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sábado, 27 de septiembre de 2025

¿QUÉ PASA EN LA IGLESIA? #86 PADRE JORGE GONZÁLEZ GUADALIX




Resumen semanal de lo que acontece En la Iglesia, que se transmite todos los viernes a las 15 horas Miami y a la 21 horas Madrid, a cargo del destacado sacerdote y bloguero español @Jorge González Guadalix. De profesión cura. (https://infocatolica.com/blog/cura.php

No te pierdas las catequesis del Padre Jorge los jueves las 14:00 horas Miami 20:30 horas Madrid en su canal / @parroquiasanjosedelasierra 

1. El papa convoca un rosario por la paz 
2. Santo rosario en Austria 
3. Un millón de niños rezan el rosario 
4. Rosario de hombres en Braojos 
5. El milagro de san Jenaro 
6. Obispo celebra en una aldea de Benín 
7. Presencia real y liturgia tradicional 
8. Sigue la historia de las tres monjas austriacas

OBISPO Alemán CORRIGE al PAPA, éste responde con Nombramientos | P. Santiago Martín | Magnificat.tv



DURACIÓN 19:08 MINUTOS

lunes, 22 de septiembre de 2025

Por qué el encuentro de León XIV con el cardenal Sarah es tan importante




Hoy el Papa ha recibido en audiencia al cardenal Robert Sarah, una de las personalidades más singulares y luminosas de la Curia Romana. En él se unen una fe profunda y una serenidad fruto de un camino difícil pero fecundo: desde sus humildes orígenes en un poblado de Guinea, donde los misioneros espiritanos sembraron en su corazón la semilla de Cristo, hasta su arriesgado ministerio como arzobispo de Conakry bajo la presión de un régimen hostil. Aquellas experiencias, vividas con fidelidad y perseverancia, forjaron a un pastor que luego se movería con excelencia en la Curia, pero siempre enraizado en la verdad.

Una rara avis en el Vaticano

Robert Sarah es, sin duda, una rara avis en los pasillos vaticanos. Tiene el carisma contemplativo de un monje trapense, pero también la firmeza necesaria para vivir en medio del ruidoso caos y el cinismo que, desgraciadamente, impregnan a menudo la Curia. Su sola presencia es testimonio de que la fe no es una costumbre ni una teoría abstracta, sino una fuerza real que ilumina e impacta. El simple hecho de pasar un rato con Robert Sarah sirve para comprobar cómo una fe vivida con coherencia y radicalidad no deja indiferente. Son cientos los testimonios que lo han experimentado.

La batalla decisiva: la Santa Misa

El cardenal guineano está convencido de que, antes de cualquier batalla humana, existe una batalla espiritual decisiva: la de la liturgia. Para Sarah, la Santa Misa es la fuente y el culmen de la vida cristiana, el lugar donde se juega el futuro de la Iglesia. Su certeza es clara: si vencemos en esa batalla, los frutos espirituales harán posible afrontar con fuerza y esperanza las demás luchas humanas.

La perseverancia en la doctrina, la coherencia de los obispos, la fidelidad de los cardenales y la fortaleza de los fieles dependen de una fe alimentada por la Eucaristía. Sin una liturgia vivida con reverencia, verdad y amor, no hay renovación ni misión auténtica.

Un mensaje para el Papa

Hoy, probablemente, León XIV ha escuchado de primera mano esa visión de la Iglesia que Sarah ofrece con sencillez y brillantez, convencido hasta tal punto que abruma. No se trata de estrategias humanas ni de ideologías pasajeras, sino de la certeza absoluta de que Dios actúa en los sacramentos, y de que la fidelidad a ellos es la clave de todo lo demás.

Recemos para que este testimonio de fe, fruto de una vida entregada a Cristo, toque también el corazón del Papa y fortalezca su mirada sobre la Iglesia que le ha sido confiada.

domingo, 21 de septiembre de 2025

¿QUÉ PASA CON LA IGLESIA? Nº 85 (Padre Jorge González Guadalix)

 ¿QUÉ PASA CON LA IGLESIA?




1. Alto el fuego en Gaza

2. Ecos de Fiducia supplicans

3. Ojo con los chinos

4. El papa expulsa a un diácono por abusos

5. El vaticano II fue un experimento fallido

6. Lumen. IA católica

7. Austria. Y encima contentos

8. Tres monjas se escapan de una residenciaI

DURACIÓN 33 MINUTOS

sábado, 20 de septiembre de 2025

León XIV: la consolidación de Francisco



Lo que temíamos desde el principio empieza a confirmarse. León XIV no es la ruptura con el pontificado de Francisco, ni mucho menos un regreso a la claridad doctrinal y litúrgica que anhelábamos. Es la consolidación, la digestión, el paso hegeliano que convierte en “normal” lo que ayer todavía era discutido.

Desde el inicio se veía venir: un Papa discreto, con muceta, sin estridencias, con un aire mariano que parece devolver normalidad. Pero debajo de la superficie, el guion está claro: consolidar el terreno conquistado y esperar a la siguiente pantalla. Lo advertíamos: si hubiese salido un Papa idéntico a Francisco en formas, el rechazo habría sido inmediato. Así que nos presentan a un sucesor aparentemente tranquilo, que se refugia en símbolos de continuidad con la tradición, mientras en la entrevista con Elise Ann Allen deja claro que juega con las reglas de la ventana de Overton: nada de retrocesos, calma forzada, pero con el punto de partida de Fiducia supplicans ya asumido.

Y lo dice sin rodeos: eso es lo dado, eso es lo heredado, eso no se toca porque es lo mínimo aceptado. A partir de ahí, todo es esperar. Esperar a que los que resisten envejezcan y desaparezcan. Esperar a que la polarización baje cuando mueran Sarah, Burke, Müller, Schneider. Esperar a que el tiempo allane el camino.

¿Alguien se sorprende? Era evidente. León XIV fue traído a Roma por Bergoglio para ser prefecto de los obispos. Nadie llega a ese puesto sin un aval personalísimo del Papa reinante. Creer que ese hombre, colocado por Francisco en el corazón de la maquinaria de nombramientos episcopales, iba a ser el restaurador era engañarse. Nos pensábamos que se la habíamos colado. La realidad es otra: en el cónclave, a alguien le metieron un gol. Y el gol nos lo metieron a nosotros.

Este Papa habla de unidad, de evitar la polarización. Pero, ¿a costa de qué? Lo que llama “unidad” no es sino domesticación. Una Iglesia que se resigna a vivir con Fiducia supplicans como punto de partida. Una Iglesia en la que los experimentos alemanes y belgas se critican con la boca pequeña, pero se toleran en la práctica. Una Iglesia en la que se cita a Francisco como autoridad, para decir “no haré más de lo que él hizo”… pero también “no desharé nada de lo que él dejó establecido”.

La táctica es transparente: conservar lo conquistado y normalizarlo. Consolidar en silencio, sin estridencias, envolviendo todo en un tono piadoso y mariano. Hegel aplicado a la eclesiología: tesis, antítesis, síntesis. Lo radical de ayer se convierte en lo aceptado de hoy, y el campo queda preparado para la radicalidad de mañana.

Lo grave es que muchos, quizá demasiados, querían autoengañarse. Se agarraban al gesto de la muceta, al rosario en la mano, a la frase piadosa. Pero la entrevista lo desnuda: León XIV es continuidad pura, sin retrocesos, sin desandar nada. No hay marcha atrás.

Por eso, este pontificado no será un paréntesis, sino el paso lógico en la domesticación de la Iglesia. No es el hacha que arranca de cuajo la tradición, pero sí el cemento que fija el corte ya hecho. Y lo más doloroso es reconocer que lo sabíamos. Que la evidencia estaba ahí. Que no hay traición, sino ingenuidad de nuestra parte.

El cónclave no nos dio un Papa que “no sería tan malo”. El cónclave nos dio la continuación de Francisco, disfrazada de calma. Y ahora lo único claro es que estamos en la siguiente fase del plan.

 Carlos Balén

NOTA: Tengo la esperanza de que el autor de este artículo esté equivocado. Porque el problema es grave. Es de gran interés leer el artículo de Bruno Moreno de Infocatólica, titulado ¿En un futuro próximo?

El Papa León no aprobará la Homosexualidad, de momento | P. Santiago Martín | Act. Com. (19-09-25)



DURACIÓN 14:14 MINUTOS

¿En un futuro próximo? (Bruno Moreno)




Si algo nos enseñó el pontificado anterior es que lo que es verdad sigue siéndolo, lo niegue quien lo niegue, y lo que es falso sigue siendo falso, lo defienda quien lo defienda. Aunque sea un sacerdote. Aunque sea un obispo. Aunque sea un papa. No podemos dejarnos arrastrar de nuevo al error de pensar que, si un papa dice algo contra la doctrina de la Iglesia, de algún modo lo que dice está bien porque es el papa. Ese tipo de razonamiento sectario no tiene nada de católico. De hecho, lo católico es lo contrario: el papa tiene el deber de preservar y defender la fe que ha recibido y que proviene de Cristo a través de los apóstoles y no tiene ningún poder para cambiarla.

