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jueves, 26 de junio de 2025

El Camino Sinodal Alemán: Una crisis de fe y autoridad




Por un pequeño Príncipe Elector Contrarreformista


El llamado ‘Camino Sinodal’ en Alemania se presenta como una respuesta pastoral a los desafíos contemporáneos que enfrenta la Iglesia. Sin embargo, muchos católicos —tanto laicos como sacerdotes, así como desde la observación de la Iglesia universal— lo consideran una grave desviación de la doctrina católica, un proceso de reforma ideologizado que mina las bases teológicas y eclesiológicas del catolicismo.

Este camino no es un fenómeno aislado, sino la cristalización de un proceso iniciado tras el Concilio Vaticano II. En ese contexto, se promovió en Alemania la creación de figuras como los Pastoralreferenten y Gemeindereferenten, laicos y laicas formados en teología encargados de tareas pastorales en parroquias. 

Aunque inicialmente se pensaron como un apoyo al sacerdocio ante la escasez de vocaciones, en muchas diócesis estas figuras han pasado a ocupar un rol protagónico en detrimento de la figura del presbítero. Esto ocurrió a medida que se desarrollaba un espíritu anticlerical, aunque no todos esos agentes lo comparten, sí lo manifiestan muchos de ellos.

En diversas unidades pastorales, el sacerdote ha sido relegado a un papel meramente funcional. Se observa una creciente hostilidad hacia el clero, alimentada por un sentimiento anticlerical que se ha vuelto estructural en varias diócesis. Esto se manifiesta en decisiones que desautorizan o marginan al sacerdote en la vida pastoral y sacramental, favoreciendo una eclesiología horizontalista y tendencialmente protestantizada que contradice la Tradición Católica. No en vano, el Papa Francisco expresó que ya había en Alemania una iglesia evangélica, muy buena, y que no necesitábamos otra más…

Uno de los rostros más visibles de este proceso es el obispo Franz-Josef Overbeck de Essen, cuyas declaraciones han sido repetidamente polémicas, ideologizadas y sutilmente dañinas. Overbeck ha promovido activamente la bendición de parejas del mismo sexo, ha desafiado abiertamente la moral sexual de la Iglesia y ha abogado por una redefinición del sacerdocio, incluyendo su apertura a mujeres y personas no célibes. Él se jacta de tener laicos que administran el sacramento del bautismo, a pesar de que existen sacerdotes y diáconos disponibles. Estas posturas han generado fuerte rechazo entre fieles y clero, pero rara vez han sido corregidas desde las estructuras eclesiales. Este obispo utiliza su capacidad comunicativa en medios digitales y escritos para transmitir regularmente su perspectiva, y frecuentemente se percibe que intenta amedrentar y disciplinar a quienes osan expresar disenso. Para justificar estas posturas, apela al eslogan de que hay que animarse a cambiar y tomar la delantera.

Muchos que de buena voluntad han participado activamente en las reuniones del Camino Sinodal se han visto presionados por el establishment eclesial, dificultando un verdadero discernimiento espiritual y teológico.

La Iglesia alemana, lejos de mantenerse independiente del poder político, ha manifestado una creciente inclinación a alinearse con la ideología dominante del gobierno de turno, debilitando la función profética de la Iglesia de anuncio y denuncia. Bajo gobiernos de centroizquierda, temas como la ideología de género, cupos femeninos y la cultura woke han impregnado el discurso eclesial, influyendo en la manera de vivir la eclesiología de forma cada vez menos disimulada. El celibato sacerdotal ha sido relativizado por no pocos, presentándose algunos sacerdotes con sus parejas en público, y en varios casos siendo esto tolerado o
asumido en un silencio que denota claudicación por parte de las comunidades. El autor de este texto fue testigo de una misa de réquiem en la que la homilía fue
pronunciada por la ama de llaves del difunto párroco, quien ya era reconocida socialmente bajo el apellido del sacerdote, como señora de X.

Muchos agentes de pastoral laicos desplazan al presbítero en sus funciones esenciales, especialmente en la predicación y la conducción espiritual. Cuando un sacerdote se resiste a estas imposiciones, frecuentemente se inicia contra él una campaña de mobbing, marginación o desprestigio. Esto resulta especialmente contradictorio, pues aunque el grado sacerdotal es denigrado, los obispos que impulsan esa dinámica permanecen intocables, protegidos tras estructuras administrativas complejas, secretarías y personal, muchas veces inaccesibles en sus fortalezas episcopales. Todo muy «sinodal».

El presidente de la Conferencia Episcopal Alemana, Mons. Georg Bätzing, parece olvidar que es simplemente un portavoz, y en cambio se alza como mascarón de proa de la Iglesia alemana y uno de los principales promotores de su actual crisis doctrinal.

Un caso emblemático fue el del cardenal Rainer Maria Woelki. Desde el inicio del Camino Sinodal expresó sus reservas sobre la metodología adoptada, señalando que era contraria a la sana práctica eclesial. Sus declaraciones provocaron una campaña de desprestigio sostenida tanto por medios seculares como católicos afines a la agenda sinodal, utilizando como excusa su gestión pasada de casos de abusos, sin pruebas concluyentes de mala praxis. El cardenal, junto a otros tres obispos, se negó a financiar el Camino Sinodal, marcando distancia y colocándose en la mira de los reformistas.

La actitud de fondo, aunque pueda sonar dura, muestra una Iglesia alemana que mira al exterior con una autosuficiencia tendenciosa. Se trata de una Iglesia en declive en cuanto a crecimiento y evangelización, que pretende dictar al mundo católico sus propios experimentos pastorales, sostenidos por el músculo económico del impuesto eclesiástico.

En este panorama, la Iglesia Católica en Alemania se caracteriza también por su generosa contribución económica a proyectos eclesiales en todo el mundo. Su riqueza ha permitido una concreta aplicación del principio de subsidiariedad. Sin embargo, la masiva salida de fieles en los últimos años —quienes dejan de pagar voluntariamente el impuesto eclesial— pone en duda la sostenibilidad de estas ayudas a medio y largo plazo. Sería también doloroso constatar que parte de la paciencia de la Iglesia universal con Alemania ha estado condicionada por su peso económico.

Otro aspecto relevante es la apropiación casi total de los medios católicos oficiales por parte de una línea ideológica. Portales como katholisch.de, Domradio y la agencia KNA raramente difunden testimonios positivos de la fe o de experiencias evangelizadoras. Por el contrario, se dedican con frecuencia a amplificar voces críticas internas o externas, socavando la moral del Pueblo de Dios.

El feminismo radical también ha hallado eco en movimientos como María 2.0, que exige la ordenación de mujeres y otras reformas estructurales. En algunos casos, como en la catedral de Friburgo de Brisgovia, activistas interrumpieron una liturgia de ordenación sacerdotal, forzando al arzobispo a suspender su homilía. En otras situaciones, instalaron carpas frente a las iglesias para protestar de forma ruidosa durante las celebraciones litúrgicas.

A este clima de presión y reivindicación se suma un hecho reciente de especial relevancia: en los últimos días, en la arquidiócesis de Friburgo, se ha producido la presentación oficial, en el seminario diocesano San Carlos Borromeo, de la petición formal por parte de un grupo de mujeres para ser admitidas al seminario y comenzar la formación sacerdotal. Este acto, inédito en la historia reciente de la Iglesia alemana, representa un paso más en la estrategia de visibilización y presión pública para la apertura del ministerio ordenado a las mujeres, y ha generado un intenso debate tanto en ámbitos eclesiales como en la opinión pública.

Se habla mucho de sinodalidad y participación, pero lo que impera es una cacería de brujas de guante blanco. Aquellos que disienten son excluidos de los espacios de decisión y acusados de ser retrógrados o integristas. En el clero secular se percibe un profundo sentimiento de desánimo. No es sorprendente que, ante semejante ambiente, sea difícil encontrar nuevas vocaciones. Con el añadido de que los propios medios católicos parecen promover una silenciosa operación de descrédito hacia la institución eclesial.

Ante este panorama, Roma ha intervenido en varias ocasiones. En 2022, el Papa Francisco envió una carta a los católicos alemanes alertando sobre los peligros de un cisma. El Dicasterio para los Obispos y el Dicasterio para la Doctrina de la Fe también emitieron comunicados expresando preocupación por los contenidos y métodos del Camino Sinodal. Sin embargo, la respuesta desde Alemania ha sido ambigua y, en muchos casos, desafiante. A menudo se ha presentado erróneamente a las misivas vaticanas como una forma de respaldo a las decisiones alemanas, cuando en realidad eran advertencias.


Respecto al documento Fiducia supplicans, en varios sectores de la Iglesia alemana
vinculados al Camino Sinodal se interpretó como una validación de las bendiciones
litúrgicas y públicas de parejas homosexuales, a pesar de que el documento explícitamente lo prohíbe. Estas bendiciones continuaron, incluso con estructura litúrgica y vestimentas ceremoniales. Se ignoró la distinción clave entre una bendición pastoral individual y un acto que simula el matrimonio. Algunos obispos y portales diocesanos afirmaron que el documento respaldaba la línea sinodal alemana, cuando en realidad la contradice en lo esencial.

