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sábado, 28 de junio de 2025

Carta de Carlo Acutis a un profesor confundido

INFOVATICANA

Carlo Acutis durante una caminata al aire libre con mochila y gafas de sol 

¡Paz y alegría en Cristo resucitado! Le saludo desde el Paraíso, donde las discusiones sobre liturgia suenan un poco distintas, créame. He visto que se ha tomado usted la molestia de hablar sobre mí y sobre la manera en que yo vivía mi fe eucarística. Le agradezco el interés. Pero, si me permite decírselo con la sinceridad de un chico que no tenía miedo de quedar mal con tal de defender a Jesús, hay en sus palabras —y en algunas de sus enseñanzas— cosas que me duelen. No por mí, sino por Él.

Según usted, yo soy víctima de una “mala educación eucarística”: una de una visión arcaica y milagrera de la Eucaristía. Y me fijo más en lo “inesencial” que en “el cuerpo eclesial”. ¡Simpático! Mire, profesor: yo era muy normal. Me gustaban los videojuegos, me encantaba comer pizza y ver a mis amigos. Pero había una diferencia: Jesús Eucaristía era el centro de mi vida. Y me daba cuenta de que muchos no lo sabían. ¿Cómo no iba a hacer todo lo posible para mostrarlo? Si tuviera que nacer otra vez, haría lo mismo. Porque uno no se guarda el secreto del cielo cuando lo ha encontrado. Supe que «la Eucaristía era mi autopista al Cielo», la tomé y… aquí estoy, animando a otros a tomar la misma ruta.

Desde aquí, donde todo se ve a la luz del Amor eterno, no puedo evitar una sonrisa —de esas que aquí no se borran— al conocer sus recientes palabras sobre mí y sobre mi humilde trabajo para dar a conocer los milagros eucarísticos, que dio lugar a una exposición internacional con decenas de casos documentados, apoyada por obispos y aprobada por la Iglesia. ¡Quién me hubiera dicho que un joven nerd de los ordenadores acabaría metido en una polémica litúrgica! Aquí en el cielo todo se ve con una claridad y una paz inmensas: no hay espacio para la confusión. Todo se comprende a la luz del Amor, ese Amor que es Verdad, Belleza y Fidelidad. El cielo no está hecho de opiniones humanas, sino de la fidelidad a la Verdad revelada.

Le confieso que me hace gracia ver cómo un pobre chico de zapatillas y mochila puede convertirse en objeto de tanta atención. ¡Y eso que lo único que quise fue ayudar a otros a descubrir lo que yo encontré tan joven y tan claro! Verá usted, yo no pretendí fundar escuelas ni agitar el “espíritu del concilio”. Solo me enamoré de la Eucaristía. Me bastó una Hostia consagrada para entender que ahí está todo: el misterio, la belleza, la Iglesia entera. Yo no entendía muchas cosas… pero eso sí lo entendí. Créame: nunca quise imponer nada, solo compartir lo que había descubierto como el centro de mi vida: Jesús Eucaristía. Él es el motor, el destino y el corazón palpitante de la Iglesia. Todo lo demás —las formas, las ideas, incluso nuestras queridas discusiones teológicas— solo tienen sentido si nos llevan a Él. Estoy seguro de que, si le dejamos un poco de lado nuestras agendas, nuestras categorías y nuestros filtros, volveremos todos a poner a Cristo en el centro. Porque, al final, ¿de qué nos sirve la mejor teoría litúrgica si olvidamos que es Dios mismo quien se hace presente?

Usted ha estudiado, tiene voz, tiene influencia. Pero, por favor, use ese don para confirmar en la fe, no para sembrar dudas. No necesitamos una Iglesia “más moderna”, sino más santa. El mundo no tiene hambre de experimentos teológicos, sino de verdad, de consuelo, de salvación. Si usted dice que la transubstanciación contradice la metafísica, o promueve bendiciones para uniones contrarias al plan de Dios, o sugiere reemplazar el concepto de indisolubilidad del matrimonio por el de “vínculo indisponible”, o aboga por la legitimidad moral de los anticonceptivos, o niega que la Iglesia tenga autoridad definitiva sobre moral sexual, o reivindica el diaconado para las mujeres, o habla de cambios litúrgicos que vacían de contenido el misterio… está usted arriesgándose mucho.

Jesús no vino a dialogar con las modas del mundo, vino a salvarnos del pecado. Y ese Salvador está realmente presente en cada Santa Misa. Quizá hoy se discute tanto sobre los signos que se olvida al Significado. Aquí arriba he aprendido que todo lo verdadero, lo bello y lo bueno se resume en un encuentro personal con Cristo. La liturgia no es campo de batalla, sino umbral del cielo. Jesús en la Santa Misa no es un símbolo ni una memoria piadosa. ¡Es Él mismo, con su Cuerpo, su Sangre, su Alma y su Divinidad! No lo dice un adolescente milanés apasionado por los milagros eucarísticos: lo dice el mismo Señor, lo ha dicho la Iglesia siempre, lo proclamaron los mártires y lo enseñó el Concilio de Trento, el Vaticano II y todos los santos que me han hecho compañía en esta aventura del cielo.

Le pido que no me vea como un símbolo, sino como un simple chico enamorado de la Eucaristía. Espero que algún día podamos reírnos juntos de todo esto… ¡delante de Jesús! Le prometo mi oración, profesor. Le aseguro que aquí arriba se reza también por los teólogos (y mucho). Yo, si me deja, le encomiendo especialmente para que su corazón sienta con fuerza la dulzura de Jesús Eucaristía y un día celebremos juntos, cara a cara, la Liturgia celestial, donde no hay rúbricas que valgan más que el Amor.

Con afecto sincero, y mi oración por usted, Carlo Acutis, el eternamente “maleducado eucarístico”

Por Monseñor Alberto González Chaves

Andrea Grillo, ideológo de la persecución litúrgica, arremete contra Carlo Acutis


 
Carlo Acutis

“Maleducazione eucaristica” o teología desnutrida: cuando los teólogos critican a los santos

La reciente diatriba de Andrea Grillo contra el beato Carlo Acutis —publicada el 17 de junio en el blog Come se non, hospedado en la revista Munera— merece figurar en una antología del progresismo teológico: no por brillante, sino por previsible, enconada y ciega.

El artículo de Grillo, titulado Il giovane Carlo Acutis e la maleducazione eucaristica, pretende “salvar” a Carlo de los “malos maestros” que —según él— lo habrían desviado hacia una visión arcaica y milagrista de la Eucaristía. El problema, sin embargo, no es Carlo. Es Grillo.


Un adolescente contra setentones desencantados

¿Qué molesta tanto a Grillo? ¿Que un adolescente de 14 años tuviera fe suficiente para creer en los milagros eucarísticos? ¿Que promoviera una exposición internacional con decenas de casos documentados, apoyada por obispos y aprobada por la Iglesia? ¿O que ese mismo adolescente, sin pasar por sus seminarios de pensamiento ni por sus blogs, hoy sea beato y camine hacia los altares?

Grillo se escandaliza de que Carlo no desarrollara una “teología eucarística moderna”, como si un muchacho de 14 años tuviera que escribir Ecclesia de Eucharistia para ser santo. Lo acusa de una obsesión por “lo inessenziale”, porque se centró en los milagros, en lugar de dar conferencias sobre “el cuerpo eclesial”.

Pero lo que realmente deja en evidencia el artículo es otra cosa: que a muchos teólogos les molesta la santidad cuando no la pueden controlar, cuando no sale de sus cátedras, cuando no obedece a su jerga gastada y a su liturgia desencarnada.

