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lunes, 9 de octubre de 2023

La gran subversión



Hace una semana publicaba un artículo titulado “La gran inversión”. En este caso lo titulo La gran subversión. Estamos frente a una persona, Jorge Bergoglio, que desde su arribo a la sede petrina y, sobre todo en el último año, está tomando medidas que subvierten —es decir, vuelven hacia abajo lo que debe estar arriba— la Iglesia católica. El siempre imprescindible blog de Specola nos señala un artículo de Eric Sammons que nos lo dice con claridad: el concepto de sinodalidad amenaza con reemplazar al catolicismo como religión de la Iglesia católica; con Francisco está surgiendo una nueva religión que busca arrebatarle el control a la Iglesia católica para reemplazar al catolicismo. Esa es a situación real que estamos atravesando, y es difícil tomar conciencia plena de la gravedad del momento.

No voy a repetir aquí lo que se dice sobre el sínodo en muchos otros medios. Pero sí me parece relevante señalar algunos aspectos que prueban mi hipótesis de que estamos en medio de un acelerado proceso de subversión de la Iglesia. Un muy bien informado sitio periodístico italiano, Silere non possum, nos relata lo que se vive en medio del sinodal sínodo sobre la sinodalidad. Los cardenales, obispos y sacerdotes son considerados sapos de otro pozo y deben medir cada palabra que dicen debido a que quienes allí tienen la voz más alta y potente, son un pequeño grupo de laicos ideologizados, arrogantes y arribistas que quieren imponer su forma de pensar. Y piensan con pretendida autoridad sobre cualquier tema. Por ejemplo, sobre la formación sacerdotal en los seminarios. ¿Es posible que laicos como el representante de extrema izquierda Luca Casarini, por ejemplo, pueda decir algo sobre cómo formar a los sacerdotes del mañana? ¿La Iglesia puede confiar esta reflexión a personas que no tienen idea de lo que es un seminario o una parroquia? Los pobres, colectivo que no puede faltar en tenidas francisquistas, son glorificados por hombres y mujeres que usan pulseras que cuestan diez mil euros. El obispo ya no es quien confirma en la fe sino «quien debe acompañar a los migrantes». Incluso hay quienes están pensando en modificar el Código de Derecho Canónico: ocurrió el viernes por la mañana cuando se habló de cómo reformar las estructuras eclesiales y las curias. Esta discusión de altísima gravedad ha sido encomendada por el Sumo Pontífice a quienes ni siquiera tienen el bachillerato terminado.

A tal punto llega la subversión que está ocurriendo ante nuestros ojos que la inicua Elizabetta Piqué se escandalizaba de que el cardenal Müller tuviera la osadía de asistir al sínodo usando sotana. Una periodista mucho más seria que la Piqué, Diane Montagna, hacía la siguiente pregunta el vocero de la asamblea: “Tradicionalmente, y no sólo tradicionalmente, la Iglesia católica discierne la presencia del Espíritu Santo según está de acuerdo con la Revelación divina, el consenso unánime de los Padres y la Tradición apostólica. Entonces,¿Cómo discierne el sínodo si algo viene del Espíritu Santo o de otro espíritu?”. La respuesta del dottore Ruffini, vocero papal, es indiscernible (ver aquí, 36’ 45”). ¿Surrealismo? Más bien parece una Revolución de Octubre de papel crepé o un congreso peronista trasladado a la colina vaticana.

Pero el sínodo recién comienza y para trazarle su camino, el Papa promulgó el 4 de octubre la exhortación apostólica, o más bien ecológica, Laudate Deum. Una vez más, no se trata de repetir aquí lo que se puede leer en otros sitios, pero podemos señalar algunos puntos. En primer lugar, la oportunidad del documento. Como lo dice de un modo genial Juan Manuel de Prada en su artículo del sábado en el ABC, “en un futuro probable, quiene leyeren esta exhortación podrían quedarse pasmados de que, en una época en que primer incendios abrasan la Iglesia, un Papa se pusiera a tañer la lira del cambio climático”. Pero se trata, además, de un documento en el que el nombre de Jesús aparece mencionado sólo una vez. Nuestro Señor ha desaparecido del horizonte de su vicario que, pareciera, se ha constituido en vicario de otros poderes. Quienes siguen este blog saben que desconfío sistemáticamente de las teorías conspirativas, pero no pretendo caer en la ingenuidad. ¿Cuáles son los motivos que justifican los lazos de amistad y cordial entendimiento entre Bill Clinton y Alex Soros, heredero de George, con el papa Francisco? Sabemos quiénes son y qué quieren aquellos dos, y lo sabemos porque lo dicen públicamente, ¿qué pueden tener en común entonces, con el vicario de Cristo, si sus objetivos son subvertir la doctrina cristiana? Mariana Mazzucato, una empleada del holding Clinton, Soros & Cía. ha sido empleada hace pocas semanas también por el Papa Francisco nombrándola miembro de la Academia para la Vida. Y las declaraciones de esta señora son muy claras en cuanto a los objetivos que persiguen sus empleadores. Estos datos son apenas una muestra de muchos otros, y creo que todos ellos nos llevan a afirmar, porque tal es la evidencia, que el Papa Francisco se encuentra ocupado en el proceso de cambiar la fe católica; ya no es cuestión de que sea más o menos progresista, más o menos disruptor; más o menos hostil a los tradicionalistas y conservadores. Está destruyendo la fe de los apóstoles y la está cambiando por otra.