Lo que está en juego no es una simple reforma administrativa o pastoral, sino la fidelidad de una Iglesia local a la fe católica universal. La Iglesia en Alemania corre el riesgo de aislarse doctrinalmente del resto del cuerpo eclesial, vaciando de contenido su misión evangelizadora bajo la bandera de una modernización que no evangeliza, sino que acomoda la fe al espíritu del mundo.

sábado, 7 de junio de 2025

Inician los Ataques al Papa | Defiende El Matrimonio | P. Santiago Martín FM ACTUALIDAD ECLESIAL



DURACIÓN 18:20 MINUTOS

A casi treinta días del Papa León XIV

Wanderer


Ha pasado ya casi un mes del pontificado de León XIV. En este blog dijimos que estaríamos expectantes los primeros cien días, y todavía falta más de la mitad. Sin embargo, eso no impide que poco a poco nos vayamos haciendo una idea del personaje, a partir de sus palabras y primeras decisiones. 

Me da la impresión, leyendo lo que se publica en X, que los progresistas comenzaron a hace ya unos días a bajar el nivel de entusiasmo con que lo habían recibido. Elisabetta Piqué, la corresponsal de La Nación en Roma, debería haber ya renunciado a su puesto avergonzada pues no se cansó de hablar de “continuidad absoluta” con el pontificado de Francisco y, hasta el momento, tal continuidad ha sido, como era previsible, de carácter nominal. Los tradicionalistas recalcitrantes, por su lado, miran con sorna a los conservadores (yo también estaría incluido en ese grupo) porque, afirman, Prevost nos engañó poniéndose una muzetta colorada y con eso nos sentimos ya conformes. Pero ellos, sagaces y profundos teólogos, saben perfectamente que no es más que la continuidad de la misma teología modernista del Vaticano II.

Dejemos que los progresistas sigan mascullando su rabia y discutamos caritativamente con nuestros amigos más cercanos, los tradicionalistas recalcitrantes. Y aclaro que con esta denominación —no encontré otra mejor— no me refiero a ningún grupo en particular, pues hay de todo en todas partes.

Y partamos de la evidencia. En estos casi treinta días, el Papa León ha dado ciertas muestras de continuidad con el pontificado anterior. No podía ser de otra manera por muchas razones: educación y cortesía básica, coincidencia sincera en varios puntos y prudencia política elemental. No creo caer en ingenuos wishful thinkings si digo que buena parte de las medidas que menos nos han gustado han sido dictadas precisamente por esa prudencia. Veamos, por ejemplo, algunos nombramientos. Comentamos aquí el caso de la confirmación de la elección del progresista obispo de San Galo en Suiza; para muchos eso ya fue suficiente para encasillar a León XIV. Intuyo, sin embargo, que los tales jamás han ejercido un cargo ejecutivo en ninguna organización más o menos importante. Sería propio de un imprudente el oponerse, apenas dos semanas después de su elección, a un nombramiento de este tipo que despertaría un conflicto no sólo eclesiástico sino civil con las autoridades suizas debido al concordato. Pero más importante aún: no tiene a quién poner. Quienes conocen al clero helvético saben que salvo excepciones muy contadas, son rabiosamente progresistas. ¿O es que pretendían que nombrara obispo a un cura conservador? Fácilmente puede imaginarse lo que pasaría, porque ya pasó: basta recordar los ejemplos de Mons. Haas, en Coira, y de Mons. Groër en Viena. 

Vayamos a los pocos nombramientos argentinos de los últimos días. El 28 de mayo el Papa nombró a Monseñor Alejandro Pablo Benna obispo de Morón. Y a Monseñor Raúl Martín arzobispo de Paraná. Sobre el primero nada puedo decir porque no lo conozco. Al segundo sí, y sobre él hablamos en este blog aquí y aquí. Se trata de un personaje menor que puso todo el empeño posible en perseguir a los buenos sacerdotes de su diócesis de Santa Rosa y a los fieles más apegados a la tradición. Veremos qué hace en Paraná, arquidiócesis que ostenta el legado de Mons. Servando Tortolo. ¿Por qué nombró a estos obispos entonces el Papa León? Pues porque no le queda otra opción. Lo venimos diciendo en esta página desde hace años: Bergoglio hipotecó la iglesia argentina por al menos dos décadas, y deberemos acostumbrarnos a que los nombramientos en nuestro país seguirán siendo malos. En Argentina pululan 146 obispos, de los cuales 96 están activos como ordinarios o como auxiliares, todos ellos más bien jóvenes y mediocres, y algunos abusadores de adolescentes. Hay diócesis pequeñas que tienen tres obispos. Es decir, difícilmente se produzcan nuevas consagraciones episcopales en los próximos años porque tenemos obispos para tirar para arriba. A lo sumo, se trasladarán de sede y, en el mejor de los casos, y dadas sus características, se irán acomodando a los nuevos aires. Un ejemplo paradigmático ha sido Mons. Sergio Buenanueva, obispo de San Francisco, que de ratizingeriano de estricta observancia se hizo francisquista delirante, y en las últimas semanas ya está ubicado en su posición de leoniano de la primera hora (sobre sus acrobacias dimos cuenta aquí).

Podríamos también hacer referencia a la afirmación de León XIV de que el matrimonio es entre un hombre y una mujer que, más allá de lo obvio, tiene un significado muy particular luego del “magisterio” bergogliano, pero sobre eso se ha escrito mucho en las páginas católicas. Más importante, sin embargo, me parece la afirmación realizada en la homilía del domingo pasado. De un modo muy claro y definido afirmó: “Por eso, con el corazón lleno de gratitud y esperanza, a ustedes esposos les digo: el matrimonio no es un ideal, sino el modelo del verdadero amor entre el hombre y la mujer: amor total, fiel y fecundo”. Esto es un tiro de gracia a la teología berreta del cardenal Tucho Fernández que, probablemente, esté temblando en su casita enclavada en los jardines vaticanos pensando en que deberá regresar a su pueblo natal, “pueblo de mierda” como él mismo lo calificó. Es que Fiducia supplicans y buena parte de la moral misericordiosista de Francisco se basaba en la premisa errónea de que tanto para la fidelidad matrimonial como para la castidad de las personas que experimentan atracción por otras de su mismo sexo, como para cualquier otro tópico moral, la Iglesia proponía, en sus mandamientos y enseñanzas, ideales hacia los cuales había que tender pero que difícilmente se alcanzaran en esta vida. Por eso mismo, con un rápido discernimiento se podía vivir en adulterio sin problemas de conciencia, y con un simple pedido se podían bendecir uniones sodomíticas. Ya es algo, decía el duo Bergoglio-Fernández, que estos pobres pecadores quieran acercarse a Dios; ya habrá tiempo para que alcancen el ideal; mientras tanto, misericordia para todos, todas y todes. El Papa León, apenas comenzado su pontificado, ha dicho con todas las letras: la perfección no es un ideal sino que es un modelo; es decir, es posible de alcanzar, con la ayuda de la gracia de Dios, para cualquier bautizado.

Si vemos la cuestión litúrgica que para nosotros es fundamental, los hechos están a la vista. El obispo de Charlotte, Mons. Michael Martin, cometiendo un incomprensible acto de torpeza —cualquier persona sensata habría “desensillado hasta que aclare”— decretó con razones disparatadas la prohibición casi completa de la misa tradicional en su diócesis. Pero el martes pasado por la mañana, el Papa León recibió en audiencia al cardenal Arthur Roche, Prefecto del Dicasterio para el Culto Divino y, por la tarde, Mons. Martin anunció sorpresivamente que suspendía hasta el 1º de octubre las prohibiciones decretadas. No puedo asegurar, y creo que sólo unos pocos pueden hacerlo, que haya una relación de causalidad entre ambos hechos, pero es muy sospechoso de que así sea. Más aún, y para desagrado de muchos de un lado y del otro, el Papa deberá hacer algo, y pronto, con respecto a la guerra litúrgica que desató irresponsablemente Bergoglio con Traditionis custodes. Edward Pentin trata muy bien la cuestión en este artículo.


Finalmente, al leer los sermones y discursos del Papa se aprecian dos originalidades muy alejadas del estilo de Francisco: habla de Jesucristo y habla de los grandes maestros y doctores de la Iglesia. Llama la atención, en todas sus intervenciones, la feliz naturalidad con la que apela continuamente a la tradición de la Iglesia a través de grandes autores que son sus testigos: de Ignacio de Antioquía a Efrén el Sirio, Isaac de Nínive, Simeón el Nuevo Teólogo, Benito de Nursia, León Magno y, claro, San Agustín. Un interesante artículo del patrólogo Leonardo Lugaresi explica el profundo significado que tienen estas referencias en relación a la verdadera tradición de la Iglesia (aunque aclaro que no estoy del todo de acuerdo con lo que dice el autor).

Creo que todos estos signos son mucho más que una muzetta colorada y no son precisamente sutilezas. Los progres lo han entendido y por eso están en retirada; los tradicionalistas recalcitrantes, por su parte, pareciera que no lo han entendio, o que no quieren verlas. Y creo que ese es un gran peligro, tema sobre el cual deberíamos discutir nuevamente: el modelo de iglesia tridentina ya pasó; el mundo actual y la iglesia actual necesitan otro modelo. Los intentos se hicieron desde Pablo VI hasta la catástrofe de Bergoglio, y todos fracasaron. Deberíamos tratar, entonces, de despojarnos de los prejucios y del síndrome del perro apaleado, y tratar de contribuir a la comunión eclesial —bellísima expresión patrística manoseada por el progresismo— uniéndonos al sucesor de Pedro en tanto éste nos está confirmando en la fe. 

