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jueves, 11 de diciembre de 2025

100 años de Quas Primas: Cristo Rey frente al laicismo de ayer y hoy





La encíclica Quas Primas, publicada hace un siglo por Pío XI, nació en un contexto en el que Europa emergía de la Primera Guerra Mundial devastada en lo material y en lo espiritual. Imperios antiguos –el austrohúngaro, el alemán, el ruso, el otomano– habían colapsado, dejando un vacío de poder y una profunda crisis de identidad colectiva. En medio de las ruinas de la posguerra germinaban ideologías radicales que prometían un orden nuevo sin referencia a Dios: crecía el secularismo militante junto al bolchevismo en Rusia y el fascismo en Italia. Estas corrientes, aunque distintas entre sí, coincidían en marginar o incluso perseguir la influencia de la Iglesia en la vida pública. La civilización occidental, arraigada durante siglos en la cristiandad, se veía sacudida por la eclosión de un nuevo orden laico que buscaba eliminar la voz de la fe en la sociedad.

En este escenario turbulento Pío XI alzó una voz firme. El Papa veía con claridad que los males sociales de aquella época –odios nacionales, inestabilidad política, auge de regímenes totalitarios– tenían una causa última: el apartamiento de Jesucristo, Rey de la historia, del centro de la vida de los hombres y de las naciones. Con Quas Primas, firmada el 11 de diciembre de 1925, el Pontífice respondió con una declaración de principios ante esos “enemigos ideológicos, políticos y sociales de la Iglesia”. Instituir la fiesta de Cristo Rey significaba proclamar que Jesucristo es soberano no solo en el ámbito espiritual privado, sino también sobre la vida pública y los destinos de las sociedades, por encima de caudillos y sistemas humanos. Era un contrapeso teológico y moral frente a movimientos emergentes que negaban a Dios su derecho de reinar en lo creado. Pío XI ofrecía así un remedio a la desesperanza de posguerra: volver la mirada de la humanidad al único Rey que puede traer la paz auténtica.

El reinado social de Cristo: doctrina de Quas Primas

Desde las primeras líneas de Quas Primas, Pío XI vincula los estragos de la posguerra con el rechazo de la ley de Cristo. Recuerda que ya en su primera encíclica (Ubi Arcano, 1922) había advertido que la catástrofe global se debió a que “la mayoría de los hombres se había alejado de Jesucristo y de su ley santísima” en la vida personal, familiar y política. Por eso, mientras los individuos y las naciones nieguen y rechacen el imperio de nuestro Salvador, nunca brillará una esperanza de paz verdadera entre los pueblos. La doctrina central de Quas Primas es la afirmación de la Realeza universal de Cristo: un reinado sobre todas las personas, familias y naciones. Cristo tiene derecho a gobernar el orbe no solo por su divinidad, sino también en cuanto hombre, por haber redimido al género humano a precio de su sangre. Es un derecho natural y conquistado: natural, porque como Verbo encarnado toda la creación le pertenece; y conquistado, porque nos rescató del pecado a un inmenso costo de amor. “Fuisteis rescatados… con la sangre preciosa de Cristo” (1Pe 1,18-19) – recuerda el Papa –; “Ojalá todos los hombres… recordasen cuánto le hemos costado a nuestro Salvador”. La realeza de Cristo, por tanto, abarca cada dimensión de lo humano, iluminando las inteligencias con la verdad, moviendo las voluntades al bien y reinando en los corazones por la caridad.