La exhortación ecológica, además, causa una profunda vergüenza a todos los católicos por la calidad del texto: es tan elemental, tan poco seria, tan ramplona y arrabaler que parece que la hubiese escrito el cardenal Tucho Fernández (se non è vero…). Qué persona formada, qué católico sincero podría tomarse en serio un documento que, por ejemplo, en el nº 57 dice: “Pero corremos el riesgo de quedarnos encerrados en la lógica de emparchar, colocar remiendos, atar con alambre, mientras por lo bajo avanza un proceso de deterioro que continuamos alimentando. Suponer que cualquier problema futuro podrá ser resuelto con nuevas intervenciones técnicas es un pragmatismo homicida, como patear hacia adelante una bola de nieve”. O bien, hace afirmaciones como la siguiente: “Ya no se puede dudar del origen humano —“antrópico”— del cambio climático” (nº 11). Pues la verdad es que son muchos los que dudan y tienen argumentos muy sólidos y consistentes para hacerlo, por ejemplo Marco Battaglia, la máxima autoridad italiana en cuestiones climáticas y ambientales

¿Qué seriedad puede tener un documento cuyas citas son autocitas en su mayor parte y el resto, citas de documentos producidas por agencias globalistas y pertenecientes todos a una misma y única postura? ¿Qué crédito se puede dar al autor del tal documento que no solamente no tiene en cuenta las razones contrarias a las propias opiniones sino que se burla de quienes las sostienen y, en la práctica, prohibe a los católicos adherir a posiciones que él mismo denomina “negacionistas”? El texto de Laudate Deum no alcanza el nivel de una tesina de licenciatura, y jamás pasaría la revisión de una revista científica mínimamente seria; y traigo a colación lo de “revista científica” porque es un texto que habla de ciencia (interesantes las reflexiones en este sentido de Quintana Paz). Por eso mismo, pareciera que la mano que estuvo detrás es la del cardenal Tucho.

¡Qué lejos quedaron los grandes documentos papales! Si pareciera que hace siglos que aparecieron Veritatis splendor o Spes salvi. Muchos dirán con razón que no vale la pena hacer tanta alharaca porque, en definitiva, se trata de un documento que no leerá más que la élite ilustrada de franciscólogos. No lo leerán los sacerdotes y mucho menos los laicos; los obispos quizás lo lean a fin de poder citarlo y acumular chances de alguna promoción. Pero el problema no es solamente el desprestigio —ya de por sí muy disminuido— que acarreará a la Iglesia sino la pulverización que implica de la función magisterial del pontificado romano. Mucho le costará a los próximos papas —si es que los tales existen— reclamar la función de maestros supremos de la fe después de la devastación producida por Bergoglio.

Finalmente, la subversión pudo verse de un modo impúdico en la presentación del documento en medio de los jardines vaticanos. Allí estuvieron, entre otros, Giorgio Parisi, científico italiano que impidió que el papa Benedicto XVI hablara en La Sapienza; el escritor Jonathan Safran Foer, cuyas propuestas para palear el cambio climático son no tener hijos y no comer carne, y Luisa-Marie Neubauer, amiga de Greta Thunberg. La foto que ilustra esta entrada presenta justamente a esta desdichada jovencita nórdica como una santa, y ciertamente lo es de acuerdo a los nuevos criterios francisquistas. Ya no se presentan como modelos de santidad quienes se mantienen castos, como San Luis Gonzaga; quienes dan su vida por Cristo como Santa Inés; quienes llevan el mensaje del Evangelio a los paganos como San Francisco Solano o quienes entregan totalmente su vida a Dios en la oración como Santa Teresita del Niño Jesús. No. Los nuevos modelos, los nuevos santos, son los que no contaminan el ambiente, quienes entregan su vida para “evitar un aumento de una décima de grado en la temperatura global” (Laudate Deum nº 70) y quines no albergan “opiniones despectivas y poco racionales” (nº 14) con respecto al cambio climático que aflige a la Madre Tierra. La subversión de la Iglesia.