Wanderer

lunes, 2 de junio de 2025

León XIV y el Concilio de Nicea (Roberto De Mattei)



En la homilía inaugural de su pontificado este 18 de mayo, León XIV ha convocado varias veces a la unidad de la Iglesia. El Papa es consciente de la existencia de enconados enfrentamientos internos, que se agravaron durante el pontificado de Francisco y podrían estallar con gravísimas consecuencias.

Desde su fundación, la Iglesia ha conocido divisiones internas que se han convertido en cismas y herejías. El 20 de mayo de este año se cumplen 1700 años del Concilio de Nicea, en el que el emperador Constantino convocó una asamblea de obispos cristianos llegados de todo el mundo. Se trataba de afrontar una herejía que ponía en peligro la unidad de la Iglesia y del naciente imperio cristiano. Era la herejía arriana, llamada así por su fundador Arrio, que predicaba en la ciudad patriarcal de Alejandría. Según Arrio, el Verbo, Segunda Persona de la Santísima Trinidad, no es igual al Padre, sino creado por Él. Algo así como un término medio entre Dios y el hombre, y por tanto de naturaleza distinta a la divina del Padre. Esta teoría atacaba directamente al corazón del misterio de la Trinidad y socavaba con ello los cimientos de la propia Fe.

El concilio convocado por Constantino se celebró en Nicea, ciudad de Bitinia, hoy en Turquía. Se congregaron representantes de toda la Cristiandad, unos trescientos.

Narra el historiador Eusebio que «de toda Europa, Libia y Asia lo más granado de los ministros». Encontramos entre los participantes a personajes célebres como los taumaturgos Espiridión y Jacobo de Nisibe, de quienes se contaba que habían resucitado muertos; los confesores egipcios de la Fe Potamón de Heraclea y Pafnucio de la Tebaida, que habían perdido sendos ojos en la persecución decretada por Máximo, así como Pablo de Neocesarea, que tenía las manos quemadas por los hierros candentes que Licinio había mandado aplicarle. El papa Silvestre II, que no había podido asistir al concilio por su avanzada edad, envió a dos representantes del clero romano, Vito y Vicente.

Desde hacía ya diez años, la vida se había vuelto enormemente difícil para la mayoría de ellos, en medio de incesantes peligros. Pero ahora, el lujo del palacio, la majestuosidad de las ceremonias y la guardia de honor que representaba los ejércitos ante los dignatarios cristianos ofrecían a la vista un espectáculo que nadie habría imaginado hasta entonces.

Dieron comienzo los debates, presididos por Constantino. En la sala estaban presentes los partidarios de dos tendencias irreconciliables, representados por dos hombres que no eran prelados, sino consejeros de los padres conciliares: el hereje Arrio, que entre bastidores dirigía al grupo de sus secuaces, y Atanasio, el indómito organizador de la resistencia ortodoxa católica.

El historiador francés Daniel Rops recuerda que los partidarios más o menos declarados de Arrio se valieron de todos los recursos de la dialéctica, pero tenían en contra el más hondo sentimiento cristiano. El diácono Atanasio proponía como piedra angular del cristianismo el hecho indiscutible de la Redención. Ahora bien, la Redención sólo tiene sentido si el propio Dios se hace hombre, padece, muere y resucita, si Cristo es al mismo tiempo verdadero Dios y verdadero hombre. El Hijo no es una criatura; siempre ha existido. Siempre ha estado al lado del Padre, unido a Él. Distinto, pero inseparable. Gracias a la influencia de Atanasio, el concilio adoptó el término homousion, que se tradujo al latín como consustantialem.

Así quedó fijada una regla de Fe. No era diferente del Credo de los Apóstoles, pero resultaba más explícita, y estaba redactada de un modo que no dejaba lugar a errores. Es el texto del Símbolo o Credo de Nicea que recitamos cada domingo en la Misa cuando el pueblo fiel hace resonar su antiguas pero siempre precisas declaraciones: genitum, no factum; consustantialem Patri: engendrado, no creado; consustancial al Padre.

Una mayoría aplastante de padres declaró que el Hijo es verdaderamente Dios, consustancial al Padre, y Arrio fue condenado. La cuestión arriana parecía cerrada para siempre. Un mes más tarde, el 25 de agosto de 325 concluyó el concilio en medio de un clima triunfal. Pero apenas se hubieron marchado los padres, tres de ellos, entre los que se encontraba Eusebio de Nicomedia, retiraron su firma. La disputa volvió a estallar con violencia, y duró cosa de medio siglo.

El dogma de la encarnación del Verbo fue atacado por todos los medios posibles por los partidarios de Arrio. Entre el partido intransigente de Atanasio y el de los arrianos surgió una tercera facción, el semiarrianismo, cuyos seguidores estaban a su vez divididos en varias sectas que, reconociendo cierta analogía entre el Padre y el Hijo, negaban que Cristo fuera engendrado, no creado y de la misma sustancia que el Padre, como afirmaba el Credo niceno. El mérito de los teólogos del siglo IV, como San Atanasio y San Hilario, estuvo en combatir sin hacer concesiones para salvaguardar la divinidad de Cristo, esencia misma del cristianismo.

Si la Iglesia pudo sobrevivir a una prueba de tal magnitud y salir no sólo indemne sino reforzada, fue por obra de una pequeña cohorte de paladines de la Fe, que no se dejaron acobardar por las intrigas, las amenazas, el exilio ni la cárcel. Tildados de fanáticos por sus adversarios, dieron valeroso testimonio de la Fe católica.

Benedicto XVI equiparó la crisis actual con la del siglo IV y, sirviéndose de una metáfora que utilizó San Basilio en los años posteriores al Concilio de Nicea, dijo que nuestra época semejaba una batalla naval nocturna en un mar tempestuoso. Es indudable que León XIV tiene presente esa comparación, pues para los próximos meses tiene programado un viaje a Nicea a fin de conmemorar el concilio que corroboró la Fe católica evitando que la navecilla de la Iglesia zozobrara en la tempestad. No faltó entonces la ayuda de Dios, y tampoco nos faltará hoy.

Roberto De Mattei

viernes, 30 de mayo de 2025

San Agustín, santo patrono de nuestro tiempo



A principios de mes regresé de una estancia de dos semanas en Roma para seguir la preparación y conclusión del reciente cónclave. Fue una experiencia increíble. El día antes de la elección del cardenal Prevost, un amigo y colega, el excelente Jayd Henricks, me preguntó cuál era el nombre papal del nuevo Papa. Le respondí Agustín. Más que Benito, Domingo o cualquier otro santo, Agustín es el patrón obvio de nuestra época. Por supuesto, no tuvimos un “Papa Agustín”. Pero teníamos un agustino. Pienso –y espero– que esto sea significativo. Y trataré de explicar por qué.

Al observar el pontificado de Francisco, me pregunto si una de sus principales funciones, aunque no fuera intencionada, fue la de proporcionar una ruptura clara entre el período posconciliar inmediato y sus conflictos, y algo vivo, orgánico y nuevo en el papado de León. Vivimos en tiempos turbulentos. Es similar a la Reforma, no en los detalles históricos, sino en los impulsos y dinámicas subyacentes. Es una transformación profunda en cómo vemos el mundo, cómo se organiza la sociedad y lo que significa ser humano, todo impulsado por tecnologías que hacen que la imprenta de Gutenberg parezca un juguete.

De hecho, estamos al final de una era y al comienzo de otra. Y aquí es exactamente donde se encontró Agustín como obispo de Hipona, mientras el antiguo mundo romano se estaba desmoronando. Agustín fue siempre un realista, pero también un hombre de esperanza. Dirigió, alentó y sirvió fielmente a su pueblo durante un período extremadamente difícil, al tiempo que produjo algunos de los pensamientos más brillantes y fructíferos de la historia de la humanidad. Si León XIV puede transmitir una fracción de esa riqueza a través de su formación agustiniana, la Iglesia sanará y prosperará.

Necesitamos esta nueva vida. Lo necesitamos porque muchos de nosotros –demasiados en mi generación– vivimos nuestra fe principalmente como un código práctico de conducta diaria y de buena ética social. Pero esto no es cristianismo y para ello no necesitamos a Jesucristo ni su cruz. Los católicos en este país históricamente han sido forasteros y no bienvenidos. Durante el último siglo, hemos trabajado duro para ser aceptados en la cultura estadounidense. En cierto sentido, ésta se ha convertido en nuestra verdadera religión. Y hemos tenido un éxito tan notable que muchos de nosotros somos mucho más fielmente “estadounidenses” que “católicos”. El resultado es predecible.