El arquitecto de la represión litúrgica

No es un detalle menor: Andrea Grillo fue el ideólogo principal de Traditionis Custodes. Muchos en Roma lo reconocen como el teólogo de cabecera del Papa Francisco en materia litúrgica, el mismo que calificó la Misa tradicional como un “rito cerrado, inerte y sin vigor” y reclamó su desaparición definitiva.

Grillo no sólo fue el inspirador del motu proprio que asfixió a la Misa tradicional, sino que ha defendido abiertamente posturas incompatibles con la fe católica:

  • Bendición de uniones homosexuales: en su libro Può una madre non benedire i propri figli? (2021), promueve su reconocimiento pastoral.
  • Negación de la transubstanciación: afirmó que “Transubstantiatio non è un dogma” y que “contradice la metafísica” (Munera, 17/12/2017).
  • Ordenación femenina: aboga por abrir el diaconado a mujeres (Munera, 9/11/2017; Adista, 25/5/2019).
  • Uso de anticonceptivos: firmante del Catholic Scholars’ Statement (Wijngaards Institute, 2016), que pide admitir su legitimidad moral.
  • Relativismo moral: niega que la Iglesia tenga autoridad definitiva sobre moral sexual (Munera, 30/6/2021).
  • Indisolubilidad del matrimonio: sugiere reemplazarla por el concepto de “vínculo indisponible” (Munera, febrero 2014).
Este es el teólogo que hoy acusa a Carlo Acutis de “maleducación eucarística”. El contraste no puede ser más elocuente: un adolescente enamorado de la Eucaristía, y un profesor que niega sus fundamentos más básicos.

Desprecio a lo sobrenatural

La parte más reveladora del artículo es cuando Grillo critica las palabras de tres prelados que introducen la exposición de los milagros eucarísticos recopilada por Carlo. No por lo que dicen —que es teológicamente ortodoxo— sino porque “parecen venir de otro mundo”, porque insisten en la presencia real, porque hablan de prodigios, de conversiones, de signos que conmueven.

En el mundo de Grillo, eso es “maleducación eucarística”.
Pero en el mundo de los santos, eso es fe católica.

¿Que los milagros no son “objeto de fe”? De acuerdo. Pero la Iglesia siempre los ha considerado signos providenciales, ayudas para la conversión, y no estorbos. ¿Desde cuándo defender la transubstanciación con palabras claras y directas —como lo hace el P. Coggi— es un error teológico?

Tal vez el problema no es Carlo. El problema es que muchos adultos se han acostumbrado a una liturgia sin misterio, una misa sin presencia real, una Eucaristía sin adoración. Y cuando un joven se atreve a recordar que “la Eucaristía es mi autopista al Cielo”, lo acusan de supersticioso.

La nueva herejía: creer en los milagros

Grillo concluye acusando a los que rodearon a Carlo —y a quienes difunden su legado— de ser los responsables de una “grave maleducación eucarística”.

Grillo teme que los jóvenes imiten a Carlo. Nosotros lo esperamos con ansias.

Jaime Gurpegui 

miércoles, 11 de diciembre de 2024

San Dámaso, Papa del siglo IV




Es el XXXVII Pontífice de la Iglesia. San Dámaso, de origen español, nació hacia el año 305. Su pontificado comprende desde el año 366 al 384. Fue diácono de la Iglesia de Roma durante el pontificado del Papa Liberio.

(Catholic.net)- Su elevación a la cátedra de Pedro no se vio exenta de contrastes debido a los enfrentamientos de los dos partidos contrapuestos. Pero los frutos de su pontificado no se dejaron esperar. Ignorando las amenazas imperiales, depuso a los obispos que se habían adherido al arrianismo y condujo a la Iglesia a la unidad de la doctrina. Estableció el principio de que la comunión con el obispo de Roma es signo de reconocimiento de un católico y de un obispo legítimo.

Durante su pontificado hubo una explosión de ritos, de oraciones y de predicaciones, con nuevas instituciones litúrgicas y catequéticas que alimentaron la vida cristiana. A la iniciativa de este Papa se deben los estudios para la revisión del texto de la Biblia y la nueva traducción al latín (llamada Vulgata) hecha por San Jerónimo, a quien San Dámaso escogió como secretario privado.

En estos años la Iglesia había logrado una nueva dimensión religioso-social, convirtiéndose en un componente de la vida pública. Los obispos escribían, catequizaban, amonestaban y condenaban pública y libremente.

En el año 380, con ocasión del sínodo de Roma, el Papa Dámaso expresó su agradecimiento a los jefes del imperio que habían devuelto a la Iglesia la libertad de administrarse por sí misma. Con esta libertad conquistada, los antiguos lugares de oración como las catacumbas se habrían arruinado si este extraordinario hombre de gobierno no hubiera sido al mismo tiempo un poeta sensible a los antiguos recuerdos y a las gloriosas huellas dejadas por los mártires. Efectivamente, no sólo exaltó a los mártires en sus famosos “títulos” -epigramas grabados en lápidas por el calígrafo Dionisio Filocalo-, sino que los honró dedicándose personalmente a la identificación de sus tumbas y a la consolidación de las criptas en donde se guardaban sus reliquias.

En la cripta de los Papas de las catacumbas de San Calixto, él añadió: “Aqui, yo, Dámaso, desearía fueran enterrados mis restos, pero temo turbar las piadosas cenizas de los mártires”. San Jerónimo sostiene que el Papa Dámaso murió casi a los ochenta años. Fue enterrado en la tumba que él mismo se había preparado, humildemente alejada de las gloriosas cenizas de los mártires, sobre la vía Ardeatina. Más tarde sus restos mortales fueron trasladados a la iglesia de San Lorenzo.

Publicado en Catholic.net.

viernes, 22 de noviembre de 2024

Cecilia, aquella apasionada mujer que fue torturada y degollada por convertir a los suyos



Hay personas en la historia que parecen estar hechas de una madera especial. No solo por su carisma, liderazgo o capacidad de resistencia frente a la persecución, sino porque, con una imperturbable confianza en algo más grande que ellos, decidieron llevar adelante un plan que, a ojos de los demás, podría haber parecido condenado al fracaso desde el principio. Personas como Tomás Moro, Francisco de Asís o Juan Pablo II pudieron haber elegido un camino más cómodo, que sin duda les habría facilitado la vida.

Oponerse, con un silencio coherente, a los deseos de un rey y, como consecuencia, ser encarcelado y decapitado, no es algo que atraiga a nadie. Dejar la vida acomodada de 'niño bien', tirar por la ventana las riquezas de la familia y vivir, literalmente, en la pobreza más extrema, tampoco parece una historia ganadora. Convertirse en Papa y tener el coraje de desafiar al telón de acero, arriesgándose a las amenazas de un país comunista, es una jugada arriesgada. Sin embargo, a pesar de que sus opciones parecían limitadas, estos personajes ganaron el mayor premio de todos: la santidad.

Uno de esos personajes, de los primeros siglos del cristianismo, también estuvo hecho de esa misma madera. Se llamaba Cecilia. Era una noble dama romana, cristiana a pesar de la incomprensión de su familia, con un corazón sensible hacia los acordes melodiosos que, en su momento, le recordaron la belleza de Dios y la acercaron a Jesús en medio de una persecución que le llevarían a un largo y atroz martirio.

