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viernes, 14 de noviembre de 2025

Acerca de la satánica «Mater populi fidelis»




“Cuanto hay en nosotros de esperanza, de gracia y de salud,nos viene por mediación de aquella que rebosa en delicias.” (San Bernardo de Claraval)

Satanás se disfraza de ángel de luz para engañar, y ahora lo hizo, ¡oh, tiempos funestos!, haciéndose pasar por “mariano”. Se hizo el mariano para atacar lo mariano. Oh, sí, obra satánica.

Como podrá verse en líneas venideras el ataque a la Corredención de la Santísima Virgen María y su misión de Mediadora de todas las gracias, no tiene comienzo con el escrito objeto de análisis y titulado Mater Populi Fidelis. Podrá observarse –y está contenido en el mismo documento que lleva firma papal- que ya Benedicto XVI rechazaba hablar de Corredentora, y más luego lo hizo Francisco. Y que es un ataque nadie lo dude: surge claramente desde la “Presentación” de “Mater Populis Fidelis”, en donde se lee: “a la luz del Misterio de Cristo como único Mediador y Redentor. Esto implica una profunda fidelidad a la identidad católica y, al mismo tiempo, un particular esfuerzo ecuménico.” En este pedazo de texto se ve la mezcolanza horrenda que pretende identificar la “identidad católica” con el “ecumenismo”. Nada más errado, nada más pernicioso, nada más venenoso. El tema del ecumenismo no es insistencia nuestra, es obsesión de cientos de eclesiásticos modernos: es la base de la nueva eclesiología sobre la que pivotea también todas sus otras novedades. Preciso entonces es no desconocer dicho centro.

Se descubre en el documento lo que llamo “la estrategia de la moneda mejor falseada”. Detalle sutil, y que, por tal, obra con mayor eficacia el engaño. ¿En qué consiste? En que, a diferencia de otros textos lanzados en los últimos tiempos, este intenta presentar una suerte de “teología refinada”. Se ha hecho despliegue de citas de santos, se ha recurrido a distinciones tanto terminológicas como doctrinales, se ha probado “investigaciones”. Pero se trata sencillamente de un refine de veneno modernista, y que, bajo tal condición, busca actuar como la moneda mejor falseada, esto es, lograr una eficacia rotunda, como si fuere verdadera.

Atento a lo copioso de citas que trae el escrito “Mater Populi Fidelis” y teniendo en cuenta las deformaciones doctrinales que por más de sesenta años venimos sufriendo, desconfío de las interpretaciones que se hacen sobre lo dicho por muchos santos y que son traídos a la palestra en intento de hacerles decir cosas como coincidentes con los criterios que defiende el documento.

De las casi 200 citas que se hacen no hay una sola en la que aparezca San Luis María Grignion de Montfort. Resulta llamativo, puesto que a dicho santo se lo conoce mundialmente por haber escrito un Tratado sobre la Madre de Dios, titulado: “Tratado de la verdadera devoción a la Santísima Virgen María”. No se trata de un simple escrito, no; se trata, repito, de un ‘Tratado’. Dejo sentado que la doctrina católica enseñada por el santo es completamente contraria a lo pretendido en “Mater populi fidelis”. Cabe recordar el hecho histórico de que, la firmeza impresionante de los mártires de la Vendée, asesinados atrozmente por los promotores de la Revolución Francesa, hallaron su fortaleza religiosa en el espíritu de San Luis María. El modernismo que abreva de la Revolución Francesa, se ve que prefirió dejar de lado a un santo que le atacó valientemente con su doctrina y a través de sus hijos espirituales.

El escrito “Mater Populi Fideli” hace gala de “doctrina mariana”, citando copiosamente textos de ‘Aparecida’. Y para quien no lo sabe, ‘Aparecida’ es una fuente principal donde se asienta el movimiento revolucionario conocido como Teología de la liberación, Tercer Mundismo.

Me causa una profunda molestia ver una utilización rastrera de Nuestra Santísima Madre para justificar las invenciones promovidas desde Concilio Vaticano II. En efecto, se desprende de “Mater Populi Fidelis” que ya no es el hombre el que ha de adaptarse a la Santísima Virgen María, sino que es Ella la que debe adaptarse ahora a los fenómenos inventados para unir la fraternidad humana. Será Ella la que debe servir para la “inculturación”. Así, leemos en el punto 79: “La cercanía de la Madre produce una piedad mariana ‘popular’, que tiene expresiones diversas en los distintos pueblos. Los variados rostros de María —coreano, mexicano, congoleño, italiano y tantos otros— son formas de inculturación del Evangelio que reflejan, en cada lugar de la tierra, «la ternura paterna de Dios» que llega hasta las entrañas de nuestros pueblos.”

En el documento se hace gala de traer a colación textos de Santo Tomás, y eso con el objetivo de hacer pasar al Doctor Angélico como favorable a las ideas novedosas. En contra de la deformación que se hace de los escritos del Aquinate, por razones de espacio me limito a transcribir lo que él dice al comentar el Ave María. Su contundencia es meridiana y deja en evidencia el papel de Nuestra Señora, contrario a lo afirmado por el documento lanzado hace poco por el Prefecto de la fe, Víctor Manuel Fernández: “Así pues, estuvo inmune de toda maldición y, por consiguiente, fue ‘bendita entre todas las mujeres’, porque ella sola puso bajo sus pies la maldición, portó la bendición y abrió la puerta del paraíso. Y por eso le conviene también el nombre de María, que se interpreta así mismo com «estrella del mar»; porque así como los navegantes se dirigen al puerto por la estrella del mar, así también los cristianos por María se dirigen a la gloria.”

El punto 3 de “Mater…”, expresa: “El presente documento (…) intenta preservar el equilibrio necesario que, dentro de los misterios cristianos, debe establecerse entre la única mediación de Cristo y la cooperación de María en la obra de la salvación, y pretende mostrar también cómo ésta se expresa en diversos títulos marianos”. Es archisabido que bajo su caballito de batalla llamado ‘ecumenismo’, la obra de Cristo poco les importó y poco les importa. Si para ellos hay salvación en el judaísmo, en el mahometismo, en el hinduismo, en el protestantismo (“caminando cada uno con su fe”, dirá Francisco), etc., ¿realmente les importa que Cristo sea único mediador? Probaron que no. Pero ahora, como se trata de quitarle a la Santísima Virgen María sus títulos de Mediadora y de Corredentora porque no son títulos ecuménicos, se hacen los teólogos expertos, los respetuosos de ‘Cristo como único mediador,’ mediador al que ultrajan a diario bajo las reformas que impulsan. Y ahora completan el ultraje al único mediador ultrajando a la Santísima Virgen, Mediadora de todas las gracias.

En el punto 12 aparecen otros engaños: “A partir del siglo XII, la teología occidental dirige su mirada a la relación que une a la Virgen Madre con el misterio de la Redención cruenta del Calvario y se relaciona la imagen de la espada de Simeón con la cruz de Cristo. La presencia de María al pie de la cruz se entiende como signo de fortaleza cristiana, llena de amor materno”. Desde el momento mismo en que Cristo estando crucificado dá a Su amadísima Madre por hijo a San Juan (siglo I), desde allí, afirmo, siempre se vio (comenzando por el mismísimo Apóstol involucrado) la relación de María Santísima con la Redención; y la presencia de María Santísima al pie de la cruz no se entiende como simple signo de fortaleza cristiana, sino primera y principalmente como realidad troncal que hizo a la Gloriosísima Madre de Dios, Corredentora.

El punto 18, para los que todavía gustan de los malabarismos, muestra el accionar del Concilio Vaticano II para con la Corredención: “El Concilio Vaticano II evitó utilizar el título de Corredentora por razones dogmáticas, pastorales y ecuménicas”. El agua envenenada tiene su fuente. Tenían que quedar bien con los “hermanitos” protestantes. En un ya lejano 1946, el R. P. Rios O.S.B, disertando sobre la Santísima Madre de Dios, enseñó: “cercar con límites las posibilidades de su influjo eficiente en el orden de los espíritus, es querer restringir arbitrariamente lo que Dios ha querido hacer más grande que todo pensamiento humano” (La Maternidad Divina, ed. Luz, Madrid, 1946, p. 172)

En el punto 19 lo vemos aparece a Ratzinger (más luego Benedicto XVI), gran amante del ecumenismo, negando la Corredención: “En la Feria IV del 21 de febrero de 1996, el Prefecto de la entonces Congregación para la Doctrina de la Fe, el Cardenal Joseph Ratzinger, ante la pregunta de si era aceptable la petición del movimiento Vox Populi Mariae Mediatrici para una definición del dogma de María como Corredentora o Mediadora de todas las gracias, respondió en su voto particular: «Negativo. El significado preciso de los títulos no es claro y la doctrina en ellos contenida no está madura. Una doctrina definida de fe divina pertenece al depósito de la fe, es decir a la revelación divina vehiculada en la Escritura y en la tradición apostólica. Sin embargo, no se ve de un modo claro cómo la doctrina expresada en los títulos esté presente en la Escritura y en la tradición apostólica». Más adelante, en 2002, expresó públicamente su opinión contraria al uso de este título: «La fórmula ‘Corredentora’ se aleja demasiado del lenguaje de las Escrituras y de la patrística y, por tanto, provoca malentendidos… Todo procede de Él, como dicen sobre todo las epístolas a los Efesios y a los Colosenses. María es lo que es gracias a Él. La palabra ‘Corredentora’ ensombrecería ese origen». El Cardenal Ratzinger no negaba que hubiese buenas intenciones y aspectos valiosos en la propuesta de uso de este título, pero sostenía que era «un vocablo erróneo».” En el punto 21 aparece Francisco con sus negaciones sobre la Corredención, y el punto 22 trae la conclusión a la que arribaron los firmantes de ‘Mater Populi Fidelis’, conclusión neoprotestante-modernista-anticrística-apostática: “Teniendo en cuenta la necesidad de explicar el papel subordinado de María a Cristo en la obra de la Redención, es siempre inoportuno el uso del título de Corredentora para definir la cooperación de María. Este título corre el riesgo de oscurecer la única mediación salvífica de Cristo y, por tanto, puede generar confusión y un desequilibrio en la armonía de verdades de la fe cristiana, porque «no hay salvación en ningún otro, pues bajo el cielo no se ha dado a los hombres otro nombre por el que debamos salvarnos» (Hch 4,12).” Hubo quien, para no desentonar con la línea “prolija” que le exigen sus privilegios, intentó aplacar las aguas de la satánica Mater Populi Fideli, aseverando que “la nota no aparece como declaración dogmática de fe o definición de un dogma”. La defensa a la Santísima Virgen María debe hacerse ante cualquier expresión que le fuere ofensiva, mas algunos parecen andar midiendo “grados” de declaración para poder abrir la boca.