Cuando era adolescente me entusiasmé con la lectura de El señor del mundo de Robert Hugh Benson y de Juana Tabor, de Hugo Wast. Lecturas juveniles de épocas en que no había internet. Y fantaseaba sobre lo afortunados que sería los cristianos que vivieran esos tiempos postreros. Mucho me temo esos tiempos están alboreando; lo que ya no me convence es que los cristianos que estamos viendo ese amanecer luctuoso seamos tan afortunados.

THE WANDERER

lunes, 24 de octubre de 2022

Si la Iglesia puede destituir a un papa formalmente hereje, ¿qué debe hacer con un demoledor?




En una reciente entrevista con Michael Matt, a la pregunta de si Juan XXII dejó de ser papa cuando incurrió en herejía a principios del siglo XIV al enseñar que las almas de los justos no disfrutan de la visión beatífica hasta después del juicio final, monseñor Athanasius Schneider respondió alegando que Juan XXII no dejó de ser pontífice porque la Iglesia todavía no había definido el dogma en cuestión; por eso no incurrió en herejía formal. De ello se deduce que de haber incurrido en herejía formal habría dejado de ser papa.

Igualmente, en la entrevista que concedió en 2016 a The Catholic World Report, el cardenal Raymond Burke afirmó que si un papa incurre en herejía formal, cesa automáticamente de ser pontífice:«Si un papa expresa formalmente una opinión herética, al hacerlo pierde el pontificado. Es automático. Podría darse el caso».

Con ello queda abierto el debate en torno a cómo debe responder la Iglesia en caso de que un pontífice deje automáticamente de serlo, pero se recalca que una expresión formal de herejía significa que un pontífice puede ser destituido.

Tres años más tarde, varios teólogos católicos y catedráticos de renombre escribieron una Carta abierta a los obispos de la Iglesia Católica que desarrollaba los argumentos por los que un pontífice puede dejar de serlo al incurrir en herejía:
«Hay consenso en cuanto a que si un papa es culpable de herejía y se mantiene pertinazmente en su opinión no puede seguir siendo pontífice. Teólogos y canonistas debaten esta cuestión dentro del tema de si un papa puede dejar de serlo. Entre otras causales se enumeran fallecimiento, dimisión y herejía. Este consenso coincide con la postura de sentido común según la cual para ser papa hay que ser católico, postura cimentada en la tradición patrística y en principios teológicos fundamentales relativos a asuntos como cargos eclesiásticos, herejía y pertenencia a la Iglesia. Los Padres de la Iglesia negaban que un hereje pudiera ejercer la menor autoridad eclesiástica. Más adelante, los doctores de la Iglesia entendieron que esta doctrina se refería a herejías notorias sujetas a sanciones por parte de las autoridades eclesiásticas, y sostuvieron que tenía su origen en el derecho divino y no en la ley positiva de la Iglesia. Afirmaron que esa clase de herejes no podían ejercer autoridad alguna dado que la herejía los había separado de la Iglesia, y nadie que haya sido excomulgado puede ejerce la menor autoridad en Ella.»
Sostenía la carta que el Papa no dejaría de serlo automáticamente; sería más bien la Iglesia la que habría de tomar medidas para destituirlo:
«Autores sedevacantistas han sostenido que cuando un pontífice incurre en herejía notoria deja automáticamente de ser papa y no hace falta ni está permitido que intervenga la Iglesia en ello. Esta opinión no es compatible con la Tradición y la teología católicas, y debe ser rechazada. Aceptarla supondría sumir la Iglesia en el caos cuando un papa abrazara una herejía, como han señalado muchos teólogos. Le tocaría decidir a cada católico cuándo y en qué circunstancias se podría afirmar que un pontífice es hereje y ha dejado de ser papa. Es preciso, por el contrario, aceptar que el Papa no puede dejar de serlo sin que intervengan los obispos».
Como se ve, no hay unanimidad en cuanto a cómo debería responder la Iglesia ante un papa hereje, pero esta carta hace suyas algunas de las afirmaciones del cardenal Burke y el obispo Schneider en el sentido de que el pontífice dejaría de serlo.

Volviendo al ejemplo de Juan XXII que puso monseñor Schneider, no es imprescindible que la herejía formal tenga un impacto tremendo en la manera en que entienden y viven su fe la mayoría de los católicos. El verdadero delito de la herejía formal consiste en que un católico se adhiera con contumacia a una creencia contraria a una verdad proclamada por la Iglesia. León XIII explicó de forma sucinta lo gravemente problemático de la cuestión en su encíclica de 1896 Satis cognitum:
«Quien en un solo punto rehúsa su asentimiento a las verdades divinamente reveladas, realmente abdica de toda la fe, pues rehúsa someterse a Dios en cuanto a que es la soberana verdad y el motivo propio de la fe».
Si rechazamos en un solo punto la verdad revelada, implícitamente rechazamos todo el cimiento de la Fe católica. Naturalmente, esto se ajusta a lo que recitamos en el Acto de fe:«Dios mío, porque eres verdad infalible, creo firmemente todo aquello que has revelado y la Santa Iglesia nos propone para creer.»

