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lunes, 29 de septiembre de 2025

La entrevista a León XIV





No me acostumbro a que los Papas den entrevistas; preferirían que evitaran este género, y sólo espero que León XIV no le agarre el gustito y terminemos con una entrevista semanal como en el caso del Difunto. Pero dado que ya tenemos una emanación pontificia de este tipo, veamos qué podemos decir al respecto.

I. El Papa es católico

En primer lugar, y como dije en el artículo anterior, resulta claro que el Papa es católico: “Yo creo firmemente en Jesucristo y esa es mi prioridad, porque soy el obispo de Roma y sucesor de Pedro, y el papa necesita ayudar a la gente a entender, especialmente a los cristianos, a los católicos, que esto es lo que somos. […] Pero no tengo miedo de decir que creo en Jesucristo y que murió en la cruz y resucitó de entre los muertos, y que juntos estamos llamados a compartir ese mensaje”. Ya sé que nos está repitiendo los rudimentos del catecismo, pero venimos de la experiencia de Francisco que no solamente nunca dijo esto, sino que dijo, o dio a entender, más bien lo contrario. León XIII es católico y, a diferencia de su predecesor, cree en las verdades inmutables: “No sé si tengo una respuesta que no sea seguir diciéndole a la gente que existe la verdad, la verdad auténtica. No tengo mucha tolerancia cuando escucho a la gente decir «bueno, este es un conjunto alternativo de hechos», algo que hemos oído en el pasado”. Estaría tentado, si tuviera un campanario en mi casa, a mandar que las campanas repicaran al vuelo. Desde las épocas de Benedicto XVI no escuchábamos definiciones tan claras y tan católicas.

Pero además de ser católico, León XIV tiene muy claro también cual es su munus, su oficio: “Ser papa, llamado a confirmar a otros en su fe, que es la parte más importante, es también algo que solo puede suceder por la gracia de Dios; no hay otra explicación. El Espíritu Santo es la única forma de explicarlo. […] Espero ser capaz de confirmar a otros en su fe, porque ese es el papel fundamental que tiene el sucesor de Pedro”. Volvemos a escuchar la doctrina clásica sobre el papado y, además, excluye de modo explícito las fantasías que tuvieron pontífices recientes que se creyeron “expertos en humanidad”, como Pablo VI, o “expertos en climatología e inmigración”, como Francisco. El papa Prevost dice: “No veo que mi papel principal sea el de tratar de ser el solucionador de los problemas del mundo. No veo mi rol así en absoluto”. Y no ve que ese sea su rol, porque su rol, su oficio, su munus, es confirmarnos en la fe.

II. La sinodalidad

Cuando la periodista le pregunta sobre la sinodalidad inaugurada por el Papa Francisco, el pontífice asegura que continuará por ese camino, pero sin demasiadas sutilezas explica que lo que él entiende por sinodalidad es hacer lo que la Iglesia hizo a lo largo de muchos siglos: escuchar la voz de todos. Eso eran, y son, los concilios ecuménicos. Y tanto es así, que el Concilio de Trento (sí, el de Trento) invitó a hablar a Lutero; éste no fue, pero envió a su delegado Melachton. Como ya dije, a mi no me gustó que el Papa recibiera a James Martin S.J., o a la monja Caram (que está completamente loca), pero debo admitir que ese fue durante mucho tiempo el modo de actuar de la Iglesia. No se sabe con certeza si Arrio fue escuchado en el Concilio de Nicea, pero sí estuvo, expuso y defendió sus ideas su amigo Eusebio de Nicomedia. Nestorio participó activamente del Concilio de Éfeso (431) y Macario de Antioquía hizo lo propio en Constantinopla III (680-681) defendiendo personalmente el monotelismo. Repito, no me gusta ver la foto de Martin o de la Caram con León XIII, pero siglos atrás hubiese visto otras similares, con herejes bastante más peligrosos que la dominica descocada o que el suave Martín.

Por eso mismo, la sinodalidad, tal como la entiende León, no consiste en “intentar transformar la Iglesia en una especie de gobierno democrático, ya que, si miramos a muchos países del mundo hoy en día, la democracia no es necesariamente una solución perfecta para todo”. Cuando escuchemos la palabrita mágica con la que el viejo y difunto jesuita encandilaba, debemos saber que su sucesor está hablando de cosas bastante distintas.

III. El proselitismo

Otra diferencia diferencia con pontificados anteriores, es que Prevost fue durante muchos años misionero en Perú, y todos sabemos que muchas veces, luego del Vaticano II y, sobre todo, con el “magisterio” de Francisco, los misioneros no tenían como función predicar el evangelio; el proselitismo estaba prohibido, y no sólo en los países de misión sino también en los países ex-cristianos. De hecho, sé de varios casos en que sacerdotes franceses y españoles se han negado a aceptar conversos del islam o de otras sectas cristianas. León XIV, en cambio, celebra este acercamiento de jóvenes y adultos al bautismo y a la fe: “Ayer me reuní con un grupo de jóvenes franceses. Hubo miles el año pasado que libremente, ahora adultos jóvenes, buscaron el bautismo. Quieren venir a la Iglesia porque se dieron cuenta de que sus vidas están vacías, o de que les falta algo, o de que no tienen sentido, y están descubriendo de nuevo algo que la Iglesia tiene para ofrecer”. Y lo que tiene para ofrecer es ni más ni menos que a Jesucristo, en el que él cree. El cambio, aunque se presenta de un modo sutil, es rotundo.