La información más antigua sobre ella proviene de las Actas de Santa Cecilia, escritas en latín hacia el año 480, lo que confirma que la Iglesia romana ya la conmemoraba en esa época. Según las Actas, Cecilia nació en una familia romana noble. Desde pequeña, abrazó la fe cristiana y llevó una vida de profunda devoción. A pesar de la resistencia de sus padres, quienes no compartían sus creencias, fue comprometida en matrimonio con un joven noble pagano, Valeriano. Durante la celebración nupcial, Cecilia le reveló a su esposo que había entregado su virginidad a Dios y que un ángel la protegía.

Intrigado, Valeriano pidió ver al ángel y, tras convertirse al cristianismo, recibió su visión. Juntos, Cecilia y Valeriano vivieron en castidad y dedicación religiosa, y con el tiempo, el hermano de Valeriano, Tiburcio, también abrazó la fe cristiana.

Pero la persecución contra los cristianos se intensificó, y Valeriano y Tiburcio no pudieron evitarla. Ambos fueron arrestados y sentenciados a muerte por orden del prefecto Turcio Almaquio. Máximo, un funcionario encargado de ejecutar la sentencia, se negó a cumplirla, pues él mismo había abrazado la fe cristiana. Ante su negativa, el prefecto ordenó su ejecución junto a la de los hermanos. Cecilia, fiel a su devoción, recogió los cuerpos de los tres mártires y los enterró conforme a la tradición cristiana.

Poco después, Cecilia también sufrió las consecuencias de la persecución. Fue arrestada y se le ordenó rendir culto a los dioses romanos, a lo que ella se negó rotundamente. Como castigo, fue condenada a morir ahogada en la fuente de baño de su casa, pero sobrevivió.

La condena de Cecilia fue aún más cruel: la sumergieron en un recipiente con agua hirviendo, pero milagrosamente permaneció ilesa, resistiendo las llamas sin sufrir daño alguno. Ante tal inexplicable resistencia, el prefecto ordenó que la decapitaran en el mismo lugar. El verdugo, incapaz de cumplir con su tarea, intentó tres veces cortar su cabeza, pero no logró separarla del cuerpo. Desesperado, huyó, dejando a la santa bañada en su propia sangre, lo que prolongó su sufrimiento hasta tres días más, según cuenta la tradición. En ese brevísimo tiempo, Cecilia continuó haciendo limosnas y dispuso que su casa se convirtiera en templo.

El cuerpo de Santa Cecilia permaneció intacto durante siglos, siendo hallado en las catacumbas de San Calixto en 820, milagrosamente preservado y cubierto por una túnica de oro. El Papa Pascual I trasladó sus restos a la basílica de Santa Cecilia en Trastevere, donde, en 1559, se realizó una restauración que reveló su cuerpo en perfecto estado, con el rostro inclinado hacia el suelo y los dedos de las manos señalando la Santísima Trinidad, lo que añadió un halo místico a su figura.

¿Por qué Cecilia es patrona de los músicos?

Santa Cecilia fue proclamada patrona de la música y los músicos en 1584 por el Papa Gregorio XIII, debido a la estrecha asociación que su figura adquirió con el arte musical. Sin embargo, el origen de su patronazgo sobre la música y los músicos sigue siendo incierto. ¿Podría ser a que Cecilia cantaba a Dios en su corazón? Este acto de rezar con toda el alma, en silencio y devoción, podría haber inspirado la conexión.

Las Actas de Santa Cecilia describe cómo, durante su boda, mientras sonaban los instrumentos, Cecilia cantaba en al Señor, pidiendo la pureza de su cuerpo y su alma. Este canto, más allá de la música, reflejaba su profundo amor por Dios. Es probable también que, como parte de la educación de las jóvenes de familias aristocráticas romanas, Cecilia haya aprendido a tocar algún instrumento musical, como la lira o la cítara, y es por eso que siempre se le representa con uno de esos instrumentos.

miércoles, 20 de septiembre de 2023

Santos estigmatizados, una vida de entrega, de amor y de servicio



“Vivo, ya no yo; es Cristo quien vive en mí” (Gá 2,20)


Pbro. Adrián Ramos Ruelas / Arquimedios Guadalajara.- El Padre Pío de Pietrelcina, reconocido como santo en el año 2002 –y otros más–, han recibido los estigmas del Señor Jesús, signo visible que los identifica con Él, y gracia que los impulsa a amar hasta el extremo. “Estigma” significa “marcado a fuego”. Aunque los estigmas (huellas visibles de la Pasión de Cristo en algunas partes del cuerpo de algunos hermanos nuestros) no significan inmediatamente vida de santidad, expresan el deseo de parecerse lo más posible a Cristo. En algunos, casos, corroboran la santidad de quien los recibe por la práctica de las virtudes.

El fenómeno de los estigmas es una muestra de la realeza de la Pasión del Señor en la cruz, de la cual han participado, por voluntad de Dios, ciertos santos que han meditado y amado el sacrificio de Cristo crucificado y ofrecen esos sufrimientos por el bien de todos. Los estigmas pueden ser visibles o invisibles.

Cuando la Madre Iglesia reconoce este fenómeno como auténtico, lo acepta, pero no lo propone para ser creído como dogma de fe. Da, incluso, algunos criterios para su aprobación:
- Los estigmas están localizados en los lugares de las cinco llagas de Cristo.
- Los estigmas aparecen todos al mismo tiempo.
- Los estigmas aparecen espontáneamente mientras la persona ora extasiada.
- No se pueden explicar por causantes naturales.
- No degeneran en necrosis (muerte patológica de un conjunto de células o de cualquier tejido del organismo).
- Carecen de infecciones.
- Se mantienen inalterados a pesar de los tratamientos.
- No sufren procesos de descomposición.
- Provocan una importante modificación de los tejidos.
- Ausencia de una perfecta e instantánea cicatrización.
- Están acompañados de fuertes dolores tanto físicos como morales, así como de participación en los sufrimientos de Cristo.
- La persona practica las virtudes cristianas heroicamente.

Aunque no recibamos los estigmas, los discípulos tenemos la consigna de parecernos lo más posible a Cristo en una vida de entrega, de amor y servicio.

¿QUÉ SANTOS HAN RECIBIDO LA GRACIA DE LOS ESTIGMAS DE CRISTO?

Entre otros, encontramos en esta lista a 

san Francisco de Asís, 
santa Catalina de Siena, 
santa Rita de Casia, 
santa Lutgarde de Aywiers, 
san Juan de Dios, 
santa Rosa de Lima, 
santa Margarita María Alacoque, 
santa Gema Galgani, 
santa Verónica Giuliani, 
san Pío de Pietrelcina.

ENSEÑANZAS:

1. Los estigmas que algunos cristianos han recibido son aprobados por la Iglesia al ver los frutos de conversión y santidad en quienes lo reciben.
2. Están en la línea de las revelaciones privadas; por tanto, no obliga creer en ellas por sí solas.
3. Se trata de gracias espirituales y particulares que motivan a una mayor devoción al santo o santa que los ha recibido en su deseo de parecerse más a Cristo.

Guillermo Gazanini Espinoza 

martes, 6 de diciembre de 2022

Hoy se celebra a San Nicolás, patrono de los niños y ejemplo de generosidad



Cada 6 de diciembre, la Iglesia celebra a San Nicolás de Bari, conocido también como ‘San Nicolás de Mira’ o simplemente ‘San Nicolás’, obispo del siglo IV, considerado patrono de los niños, los marineros y los viajeros. La tradición le ha adjudicado un significado muy especial a su nombre: Nicolás quiere decir ‘protector y defensor de los pueblos’.