El presente pontificado ha despertado grandes esperanzas en muchos católicos que habían observado con creciente preocupación las innovaciones ajenas a la fe de la Iglesia del pontificado del Papa Francisco. No cabe duda de que el Papa León XIV tiene un estilo diferente, menos polémico y más conciliador, que, por contraste, ha sido como un bálsamo para los que estábamos cansados de los continuos sobresaltos de la etapa precedente.

El estilo, sin embargo, es lo de menos. Lo que importa es la sustancia y, poco a poco, el Papa León XIV parece estar mostrando que, en cuanto a la sustancia, coincide en buena parte con su predecesor (dentro de la dificultad de coincidir con alguien que era capaz de afirmar una cosa y al día siguiente la contraria sin ningún problema).

Doctrinalmente hablando, lo más grave del pontificado del Papa Francisco fue la idea de que la doctrina de la Iglesia podía cambiar, ya fuera directamente o indirectamente con la excusa del “enfoque pastoral", de la “sinodalidad” o la simple confusión característica de todo el pontificado. Así, se cambió lo que decía el Catecismo sobre la pena de muerte (para hacerlo más confuso en vez de más claro), se hicieron declaraciones en varias ocasiones contrarias a la doctrina católica sobre la guerra justa, se negó indirectamente la indisolubilidad del matrimonio (al permitir comulgar a los adúlteros sin arrepentimiento ni propósito de la enmienda), se afirmó que Dios quiere a veces que pequemos y que no siempre da la gracia necesaria para no pecar, se permitió bendecir las parejas del mismo sexo pero no su unión (como si eso significara algo) y también que esas bendiciones se consideraran buenas en algunas diócesis y una barbaridad en otras, se afirmó que todas las religiones eran “una riqueza” querida por Dios o que para ser santo solo había que ser fiel a las propias creencias, fueran las que fueran, y un largo etcétera.

Todos estos cambios y otros que se preparaban y no llegaron a formularse planteaban un problema fundamental: si la doctrina de la Iglesia puede cambiar, es que era errónea y, si la anterior era errónea, ¿por qué tiene que creerse nadie la nueva? Era la consecuencia de pasar de la inmutable Revelación de Dios que hay que preservar como un tesoro a una especie de política de partido, siempre cambiante pero que debe defenderse en cada momento. Es muy difícil imaginar algo menos católico.

Por desgracia, el papa León parece estar de acuerdo con esta forma de entender la enseñanza de la Iglesia, según indicó en una entrevista con la periodista Elise Ann Allen, de la revista norteamericana Crux. En ella, el pontífice afirmó, entre otras cosas bastante cuestionables, que “me parece muy poco probable, al menos en un futuro próximo, que la doctrina de la Iglesia respecto a lo que enseña sobre la sexualidad y sobre el matrimonio” vaya a cambiar.

Si lo publicado por Crux es correcto (y no parece que no lo sea, porque el Vaticano no lo ha corregido), con eso está dicho todo y no hace falta más. A confesión de parte, relevo de pruebas. Si el propio Papa admite que es posible que la Iglesia cambie su doctrina sobre la sexualidad y el matrimonio, eso significa que no considera que sea verdad, porque la verdad no cambia.

En ese sentido, da igual que afirme que él no la va a cambiar, porque lo verdaderamente grave es que piense y afirme que puede cambiarse. A fin de cuentas, si puede cambiarse, antes o después se cambiará (y por supuesto, se cambiará en la dirección que pide el mundo, que es a donde lleva la corriente). Las opiniones cambian, solo la verdad es inmutable.

Esto no solo es erróneo, sino que además es lo contrario del papel que tiene el Papa en la Iglesia. El Concilio Vaticano I lo enseñó con absoluta claridad: “Así el Espíritu Santo fue prometido a los sucesores de Pedro, no de manera que ellos pudieran, por revelación suya, dar a conocer alguna nueva doctrina, sino que, por asistencia suya, ellos pudieran guardar santamente y exponer fielmente la revelación transmitida por los Apóstoles, es decir, el depósito de la fe” (Constitución dogmática Pastor Aeternus). También el Concilio Vaticano II dice lo mismo en múltiples lugares: “Dios quiso que lo que había revelado para salvación de todos los pueblos se conservara por siempre íntegro y fuera transmitido a todas las generaciones” (Dei Verbum 7).

Dios quiera que haya sido una forma desafortunada de expresarse en la entrevista (y, si es así, debería ser corregida públicamente y cuanto antes al tratarse de una cuestión gravísima). En cualquier caso, si el Papa León, aparentemente y según sus propias palabras, vacila y no quiere actuar como Pedro, entonces nuestra obligación es decirle, con todo el respeto y el cariño del mundo, que se equivoca, mientras seguimos rezando para que el Espíritu Santo le ilumine.

Bruno Moreno

viernes, 19 de septiembre de 2025

Coalición católica pide rechazar el lobby que impulsa uniones homosexuales y que se revoque Fiducia supplicans




El pasado 15 de septiembre, día de Nuestra Señora de los Dolores, una coalición de 25 asociaciones católicas, presentó al Papa León XIV una apelación filial pidiéndole que confirme con absoluta claridad la enseñanza perenne de la Iglesia sobre el matrimonio y la moral sexual frente a la presión de un “poderoso lobby” que busca legitimar las uniones entre personas del mismo sexo. Los firmantes están inspirados en el pensador brasileño Plinio Corrêa de Oliveira, fundador del movimiento Tradición, Familia y Propiedad (TFP)

Peticiones concretas

- Reafirmar el magisterio perenne de la Iglesia sobre los actos homosexuales, rechazando explícitamente las propuestas de alterar el Catecismo de la Iglesia Católica y sosteniendo la Sagrada Escritura.

- Revocar la declaración Fiducia supplicans de 2023, sobre las bendiciones a parejas del mismo sexo, y reafirmar la prohibición vaticana de 2021 respecto a tales bendiciones.

- Anular el rescripto de 2017 del papa Francisco, que otorgó especial peso magisterial a la interpretación de los obispos argentinos de Amoris laetitia, permitiendo la Comunión para algunos divorciados vueltos a casar civilmente.

Una súplica filial y aprensiva a Su Santidad el Papa León XIV

Santísimo Padre,

A la luz de sus recientes y auspiciosas declaraciones en defensa de la familia y de la coherencia que los católicos deben mantener en la vida pública al sostener los principios de la Fe, las asociaciones firmantes —herederas del pensamiento y de la acción del gran líder católico brasileño Plinio Corrêa de Oliveira— se dirigen filialmente a Vuestra Santidad para expresar sus aprensiones sobre el futuro de la familia.

En 2015, nos dirigimos al papa Francisco entre los dos Sínodos sobre la Familia para denunciar la alianza de influyentes organizaciones, fuerzas políticas y medios de comunicación que promovían la llamada ideología de género. Esta ideología servía como un sello de aprobación de una revolución sexual que favorece costumbres contrarias a la ley natural y divina. Más grave aún, señalamos la confusión generalizada entre los católicos, “surgida de la posibilidad de que se hubiera abierto una brecha en la Iglesia que aceptaría el adulterio —al permitir a los divorciados y luego vueltos a casar civilmente recibir la Sagrada Comunión— y prácticamente aceptaría incluso las uniones homosexuales”. Como resultado, pedimos al papa Francisco “aclarar la creciente confusión entre los fieles” y evitar “que la misma enseñanza de Jesucristo fuera diluida”.

Con el apoyo de otras entidades de la coalición titulada Supplica Filiale al Papa Francesco sul futuro della Famiglia (“Súplica filial a Su Santidad el Papa Francisco sobre el futuro de la familia”), recogimos 858.202 firmas. Estas fueron entregadas a la Santa Sede en la mañana del 29 de septiembre de 2015, casi exactamente hace diez años.

Entre los signatarios de aquella Súplica Filial se encontraban 211 prelados (cardenales, arzobispos y obispos), un gran número de sacerdotes y religiosos, y numerosos laicos renombrados en Occidente y en otras partes del mundo. En su discurso durante el coloquio titulado Iglesia Católica: ¿A dónde vas?, celebrado en Roma el 7 de abril de 2018, el cardenal Walter Brandmüller mencionó nuestra petición como una de las manifestaciones más evidentes del consensus fidei fidelium, que ejerce un papel inmunizador para preservar a la Iglesia del error.

Con gran dolor en nuestros corazones, debemos señalar que, lejos de responder a esta justa petición del rebaño, su predecesor en la Sede de Pedro agravó aún más la situación. Por un lado, al admitir abusivamente a los divorciados vueltos a casar civilmente a la Comunión eucarística mediante la nota al pie 351 de Amoris laetitia y al conceder aprobación pontificia a su interpretación por parte de los obispos de la Región Pastoral de Buenos Aires, Argentina. Por otro lado, mediante declaraciones y gestos que legitimaron las uniones civiles homosexuales, culminando en las “bendiciones pastorales” autorizadas en la declaración Fiducia supplicans del 18 de diciembre de 2023, firmada por el prefecto del Dicasterio para la Doctrina de la Fe.

Desde entonces, la situación ha seguido empeorando, especialmente en lo referente a la aceptación de las relaciones homosexuales. Ha habido una proliferación de declaraciones de altos prelados que llaman a actualizar la enseñanza de la Iglesia. Esto incluye cambiar párrafos del Catecismo de la Iglesia Católica que afirman que la inclinación homosexual es “objetivamente desordenada”, que los actos homosexuales son “intrínsecamente desordenados” y que la Sagrada Escritura los presenta como “actos de grave depravación”.

