaron detalles de la liturgia, nunca se vieron a sí mismos como dueños y señores de los ritos de la Iglesia, como si pudieran ejercer un control completo sobre ellos, como si pudieran deshacerse de estos ritos y rediseñarlos desde cero si así lo deseasen. Para usar una metáfora querida por Ratzinger, el suyo era el trabajo de jardineros, no de fabricantes. Si consideramos a los papas uno a uno, la contribución de cualquiera de ellos palidece en comparación con la suma total del patrimonio que recibieron y transmitieron.
La lista de pontífices nombrados en Summorum incluye un papa del siglo VI, uno del siglo XVI, uno del XVII y cinco del XX. Después de muchos siglos de estabilidad, – algo que no significa osificación sino más bien perfeccionamiento de una forma que madura lentamente bajo la guía del Espíritu Santo – como he argumentado en otra parte, no podemos dejar de notar que “algo pasó” una vez que llegamos al siglo XX: una especie de picazón o locura creciente por la reforma litúrgica a medida que pasamos de los cambios de breviario y calendario a principios de siglo, a una revisión de la Semana Santa a mediados de siglo, a una deconstrucción y reconstrucción de todos los ritos y ceremonias en la década de 1963 a 1974.
Vemos evidencias, francamente, de un ultramontanismo hipertrófico que convierte al Papa en quien determina el contenido y el mensaje del culto católico, con cada vez menos respeto por la tradición. En marcada contraposición, el rito romano codificado por Pío V después del Concilio de Trento preexistía a cualquier codificación papal. Ese Missale Romanum es lo que es no porque el Papa lo haya hecho así, sino porque el Papa verificó y validó lo que había recibido, en una edición impresa que le pareció más fiel a la tradición.
Summorum Pontificum describe a los amantes del antiguo rito de esta manera: “En algunas regiones, no pocos fieles se adhirieron y continúan adhiriéndose con gran amor y afecto a las formas litúrgicas anteriores”, que, dice el Papa Benedicto, “habían… marcado profundamente su cultura y su espíritu”. Sin embargo, ¿no incumbe a los católicos como tales amar la liturgia que les ha sido legada por siglos de fe? Este era nada menos que el objetivo primordial de la fase sana del Movimiento Litúrgico como vemos en la figura de Dom Prosper Guéranger: conocer mejor la liturgia heredada, para amarla más y vivirla más plenamente.
La “cultura y el espíritu” de estos fieles estaban “profundamente marcados” por su liturgia, ¡por supuesto, y con razón! Los fieles que se esforzaban por ser católicos practicantes no necesitaban una liturgia diferente, ya que aquella con la que daban culto había conquistado sus corazones y mentes, y había permeado sus vidas e incluso su entorno social (basta pensar en las riquezas del antiguo calendario litúrgico). Es como si Summorum identificara como preocupación minoritaria la única mentalidad católica y el único resultado deseado en toda la historia de la liturgia. Por implicación, la llamada reforma fue un acto de violencia por el cual los fieles fueron alienados de las “formas litúrgicas” que definían la fe y la vida católicas.
Después de ofrecer una lista de papas que nunca se atrevieron a prohibir (y, por lo mismo, nunca se atrevieron a “permitir”) dar culto en los ritos antiguos, Benedicto XVI menciona el “indulto” de Juan Pablo II, un concepto que sólo tiene sentido en la hipótesis de que la Iglesia tiene la autoridad para prohibir o suprimir un rito tradicional, lo que Benedicto, apenas unos párrafos después, niega (y, además, niega en muchos otros escritos suyos). Sólo lo que ha sido definitivamente descontinuado requiere un indulto; si el usus antiquior nunca fue abrogado y no puede ser abrogado, entonces un sacerdote nunca necesitó permiso para decirlo, y nunca necesitará permiso para decirlo.
Este punto es obviamente de la mayor importancia cuando se reacciona ante cualquier futuro intento papal o curial de subvertir el uso del rito romano tradicional. Lamentablemente, en su enfoque general Summorum Pontificum y su carta adjunta a los obispos Con Grande Fiducia todavía reflejan la falsa visión de que el Papa y los obispos tienen la autoridad para dictar si los sacerdotes ordenados para el rito romano pueden o no usar la forma clásica de su propio rito, la única forma que existía, de origen apostólico y continuo desarrollo eclesial de más de 1.500 años. Es una contradicción decir que un sacerdote de rito romano usa normativamente un rito parcialmente deformado y parcialmente inventado promulgado por un solo Papa, mientras que el mismo sacerdote podría o no usar un venerable rito recibido y transmitido por cientos de papas y reforzado por su autoridad acumulativa.
La característica más notoria de Summorum Pontificum es su afirmación, en el artículo 1, de que hay dos “formas” del rito romano: El Misal Romano promulgado por Pablo VI es la expresión ordinaria de la lex orandi (ley de la oración) de la Iglesia Católica de rito latino. No obstante, el Misal Romano promulgado por San Pío V y reeditado por el beato Juan XXIII debe considerarse como una expresión extraordinaria de esa misma lex orandi, y debe recibir el debido honor por su venerable y antiguo uso. Estas dos expresiones de la lex orandi de la Iglesia no conducirán de ninguna manera a una división en la lex credendi (ley de fe) de la Iglesia. Son, de hecho, dos formas del mismo rito romano.