IV. La ordenación de mujeres

Dice al respecto: “Espero seguir los pasos de Francisco, incluyendo la designación de mujeres en algunos roles de liderazgo, en diferentes niveles, en la vida de la Iglesia, reconociendo sus dones y su contribución de muchas maneras”. Y sin esquivar la cuestión, aclara que el problema real es si las mujeres pueden recibir el orden sagrado. No se le ocurre siquiera imaginar la existencia de mujeres sacerdotisas; habla de las diaconisas. Y sutilmente, desliza un argumento ad hominem que, en pocas palabras, dice lo siguiente: “El Vaticano II restauró el diaconado permanente, y en muchas diócesis hay diáconos permanentes, y sin embargo, todavía nos estamos preguntando qué son y para qué sirven”. Ergo, no nos metamos a ordenar diaconisas.

Pero la frase más clara al respecto es: “Yo, por el momento, no tengo la intención de cambiar la enseñanza de la Iglesia sobre el tema”. Es decir, mientras yo sea Papa, no habrán diaconisas. Lo que hace ruido en esta caso y en el de los LGBT, es la expresión “por el momento”; y es comprensible que cause descontentos, y que mucho asuman, creo yo injustificadamente, que esa expresión implica necesariamente que el Papa considera que en el futuro esa enseñanza puede cambiar. Y yo creo que no. Veámoslo desde el punto de vista estrictamente lógico; a fin de cuentas, Prevost es matemático. La expresión restringe la negación (“no tengo la intención”) al tiempo presente (t), sin extenderla a tiempos futuros (t’). Si la proposición es ¬I(y, C, t) (donde I es “tener la intención de cambiar”, y es el hablante, C es la enseñanza, t es el momento actual), “por el momento” enfatiza que la negación solo se aplica a t, dejando indefinido el estado en t’. La expresión controvertida convierte la proposición en una afirmación condicional temporal: ∀t’ (t’ = t → ¬I(y, C, t’)), donde t es el presente. No hace afirmaciones sobre t’ ≠ t.

Hacer esta afirmación, ¿implica que el Papa cree que va a cambiar la doctrina en un futuro? No. Lógicamente, no hay implicación de creencia en un cambio. La expresión es neutra respecto a las creencias del pontífice sobre el futuro; solo deja abierta la posibilidad lógica de cambio (o no cambio) en t’, sin afirmar ninguna creencia específica. No se deriva lógicamente que el León XIV crea en P (la intención de cambiar) para t’, ya que ¬I en t no conlleva expectativa de I en t’.

Eliminemos la creencia del Papa. ¿Implica que cambiará? No. No hay implicación lógica de que el cambio ocurra en el futuro. La expresión no afirma ni niega acciones futuras; solo describe la ausencia de intención en t. Lógicamente, ¬I(y, C, t) no conlleva I(y, C, t’) ni la realización efectiva del cambio (que requeriría no solo intención, sino capacidad y acción).

Desde el punto de vista lógico, entonces, no puede atribuirse al Papa ninguna afirmación o suposición sobre el cambio de doctrina al respecto del diaconado femenino o sobre la aceptación de los actos homosexuales para el futuro. Pero que la lógica nos diga esto, no implica que la expresión no sea problemática porque muchos, fácilmente, pueden hacer una inferencias inválida, como de hecho ha sucedido. ¿Por qué entonces el Papa la incluyó? Veo dos opciones: o porque efectivamente piensa que la doctrina católica puede cambiar, o a fin de que la afirmación no cayera tan fuerte y sirviera para tranquilizar a los y las feministas de los que está rodeado. Sabrá él cuál de las dos es la correcta pero, como dije, Prevost es católico, por lo que me inclino por la segunda. De más está decir, que se trata de una ingenuidad propia de un yankee pretender que diciendo eso se calmarán las aguas. No logra tranquilizar a nadie, pues las feministas están cabreadas como lo están los gays, que más que cabreados están furiosos por lo dicho por el Papa. Basta repasar los últimos post de Specola y ver las noticias que allí reporta de las histerias que está sufriendo por estos días el “colectivo” feminista y el “colectivo” LGBT. Prevost, en la entrevista, habla a todos los católicos, y tiene el “cuidado”, en mi opinión inútil, de no ofender, al menos de no ofender demasiado, a nadie. Y el resultado es que fastidia a todos. Pero lo importante de la cuestión es que, en buena lógica, no hay motivos para suponer que esa afirmación implique una opinión del Papa sobre futuros cambios de doctrina en temas tan sensibles y delicados.

Y en cuanto a nosotros, nos tranquiliza saber que durante un muy buen tiempo —se estima que tendremos un pontificado largo— no habrá cambios traumáticos que llevarían seguramente al cisma. Como dijo un comentarista con respecto al artículo anterior, “ganamos tiempo”. Y sobre eso los argentinos estamos curtidos.