A su patronazgo sobre la niñez, hay que sumarle -por razones históricas y culturales- ser patrono de países como Rusia, Grecia y Turquía.

La “leyenda”

Lo primero que hay que señalar sobre este querido santo -más de dos mil templos llevan su nombre alrededor del mundo- es que fue un personaje histórico, real, no obstante su vida ha quedado, para bien o para mal, envuelta en cierto manto de leyenda.

San Nicolás de Bari ha servido de inspiración para la popular figura de Papá Noel, Santa Claus o San Nicolás, personaje legendario que lleva regalos a los niños la noche de Navidad.

Dicha inspiración radica probablemente en el conocido desprendimiento del santo -eso de hacer regalos- y su preocupación por el bienestar de los más frágiles, entre los que están los niños de ayer y de hoy. Esas actitudes y que su fiesta se celebre en Adviento parece que hicieron el resto del trabajo.

San Nicolás solía animar o invitar a la generosidad; solía decir estas bellas palabras: “Sería un pecado no repartir mucho, siendo que Dios nos da tanto”.

Llamado a seguir los pasos de Cristo

San Nicolás de Bari nació en Licia, antigua provincia del Imperio romano ubicada en el actual territorio de Turquía, alrededor del año 270. Sus padres eran cristianos y participaban activamente de la vida de la Iglesia. Ambos solían ayudar a enfermos y menesterosos. Lamentablemente, cayeron enfermos durante una epidemia y murieron dejando a Nicolás en la orfandad, aunque amparado por cierta fortuna.

Al descubrir el llamado de Dios a consagrar su vida, Nicolás repartió sus bienes entre los pobres y pidió ser admitido en un monasterio. Años después sería ordenado sacerdote. Como tal, inició un viaje de peregrinación a Egipto y Palestina con el propósito de recorrer las tierras por donde vivió el Señor.

A su regreso se estableció en la ciudad de Myra (Turquía), en momentos en los que se debatía intensamente la elección del nuevo obispo local. Los sacerdotes y diáconos de Myra, gracias a su buena reputación, se inclinaron por poner en el cargo al recientemente llegado Nicolás.

Bajo el espectro de la persecución

Muy pronto las circunstancias dieron un giro dramático cuando se desató una nueva persecución contra los cristianos. Nicolás, que ya había mostrado gran diligencia en el cuidado de las almas, terminaría apresado. El buen obispo permaneció en cautiverio por largo tiempo, hasta que la reforma del emperador Constantino entró en vigencia en Myra.

Gracias al Edicto de Milán, Nicolás pudo volver a la vida pública y retomar su misión pastoral. Lo hizo con igual celo y amor, enseñando y defendiendo la sana doctrina frente a las numerosas herejías que amenazaban a la comunidad cristiana.

"Gracias a las enseñanzas de Nicolás, la metrópolis de Myra fue la única que no se contaminó con la herejía arriana la cual rechazó firmemente, como si fuese un veneno mortal", escribió haciendo referencia a él San Metodio, arzobispo de Constantinopla.

Lamentablemente el arrianismo se había hecho muy popular y constituía un peligro para la enseñanza de las verdades elementales de la fe, ya que suponía la negación de la divinidad de Jesucristo.

Defensor de la justicia: los tres soldados

Defensor de las causas justas, alguna vez, Nicolás salvó a tres jóvenes soldados, víctimas de una falsa acusación, de ser ejecutados. Los cargos habían sido presentados bajo soborno, pagado por el gobernador Eustacio. Estando los tres oficiales prontos a morir, pidieron que Dios los ayude y solicitaron la mediación del obispo Nicolás, a quien consideraban hombre compasivo y de gran autoridad.

Días después, el emperador Constantino tuvo un sueño en el que se le apareció el obispo. En el sueño, Nicolás le ordenaba poner en libertad a los jóvenes porque eran inocentes. El emperador, acto seguido, los mandó llamar. Constantino luego de escuchar su versión de los hechos, los dejó libres y escribió una carta al obispo Nicolás en la que agradecía su intervención en este asunto y le pedía que rece por la paz en el imperio.

Patrono de los marineros y viajeros

San Nicolás es patrono de los marineros. Cuenta la leyenda que unos navegantes viéndose perdidos en el furioso mar empezaron a clamar: “Oh Dios, por las oraciones de nuestro buen Obispo Nicolás, sálvanos”. En ese momento -sigue el relato- apareció el santo sobre el barco, bendijo el mar y este se calmó. Luego el obispo desapareció.

De acuerdo a una antigua tradición cristiana de Oriente, los navegantes que surcan el mar Egeo y el Jónico se orientan con una estrella llamada “Estrella de San Nicolás”; y se desean buen viaje diciendo: “Que San Nicolás lleve tu timón”.

Patrono protector de los niños

Existe también una historia sobre tres niños que fueron asesinados y sus cuerpos arrojados en un depósito de sal. Por la oración de San Nicolás, los infantes volvieron a la vida. Debido a esto a Nicolás se le considera patrono de los niños, y suele ser representado con tres infantes al costado.

Finalmente una leyenda da cuenta de que en la Diócesis de Myra había un hombre abatido por la pobreza que decidió prostituir a sus tres hijas vírgenes. San Nicolás, buscando evitar que esto sucediera, trepó por el techo de la casa de aquel hombre amparándose en la oscuridad de la noche y arrojó por la chimenea una bolsa con tres monedas de oro. Con ese dinero el santo salvó a las doncellas de la perdición.

De Myra a Bari

San Nicolás murió un 6 de diciembre, no se sabe con seguridad si del año 345 o 352. En el siglo VI, el emperador Justiniano construyó una iglesia en Constantinopla en su honor, y su devoción se hizo popular en todo el mundo cristiano.

En 1087 sus restos fueron rescatados de Myra, que había caído bajo invasión musulmana, y llevados a Bari, en la costa adriática de Italia. Por esta razón es llamado tanto “San Nicolás de Myra” como “San Nicolás de Bari”. En la iglesia de esta ciudad italiana reposan sus restos hasta hoy.

Una antigua tradición de los habitantes de Bari reza lo siguiente: "El venerable cuerpo del obispo, embalsamado en el aceite de la virtud, sudaba una suave mirra que le preservaba de la corrupción y curaba a los enfermos, para gloria de aquél que había glorificado a Jesucristo, nuestro verdadero Dios". Ese aceite que brotó de los restos del santo es conocido como el “Manna di S. Nicola” (el maná de San Nicolás).

lunes, 5 de diciembre de 2022

¿San Nicolás o Santa Claus? 6 diferencias entre el santo y el personaje de ficción



El personaje de Santa Claus ha ganado tanta fama en el mundo y resulta tan eficaz para representar la diversión y los regalos que puede desplazar a la verdadera razón de la alegría en la Navidad: Jesús que nace en Belén.

Según varios historiadores, Santa Claus es la distorsión -primero literaria y luego comercial- de San Nicolás, el generoso Obispo de Myra, patrono de los niños, navegantes y cautivos.

Estas son sus principales diferencias según St. Nicholas Center, un centro virtual donde la gente puede aprender sobre San Nicolás.

1. Santa Claus se asocia a la infancia, en cambio, San Nicolás es un modelo de cristiano para toda la vida.

2. Santa Claus, como lo conocemos, surgió para aumentar las ventas y el mensaje comercial de la Navidad. En cambio, San Nicolás llevó el mensaje de Cristo y la paz, la bondad y el mensaje cristiano de esperanza.