El punto 45, netamente ultrajante, demuestra el choque entre la sana doctrina y el veneno, veneno hallado en Mater Populi Fideli, sana doctrina hallada en el Tratado de la Verdadera Devoción a la Santísima Virgen María. Veamos el veneno del punto 45: “También es frecuente que ella sea presentada o imaginada como una fuente de donde mana toda gracia. Si se tiene en cuenta que la inhabitación trinitaria (gracia increada) y la participación de la vida divina (gracia creada) son inseparables, no podemos pensar que este misterio pueda estar condicionado por un “paso” a través de las manos de María. Imaginarios de este tipo enaltecen a María de tal modo que la centralidad del mismo Cristo puede desaparecer o, al menos, resultar condicionada. El Cardenal Ratzinger expresó que el título de María mediadora de todas las gracias tampoco se veía claramente fundado en la Revelación”. Veamos lo que nos dice San Luis María: “Dios Padre creó un depósito de todas las aguas y lo llamó mar. Creó un depósito de todas las gracias, y lo llamó María. El Dios omnipotente posee un tesoro o almacén riquísimo en el que ha encerrado lo más hermoso, refulgente, raro y precioso que tiene, incluido su propio Hijo. Este inmenso tesoro es María, a quien los santos llaman el tesoro del Señor18, de cuya plenitud se enriquecen los hombres” (Tratado de la Verdadera Devoción a la Santísima Virgen María, ed. Lumen, Buenos Aires, 1989, p.17).

Pasamos azufroso punto 54, opuesto, como se verá, a lo enseñado por el santo últimamente nombrado. Punto 54: “En la perfecta inmediatez entre un ser humano y Dios en la comunicación de la gracia, ni siquiera María puede intervenir. Ni la amistad con Jesucristo ni la inhabitación trinitaria pueden concebirse como algo que nos llega a través de María”. En el Tratado del santo leemos: “Dios Espíritu Santo comunicó sus dones a María, su fiel Esposa, y la escogió por dispensadora de cuanto posee. Ella distribuye a quien quiere, cuanto quiere, como quiere y cuando quiere todos sus dones y gracias20. Y no se concede a los hombres ningún don celestial que no pase por sus manos virginales. Porque tal es la voluntad de Dios, que quiere que todo lo tengamos por María. Porque así será enriquecida, ensalzada y honrada por el Altísimo la que durante su vida se empobreció, humilló y ocultó hasta el fondo de la nada por su profunda humildad. Estos son los sentimientos de la Iglesia y de los Santos Padres” (ob. cit. p. 18). ¡Oiga, carísimo lector, oiga: “Estos son los sentimientos de la IGLESIA Y DE LOS SANTOS PADRES! ¿Un ejemplo? Va lo del Doctor Melifluo, San Bernardo, en su célebre libro “Las grandezas de María”: “Contemplemos con cuanto afecto de devoción quiso aquel Señor fuese María honrada por nosotros, que depositó en ella la plenitud de todos los bienes, a fin de que entendiéramos que cuanto hay en nosotros de esperanza, de gracia y de salud, nos viene por mediación de aquella que rebosa en delicias” (ed. Apostolado Mariano, España, p. 81).

Está clarísimo que una misión Corredentora no calza con la misión ecuménica modernita que busca con denudo lazos con los protestantes; y como los eclesiásticos modernos en escalas alarmantes han apostado por la segunda de las misiones, han de bregar por ver descalificada y silenciada a la primera.

De los puntos 56 al 80 se dedica el documento papal –principalmente- a insistir en la “inmediatez” de la gracia entre Cristo y el alma, eso, y eso en el marco de un análisis general sobre la Virgen Santísima, para dejarla de lado como canal de la gracia, reduciendo su función a la de ser una suerte de impetrante privilegiada de gracias, atento a que, por ser Madre, está entre Dios y nosotros. Un resumen de lo dicho aparece contenido en el punto 64: “Esta es la cooperación posibilitada por Cristo y suscitada por la acción del Espíritu que, en el caso de María, se distingue de la cooperación de cualquier otro ser humano por el carácter materno que Cristo mismo le atribuyó en la cruz”. Debe quedar bien claro: para el panfleto ultrajante y pro-protestante firmado por el Papa y el Prefecto de la Doctrina de la fe, la Santísima Virgen María no es más que una figura destacadísima, única, Madre de Dios, cuyo función, desde su altura exclusivísima, no sería más que la de obtener cosas de modo único y especialismo, atento a su cercanía con Dios. Mas dicha invención modernista debe rechazarse: María es mediadora de todas las gracias. Afirmo sin rodeos y de rondón, que no hay gracia alguna que descienda del Cielo que no pase por María, canal Ella, verdadero y real, por el cual se distribuye absolutamente lo que el Redentor nos ha conseguido en la Cruz. En un librito hoy bastante desconocido, verdadera joya titulada “El secreto de María” y también escrito por San Luis María Grignion de Montfort, se lee: “Dios ha escogido a la Santísima Virgen María por tesorera, administradora y dispensadora de todas las gracias, de suerte que todas las gracias y dones pasan por sus manos y conforme al poder que ha recibido (según San Bernardino) reparte Ella a quien quiere, como quiere, cuando quiere, y cuanto quiere, las gracias del Eterno Padre, las virtudes de Jesucristo y los donde del Espíritu Santo” (ed. Esinsa, 1993, España, p. 30).

Corto aquí mi análisis. Intenté mostrar la doctrina católica frente al modernismo destructor contenido en la ‘Mater Populi Fidelis’

Muchas más cosas habría para decir, pero creo que por ahora con lo expuesto es suficiente. Sugiero enormemente a los lectores de este brevísimo artículo lean el ‘Tratado de la Verdadera Devoción a la Santísima Virgen María’, para abrevar de aguas sanas, para acrecentar el amor a la Inmaculada Virgen María, Madre de Dios y Madre nuestra, Corredentora, Mediadora por quien nos vienen las gracias divinas. Y recuérdese esto otro de San Luis María: “La señal más infalible y segura para distinguir a un hereje, a un hombre de perversa doctrina, a un réprobo de un predestinado, es que el hereje y réprobo no tienen sino desprecio o indiferencia para con la Santísima Virgen, cuyo culto y amor procuran disminuir con sus palabras y ejemplos, abierta u ocultamente y, a veces, con pretextos aparentemente válidos. ¡Ay! Dios Padre no ha dicho a María que establezca en ellos su morada, porque son los Esaús” (ob. cit. p. 21).

Hermoso lo escrito por el R.P. A.D. Sertillanges O.P: “Ruega por nosotros Santa Madre de Dios, vela por nosotros, sé para nosotros un canal de gracias Madre de la divina gracia, dirige nuestros votos, nuestros pasos, nuestros corazones adonde estáis vos, Madre de los santos del cielo” (editor Francisco Colombo, Buenos Aires, 1943,Mes de María, 1943, p. 155).

En el Rosario, en los Misterios de Gloria, en el quinto se contempla “la coronación de la Santísima Virgen María como Reina y Señora de todo lo creado”. Ahora bien, la gracia es algo creado por Dios. Por tanto, la amadísima Madre, María Santísima, es Reina y Soberana Señora de cuanta gracia sale de Dios hacia las almas, y ni una sola gracia deja de pasar por María.

Por María vino Cristo a este mundo, y no sin Ella lo dejó. Es imposible que si el mismo Autor de las gracias pasó por María Santísima, no pasen las gracias que son creaciones de Él. Si el Creador de la gracia pasó por María, ¿acaso habrá impedimento en que las gracias del Creador pasen por Ella?

Cardenal Tucho Fernández CORRIGE a los santos y a San Pablo



DURACIÓN 24:38 MINUTOS

jueves, 13 de noviembre de 2025

Lanzan petición para que León XIV aparte a «Tucho» de la Doctrina de la Fe



El documento de Mater Populis Fidelis ha llegado como el primer balde de agua fría del pontificado de León XIV, sin embargo, la nota, heredada de Francisco y firmada por el Papa actual, representa una línea doctrinal que viene desde «Fiducias Suplicans».

Sin restar responsabilidad al Papa en ejercicio en el momento de publicación de los documentos, ya es evidente que hay una «mente maestra» tras la concepción y elaboración de estos documentos: el prefecto del Dicasterio para la Doctrina de la Fe. Ya lo exponíamos en la nota: De Francisco a León XIV: Fernández y la continuidad de la agenda doctrinal.