V. Los LGBT

Pasemos al tema LGBT. Reconozco que las siglas me resultan desagradables, pero las uso simplemente por su practicidad a la hora de escribir un artículo periodístico.

El Papa comienza definiendo ante la pregunta de la periodista: “Me parece muy improbable, ciertamente en un futuro cercano, que la doctrina de la Iglesia cambie en términos de lo que enseña sobre la sexualidad y el matrimonio”. Clarísimo, y sobre la confusa expresión “en un futuro cercano”, ya lo explicamos más arriba. Y poco más adelante, insiste: “La enseñanza de la Iglesia continuará como está, y eso es lo que tengo que decir al respecto por ahora. Creo que es muy importante”.

Y, por otro lado, recuerda la doctrina tradicional: “Las familias necesitan ser apoyadas, lo que llaman la familia tradicional. La familia es padre, madre e hijos. El papel de la familia en la sociedad, que ha sufrido en las últimas décadas, debe ser reconocido y fortalecido una vez más”. E insiste: “La familia es un hombre y una mujer en un compromiso solemne, bendecidos en el sacramento del matrimonio. Pero incluso al decir eso, entiendo que algunas personas se lo tomarán mal”. Sabe que no les gustará a los LGBTQ, pero se los dice igualmente y con todas las letras.

Lo que más ha confundido a muchos es otra afirmación sobre el tema: “Lo que intento decir es lo que Francisco dijo muy claramente cuando decía, ‘todos, todos, todos’. Todos están invitados”. Pero aquí hay una diferencia fundamental: mientras Francisco no ponía condiciones, por lo que sus palabras fueron entendidas como una acogida incondicional que rozaba el relativismo, el Papa León desliza un lenguaje religioso que revierte el significado de lo que dijo Francisco: “Pero no invito a una persona porque tenga o no una identidad específica. Invito a una persona porque es hijo o hija de Dios”. Es decir, no se entra a la Iglesia definiéndose como gay, bisexual o trans y exigiendo que todos lo acepten como se presenta. Ya hablamos en otra ocasión que, para la doctrina católica, el homosexual como categoría antropológica no existe, y es caer en una trampa adoptar esa mentira. Lo que existen son hombre y mujeres que tienen tentaciones contrarias al sexto mandamiento con personas de su mismo sexo, así como existen personas tentadas con oprimir a los pobres o con defraudar a los obreros en su salario, todos estos casos, tentaciones que si se materializan, constituyen pecados que claman al cielo. Dios llama a todos a través de su Iglesia sin etiquetarlos, pero esos todos tampoco deben autoetiquitarse y exigir ser reconocidos y enorgullecerse de sus tentaciones y pecados enumerados en la etiqueta. A la Iglesia se entra como persona creada y necesitada de redención. Ser hijo de Dios implica la transformación de las categorías seculares en la búsqueda de la santidad. Y es esto lo que dice el Papa León: “Invito a una persona porque es hijo o hija de Dios”, es decir, porque se ha dejado transformar por la gracias y es un hombre nuevo.

Y para reforzar esta idea no se priva de dar un zurrazo a los alemanes y belgas con pocas sutilezas: “En el norte de Europa ya están publicando rituales para bendecir «a las personas que se aman», es la forma en que lo expresan, lo que va específicamente en contra del documento que el papa Francisco aprobó, Fiducia Supplicans”. Les está diciendo “Eso no se puede hacer”, como una advertencia: “Si no dejan de hacerlo, lo prohibiré”.

Muchos han visto en esto una confirmación de Fiducia Supplicans. Yo veo, en cambio, una astuta maniobra propia de un canonista. No les está diciendo que está mal la cuestión de los rituales apoyándose en el Liber gomorrhianus de San Pedro Damián; eso no habría tenido efecto alguno. Se lo dice basándose en un documento reciente y vigente; ellos —los alemanes— no tienen argumentos para seguir haciéndolo. Es la misma táctica que refutar a Mons. Colombo o a Mons. Lozano sus prohibiciones sobre la comunión de rodillas o en la boca con el mismísimo Misal Romano de Pablo VI, que no me gusta nada, y no hacerlo con textos de San Pío V o del cardenal Ottaviani, pues mal que nos pese, en esos casos la argumentación perdería toda efectividad.

VI. La misa tradicional

Y pasemos ahora al último tema: la misa tradicional. Dice el pontífice: “Hay otro tema, que también es polémico, y sobre el que ya he recibido varias peticiones y cartas: la cuestión sobre cómo la gente siempre menciona [volver a] la misa en latín. Bueno, se puede decir misa en latín ahora mismo. Si es el rito del Vaticano II, no hay problema. Obviamente, entre la misa tridentina y la misa del Vaticano II, la misa de Pablo VI, no estoy seguro de hacia dónde va a ir eso. Es evidentemente muy complicado”.