3. Santa Claus alienta el consumo, mientras que San Nicolás promueve la compasión.

4. Santa Claus aparece cada año para "ser visto" por un periodo corto tiempo; en cambio, San Nicolás es parte de la comunión de los santos y nos acompaña por la oración y su testimonio.

5. Santa Claus "vuela" a través de los aires desde el Polo Norte, mientras que, San Nicolás caminó por la tierra preocupándose y atendiendo a los más necesitados.

6. Para algunos, Santa Claus sustituye al Niño de Belén, pero San Nicolás nos señala y conduce a todos al Niño de Belén.

De San Nicolás a Santa Claus

Hay varias teorías sobre el origen de Santa Claus. La más difundida es que fue la empresa Coca Cola que inventó el personaje para promover el consumo de su bebida en 1920.

Sin embargo, en el siglo XIX, escritores de Nueva York intentaron dar un sello nacional a las fiestas de Navidad llenas de tradiciones cristianas de los inmigrantes europeos. En poco tiempo, las celebraciones dejaron de lado el carácter santo de estas fechas y se popularizaron las fiestas desenfrenadas, con borracheras y desorden público.

En 1821 se publicó el libro de litografías para niños "Santa Claus, el amigo de los niños" en el que se presentaba a un personaje que llegaba del Norte en un trineo con un reno volador. Esa publicación hizo aparecer al personaje cada Nochebuena y no el 6 de diciembre, día de la fiesta del santo obispo. Un poema anónimo y las ilustraciones de esa publicación resultaron clave en la distorsión de San Nicolás.

Según los expertos de St. Nicholas Center, fue la élite de Nueva York la que logró nacionalizar la Navidad a través de Santa Claus y el apoyo de artistas y literatos como Washington Irving, John Pintard y Clement Clarke Moore.

En 1863, durante la Guerra Civil, el caricaturista político Thomas Nast comenzó a dibujar a Santa Claus con los rasgos que ahora le atribuyen: gorro rojo, abundante barba blanca y abultado vientre. Junto con los cambios de apariencia, el nombre del santo cambió a Santa Claus, una alteración fonética del "Sankt Niklaus" alemán.

Recién en 1920, Santa Claus apareció por primera vez en un anuncio de Coca Cola.

sábado, 22 de octubre de 2022

¿Son siempre mejores las traducciones modernas de la Biblia? Un lingüista católico elogia la Vulgata de San Jerónimo



(CNA/Jonah McKeown)-La mayoría de la gente sabe que San Jerónimo -cuya fiesta la Iglesia celebra el 30 de septiembre- es famoso por haber traducido toda la Biblia al latín en el siglo IV d.C., creando una edición muy leída conocida posteriormente como la Vulgata.

Pero probablemente menos gente se da cuenta de lo innovadora -y duradera- que es la obra de Jerónimo. La Vulgata se convirtió en la Biblia más utilizada de la Edad Media y ha perdurado hasta nuestros días como una traducción que al menos un destacado lingüista considera una de las mejores disponibles.

«No conozco ninguna otra traducción, ni antigua ni moderna, tan buena como la Vulgata», sostiene Christophe Rico, un lingüista católico que vive y trabaja en Jerusalén.

Rico, de nacionalidad francesa, es profesor de griego antiguo y decano del Instituto Polis de Jerusalén, que enseña diversas lenguas antiguas. En colaboración con el Instituto Polis, Rico elabora libros para que los estudiantes aprendan a hablar y leer latín y griego, con el objetivo, en parte, de que quienes deseen leer la Vulgata latina original puedan hacerlo.

Experto profesor de griego y latín, Rico afirma que, a pesar de los más de 1.600 años transcurridos desde su finalización, la traducción de Jerónimo de la Biblia -aunque no es perfecta, como no lo es ninguna traducción- ha demostrado ser sorprendentemente precisa y muy valiosa para la Iglesia.

«Si tienen dudas sobre la solidez de una traducción moderna, acudan a la Vulgata; especialmente para el Nuevo Testamento», aconseja, y añadia que la traducción del Antiguo Testamento en la Vulgata también es «excelente».

¿Quién era Jerónimo?

San Jerónimo nació hacia el año 340 como Eusebio Jerónimo Sofronio en la actual Croacia. Su padre lo envió a Roma para que se instruyera en retórica y literatura clásica.

Bautizado en el 360 por el Papa Liberio, viajó mucho y finalmente se estableció como ermitaño del desierto en Siria. Más tarde se ordenó sacerdote y se trasladó a Belén, donde vivió una vida solitaria y ascética desde mediados de la década de 380. Allí aprendió hebreo, sobre todo estudiando con rabinos judíos. Llegó a ser secretario personal de San Dámaso I.

Curiosamente, el genio lingüístico y una admirable ética de trabajo no son las únicas cualidades por las que se conoce hoy a Jerónimo. También es el santo patrón de las personas con personalidades difíciles, ya que se dice que él mismo tenía un temperamento duro y propenso a hacer críticas mordaces a sus oponentes intelectuales.

El nacimiento de la Vulgata

Contrariamente a la creencia popular, la Vulgata no fue la primera Biblia en latín: en la época de Jerónimo, en el siglo IV, ya existía una versión ampliamente utilizada llamada «Vetus Latina», que era a su vez una traducción de la Septuaginta griega de aproximadamente el siglo II. Además, la Vetus Latina contenía la traducción del original griego de todos los libros del Nuevo Testamento. Todos los libros del Nuevo Testamento se escribieron originalmente en griego, pero el Antiguo Testamento -salvo unos pocos libros- se escribió primero en hebreo.

Rico describió la Vetus Latina como una «buena traducción, pero no perfecta». En el año 382, San Dámaso I encargó a Jerónimo, que entonces trabajaba como su secretario, que revisara la traducción de la Vetus Latina del Nuevo Testamento.

Jerónimo así lo hizo, tardando varios años en revisar y mejorar minuciosamente la traducción latina del Nuevo Testamento a partir de los mejores manuscritos griegos disponibles. Rico dijo que, a lo largo del proceso, Jerónimo corrigió ciertos pasajes y expuso los significados profundos de muchas de las palabras griegas que se habían perdido en las traducciones anteriores.

Por ejemplo, la palabra griega «epiousios», que probablemente fue acuñada por los escritores de los Evangelios, aparece en el Padre Nuestro de Lucas y Mateo y suele traducirse al español como «diario». En el Evangelio de Mateo, sin embargo, Jerónimo tradujo la palabra al latín como «supersubstantialem», o «supersustancial», una alusión, como señala el Catecismo de la Iglesia Católica, al Cuerpo de Cristo en la Eucaristía.

Lo que hizo Jerónimo a continuación fue aún más ambicioso. Se propuso traducir también todo el Antiguo Testamento a partir de su original hebreo. Jerónimo conocía muy bien el hebreo, señaló Rico, ya que en ese momento había vivido en Tierra Santa durante 30 años y se mantenía en estrecho contacto con los rabinos judíos. Jerónimo también tenía acceso a la Hexapla de Orígenes, una especie de «piedra Rosetta» de la Biblia que mostraba el texto bíblico en seis versiones. (El texto hebreo, una transliteración en letras griegas del texto hebreo, la traducción griega de la Septuaginta y otras tres traducciones griegas que se habían realizado en un entorno judío).

En un esfuerzo que finalmente duró 15 años, Jerónimo consiguió traducir todo el Antiguo Testamento a partir del original hebreo, lo que tiene un gran mérito dado que el hebreo se escribía originalmente sin el uso de vocales cortas.