Ahora bien, ¿qué implica en la práctica el Reinado social de Cristo? Pío XI lo expone con claridad doctrinal. Significa ante todo que la ley de Cristo –que incluye la ley natural, inscrita en el corazón humano– debe ser el fundamento de la vida moral y jurídica. Jesucristo no es un rey entre otros, sino el Legislador supremo; sus mandamientos y enseñanzas (accesibles en gran medida a la razón mediante la ley natural) son el camino seguro para el bien común. De ahí se sigue que ni los individuos ni las autoridades civiles pueden prescindir de la ley de Dios sin caer en el desorden. La encíclica deplora que el moderno laicismo pretenda exactamente eso: construir la sociedad de espaldas a Dios. Pío XI lo llama sin rodeos “peste de nuestros tiempos”. Explica cómo esa peste fue incubando: “Se comenzó por negar el imperio de Cristo sobre todas las gentes; se negó a la Iglesia el derecho… de enseñar al género humano… Después… la religión cristiana fue igualada con las demás falsas… Se la sometió luego al poder civil… Y se avanzó más: hubo quienes imaginaron sustituir la religión de Cristo con una religión natural… puramente humana. No faltaron Estados que creyeron poder pasarse sin Dios, y pusieron su religión en la impiedad y en el desprecio de Dios”. Esta descripción retrata la secularización radical: primero relegar a Cristo al ámbito privado, luego reducirlo a un credo opcional entre muchos, después subordinar la Iglesia al Estado, y por último entronizar el ateísmo de Estado. El resultado, señala el Papa, ha sido nefasto: odios y rivalidades encendidas entre pueblos, egoísmos ciegos, familias divididas, sociedades enteras “sacudidas y empujadas a la muerte” por haber arrancado de raíz la moral cristiana.

Frente a este panorama, Quas Primas proclama la urgente necesidad de restaurar el Reinado social de Cristo como “medio más eficaz para restablecer y vigorizar la paz”. ¿Qué implica esa restauración? Implica, en palabras de Pío XI, un reconocimiento público y privado de la soberanía de Jesús: que los individuos, las familias y las naciones “vuelvan a sus deberes de obediencia” hacia Cristo. En términos concretos, el Papa esperaba varios frutos de este homenaje público a Cristo Rey. Enumeró tres ámbitos: “para la Iglesia –pues recordará a todos la libertad e independencia del poder civil que le corresponde–; para la sociedad civil –que recordará que el deber de dar culto público a Jesucristo y obedecerle obliga tanto a los particulares como a los gobernantes–; y finalmente, para los fieles –que entenderán que Cristo ha de reinar en su inteligencia y en su voluntad”. Es decir, la Iglesia reafirmada en su derecho a no someterse a la hegemonía del César; la autoridad civil consciente de su deber de respetar y promover la ley moral de Cristo (que es la ley natural elevada por el Evangelio) en la vida pública; y cada cristiano reconociendo a Cristo no solo como rey lejano del cielo, sino como Rey de su mente, de su corazón y de sus acciones cotidianas. Solo así –insiste Pío XI– se podrá curar la herida profunda de la sociedad moderna. Cuanto más obstinadamente se silencie el nombre de Cristo en los parlamentos y foros internacionales, con mayor fuerza habrán los católicos de proclamarlo y de afirmar sus derechos reales sobre la sociedad.

De octubre a noviembre: evolución litúrgica de la fiesta de Cristo Rey

La encíclica Quas Primas no solo desarrolla una enseñanza doctrinal; también instituye una fiesta litúrgica nueva como instrumento pedagógico para el pueblo fiel. Pío XI estaba convencido del poder de la liturgia para formar las mentes y corazones de los católicos, especialmente en tiempos de confusión. Por eso, decidió coronar el Año Santo 1925 –conmemorativo de la paz tras la Gran Guerra y del XVI centenario del Concilio de Nicea– introduciendo la festividad de Nuestro Señor Jesucristo Rey. Originalmente, el Papa dispuso que se celebrase el último domingo de octubre. Al finalizar el mes el año litúrgico estaba “casi finalizado”, de modo que “los misterios de la vida de Cristo, conmemorados en el transcurso del año, terminen y reciban coronamiento en esta solemnidad de Cristo Rey”. Ubicar la fiesta antes de la solemnidad de Todos los Santos subrayaba simbólicamente que Cristo es el centro y culmen de la historia: tras celebrar todos los eventos de la vida de Jesús a lo largo del año, los fieles aclamarían su señorío universal sobre la creación entera.