En este primer párrafo señalemos algunas cuestiones. Una, tiene que ver con la expresión “Latin Mass”, que es con la que habitualmente, y erróneamente, los anglohablantes se refieren a la misa tradicional. El Papa dice que si se trata de “misa en latín” a secas, puede tratarse de la misa de Pablo VI celebrada en latín, “y en eso no habría problema”. El problema es que aún en ese caso hay problemas. Hemos dicho hace muy poco en este blog que varios obispos argentinos prohiben a sus fieles comulgar de rodillas y, más aún, prohiben que en las misas de sus parroquias se cante en latín. Cualquiera puede imaginar la suerte que correría el sacerdote al que se le ocurriera celebrar la misa en latín, por más novus ordo que fuera. O el Papa no está enterado de lo que realmente sucede en buena parte del orbe católico, o intenta “marear la perdiz”, es decir, dar rodeos para evitar el tema realmente candente.

Pero no es lo que hace, pues aborda la cuestión de frente: “Creo que a veces el, digamos, «abuso» de la liturgia de lo que llamamos la misa del Vaticano II, no fue útil para las personas que buscaban una experiencia más profunda de oración, de contacto con el misterio de la fe, que parecían encontrar en la celebración de la misa tridentina. Una vez más, nos hemos polarizado, de modo que [planteamos eso] en lugar de poder decir: «Bueno, si celebramos la liturgia del Vaticano ii de una manera adecuada, ¿realmente encuentras tanta diferencia entre esta experiencia y esa experiencia?”. Aquí encuentro dos problemas: los abusos de la misa del Vaticano II no fueron útiles sino que fueron dañinos no solamente para un grupo determinado de personas (las que “buscaban una experiencia más profunda de oración, de contacto con el misterio de la fe”) sino para todos los católicos, para la liturgia romana y para la Iglesia misma. Un abuso nunca puede ser útil para nadie y nunca debe ser admitido. Y pareciera —y destaco el condicional— que León ofrece una solución: “Celebremos la misa de Pablo VI piadosamente y solucionamos el problema”. Demás está decir en este ámbito que eso no es la solución de nada . ¿Será que el Papa no logra percibir el meollo de la cuestión y reduce todo el entuerto a una cuestión de sensibilidades piadosas diversas? Es probable y no sería extraño que así fuera.

Una persona amiga muy cercana e inteligente estaba particularmente furiosa con esta afirmación: “León XIV no entiende que liturgia es algo recibido y forma parte de la Tradición y, por eso mismo, no puede ser reformada por un grupo de sabiondos, y tampoco por un Papa”. Así es; ni más ni menos que lo que decía el Papa Benedicto XVI. Pero la cuestión es que este punto tan importante y tan sensible tampoco lo entendían Pablo VI, que autorizó esa reforma; ni Juan Pablo II, que la consolidó, ni Francisco que estableció que era el único modo de la lex orandi. Más aún, me animo a decir porque lo he escuchado, que tampoco lo entiende buena parte de los miembros de la FSSPX y de la FSSP, para quienes “si la reforma de la misa la hubiese hecho un Papa ortodoxo, ellos la habrían aceptado”, tal como aceptaron las reformas de Pío XII y Juan XXIII. Me parece, entonces, injusto pedirle al Papa León, formado en la peor teología de los ’70, claridad en un punto que ni siquiera poseen los más allegados a la Tradición, y mucho menos sus predecesores inmediatos.

Y finaliza con una buena noticia, más aún, con una noticia buenísima: “No he tenido la oportunidad de sentarme realmente con un grupo de personas que aboguen por el rito tridentino. Pronto se presentará una oportunidad, y estoy seguro de que habrá ocasiones para tratarlo. Pero ese es un tema del que creo que también, tal vez con la sinodalidad, tenemos que sentarnos y hablar. Se ha convertido en el tipo de tema que está tan polarizado que la gente, a menudo, no está dispuesta a escucharse mutuamente”.

Algunos recalcitrantes han pasado esto por alto sin darse cuenta que es una novedad que puede cambiar radicalmente la situación en la que nos encontramos los defensores de la misa tradicional. El Papa recurre a la sinodalidad como él la entiende: escuchar. Si bien Francisco se reunió con los superiores de la FSSP y del Instituto Cristo Rey Sumo Sacerdote, no fueron reuniones “sinodales”, y con esto quiero decir que no fueron reuniones destinadas a escuchar las razones del otro para discutir y tomar una decisión sobre un problema concreto. La solución la había tomado él antes con Traditiones custodes, como la había tomado Juan Pablo II con Ecclesia Dei antes de recibir a los flamantes superiores de la FSSP. Creería que la única reunión “sinodal” de un Papa para tratar el tema de la liturgia tradicional fue la que mantuvo Pablo VI con Mons. Marcel Lefebvre el 11 de septiembre de 1976 —hace casi cincuenta años—, y la tal reunión duró sólo 38 minutos. Previsiblemente, no sirvió para nada.

Concretamente, luego de 50 años un Pontífice afirma que convocará a una reunión a los que sostienen y defienden la liturgia tradicional para escucharlos y encontrar una solución. Los Papas anteriores se asesoraban con los miembros de su Curia para decidir; León quiere escuchar a todos. Desconozco cómo será el mecanismo de esa reunión y quiénes serán los convocados, pero el sólo hecho de que León XIV se comprometa públicamente a convocarla, me parece una novedad que no podemos menos que celebrar.