Teniendo en cuenta todo lo anterior, el hereje formal rechaza el cimiento de la Fe católica aun en el caso de que su pertinaz herejía consista en algo que a la mayoría nos parecería un punto relativamente menor e intrascendente de la Fe. En el caso de un pontífice, la consecuencia podría ser que dejara automáticamente de serlo o que los obispos se vieran obligados a tomar medidas para destituirlo.

En este contexto, ¿cómo debemos evaluar que Francisco no sólo rechace la base de la Fe católica sino que además intente acabar totalmente con la Iglesia? Si el rechazo pertinaz de un solo punto de la Fe es motivo justificado para destituirlo, ¿hay fundamentos lógicos para creer que deba seguir ejerciendo el cargo cuando no deja lugar a dudas de que persigue a los católicos precisamente porque no quiere que sean fieles a lo que siempre nos ha enseñado la Iglesia? No hace falta ser un gran teólogo para darse cuenta de que eso es peor que si, pongamos por caso, persistiera en una creencia errónea en cuanto a cuándo alcanzan los justos la visión beatífica.

Por otra parte, vale la pena tener en cuenta la respuesta reciente del cardenal Gerhard Müller a Raymond Arroyo ante la pregunta de por qué está permitiendo el Papa los ataques sinodales a la Iglesia:«Es una pregunta de difícil respuesta. Es que no lo entiendo. Tengo que declararlo públicamente, porque la definición de Papa es, [basándonos] en el Concilio [Vaticano I] y en la historia de la teología católica, el que tiene el deber de garantizar la veracidad del Evangelio y la unidad de todos los obispos, y en la Iglesia, y en la verdad revelada».

Cabe suponer que un papa que incurre en herejía formal puede seguir ajustándose a la definición de lo que es un papa, con la excepción de que tiene un concepto erróneo de una doctrina católica determinada. Ahora bien, Francisco no se ajusta ni de lejos a la definición que expresó el cardenal Müller. Desde luego, no es una exageración decir que, según esa definición, es prácticamente lo contrario de un papa.

La trágica paradoja es que Francisco quiere seguir haciendo tanto daño como pueda a la Iglesia y por eso se abstiene de dar a los obispos pruebas inequívocas de su herejía formal. En vez de limitarse a rechazar un punto determinado de la Fe, rechaza innumerables verdades católicas y el cimiento entero de la Fe. No sólo eso. Cada vez exige más a todos los católicos que hagan lo mismo. Pero como no convence a los obispos de que ha incurrido irremediablemente en herejía formal, puede seguir hasta que no quede nada que destruir.

Si la actual situación parece absurda es porque en efecto lo es. Si los obispos tienen el deber de destituir a un pontífice que ha incurrido en herejía formal en cuanto a un punto solo de la Fe, salta a la vista que tienen un deber más acuciante aún de hacerlo con quien está acabando con la Iglesia como lo está haciendo Francisco. Para verlo con claridad diáfana no hay más que tener en cuenta los principios expuestos en la Carta abierta a los obispos de la Iglesia arriba citada:«Todos están de acuerdo en que el mal que supone un papa hereje es tan grande que no puede tolerarse en aras de un supuesto bien mayor. Suárez lo expresa así: "Sería sumamente perjudicial para la Iglesia tener un pastor así y no poder defenderse de tan grave peligro; por otra parte, atentaría contra la dignidad de la Iglesia obligarla a seguir sujeta a un pontífice hereje sin poder expulsarlo de su cuerpo; ya que la gente está acostumbrada a ser como sus príncipes y sacerdotes”. San Roberto Belarmino declara: «Pobre de la Iglesia si se viera obligada a tener como pastor a alguien que se conduce manifiestamente como un lobo» (Disputationes de controversias, tercera disputa, libro 2, capítulo 30).

Si es así en el caso de un papa hereje, más lo es todavía con Francisco, que no sólo es hereje sino que, como dice el cardenal Müller, está conduciendo a una opa hostil de la Iglesia:«Es una ocupación de la Iglesia de Jesucristo que se puede comparar con una empresa que hace una opa hostil. Basta con mirar, o leer, una sola página del Evangelio para ver que esto no tiene nada que ver con Jesucristo»

No parece que esos obispos que creen que no pueden hacer nada que valga la pena por resolver esta catastrófica situación tengan mucha confianza en Dios. Si la mafia de San Galo pudo reunirse para llevar a cabo los maquiavélicos planes de Satanás, ¿cómo no pueden vacilar los prelados verdaderamente católicos en reunirse con la firme resolución de discernir y ejecutar lo más fielmente posible la voluntad de Dios? Si no es voluntad de Dios que destituyan a Francisco, al menos habrán hecho todo lo que estaba en sus manos, y por lo menos podrán orientar mejor a su grey en estos tiempos difíciles.