Sin embargo, la afirmación de que el Missale Romanum de 1969 de Pablo VI (el “Novus Ordo”) es, o pertenece al mismo rito que el Missale Romanum codificado por última vez en 1962, o, más claramente, que el Novus Ordo puede llamarse “rito Romano” de la Misa – no puede resistir el escrutinio crítico, ni puede sostenerse esta afirmación para dos libros litúrgicos, Vetus y Novus . Nunca antes en la historia de la Iglesia Romana han habido dos “formas” o “usos” del mismo rito litúrgico local, simultáneamente y con el mismo estatus canónico.
Que el Papa Benedicto pueda decir que el uso más antiguo nunca fue abrogado (numquam abrogatam) prueba que la liturgia de Pablo VI es algo nuevo, más que una mera revisión de su precursor, ya que cada editio typica anterior del misal había reemplazado y excluido a su predecesor. Si bien siempre ha habido diferentes “usos” en la Iglesia latina, esta duplicación de la liturgia de Roma es un caso de trastorno de identidad disociativo o esquizofrenia.
De ninguna manera es posible, y mucho menos deseable, hablar del rito tridentino y del Novus Ordo como “dos usos” o “formas” del mismo rito romano; y es ridículo decir que la forma desviada es “ordinaria” y la tradicional “extraordinaria”, a menos que la evaluación sea meramente sociológica o estadística. Con una creciente cantidad de estudios que muestra las diferencias radicales en el contenido teológico y espiritual entre el rito romano y el rito papal moderno de Pablo VI, no es intelectualmente honesto o creíble afirmar que los ritos antiguos y nuevos expresan la misma lex orandi o, en consecuencia, la misma lex credendi. Puede ser que el nuevo rito esté libre de herejía, pero su lex orandi sólo se superpone parcialmente con el antiguo rito, y también con la credenda que transmiten, como se ve no solo en los textos sino también en las ceremonias y en todas las demás dimensiones del culto público.
Si hay una afirmación común a los tradicionalistas de todo tipo, sería la siguiente: lo que Pablo VI hizo con la liturgia de la Iglesia Católica fue un cambio tectónico, un asalto sin precedentes a la tradición y, por lo tanto, verdaderamente incorrecto, indigno del papado, incompatible con los deberes del oficio papal, nefando en la forma en que el patricidio o la traición son nefandas. Sabemos que los papas anteriores agregaron o modificaron los ritos, pero nunca de tal manera que uno pudiera mirar el “antes” y el “después” y decir: son cosas diferentes. Pablo VI hizo lo que ningún Papa se había atrevido a hacer: cambiar todos los ritos de la Iglesia Católica, de arriba abajo. Incluso modificó todas las formas sacramentales, la más sagrada de las fórmulas.
Al comparar las misas antiguas y nuevas, uno está mirando calendarios en gran parte incompatibles, leccionarios casi totalmente diferentes y una deconstrucción radical de la eucología(es decir, los textos de oración), la músicay las rúbricas. Se pueden hacer comparaciones igualmente desfavorables entre dos acciones cualesquiera de la Iglesia en oración: bautismo nuevo y antiguo, confirmación nueva y antigua, ordenaciones diaconales, sacerdotales y episcopales antiguas y nuevas, bendiciones antiguas y nuevas de cualquier objeto, etc. Indiscutiblemente, los tradicionalistas tienen razón al decir que esto no fue en modo alguno una “reforma” sino más bien una revolución.
¿Tiene un papa autoridad para hacer lo que hizo Pablo VI? No pregunto si puede pretender tener la autoridad, gastando mil años de capital político en exigir de la jerarquía y los fieles una obediencia a la obstinación, una recepción de la revolución que vicia la actitud católica de receptividad a la tradición. Tampoco pregunto qué pensó Pablo VI que estaba haciendo o era capaz de hacer, ni qué obispos y el resto de fieles pensaron que estaban haciendo o debían hacer en respuesta a la imposición de nuevos ritos que tienen más en común con Cranmer y Pistoya que con Cluny y Trento.
Más bien, deberíamos preguntarnos si objetivamente un Papa tiene derecho a sustituir nuevos ritos por los ritos desarrollados orgánicamente dentro de la Iglesia Católica a lo largo de toda su historia. Las intenciones subjetivas pueden ser desordenadas y confusas; pero objetivamente la revolución litúrgica separó a los católicos de su propia tradición, de la ortodoxia como “culto correcto”, y reconfiguró la relación de lex orandi y lex credendi de tal manera que una coalición de liturgistas que canalizaba “el magisterio del momento” se convirtió en la única norma de oración.