En fin, que en término generales, la entrevista me parece buena y auspiciosa. Habrán cuestiones que nos gusten menos y otras que no nos gusten nada, pero eso no autoriza la infamia de decir que el Papa León es un “Francisco con buenos modales”. Él es católico; el Difunto no lo era.

Wanderer

El libro sobre León XIV: la biografía




Este fin de semana leí León XIV. Ciudadano del mundo. Misionero del siglo XXI, la primera biografía del Papa León. El libro tiene dos parte claramente diferenciadas: la biografía en sí, que es la más extensa, y una larga entrevista. Pueden leerse de modo autónomo, aunque lo que el Papa dice en la entrevista se entiende mejor luego de haber leído su biografía, pues se cae en la cuenta que no podría haber respondido de otro modo a las preguntas. Publicaré mis impresiones de la primera parte de libro en este post, y el miércoles próximo lo haré de la entrevista.

En mi opinión, para que una biografía sea buena, debe reunir dos condiciones iniciales: que el biografiado haya ya muerto y que el autor no sea un periodista. Caso contrario, el libro será malo. Lo cierto es que ninguna de estas condiciones se cumplen en este caso, y el libro no es malo, sino malísimo. Podría haber tenido la mitad de la extensión que tiene y no se hubiese notado, porque está lleno de repeticiones agregadas solamente para engordarlo. Por otro lado, la autora es una periodista norteamericana: Elise Ann Allen, proclamada como los medios como “vaticanista”, lo cual ya de por sí indica que hay que ser cauteloso. Pero en este caso hay que serlo doblemente porque esta mujer tuvo un entuerto de joven con el Sodalitium, al que perteneció y se marchó en 2013. Estimo que habrá sufrido algún tipo de abuso de autoridad o psicológico, lo cual es lamentable, pero más lamentable aún es que la convirtió en una resentida contra todo lo que tenga que ver con esa disuelta institución religiosa y contra todo lo que huela a ultraconservador.

Consecuentemente, es un libro sesgado, completamente sesgado en cuanto a los datos que proporciona de Robert Prevost, porque eligió sesgadamente las fuentes a las cuales recurrir. El lector conocerá solamente un cariz de la vida del pontífice, aquél que ella quiere que se conozca, y desconocerá el resto. Pongo un ejemplo: para el importante capítulo destinado a relatar la vida de Prevost como obispo de Chiclayo, recurre solamente a tres o cuatro testimonios, de laicos y un sacerdote claramente progresistas, y que conocieron a su obispo sólo de modo circunstancial. Lo lógico hubiera sido que entrevistara también a los sacerdotes que convivieron siete años con él en la catedral de Chiclayo, como el P. Jorge Millán, que concedió muy interesantes reportajes a diversos medios como dimos cuenta aquí. Pero Millán, como la mayor parte de los sacerdotes y laicos de Chiclayo son conservadores, porque se trata de una diócesis que fue gobernada durante casi cincuenta años por obispos del Opus Dei, y en la que Bergoglio ubicó a Prevost creyendo que desarmaría el ambiente católico que se había generado, cosa que no sucedió aunque sí imprimió un aspecto más social a la labor de la Iglesia. Allen, entonces, entrevista a lo largo del libro a enemigos declarado de la Obra que, indefectiblemente, fuerzan los hechos a fin de presentar a Prevost como lo opuesto. Esto genera que los lectores, yo incluido, se queden con sólo una parte de los hechos. No es una sorpresa; lo mismo habría hecho Elizabetta Piqué o cualquier otro vaticanista.

Pero vayamos a las impresiones que deja la lectura del libro sobre León XIV. Una cosa queda clara después de la lectura del libro, del testimonio de aquellos que conocieron a Prevost y de lo él mismo dice: es un hombre que tiene fe católica, y con esto quiero decir que cree en Dios y cree que Jesucristo es el Hijo de Dios encarnado en el seno de María la Virgen y el único redentor del género humano. Y viniendo de donde veníamos y sabiendo los candidatos que se asomaban para suceder al Difunto, esto es mucho. Parece una broma pero no lo es; que un obispo, y en este caso el obispo de Roma, tenga fe católica es ya mucho.

En segundo lugar, es claro que fue un buen religioso, y por esto me refiero a que cumplió los votos que hizo el día de su profesión solemne. Fue un hombre obediente a todo lo que sus superiores le pedían, y le pidieron cosas difíciles.

Es además, un hombre disciplinado y trabajador, como los religiosos clásicos. Durante su etapa como formador en el noviciado agustiniano de Trujillo, se relata: “A las cuatro de la mañana ya estaba en pie; a las cinco estaba en la capilla; a las seis celebraba la eucaristía. Era una persona muy estricta […] Nunca dejó de estar en los programas o en los compromisos que teníamos. Creo que ese temple dio testimonio para todos. Siempre nos exigía el tema del estudio, de los compromisos, de las responsabilidades”. Y si bien Prevost no es un académico, es un hombre formado e, insisto, un religioso clásico. Cuenta, por ejemplo, quien lo sucedió en el gobierno general de los agustinos, que Prevost, siendo prior general, tradujo el inglés el propio de la orden, es decir, las oraciones de la misa y del oficio de todas las fiestas propias, que son habitualmente la de los santos que fueron agustinos. Y esto supone dos cosas: que tiene inclinación y valora la liturgia, y que sabe muy bien latín, porque esta es la lengua original desde la que tradujo.