Aunque empleando un lenguaje aparentemente moderado, algunos prelados y teólogos ya exigen descartar los llamados prejuicios moralistas “historicizando” situaciones, actualizando el lenguaje de dos mil años de la Iglesia y adaptándolo a los tiempos presentes. Esta es la postura, por ejemplo, de personajes como Mons. Francesco Savino, vicepresidente de la Conferencia Episcopal Italiana, el arzobispo francés Hervé Giraud y el cardenal Jean-Claude Hollerich, arzobispo de Luxemburgo. Este último ha llegado al extremo de decir que la enseñanza católica sobre la homosexualidad “es incorrecta”, puesto que su base sociológica y científica ya no sería válida.

Asimismo, la hermana Jeannine Gramick y el padre James Martin desean eliminar la expresión “intrínsecamente desordenada” y proponen formulaciones alternativas que tienden a hacer admisible lo que no es ni puede ser aceptado. El Camino Sinodal Alemán hace lo mismo al pedir una revisión del Catecismo para adaptarlo a la “ciencia humana”, lo que equivale a decir que el mundo moderno tiene más autoridad que Dios.

Desafortunadamente, algunos van incluso más lejos, pidiendo no solo un cambio de palabras, sino de la propia práctica de la enseñanza moral de la Iglesia. Por ejemplo, el cardenal Robert W. McElroy niega que los pecados sexuales sean graves, lo que allana el camino para la legitimación y normalización de la impureza. Afirma también que la “inclusión radical” de homosexuales practicantes debe ser sacramental, en otras palabras, que un estilo de vida objetivamente contrario al mandamiento divino no constituiría un obstáculo para recibir la absolución y la Sagrada Eucaristía.

Después de afirmar que la enseñanza católica es “sólida y buena”, el cardenal Timothy Radcliffe la diluye diciendo que debe entenderse con “matices”. Indirectamente reiteró lo que ya dijo antes en el Pilling Report, a saber, que las relaciones homosexuales podrían entenderse en clave eucarística, como una imagen del “don de sí mismo de Cristo” en la Sagrada Comunión. El teólogo austriaco padre Ewald Volgger insiste en la misma línea de pensamiento al decir que las uniones homosexuales son una imagen de la solicitud divina por los hombres, lo que justificaría bendecirlas. El teólogo suizo Daniel Bogner socava directamente el sacramento del matrimonio al afirmar que necesita ser comprendido de nuevo, liberándolo de su “caparazón de perfección”, para no discriminar a las uniones irregulares y homosexuales. Argumenta que es necesario acabar con la “fijación rígida en el sexo biológico y en la heterosexualidad necesaria de los esposos”, ya que “la fertilidad no debe entenderse exclusivamente en términos de reproducción biológica”.

Dado todo esto, Santísimo Padre, no podemos menos que concluir que, bajo el pretexto de la misericordia y la adaptación a la ciencia, algunas fuerzas se esfuerzan por reinventar la fe católica conforme a las pasiones mundanas, haciéndola irreconocible.

En este contexto de ofensiva abierta para imponer la aceptación de las uniones homosexuales, resultó particularmente chocante ver que, bajo el pretexto de obtener indulgencias jubilares, se ofreció gran visibilidad a grupos que profesan abiertamente tales errores. Se les permitió entrar en procesión en la Basílica de San Pedro, portando una cruz arcoíris. Más grave aún, esta “marcha del orgullo homosexual” fue precedida por una audiencia concedida al padre Martin, quien después atribuyó a Vuestra Santidad palabras de aliento para su activismo en favor del movimiento L.G.B.T. Del mismo modo, Mons. Francesco Savino, al final de su homilía en la Iglesia del Gesù, declaró que Vuestra Santidad le había dicho: “Ve y celebra el Jubileo organizado por Jonathan’s Tent y otras organizaciones que cuidan de [tus hermanos y hermanas homosexuales]”.

Somos conscientes de que algunos de estos acontecimientos escandalosos (y otros aún en agenda) fueron organizados por organismos de la Santa Sede durante el pontificado anterior, y que Vuestra Santidad, tal vez en el deseo de asegurar la unidad de la Iglesia, aparentemente quiere cambiar gradualmente la orientación de la Curia Romana. Sin embargo, si bien es legítimo ceder en puntos secundarios por el bien de la unidad, no parece legítimo hacerlo cuando se sacrifica la verdad. Como enseña San Agustín: “Hacer la verdad no consiste solo en decir lo que es verdadero, sino también en practicarlo delante de muchos testigos”.

Una gran esperanza surgió en el corazón de millones de católicos cuando, durante el Jubileo de las Familias, Vuestra Santidad citó la encíclica Humanae vitae y afirmó: “El matrimonio no es un ideal, sino la medida del verdadero amor entre un hombre y una mujer”. Esta afirmación resonó con su discurso al Cuerpo Diplomático, en el cual reiteró que la familia está “fundada en la unión estable entre un hombre y una mujer”. Sin embargo, esa esperanza se convierte en alarma al temer que, como en el pontificado anterior, las actitudes pastorales concretas sigan desmintiendo en la práctica lo que se enseña en la teoría.

Este temor nos lleva a renovar la petición que hicimos en nuestra Súplica Filial de 2015 al papa Francisco:

“Verdaderamente, en estas circunstancias, una palabra de Vuestra Santidad es la única manera de aclarar la creciente confusión entre los fieles. Evitaría que la misma enseñanza de Jesucristo fuera diluida y disiparía la oscuridad que se cierne sobre el futuro de nuestros hijos si esa luz dejara de guiar sus pasos.

Santo Padre, le imploramos que diga esa palabra. Lo hacemos con un corazón devoto a todo lo que Usted es y representa. Lo hacemos con la certeza de que su palabra nunca separará la práctica pastoral de la enseñanza legada por Jesucristo y sus vicarios —pues eso solo añadiría a la confusión. En efecto, Jesús nos enseñó muy claramente que debe haber coherencia entre vida y verdad (cf. Jn 14,6-7); y también nos advirtió que la única manera de no caer es practicar su doctrina (cf. Mt 7,24-27).”

Con audacia y respeto añadimos dos peticiones específicas que dejarían clara la realineación de la práctica con la enseñanza tradicional de la Iglesia:

Suplicamos que anule el rescripto del 5 de junio de 2017 de Francisco, que confirió especial valor magisterial a la interpretación heterodoxa de las ambigüedades de Amoris laetitia, y que reitere claramente que los divorciados y vueltos a casar civilmente que viven more uxorio no pueden recibir la absolución sacramental ni, como pecadores públicos, la Sagrada Comunión.

Le imploramos que revoque la declaración Fiducia supplicans y reafirme la prohibición de otorgar cualquier bendición a parejas homosexuales, como lo estableció el Responsum de la Congregación para la Doctrina de la Fe del 22 de febrero de 2021, sobre un dubium acerca de las bendiciones a parejas del mismo sexo.

Implorando su bendición apostólica, le aseguramos nuestras oraciones a Nuestra Señora del Buen Consejo y a San Agustín. Que ellos iluminen a Vuestra Santidad en este delicado comienzo de su pontificado, en el que se encuentra involuntariamente confrontado con una difícil herencia de confusión y división.

15 de septiembre de 2025 — Fiesta litúrgica de Nuestra Señora de los Dolores

domingo, 14 de septiembre de 2025

Los medios vaticanos y la curia bergogliana: una hegemonía que amenaza la voz de León







En nuestra traducción de Remnant , la perspectiva de Gaetano Masciullo, corresponsal de Remnant en Italia. Por un lado, el aparato bergogliano continúa impulsando su agenda progresista; por otro, un Pontífice reflexivo, comprometido con preservar la cohesión de la Iglesia. En segundo plano, se cierne un sistema mediático vaticano elitista y politizado, que amenaza con influir en los fieles y la opinión pública mediante narrativas prefabricadas.Los medios vaticanos y la curia bergogliana:


Como este escritor ha intentado describir en muchos otros artículos, actualmente existe una profunda disonancia en el Vaticano entre la Curia y el Papa. La primera es obra exclusiva de Francisco y está impulsada por el objetivo de impulsar la llamada agenda de San Galo, es decir, reformar (léase: revolucionar) la Iglesia católica en una dirección progresista, incluso si eso implica contradecir y ocultar la doctrina transmitida por los apóstoles y sus sucesores episcopales a lo largo de dos mil años. La sinodalidad, el ecumenismo, el ambientalismo, la fraternidad universal, el diaconado femenino, la homosexualidad y la permisividad sexual: estos son los principales temas que se están llevando al límite.

Como es bien sabido, Bergoglio fue el candidato apoyado por el Grupo de San Galo en los cónclaves de 2005 y 2013 ( aquí , aquí y anteriores). Sin embargo, una vez que ascendió a la Cátedra de San Pedro, se comportó como un caballo salvaje, decidido a imponer su propia visión de la Iglesia: una agenda independiente de la de San Galo, aunque en gran medida compatible con ella.