Gran parte de la vida estadounidense actual es una mezcla de espiritualidad vana que no requiere mucho tiempo ni atención y un ateísmo práctico y generalizado que sí lo requiere. La disminución del número de católicos en todo el país es simplemente la verdad que se asoma a través de las capas de autoengaño que hemos acumulado como Iglesia a lo largo de medio siglo o más. La verdad puede ser dolorosa, pero nunca es negativa. La verdad nos hace libres: libres para cambiar; libres para recordar quiénes somos como católicos y por qué estamos aquí; y libre para hacerlo mejor.

La cuestión es ésta: lo que elegimos o no elegimos, lo que hacemos o no hacemos, importa. Agustín dijo que ser fiel en las cosas pequeñas es una gran cosa, y las pequeñas cosas que hacemos pueden tener consecuencias muy grandes. Nuestra tarea no es triunfar sino testimoniar. Recuperar la humildad acerca de nuestras apostasías silenciosas, la necesidad de una conversión más profunda y la claridad acerca de los desafíos que se avecinan para la vida católica en nuestro país: estos son los comienzos de la renovación de nuestra Iglesia y nuestra nación. Y podemos agradecer a nuestros actuales medios de comunicación y líderes políticos, de ambos partidos, por impulsar este proceso con el regalo involuntario de su mendacidad.

La historia es una gran maestra, y una de sus lecciones es ésta: bajo presión, los tibios se desvanecen. Pero los fieles se hacen más fuertes, más comprometidos con la verdad y, por tanto, más profundamente libres. Ésta ha sido siempre la historia de la Iglesia. Y Dios siempre gana. Siempre. A pesar de todos los insultos dirigidos a la Iglesia a lo largo de los siglos; a pesar de sus peores períodos de abandono y corrupción; A pesar de nuestros pecados, fracasos y actos más ingeniosos de autosabotaje como discípulos: estamos aquí hoy, en el nombre de Dios, por Su gracia.

Agustín también dijo que la gente siempre se queja de la oscuridad de los tiempos; pero nosotros somos los tiempos, somos nosotros los que hacemos los tiempos. Y si no mejoramos los tiempos en el nombre de Jesucristo, los tiempos nos harán peores en nombre de dioses menores y peores. Por eso es importante nuestra vida y nuestro servicio a la Iglesia.

He trabajado dentro y alrededor de la Iglesia durante 47 años. Fue un gran privilegio. He visto mucho, he hecho mucho y he aprendido mucho. Pero hay un problema. Las mismas cosas que hacen que las personas sean buenas en lo que hacen también pueden cegarlas a otras posibilidades, otras soluciones, otras ideas. Por eso los jóvenes católicos deben aprender de los dinosaurios [en el sentido de símbolos de antigüedad y de conexión con el pasado - n.d.r.] que los precedieron – dinosaurios como yo, pero espero que más inteligentes que yo – sin dejarnos atrapar por nuestros errores y nuestros límites.

A la mayoría de nosotros hoy en día nunca se nos pedirá que derramemos nuestra sangre por nadie ni por nada, incluida nuestra fe. Pero se nos pide vivir para Dios y para los demás, día tras día, todos los días, sin importar el coste. La vida en Jesucristo no es un conjunto de “debería y no debería”. Es una historia de amor; una familia de amigos unidos como hermanos y hermanas por su amor a Dios y por su amor, estímulo y apoyo mutuo. Esta experiencia de comunión cristiana ha sido el núcleo y el consuelo de mi matrimonio y de mi familia. Ha enriquecido nuestras vidas infinitamente con amigos que comparten la misión. Y no puedo desear mayor alegría y mayor bendición a quien lea estas líneas.

Francis X. Maier

SINODALIDAD, ¿de verdad cabemos todos? | P. Santiago Martín FM |




DURACIÓN 15 MINUTOS

martes, 20 de mayo de 2025

León XIV. ¡Qué decepción!



No podría ser más conciliar (o más bien conciliarista) que esto. Cito la conclusión del discurso pronunciado hoy por León XIV a los representantes de las demás religiones aquí presentes y las consiguientes reflexiones generales. No sin antes continuar con otras consideraciones sobre todo el contenido del documento. Por favor, profundice más a través de los numerosos enlaces de referencia porque de lo contrario tendría que escribir un artículo kilométrico (y no tengo fuerzas para ello).

Queridos todos, gracias nuevamente por vuestra cercanía. Invoquemos la bendición de Dios en nuestros corazones: que su infinita bondad y sabiduría nos ayuden a vivir como sus hijos y hermanos entre nosotros, para que la esperanza crezca en el mundo. Muchas gracias.

Es la falsa “hermandad” herética de Bergoglio.

Mientras tanto me pregunto en qué consiste Cristo en el Centro en el lema y en las palabras de este Papa, cuando sobre las afirmaciones precedentes me veo obligado a hacer las siguientes aclaraciones.

Todos somos criaturas de Dios, pero sólo podemos ser hermanos en Cristo, porque -en Él, con el sello del Bautismo- somos hijos adoptivos en el Hijo unigénito del Padre, a quien podemos decir Padre nuestro... [ ver ]

El defecto básico está en Gaudium et spes , 22 que afirma (y es la raíz de todas las herejías posteriores) “con la encarnación el Hijo de Dios se ha unido en cierto modo a todo hombre” ( Ipse enim, Filius Dei, incarnatione sua cum omni homine quodammodo Se univit ).

Permítame aclarar mi afirmación inicial. El Hijo es Uno y no fue creado sino engendrado antes de todos los siglos y se hizo hombre, en el seno de la Virgen María, en Jesús de Nazaret y no en toda la humanidad , aunque Cristo tomó la naturaleza humana para redimirnos, lo que hace posible la fraternidad (y mucho más)... Cristo Señor no da un sentimiento de fraternidad, cambia nuestra naturaleza, la transforma con su gracia que recibimos en los sacramentos; lo que nos permite vivir la fraternidad y comportarnos en consecuencia. De hecho, Cristo es el Verbo, la Segunda Persona de la Santísima Trinidad. Trinidad, engendrada, no creada, de la misma sustancia (consustancial) que el Padre, que se hizo hombre en Jesús, no en todos los hombres .

Por eso somos hijos sólo en el Hijo y sólo si lo acogemos. Por eso los hombres, criaturas siempre a imagen y semejanza de Dios, no participan ontológicamente de la naturaleza divina de Cristo sino que se hacen hijos -y reciben la filiación divina por adopción, es decir, ven su naturaleza humana incorporada y transformada pero no sustituida en el sello del Bautismo-, y, entonces, deben permanecer en Cristo Señor, pues de lo contrario se convierten en hijos degenerados. El Prólogo de Juan 12-13 nos enseña esto: “ Mas a todos los que le recibieron, a los que creen en su nombre, les dio potestad de ser hechos hijos de Dios; los cuales no son engendrados de sangre, ni de voluntad de carne, ni de voluntad de varón, sino de Dios .” Por tanto no creado, sino inserto en la generación eterna del Hijo, el amado, aquel en quien el Padre se complace porque reconoce su Verdadera imagen.

“Suyos”, es decir, los cristianos nos hacemos hijos por adopción –y no por naturaleza– y recibimos el don de irnos configurando cada vez más con Él (nuestra naturaleza se transforma pero no se sustituye), en sentido paulino (2 Co 3,18). Es lo que los Padres llaman Teosis , por la gracia que la vida de fe y por tanto de fidelidad nos dona a través de la oración y del munus sanctificandi de la Iglesia. Es precisamente esta distinción entre adopción-participación en Cristo y la naturaleza la que marca la diferencia. Y me parece que se crea confusión entre lo natural y lo sobrenatural al no tenerlo en cuenta.

Todos los hombres participan de la criatura y de la imagen del Creador, pero la connaturalidad , que es configuración con el Hijo Unigénito Jesucristo, se recibe en y desde la Iglesia. Lo cual no quiere decir que Cristo no se encarnó por todos y no salvó a TODOS; pero esa salvación no es un hecho automático: hay que acogerla (aquí está también la razón del pro multis ( aquí ) con respecto a todos ). Y es función de la Iglesia, confiada a ella por su Señor, anunciarla y dispensarla, de lo contrario ¿qué sentido tendría la Iglesia?

Así, el Vaticano II, al proponer una innovación como la prevista en el art. 22 GS, ha comportado un cambio en el sentido de la misión de la Iglesia, cuyo nuevo mensaje es ahora el siguiente: los hombres contemporáneos deben tomar conciencia de que, ya con la Encarnación, Cristo se ha unido a cada uno de ellos, elevándolo así a una dignidad sublime y confiriéndole una altísima misión, indicada por el Concilio y hecha propia por la Jerarquía como tarea específica; misión que consiste en realizar la paz en el mundo, la fraternidad universal en el diálogo que no pretende convertir sino adquirir las posiciones del adversario para superarlas en una comunión universal de amor, una Iglesia nueva, « ecuménica », un encuentro solidario de todos los pueblos y de todas las religiones!

Las declaraciones restantes

Leo con no poco horror la serie de otras referencias repetidas textualmente (que podéis leer en el documento aquí ), que lamentablemente confirman plena y sin vacilaciones los otros graves errores (eufemismo) de Bergoglio, a partir de ' Fratelli tutti ' ( aquí ), con la clara referencia a la declaración de Abu Dhabi ( aquí ) y, después, a Nostra Aetate ( aquí ) y a la falsa relación privilegiada con los judíos ( véase ) así como la falsa afirmación de que adoramos al mismo Dios que los musulmanes [véase aquí - aquí - aquí (la cuestión del "único Dios")]. Más sobre la sinodalidad ( aquí - aquí índice de artículos sobre el reciente sínodo).