La etapa de formador en Trujillo, que se dio entre 1988 y 1998, muestra otro de los rasgos interesantes de su personalidad. Tanto él como el resto de los religiosos norteamericanos fueron perseguidos y amenazados de muerte por Sendero Luminoso, y a pesar de que en varios ocasiones se lo instó a que regresara a su país hasta que la situación se calmase, como hicieron varios de sus hermanos, lo cierto es que él permaneció en su puesto. Relata él mismo: “La mayoría de nosotros nos quedamos. Hubo varios mártires. En la diócesis al sur de Trujillo, Chimbote, tres sacerdotes fueron asesinados. Pero nos quedamos, pues era muy importante permanecer al lado de las personas a las que servíamos y estar con ellas. Y eso fue lo que hicimos”. Por otra parte, cuando el presidente Fujimori logró erradicar al terrorismo marxista de Sendero Luminoso, se levantó en Perú todo un cuestionamiento a los modos violentos que tuvo para hacerlo —como si hubiese otra opción—, y grandes demostraciones motorizadas por los conocidos “organismo internacionales de derechos humanos”. La particularidad en este caso fue la participación de amplios sectores de la Iglesia en estas actividades. Narran los novicios agustinos de ese momento, que el P. Prevost nunca participó de ellas, aunque no les prohibía que ellos participaran.

Y esto tiene que ver con otros de los aspectos de la personalidad del Papa actual que aparecen en el libro, mal que le pesen a la autora. Prevost nunca fue un sostenedor de la interpretación marxista de la Teología de la Liberación, tan cercana a toda la iglesia peruana porque peruano era su fundador Gustavo Gutierrez. Más aún, Prevost era, y seguramente seguirá siendo, un decidido contrario al marxismo. Dice él mismo hablando de otros colegas religiosos de la época: “[eran] de hecho, quizá demasiado amigables con ideas marxistas, incluyendo el uso de la violencia para luchar por los derechos de los pobres. Yo nunca fui alguien que estuviera de acuerdo con eso”.

Estaríamos quizás tentados a pensar entonces que Robert Prevost es conservador. Y no, no lo es. Si bien es un hombre “leído” (título de grado en matemáticas y doctor en derecho canónico), no es un teólogo, y la teología que tuvo fue pésima. Se formó en esta disciplina a fines de los ’70 y comienzo de los ’80 en el Catholic Theological Union de Chicago, que es una suerte de facultad o instituto teológico que habían establecido algunos años antes un buen número de congregaciones religiosas para que allí se formaran sus miembros. Cualquiera puede imaginar la teología que allí se enseñaba en aquellos años. La autora del libro entrevista a dos de sus antiguos enseñantes: son dos monjas, y sabrá disculparse mi actitud machirula, pero yo desconfío profundamente de las monjas que enseñan teología… Más aún, uno de los frailes agustinos peruanos a los que entrevista Allen y que conoce de cerca Prevost —y que es el más progresista que pudo encontrar— relata que es “alguien a quien le gustan mucho teólogos como el cardenal francés Yves Congar y el cardenal alemán Walter Kasper. Teólogos posconciliares, que han trabajado mucho en temas con una visión más abierta también de Jesucristo en la Iglesia”. No dudo de la veracidad de esta afirmación pero, insisto, se trata de una versión sesgada, pues no sabemos qué otras lecturas teológicas tiene y no conocemos el testimonio de otros allegados que tienen una tendencia más conservadora.

Decimos, entonces, que Roberto Prevost no es conservador. ¿Es, entonces, progresista? Yo diría que sí, pero un progresista de baja intensidad, un progresista circunstancial porque fue eso lo que conoció; en lenguaje de Karl Rahner, diría que es un “progresista anónimo”. Quizás este breve párrafo que pronuncia él mismo a la periodista, ilustre lo que quiero decir: “Fue como el Vaticano II, que quería renovar la vida de la Iglesia y lograr un sentido mucho más claro de comunión, de personas estando juntas en la Iglesia, y no de una espiritualidad individualista o una piedad privada donde yo le rezo a Dios, yo voy a misa y espero que Dios me salve. Ahora tenemos un sentido de «bueno, sí, nosotros vamos a misa, nosotros nos convertimos en comunidad eclesial, juntos somos testigos de la presencia de Cristo en el mundo”. ¿Es herético lo que dice? ¿Está mal? No, en absoluto, está bien, pero es la clásica poesía vacía vaticanosegundista que ya sabemos que no condujo a nada o, en todo caso, terminó provocando un gran daño a la Iglesia. Prevost, como todos nosotros, es hijo de su tiempo y de su formación, y no pueden pedirse peras al olmo.