Una vez terminada, la Vulgata no sólo sustituyó a la Vetus Latina, convirtiéndose en la traducción bíblica predominante en la Edad Media, sino que también fue declarada Biblia oficial de la Iglesia católica en el Concilio de Trento (1545-1563).

La Vulgata ha sido revisada varias veces a lo largo de los años, sobre todo en 1592 por el Papa Clemente VIII (la «Vulgata Clementina»), y la revisión más reciente, la Nova Vulgata, promulgada por San Juan Pablo II en 1979.

Además de su uso actual en la misa tradicional en latín, la Vulgata ha perdurado como base para diversas traducciones, como la popular traducción inglesa de la Biblia, la Douay-Rheims.

Aunque Rico advierte que ninguna traducción es perfecta, no duda en elogiar la Vulgata de Jerónimo por su precisión y su importancia en la historia de la Iglesia.

«Para el Nuevo Testamento no he podido encontrar ningún error… El conjunto es increíble», explica.

Por su parte, Jerónimo es hoy reconocido como doctor de la Iglesia. Vivió sus últimos días en el estudio, la oración y el ascetismo en el monasterio que fundó en Belén, donde murió en 420.

sábado, 20 de agosto de 2022

San Bernardo de Claraval


San Bernardo de Claraval (1090 - 1153)

Nació en el año 1090, en Fontaine, cerca de Dijon, Francia y murió en Claraval el 21 de agosto de 1153. Sus padres fueron Tescelin, señor de Fontaine y Aleth de Montbard, pertenecientes ambos a la alta nobleza de Borgoña. Bernardo, tercero de una familia de siete hijos, seis de los cuales eran varones, fue educado con un cuidado especial porque aún antes de nacer un hombre devoto le había vaticinado un gran destino. Cuando tenía nueve años, Bernardo fue enviado a una famosa escuela en Chatillon-sur-Seine que seguía la antigua regla de San Vorles. Tenía gran inclinación a la literatura y se dedicó algún tiempo a la poesía. Ganó la admiración de sus maestros con su éxito en los estudios y no menos destacable fue su crecimiento en la virtud. El gran deseo de Bernardo era progresar en literatura, con vistas a abordar el estudio de la Sagrada Escritura para hacerla su propia lengua, como así fue. "Todo en él era piedad," dice Bossuet. Tenía una devoción especial a la Santísima Virgen y nadie ha hablado de manera más sublime de la Reina de los Cielos. Bernardo tenía apenas diecinueve años cuando murió su madre. Durante su juventud no le faltaron tentaciones, pero su virtud triunfó sobre ellas, muchas veces de forma heroica, y desde entonces pensó en retirarse del mundo y llevar una vida de soledad y oración.

San Roberto, Abad de Molesmes, había fundado en el año 1098 el monasterio de Cîteaux, a unas cuatro leguas de Dijon, con el propósito de restaurar la regla de San Benito en todo su rigor. A su regreso a Molesmes dejó el gobierno de la nueva abadía a San Alberico, que murió en el año 1109. San Esteban Harding le sucedió (1113) como tercer Abad de Cîteaux, cuando Bernardo, joven de la nobleza de Borgoña, pidió la admisión en la Orden a la edad de treinta años. Tres años después San Esteban envió al joven Bernardo, el tercero en dejar Cîteaux, al frente de un grupo de monjes para fundar una nueva comunidad en el Valle de Absinthe, o Valle de la Amargura, en la Diócesis de Langres. Bernardo lo llamó Claire Vallée, de Clairvaux (Claraval), el 25 de Junio del año 1115, y los nombres de Bernardo y Claraval son inseparables desde entonces. Durante la ausencia del Obispo de Langres, Bernardo fue investido como Abad por Guillermo de Champeaux, Obispo de Châlons-sur-Marne, que vio en él al hombre predestinado, siervo de Dios. Desde ese momento, nació una fuerte amistad entre el Abad y el obispo, que fue profesor de teología en Notre Dame de París y fundador del convento de San Víctor.

Los comienzos de Claraval fueron confusos y penosos. El régimen era tan austero que afectó a la salud de Bernardo y solamente la autoridad de Guillermo de Champeaux, y la del Capitulo General, pudieron hacer que mitigase sus austeridades. Sin embargo, el monasterio progresó rápidamente. Acudieron gran número de discípulos deseosos de ponerse bajo la dirección de Bernardo. Su padre, el anciano Tescelin, y todos sus hermanos entraron en Claraval como religiosos, quedando en el mundo solamente Humbeline, su hermana, que ingresó pronto en el convento benedictino de Jully, con el consentimiento de su marido. Claraval se quedó pronto pequeño para los religiosos que acudieron, siendo necesario enviar grupos a fundar nuevas comunidades. En el año 1118 se fundó el Monasterio de las Tres Fuentes en la Diócesis de Châlons; en 1119 el de Fontenay en la Diócesis de Auton (ahora Dijon) y en 1121 el de Foigny, cerca de Vervins, en la Diócesis de Laon (ahora Soissons). A pesar de esta prosperidad, el Abad de Claraval tuvo sus pruebas. Durante una ausencia de Claraval, el Gran Prior de Cluny, Bernardo de Uxells, envió al Príncipe de los Priores, en expresión de Bernardo, a Claraval para atraerse al primo del Abad, Roberto de Châtillon. Esto fue ocasión de la más larga y sentida carta de Bernardo.

En el año 1119 Bernardo asistió al primer Capitulo General de la Orden, convocado por Esteban de Cîteaux. Aunque aún no tenía treinta años, Bernardo fue escuchado con la mayor atención y respeto, especialmente cuando expuso sus pensamientos acerca de la revitalización del espíritu primitivo de orden y fervor en todas las órdenes monásticas. Este Capitulo General fue el que dio forma definitiva a las constituciones y regulaciones de la Orden en la "Cédula de la Caridad", confirmada por el Papa Calixto II el 23 de Diciembre de 1119. En 1120 Bernardo compuso su primera obra "De Gradibus Superbiae et Humilitatis" y sus homilías "De Laudibus Mariae". Los monjes de Cluny habían visto, con satisfacción, que los de Cîteaux no destacaban entre las ordenes religiosas por regularidad y fervor. Por esta razón los "Monjes Negros" cayeron en la tentación de acusar a las reglas de la nueva Orden de impracticables. A petición de Guillermo de San Thierry, Bernardo se defendió a sí mismo publicando su "Apología", que consta de dos partes. En la primera parte, prueba su inocencia respecto a las invectivas contra Cluny que le habían sido atribuidas, y en la segunda, expone las razones de su ataque contra los abusos. Declara su profunda estima a los Benedictinos de Cluny, a quien ama igual que a las demás órdenes religiosas. Pedro el Venerable, Abad de Cluny, respondió al Abad de Claraval sin ofender a la caridad lo más mínimo, y le aseguró su gran admiración y sincera amistad. Entretanto, Cluny estableció una reforma, y el mismo Suger, ministro de Luis el Gordo y Abad de San Denis, se convirtió por la apología de Bernardo, terminando de inmediato su mundanal vida y restaurando la disciplina en su monasterio. El celo de Bernardo no acabó aquí sino que se extendió a los obispos, al clero y a los fieles, así como obtuvo destacadas conversiones de personas profanas entre otros frutos de su labor. La carta de Bernardo al Arzobispo de Sens es un verdadero tratado "De Officiis Episcoporum". Por entonces escribió su obra sobre la "Gracia y Libre Albedrío".