Ahora, ha comenzado a circular una petición dirigida al Papa León XIV que pide que el cardenal Víctor Manuel Fernández sea reemplazado como prefecto del Dicasterio para la Doctrina de la Fe, por considerar que su permanencia en el cargo “provoca confusión y división en la Iglesia”. El texto cuestiona la idoneidad doctrinal del cardenal y pide un cambio para proteger la fidelidad al Evangelio.
Una carta que expresa el malestar de muchos católicos

La carta comienza así:
“Querido Santo Padre: Con el respeto que le debo como hijo de la Iglesia, creo que debo manifestarle mi profunda preocupación por la continuidad del Cardenal Víctor Manuel Fernández al frente del Dicasterio para la Doctrina de la Fe.”
El documento cita directamente la reciente Nota Mater Populi fidelis, en la que el Dicasterio desaconseja el uso del título de Corredentora para referirse a la Santísima Virgen María.

El autor —en representación del sentir de muchos fieles— denuncia que ese texto “ha causado desconcierto y división”, y plantea una pregunta que ha resonado en el mundo católico:
“Con el argumento de que no hay que divinizar a María, se propone retirarle el título de corredentora. Pero, ¿quién está divinizando a María?”
El texto recuerda que hasta un niño de primera comunión entiende que la Virgen no está al nivel de Dios, y subraya el absurdo de los temores que inspiran la Nota:
“Desde que aprende a rezar, pide a la Virgen: ‘ruega por nosotros’, y le llama ‘abogada nuestra’ (no juez). ¿Por qué conviene ahora no llamarla corredentora?”
Un peligro de fondo: la negación del papel de María en la Redención

El documento advierte de un problema teológico más profundo: la tendencia —propia de la teología protestante— a negar la participación activa de los fieles en la obra redentora de Cristo.

Cita con precisión el texto de San Pablo a los Colosenses (1,24-26):
“Completo en mi carne lo que falta a los sufrimientos de Cristo, en beneficio de su Cuerpo que es la Iglesia.”
Y recuerda la enseñanza del Papa Benedicto XV en 1918, quien afirmó que María “redimió al género humano juntamente con Cristo” (Carta Inter sodalicia). El contraste con el planteamiento del Dicasterio actual es, según la carta, flagrante:
“¿A quién hacemos más caso?”, pregunta, en alusión a la ruptura entre la tradición magisterial y las nuevas interpretaciones.
Un prefecto marcado por la confusión doctrinal

La petición también recuerda otros episodios de confusión atribuibles al cardenal Fernández, incluyendo su participación en la redacción de Amoris laetitia y de Fiducia supplicans, documentos que han abierto la puerta a interpretaciones ambiguas sobre la moral conyugal y la bendición de uniones irregulares.

El texto menciona además su libro Sáname con tu boca – El arte de besar, considerado inapropiado por su tono y contenido, y su relación con el entorno intelectual del padre Marko I. Rupnik, cuya obra ha sido asociada a un inquietante “misticismo erótico”.
“Mantener al cardenal Fernández en un puesto tan crucial no sólo pone en riesgo la confianza de los fieles, sino que provoca ambigüedad en la orientación doctrinal del magisterio”, advierte el autor de la carta.
El riesgo de una fe desfigurada
La petición al Papa León XIV concluye con una invocación al Espíritu Santo y una súplica a la Santísima Virgen “verdadera Madre y corredentora del género humano”.
Más allá de su tono piadoso, el texto refleja un clamor profundo dentro del pueblo católico: la preocupación por una Iglesia que, bajo el pretexto de “actualizar” el lenguaje doctrinal, pierde el sentido del misterio y de la Verdad revelada.

No se trata de una rebelión contra el Papa, sino de un llamado a la responsabilidad: una defensa del Magisterio frente a quienes, desde dentro, lo relativizan.

Y ese llamado apunta directamente a Roma: si el nuevo pontificado de León XIV desea restaurar la unidad y la claridad, deberá empezar por la cabeza del organismo encargado de custodiar la fe.

Lea la carta completa aquí:

miércoles, 12 de noviembre de 2025

EL PAPA FRANCISCO Y LA IGLESIA CATÓLICA




Texto de la contraportada del libro:


La Iglesia está atravesando hoy por uno de los momentos más graves desde su fundación por Nuestro Señor Jesucristo. Tomando como punto de partida el Concilio Vaticano II (1962 - 1965) y con la supresión, de facto, de la Misa Tradicional en latín (Misal de Juan XXIII, 1962), la evolución experimentada ha ido de mal en peor, alcanzando su zénit con el papa Francisco, elegido como tal el 13 de marzo del 2013. En su desastroso Pontificado, que ha durado poco más de 12 años, y que ha confundido a tantos fieles, se ha producido una escisión, como si hubiera dos Iglesias: una que proviene de la aplicación modernista de algunos puntos de los documentos del concilio Vaticano II, que tiene sólo 60 años de antigüedad; y la Iglesia de siempre, con casi dos mil años de existencia, que se ha mantenido fiel a la Sagrada Escritura, a la Tradición y al Magisterio Perenne de la Iglesia.

Puesto que la Iglesia no comenzó con el Concilio Vaticano II (que es el número 21) sino que está fundada por Jesucristo, verdadero Dios y verdadero hombre, no tiene ningún sentido darle tanta importancia al Vaticano II y menos después de haber visto los “frutos” podridos que ha producido.

El papa Francisco falleció el 21 de abril de 2015, siendo elegido, el 8 de mayo, un nuevo Papa, que adoptó el nombre de León XIV. Tenemos la esperanza de que las aguas vuelvan a su cauce, aunque llevará mucho tiempo deshacer los “desaguisados” de Francisco. 

Pedimos con fuerza al Señor que ilumine al papa actual y que le conceda su gracia para actuar como conviene por el bien de toda la Iglesia, aunque para ello tenga que enfrentarse, con fe y entereza, a los grandes Poderes que rigen nuestro mundo.

El papa León XIV cuenta con la oración de todos los fieles católicos y con la promesa de Jesucristo de que “las puertas del infierno no prevalecerán contra la Iglesia” (Mt 16,18)

José Martí

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El nuncio en EE. UU. pide seguir “el camino de Francisco” y el Concilio Vaticano II como hoja de ruta de la Iglesia



Durante la asamblea plenaria de otoño de la Conferencia Episcopal de Estados Unidos (USCCB) en Baltimore, el cardenal Christophe Pierre, nuncio apostólico y próximo a cumplir 80 años, ofreció un discurso ante los obispos del país.

En su intervención, el representante pontificio llamó a los prelados a mantener la fidelidad al camino pastoral de Francisco y a la “visión del Concilio Vaticano II”, insistiendo en que el futuro de la Iglesia debe avanzar por la senda marcada por esos dos referentes.

“Aunque algunos se inclinen por un camino que diverge de la visión pastoral de Francisco, sabemos que el modo de avanzar en la Iglesia es no apartarse de esa visión”, afirmó Pierre.

“El Concilio es el mapa del futuro”

El nuncio subrayó que los documentos del Concilio Vaticano II constituyen “el mapa para el viaje que tenemos por delante”, y citó palabras de Francisco: “No es tiempo todavía de un Vaticano III, porque aún no hemos terminado de aplicar el Vaticano II.”

“La visión del Concilio fue profética, una orientación hacia el futuro”, dijo Pierre.

Pidió a los obispos “resistir la polarización” y “asumir el estilo sinodal de comunión y discernimiento” como modo de hacer concreta la unidad.

En su discurso, también hizo referencia al papa León XIV, afirmando que sus primeros gestos y escritos son “una maduración del legado de Francisco”, y que ambos pontificados comparten “la fidelidad al espíritu del Concilio Vaticano II”.
Una Iglesia que no comenzó en 1962

El problema, sin embargo, es más profundo.

El discurso del nuncio —recogido por The Pillar— vuelve a presentar el Concilio Vaticano II como el punto de partida y de destino de la Iglesia contemporánea, como si el cristianismo hubiera comenzado hace apenas seis décadas.

Esta visión parece ignorar que la Iglesia no nació en 1962 ni con Francisco, sino con Jesucristo, que la fundó sobre Pedro hace más de dos mil años y la ha guiado a través de siglos de fe, magisterio, santos, mártires y concilios, y aún más antes de eso Dios ya preparaba el camino para la venida de su hijo al mundo.

La fidelidad eclesial no consiste en reinterpretar indefinidamente un concilio reciente ni entronar a Francisco como el profeta de la Iglesia sinodal y ecológica que hoy pretenden imponer, sino en permanecer en la Tradición viva que se remonta al Evangelio mismo:

“Yo soy el Camino, la Verdad y la Vida” (Jn 14,6).

El riesgo de una Iglesia sin memoria

El cardenal Pierre apeló a “seguir el camino de Francisco” y a “profundizar en el Concilio”, pero sin mencionar la continuidad doctrinal que debe unir cada época de la Iglesia con su raíz apostólica. Ese es el peligro de la retórica conciliar sin contenido dogmático: una Iglesia que se mira a sí misma, pero olvida a Cristo.

La verdadera renovación no consiste en “avanzar” hacia lo desconocido, sino en volver a la fuente, al Evangelio y a la Tradición que los Padres y Doctores de la Iglesia transmitieron con fidelidad. Como recordó Benedicto XVI, el auténtico desarrollo eclesial se da sólo en la “hermenéutica de la continuidad”, no en la ruptura.

De Francisco a León XIV: Fernández y la continuidad de la agenda doctrinal



A comienzos de 2025, cuando el Papa Francisco aún se encontraba hospitalizado y su pontificado entraba en su fase final, el entonces prefecto del Dicasterio para la Doctrina de la Fe, cardenal Víctor Manuel Fernández, adelantó la inminente publicación de dos textos: uno sobre la monogamia y otro sobre los títulos marianos de la Virgen, en particular Corredentora y Mediadora

Nueve meses después, ambos documentos ven la luz bajo el pontificado de León XIV, confirmando —según Specola— la continuidad teológica y estructural de la llamada “era Francisco”.