Durante décadas, la Iglesia celebró a Cristo Rey en aquel último domingo de octubre. Sin embargo, con la reforma litúrgica posterior al Concilio Vaticano II hubo ajustes significativos. En 1969, el papa Pablo VI trasladó la fiesta al último domingo del Tiempo Ordinario, es decir, al cierre del año litúrgico (finales de noviembre), elevándola de fiesta a solemnidad y dándole el título completo de Jesucristo, Rey del Universo. Esta reubicación realza el carácter escatológico del reinado de Cristo: se celebra inmediatamente antes de iniciar un nuevo Adviento, recordando que Cristo, alfa y omega, reinará plenamente al fin de los tiempos.

Un mensaje actual ante la crisis cultural y espiritual

Pasados cien años, las razones que llevaron a Pío XI a escribir Quas Primas no solo siguen vigentes, sino que en muchos aspectos se han agravado. La encíclica nació de una crisis de civilización, y hoy asistimos a una nueva crisis cultural y espiritual de proporciones globales. Si en 1925 el Papa denunciaba la “plaga” del laicismo que incubaba una sociedad atea, en 2025 constatamos que aquella sociedad secularizada ha florecido en todo el mundo occidental. Vemos a nuestro alrededor los frutos amargos de esta apostasía silenciosa: crisis moral, relativismo radical que niega diferencias entre el bien y el mal, proliferación de leyes inicuas contrarias a la ley natural (desde el desprecio a la vida humana hasta la subversión de la familia), violencia e injusticia que brotan de corazones vacíos de Dios. En el plano internacional, persisten las guerras y surgen desórdenes nuevos, mientras se expulsa sistemáticamente a Cristo del debate público. Se cumple el diagnóstico de Pío XI en Quas Primas: los males del mundo derivan de haber apartado a Cristo y su santa ley de la vida cotidiana de las naciones, por lo que la esperanza de una paz duradera… es imposible mientras individuos y Estados rechacen el imperio de Cristo Salvador.

Ante esta situación, el remedio propuesto por Pío XI mantiene plena validez: “instaurar el Reino de Cristo y proclamarlo Rey” de todas las dimensiones de la existencia humana. Esto no significa instaurar un teocracia temporal ni “imponer” por la fuerza creencias religiosas –objeción típicamente esgrimida por los secularistas–. Significa, más bien, trabajar por un orden social justo fundado en la verdad sobre el hombre y sobre Dios. Significa recordar que por encima de los proyectos humanos está la soberanía del Rey de reyes, cuyo “poder no conoce ocaso”. Ninguna ideología, por seductora que sea, puede sustituir a Cristo sin conducir tarde o temprano a la degradación del hombre. Por eso la Iglesia, fiel a su Señor, no puede dejar de proclamarlo.

¡Viva Cristo Rey!

Al celebrar el centenario de Quas Primas, no lo hacemos con una mirada nostálgica al pasado, sino con la convicción de su perenne actualidad. Aquel grito de Pío XI –“Cristo debe reinar”– resuena hoy con fuerza providencial. Nuestro mundo, sumido en una crisis de nihilismo y desconcierto, necesita a Cristo Rey tanto como (o más que) en 1925. Necesita reconocer que por encima de todos los poderes pasajeros se alza el poder benéfico de Aquél que es la Verdad misma y el Amor encarnado. Solo bajo el dulce yugo de este Rey encontrará la libertad verdadera; solo en su “reino de justicia, de amor y de paz”. hallarán sosiego las naciones en conflicto y los corazones atribulados.