La tensión en el Vaticano es palpable. Los miembros de la Curia esperan ser confirmados en sus cargos, pero los expedientes que se acumulan en el escritorio del Santo Padre son numerosos y sustanciales. A diferencia de Francisco, el Papa León no es impulsivo; es reflexivo, metódico y dispuesto a escuchar a todos y a buscar el consejo de muchos.

Tras la muerte de Bergoglio, su Curia continuó operando como si aún estuviera vivo. De hecho, en cierto modo, con mayor entusiasmo y libertad, como lo demuestra el entusiasmo de Pietro Parolin, el Secretario de Estado nombrado por Francisco, quien, sin embargo, ha expresado a menudo su impaciencia por el limitado margen de maniobra que el Pontífice argentino concedió a la diplomacia oficial de la Santa Sede. Al mismo tiempo, la Curia bergogliana teme ahora que Leo pueda actuar o enseñar de maneras que cuestionen lo que hasta ahora se ha acumulado, fragmentado, absorbido y desintegrado con tanto esfuerzo. Por eso asistimos a una oleada de declaraciones mediáticas destinadas a tranquilizar a la opinión pública: ¡existe una plena continuidad entre Francisco y Leo!

Sin embargo, las cosas son mucho más complejas, y la tensión en el Vaticano es palpable. Los miembros de la Curia esperan ser confirmados en sus cargos, pero los expedientes que se acumulan en el escritorio del Santo Padre son numerosos y sustanciales. A diferencia de Francisco, el Papa León no es impulsivo; es reflexivo, metódico y dispuesto a escuchar a todos y a buscar el consejo de muchos. Veremos qué sucede cuando llegue el momento de tomar una decisión.

Cabe destacar que, según el derecho canónico, los miembros de la Curia actúan in persona Papae, es decir, actúan en nombre y con la autoridad del Papa. Ejercen el poder ordinario, pero en calidad de vicario, como lo confirma explícitamente la constitución apostólica Praedicate Evangelium (véase II.5). En la práctica, esto significa que todo acto oficial realizado por los funcionarios curiales forma parte integral de la actividad de gobierno o enseñanza del Papa y debe considerarse realizado por él mismo. Esto agrava aún más la situación actual: si existe una divergencia entre las intenciones del Papa y las de la Curia, ¿cómo puede esta última mantener la coherencia en su función? El riesgo es una especie de esquizofrenia institucional.

Mientras la Curia está decidida a impulsar la revolución a toda costa, el Papa León busca, en cambio, mantener la cohesión de la Iglesia. Parece dispuesto a tolerar tanto al diablo como al agua bendita, quizás moderando ligeramente la influencia del primero. Sin embargo, a la larga, esta estrategia podría dejar mucho que desear.

Más allá de la Curia, todo el aparato de comunicación, fuertemente influenciado por Bergoglio, se ha mantenido activo dentro del Vaticano. Este tema, tan delicado como crucial, solo ha sido abordado hasta ahora por un puñado de personas directamente implicadas. En Italia, solo los periodistas Nico Spuntoni y Francesco Capozza han hablado al respecto.

Generalmente, aunque no existe un requisito formal, quienes escriben sobre asuntos eclesiásticos están acreditados ante la Oficina de Prensa de la Santa Sede. Todos los corresponsales acreditados pueden, al menos en teoría, asistir a diversos eventos a los que asiste el Papa, siempre que lo notifiquen con antelación.

Digo "en teoría" porque, según los periodistas italianos antes mencionados, la situación ha cambiado en los últimos años. Durante el pontificado de Francisco, una asociación privada obtuvo acceso exclusivo a los eventos más importantes y sensibles relacionados con el Papa, marginando así a miles de periodistas acreditados de todo el mundo. Esta asociación se llama AIGAV (Asociación Internacional de Periodistas Acreditados ante el Vaticano).

Un club exclusivo, podría decirse, compuesto por tan solo 250 periodistas cuidadosamente seleccionados por su presidenta, la periodista mexicana Valentina Alazraki. Amiga íntima de Bergoglio —por supuesto—, quien lo acompañó en todos sus viajes apostólicos, se refería a ella, no sin significado, como «la decana». Junto a ella, una junta directiva muy pequeña guía la AIGAV y colabora en la selección de sus miembros. Según el corresponsal del Vaticano, Francesco Capozza, en Il Tempo, los seleccionados para unirse a este club son exclusivamente corresponsales «de fe abiertamente progresista».

En resumen, parece que el mundo de las comunicaciones del Vaticano sigue estrechamente ligado a la todavía Curia bergogliana.

Nico Spuntoni, corresponsal en el Vaticano de La Nuova Bussola Quotidiana, ha criticado a este círculo mediático de élite desde los primeros días del nuevo pontificado. Tras la reunión del Papa León con representantes de los medios reunidos en Roma para el Cónclave, Spuntoni escribió que «el Dicasterio para la Comunicación, uno de los departamentos más costosos de la Santa Sede, ha demostrado ser inadecuado, incluso en el momento más crucial». A pesar de la ineficacia demostrada por la Oficina de Prensa y su director, Matteo Bruni, miembro de Sant'Egidio, «los pesos pesados ​​de la comunicación vaticana de la era bergogliana estaban en primera línea, celebrando» ante Prevost, aunque «la mayoría había asumido (y esperado) que el rostro más familiar de Pietro Parolin aparecería en el balcón central».

Spuntoni enfatizó además que «las primeras filas estaban cuidadosamente reservadas para ejecutivos de televisión, antiguos editores de periódicos anticlericales y un puñado de periodistas del Vaticano (en su mayoría italianos)». Capozza ofreció un relato similar en Il Tempo, donde informó que durante el primer encuentro del Papa León XIV con la prensa, «solo unos pocos —naturalmente de la AIGAV— fueron admitidos en la primera fila (separados del resto por una barrera) y tuvieron acceso al apretón de manos papal». Según Capozza, incluso en «la misa en los jardines de Castel Gandolfo a la que asistió el presidente ucraniano Zelenski, solo estuvieron presentes cinco periodistas, todos afiliados exclusivamente a la AIGAV».

En resumen, parece que el mundo de las comunicaciones del Vaticano sigue estrechamente vinculado a la Curia, aún bergogliana. Además, según mis fuentes, entre los nombres "seleccionados" por los líderes de la AIGAV para ocupar las primeras filas durante la primera audiencia de prensa del papa León se encontraba Elise Ann Allen, corresponsal de Crux y recién nombrada biógrafa del papa León, elegida (o quizás sugerida por alguien) para el cargo. Una coincidencia, como mínimo, un tanto desconcertante.

Es el reino de la ambigüedad orquestada, que siembra la confusión entre los fieles y socava su confianza en la Iglesia. 
Si León XIV realmente desea salvaguardar la cohesión eclesial —e incluso defender la integridad de la fe—, debe necesariamente intervenir también en este frente, restaurando la dignidad y la libertad en el ámbito de la comunicación del Vaticano.
Durante el pontificado de Francisco, las comunicaciones del Vaticano operaron para ocultar escándalos y amplificar las voces de los modernistas más radicales.

Hoy, esta estructura mediática ya no es una entidad autónoma; existe en simbiosis con la Curia, que, como se ha observado repetidamente, aún lleva la impronta de Francisco. Esta élite mediática refleja la lógica de la Curia y protege sus intereses. Mientras esta Curia perdure, su aparato mediático seguirá ejerciendo influencia y poder.

Es comprensible que el Papa León XIV se encuentre enfrentando y abordando desafíos mucho más apremiantes. Sin embargo, la cuestión de las comunicaciones del Vaticano y su monopolio de la información no puede pasarse por alto, ya que plantea un problema de enorme importancia eclesial y pastoral. Si la Iglesia es, por institución divina, guardiana y maestra de la Verdad, no puede permitirse delegar la gestión de su imagen pública a élites mediáticas estrechas y claramente motivadas ideológicamente.

El Santo Padre debería encontrar el tiempo y la fuerza para abordar seriamente el asunto y determinar si lo que ha surgido hasta ahora es cierto, porque no se trata solo de dinámicas periodísticas, sino de una auténtica discriminación contra los periodistas "menos alineados", es decir, aquellos que se niegan a ajustarse a un marco progresista prefabricado. Los bergoglianos saben bien que controlar la opinión pública significa influir en millones de fieles y moldear, al menos en apariencia, la imagen de la Iglesia.

La era de la información es, sobre todo, la era de la desinformación. Con el control de los canales de comunicación, se pueden construir narrativas falsas, distorsionar discursos y documentos, y hacer parecer que el Papa dijo una cosa cuando, en realidad, dijo exactamente lo contrario. Es el reino de la ambigüedad orquestada, que siembra la confusión entre los fieles y socava su confianza en la Iglesia.

Si León XIV realmente desea salvaguardar la cohesión eclesial —e incluso defender la integridad de la fe—, debe intervenir también en este frente, restaurando la dignidad y la libertad en el ámbito de la comunicación vaticana. 

No se trata solo de transparencia, sino de justicia y fidelidad a la misión confiada por Cristo a su Iglesia: proclamar la verdad del Evangelio sin velos ni hipocresía, sin manipulación ni censura.