Para muchos observadores, este gesto supone una prueba decisiva del rumbo doctrinal del nuevo Papa: ¿mantendrá sin revisión los textos más controvertidos del pontificado anterior, o marcará distancia con el estilo autoritario y ambiguo de la Doctrina de la Fe bajo “Tucho” Fernández?
Un pontificado heredado

Specola describe el momento con ironía:
“Si el deseo del Papa León es tranquilizar las cosas, parece que vamos en el peor de los caminos”.
Ambos documentos —el de la monogamia y el dedicado a los títulos marianos— habían sido redactados y promovidos por Fernández antes de la muerte de Francisco, pero no llegaron a publicarse. La decisión de León XIV de no archivarlos, sino de ratificarlos y difundirlos oficialmente, muestra que el nuevo pontífice ha optado por dar continuidad a la línea doctrinal que pretendía cerrar debates más que iluminarlos.

El problema, señala Specola, no es sólo el contenido, sino el método:
“Todos estos textos —de Fiducia Supplicans a Traditionis Custodes— son documentos divisivos: sofocan la discusión con el ejercicio de un poder autoritario y alejan a los fieles de la fe”.
La Nota mariana y su ambigüedad teológica

La Nota Doctrinal Mater Populi Fidelis, dedicada a los títulos de la Virgen María, ha sido el detonante más visible de esta controversia. El documento desaconseja el uso del título “Corredentora” y modera el de “Mediadora”, alegando un riesgo de “malentendidos teológicos”. Para sus críticos, el texto es una negación velada del papel singular de María en la obra de la redención y una muestra de desconfianza hacia la tradición mariológica clásica.

El historiador Roberto de Mattei lo expresó con dureza:
“Tras un tono meloso, el documento esconde un contenido venenoso: pretende despojar a la Virgen de su grandeza sobrenatural, reduciéndola a una mujer cualquiera”.
De Mattei ve en esta Nota “la culminación de la deriva mariológica posconciliar”, que en nombre de la moderación ha optado por un minimalismo doctrinal que desfigura a la Madre de Dios.


El debate entre la corrección y la timidez

El teólogo Mario Proietti, en cambio, defiende una lectura positiva:
“La Nota niega con palabras lo que afirma con la doctrina”.
Según él, el texto reconoce implícitamente la cooperación de María en la redención y su intercesión materna, aunque evite los títulos tradicionales.
“El documento enseña que María cooperó de manera singular en la obra redentora de su Hijo y continúa ejerciendo una función de mediación maternal: esa es la definición clásica de Corredentora y Mediadora. Solo que el texto defiende la verdad, pero teme su propio nombre”
Proietti concluye que la Nota “no incurre en error dogmático”, pero peca de timidez pastoral, evitando proclamar lo que de hecho sostiene.

Una Iglesia que teme nombrar lo que enseña

Specola subraya que el problema de fondo no es lingüístico, sino espiritual: una Iglesia que teme pronunciar las palabras de su propia tradición acaba defendiendo la verdad en silencio. La Nota Mater Populi Fidelis no niega formalmente la corredención ni la mediación mariana, pero renuncia a afirmarlas con la claridad que exige el Magisterio.

El resultado es una teología sin voz: ortodoxa en la letra, insegura en el tono, incapaz de inspirar devoción o certeza.

Así, León XIV hereda no sólo los documentos de Francisco, sino su crisis teológica más profunda: una Iglesia que, en nombre de la «prudencia», teme enseñar y defender lo que siempre ha creído.

domingo, 9 de noviembre de 2025

Mark Miravalle: «María Corredentora no oscurece a Cristo, lo glorifica»



El mariólogo estadounidense Mark Miravalle, presidente del movimiento Vox Populi Mariae Mediatrici, ha lamentado la confusión generada tras la publicación del documento Mater populi fidelis, emitido el 4 de noviembre por el Dicasterio para la Doctrina de la Fe (DDF). En esta nota, el organismo vaticano desaconseja el uso del título de Corredentora para la Virgen María y recomienda evitar expresiones que “oscurezcan la única mediación salvífica de Cristo”.

En declaraciones a La Nuova Bussola Quotidiana, Miravalle —profesor de mariología en la Franciscan University of Steubenville— defendió la validez teológica y tradicional de los títulos de Corredentora, Mediadora y Abogada, y recordó que millones de fieles y cientos de obispos han pedido a la Santa Sede una definición dogmática sobre el papel maternal y redentor de María.

“El título no pone a María al nivel de Cristo”

Miravalle reconoce la intención del documento del DDF de reafirmar la primacía absoluta de Jesucristo como único Redentor, pero advierte que negar el uso del título de Corredentora ha generado confusión entre los fieles. “Nunca se ha utilizado en la tradición católica ni en el magisterio papal para situar a María al nivel de la divinidad de Jesús. Hacerlo sería herejía y blasfemia”, subrayó.

El teólogo recordó que san Juan Pablo II empleó el título de Corredentora en siete ocasiones, al igual que santos como san Pío de Pietrelcina, santa Teresa de Calcuta, san Maximiliano Kolbe, san John Henry Newman y santa Teresa Benedicta de la Cruz. “No se puede considerar ‘inoportuno’ un título que ha servido para expresar la colaboración única de María con y bajo Cristo en la obra redentora”, añadió.

Los dogmas también exigen explicación

El DDF argumenta que el término “Corredentora” resulta inconveniente porque requiere explicaciones constantes. Miravalle responde que otros dogmas fundamentales —como la Inmaculada Concepción o la Transubstanciación— también exigen aclaraciones teológicas, y sin embargo no por ello se han abandonado. “Que un título requiera explicación no significa que deba descartarse, especialmente si ha sido usado por papas, santos y doctores de la Iglesia”, señaló el profesor.

La “nueva Eva” y la doctrina de la corredención

El mariólogo recordó que desde los primeros siglos los Padres de la Iglesia vieron a María como la “nueva Eva”. Citó a san Ireneo de Lyon, quien enseñó que “así como Eva fue secundaria pero decisiva junto con Adán en la caída, María lo fue junto con Cristo en la redención”. El Concilio Vaticano II —añadió— reafirma esta enseñanza en Lumen Gentium 56, donde se dice que María “con su obediencia se convirtió en causa de salvación para sí misma y para todo el género humano”. “Ese papel subordinado y decisivo de María con el nuevo Adán es precisamente el sentido del título de Corredentora”, explicó.

Ecumenismo y verdad doctrinal

El documento del DDF también afirma que el uso de estos títulos podría dificultar el diálogo ecuménico. Miravalle recuerda que el borrador de 1962 del texto mariano del Vaticano II incluía el título de Corredentora, y que una subcomisión lo retiró por prudencia pastoral, no por error teológico. “El propio concilio reconoció que la expresión ‘Corredentora del género humano’ es en sí misma muy verdadera”, señaló. A su juicio, la unidad de los cristianos no debe buscarse a costa de minimizar la verdad plena sobre María, como enseñó san Juan Pablo II en Ut Unum Sint. “La Virgen es la Madre de la unidad, no un obstáculo para ella”, insistió.
María Mediadora de todas las gracias

El teólogo cuestiona también que el DDF haya puesto en duda el título de Mediadora de todas las gracias. Recuerda que durante cuatro siglos los papas han sostenido esta enseñanza, desde Benedicto XIV (1749) hasta León XIV, quien el 15 de agosto de 2025 usó expresamente el término Mediatrix gratiarum en una carta al cardenal Christoph Schönborn. “El magisterio ha enseñado que todas las gracias redentoras de Cristo llegan a la humanidad a través de la mediación maternal de María”, explicó, lamentando que el documento “no cite ni una sola vez esta enseñanza papal constante”.

Un llamado al quinto dogma mariano

Miravalle considera que la polémica surgida tras Mater populi fidelis ha reavivado el interés por una definición dogmática que proclame a María Corredentora, Mediadora y Abogada. “La confusión actual demuestra la necesidad de una definición solemne que aclare quién es María y qué significa su cooperación con Cristo”, afirmó.

El movimiento que preside, Vox Populi Mariae Mediatrici, ha recogido más de ocho millones de firmas en 150 países, respaldadas por unos 700 obispos y cardenales, en favor de este quinto dogma mariano. Miravalle concluye recordando al cardenal John Henry Newman, quien sostenía que “la autoridad eclesiástica debe escuchar a los fieles en el discernimiento del desarrollo doctrinal”. “Rezo para que la Santa Sede practique una auténtica sinodalidad, escuchando al pueblo de Dios que pide honrar a la Madre del Redentor”, dijo.

lunes, 3 de noviembre de 2025

La verdadera fuerza motriz detrás de Fiducia supplicans




¿Cuánto tiempo permanecerán en la Iglesia los católicos bautizados y los conversos?

Una búsqueda en Internet ofrece una larga lista de conversos notables al catolicismo. Muchos de ellos han contado cómo encontraron en las enseñanzas de la Iglesia católica una representación más plena de la verdad que la que hallaron en otras denominaciones cristianas o religiones. Varios conversos, como el padre Richard John Neuhaus y el vicepresidente JD Vance —quien comparó el aborto con el sacrificio de niños—, atribuyen su conversión en parte a la firme postura provida de la Iglesia católica.

Varios ministros que se convirtieron y fueron ordenados sacerdotes católicos —a menudo con esposa e hijos— no quisieron permanecer en una denominación pro-LGBTQ en la que debían rendir cuentas a un obispo gay o lesbiana. Por desgracia, tras convertirse, muchos ministros descubrieron que ahora ejercen el ministerio en diócesis bajo la supervisión de obispos homosexuales que, como el cardenal de Chicago Blase Cupich, el cardenal de Washington Robert McElroy, el obispo electo de Albany Mark O’Connell y otros obispos “de armario”, no tienen reparo en dar la comunión a políticos proabortistas.