La Iglesia, por su parte, debe retomar con renovada energía la proclamación del señorío de Cristo. No para conquistar tronos terrenos, sino para salvar almas y regenerar la sociedad conforme al plan de Dios. Cristo no ambiciona una corona hecha por manos humanas –ya llevó una de espinas–, sino reinar en las mentes y voluntades para transformarlas desde dentro. Pero ¿cómo creerán los pueblos si nadie les predica? Ha llegado la hora de sacudir la modorra y la vergüenza: “cuanto más se oprime con indigno silencio el nombre suavísimo de nuestro Redentor…, tanto más alto hay que gritarlo” –exhortaba Pío XI. Esa exhortación sigue en pie. Hoy hace falta que obispos, sacerdotes y laicos –cada uno en su ámbito– den público testimonio de la soberanía de Cristo.

¡Cristo vence, Cristo reina, Cristo impera, por los siglos de los siglos!

jueves, 20 de noviembre de 2025

Padre Javier Olivera Ravasi: La Cristiada y la situación actual de la Iglesia




El sacerdote argentino Javier Olivera Ravasi, conocido por su labor apologética y por el canal Que no te la cuenten, visitó Madrid para presentar su libro La Contrarrevolución Cristera, una obra que rescata la persecución religiosa en México entre 1926 y 1929 y el levantamiento del pueblo católico frente a la Ley Calles. Durante su entrevista en Dando Caña (El Toro TV), ofreció un análisis histórico y una crítica directa a la situación actual de la Iglesia, marcada por la confusión doctrinal y la capitulación cultural.

La Cristiada: fidelidad frente al poder anticatólico

El sacerdote subrayó que su libro busca mostrar que la resistencia cristera no fue un mero alzamiento político, sino un acto de fe que brotó del pueblo ante la tibieza de parte de la jerarquía. 
«Los cristeros no se levantaron por ideología, sino porque les quitaron la Misa, los sacramentos, los templos. Les quitaron a Cristo», afirmó.
Para Olivera, ese contraste tiene resonancia actual: «Si uno ve la historia, no es la primera vez que el pueblo sencillo sostiene la fe cuando algunos pastores titubean». Esa frase sirve de puente para su análisis crítico de la Iglesia contemporánea.

Falta de claridad doctrinal y disciplinaria en la Iglesia de hoy

Durante la conversación, Olivera abordó la crisis moral y disciplinaria dentro del clero, ejemplificada en diversos escándalos recientes en España, como el de «Josete» o el sacerdote de El Álamo —temas ampliamente difundidos por Infovaticana— y denunció la falta de reacción inicial de algunos obispos ante casos graves, recordando la instrucción de Benedicto XVI sobre el riesgo de admitir en seminarios a candidatos con tendencias homosexuales profundamente arraigadas.

Al hablar de la confusión doctrinal actual, Olivera utilizó un ejemplo: «Hoy preguntás en una universidad católica qué es la unión hipostática y te dicen: “¿Eso cómo se come?”». Contrastó esta superficialidad con los grandes debates doctrinales del pasado: «En tiempos del arrianismo, en las termas se discutía si el Hijo era engendrado o creado. Hoy discutimos si Jesucristo es verdadero Dios… porque muchos ya no lo saben explicar».

El sacerdote denunció que parte del clero ha reemplazado la claridad doctrinal por un “hippismo eclesial” que busca quedar bien con todos, pero abandona la verdad cristiana: «Yo no lo puedo estar pidiendo a la gente ortodoxia si desde arriba me está bajando una especie de doctrina edulcorada».

El debate sobre rezar frente a abortorios: “Lo delirante es condenar la oración”

Los panelista, junto a Olivera, repasaron el video de Planellas y sus declaraciones sobre el rezo del rosario frente a centros abortista que calificó de “banalización de la oración”. Olivera respondió con firmeza:
«Rezar frente a un abortorio salva vidas. Lo delirante es tacharlo de ideologización y callar ante liturgias confusas o celebraciones sincretistas.»
Relató además que en Estados Unidos él mismo va con su comunidad a rezar frente a las clínicas abortistas y ha visto testimonios directos de mujeres que abandonaron la idea de abortar al ver personas rezando en silencio: «Muchas veces una mirada, una palabra o simplemente la presencia son las que detienen una muerte».