Los argumentos a favor de soportar con paciencia los ataques de Francisco al catolicismo han llegado a ser motivo de escándalo, sobre todo porque esa paciencia y aguante ha dado lugar a que inflija gravísimos daños a la Iglesia, se condenen innumerables almas y se respalden con la autoridad moral las iniciativas anticatólicas del Gran Reinicio. Aunque antes creyéramos que bastaba con rezar para salir de la presente debacle, Dios ha dejado claro hasta la saciedad desde la blasfema presentación de la Pachamama en octubre de 2019 por parte de Francisco que el mundo entero padece con el uso abusivo que hace de su cargo como pontífice. En este momento, casi todos los hombres que podrían tomar medidas concretas para enfrentarse al reinado de terror de Francisco se han dormido en sus episcopales laureles.

El mensaje de Nuestra Señora de Akita prevenía los males que ya estamos presenciando en la Iglesia, pero todavía no hemos visto una oposición generalizada a esos males por parte de los obispos fieles:«La obra del demonio infiltrará hasta dentro de la Iglesia de tal manera que se verán cardenales contra cardenales y obispos contra obispos».

Ha llegado la hora de acudir a los obispos para que dejen de hacerle el juego al Diablo. El momento de volvernos a Dios con confianza, entregarnos de lleno a Él y a su Iglesia, aunque nos cueste el martirio

Que la Santísima Virgen María ayude a los obispos fieles de la Iglesia a hacer todo lo que puedan para colaborar con la gracia de Dios a fin de contrarrestar este gravísimo mal que aqueja al Cuerpo Místico de Cristo. Inmaculado Corazón de María, ¡ruega por nosotros!

Robert Morrison

Artículo original. Traducido por Bruno de la Inmaculada

jueves, 20 de octubre de 2022

No mires lo que digo, sino a quién nombro



Desde tiempos de Ronald Reagan, los norteamericanos tienen un dicho difícil de traducir, pero muy interesante: personnel is policy. Significa algo así como que no es indiferente qué personas se contratan para una empresa (o un gobierno o cualquier otra entidad), sino que esa elección constituye la política más básica de esa entidad y determina cómo actuará en todo lo que haga. Sencillamente porque son esas personas las que se van a encargar de tomar las decisiones posteriores. De nada sirve que un presidente del gobierno, por ejemplo, diga que va a emprender una lucha a muerte contra la corrupción si los ministros que elige son conocidos por recibir sobornos a troche y moche. El dicho norteamericano podría traducirse libremente como: no mires lo que digo, sino a quién nombro. O, más libremente aún, con el viejo refrán castellano de obras son amores y no buenas razones.

Menciono todo esto porque la selección de personal en la Iglesia desde hace unos años es, cuando menos, muy preocupante. Si bien se trata de una tendencia presente, por distintas razones, a todos los niveles, empezando por los catequistas de las parroquias, nos centraremos en el más alto y manifiesto, ya que de otro modo no terminaríamos nunca.

Por ejemplo, la doctrina de la Iglesia establece sin lugar a dudas que el aborto es matar a un niño inocente, pero uno puede preguntarse de qué sirve eso si a continuación se elige oficialmente a personas abortistas y defensoras de los anticonceptivos como miembros de la Academia Pontificia para la Vida (después de echar de malos modos a los miembros vitalicios nombrados por los papas anteriores y a pesar de que el reglamento de la Academia establece que los miembros deben “comprometerse a promover y defender los principios relacionados con el valor de la vida y la dignidad de la persona humana, interpretadas de acuerdo con el magisterio de la Iglesia”). O si el mismo Papa desautoriza de forma pública a los pocos obispos valientes que se atreven a decir que el Presidente norteamericano no puede comulgar, porque promueve el aborto (y, de hecho, acaba de anunciar que quiere una ley que permita el aborto hasta el momento mismo del parto en todo el país).

La doctrina sobre el matrimonio, las relaciones prematrimoniales o las relaciones entre personas del mismo sexo está muy clara en el Catecismo, pero esa doctrina pierde gran parte de su fuerza cuando los obispos belgas o alemanes, por ejemplo, proclaman diversas herejías públicamente sobre esos temas sin la más mínima consecuencia. O cuando en Amoris Laetitia se nos asegura que, en algunos casos, adulterar es lo que Dios le está pidiendo a una persona. El Papa no se ha cansado de pedir parresía y armar lío, pero cuando el cardenal Zen o los cuatro cardenales de los dubia denuncian valientemente problemas muy graves de la Iglesia, ni siquiera son recibidos (¡a pesar de que son sucesores de los apóstoles!).