No tengo palabras para expresar mi dolor y mi indignación. Me encomiendo al Señor para permanecer tranquilo en Él, confiado a Él en el Corazón de Su tierna Madre y nuestra, ahora en la convicción de que Él continúa poniéndonos a prueba; Mientras el mundo, también y sobre todo a causa de la grave crisis de la Iglesia, se desmorona... Nuestra civilización, surgida sobre las raíces grecorromanas del cristianismo, está extinta y ni siquiera se nos permite reavivarla con reflexiones y afirmaciones sentidas y precisas. Prueba de ello es también esta reciente iniciativa a nivel europeo ( La UE financia el Corán y borra el cristianismo ) que he publicado ( aquí ) para evitar que me censuren otro artículo y me retiren el blog.

Mañana publicaré una nota sobre la situación de la censura ahora casi diaria y las consiguientes iniciativas al respecto que, junto con el problema de género y cuestiones afines, se han convertido en temas tabú desde nuestro punto de vista auténticamente católico... En el fondo, ya no podemos hablar según nuestros parámetros de judíos o musulmanes o de inversiones de ningún tipo.Este artículo, en esta plataforma, también está en riesgo.

Tu consternada, pero no rendida, María Guarini

DISCURSO A LAS DELEGACIONES ECUMÉNICAS E INTERRELIGIOSAS CONVENIDAS PARA EL INICIO DEL MINISTERIO PETRINO DEL PAPA LEÓN XIV





Sala Clementina
Lunes, 19 de mayo de 2025






Queridos hermanos y hermanas:

Con gran alegría les dirijo mi cordial saludo a todos ustedes, representantes de otras Iglesias y Comunidades eclesiales, así como también a los de otras religiones, que han querido participar en la celebración inaugural de mi ministerio como Obispo de Roma y Sucesor de Pedro. Mientras expreso mi afecto fraterno a Su Santidad Bartolomé, a Su Beatitud Teófilo III y a Su Santidad Mar Awa III, les hago llegar también mi más sentido agradecimiento a cada uno de ustedes. Su presencia y su oración me sirven de gran consuelo y aliento.

Uno de los puntos clave del pontificado del Papa Francisco ha sido el de la fraternidad universal. En este tema, de verdad que el Espíritu Santo lo ha “impulsado” a dar grandes pasos hacia adelante en las aperturas e iniciativas que ya habían comenzado a asumir los Pontífices precedentes, sobre todo desde san Juan XXIII. El Papa de la Fratelli tutti promovió tanto el camino ecuménico como el diálogo interreligioso, y lo hizo sobre todo cultivando las relaciones interpersonales de modo que, salvaguardando los vínculos eclesiales, se valorizara siempre el aspecto humano del encuentro. Que Dios nos ayude a atesorar su testimonio.

Mi elección ha tenido lugar mientras se conmemora el 1700 aniversario del Primer Concilio Ecuménico de Nicea. Ese Concilio representa una etapa fundamental para la elaboración del credo compartido por todas las Iglesias y Comunidades eclesiales. Conforme estamos caminando hacia el restablecimiento de la plena comunión entre todos los cristianos, reconocemos que esta unidad debe ser unidad en la fe. En cuanto Obispo de Roma, considero uno de mis deberes prioritarios la búsqueda del restablecimiento de la plena y visible comunión entre todos aquellos que profesan la misma fe en Dios Padre, Hijo y Espíritu Santo.

En realidad, la preocupación por la unidad ha sido siempre una constante en mí, como atestigua el lema que he elegido para mi ministerio episcopal: In Illo uno unum, una expresión de san Agustín de Hipona que recuerda que también nosotros, aun siendo muchos, «en Aquel uno —o sea en Cristo—, somos uno» (Enarr. in Ps., 127,3). Nuestra comunión se realiza, en efecto, en la medida que convergemos en el Señor Jesús. Cuanto más le somos fieles y obedientes, más unidos estamos entre nosotros. Por eso, como cristianos, estamos llamados a orar y trabajar juntos para alcanzar paso a paso esta meta, que es y será siempre obra del Espíritu Santo.

Consciente, además, de que sinodalidad y ecumenismo están estrechamente relacionados, deseo asegurar mi intención de proseguir el compromiso del Papa Francisco en la promoción del carácter sinodal de la Iglesia Católica y en el desarrollo de formas nuevas y concretas para una sinodalidad cada vez más intensa en el ámbito ecuménico.

Nuestro camino común puede y debe entenderse también en un sentido amplio, que involucra a todos, según el espíritu de fraternidad humana al que me refería antes. Hoy es tiempo de dialogar y de construir puentes. Y por eso me alegra y agradezco la presencia de los representantes de otras tradiciones religiosas, que comparten la búsqueda de Dios y de su voluntad, que es siempre y únicamente voluntad de amor y de vida para los hombres y mujeres y para todas las criaturas.

Ustedes han sido testigos de los notables esfuerzos realizados por el Papa Francisco en favor del diálogo interreligioso. A través de sus palabras y acciones, ha abierto nuevas perspectivas de encuentro, para promover «la cultura del diálogo como camino; la colaboración común como conducta; el conocimiento recíproco como método y criterio» (Documento sobre la fraternidad humana por la paz mundial y la convivencia común, Abu Dabi, 4 de febrero de 2019). Y agradezco al Dicasterio para el Diálogo Interreligioso por el papel esencial que desempeña en esta labor paciente de alentar los encuentros y los intercambios concretos, orientados a construir relaciones basadas en la fraternidad humana.

Deseo dirigir un saludo especial a los hermanos y hermanas judíos y musulmanes. Debido a las raíces judías del cristianismo, todos los cristianos tienen una relación particular con el judaísmo. La Declaración conciliar Nostra aetate (cf. n. 4) subraya la grandeza del patrimonio espiritual común entre cristianos y judíos, alentando al conocimiento y la estima mutuos. El diálogo teológico entre cristianos y judíos sigue siendo siempre importante y es muy valioso para mí. Incluso en estos tiempos difíciles, marcados por conflictos y malentendidos, es necesario continuar con entusiasmo este diálogo tan valioso.

Las relaciones entre la Iglesia Católica y los musulmanes han estado marcadas por un compromiso creciente con el diálogo y la fraternidad, favorecido por el aprecio hacia estos hermanos y hermanas «que adoran al único Dios, viviente y subsistente, misericordioso y todo poderoso, Creador del cielo y de la tierra, que habló a los hombres» (íbid., 3). Este enfoque, basado en el respeto mutuo y en la libertad de conciencia, representa una base sólida para construir puentes entre nuestras comunidades.

A todos ustedes, representantes de las demás tradiciones religiosas, les expreso mi gratitud por su participación en este encuentro y por su contribución a la paz. En un mundo herido por la violencia y los conflictos, cada una de las comunidades aquí representadas aporta su sabiduría, su compasión y su compromiso con el bien de la humanidad y el cuidado de la casa común. Estoy convencido de que, si estamos unidos y libres de condicionamientos ideológicos y políticos, podremos ser eficaces al decir “no” a la guerra y “sí” a la paz, “no” a la carrera armamentista y “sí” al desarme, “no” a una economía que empobrece a los pueblos y a la tierra y “sí” al desarrollo integral.

El testimonio de nuestra fraternidad, que espero podamos manifestar con gestos concretos, sin duda contribuirá a construir un mundo más pacífico, como lo desean en lo más profundo de su corazón todos los hombres y mujeres de buena voluntad.

Queridos amigos, gracias nuevamente por su cercanía. Invoquemos en nuestros corazones la bendición de Dios: que su infinita bondad y sabiduría nos ayude a vivir como hijos suyos y como hermanos y hermanas entre nosotros, para que crezca la esperanza en el mundo. Les agradezco de corazón.

viernes, 16 de mayo de 2025

Una reflexión para tradicionalistas enragés


Veo mucho pánico y pesimismo entre los tradicionalistas respecto de León XIV, debido a su continuidad de pensamiento con Francisco. Creo que esta reacción es un error, por algunas razones sencillas.

1. Nunca fue muy probable que tuviéramos un Papa que no estuviera, en muchos aspectos, en continuidad con Francisco y con la mentalidad del Concilio Vaticano II. Sí, tal vez soñamos con Sarah, Erdö o Pizzaballa, pero siendo realistas, los progresistas son mayoría desde hace tiempo; e incluso un conservador habría rendido al menos homenaje verbal a su predecesor y al último Concilio. Lamentémoslo cuanto queramos, pero eso es “lo que se hace”.