Una persona amiga me decía: “Podría haber reaccionado a ese discurso progre”. Ciertamente, podría haber sido así. De hecho, mientras él era formador en Trujillo, había otra casa de formación agustiniana en Perú, ubicada en Lurín, a las afueras de Lima, dirigida por el ex-sacerdote Ricardo Coronado (en la web podrán seguir el confuso recorrido de esta persona), que era claramente conservadora. Pero me parece injusto pedirle a alguien que se dedicó fundamentalmente a las misiones que se desembarazara totalmente de la pésima formación teológica recibida y que descubriera el “mundo tradicional”. Por otro lado, si hubieran así sucedido las cosas, en el mejor de los casos, estaría todavía misionando en la costa peruana como simple fraile mendicante.

Sin embargo, y a pesar de todo esto, creo que es el hombre adecuado para dirigir a la Iglesia católica en este momento histórico. No se trata de una persona excepcional, un outstandig como dirían los gringos, como lo fue Juan Pablo II con su personalidad arrolladora, o como lo fue Benedicto XVI con su inteligencia prodigiosa, o como lo fue Francisco con su audacia para obrar el mal. Es un hombre gris y hasta opaco, pero que posee dos características que son las dos que debe tener un Papa para manejar la barca de Pedro en este momento histórico concreto: preocupación por la unidad y capacidad de gestión de conflictos.

Estos dos aspectos lo repiten una y otra vez los entrevistados. Prevost siempre estuvo preocupado y siempre bregó por la unidad, por superar los conflictos y no ahondarlos. En más de una ocasión hemos hablado en este blog de la preocupación casi obsesiva que tienen mucho por la unidad de la Iglesia a la que sacrifican la verdad. Y todos sabemos que la unidad verdadera sólo puede encontrarse en la Verdad. Yo creo que esto lo tiene claro el Papa León, pero también creo que Bergoglio dejó a la Iglesia en un estado de estrés muy alto, y que sólo un hombre de consensos podía dirigirla y evitar que se produjera un cisma. Si el elegido hubiese sido Palorín o Höllerich, por ejemplo, hubiese sido inevitable un cisma del grupo más conservador, desperdigado por todo el mundo; y si el elegido hubiese sido Erdö o Müller, el cisma lo habrían provocado los progresistas. León XIV es el indicado, me parece, para no apagar el pabilo humeante y para no quebrar la caña cascada (Isaías 42:3).

Y la otra característica no menor es su capacidad de gestión. Se dice que el hecho determinante que impulsó a Francisco a llevar a Roma fue el modo cómo resolvió un conflicto muy grave desatado en la diócesis de El Callao por un obispo español neocatecumenal. Éste fue desplazado y Prevost nombrado administrador apostólico. En un año se dedicó a escuchar a todos (y esta es una característica que aparece una y otra vez en el libro); escucha, pregunta pero no opina. Y se toma el tiempo para escuchar a todos, todos, todos. Dicen: “Resolvía conflictos de manera efectiva a través de la escucha y del diálogo con todas las partes, y no dudaba en tener mano firme cuando era necesario”. O bien: “La modestia y la humildad en él se acompañan de una gran valentía y, cuando es necesario, de una gran firmeza”. Tiene, para decirlo en lenguaje eclesial contemporáneo, una “actitud sinodal” que me parece imprescindible para el momento actual de la Iglesia. Así como escuchó al jesuita James Martin -lo cual no sólo no me gustó sino que opino que fue un gesto equívoco para toda la Iglesia-, escuchó también a Burke, y seguramente dentro de poco escuchará a Müller. Ese será su estilo; nos gustará poco o mucho, pero ese es Prevost: Se tomará todo el tiempo que sea necesario y decidirá, pero cuando lo hago, nadie lo moverá de lo decidido. Él mismo dice: “Soy capaz de ser decisivo cuando se necesita ser decisivo, que es otro aspecto del liderazgo que a veces falta en la gente. No puedes quedarte dando vueltas en «pensemos en esto y hablemos de ello para siempre». Tienes que tomar decisiones para poder seguir adelante. Soy capaz de hacer eso, y no tengo miedo de hacerlo”.

¿Es el Papa que a mi hubiese gustado? Ciertamente no. Y no pretendo pedirle peras al olmo. Algunos me dirán: “Pero nosotros queríamos un peral, no un olmo”, pero, aunque suene paradójico, creo que es mejor en este momento, tener un olmo y conformarnos con sámaras mientras olvidamos momentáneamente las peras. Porque estoy pensando que León XIV es el Papa que la Iglesia necesita en este momento tan complejo; una última oportunidad para evitar una nueva Reforma.

The Wanderer

martes, 25 de marzo de 2025

El Papa regresó a Santa Marta. Una buena noticia



Puede parecer raro que en este blog consideremos que es una buena noticia, más aún, una muy buena noticia que el Papa Francisco haya regresado a Santa Marta, aunque allí le espere una larga convalecencia de la que no sabemos cómo y cuándo saldrá.