La polémica mariológica: “Se crean problemas donde no los había”

El sacerdote también abordó las controversias generadas en torno al documento del Dicasterio para la Doctrina de la Fe sobre el título mariano de “Corredentora”. Cuestionó la oportunidad y la motivación ecuménica del texto y recordó que numerosos papas y santos emplearon ese título en sentido claro y ortodoxo.
«Muchos papas y santos usaron ese título con claridad. No había problema teológico. El problema se creó ahora, quizás por un exceso de ecumenismo mal entendido.»
A su juicio, el problema no es la discusión teológica, sino el clima general de desorientación y la tendencia a crear problemas teológicos inexistentes.

Un horizonte de esperanza entre la confusión

A pesar del panorama crítico que describió, Olivera subrayó que la Iglesia no está derrotada. Destacó el crecimiento vocacional en lugares como Madrid y el surgimiento de nuevos sacerdotes con firmeza doctrinal y deseo de autenticidad. Según él, “cuando más podredumbre se ve, más surge la belleza”, recordando que la confusión actual está empujando a muchos jóvenes a buscar una fe más sólida y sin complejos.

El sacerdote concluyó alentando a superar la autocensura y a hablar con claridad:
“Solo la verdad nos hace libres. Hay una sola vida: no tiene sentido callar hasta que sea demasiado tarde”. 
Su mensaje, entre la denuncia y la esperanza, dejó claro el trasfondo que también recorre su obra sobre la Cristiada: la fe no se negocia, y cuando el mundo se vuelve hostil, los cristianos están llamados a dar testimonio entero, sin miedo y sin dobleces.

Puede verse el video de Dando caña, en la que entrevistan al padre Javier Olivera Ravasi y en el que se habla también sobre el aborto y el silencio de los pastores.

Duración 1 hora y 47 minutos

jueves, 29 de octubre de 2020

Catolicismo y Política. El Reinado Social de Jesucristo y el mundo actual. Un artículo de Leonardo Olivieri

 MARCHANDO RELIGIÓN


Como ya muchos conocen, fue el Papa Pio XI quien en su Encíclica Quas Primas estableció la fiesta litúrgica de Cristo Rey. Los elementos centrales de este documento resultan fundamentales para la doctrina católica, no sólo desde el punto de vista de la liturgia y de la doctrina, sino que son de vital importancia en los aspectos del orden social y político de las sociedades.

Lamentablemente, en la sociedad actual se consolidó un fuerte proceso progresivo de secularización y laicismo de las instituciones políticas. Incluso se considera a la doctrina católica como un obstáculo a tal proceso. Asistimos a una sociedad cada vez más des-cristianizada y a una re-significación de la doctrina tradicional y de la misma figura de Jesucristo. Prolifera un humanismo sin el Dios verdadero, conjuntamente con un renacer de supersticiones paganas bajo el prisma ideológico del ecologismo, como ser el culto a la pachamama, al naturalismo y los principios del panteísmo religioso. Asimismo y como parte de todo esto, se registra una cultura del antropocentrismo en donde es el mismo hombre (ya no como creatura e hijo adoptivo de Dios) el centro y el principio ultimo de todo. No existe nada que este fuera de la creación humana.

Desde esta visión podemos decir que hay dos movimientos. El primero, que destaca al individualismo y al atomismo y en donde la sociedad civil es una sumatoria de particulares. Se deja librado todo a la iniciativa personal, el egoísmo; la búsqueda de la felicidad y del bienestar individual produce efectos positivos sobre el resto de los individuos. La base ética y moral de la sociedad es la libertad negativa y el individualismo posesivo. Un orden social justo es el que garantiza la plenitud de tal libertad y sostiene los derechos individuales y de propiedad.

Pero existe un segundo movimiento que en lugar de centrarse en lo individual, hace principal hincapié en lo colectivo. El sujeto aquí ya no es el individuo sino la clase social, siendo ésta la condicionante de toda subjetividad. La sociedad se articula en clases sociales con diferentes lógicas, necesidades e intereses, originándose una potencial y latente conflictividad. Las relaciones sociales ya no son cálculos racionales de bienestar individual, sino relaciones fundadas en opresores-oprimidos. Aquí un orden social justo es aquel que garantiza la liberación de las clases oprimidas y asegura la igualdad y los intereses colectivos-de clase.