En el año 1128 Bernardo asistió al Concilio de Troyes, que había sido convocado por el Papa Honorio II y fue presidido por el Cardenal Matthew, Obispo de Albano. El propósito de este concilio era solucionar ciertas controversias de los obispos de París y regular otros asuntos de la Iglesia de Francia. Los obispos nombraron a Bernardo secretario del concilio y le encargaron la redacción de los estatutos del sínodo. El Obispo de Verdún fue depuesto después del concilio. Entonces recayeron sobre Bernardo injustos reproches, siendo incluso denunciado en Roma por injerencias en asuntos que no conciernen a un monje. El Cardenal Harmeric, en nombre del Papa, escribió a Bernardo una severa carta de amonestación. "No es digno" le dijo "que ranas ruidosas e impertinentes salgan de sus ciénagas para molestar a la Santa Sede y a los cardenales". Bernardo respondió a la carta diciendo que si él había asistido al concilio, había sido arrastrado a ello a la fuerza, como así era. "Ahora bien, ilustre Harmeric", añadió, "si tanto lo deseabas, quién habría sido más capaz de liberarme de la necesidad de asistir que tú mismo? Prohibe a esas ranas ruidosas e impertinentes salir de sus agujeros, abandonar sus ciénagas . . . Entonces, tu amigo, ya no se expondrá a las acusaciones de orgullo y presunción ". Esta carta causó una fuerte impresión en el cardenal y justificó a su autor ante sí mismo y ante la Santa Sede. En este concilio, Bernardo indicó las líneas generales de la Regla de los Caballeros Templarios, que pronto se convertirían en el ideal de la nobleza francesa. Bernardo lo alaba en su "De Laudibus Novae Militiae".

La influencia del Abad de Claraval se notó pronto en los asuntos provinciales. Defendió los derechos de la Iglesia frente a las intromisiones de reyes y príncipes, y recordó sus deberes a Enrique, Arzobispo de Sense, y a Esteban de Senlis, Obispo de París. A la muerte de Honorio II, que ocurrió el 14 de febrero de 1130, un cisma quebró a la Iglesia al ser elegidos dos papas, Inocencio II y Anacleto II. Inocencio II desterrado de Roma por Anacleto se refugió en Francia. El rey Luis el Gordo convocó un concilio nacional de los obispos de Francia en Etampes, y Bernardo, emplazado allá con el beneplácito de los obispos, fue elegido para juzgar entre los dos papas rivales. Él decidió a favor de Inocencio II, motivando su reconocimiento por los principales poderes católicos, fue con él a Italia, serenó los ánimos que agitaban el país, reconcilió Pisa con Génova, y a Milán con el papa y con Lotario. Por deseo de éste, el papa fue a Lieja a consultar con el emperador sobre las mejores medidas a tomar para su regreso a Roma, pues allí Lotario iba a recibir la corona imperial de manos del papa. Desde Lieja el papa volvió a Francia, visitó la Abadía de San Denis, y después la de Claraval, donde su recibimiento tuvo un carácter simple y puramente religioso. Toda la corte pontificia quedó impresionada por la santa conducta de esta comunidad de monjes. En el refectorio solo se encontraron unos cuantos peces para el papa y, en lugar de vino, se sirvió zumo de hierbas como bebida, dice el cronista de Cîteaux. No se sirvió al papa y a sus seguidores un banquete festivo, sino una fiesta de virtudes. El mismo año, Bernardo estuvo otra vez al lado de Inocencio II, para quien era un oráculo, en el Concilio de Reims; y luego en Aquitania, donde consiguió de momento separar a Guillermo, Conde de Poitiers, de la causa de Anacleto.

En 1132, Bernardo acompañó a Inocencio II a Italia y en Cluny el papa abolió los derechos que Claraval pagaba a esa famosa abadía -- acción que dio lugar a una disputa entre los "Monjes Blancos" y los "Monjes Negros" durante veinte años. En el mes de mayo, el papa apoyado por la armada de Lotario entró en Roma, pero sintiéndose Lotario demasiado débil para resistir a los partidarios de Anacleto, se retiró tras los Alpes, e Inocencio solicitó refugio en Pisa en Septiembre de 1133. Entretanto el abad había vuelto a Francia en junio y continuó trabajando a favor de la paz que comenzó en 1130. A finales de 1134 hizo un segundo viaje a Aquitania, donde Guillermo X había recaído en el cisma. Éste hubiera muerto por sí solo si Guillermo hubiera estado desapegado de la causa de Gerardo, que había usurpado la Sede de Burdeos y retenido la de Angulema. Bernardo invitó a Guillermo a la misa que celebró en la iglesia de La Couldre. En el momento de la comunión, colocando la Sagrada Forma sobre la patena, fue a la puerta de la iglesia donde estaba Guillermo y, apuntando hacia la Sagrada Forma, conjuró al Duque a no menospreciar a Dios como hacía con sus sirvientes. Guillermo cedió y el cisma terminó. Bernardo marchó otra vez a Italia, donde Roger de Sicilia estaba tratando de apartar a los de Pisa de su obediencia a Inocencio. Recuperó a la ciudad de Milán para la obediencia, ya que había sido seducida y descarriada por el ambicioso prelado Anselmo, Arzobispo de Milán, recusó a éste y volvió finalmente a Claraval. Creyéndose al fin tranquilo en su claustro, Bernardo se dedicó, con renovado vigor, a la composición de sus piadosos y sabios trabajos, que le han merecido el titulo de "Doctor de la Iglesia". Ahora escribió sus sermones sobre el "Cantar de los Cantares ". En 1137 fue forzado de nuevo a abandonar su soledad, por orden del papa, para poner fin a la querella entre Lotario y Roger de Sicilia. En la conferencia de Palermo, Bernardo convenció a Roger sobre los derechos de Inocencio II y acalló a Pedro de Pisa que apoyaba a Anacleto. Éste murió apesadumbrado y decepcionado en 1138, y con él el cisma. De nuevo en Claraval, Bernardo se ocupó en enviar comunidades de monjes desde su atestado monasterio a Alemania, Suecia, Inglaterra, Irlanda, Portugal, Suiza e Italia. Algunas de ellas, por disposición de Inocencio II, tomaron posesión de la Abadía de las Tres Fuentes, cerca de Salvian Waters en Roma, de donde salió elegido el Papa Eugenio III. Bernardo resumió su comentario al "Cantar de los Cantares", asistió en 1139 al Segundo Concilio General de Letrán y Décimo Ecuménico, en el que fueron definitivamente condenados los aún partidarios del cisma. Por esta época, Bernardo recibió en Claraval la visita de San Malaquías, metropolitano de la Iglesia de Irlanda, creándose entre ellos una estrecha amistad. San Malaquías hubiera tomado con alegría el hábito cisterciense, pero el Soberano Pontífice no hubiera dado su permiso. Sin embargo murió en Claraval en 1148.

En el año 1140 encontramos a Bernardo comprometido en otros asuntos que perturbaron la paz de la Iglesia. A finales del siglo XI, las escuelas de filosofía y teología, apasionadas por los debates y espíritu de independencia que las arrastraron a controversias político-religiosas, se convirtieron en una verdadera liza pública sin otro motivo más que la ambición. Esta exaltación de la razón humana y del racionalismo encontraron un ardiente e influyente defensor en Abelardo, el más elocuente e instruido hombre de la época después de Bernardo. "La historia de las calamidades y la refutación de su doctrina por San Bernardo", dice Ratisbonne, "forman el mayor episodio del siglo XII ". El tratado de Abelardo sobre la Trinidad había sido condenado en 1121 y él mismo había quemado su libro. Pero en 1139 propugnó nuevos errores. Bernardo, informado de ello por Guillermo de San Thierry, escribió a Abelardo, quién le contestó de una manera insultante. Bernardo le denunció al papa, ocasionando un concilio general a celebrar en Sens. Abelardo pidió un debate público con Bernardo; éste mostró los errores de su oponente con tal claridad y lógica que fue incapaz de responder, y fue obligado a jubilarse tras ser condenado. El papa confirmó el dictamen del concilio, Abelardo se sometió sin resistencia y se retiró a Cluny, donde vivió bajo la autoridad de Pedro el Venerable, muriendo dos años después.