2. Tampoco era muy probable que escapáramos a tener un Papa de la generación del “baby boom”. Sin embargo, hay una gran diferencia entre alguien nacido en 1936 y alguien nacido en 1955. Bergoglio alcanzó la mayoría de edad en medio del éxtasis delirante del Vaticano II y quedó marcado para siempre por aquella experiencia tipo “Woodstock”. Prevost tenía apenas 10 años cuando el Concilio concluyó, y aunque también creció en el páramo posterior, su relación con el evento fue muy distinta. Podríamos decirlo así: Bergoglio era emocionalmente codependiente del Vaticano II, mientras que Prevost sólo le guarda una adhesión conceptual. Es un paso hacia el futuro, hacia el próximo Papa, que estará menos comprometido incluso en lo conceptual, hasta que llegue el día en que un Papa vea al Vaticano II como uno más entre muchos Concilios. Sí, el proceso es muy lento, pero así funcionan las generaciones humanas; debemos recordar que los resultados instantáneos los dan las computadoras, no la historia.

3. Una diferencia en la personalidad y en el estilo de gobierno puede tener un impacto enorme. Hay innumerables indicios de que Prevost es una personalidad muy distinta de Bergoglio, en todos los sentidos positivos, y que no desea ir por el mundo haciendo enemigos y reprimiendo a las personas. Si tan solo lográramos un poco de oxígeno por algunos años, ya sería una victoria en este momento. Además, no cabe duda de que una de las razones por las cuales se eligió a un estadounidense fue para sanear el desastre financiero del Vaticano: “¡Seguramente un norteamericano podrá recaudar fondos y resolver problemas!”. Pero para hacerlo bien, debe dejar de librar guerras contra los conservadores y tradicionalistas, que tienen cierto peso en la percepción pública y, por tanto, influyen en el flujo de donaciones. Un hombre que intenta reparar una institución quebrada es más propenso a la discreción y a convocar a distintas voces a la mesa.

4. Le debemos a todo hombre en alta dignidad rezar por él, darle la oportunidad de ejercer su cargo, permitirle equivocarse (como todo ser humano caído), y abstenernos de condenas prematuras. No se trata de ingenuidad ni de ilusiones; es una cuestión de justicia y caridad, de lo que debemos a nuestros padres en todos los niveles: en la familia, en la parroquia, en la diócesis y en la Iglesia universal.
No se me malinterprete: no estoy diciendo que no debamos denunciar el mal cuando sea necesario. Pero, ¿acaso debemos hacerlo sin cesar, a toda hora? ¿No podríamos ejercer algo de autocontrol y, en vez de lanzar la próxima crítica, rezar un rosario? ¿Incluso considerar… ignorar al Papa por largos períodos, para evitar caer en una forma sutil de papolatría que lo convierta en el todo del catolicismo?

Algunos, sin duda, al leer esto, se verán tentados a decir: “¡Ajá! Entonces, ¿por qué no seguiste tu propio consejo con Francisco? ¡Siempre lo criticabas!”. Pues bien, en realidad, durante los primeros años hice todo lo posible por NO hacerlo, e incluso destaqué las cosas buenas y ortodoxas que decía y hacía (como se puede leer en los primeros capítulos de El camino del hiperpapismo al catolicismo, vol. 2). Sólo cuando los errores y las maldades comenzaron a clamar al cielo por justicia me vi obligado a hablar; era tiempo de confrontación y denuncia. Con León XIV, ni siquiera estamos cerca de ese punto. ¿Por qué no comenzar, entonces, con benevolencia y generosidad, en lugar de antagonismo?

Y por último, un recordatorio para todos:

No rezar por alguien porque se lo considera sin remedio constituye una forma del pecado de desesperación.

La oración es real, y la gracia que suplica también lo es: un mal Papa puede volverse aún peor si dejamos de rezar por él, y un buen Papa puede volverse mejor gracias a nuestras oraciones. Por eso, no dejaré de pedir al Señor que derrame Su gracia sobre este hombre que carga con el peso del mundo sobre sus hombros.

Peter Kwasniewski

jueves, 15 de mayo de 2025

Qué ocurrió en el cónclave



Todos sabemos que los cardenales y demás personal que ingresa al cónclave hace un solemne juramento de secreto con una gravísima amenaza: si revelan lo que allí ocurrió, sufren la pena de excomunión. Y también sabemos que hay un buen número de cardenales que creen en los efectos de la excomunión tanto como creen en Papá Noel. Es decir, no es extraño que hablen y que las noticias se filtren. Es por eso posible, en teoría, saber cómo se desarrolló el cónclave de la semana pasada.

Pero el problema no es entonces el secreto, sino los así llamados vaticanistas que, como periodistas, deben llenar páginas con lo que saben y con lo que imaginan, además de operar, y mentir, para beneficio de los sectores que les pagan que, invariablemente son progresistas de diverso pelaje. Por eso mismo, en los últimos días hemos encontrado varias versiones de lo ocurrido, y el elemento en común que tienen es que nunca los candidatos conservadores habrían recibido votos y, en cambio, pretenden convencer de que la elección de Robert Prevost fue sido una jugada maestra de los cardenales progresistas.

Nunca me convencieron esas versiones y elaboré la mía propia, sin ningún secreto cardenalicio revelado que me hubiese llegado al oído, y por simple deducción: los conservadores tenían un número de votos, aunque reducido, y los progresistas nunca habrían desistido de votar un candidato que no fuera puramente de ellos. Finalmente, una fuente confiable me pasó algunos datos que me animo a publicar no solamente por mi confianza en esa fuente, sino porque es verosímil y se ajusta más o menos a lo que yo había pensado.

En primer lugar, y algo que ya dije en estos días, el sector conservador venía preparando este cónclave desde hacía años. Tenían estrategias; no fueron crudos como les ocurrió en 2013.

En segundo lugar, y tal como lo informó el Corriere della sera, se produjo una reunión del grupo conservador, liderado por el cardenal Dolan, en el apartamento del cardenal Burke, en vía Rusticucci, pocos días antes del cónclave a la que concurrió el entonces cardenal Prevost.

¿Cómo fueron las votaciones?

Primera votación

Como todo el mundo esperaba, en esta votación se tomó la temperatura del ambiente lo que implicó una dispersión de preferencias. Sin embargo, cinco cardenales recibieron un número notable de votos.

Pietro Parolin. Fue el que más votos obtuvo, pero por debajo de los 50 que se creían seguros.

Robert Prevost tuvo un desempeño mucho mejor de lo esperado.

Luis Antonio Tagle, votado por el ala progresista dura.

Peter Erdö, votado por los más conservadores.

Anders Arborelius, votado también por el centro.

Segunda votación

El voto conservador divido entre Erdö y Arborelius alcanzó la cantidad prevista: no más de 30 votos, y se sabía que no iba a crecer y que no constituía el tercio de bloqueo. Es por ese motivo, y visto el panorama, que se activa la estrategia prevista con anticipación.

En la mañana del jueves, el cardenal Prevost mantiene una larga y fructífera conversación durante el desayuno con el cardenal Dolan que, como decíamos, era el líder de los votos conservadores.


Poco después, el cardenal Erdö y el cardenal Arborelius se retiran, como se había previsto en la estrategia.

De esta manera, Prevost alcanza y supera a Parolin en la votación: recibe sus votos originales más los aportados por el sector conservador.

Tercera votación

Ante esta situación, el cardenal Parolin no tiene más remedio que buscar un acuerdo con el cardenal Tagle y el sector progresista. Parolin había intentado antes del cónclave conseguir el apoyo de los conservadores que habían rechazado contundentemente tal posibilidad.

Sin embargo, muchos de los votantes de Tagle se niegan a apoyar a Parolin por motivos de animadversión personal. Era muy difícil que los alemanes o que Höllerich lo votaran. Por otro lado, se sabía que el Papa Francisco había dejado muy claramente señalado que no quería que su sucesor fuera el Secretario de Estado y los bergoglianos de paladar negro obedecerían a su caudillo.

Así las cosas, el cardenal Parolin no consigue recuperarse y, aunque suma algunos votos, son insuficientes. El cardenal Prevost, en cambio, crece y se acerca a los 89 votos.

Cuarta votación

La suerte estaba echada y el cardenal Parolin lo sabía. No podía arriesgarse a perder en la votación, pues hubiese sido una humillación intolerable para quien pasó los últimos doce años tratando de ser Papa y, por otro lado, sabía que le acarrearía inevitablemente perder su puesto. Anuncia, por tanto, que se retira.

Así entonces, el cardenal Robert Prevost se convierte en el papa León XIV con más de 100 votos

Sin embargo, unos 30 cardenales progresistas duros prefieren un voto de protesta, y escriben en sus papeletas el nombre de una mezcla heterogénea de cardenales, entre los que se encuentra sobre todo Mario Grech y Jean-Marc Aveline.

Conclusión: A diferencia de lo que dice la prensa naturalmente progre y los periodistas pautados, como la inefable Elisabetta Piqué, la elección del cardenal Prevost no fue un triunfo de los bergoglianos. Todo lo contrario: ganó con el voto imprescindible de los conservadores. Y éstos no actuaron como último remedio, sino como fruto de una estrategia muy bien pensada y sabiendo perfectamente a quien estaban votando. Y, hasta ahora, no los ha defraudado.

Los primeros días del Papa León XIV



A casi una semana de su aceptación, el papa León ya está provocando debates en los medios de comunicación de todo el mundo. Manteniendo una perspectiva equilibrada, es justo decir que todavía es demasiado pronto para ofrecer una interpretación histórica o incluso teológica de su pontificado. Sin embargo, poco a poco podemos destacar algunos detalles indicativos de su liderazgo eclesiástico que ya han salido a la luz en estos primeros días.