Cuando el papa León XIV no se pronunció contra la intención del cardenal Blase Cupich de Chicago de honrar al senador proabortista Dick Durbin; cuando reconfirmó discretamente al cardenal Víctor Manuel “Tucho” Fernández como prefecto del Dicasterio para la Doctrina de la Fe (dossier); cuando no abrogó Fiducia supplicans, que permite bendecir a parejas del mismo sexo, ni Traditionis custodes, que limita la misa tradicional en latín (TLM); y cuando no pidió perdón por la profanación de la basílica de San Pedro durante la peregrinación LGBTQ del 6 de septiembre de 2025 (antecedente), los conversos que habían valorado la adhesión de la Iglesia a las enseñanzas bíblicas provida y profamilia, y su negativa a adaptarse al zeitgeist, han empezado a cuestionar su conversión.

El problema es que, aunque las enseñanzas oficiales de la Iglesia sobre la inmoralidad y pecaminosidad del aborto y de la conducta homosexual no han cambiado —como sí ha ocurrido en la mayoría de las Iglesias protestantes históricas—, la praxis ministerial y la predicación del papa, así como de muchos obispos y sacerdotes, no parecen apoyar esas enseñanzas tradicionales. Esta percepción también quedó expresada en “The God of Dialogue Has No Creed” de Chris Jackson, quien escribió: «Las palabras permanecen en el pergamino, pero la práctica predica más alto. El papado moderno ha descubierto que no necesita revocar la doctrina; puede simplemente sobrevivirla».

La estrategia de Roma para subvertir la doctrina mediante la praxis, inadvertida para la mayoría de los católicos del Novus Ordo (NO) y de la misa tradicional (TLM), fue descubierta y expuesta por el académico de Cambridge y periodista de investigación afincado en Roma, el Dr. Jules Gomes. Él mostró cómo, aunque el papa León XIII declaró nulas e inválidas las órdenes anglicanas, León XIV y sus predecesores recientes han recurrido a gestos performativos para demostrar que no están de acuerdo con León XIII. En un artículo reciente titulado “Pope Leo’s Doublespeak on Whether Anglicans Have ‘Real’ Priests”, Gomes escribió con acierto:

«En 1966, Pablo VI tomó la mano derecha del arzobispo Michael Ramsey y colocó en el dedo del prelado anglicano su anillo episcopal de diamantes (contexto). Desde entonces, los papas han estado otorgando obsequios cargados de peso simbólico a los arzobispos de Canterbury. Juan Pablo II regaló una cruz pectoral al arzobispo Rowan Williams con motivo de su entronización. Juan Pablo II dio al arzobispo George Carey una copia del Codex Vaticanus del Nuevo Testamento. Francisco presentó un báculo al arzobispo Justin Welby, réplica del de san Gregorio Magno (el mismo Gregorio que envió a san Agustín de Canterbury como primer arzobispo a Inglaterra). Estos regalos van más allá de gestos diplomáticos; son semióticamente subversivos y actos de habla performativos (J. L. Austin). En primer lugar, su propósito es reconocer públicamente a los arzobispos de Canterbury como obispos válidos. En segundo lugar, están calibrados con astucia para defenestrar Apostolicae curae. El “teatro de guerrilla” (Amos Wilder) de los papas recientes ha sido un éxito rotundo. La bula de León XIII es ahora como un cañón sin balas. Los católicos tradicionalistas que quieren hacer retroceder el reloj pueden dispararla con pólvora, pero solo lograrán hacer fuertes explosiones sin balas para demoler el objetivo».

La mayoría de las Iglesias evangélicas, como aquellas que apoyaron a Charlie Kirk y su ministerio provida y profamilia, reconocen que la mayoría de gays y lesbianas creen que «los derechos LGBTQ y los derechos al aborto son inseparables». En consecuencia, estas Iglesias nunca bendecirían a parejas del mismo sexo ni permitirían que políticos proabortistas recibieran la sagrada comunión. En apoyo de las enseñanzas bíblicas, la Iglesia Luterana–Sínodo de Misuri, que cree en la Presencia Real de Cristo, negaría la comunión a un miembro si este, como Eduardo Peñalver, nuevo presidente de la Universidad de Georgetown, repudiara públicamente las enseñanzas de su Iglesia sobre la homosexualidad.

Lo que muchos no advierten es que la práctica de bendecir relaciones del mismo sexo no se originó en la comunidad LGBTQ. Los individuos y parejas gays, lesbianas y transgénero no estaban derribando las puertas de las rectorías y cancillerías católicas exigiendo que se bendijeran sus uniones. Fiducia supplicans fue concebida, más bien, por el papa Francisco, el cardenal “Tucho” Fernández y otros clérigos católicos “de armario” que querían que la comunidad católica aceptara la homosexualidad, como ya lo han hecho la mayoría de las Iglesias protestantes históricas. Para quienes llevamos décadas estudiando este asunto, como es mi caso, es evidente que este documento está impulsado por el deseo de clérigos católicos —ocultos y no ocultos— de obtener la aceptación por parte de los laicos de sus «relaciones» homosexuales clericales. Se ha pensado durante mucho tiempo, por ejemplo, que la jerarquía se niega a hablar con claridad llamando a los homosexuales a la conversión en materia de castidad por miedo a la feroz reacción del lobby LGBTQ —notoriamente agresivo— y a ser tildada de “homófoba”. En realidad, la razón del conspicuo silencio de la jerarquía es su propia conducta homosexual, que ahora desean solemnizar con una ceremonia eclesiástica espuria que equivale a buscar «una bendición para las ruedas pero no para la bicicleta».

Parece que Francisco y Fernández no anticiparon la fuerte reacción negativa del episcopado africano, similar a la de los líderes anglicanos africanos —incluida la Iglesia de Nigeria—, que rechazaron a la nueva arzobispa de Canterbury, Sarah Mullally, alegando diferencias teológicas, en particular sobre cuestiones como la ordenación de mujeres y las bendiciones de parejas del mismo sexo.

A diferencia del papa Francisco y del papa León XIV, ni el papa León X (1513–1521), que sufrió una fístula anal como resultado de demasiado sexo anal, ni Julio III (1540–1555), que compartía su lecho con Innocenzo Ciocchi del Monte —de 15 años—, a quien hizo cardenal a los 17, intentaron que los católicos aceptaran la conducta homosexual. León podrá afirmar que no está cambiando la doctrina de la Iglesia sobre la homosexualidad, pero su negativa a laicizar a más de 160 obispos acusados de abusos sexuales y su falta de disciplina para con innumerables obispos culpables de encubrir abusos —principalmente contra varones jóvenes— llevan a concluir que está protegiendo a prelados homosexuales (incluidos muchos compatriotas que lo eligieron), igual que innumerables obispos homosexuales han estado encubriendo durante décadas a sus sacerdotes depredadores homosexuales. Sobre la magnitud del problema véase la lista global de obispos acusados.

Una razón por la que Francisco y León se han mostrado más vocales en su apoyo a los miembros de la comunidad LGBTQ es que, en este siglo —a diferencia del XVI—, la inmensa mayoría del clero católico sería homosexual; algunos hablan de “hasta un 80 %” (reseña del libro de Martel). Del mismo modo que cardenales, obispos y sacerdotes “de armario” que trabajan en la Curia romana fueron documentados frecuentando prostitutos en la zona de Roma Termini (ejemplo), también el clero homosexual católico de todo el mundo sigue los pasos de monseñor Jeffrey Burrill (caso) y de miles de clérigos sexualmente activos en Grindr (GrindrGate).

Con base en los nombramientos episcopales de León; su negativa a disciplinar a obispos culpables de abusos o de encubrirlos; sus represalias y el despido impugnado por Ricardo Coronado —el canonista que expuso su encubrimiento de abusos en su diócesis—; y varias otras acciones que no respaldan las enseñanzas de la Iglesia que llevaron a JD Vance y a otros a convertirse a la fe católica, uno no puede sino preguntarse si estos acontecimientos fueron vaticinados por el arzobispo Fulton Sheen cuando escribió:

«Como su religión será la hermandad del Hombre sin la paternidad de Dios, engañará incluso a los elegidos. Levantará una contriglesia que será el simio de la Iglesia, porque él, el Diablo, es el simio de Dios. Tendrá todas las notas y características de la Iglesia, pero al revés y vaciada de su contenido divino. Será un cuerpo místico del Anticristo que en todos los aspectos externos se parecerá al Cuerpo Místico de Cristo…»

El antiguo obispo anglicano de Rochester, Michael Nazir-Ali —convertido al catolicismo—, predijo recientemente que habrá una ola de conversiones anglicanas a la Iglesia católica por la elevación de Sarah Mullally a la sede de Canterbury. En su entrevista con OSV, Nazir-Ali ofrece generalidades vagas sin citar ni un solo nombre de clérigo anglicano que, según él, podría convertirse. Contrariamente a las especulaciones de Nazir-Ali, algunos clérigos anglicanos conversos con los que he hablado personalmente me han dicho que han regresado a la Comunión Anglicana Global precisamente porque León XIV no ha abrogado Fiducia supplicans, y la Iglesia de Roma se halla ahora en la misma situación que la Iglesia de Inglaterra en lo que respecta a las bendiciones de parejas homosexuales.

Si el papa León, prelados como el cardenal Cupich, sacerdotes como el padre James Martin y laicos como Eduardo Peñalver continúan defendiendo y proclamando impunemente posturas que no apoyan la doctrina católica fundada tanto en la Escritura como en la ley natural, cabe anticipar menos conversiones y más abandonos; quizá incluso de conversos como JD Vance, Candace Owens, Mark Wahlberg y otros.