Maria Guarini

sábado, 13 de septiembre de 2025

Sesenta años después del final del Vaticano II – I. Reflexiones sobre «Gaudium et Spes» (Paolo Pasqualucci)


I – Reflexiones sobre la Encíclica Pastoral ' Gaudium et Spes ' dedicada a la relación de la Iglesia con el mundo contemporáneo 


Para celebrar como se merece el sexagésimo aniversario del fin del Concilio Vaticano II, en diciembre de 1965, pensé en publicar en línea algunos capítulos de mi libro: Paolo Pasqualucci, UNAM SANCTAM. Estudio sobre las desviaciones doctrinales en la Iglesia católica del siglo XXI , Solfanelli, Chieti, 2013, págs. 429. Agradezco al editor Marco Solfanelli por autorizar esta iniciativa.

El libro, que permaneció prácticamente desconocido, profundizó, en la medida de mis posibilidades, en el análisis crítico de ese extraordinario Concilio, iniciado por eruditos de la talla de Romano Amerio, y perfeccionado por el ilustre teólogo Monseñor Brunero Gherardini, sin mencionar las contribuciones de otros eruditos menos conocidos, tanto laicos como eclesiásticos. Dediqué un breve resumen a Gaudium et Spes en el capítulo final del libro, titulado: «La Gaudium et Spes neoilustrada : un reflejo del confuso enfoque pastoral del Vaticano II» (págs. 417-427).

Las preguntas que los académicos plantearon en su momento sobre el Vaticano II, con respetuosas solicitudes a la Autoridad Eclesiástica para que autorizara un debate cualificado al respecto, no han sido abordadas, mientras que la crisis de la Iglesia, latente bajo las cenizas y que estalló con el Vaticano II, no ha hecho más que agravarse. 

En esta situación, reiterar el análisis crítico de hace doce años me parece totalmente legítimo.

* * *
1. Un concepto diluido de la Ilustración

Dejé para el final la desaprobación de Cantone a la crítica que Monseñor Gherardini dirige a la Gaudium et Spes , la constitución pastoral sobre la Iglesia y el mundo contemporáneo, quizás el documento más famoso del Concilio entre el gran público.

Cuestiona el documento Gaudium et Spes en su conjunto. De hecho, estaría inspirado en los principios de la Ilustración. Dado que la Ilustración obviamente no está en continuidad con el cristianismo, concluye que tampoco lo está la constitución conciliar. [Se pregunta, de hecho] si la Gaudium et Spes obedece a los principios de la Revelación divina y de la fe, o a los principios antropológicos propios de la Ilustración , de su racionalismo exasperado, de sus intentos de liberación del dominio asfixiante de la Tradición. Estoy seguro de que la "hermenéutica de la continuidad o la ruptura" está en juego en esta cuestión. Para respaldar esta afirmación —continúa el profesor Cantoni—, tan trascendental y cargada de consecuencias, Monseñor Gherardini cita una opinión de Benedicto XVI, según la cual, en la Gaudium et Spes, intentando alcanzar una conciliación entre la Iglesia y la modernidad, el Concilio ha "destacado" la "profunda correspondencia entre el cristianismo y la Ilustración"[1].

Según el profesor Cantoni, Monseñor Gherardini no habría comprendido en qué sentido el Papa utiliza el concepto de Ilustración para explicar el significado de la GS. Se trata de un concepto amplio, proveniente de la historiografía secular, aplicado por analogía, según el cual « Ilustración asume, a grandes rasgos, el sentido de un movimiento cultural caracterizado por una particular estima por la razón, sobre todo en su función crítica, que como tal puede fácilmente degenerar en su "sobrevaloración" con consecuencias subversivas»[2]. La instancia de la "Ilustración" adoptada por el Concilio sería, por lo tanto, inmune a las tristemente conocidas "consecuencias subversivas" —a partir de la Revolución Francesa—, ya ​​que la Iglesia, con el Vaticano II, habría logrado asumir lo mejor de la Ilustración, superándola, evitando así los errores en los que posteriormente incurrió la Modernidad neoilustrada[3].

Pero esto es precisamente lo que intentamos demostrar: que la Jerarquía católica, al promover la actualización de la Iglesia a la espiritualidad secular del siglo del Concilio, ha logrado adoptar sin perjuicio las "mejores" exigencias del racionalismo típico de esta espiritualidad, todavía producto de la Ilustración anticristiana. La Ilustración, como sabemos, sitúa al hombre en el centro de todo. Se inspira en el lema del sofista Protágoras: "El hombre es la medida de todas las cosas". El hombre, no Dios. La razón ilustrada, en sentido estricto, es esencialmente el espíritu corrosivo del individualismo burgués que pretende disolverlo todo, empezando por la Verdad Revelada, de la que ya no quiere oír hablar. Es la "razón" de los escépticos, que pretende arrasar con todo para reconstruirlo todo a escala humana, desde la sociedad hasta el Estado, las relaciones familiares, la raza humana entera y la religión, dando al mismo tiempo amplio espacio a los intereses individuales , a su búsqueda personal de la felicidad terrena . La religión católica es necesariamente su principal objetivo. Para la Ilustración, la negación de la Trascendencia debe ser total: en su opinión, lo Sobrenatural no solo desaparece del horizonte humano, sino que debe desaparecer , porque la religión no sería más que "superstición" y "fanatismo" que impide al hombre disfrutar de la vida, y que debe ser derrocado por cualquier medio. Solo es aceptable como una especie de "religión civil" debilitada y emasculada, una "moral" con un trasfondo social y humanitario, sin dogma ni trascendencia, sin juicios ni infiernos de ningún tipo (véase más arriba , capítulo XVI, sobre la "libertad religiosa").

Ahora bien, en la pastoral católica actual, que se inspira en documentos como la GS, ¿sigue presente la dimensión sobrenatural , intrínseca por definición al cristianismo y sin la cual pierde todo sentido? ¿O acaso no es cierto que esta pastoral ha dejado hace tiempo, como ya he mencionado, de recordarnos la existencia de los Últimos Días y, en particular, del Día del Juicio Final, en el que, según el dogma de fe, la humanidad se dividirá para siempre entre los Elegidos y los Réprobos? ¿Acaso la Iglesia, reformada según los decretos del Concilio, no se presenta como una gigantesca organización de bienestar, destinada a promover los "derechos humanos", la solidaridad y la fraternidad universales, la unidad de la humanidad y las religiones, la democracia, el progreso y la justicia social, sin manifestar ya el deseo de convertir a los hombres a Cristo para alcanzar la vida eterna? ¿Sin situar la necesidad de la santificación individual (en la lucha diaria contra uno mismo por la salvación del alma) en el centro de su enseñanza? En nombre de la llamada "libertad religiosa", ¿no ha renunciado la Jerarquía actual al proselitismo? ¿Se ha visto algo parecido en toda la historia de la Iglesia? Ante una transformación tan radical , cuyas trágicas consecuencias son evidentes, contribuyendo a la continua aniquilación de las antiguas naciones católicas, así como a la descristianización general, ¿cómo no preguntarse si el antropocentrismo de la Ilustración no ha calado hondo en la Jerarquía, que ha intentado temerariamente abrazar esa visión (véase el famoso discurso de clausura de la cuarta y última sesión del Concilio, pronunciado por Pablo VI el 7 de diciembre de 1965), con la ilusión de purificarla y elevarla a la verdad de un cristianismo que ya no es un "signo de contradicción", sino uno reconciliado con el mundo? Reconciliados , como si Nuestro Señor no hubiera dicho: «El mundo me odia porque doy testimonio de que sus obras son malas» (Jn 7,7), recordándonos también que «el siervo no es mayor que su señor. Si me persiguieron a mí, también os perseguirán a vosotros» (Jn 15,20).

¿Y no lo demuestra también la transformación que ha experimentado la propia figura del sacerdote , sumido en una grave crisis espiritual al ser considerado igual a los demás, «uno como nosotros», y, por lo tanto, degradado (tal como pretendían los irreligiosos artífices de la Ilustración) a un simple «operador» de una moral solidaria, sentimental y humanitaria que lo justifica y absuelve prácticamente todo? Las dudas planteadas por Monseñor Gherardini respecto a la GS son, en realidad, más que legítimas y no pueden ser desestimadas contraponiendo una concepción de la «Ilustración» propia de una historiografía erudita que extrapola arbitrariamente el contenido venenoso y corrosivo del original, haciéndonos así perder de vista el verdadero significado de la Ilustración y la Neoilustración, aún dominantes, que, en la ultrasecular República Euroamericana, afilan las armas de una nueva persecución del cristianismo, en nombre del humanismo secularista y la Revolución Sexual.