Inocencio II murió en 1143. Sus dos sucesores, Celestino II y Lucio, reinaron poco tiempo, y a continuación, Bernardo vio a uno de sus discípulos, Bernardo de Pisa, Abad de las Tres Fuentes y conocido después como Eugenio III, elevado a la Silla de San Pedro. Bernardo le envió, a petición suya, diversas instrucciones que componen el "Libro de Meditación ", cuya idea predominante es que la reforma de la Iglesia debe comenzar con la santidad de su cabeza. Los asuntos temporales son simplemente secundarios, los principales son la piedad, la meditación o consideración, que deben preceder a la acción. El libro contiene una hermosísima página sobre el papado, que ha sido siempre profundamente estimada por los soberanos pontífices, muchos de los cuales la usaron como lectura ordinaria.

Por entonces llegaron alarmantes noticias del Este. Edesa había caído en manos de los turcos, y Jerusalén y Antioquía estaban amenazadas con parecido desastre. Delegaciones de los obispos de Armenia solicitaron ayuda al papa y el rey de Francia también envió embajadores. El papa encomendó a Bernardo predicar una nueva Cruzada y concedió para ella las mismas indulgencias que Urbano II había otorgado a la primera. Se convocó un parlamento en Vezelay, Burgundia, en 1134, y Bernardo predicó antes de la asamblea. El rey Luis el Joven, la reina Leonor y los príncipes y señores presentes se postraron a los pies del Abad de Claraval para recibir la cruz. El santo se vio obligado a usar porciones de su hábito para hacer cruces con las que satisfacer el celo y ardor de la multitud, que deseaba tomar parte en la Cruzada. Bernardo se trasladó a Alemania y los milagros que se multiplicaban casi a cada paso contribuyeron indudablemente al éxito de la misión. El emperador Conrado y su nieto, Federico Barbarroja, recibieron la cruz de los peregrinos de manos de Bernardo, y el papa Eugenio fue en persona a Francia para alentar la empresa. Con motivo de esta visita se celebró un concilio en París, en 1147, en el que fueron examinados los errores de Gilberto de la Porée, Obispo de Poitiers. Él insinuó entre otros disparates que la esencia y los atributos de Dios no son Dios, que las propiedades de las Personas de la Trinidad no son las personas mismas, en resumen que la Naturaleza Divina no se ha encarnado. La discusión se acaloró por ambas partes. La decisión se pospuso para el concilio que tuvo lugar en Reims el año siguiente (1148) y en el cual Eon de l'Etoile era uno de los jueces. Bernardo fue elegido por el concilio para redactar una profesión de fe exactamente opuesta a la de Gilberto, quien por último declaró a los Padres: "Si creéis y afirmáis algo distinto que yo, estoy dispuesto a creer y decir lo que vosotros ". La consecuencia de esta declaración fue que el papa condenó las afirmaciones de Gilberto sin denunciarle personalmente. Después del concilio, el papa visitó Claraval donde celebró un Capitulo General de la Orden y advirtió la prosperidad de la que Bernardo era el alma.

Los últimos años de la vida de Bernardo se vieron entristecidos por el fracaso de la Cruzada que había predicado, cuya completa responsabilidad recayó sobre él. Él había acreditado la empresa con milagros, pero no había garantizado su éxito contra el extravío y perfidia de los que participaron en ella. La falta de disciplina y presunción de las tropas alemanas, las intrigas del príncipe de Antioquía y de la reina Leonor y, finalmente, la avaricia y evidente traición de los nobles cristianos de Siria, impidiendo la toma de Damasco, parecen haber sido la causa del desastre. Bernardo consideró su deber enviar una apología al papa, y ésta figura en la segunda parte del "Libro de Meditación". Allí explica como con los cruzados, al igual que con los hebreos, en cuyo favor el Señor había multiplicado sus prodigios, sus pecados fueron la causa de sus infortunios y desgracias. La muerte de sus contemporáneos sirvieron de aviso a Bernardo de su próximo fin. El primero en morir fue Suger (1152), sobre quien el Abad escribió a Eugenio III: "Si hay algún vaso precioso adornando el palacio del Rey de Reyes, es el alma del venerable Suger". Thibaud, Conde de Champagne, Conrado, emperador de Alemania, y su hijo Enrique, murieron el mismo año. Desde el comienzo del año 1153, Bernardo sintió aproximarse su muerte. El tránsito del papa Eugenio le dio el golpe fatal, al apartarle del que consideraba su mejor amigo y consolador. Bernardo murió a los sesenta y tres años, tras pasar cuarenta en el claustro. Fundó ciento sesenta y tres monasterios en diferentes partes de Europa; a su muerte alcanzaban los trescientos cuarenta y tres. Fue el primer monje cisterciense inscrito en el calendario de los santos y fue canonizado por Alejandro III el 18 de enero de 1174. El papa Pío VIII le concedió el titulo de Doctor de la Iglesia. Los cistercienses le honran como solo se honra a los fundadores de órdenes, por la maravillosa y extensa actividad que dio a la Orden de Cîteaux.

Las obras de San Bernardo son las siguientes:

"De Gradibus Superbiae", su primer tratado; "Homilías sobre el Evangelio 'Missus est'" (1120); "Apología a Guillermo de San Thierry", contra las pretensiones de los monjes de Cluny; "Sobre la conversión de los clérigos", libro dirigido a los jóvenes eclesiásticos de París (1122); "De Laudibus Novae Militiae", dirigido a Hughes de Payns, primer Gran Maestre y Prior de Jerusalén (1129). Esta obra es un elogio de la orden militar fundada en 1118 y una exhortación a los caballeros para conducirse con valor en su condición. "De amore Dei", donde San Bernardo muestra que la manera de amar a Dios es amarle sin medida, y da diferentes grados de este amor; "Libro de preceptos y gobierno " (1131), que contiene respuestas a cuestiones sobre ciertos puntos de la Regla de San Benito sobre las que el abad puede, o no, dispensar; "De Gratiâ et Libero Arbitrio", en la que prueba el dogma católico de la gracia y libre albedrío de acuerdo con los principios de San Agustín; "Libro de Meditación ", dirigido al papa Eugenio III; "De Officiis Episcoporum", dirigido a Enrique, Arzobispo de Sens. Sus sermones son también numerosos:

"Sobre el Salmo 90, 'Qui habitat'" (alrededor de 1125); "Sobre el Cantar de los Cantares ". San Bernardo explica, en ochenta y seis sermones, únicamente los dos primeros capítulos del Cantar de los Cantares y el primer verso del tercer capítulo. También sus ochenta y seis "Sermones para todo el año" y sus "Cartas" en número de 530. Se han encontrado entre sus obras muchas cartas, tratados, etc. que se le atribuyen falsamente, tales como "La Escala del Claustro " que es una obra de Guigues, Prior de La Gran Cartuja, las Meditaciones, la Edificación de la Casa Interior, etc.

M. GILDAS

Transcrito por Janet Grayson

Traducido por Miguel Villoria de Dios