Ante estos dos movimientos se encuentra la Doctrina de la Realeza Social de Jesucristo. Una doctrina que plantea la superación de estas dos visiones de base inmanente y materialista, por la presencia de un orden trascendente que supera tanto a la voluntad y convencionalismo humano, como así también al materialismo histórico. La Realeza de Jesucristo implica aceptar que existen principios y fundamentos morales objetivos, que fueron creados por Dios y revelados a los hombres. Es Dios el fundamento moral de un orden socio-político justo.

Sin embargo hay que recalcar, que la Realeza Social de Jesucristo no plante que los hombres pueden desplegar un sistema que establezca un “paraíso terrenal”. Ya sabemos que será en el mismo Jesús quien juzgará a los hombres y establecerás su reinado sin fin. Pero ello no implica que el hombre busque perfeccionarse estableciendo un orden social y político que se fundamente y tenga como fin el Reinado de Jesucristo. Hablamos de un orden social imperfecto, “no paradisíaco” , pero que oriente a los individuos hacia la búsqueda del Bien, y fundamentalmente que ayude en el camino hacia la salvación eterna.

Bajo la Realeza Social de Jesucristo la dicotomía y la división entre orden temporal con lo espiritual queda prácticamente superada. El orden social guarda una estrecha relación con los principios y mandatos trascendentes, que objetivamente Dios estableció para que se cumpla. No hay superposición, tampoco hay una relación de domino de lo espiritual por sobre lo temporal. No se trata de instaurar el despotismo del mundo de las ideas en el sentido platónico del término, se trata de complementar los dos órdenes bajo la supremacía de Cristo Rey.

Pensar en una relación estrecha entre lo trascendente y lo material nos lleva a escaparnos de la lógica liberal-materialista que está vigente en estos días. Implica hacer un ejercicio intelectual en búsqueda de la Verdad objetiva, pero también indagar en nuestros corazones y en lo más hondo de nuestro ser.

Pero ahora pasemos a buscar una definición sobre en qué consiste el Reinado Social de Jesucristo. El Padre Henri Ramiere lo define de la siguiente manera : Por la soberanía social de Jesucristo, entendemos el derecho que posee el Hombre-Dios, y que posee con El la Iglesia, que le representa acá en la tierra, de ejercer su divina autoridad en el orden moral sobre las sociedades, así como sobre los individuos y la obligación que semejante derecho impone a las sociedades de reconocer la autoridad de Jesucristoy de la Iglesia en su existencia y en su acción colectiva, de la misma manera que debe ser reconocida por los individuos en su fuero interno y en su conducta privada.(La Soberanía Social de Jesucristo).

Por lo tanto y siguiendo a lo planteado en la definición que acabamos de citar, es un dogma de fe que Jesucristo posee una autoridad soberana tanto sobre los individuos y todo lo creado, como así también sobre las sociedades civiles con sus ordenamientos políticos. Cristo es Rey en los aspectos individuales como en los sociales, en las conductas privadas como en las acciones colectivas. Así es que naciones, gobiernos, sociedades e individuos están obligados a reconocer la Realeza de Jesucristo y someterse con la observancia y cumplimento de sus disposiciones y sus leyes.

Un ordenamiento social orientado y dirigido bajo los aspectos doctrinales de la Realeza Social de Jesucristo, consiste principalmente en direccionar todo el marco institucional, jurídico, político y económico a la aceptación del cristianismo como su fundamento único y verdadero. Lejos de una concepción pluralista con respecto al fundamento de lo socio-político, se propone una perspectiva fundada en la objetividad de la existencia de un principio básico, único y ordenador, bajo el cual toda actividad humana está comprendida: la Divinidad de Jesucristo y su señorío sobre la creación.