2. Una pastoral confusa, impregnada de un «perfil doctrinal» más que falible

La GS es el documento más imponente del Concilio, el más extenso. Monseñor Gherardini recuerda que «los propios Padres Conciliares no ocultaron algunas perplejidades al respecto: la amplitud del tema tratado, el diálogo con el mundo entero, el título de «Constitución Pastoral»» [4]. Pero prevaleció el deseo de prestar «un servicio al hombre en el mundo». De hecho, tras describir «la condición del hombre en el mundo contemporáneo», extrajeron de ella la argumentación de las dos partes de su Constitución y de sus múltiples distinciones y subdistinciones, pasando de «La Iglesia y la vocación del hombre» a «Algunos de los problemas más urgentes» (el matrimonio, la familia, el progreso, la cultura, la economía, la política, la construcción de la paz y la comunidad internacional). Hay realmente un poco de todo. De hecho, al tratarse de un documento conciliar, sin duda es excesivo, como si dicho documento tuviera que responder necesariamente a todos los problemas del momento, a todas las angustias y esperanzas , a las lagunas de serenidad y luz, así como a las aberraciones, en algunos casos indecibles, de la sociedad contemporánea, y contribuir a la socialización de todos los seres humanos para constituirlos en una «comunidad» global, teniendo en cuenta, obviamente, lo que la Iglesia y los propios cristianos pueden aportar al respecto. La cualificación pastoral del GS depende de esta amalgama de temas filosóficos, psicológicos, sociológicos, políticos y teológicos. Pero, en realidad, ¿de qué se trata? Sería bueno si fuera posible decirlo. Ni siquiera los Padres Conciliares lo pudieron hacer. Elaboraron laboriosamente un texto para el que no encontraron ni título ni una descripción sintética[5].

En cuanto al título, prevaleció el término "constitución pastoral", a pesar de las 541 propuestas de títulos diferentes. Solo hubo consenso en la calificación de "pastoral"[6]. Fue necesario añadir una nota al Preámbulo de la constitución para aclarar el significado del documento. Constaba de dos partes: una doctrinal y una pastoral. Esta última establecía "la actitud de la Iglesia hacia el mundo y los hombres de hoy". Y este sería entonces el significado "pastoral" de la Constitución General: una actitud de apertura y comprensión ante las necesidades del mundo actual. Sin embargo, la nota también indicaba que la parte doctrinal era pastoral y la segunda también doctrinal. Monseñor Gherardini comentó: la nota "no parecía un atisbo de escritura transparente"[7].

En el debate en el Aula, prevaleció una forma pragmática de entender la «pastoral»: la preocupación no se centraba tanto en su fundamento doctrinal como en la «apertura pastoral» que los textos debían atestiguar, pues «en la base de todo se encontraba el problema del hombre, que en sí mismo es paradójicamente plural; es la concreción de todos los problemas humanos —religiosos, históricos, jurídicos, sociales— y, por lo tanto, es variabilidad, mutabilidad, contingencia. Pero también una alternativa entre el bien y el mal. Frente a esta alternativa, el GS, incluso en su parte doctrinal, obedece a las exigencias siempre cambiantes del enfoque pastoral . Se le dio el nombre de humanismo cristiano: no una antropología teórica, sino una actitud de empatía , apertura y comprensión hacia el hombre, su historia y «los aspectos de la vida contemporánea y de la sociedad humana», con especial atención a los «problemas que parecen más urgentes»»[8].

El enfoque pastoral, por lo tanto, como una actitud de compasión, apertura y comprensión hacia el hombre moderno. Por supuesto, esta actitud no parecía reflejar en absoluto la de Nuestro Señor al comenzar su misión, que consistía en convertir a los pecadores anunciando la Buena Nueva: «Convertíos y creed en el Evangelio, porque el Reino de los Cielos está cerca» (Mc 1,15). No hay rastro de una llamada al arrepentimiento y la conversión en esta pastoral. Sin embargo, este enfoque pastoral tenía su propio marco doctrinal, rastreable en los textos, que no por ello se convierten en dogmáticos. Siempre es la doctrina que subyace al enfoque pastoral específico del Concilio. Este aspecto, en mi opinión, fue muy bien captado por el arzobispo Gherardini.

Observa que «la nota destinada a iluminar y guiar la lectura del documento no indicaba criterios hermenéuticos fijos», es decir, establecidos ad hoc para el documento, sino que se refería a una frase contenida (véase más arriba ) en la Nota previa añadida a la LG, que decía: «La Constitución debe interpretarse según las normas generales de interpretación teológica», con la adición: «teniendo en cuenta... las circunstancias cambiantes a las que los asuntos tratados están intrínsecamente conectados»[9]. Y esto, «especialmente en la segunda parte», la más específicamente pastoral. El uso de esta frase, que demuestra «la identidad de los principios hermenéuticos» del Concilio, «confirma una vez más que la calificación de pastoral no es exclusiva del GS, sino que pertenece a todo el Concilio, en cuya dimensión pastoral el GS también es coextensivo». La consecuencia esencial de esto, en relación con el debate sobre la calificación teológica actual del Concilio, es la siguiente, de extrema importancia: «Esto comporta en el Vaticano II no la ausencia de un perfil doctrinal, sino la ausencia de una intención definitoria y, en consecuencia, de nuevas formulaciones dogmáticas»[10].

La presencia de una doctrina peculiar del Vaticano II no debería dar lugar a un clamor de infalibilidad: algo imposible de encontrar en este Concilio debido a la ausencia de una intención definitoria, que, por lo tanto, sería absurdo considerar implícitamente existente debido a la existencia de esta doctrina. En el Vaticano II pastoral, el perfil doctrinal está presente, y de qué manera. El autor identifica múltiples aspectos: «Como una resurrección de los Concilios anteriores; como atención a los datos de la tradición filosófico-teológica; como preocupación por la exégesis bíblica; como una exigencia de la propia metafísica; como una señal de los objetivos culturales alcanzados recientemente»[11].

Pero este perfil doctrinal siempre depende de la pastoral predominante, de modo que el Vaticano II, en la historia de los Concilios Ecuménicos, destaca «no por su impacto doctrinal —y menos aún por su impacto dogmático—, sino por las novedades de actitud, evaluación, movimiento y acción, introducidas en los núcleos vitales de la Iglesia, sin una conexión evidente y necesaria con sus verdades»[12]. Naturalmente, los Padres Conciliares intentaron asegurar la pastoral del Concilio «sobre una base escritural, histórica y teológica coherente». Sin embargo, en la práctica, concluye el autor, «resulta difícil juzgar la bondad no tanto de su intención, sino del resultado general que alcanzaron»[13].

3. Observaciones sobre el “ perfil doctrinal ” de la “ Gaudium et Spes ”

A este análisis de Monseñor Gherardini, que considero ejemplar, quisiera añadir algunas consideraciones sobre el perfil doctrinal de la Gaudium et Spes , sin pretender ser exhaustiva. La Gaudium et Spes demuestra, sin duda, su propia manera de entender el mundo contemporáneo, su propia filosofía de la historia, que no es en absoluto la cristiana tradicional de San Agustín o Bossuet, sino la secular de Kant y Condorcet, centrada en la idea del progreso de la humanidad, debido al hombre mismo, hacia la perfección y la unidad de todo el género humano (véase supra , cap. III, § 5). En este esquema, la Gaudium et Spes introduce elementos del pensamiento cristiano que no modifican el enfoque secular y antropocéntrico del conjunto y, de hecho, distorsionan el propio componente «cristiano» o «católico».

El discurso del documento se desarrolla en círculos concéntricos, en 93 artículos. Tras profundizar en la «íntima unión de la Iglesia con la familia humana» (GS 1-3), una noción que tiende a identificar a la Iglesia con la humanidad misma, aborda la «condición del hombre en el mundo contemporáneo» (4-10), visto como inmerso en profundos cambios «psicológicos, sociales y religiosos»: cambios que, por un lado, crearon una profunda «crisis de identidad» y, por otro, impulsaron hacia un mejor conocimiento de sí mismo gracias también a la contribución de las ciencias. En cualquier caso, los cambios en curso estaban concretando la unidad de la raza humana, un hecho irreversible para el Concilio: «el destino de la sociedad humana se vuelve único, dejando de diversificarse en múltiples historias separadas» (GS 5.6). La «vida religiosa» también estuvo implicada en este proceso, y el Concilio dedujo que «muchos están alcanzando un sentido más vivo de Dios», observando con «un sentido crítico más agudo» las concepciones mágicas del mundo y las «supersticiones supersticiosas». Esta tendencia se vio contrarrestada por una creciente tendencia al ateísmo (GS 7). No estaba claro quiénes habían alcanzado un sentido más vivo de Dios, liberándose de las supervivencias supersticiosas. En cualquier caso, a pesar de los desequilibrios de todo tipo en el mundo contemporáneo (GS 8), el Concilio creyó identificar aspiraciones cada vez más universales, incluyendo aspiraciones sociales que involucran a los pueblos e incluso a las mujeres (que exigen, donde aún no la han alcanzado, la igualdad con el hombre, no solo de derecho sino también de hecho – GS 9). Esta fue la primera apertura del Concilio al feminismo, en uno de sus documentos más importantes. Las múltiples aspiraciones ocultaban, según GS, una aspiración más profunda y universal: la de una vida plena y libre, digna del hombre, que pone a su servicio todo lo que el mundo de hoy le ofrece tan abundantemente. También las naciones se esfuerzan cada vez más por alcanzar una cierta comunidad universal (GS 9.3).