No hay nada de lo que se hable más estos días que de la sinodalidad, pero es difícil no darse cuenta de que este pontificado es el más autoritario desde el de Pío IX, por lo menos. Recordemos, por ejemplo, que el Papa Francisco ha promulgado más motu proprios que sus dos antecesores juntos o los casos de obispos despedidos sin contemplaciones ni juicio alguno y sin ni siquiera ser escuchados por el Papa, por razones aparentemente triviales (como Mons. Daniel Fernández Torres o Mons. Livieres). Las opiniones de los fieles supuestamente son valiosísimas… hasta que esos fieles piden que se defienda verdaderamente la indisolubilidad del matrimonio, que los obispos y párrocos no digan herejías o poder asistir a la Misa antigua. De nada sirve, por otro lado, decir que se van a tomar muchas medidas contra los abusos en la Iglesia si después, por ejemplo, se invita expresamente y a dedo a participar ¡en el Sínodo de la Familia! al cardenal Daneels, que había sido grabado presionando a unos fieles para que no denunciaran los abusos cometidos por su propio sobrino.

Se recuerda (y muy bien recordado está) que el papel de los abuelos y las personas de edad es esencial en la transmisión de la fe, pero ahora mismo tenemos miembros de la Pontificia Academia para la Vida, el P. Casalone SJ y Marie-Jo Thiel, que han defendido públicamente la eutanasia (y, además, para meter más dedo en el ojo esa defensa ha sido publicada por La Civiltà Cattolica, el periódico oficioso del Vaticano). En la misma línea, aunque un sucesor de los apóstoles pueda perfectamente cumplir su misión con 75 años y quiera hacerlo, si por alguna razón se le considera “demasiado” ortodoxo, como a Mons. Aguer, Mons. Reig Pla o Mons. Leonard, se le jubila por ordeno y mando una semana después de su cumpleaños, mientras que se prologa durante años la actividad de prelados como mínimo bastante mejorables.

En fin, creo que queda claro lo que quiero decir y no merece la pena seguir dando ejemplos (que por desgracia son muy numerosos). Personnel is policy y obras son amores y no buenas razones. Las palabras pueden ser buenas, conciliadoras o políticamente correctas, pero para entender hacia dónde va de verdad la Iglesia hay que mirar a las obras y, en particular, a quiénes se está nombrando y a quiénes se está postergando, ignorando, jubilando con prisas o directamente despidiendo. Si tenemos esto último en cuenta, la situación es desoladora y debemos rezar sin descanso por los que mandan en la Iglesia, porque lo necesitan mucho.

En cualquier caso, como siempre y a pesar de las apariencias, la Iglesia no la dirigen los hombres, sino Cristo nuestro Señor, Rey de reyes. Por mucho que los hombres metan la pata, intriguen o hagan el mal, como dice el salmista, el que vive en el cielo sonríe; desde lo alto, el Señor se ríe de ellos. Después les habla con ira y los espanta con su cólera.

Bruno Moreno

martes, 2 de noviembre de 2021

¿Francisco legislador supremo? No, sepulturero del Derecho



El 10 de octubre Francisco puso en marcha un gigantesco sínodo sobre la sinodalidad, como para dar por primera vez la palabra a todo el pueblo de Dios. Sin embargo, inmediatamente hizo saber -por boca del secretario general del sínodo, el cardenal Mario Grech- que una vez redactado el documento final no se ha dicho que se deba votarlo. Al recuento de votos sólo se recurrirá en casos extremos, “como instancia última e indeseada”. En todo caso, para luego entregar el documento al Papa, que hará lo que quiera con él.

Que esta praxis del partido leninista sea la sinodalidad anhelada por Jorge Mario Bergoglio no es una sorpresa, dado el absolutismo monárquico desenfrenado con el que gobierna la Iglesia, sin comparación con los Papas que le precedieron.

Hasta ahora hay al menos dos pruebas contundentes de este absolutismo. La primera es conocida, la segunda menos.

*

La prueba conocida está dada por el modo en que Francisco pilotó los tres sínodos anteriores y, en particular, el de la familia, según reveló cándidamente el secretario especial de esa asamblea, el arzobispo Bruno Forte, al final de esa asamblea.

Era el 2 de mayo de 2016 y Forte, hablando en el teatro de la ciudad de Vasto, informó la respuesta que Francisco le había dado en la víspera del sínodo, a su pregunta sobre cómo había que proceder sobre el tema candente de la Comunión a las parejas ilegítimas:

“Si hablamos explícitamente de comunión a los divorciados vueltos a casar, ¡no sabes la que nos montarían éstos [es decir, los cardenales y obispos contrarios - ndr]! Así que no hablemos de manera directa, tu procura que figuren las premisas, luego ya sacaré yo las conclusiones”.