Gene Thomas Gomulka —biografía— es defensor de víctimas de abusos sexuales, periodista de investigación, autor y guionista. Antiguo capitán (O6) capellán de la Marina de los EE. UU., profesor de seminario y director diocesano de Respeto a la Vida, Gomulka fue ordenado sacerdote para la diócesis de Altoona-Johnstown y posteriormente nombrado Prelado de Honor (Monseñor) por san Juan Pablo II.

domingo, 2 de noviembre de 2025

TRIBUNA: Carta abierta a León XIV a propósito de la celebración del 60° aniversario de la declaración conciliar Nostra Aetate



Santidad,

Como la lectura de su mensaje en la audiencia general celebrada a propósito de la celebración del sexagésimo aniversario de la declaración conciliar Nostra Aetate me ha producido sinceramente honda inquietud, paso a exponer, al hilo de sus mismas palabras, que pongo en cursiva, los interrogantes y reflexiones que se me han ido suscitando.

En el centro de nuestra reflexión de hoy, en esta Audiencia General dedicada al diálogo interreligioso, deseo poner las palabras del Señor Jesús a la samaritana: “Dios es espíritu, y quienes lo adoran deben adorarlo en espíritu y en verdad” (Jn 4,24).

¿Se puede adorar realmente a Dios en religiones que no han sido fundadas por el que es su Verdad, ni son guiadas por su Espíritu?

Este encuentro revela la esencia del diálogo religioso auténtico: un intercambio que se establece cuando las personas se abren unas a otras con sinceridad, escucha atenta y enriquecimiento recíproco. Es un diálogo nacido de la sed: la sed de Dios en el corazón humano y la sed humana de Dios.

¿Acaso toda religión es capaz de colmar la sed de Dios, que anida en el corazón humano?

En el pozo de Sicar, Jesús supera las barreras de cultura, género y religión, invitando a la samaritana a una nueva comprensión del culto, que no se limita a un lugar particular, sino que se realiza en espíritu y en verdad.

¿Acaso Jesús vino, en vez de a fundar la única iglesia capaz de, administrando la gracia redentora, dar culto en espíritu y verdad, a declarar que todas las religiones sin barrera de ningún tipo son válidas para ello?; ciertamente Jesús superó las barreras de cultura y sexo, presentando una propuesta que acababa con los límites entre pueblos y con las preeminencias entre sexos; pero ¿cómo se puede decir que superó asimismo las barreras religiosas, si él no vino a establecer algo que rebasara el ámbito religioso, sino la verdadera religión que lo cumpliera plenamente?; tanto es así que su mensaje es estrictamente religioso, que el primer paso ineludible, para aceptarlo, no es otro que la conversión, que supone la transformación religiosa del hombre, estableciendo, por una parte, la prioridad de lo religioso sobre todo lo demás, y, por otra, la ruptura con cualquier otro lazo religioso, lo que hace incompatible la opción por Cristo con cualquier otra adhesión religiosa, que vendría a ser una idolatría y una apostasía.

Este momento recoge el mismo sentido del diálogo interreligioso: descubrir la presencia de Dios más allá de toda frontera y la invitación a buscarle con reverencia y humildad.

¿Acaso, más allá de toda frontera, cualquier religión puede ofrecer realmente la presencia de Dios?, ¿y se puede buscar a Dios, haciendo abstracción de una religión concreta?, lo que viene a significar la relativización de todas las religiones, incluida aquella de la que el mismo papa se presenta como cabeza, y cuyas abismales divergencias las convertiría a todas en impedimentos para una ensalzada unidad que no pasaría de indefinido sincretismo.

Este luminoso documento (Nostra aetate) nos enseña a encontrar a los seguidores de otras religiones no como extraños, sino como compañeros de camino en la verdad; a honrar las diferencias afirmando nuestra común humanidad; y a discernir, en toda búsqueda religiosa sincera, un reflejo del único Misterio divino que abarca toda la creación.

¿Acaso en todas las religiones se puede encontrar un camino hacia la verdad salvífica?; ¿acaso el hecho común de la naturaleza humana, que obviamente abarca a todos los hombres, está por encima de las diferencias religiosas, que, en el caso de la religión cristiana, tienen un evidente carácter sobrenatural?; entonces ¿lo sobrenatural es accesorio y aun negativo frente a la igualdad de naturaleza?, ¿y no supone eso relativizar y hasta banalizar la esencia sobrenatural del cristianismo?; además ¿acaso todas las religiones permiten igualmente una búsqueda sincera de la verdad religiosa, reflejando el único misterio divino?, ¿y cómo se dice que este misterio abarca toda la creación, como si estuviera contenido en la misma?; ¿no habrá, más bien, que decir que el misterio divino supera infinitamente, que eso es trascender, toda la creación, para que se pueda mantener diáfanamente la eminencia de Dios sobre todas sus obras?, ¿y resulta que ese misterio divino trascendente va a poder ser reflejado y expresado adecuadamente por todas las religiones, cuando sólo una: la católica, posee el conjunto de toda la revelación sobrenatural: Escrituras y Tradición eclesial?, ¿o resulta que ahora la revelación sobrenatural es secundaria frente a la unidad de la naturaleza humana?, que ciertamente podrá ser portadora de la revelación natural, pero sin que se deba desconocer que tal naturaleza quedó profundamente dañada por el pecado original, lo que, como hasta aquí enseñaba el magisterio, hace imposible al hombre, privado de la ayuda de la gracia, discernir sin error, y alcanzar el camino hacia la salvación; además ¿cómo esa gracia puede actuar desde las distintas religiones, si sólo la iglesia católica puede ser su auténtico canal?, tal como se afirma en la tesis de que fuera de la iglesia católica, denominada así “sacramento universal de salvación”, en cuanto unida a Cristo como su cabeza y sacramento fontal, no hay salvación, ya que, si la iglesia no pidiera e intercediera por todos los hombres, ninguno se salvaría.

Incluso se podría profundizar todavía más, pues ¿cómo es posible tratar de cubrir con la deshilachada tela de la naturaleza humana dañada las radicales e incompatibles diferencias entre tantísimas religiones, cuyo mínimo común denominador queda reducido al carácter misterioso que todas se atribuyen, pero que llegan a entender de modo tan antagónico como inconmensurable entre sí? Hablar entonces de lazos comunes en medio de la absoluta disparidad entre las religiones existentes viene a ser una mentira tan sarcástica como la vulgar comparación entre un huevo y una castaña, cuando estos seres biológicos comparten, al menos, una forma más o menos esférica.

Ciertamente, pues nadie elige dónde nacer, se puede ser inculpablemente ignorante de la verdad salvífica de la iglesia católica; pero, en primer lugar, el juicio de tal situación corresponde a Dios, quien, queriendo, como dice el apóstol, que todos los hombres se salven, se encargará de que el sol salvífico de Cristo no deje sin iluminar de algún modo a ningún hombre que haya venido a este mundo; en segundo lugar, está también la norma moral que obliga a toda conciencia a formarse objetivamente según los medios con que cuente, y, en tercer lugar, tenemos la grave obligación que pesa sobre todos los seguidores de Jesús, de ser luz en medio del mundo, para extender el anuncio del evangelio, ya que la consecuencia inmediata de la consideración buenista de todas las religiones es la inutilidad total de algo tan intrínseco a la esencia de la iglesia, como es la misión evangelizadora; en efecto, si, como vino a afirmar Francisco en Indonesia, todas las religiones no son más que los distintos idiomas para comunicarnos con Dios, y los diversos caminos que a éste nos conducen, ¿qué sentido tiene molestarse en molestar a los demás con las puñeteras exigencias evangélicas, si ya se dice que el cuerpo es un animal de costumbres, y así sería mejor dejar a cada cual, que a todo se acostumbra uno, tranquilo y a su aire, viviendo, como pez en el agua, en la religión que ha mamado?

No olvidemos que el primer impulso de Nostra Aetate fue hacia el mundo judío, con el cual san Juan XXIII quiso restablecer el vínculo originario. Por primera vez en la historia de la Iglesia se elaboró un texto que reconocía las raíces judías del cristianismo y repudiaba toda forma de antisemitismo.

Aun repudiando sinceramente toda forma de antisemitismo, ¿puede ignorarse la falsedad de la identificación del judaísmo actual, de raíces talmúdicas, sumamente ofensivas hacia el cristianismo, con el judaísmo veterotestamentario?, a lo que se añade que, como afirma rotundamente el apóstol, el verdadero Israel está formado por cuantos creen en Jesús, reconociéndolo como a mesías y único redentor.

El espíritu de Nostra Aetate sigue iluminando el camino de la Iglesia. Reconoce que todas las religiones pueden reflejar “un rayo de aquella verdad que ilumina a todos los hombres” y que buscan respuesta a los grandes misterios de la existencia humana.

Como ya enseñaron los padres de la iglesia, las semillas del Verbo pueden hallarse por doquier; pero ¿puede eso significar, de hecho, la normalización de todas las religiones?, lo que supondría negar el principio básico de que la iglesia católica es la única no ya sólo que posee la plenitud salvífica, sino también que ha sido querida realmente por Dios, como destinataria de su revelación y como canal exclusivo de toda la gracia ganada por Cristo, de modo que todo lo que de verdadero posean parcialmente las demás religiones, es lo que comparten y hasta han tomado de la iglesia católica.

El diálogo debe ser no solo intelectual, sino profundamente espiritual. La declaración invita a todos —obispos, clero, consagrados y laicos— a comprometerse sinceramente en el diálogo y la colaboración, reconociendo y promoviendo todo lo que es bueno, verdadero y santo en las tradiciones de los demás.