Este análisis puede parecer válido aún hoy. En realidad, si bien contenía algo de verdad, se limitaba a las apariencias, atenuando en cierta medida las "aspiraciones" de los individuos y las masas de la época, otorgándoles una nobleza de propósito que rara vez poseían. Bajo las exigencias de la justicia social y el reconocimiento de la dignidad humana (una retórica que ya impregnaba el ambiente), no era difícil discernir el violento impulso subversivo, hedonista y nihilista que comenzaba a imponerse en nuestras sociedades: subversivo , quiero decir, no solo en sentido político, sino también en términos de valores y principios, a nivel moral . Y ese impulso ciertamente no ha disminuido tras la "cooperación" ofrecida al mundo por la Iglesia católica "reformada" gracias al Concilio; al contrario, ha aumentado enormemente, como podemos constatar amargamente cada día. El análisis también adolece de una grave omisión, como ocurrió con su silencio sobre el comunismo, que sin duda representaba una de las "cuestiones" fundamentales de la época. ¿Acaso el marxismo-leninismo, con su pretensión de ser una verdad abarcadora y absoluta, no representó también un desafío intelectual extremadamente serio para la Iglesia y la concepción cristiana de la vida? ¿Acaso el Concilio no tenía nada que decir a los fieles sobre este tema? La montaña de Gaudium et Spes solo logró producir tres artículos planos y ambiguos sobre el ateísmo (GS 19-21) y una condena genérica del totalitarismo, que se encuentra con una linterna en GS 73.9.

Al mismo tiempo, Gaudium et Spes no ocultó su aprecio por la democracia vigente en Occidente, expresión del progreso de la humanidad (GS 31, 34). El individualismo exasperado y el hedonismo que ya empezaba a mostrar esta democracia, fundada en exigencias materialistas y en una noción tendencialmente absoluta de la libertad individual, fueron completamente ignorados. Quisiera recordar a los lectores que el esquema constitucional dogmático De ordine morali , también entre los saboteados en el Aula Conciliar por los Innovadores, contenía un análisis muy lúcido de los males morales y degeneraciones incipientes en nuestras sociedades[14]. Y no menos lo fue el esquema constitucional De deposito fidei pure custodiendo , que también desapareció en el naufragio inicial de todos los esquemas en el Concilio. En estos esquemas, solo se hicieron referencias fugaces al marxismo, y sabemos por qué. Sin embargo, hubo una crítica radical y razonada del principio de inmanencia, del antropocentrismo que el hombre moderno y contemporáneo coloca como fundamento de sus sociedades, ya sean democrático-burguesas o comunistas. Para estar a la altura de su tarea histórica, ¿no debería el Concilio haber elaborado una crítica objetiva, racional y, si fuera necesario, implacable tanto de la democracia liberal estadounidense como de la democracia popular soviética, es decir, comunista? No se logró nada, y la sentida papilla que finalmente resultó ser Gaudium et Spes puede considerarse, en mi opinión, el símbolo de un colosal fracaso intelectual[15].

La GS se limitó a reconocer que, en general, las aspiraciones y energías de la humanidad corrían el riesgo de desviarse: era necesario elegir entre «el camino de la libertad y la esclavitud, del progreso o la regresión, de la fraternidad o el odio» (GS 9.4). Cabe destacar que la elección siempre se consideró desde una perspectiva completamente terrenal. ¿Cuál era, entonces, la tarea de la Iglesia? ¿Intervenir en este mundo en rápida y peligrosa evolución con toda la fuerza de una renovada actividad misionera, para convertirlo a Cristo, dirigiendo así su (supuesto) progreso hacia la única meta compatible con la vocación divina de la Iglesia Católica? Muchos pensaron que así debería haber sido, pero no fue así, como se desprende, por ejemplo, del art. 10 de la GS, que concluye la exposición introductoria sobre la condición del hombre en el mundo contemporáneo.

El artículo comienza con una referencia al origen interno de los desequilibrios contemporáneos, en el corazón del hombre débil y pecador, en conflicto consigo mismo, buscando una explicación definitiva del sentido de la vida, que no encuentra. El hombre de aquella época se cuestionaba ansiosamente su naturaleza: "¿Qué es el hombre? ¿Qué sentido tiene el dolor, el mal, la muerte [...]? ¿Qué será después de esta vida?" (GS 10).

Para quienes recuerdan aquellos años, pocos se plantearon realmente esas preguntas, pues la atención se centraba en los mitos optimistas del progreso, ya fueran democrático-estadounidenses o marxistas-soviéticos, y los consiguientes impulsos subversivos y hedonistas mencionados anteriormente. Menos de un año después del fin del Concilio, el líder del Partido Comunista Chino, Mao Zedong, desató a la juventud china contra los líderes del partido, iniciando una sangrienta guerra civil que duraría años. Poco después, en mayo de 1968, estallaron los infames "disturbios estudiantiles" en Europa Occidental, comenzando en Francia, desafiando el principio de autoridad en todos los ámbitos: moral, político y estético. Este fue el claro comienzo de ese vuelco de todos los valores que condujo, en efecto, a la descomposición de Occidente, cuya fase final quizás estemos viviendo ahora. Mientras tanto, la Iglesia se veía sacudida por la tormenta posconciliar; vivía, como se ha dicho, su propio "1968". El optimismo del Concilio, y en particular de la Gaudium et Spes , que prometía un magnífico futuro de paz y progreso gracias a la colaboración de la Iglesia con el mundo, resultó ser totalmente erróneo. De hecho, el movimiento de «1968» comenzó en la Iglesia incluso antes del que posteriormente estalló en las calles, y en cierto sentido lo anticipó; ya lo anticipó con el traumático desafío del cardenal Liénart al principio de autoridad el 13 de octubre de 1962, en la Basílica de San Pedro, durante la apertura del Concilio.

Incluso con sus limitaciones, que consistían en representar una humanidad esencialmente abstracta, el análisis de GS 10 aún captaba algo de verdad y, sin embargo, podía parecer una mirada más profunda a la verdadera situación existencial de la condición humana. Pero fue al esbozar el propósito que la Iglesia quería fijarse para ayudar a resolver los problemas de esta condición humana que apareció repentinamente el giro antropocéntrico. Apareció, esencialmente, como el elemento heterodoxo que desviaba el discurso hacia una dirección secularista y no católica.

La respuesta a los problemas de la humanidad solo podía venir de Cristo. Cierto. ¿Pero cómo? ¿Mediante el arrepentimiento y la conversión? No. Solo de Cristo, porque solo la Palabra de Cristo, a través de la Iglesia, permitió al hombre encontrar la fuerza para responder a su altísima vocación. He aquí el pasaje, para mí uno de los textos clave para comprender el verdadero espíritu del Vaticano II: «He aquí: la Iglesia cree que Cristo, muerto y resucitado por todos, da siempre al hombre, por su Espíritu, luz y fuerza para responder a su altísima vocación [ ut ille summae suae vocationi respondere possit ]; y no hay otro nombre dado en la tierra a los hombres por el cual puedan salvarse» (GS 10.3). La referencia final al famoso texto de Hechos 4:12 no me parece que desvirtúe la naturaleza antropocéntrica de esta «vocación», una naturaleza que, como hemos visto, se hará más evidente en los artículos posteriores del GS (véanse más arriba , capítulos XI a XIV). El artículo concluye declarando que Cristo es la clave y el centro de toda la historia humana, quien es la imagen del Dios invisible, el primogénito de toda la creación (según el famoso pasaje de Colosenses 1:15, recordado repetidamente por el Concilio); una imagen, sin embargo, cuya consustancialidad con el Padre, su naturaleza divina, nunca se recuerda. Partiendo de esta centralidad de Cristo en la historia, el Concilio quiere dirigirse a todos para iluminar el misterio del hombre y colaborar en la búsqueda de una solución a los principales problemas de nuestro tiempo (GS 10.3).

La Iglesia, por lo tanto, ya no tiene la misión de conversión, sino la nueva de "cooperar" para resolver "los problemas de nuestro tiempo" junto con el resto de la humanidad, de tal manera que ayude a la humanidad a cumplir su "altísima vocación". Ciertamente, si Nuestro Señor hubiera propuesto tal mensaje a los Apóstoles, supongo que habrían regresado sin demora a sus hogares y a sus vidas anteriores. Cooperando entonces para ayudar a la humanidad a responder a su "altísima vocación". No repetiré lo que ya he dicho sobre este tema en capítulos anteriores de esta obra. Volveré solo al concepto de "vocación". Vocación , pero ¿cuál? Dado que esta es la constitución de un Concilio Ecuménico de la Iglesia Católica, ¿no debería esta idea de vocación estar siempre vinculada a la "vocación" de los pecadores mencionada en el Evangelio de Marcos 2:17? Narrando el llamado de Leví el publicano (San Mateo) por Nuestro Señor, San Marcos, quien recogió, como sabemos por la Tradición más antigua, las memorias de San Pedro, relata la respuesta que Jesús dio a los fariseos, quienes se escandalizaron junto con sus discípulos porque había ido con ellos a un almuerzo dado en su honor por el susodicho Leví, en el que estaban presentes varios de sus colegas, considerados por la pureza legal de los fariseos como contaminados y pecadores debido a sus contactos con los romanos: "—dijeron a sus discípulos: “¿Por qué come y bebe con publicanos y pecadores?”. Jesús, habiéndolo escuchado, les dijo: “Los que están bien no tienen necesidad de médico, sino los que están enfermos: no he venido a llamar a justos, sino a pecadores [ non enim veni vocare iustos sed peccatores ]".