Después de lo cual Forte comentó, entre las sonrisas del auditorio: “Típico de un jesuita”.

Lo pagó caro. Ese docto arzobispo, que hasta entonces había estado entre los predilectos del papa Francisco e iba camino de una fulgurante coronación de su carrera, a partir de ese día cayó en desgracia. El Papa le puso una cruz. No lo volvió a llamar a su lado, no le confió ningún puesto de confianza, ni como consejero ni como ejecutor, lo eliminó como su teólogo de confianza, tuvo cuidado de no nombrarlo prefecto de la Congregación para la Doctrina de la Fe, ni presidente de la Conferencia Episcopal Italiana, y mucho menos, él que es napolitano de nacimiento, obispo de Nápoles y cardenal.

Y esto sólo por haber dicho la pura verdad, como se reconstruyó con mayores detalles en esta publicación de Settimo Cielo:


*

La otra prueba, la menos conocida pero no menos grave, del absolutismo monárquico con el que Francisco gobierna el mundo católico, viene dada por la anormal cantidad de leyes, decretos, ordenanzas, instrucciones, rescriptos emitidos por él sobre los temas más dispares. Anormal no sólo por el número de medidas -que en pocos años han llegado a muchas decenas- sino más aún por la forma en que está reduciendo a escombros la arquitectura jurídica de la Iglesia.

Una revisión razonada de la babel jurídica creada por el papa Francisco se encuentra en un reciente volumen muy documentado, con un impresionante aparato de notas, de Geraldina Boni, profesora de Derecho Canónico y Eclesiástico en la Universidad de Bolonia, un volumen (disponible gratuitamente en la web) que ya en su título expresa un juicio severo: “La reciente actividad normativa de la Iglesia: ¿'finis terrae' para el 'ius canonicum'?”.

La profesora Boni, ya conocida por los lectores de Settimo Cielo, no pertenece al bando contrario, ni mucho menos. Fue nombrada en 2011 por Benedicto XVI como consultora del Pontificio Consejo para los Textos Legislativos y “elaboró este volumen paso a paso a través de una continua consulta con el profesor Giuseppe Dalla Torre”, distinguido jurista y fiel a la Iglesia, su maestro y predecesor en la Universidad de Bolonia, así como presidente desde 1997 hasta 2019 del tribunal del Estado de la Ciudad del Vaticano, y que falleciera prematuramente el 3 de diciembre de 2020 por complicaciones del Covid.

Al hojear las páginas de este libro, la imagen que surge es de devastación.

El primer golpe está dado por la marginación casi total del Pontificio Consejo para los Textos Legislativos de las tareas que le competen, en primer lugar, la de “asistir al Sumo Pontífice como supremo legislador”.

Con el Papa Francisco, el Pontificio Consejo, que según sus estatutos tiene la tarea de elaborar y controlar toda la nueva legislación vaticana y está formado por clérigos de probada competencia canónica, no cuenta prácticamente para nada y se entera de cada nueva normativa como cualquier otro mortal, a posteriori.

Los textos de cada nueva norma son redactados por comisiones efímeras creadas cada vez ad hoc por el Papa, de las que casi nunca se conocen los miembros, y a veces, cuando se filtra algún nombre, resulta que es mediocre o que no tiene ninguna formación jurídica.

El resultado es que cada nueva norma, mayor o menor, provoca casi siempre una confusión en su interpretación y aplicación, que con frecuencia da origen a una posterior y desordenada secuencia de modificaciones y correcciones, que a su vez generan más confusión.

Uno de los casos más emblemáticos es el de la carta apostólica en forma de motu proprio “Mitis iudex dominus Iesus”, con el que Francisco quiso facilitar los procesos de nulidad de los matrimonios.

Una primera rareza es la fecha del motu proprio, publicado por sorpresa el 15 de agosto de 2015, en el intervalo entre la primera y la segunda sesión del Sínodo sobre la Familia, como para iniciar deliberadamente una práctica casi generalizada de declaraciones de nulidad, independientemente de lo que el sínodo habría podido decir al respecto.

Un segundo elemento negativo es el elevado número de errores materiales en las versiones del motu proprio en lenguas vernáculas, a falta del texto básico en latín “disponible incluso seis meses después de la entrada en vigor de la ley”.