¿Puede establecerse un diálogo realmente sincero y productivo que, a la vez que reconoce lo verdadero y lo bueno, no señale también lo erróneo y lo desafortunado? Es evidente que, según el principio de no contradicción, los opuestos no pueden ser, a la vez, verdaderos, ¿y entonces se podrá pasar por alto el fundamento mismo de toda lógica y así de toda racionalidad, para lograr imponer la verdad y bondad, amalgamadas, de la enorme diversidad religiosa?; ¿cómo no darse cuenta de que, eliminando la racionalidad, se dinamita precisamente el único puente que podría facilitar el diálogo interreligioso?, el cual necesariamente, para ser serio, debe internarse en las procelosas aguas del debate, ¿o ahora será que, enarbolando la bandera de la verdad, se llega al colmo de desestimar todo lo que huela a apologética?, ¿y qué verdad queda, en realidad, cuando se ha eliminado el sentido que le da la unidad, descoyuntada entre la caótica y amorfa variedad?, ya que efectivamente, cuando todo se considera verdad, nada termina siendo verdad, sino que todo acaba despedazado por el voraz relativismo, cuya primera víctima es la misma verdad. Lo peor para el caso es que sin verdad no hay ni Dios verdadero ni religión verdadera, y el tan cacareado diálogo interreligioso viene a derivar en un diálogo de besugos, que encierra en una jaula de grillos.

En un mundo marcado por la movilidad y la diversidad, Nostra Aetate nos recuerda que el diálogo verdadero hunde sus raíces en el amor, fundamento de la paz, la justicia y la reconciliación.

Como, fuera de la verdad, no hay amor verdadero, y éste no es otro que el sobrenatural que define a Dios mismo, tal como ha sido revelado por Cristo, ¿cabe un auténtico amor fuera de la fe en esa revelación?, ¿o equipararemos el amor cristiano, que brota de Dios mismo, con lo que cada cual pueda entender por amor, que es la palabra mas polisémica?

Debemos ser vigilantes frente al abuso del nombre de Dios, de la religión y del mismo diálogo, y ante los peligros del fundamentalismo y del extremismo.

Si en el paroxismo del relativismo ya no hay nada verdadero, ¿qué es todo uso del nombre de Dios sino un abuso lingüístico, carente de toda referencia no ya sólo real sino meramente portadora de sentido?, ¿y en qué deviene toda religión sino en un mero juego de palabras, cuya pretensión de realidad, más allá del imaginario cultural colectivo, también sería un completo abuso?; ¿qué moral, tan necesaria para la convivencia interpersonal y social, se podría entonces levantar sobre arenas tan movedizas?; en suma, disuelta toda posible racionalidad, ¿qué freno queda ya al extremismo fundamentalista y fanático, si la única que puede iluminar a la voluntad, para que, a su vez, embride la ciega impetuosidad de los sentimientos, es la razón?

Nuestras religiones enseñan que la paz comienza en el corazón del hombre. Por eso la religión puede desempeñar un papel fundamental: debemos devolver la esperanza a nuestras vidas, familias, comunidades y naciones. Esa esperanza se apoya en nuestras convicciones religiosas y en la certeza de que un mundo nuevo es posible.

¿De qué sirven enseñanzas que son radicalmente relativas?, ¿y qué sentido tiene apelar a las mismas en nombre de la paz y del corazón del hombre, si estas mismas nociones divergen profundamente en cada religión? ¿Cómo se habla de esperanza común entre las religiones, si toda esperanza se funda en la fe, y ésta es justamente la que distingue cada religión, de modo que tanta divergencia habrá entre las distintas esperanzas, cuanta sea la de la fe de la que dimane cada una?Más grave, empero, es que esa equiparación de esperanzas diluye no sólo la sobrenaturalidad de la cristiana, sino también la trascendencia de su objetivo, como se ve en el hecho de la reducción a la pura inmanencia de este mundo, como si la religión fuera una mera herramienta al servicio de esta vida terrenal, al estilo de la medicina o la política. Concebir la religión como un ideario político que podría llegar a convivir con otros dentro del marco de un cierto consenso fundamental, es olvidar precisamente el carácter de sustrato radical que posee toda religión, y que la convierte en una auténtica cosmovisión, incompatible, por definición, con cualquier otra, toda vez que la primera pretensión de cualquier religión es la del monopolio no ya de la fuerza ni de un territorio sino de algo tan elemental como la verdad y la bondad; ahora bien, una cosa es abogar por un diálogo civilizado entre las religiones, que siempre será mejor que la imposición por la fuerza bruta, y otra, reducirlo todo al diálogo por sí mismo, que así queda vaciado de todo contenido, y sólo consigue desactivar todas las religiones, despojadas de su doctrina, que es su razón de ser; sin embargo, el diálogo no puede ser un fin en sí mismo, sino que debe ser un instrumento para la verdad, igual que el camino no tiene más sentido que conducir a la meta, la cual desaparece, relativizada, cuando el anterior es absolutizado, como ocurre en la nueva iglesia sinodal, que lo convierte en un mero recorrido circular en que hasta queda eclipsado el maquiavelismo, pues no es ya que el fin justifique los medios, sino que éstos llegan a suplantar a aquél.

Por último, no puedo sino lamentar, desolado, que la iglesia se encuentre ahora mismo en la tormenta perfecta: atacada no sólo por los enemigos externos, sino también masacrada por los internos, y desde un doble fuego cruzado: el de los que la empujan, para prostituirla ante el mundo, y el de los que la acusan de haberse ya irreparablemente prostituido con el mundo; así, en suma, todos vienen en tropel, y generando una indescriptible confusión, a destruir y negar la esencia misma de la iglesia como cuerpo social visible que recorre toda la historia en evolución orgánica, sin cortar las raíces que lo unen al que es su cabeza, y sin obstruir la savia que recibe del que es su alma; por eso frente a todos aquellos es perentorio salvaguardar la identidad de la única iglesia católica reconocible históricamente, y el único modo reside en la llamada por Benedicto XVI “hermenéutica de la continuidad”, imposibilitada, empero, tanto por los que rechazan el concilio Vaticano II, como por los que, dando la razón a los anteriores, lo utilizan como coartada para la consumación de la ruptura doctrinal efectiva.

Por: Francisco José Vegara Cerezo - sacerdote de Orihuela-Alicante

sábado, 1 de noviembre de 2025

TRIBUNA: La Doctrina de la Iglesia, ¿evolución o desarrollo?





Por una católica (ex) perpleja

Con motivo de la proclamación de San John Henry Newman Doctor de la Iglesia por parte de León XIV, recordemos esta importantísima contribución suya a la comprensión del desarrollo doctrinal correctamente entendido, con el fin de superar la confusión modernista.

Nuestro contexto es el del desarrollo de la “iglesia sinodal”. En este marco, el domingo 27 de octubre de 2024 finalizó la segunda sesión de la XVI Asamblea General del Sínodo de los Obispos. Infovaticana ofreció un interesante análisis al respecto del documento final del Sínodo, que reemplazó a la habitual exhortación apostólica postsinodal.

Como bien señaló el canal de Youtube La fe de la Iglesia analizando el citado artículo de InfoVaticana, el documento parece apuntar a una fundación eclesial cuando afirma que “una verdadera conversión hacia una Iglesia sinodal es indispensable para responder a las necesidades actuales”. Responder a la pregunta recurrente sobre qué es la sinodalidad parece una empresa vana: puesto que un sínodo es una reunión, la sinodalidad sería “el hecho de reunirse”; por tanto, sería una reunión sobre el hecho de reunirse. Lo que sí está claro es que, siendo el de “sinodalidad” un concepto vacío en sí, es preciso rellenarlo de contenido. Y en eso está la jerarquía eclesial: en dotar a esta iglesia sinodal de nuevos dogmas (ecologismo, fraternidad universal masónica, fomento de la invasión islámica y la sustitución poblacional) y pecados (contra la sinodalidad, contra la ecología, etc).

Una frase del documento llega a afirmar, para referirse a roles de liderazgo que considera que deberían desempeñar las mujeres en la Iglesia, que “no se podrá detener lo que viene del Espíritu Santo”. Del Espíritu de Dios, empero, del Espíritu Santo, ¿puede provenir algo que sea contrario a lo que contienen las fuentes de la Revelación, es decir, la Sagrada Escritura y la Tradición? Además de una miserable apelación a un espíritu que no es el de Dios, porque Él no se contradice, que vigilen estos innovadores vaticanos no estar incurriendo en pecado contra el mismo Espíritu, que no tiene perdón, como dijo Nuestro Señor. Porque resulta que los modernistas encaramados a la más alta jerarquía eclesiástica cometen un error propio de la herejía en la que han incurrido, y que es la confusión de la evolución con el desarrollo.

Han olvidado el principio de no contradicción del catolicismo: la Iglesia no se puede contradecir. Y han caído en el culto al progreso como algo positivo per se, refiriéndose continuamente a “las necesidades de los tiempos actuales” (¿recuerdan el “aggiornamento” del Concilio Vaticano II?), pensando que la doctrina católica puede “evolucionar” (cambiar) según los signos de los tiempos, aunque eso implique contradecir a lo que la Iglesia dijo con anterioridad.

Resulta por todo lo dicho dramático que el papa Francisco incurriese en el nefasto error de pensar que la doctrina no se desarrolla sin contradicción, sino que evoluciona con cambios. Es la consecuencia del pensamiento modernista que domina el actual razonamiento eclesial. En la consideración indistinta por parte del anterior Papa de los conceptos de progreso, evolución y desarrollo yace el origen del problema. Por eso creyó que podía inventar pecados nuevos y cambiar el Catecismo. En este sentido, pensemos en el cambio producido en el Catecismo sobre la pena de muerte: puesto que Francisco consideraba que la Iglesia ha tenido hasta ahora una visión equivocada del depósito de la fe como algo estático (como era habitual en él, creaba un problema que no existía – en este caso, la consideración de la doctrina como algo estático – para luego resolverlo de manera confusa y heterodoxa), argumentaba que “la Palabra de Dios no se puede conservar en naftalina como si se tratase de una vieja manta que debe protegerse de los parásitos. No. La Palabra de Dios es una realidad dinámica y viva que progresa y crece porque tiende hacia un cumplimiento que los hombres no pueden detener”. Por lo tanto – decía -, “la doctrina no puede preservarse sin progreso, ni puede estar atada a una lectura rígida e inmutable sin humillar la acción del Espíritu Santo”.