Esta es, pues, «la vocación», la verdadera vocación cristiana, que nos llama, ante todo, a la humildad, al arrepentimiento, a la conversión de nuestro corazón a Dios, a la transformación efectiva de nuestras vidas, moldeándolas con el amor al prójimo por amor a Dios. La «altísima vocación» mencionada en GS 10.6 me recuerda, en cambio, a «Die Bestimmung des Menschen» de Fichte, de 1800, el más ilustrado de los filósofos idealistas, el más susceptible al delirio revolucionario. Esta es la misión del hombre , que era también su vocación: derribar todas las barreras, elevándose en su propia autoconciencia hasta el punto de identificarse en el pensamiento con lo Absoluto, con la Divinidad misma. Y, de hecho, en el ya visto artículo 22 de GS, que concluye el capítulo dedicado a la «dignidad de la persona humana», ¿no estamos presenciando una verdadera divinización del hombre? Primero se afirma que Cristo «revela plenamente al hombre a sí mismo y manifiesta su altísima vocación», luego que la naturaleza humana (solo en esta ocasión «deformada» por el pecado original) fue elevada por la Encarnación «también en nosotros a una dignidad sublime», y finalmente que esto ocurrió porque «por la Encarnación, el Hijo de Dios se ha unido de alguna manera con todo hombre» (GS 22). Sin olvidar el pasaje del art. 24.4 del GS, que dice que el hombre es «la única criatura que Dios ha amado por sí misma».

Habiendo establecido la “vocación” del hombre como “vocación suprema” para realizar su dignidad y personalidad, este concepto –claramente ajeno a la doctrina de la ley natural siempre enseñada por la Iglesia– se aplica en la primera parte subsiguiente del documento: en la primera sección, que trata precisamente de “La Iglesia y la vocación del hombre”, artículos 11-45. Esta sección se divide en cuatro capítulos, que tratan respectivamente de: “la dignidad de la persona humana” (12-22); “la comunidad de los hombres” (23-32); “la actividad humana en el universo” (33-39); “la misión de la Iglesia en el mundo contemporáneo” (40-45). Estos cuatro capítulos también proceden en círculos concéntricos. Pasamos del hombre considerado individualmente, como persona, al hombre en comunidad, a la actividad humana en el mundo e incluso en el universo, por tanto enmarcada en una perspectiva cósmica [sic]; a la tarea específica de la Iglesia en este escenario casi fáustico, de “vocación” y “actividad” individual y colectiva de la humanidad, que debe concluir en la visión milenarista de GS 39, dedicada a “una nueva tierra y un nuevo cielo”.

En este punto, tras haber propuesto la visión utópica final, ¿no debería haber terminado la Constitución General? ¿Acaso no estaba completa la visión? Pero no. Como señala el arzobispo Gherardini, la constitución también pretendía abordar todos los problemas del hombre contemporáneo y ofrecer una guía precisa para resolverlos. ¿Sería excesivo calificarla de documento megalómano? ¿Existe el riesgo de cometer un pecado? De hecho, bajo el aparentemente modesto título de "Algunos problemas más urgentes", comienza la segunda parte del documento, poniendo en práctica los conceptos generales, el "perfil doctrinal" propuesto en la primera, y siempre bajo la forma de un enfoque pastoral, un discurso abierto y comprensivo, con un enfoque sociológico-narrativo, y minimalista en sus referencias a las verdades de la fe. Esta segunda parte se divide en cinco capítulos, que a su vez se dividen en subsecciones, para un total de siete. No aburriré al lector con una descripción detallada de esta estructura paquidérmica. Simplemente recordaré que trata sobre el matrimonio y la familia (capítulo I); de la "promoción del progreso cultural" (II), donde se propone como modelo una "cultura integral" de tipo neoilustrado, humanista y no cristiano; de la "vida económico-social", donde también se trata de "inversiones, dinero y latifundios" (III); de la "vida de la comunidad política" (IV), donde no se propone en absoluto el ideal del Estado cristiano, sino que se aboga por la "justa separación" entre el Estado y la Iglesia; de la "promoción de la paz y de la comunidad de los pueblos" (V), donde se sientan las bases del "pacifismo" típico de la Iglesia surgida del Concilio, funcional no a la conversión, sino al diálogo ecuménico.

Esta segunda parte, por lo tanto, representa la «práctica» con respecto a la «teoría». Que la teoría concluya en dicha práctica resulta evidente de todo el contexto de la parte introductoria y, en particular, del íncipit de su primera parte, donde se afirma en el artículo 11 que «el pueblo de Dios» debe captar «los verdaderos signos de la presencia del plan de Dios» en el mundo, en la historia, «las intenciones de Dios para la vocación integral del hombre, orientando así el espíritu hacia soluciones plenamente humanas» (GS 11.1). «Humano», no «cristiano». En consecuencia, «el Concilio propone, ante todo, emitir un juicio sobre los valores más estimados hoy en día y rastrearlos hasta su fuente divina. Estos valores, de hecho, en la medida en que proceden del ingenio humano que Dios ha dado al hombre, son en sí mismos excelentes, pero como resultado de la corrupción del corazón humano, a menudo se desvían del orden requerido y, por lo tanto, necesitan ser purificados» (GS 11.2).

En este texto, que en mi opinión es otro texto clave del Concilio, se declara abiertamente que el propósito del Concilio es "purificar" los valores en los que cree el hombre del siglo y "conducirlos de vuelta a su fuente divina". Pero ¿acaso los valores mundanos profesados ​​por el siglo tienen todos una "fuente divina"? ¿Qué concepto tiene el siglo del matrimonio? Lo sabemos: sensual y egoísta, con la procreación relegada a un segundo plano, como un mero extra opcional . Entonces, al reconducir la concepción secular predominante del matrimonio a su "fuente divina", ¿no debería el Concilio haber reafirmado la enseñanza tradicional de la Iglesia, por ejemplo, la de los Casti connubii de Pío XI ? En cambio, en el art. 48 del GS, que trata de la "santidad del matrimonio y de la familia", ¿qué encontramos? Encontramos, como se ha señalado varias veces (véase más arriba , Cahier de doléances 20), una concesión perniciosa al espíritu del siglo. De hecho, no se afirma claramente que la procreación y la educación de la prole sean el fin primordial del matrimonio , al que se subordina el enriquecimiento personal mutuo de los cónyuges, incluso en lo que respecta a la satisfacción de la concupiscencia carnal natural, como siempre ha enseñado la Iglesia; en cambio, está escrito que «la institución del matrimonio y el amor conyugal están ordenados a la procreación y educación de la prole y encuentran en ellas su máxima expresión» (GS 48.2). La procreación es la «coronación» de la unión y del amor conyugal, ya no su fin primordial. El término no parece muy claro. ¿Por qué no se escribió, clara e inequívocamente, que la institución del matrimonio y el amor conyugal tienen su fin primordial en la procreación y educación de los hijos? La «coronación» de algo también puede parecer un apéndice, no necesariamente conectado con el fin para el que ese algo existe.

Y aquí concluyo mis breves observaciones, que fácilmente podría haber extendido a todo el GS, seguro de encontrar en prácticamente cada artículo la presencia de una "doctrina" que proviene del Espíritu del Siglo y no del Espíritu Santo. Es precisamente la presencia de tal "perfil doctrinal" la principal causa de la confusión que el arzobispo Gherardini destaca en sus implicaciones teológicas. Resulta de una mezcla repetida de elementos de la verdadera doctrina católica con concepciones profanas, con esos "valores" del Siglo que pretendían remontarse a su "fuente divina", una "fuente" nacida, en realidad, de las mentes fervientes de los sectarios de la Nouvelle Théologie. - Fuente_________________________

[1] C, 29. [Para mayor claridad, debo señalar que mi libro también es un ensayo sobre la controversia católica, crítico con las tesis del profesor Pietro Cantoni en su reciente libro titulado: Reforma en Continuidad. Reflexiones sobre el Vaticano II y el Anticonciliarismo , SugarCo, Milán, 2011, donde el «anticonciliarismo» sería la actitud de quienes critican el Vaticano II, un Concilio que el profesor Cantoni consideraba intocable por estar dotado de una infalibilidad peculiar. Nota: Las palabras o frases entre corchetes son siempre mías, salvo indicación contraria].[2] C, 31.
[3] C, 30.
[4] D, 62.
[5] D, 62-3.
[6] D, 63.
[7] Ibíd.
[8] D, 64.
[9] Ibíd.
[10] Ibíd.
[11] D, 65.
[12] Ibíd.
[13] Ibíd.
[14] Esquema de la constitución dogmática De ordine morali, AD/II, 2,2, pp. 28-58.

[15] El juicio de Congar sobre el esquema De ordine morali me parece indicativo del pensamiento contradictorio e irracional de los «nuevos teólogos». Por un lado, como todos los demás esquemas, le parecía demasiado «escolástico», acotado [sic] a los documentos oficiales de los Papas, poco «ecuménico» ( Mon journal du Concile , cit., I, p. 57); por otro lado, lo elogió como un «texto vigoroso, que responde bien a los errores actuales», un texto que, sin embargo, habría reescrito de arriba a abajo (ibid., p. 63: «Mais il eût fallu tout refaire et composer autrement»). La «reelaboración» habría sido precisamente Gaudium et spes. Me pregunto: si el texto del esquema era «vigoroso» y «respondía bien a los errores actuales», ¿por qué era necesario reescribirlo? ¿No hubieran bastado unos cuantos retoques?