Cristo, el Papa, la Iglesia

Una pequeña aclaración: mirar el pasado de un Papa como obispo y cardenal es ciertamente útil para comprender su pensamiento, pero hay que recordar que tal análisis es siempre bastante limitante.

Esto es cierto por dos razones, una natural y otra sobrenatural, por así decirlo. La razón natural es que una vez que un hombre se convierte en Papa, y por lo tanto se vuelve injuzgable (según la famosa fórmula canónica: Prima Sedes a nemine judicatur nisi a Deo), puede expresar posiciones que antes había mantenido discretas u ocultas, ya sea para evitar presiones o marginaciones por parte de autoridades superiores.

La razón sobrenatural, en cambio, está relacionada con la gracia del Estado.

No hay que olvidar que cuando un cardenal es elegido Papa y pronuncia la famosa palabra Accepto («Acepto»), está sellando un contrato matrimonial y sobrenatural entre él y la Iglesia. En este sentido, el Papa es verdaderamente el Vicario de Cristo, donde «vicario» significa aquel que comparte plenamente el poder que se le ha confiado. Cristo es el Sumo Pontífice de la Iglesia, Cristo es el Esposo de la Iglesia, pero al entregar las llaves del Cielo a Pedro, le concede toda su autoridad, sin que Pedro pueda ir «más allá» de ella. Sin embargo, tampoco puede disminuir el poder del papado.

Pues bien, la gracia de estado del papado puede transformar verdaderamente al hombre designado para tan gran ministerio.

El Magisterio de las Lágrimas

Volvamos por un momento al día en que el Papa León apareció en el balcón de la Plaza de San Pedro. Pocos analistas han destacado, quizás, las lágrimas que Prevost mostró al mundo. Esas lágrimas no deben darse por sentadas, a pesar de que el lugar donde el Papa se prepara antes de hacer su primera aparición pública se llama la «Sala de las Lágrimas». Esa emoción es el signo de esa debilidad enteramente humana que Dios puede transformar en fuerza.

El papado no es principalmente un honor, sino una gran cruz. Después de todo, el Papa es el Vicario de Cristo, y en todo, está llamado a compartir el poder del Señor, incluida la cruz. Creo que el Papa León es consciente de esto.

Durante la Missa pro Ecclesia (9 de mayo de 2025), en su primera homilía como Pontífice, dijo explícitamente: «Me has llamado a llevar esa cruz y a ser bendecido con esa misión«. Esas lágrimas ya son un acto magistral, renovado el domingo pasado durante el primer Regina Coeli de Leo.

La crisis de la ley

Hay otro aspecto que me gustaría destacar. En un artículo mío publicado en The European Conservative en vísperas del Cónclave de 2025, escribí:

«Un aspecto que [Benedicto XVI y Francisco] descuidaron, aunque de maneras muy diferentes, fue el papel del derecho en la vida de la Iglesia. Benedicto XVI prefirió recurrir lo menos posible a los mecanismos legales, favoreciendo un liderazgo más espiritual que institucional. Francisco, por otro lado, a menudo ha eludido o incluso torcido la ley para sus propios fines, usándola selectivamente. […] Sin embargo, esta misma «crisis de derecho» —marcada por normas ignoradas, procedimientos improvisados y expulsiones injustificadas— sigue siendo uno de los legados más graves y estructurales que han quedado. Es poco probable, sin embargo, que los cardenales lo reconozcan como tal. Es probable que las dinámicas en juego se desarrollen en otros frentes: pastoral, geopolítico, mediático e incluso económico. El riesgo, sin embargo, es que se siga pasando por alto un problema que socava la cohesión y la credibilidad de la Iglesia desde dentro y a largo plazo».

Hasta cierto punto, mi preocupación ha sido reconocida. El nuevo Papa es matemático, filósofo, teólogo y canonista. Además, es agustino, y el mismo san Agustín afirmaba que la paz —una de las palabras clave de su agenda— es «la tranquilidad del orden» (cfr. De Civitate Dei XIX, 13.1).

Un hombre que es a la vez matemático y canonista inspira esperanza, no sólo por el rigor del método y el amor por la precisión y el orden, sino también por su conciencia de este aspecto específico de la crisis de la Iglesia: la crisis del derecho. Además, es muy tranquilizador saber que el Papa recién elegido está abierto a las propuestas y a los consejos de dos estimados cardenales, canonistas y conservadores, como el húngaro Péter Erdő y el estadounidense Raymond Leo Burke, dos figuras eclesiásticas que, sin duda, son conscientes de la actual crisis del derecho y del derecho en la Iglesia católica.

Sin embargo, el nuevo Papa es también filósofo y teólogo. Esto no se da por sentado. Hoy, de hecho, hay una tendencia a estudiar filosofía sin teología, o teología sin filosofía, pero este es un enfoque moderno y erróneo, contraproducente y perjudicial, porque no se puede comprender completamente una de las dos sin la otra. Además, Robert Francis Prevost estudió filosofía en los Estados Unidos de América, en la Universidad de Villanova (Pensilvania). ¿Por qué es tan importante este aspecto? La respuesta es simple: la filosofía no se estudia de la misma manera en todo el mundo. Hoy en día, existen dos grandes tradiciones de estudio filosófico a nivel mundial: el modelo continental y el modelo analítico.

El modelo continental se desarrolló principalmente en Europa con pensadores como Hegel, Heidegger y Derrida. Este modelo favorece una visión holística de los problemas más que su análisis, pero sobre todo prefiere el enfoque histórico, a menudo vinculado a la experiencia subjetiva y al cambio de las condiciones sociales. Los filósofos continentales tienden a explorar temas como la existencia, la conciencia y la sociedad, utilizando un estilo más literario y menos estructurado en comparación con los filósofos analíticos. Joseph Ratzinger es un ejemplo de teólogo continental.

Los filósofos analíticos, por su parte, buscan descomponer los problemas filosóficos en partes más simples (análisis, precisamente), utilizando un método riguroso, lógico y sistemático para llegar a conclusiones precisas y verificables. Este último enfoque está mucho más cerca de la escolástica medieval, que se basaba en la argumentación lógica y en un método dialéctico para profundizar en la teología y la filosofía, y en el supuesto de que la verdad es objetiva. Prevost estudió este tipo de filosofía, supongo. Me gustaría subrayar que este aspecto de la formación de Prevost no es marginal: escribo esto como filósofo que estudió bajo ambos modelos, en Italia (continental) y en Suiza (analítico).

Las palabras clave del pontificado de León XIV

En el artículo anterior de presentación de León XIV, afirmé que hay tres palabras que presentan su agenda de gobierno. Estamos a la espera de la publicación de su primera encíclica —que suele ser también programática para todo el pontificado— para confirmar o corregir el análisis. Sin embargo, creo que ya puedo discernir una cuarta palabra clave muy importante.

Recapitulando: las palabras son «paz» y «justicia» con respecto a las relaciones exteriores de la Iglesia, hacia el mundo; y la «unidad» y la «misión» en lo que se refiere a las relaciones internas de la Iglesia, con sus propios hijos. Se trata, sin duda, de cuatro exigencias apremiantes de la vida eclesial contemporánea. El escudo oficial del papa León lleva como lema una cita de San Agustín: in illo uno unum, «en el único Cristo somos uno». Este lema es explicativo en este sentido.

Sin embargo, como he escrito en otro lugar, debemos superar el riesgo de confundir la unidad de la Iglesia —uno de sus cuatro signos esenciales, fundada en la verdad— con una confederación de posiciones diversas e incluso contradictorias. No espero de este Pontífice una solución rápida o repentina a este grave problema de la Iglesia de hoy, porque el Papa debe guiar y gobernar la institución de Cristo con prudencia y sano realismo.

Sin embargo, es ciertamente necesario que comience a trabajar en esta dirección. He aquí, pues, una de las grandes tareas de este Papa: trabajar por la verdadera unidad de la Iglesia.

Como se ha dicho, el Papa León XIV fue elegido como un Papa de convergencia. Reunió los votos de los que amaban a Bergoglio, de los que se habían opuesto a él en mayor o menor medida, de los que querían bloquear a Parolin, de los que simplemente se dejaban llevar y de los que creían sinceramente en el ex prefecto de los obispos. En resumen, Prevost fue el nombre que unió a todos, pero esto no es suficiente para crear la unidad de los católicos.

La verdadera unidad es la comunión, es decir, tener juntos un munus, un don divino, que es la fe católica, es decir, universal, destinada a todos los hombres de buena voluntad.

La cuarta palabra clave a destacar es «misión». A lo largo de los últimos doce años, el papa Bergoglio, muy astutamente, retóricamente hablando, ha repetido continuamente que hay una diferencia sustancial entre proselitismo y misión, y que los católicos deben ser misioneros sin tratar de hacer prosélitos.

Una distinción artificial, no inmediatamente clara, y evidentemente de origen rahneriano: según el jesuita Karl Rahner, de hecho, no sería necesario hablar de Jesucristo para ser misioneros. Habló del «cristianismo anónimo», un concepto que sigue siendo muy popular entre los jesuitas de hoy.