Si tal ruptura puede considerarse legítima y aceptable, ya no queda ningún principio perenne de la liturgia: todo se ha reducido al mero ejercicio del papado en la forma que le plazca. El cardenal Juan de Torquemada (13881468) expresó la perspectiva de sentido común de la mayor parte de la historia de la Iglesia: si un Papa no observa “el rito universal del culto de la Iglesia” y “se separa con pertinacia de la observancia de la iglesia universal”, es “capaz de caer en el cisma” y no debe ser obedecido ni soportado (non est sustinendus).
Este, entonces, es el problema fundamental con Summorum Pontificum: es internamente incoherente, se basa en una contradicción monumental provocada por el peor abuso del poder papal en la historia de la Iglesia. Como resultado, sus disposiciones no pueden dejar de hacerse eco, casi en cada paso del camino, de una dialéctica insoluble entre los privilegios inquebrantables de la tradición eclesiástica colectiva y una autoridad asumida o presunta sobre la etiología litúrgica, la ontología y la teleología. El motu proprio refleja y refuerza los falsos principios de la eclesiología y la liturgia que llevaron a la crisis misma de la que fue una respuesta parcial. De hecho, la obra de Benedicto XVI se caracteriza a menudo por un método dialéctico hegeliano que quiere mantener contradicciones simultáneamente, o buscar una síntesis superior a partir de una tesis y su antítesis (en este marco puede entenderse el “enriquecimiento mutuo” de ambas “formas”).
Después de su prólogo y artículo 1, el resto de Summorum Pontificum retiene sutilmente la liturgia tradicional como rehén, o le da, por así decirlo, ciudadanía de segunda clase. El resultado práctico de su lenguaje ha sido multiplicar las excusas para los párrocos y obispos, que siempre pueden reclamar que la actividad pastoral está siendo o sería obstaculizada por la existencia de sacramentos en el antiguo rito, que la guía episcopal implica poder de veto sobre la “aceptación voluntaria” de sacerdotes de peticiones “para celebrar la venerable Misa”, y que los católicos que la solicitan están fomentando la discordia y dañando la unidad de la Iglesia.
Summorum Pontificum complica innecesariamente la situación y multiplica las posibilidades de obstrucción burocrática. Nunca es fácil persuadir a los obispos para que sean verdaderamente pastorales, pero un documento que simplemente decía: “La antigua Misa debe estar disponible en todas las diócesis en múltiples lugares para tal o cual fecha, y todos los seminaristas deben ser entrenados en él” podría haber superado parte de la inercia, el obstruccionismo y la perpetua desidia que hemos visto en los catorce años desde que apareció el motu proprio.
El artículo 9 puede tomarse como un caso estudio:
El párroco, después de haber examinado atentamente todos los aspectos, también puede conceder permiso para utilizar el ritual anterior para la administración de los sacramentos del bautismo, el matrimonio, la penitencia y la unción de los enfermos, si el bien de las almas lo requiere. A los ordinarios se les da el derecho de celebrar el Sacramento de la Confirmación usando el Pontifical Romano anterior, si el bien de las almas parece requerirlo.
Aunque la intención es admirable, el lenguaje vuelve a ser demasiado cauteloso, demasiado evasivo. ¿Cuándo sabemos que un pastor ha “examinado atentamente todos los aspectos”? ¿Cuándo lo sabrá? ¿Por qué tiene que conceder permiso para los demás ritos sacramentales, si no fueron más abrogados que la Misa? Y la condición principal, “si el bien de las almas parece exigirlo”, se encontrará con frecuencia con una atronadora réplica: “¡La salvación de nadie depende de un rito litúrgico en particular!”
Sé de obispos que simplemente niegan rotundamente que sea bueno para las almas tener acceso a los ritos tradicionales de la Iglesia; dicen que es mejor para ellos ser “obedientes”, “humildes y contentos con lo que la Iglesia provee”, y “no buscar lo externo o estar obsesionado con las propias ideas de lo que es reverente”, etc. Digámoslo de esta manera: si párrocos y obispos tuvieran una pista de lo que es “el bien de las almas”, no estaríamos en la desastrosa situación en la que nos encontramos.
Por grandes que sean los beneficios que hemos podido cosechar a través de Summorum Pontificum, necesitamos urgentemente una comprensión teológica más completa de la legitimidad inherente de la liturgia tradicional y la inalienabilidad (por así decirlo) de los derechos del clero y los laicos a tal liturgia. Necesitamos ver que, por mucho que los papas hayan contribuido al culto divino a lo largo de los siglos, no estamos en deuda con los papas por la liturgia; los preexiste, es superior en su realidad y en su autoridad; es posesión común de todo el Pueblo de Dios.
Si se abroga Summorum Pontificum, la liturgia romana tradicional no será por ello abrogada; si se reducen las provisiones de Summorum, eso no será motivo para reducir la restauración cada vez mayor de nuestro inmenso tesoro de fe y cultura. Puede ser que la Divina Providencia vea la necesidad de apartarnos aún más de la leche del ultramontanismo para que podamos ejercitar nuestras mandíbulas en la carne de la tradición, con o sin la aprobación de los prelados.
Peter Kwasniewski
(Traducido por Agustín Silva Lozina. Artículo original)
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