Este error en el pensamiento de Francisco – y por lo visto parece que de León XIV también: primero, cambio de mentalidades; luego, cambio de doctrina – no es nuevo. Alfred Loisy (1857 – 1940), principal representante del modernismo en tiempos de san Pío X, juzgaba necesaria una “adaptación del Evangelio a la condición cambiante de la humanidad”, y pretendía “el acuerdo del dogma y la ciencia, de la razón y la fe, de la Iglesia y la sociedad”. Esta “adaptación” y este “acuerdo” llevaban necesariamente, según Loisy – como indica Yves Chiron en su obra “Historia de los tradicionalistas”- al cuestionamiento de ciertos dogmas y a nuevas interpretaciones de las Sagradas Escrituras (p. 15).

Se observa claramente el error, al referirse Francisco al “progreso” de la Doctrina, y no a su desarrollo. En esta línea, su discurso era el de un continuo enfrentamiento entre lo que se hizo y dijo, que ya no es válido hoy, y las posturas contrarias desarrolladas, necesarias para que la Iglesia viva al ritmo del mundo y sus modas, aunque eso contradiga lo que dijo siempre. En definitiva, una hermenéutica de la discontinuidad o de la ruptura contra la que tanto luchó Benedicto XVI: una interpretación del Concilio Vaticano II y su fiel o abusiva implementación como un nuevo comienzo de la Iglesia. Una discontinuidad que Francisco parecía haberse propuesto convertir en ruptura y reinicio con esta especie de Concilio camuflado que es el sínodo de la sinodalidad.

Sin embargo, es necesario insistir en que la doctrina de la Iglesia no evoluciona a la manera en que plantean los modernistas, sino que se desarrolla, de la manera que puede desarrollarse un árbol desde una semilla: todo el árbol que llegaría a ser estaba ya contenido en la semilla, como brillantemente explicó el cardenal John Henry Newman. En su obra de 1845 “Un ensayo sobre el desarrollo de la doctrina cristiana”, Newman expone cómo el problema no es el hecho de que la doctrina se hubiera desarrollado a lo largo de los siglos – lo cual parecía innegable—, sino los criterios para el desarrollo. ¿Cómo se pueden distinguir los desarrollos que son auténticos de los que son falsos? En términos más explícitos, ¿cómo se puede distinguir la doctrina genuina de la herejía?

A este respecto, John Senior sintetizó de manera brillante la exposición de Newman en “La muerte de la cultura cristiana”, para el autor, “el evolucionismo religioso es confundido con frecuencia con la idea exactamente contraria de Newman acerca del desarrollo de la doctrina – en el cual toda la creación está para siempre contenida en su propio petardo. Evolución, dice Newman, no es desarrollo: en el desarrollo, lo que es dado una vez y para siempre al comienzo es meramente explicitado. Lo que fue dado de una vez y para siempre en la Escritura y la Tradición ha sido clarificado en generaciones sucesivas, pero sólo por adición, nunca por contradicción; por el contrario, la evolución funciona mediante la negación. Newman dedica un capítulo entero de su ´Ensayo sobre el desarrollo de la doctrina cristiana´ a refutar la idea de que algo contrario al dogma o que no se encuentre en el consenso de los dogmas de los Padres pueda ser desarrollado alguna vez apropiadamente. Concebido positivamente, el desarrollo es radicalmente conservador, permitiendo sólo aquel cambio que ayude a la doctrina a seguir siendo verdadera al definir los errores que aparecen en cada edad”.

Lo que ocurre es que, como suele suceder, Francisco inventó que la Iglesia ha creído que la doctrina era estática, cuando resulta que el mismo Cristo dijo a los Apóstoles que el Espíritu Santo les ayudaría a comprender con el tiempo la verdad completa. Les ayudaría, y de hecho les ayudó, con el desarrollo de la doctrina, que no tiene nada que ver con un supuesto “progreso” o “evolución”. En un muy interesante artículo en InfoCatólica, Jorge Soley destacaba las siete notas que deben poseer los desarrollos auténticos de la doctrina según el cardenal Newman, en su obra citada, de las que carecen los que, aun presentándose como un mero desarrollo, no son más que corrupciones de la doctrina. De estas siete notas, me gustaría destacar aquí cuatro:

1) la continuidad de los principios: los principios son generales y permanentes, mientras que las doctrinas se relacionan con los hechos y crecen. Escribe Newman, “la continuidad o alteración de los principios sobre los que se ha desarrollado una idea es una segunda marca de distinción entre un desarrollo fiel y una corrupción”.

2) la sucesión lógica: Un proceso de desarrollo auténtico sigue las reglas de la lógica: “la analogía, la naturaleza del caso, la probabilidad antecedente, la aplicación de los principios, la congruencia, la oportunidad, son algunos de los métodos de prueba por los que el desarrollo se transmite de mente a mente y se establece en la fe de la comunidad”. Lo que le hace decir a Newman que una doctrina será un desarrollo verdadero y no una corrupción, en proporción a cómo parezca ser el resultado lógico de su enseñanza original.

3) la Acción conservadora de su pasado: escribe Newman que, “así como los desarrollos que están precedidos por indicaciones claras tienen una presunción justa a su favor, así también los que contradicen e invierten el curso de la doctrina que se ha desarrollado antes que ellos y en la cual tuvieron su origen son ciertamente corrupciones”. Si un desarrollo contradice la doctrina anterior está claro que no es desarrollo, sino corrupción. En este importante punto, Newman aclara que “un desarrollo verdadero se puede describir como el que conserva la trayectoria de los desarrollos antecedentes… es una adición que ilustra y no oscurece, que corrobora y no corrige el cuerpo de pensamiento del que procede”.

4) El “vigor perenne”: “la corrupción no puede permanecer mucho tiempo y la duración constituye una prueba más de un desarrollo verdadero”. Resulta interesante otro comentario que Newman desliza aquí y en el que se nos muestra como un fino observador: “la trayectoria de las herejías siempre es corta, es un estado intermedio entre vida y muerte, o lo que es como la muerte. O si no acaba en la muerte, se divide en alguna trayectoria nueva y tal vez opuesta que se extiende sin pretender estar unida a ella… mientras que la corrupción se distingue de la decadencia por su acción enérgica, se distingue de un desarrollo por su carácter transitorio”.

El desarrollo, pues, es conservador; no es rupturista ni innovador. La Iglesia afirma que la Revelación acabó en la era apostólica, con la muerte del último apóstol. Lo que se ha desarrollado – de manera orgánica y sin contradicciones – es la comprensión y exposición de la misma. Sin embargo, si la doctrina cristiana o católica progresara, tal como la entendía Francisco, en contradicción con postulados de tiempos anteriores al nuestro, eso significaría que la Iglesia erró al predicar que la Revelación se había terminado con la muerte del último apóstol y que, en realidad, la doctrina estaría incompleta y necesitaría ser completada. Se observa perfectamente el catastrófico error epistemológico, la ignorancia de la lógica católica y la intoxicación modernista. Si hablamos de desarrollo quiere decir que toda la doctrina está ahí, y lo que se hace es des-enrollarla, descubrirla, conocerla, abrirla. El desarrollo no añade nada nuevo, sino que descubre lo escondido; mientras que el progreso es todo lo contrario: un salto y, por lo tanto, algo nuevo. Dicho de otra manera: progreso es discontinuidad y desarrollo es continuidad. La doctrina de la Iglesia se desarrolla; no evoluciona. Por tanto, estemos atentos: allí donde haya contradicciones no existe un sano desarrollo doctrinal, sino corrupción y error.

Debido a la utilización manipulada que el progresismo en el Concilio Vaticano II hizo de la figura del Cardenal Newman, Peter Kwasniewski ha realizado aclaraciones muy necesarias sobre él tras el anuncio de León XIV de su proclamación como Doctor de la Iglesia. Aclaraciones que el bloguero Wanderer tradujo al español en un extenso artículo presentado en tres partes que recomiendo leer, en la que Kwasnieweski comenta cómo “es irónico que se mencione a Newman junto a los defensores de las tendencias reformistas de la Iglesia moderna, cuando —al menos en cuestiones relativas a la teología fundamental, la moral cristiana y la liturgia sagrada— arguyó enérgica y constantemente a lo largo de su carrera contra el racionalismo, el emocionalismo, el liberalismo y la «tinkeritis» litúrgica, es decir, la creencia de que podemos construir un culto mejor si modificamos lo suficiente lo que hemos heredado.

En el ámbito de la liturgia en particular, se opuso firmemente a las modificaciones y modernizaciones rituales destinadas a «encontrar a las personas donde están» o a «adaptarse a la mentalidad actual» (como dijo Pablo VI en su Constitución Apostólica del 3 de abril de 1969, que promulgaba el Novus Ordo).

Newman no era solo antiliberal (lo dice expresamente de sí mismo, y más de una vez); no era sólo un conservador que detestaba los planes revolucionarios. Era lo que hoy se llama un tradicionalista en materia dogmática y litúrgica, alguien que habría criticado duramente todo el proyecto conciliar, y sin duda la reforma litúrgica llevada a cabo en su nombre, por errónea y condenada al fracaso”.