Pero el desastre fue sobre todo de fondo. “Junto al pánico inicial de los operadores de los tribunales eclesiásticos”, escribe el profesor Boni, “se ha extendido una confusión verdaderamente vergonzosa. Actos normativos con ‘adendas’ y ‘correcciones’ de equívoco valor jurídico, procedentes de diversos dicasterios romanos -incluso circulando clandestinamente- y algunos también rastreables hasta el propio Sumo Pontífice, así como otros producidas por organismos atípicos creados para la ocasión, se han entremezclado con el resultado de agudizar posteriormente la situación ya de por sí caótica. [...] Una mezcolanza en la que incluso los tribunales apostólicos se han 'reciclado' como autores de normas a veces cuestionables, y los organismos con sede en Roma a unas decenas de metros han impartido instrucciones discordantes entre sí”.

El resultado ha sido un bosque de interpretaciones y sentencias discordantes, “en perjuicio de los desafortunados 'cristifideles', que al menos tienen derecho a un juicio justo igual”. Con el desastroso efecto de que “lo que se sacrifica es la consecución de una auténtica certeza por parte del juez sobre la verdad del matrimonio, socavando así esa doctrina de la indisolubilidad del vínculo sagrado, de la que la Iglesia, encabezada por el sucesor de Pedro, es depositaria”.

Otro bulto desordenado de normas tuvo que ver con la lucha contra los abusos sexuales, que, al ceder a una “presión mediática verdaderamente obsesiva” acabó sacrificando “derechos inalienables como el respeto a las piedras angulares de la legalidad penal, la irretroactividad del derecho penal, la presunción de inocencia y el derecho de defensa, así como el derecho a un juicio justo”. La profesora Boni cita en su apoyo a otro canonista importante, monseñor Giuseppe Sciacca, secretario del Tribunal Supremo de la Signatura Apostólica, el Tribunal Supremo del Vaticano, quién también denunció que se cediera en este asunto a “una justicia sumaria”, cuando no a “tribunales especiales de hecho, con todas las consecuencias, los ecos siniestros y los tristes recuerdos que ello conlleva”.

Se trata de un desorden normativo que amenaza también con socavar los pilares de la fe católica, por ejemplo, cuando obliga a denunciar ante las autoridades del Estado determinados delitos contra el sexto mandamiento. Mal formulada y mal interpretada, esta obligación parece difícilmente conciliable “con las obligaciones de secreto a las que están sujetos los clérigos, algunas de las cuales -y no sólo las que se remontan al secreto sacramental- son absolutamente inquebrantables”. Y esto “en un momento histórico particular, en el que la confidencialidad de las confidencias a los sacerdotes está ferozmente asediada en varios sistemas seculares, en violación de la libertad religiosa”. Los casos de Australia, Chile, Bélgica, Alemania y, más recientemente, Francia son prueba de ello.

El libro examina y critica a fondo otros numerosos actos normativos producidos por el actual pontificado, desde la reforma en curso de la Curia Romana hasta las nuevas reglas impuestas a los monasterios femeninos o a las traducciones de los libros litúrgicos. En particular, denuncia el recurso muy frecuente de uno u otro dicasterio de la curia vaticana a la “aprobación en forma específica” del Papa de cada nueva norma emitida por el mismo dicasterio. Esta cláusula, que excluye cualquier posibilidad de recurso, se ha utilizado en el pasado “muy raramente, y para casos marcados por la máxima gravedad y urgencia”. Mientras que ahora goza de un uso generalizado, “induciendo una apariencia de arbitrariedad infundada y poniendo en peligro los derechos fundamentales de los fieles”.

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En definitiva, el libro merece que sea leído y meditado, como ha hecho recientemente en cuatro páginas densas, publicadas en “Il Regno” Paolo Cavana, profesor de derecho canónico y eclesiástico en la Universidad Libre de Maria Santissima Assunta de Roma y también discípulo de Giuseppe Dalla Torre, quien fue rector de esta universidad.

Hay que tener en cuenta que 'Il Regno' es la más noble de las revistas católicas progresistas que se publican en Italia, y no es sospechosa de ninguna aversión al papa Francisco.

Sin embargo, esto es lo que escribe Cavana al final de su reseña del volumen de la profesora Boni:

“Hay que preguntarse cuáles son las razones profundas de tal derivación, que parece totalmente inusual en la Iglesia católica, que siempre ha conocido tendencias antijurídicas en su seno, pero no a nivel del legislador supremo”, es decir, del Papa. “En la producción legislativa de este pontificado, el Derecho tiende a ser percibido prevalentemente como un factor organizativo y disciplinario, es decir, como una sanción, y siempre en una función instrumental con respecto a determinadas opciones de gobierno, no también como un instrumento fundamental de garantía de los derechos (y de la observancia de los deberes) de los fieles”.

El absolutismo monárquico que marca el pontificado de Francisco no podría estar mejor definido, a pesar del aluvión de palabras sobre la sinodalidad.

Sandro Magister