Sin este principio que mencionamos, no será posible una vida social en donde se concreticen la paz, la armonía y la justicia. El es, en efecto, la fuente del bien público y privado. Fuera de El no hay que buscar la salvación en ningún otro; pues no se ha dado a los hombres otro nombre debajo del cielo por el cual debamos salvarnos. El es sólo quien da la prosperidad y la felicidad verdadera, así a los individuos como a las naciones: porque la felicidad de la nación no procede de distinta fuente que la felicidad de los ciudadanos, pues la nación no es otra cosa que el conjunto concorde de ciudadanos. No se nieguen, pues, los gobernantes de las naciones a dar por sí mismos y por el pueblo públicas muestras de veneración y de obediencia al imperio de Cristo si quieren conservar incólume su autoridad y hacer la felicidad y la fortuna de su patria. (Encíclica Quas Primas)

Ya hemos mencionado a la situación que nos toca vivir en la actualidad. Podemos agregar que estamos ante un mundo en donde la des-unión y la conflictividad van en ascenso y que las ideologías que buscan superar tal situación están lejos de ser la solución sino son parte o síntomas del mismo problema.

En esta búsqueda de reducir lo conflictivo y potenciar la unidad, el Papa actual elaboró una encíclica sobre la hermandad universal. Lamentablemente, en esta encíclica no se menciona nada sobre el Reinado Social de Jesucristo, es más al mismo Jesús se lo nombra muy poco o casi nada. Vemos entonces una nueva teología que sostiene al humanismo y los valores derivados de éste, con independencia de la creencia o no en Dios. La Verdad sale del dialogo humano, dejando de lado los dogmas, que pasa esta perspectiva, son fuentes de disputas. Se busca la apertura, los sentimientos del corazón, apelando a la sensibilidad como base de un orden social justo. No se hace hincapié en principios y leyes morales trascendentes que se derivan de Dios mismo, sino en lo puramente humano, en los sentimientos compasivos como fuente de bondad. Buscar las normas dictadas por Dios es sinónimo de clericalismo, fanatismo y falta de misericordia.

Desde esta idea, Dios es una figura abstracta, o como se diría, un significante vacío; una figura que sirve para unificar valores pero no se sabe concretamente quien es, sólo es posible conocerlo en medida de lo temporal, de lo cultural.

Vemos que todo esto es muy diferencia a una doctrina del Reinado Social de Jesucristo. En realidad esto sirve para continuar destronando a nuestro único y verdadero Señor. Pero ,¿qué podemos hacer ante esta situación?; la respuesta la encontramos en las palabras de Monseñor Marcel Lefebvre :

“Debemos luchar más que nunca por el Reino Social de Nuestro Señor Jesucristo. En este combate, no estamos solos, tenemos con nosotros a todos los Papas, hasta Pío XII inclusive. Todos ellos combatieron el liberalismo para resguardar la Iglesia. Dios no ha permitido que lo lograran, ¡pero eso no es una razón para rendir las armas! Es necesario resistir. Es necesario construir mientras otros destruyen. Es necesario reedificar las ciudadelas derrumbadas, reconstruir los bastiones de la fe. Primero el santo Sacrificio de la Misa de siempre, forjador de santos. Luego nuestras capillas, que son verdaderamente nuestras parroquias, los monasterios, las familias numerosas, las escuelas católicas, las empresas fieles a la doctrina social de la Iglesia, los hombres políticos decididos a hacer la política de Jesucristo. Debemos restaurar un conjunto de costumbres, vida social y reflejos cristianos, con la amplitud de duración que Dios disponga. ¡Lo único que sé, la fe nos lo enseña, es que Nuestro Señor debe reinar en este mundo, ahora, y no solamente al fin del mundo, tal como quisieron los liberales!.Mientras ellos destruyen, nosotros tenemos la felicidad de construir”. (Monseñor Marcel Lefebvre ,Le Destronaron)

Leonardo Olivieri