De acuerdo con esta idea, incluso aquellos que no son formalmente cristianos pueden vivir de acuerdo con los valores cristianos y así ser salvados por la gracia de Dios. Rahner sostenía que Dios obra en cada persona, independientemente de su religión, y que aquellos que viven con «amor y justicia», incluso sin conocer el cristianismo, pueden ser considerados «cristianos anónimos». La necesidad de la gracia sacramental, por lo tanto, no solo queda relegada a un segundo lugar, sino que se elimina.

Para Francisco, del mismo modo, «misión» significaría anunciar el Evangelio a través de obras de amor (léase: filantropía), sin invitar a nadie a la conversión. El proselitismo, por otro lado, sería un intento agresivo de convencer a otros de cambiar de religión, a menudo con insistencia o presión.

Como es evidente, no hay término medio entre estos dos polos. El sentido auténticamente católico de la misión ha sido siempre otro: mostrar a los demás, con el ejemplo de vida y la enseñanza de la doctrina, la necesidad de convertirse en cristianos para alcanzar la salvación eterna.

El Papa León parece haber retomado la centralidad de Cristo y la necesidad de tener a Cristo como único punto de referencia para llevar al hombre de vuelta a Dios. Este aspecto nos invita a reflexionar sobre otra dimensión importante del nuevo pontificado leonino.

¿Un Papa que «convertirá» el léxico de Bergoglio?

Quien espera que Prevost borre o se pronuncie claramente y con firmeza contra el Magisterio de Bergoglio no sólo piensa con mucha ingenuidad, sino que también olvida que la Iglesia siempre ha sido gobernada según un criterio de prudencia y con la mirada puesta en el largo plazo.

Aquellos que lean mis escritos habrán notado que a menudo me gusta recordar el antiguo adagio romano que representa el modus operandi de la Iglesia Católica Romana: cunctando regitur mundum, «se gobierna el mundo demorando». Este criterio es fundamental, y es bien conocido y aplicado incluso por los revolucionarios, porque es el único eficaz.

También Francisco, como buen jesuita, conocía y aplicaba este principio. En este sentido, hay que entender otra frase recurrente y aparentemente críptica de Bergoglio: «El tiempo es mayor que el espacio». La interpretación precisa de estas palabras nos fue dada en su momento por el cardenal ultrabergogliano Víctor Manuel Fernández, quien, en una entrevista el 10 de mayo de 2015 con el periódico italiano Il Corriere della Sera, dijo:

«El Papa se mueve lentamente porque quiere estar seguro de que los cambios tienen un impacto profundo. La lentitud es necesaria para su efectividad. Sabe que hay algunos que esperan que con el próximo Papa todo vuelva a ser como antes. Si uno va despacio, es más difícil volver atrás. Lo deja claro cuando dice que el tiempo es mayor que el espacio. (…) Hay que entender que su objetivo es reformas irreversibles. Si un día siente que le queda poco tiempo, y que no lo suficiente para hacer lo que el Espíritu le pide, pueden estar seguros de que se acelerará».

Esto es exactamente lo que sucedió. Francisco aceleró durante el período final de su reinado, temiendo no tener tiempo suficiente para colocar todas las premisas revolucionarias, las cuales, como malas hierbas nocivas, continuarán brotando e infestando el buen campo incluso después de su muerte, a menos que alguien tome medidas para arrancarlas de raíz.

El Papa Prevost, independientemente de su opinión real sobre el pontificado de Bergoglio, es muy consciente del daño causado por su predecesor y, hasta cierto punto, creo, tratará de remediarlo.

Uno de los métodos que adoptará, para no escandalizar a la gran multitud de católicos que, de hecho, desconocen lo que realmente ha sucedido en las últimas décadas, consistirá en una «conversión» gradual de los muchos conceptos introducidos por Francisco. Al fin y al cabo, no hay que olvidar que la estrategia constante de los neomodernistas es terminológica: no consiste tanto en acuñar nuevas palabras, como en utilizar el vocabulario de la tradición católica, vaciándolo de su significado original y llenándolo de contenido revolucionario.

Lo que el Papa Prevost puede (y debe) hacer es tomar estas mismas palabras y rellenarlas con su auténtico significado. La palabra «misión», por ejemplo, puede volver a ser cristocéntrica.

Del mismo modo, la palabra «sinodalidad» puede sufrir la misma restauración saludable. Después de todo, el concepto de «sínodo» es auténticamente católico. Se refiere a todo el colegio de obispos reunido para discutir asuntos relacionados con la fe, la moral y el cuidado pastoral. El término proviene del griego synodos, que significa «caminar juntos», pero se refiere a la dimensión consultiva del episcopado, no a una transformación democrática de la Iglesia Católica.

El Papa, de hecho, nunca ha sido una mónada. Si bien tiene el primado sobre todos los obispos del mundo y es la fuente de la potestad de jurisdicción, es oportuno y prudente que escuche las necesidades, las peticiones y las llamadas del Pueblo de Dios, a través de la mediación de los «supervisores» —los mismos obispos— que están llamados en todo el mundo a alimentar a los cristianos con el pan de la Palabra y de la Eucaristía.

El Papa León XIV podría devolver el peso y el papel propios a los cardenales que, según el Derecho Canónico, «asisten al Romano Pontífice, actuando colegialmente cuando son convocados juntos para considerar asuntos de la mayor importancia, e individualmente, a través de los diversos oficios que cumplen para ayudarlo, especialmente en el cuidado cotidiano de la Iglesia universal» (can. 349); y lo mismo a los obispos.

Recordemos que «es [exclusivamente] prerrogativa del Romano Pontífice, según las necesidades de la Iglesia, determinar y promover los modos en que el Colegio de los Obispos puede ejercer colegialmente su función para la Iglesia universal» (can. 336 § 3).

Además, el Código de Derecho Canónico dedica una sección entera al concepto del Sínodo de los Obispos. Allí leemos:

«El Sínodo es un grupo de obispos que han sido elegidos de diferentes regiones del mundo y se reúnen en momentos fijos para fomentar una unidad más estrecha entre el Romano Pontífice y los obispos, para ayudar al Romano Pontífice con sus consejos en la conservación y el crecimiento de la fe y la moral y en la observancia y el fortalecimiento de la disciplina eclesiástica. y considerar las cuestiones relativas a la actividad de la Iglesia en el mundo». (Can. 342)

No es de escándalo, entonces, que el Papa León diga: «Queremos ser una Iglesia sinodal, una Iglesia que camina» (8 de mayo de 2025). Francisco utilizó la sinodalidad como pretexto, por un lado, para ampliar el poder consultivo de los obispos a los laicos, e incluso a los no creyentes y enemigos de la Iglesia, con el fin de democratizar las definiciones de fe y moral; y, por otro lado, centralizar en sus manos el gobierno de la Iglesia.

León podría utilizar la misma sinodalidad para restaurar el papel consultivo de obispos y cardenales y la subsidiariedad de la Iglesia, según la cual el Papa es responsable de resolver las disputas de interés común, mientras que los obispos se encargan de los asuntos locales debido a su mayor proximidad a ellos.

También en cuanto a la sinodalidad, es oportuno recordar lo que dijo Robert F. Prevost en Chiclayo, Perú, el 14 de marzo de 2023. Era el día en que el monje agustino, hasta entonces obispo de Chiclayo, se despedía de su diócesis por haber sido nombrado por Francisco prefecto del Dicasterio para los Obispos y presidente de la Pontificia Comisión para América Latina:

«Ayer se cumplieron diez años de la elección del Papa Francisco. Conocí a Jorge Mario Bergoglio, arzobispo de Buenos Aires. En ese momento, yo era el general de los agustinos. Me había encontrado con él varias veces, y cuando fue elegido, dije a algunos de mis hermanos: «Bueno, esto es algo muy bueno: gracias a Dios nunca llegaré a ser obispo». No le diré la razón, pero digamos que no todos los encuentros con el cardenal Bergoglio fueron siempre de pleno acuerdo, digamos, entre nosotros dos, no siempre de mutuo acuerdo».

Algunas consideraciones finales

El gesto simbólico de León XIV instalándose en el Palacio Apostólico, rompiendo con la anomalía introducida por Francisco, marca un retorno visible a la solemnidad del papado y a su papel universal, no reducible al de un simple obispo de Roma.

En continuidad con esta elección, la sincera devoción mariana manifestada por el nuevo Pontífice —como lo demuestra su visita al Santuario de Nuestra Señora del Buen Consejo en Genazzano y el canto espontáneo del Regina Coeli en su primera ocasión— revela un corazón profundamente anclado en la espiritualidad católica, donde María es el principio de toda auténtica renovación eclesial.

Sin embargo, para discernir la dirección real de este pontificado, será decisivo observar a quién León XIV confiará la dirección de los dicasterios romanos: una elección que podría confirmar o contradecir la dirección inicial.

La pregunta fundamental sigue siendo, aunque nunca demasiado lejana, ¿será un Papa en plenitud, o se limitará a ser el Obispo de Roma? Porque es la crisis del Papado y del Magisterio, y no otra cosa, la que está en la raíz de la crisis del sacerdocio, de la liturgia y de la fe misma. Sólo una auténtica restauración de la autoridad doctrinal puede reabrir plenamente los caminos de la gracia en el seno del cuerpo eclesial.

Gaetano Masciullo