Lo cierto es que en el Vaticano las cosas se han complicado mucho más de lo que nadie podía esperar, y la afirmación del cardenal Víctor Fernández sobre que el pontífice “tendrá que aprender a hablar nuevamente”, no debe tomarse como propia de un deslenguado. Creo que fue el modo de advertir indirectamente que Francisco estaba perdiendo control del gobierno de la Iglesia: un anciano que apenas si balbucea no puede tomar las decisiones que día a día se publican. Y el cardenal regalón del pontífice está como loco porque no es él quien le presenta los documentos para firmar, como hizo durante mucho tiempo, sino otros. ¿Quiénes son esos otros? Todos coinciden en que es el cardenal Parolín. La presencia del Papa en Santa Marta quebrará el aislamiento y, como se comenta, es probable que interponga entre él y el avispero que lo rodeará, alguien de extrema confianza que le cuide las espaldas, y la firma. Se dice que ni siquiera sería un cardenal.

Pero más allá de este hecho, que veremos cómo termina y cuánto tiempo dura, lo cierto es que, si el Papa moría de esta enfermedad, el cónclave iba a ser mucho más complicado y peligroso para la Iglesia que lo previsto. El cardenal que más chances tiene de ser elegido en estos momentos es Pietro Parolin. Como buen italiano, ha sabido hacer una carrera prolija y bien diseñada, con buenos modales y tejiendo alianzas con todos los grupos de la Iglesia, excepto con los tradicionalistas a los que considera irremediablemente perdidos (es conocido por su férrea oposición a la misa tradicional y por ser uno de los instigadores de Traditionis custodes). Su habilidad le ha valido que, a pesar de la tendencia del Papa Francisco a desprenderse de sus colaboradores más cercanos con cierta frecuencia, Parolin ha permanecido doce años en su cargo. Sin embargo, lo dio por muerto antes de tiempo y comenzó a comportarse como Papa suplente. Habría sido esta actitud la que precipitó el alta del Gemelli: no es lo mismo un Papa enfermo en un hospital que en el Vaticano.

Todos en los Sacros Palacios saben que Bergoglio no quiere a Parolin, y que Parolin no quiere a Bergoglio. Dos ambiciosos el poder lógicamente deben repelerse mutuamente. Y es por eso que el Papa está haciendo todo lo posible para dificultarle su carrera al solio petrino. Ya relatamos aquí la extensión que le concedió el Papa al cardenal Giovanni Battista Re como decano del colegio cardenalicio, puesto al que sin dudas iba a acceder Parolin; y sabemos también que el primer rosario en la Plaza de San Pedro fue dirigido por Parolin y no por Re, que tiene precedencia sobre él. Danzas de palacio para imponerse en el imaginario de los purpurados de todo el mundo. Y será Parolin también quien, el 2 de abril, presidirá la misa por los 20 años de la muerte de Juan Pablo II; un gesto cargado del cinismo propio del Vaticano: el Papa que abandonó la ostpolitik y protagonizó la caída del comunismo en Rusia y Europa del Este, será celebrado por el cardenal que renovó esta fracasa política de acercamiento a los gobiernos comunistas a través del acuerdo con el gobierno chino, por el cual entregó a la Iglesia y a sus mártires, a las decisiones del Partido. Y Francisco respondió no recibiéndolo sólo a él en sus habitaciones del Gemelli sino acompañado del Sustituto Edgar Peña Parra, a quien prefiere. Una suerte de humillación para el Secretario de Estado: en el lenguaje Vaticano, es un signo claro de que el pontífice no confía en él y por eso quiere testigos en los encuentros.

Por otro lado, es probable que sea justamente esta acelerada de Parolin en su carrera la que le desgracie la elección. En mi opinión, si es cierto que existía la posibilidad de que se cambiaran algunas reglas del cónclave —se hablaba de la posibilidad de que la elección fuera por mayoría absoluta y no por los dos tercios, y que no se admitiera a las congregaciones generales previas a los cardenales que no son electores—, esa posibilidad la ha cancelado Secretario de Estado por su apresuramiento. En efecto, si la elección fuera por mayoría absoluta, al segundo día del cónclave asomaría sin duda Parolin en la loggia, y el más interesado en vetar a los purpurados mayores de ochenta años la posibilidad de hablar, es justamente él mismo. Y esto es así porque sabe que es allí, en las congregaciones generales, donde sus enemigos lo mostrarán tal cual es. Y el más importante de ellos es el anciano cardenal chino Joseph Zen. Este ha dicho: “Parolin tiene la mente envenenada. Tiene modales muy dulces, pero no confío en él”. Y también: “Parolin sabe que es un mentiroso y el Papa está siendo manipulado por él”. Nadie querría que un anciano venerable, que carga sobre sus espaldas años de persecución y cárcel, lo exponga con esa claridad frente a quienes serán sus electores. No creo, por tanto, que el Papa Francisco esté dispuesto a cambiar reglas que sólo favorecerán a su contrincante.

¿Qué es lo quiere entonces Francisco? ¿Cuál es su delfín? Difícil saberlo; como dice el adagio, nadie sabe lo que hay en la mente de un jesuita. Probablemente su preferido sea el cardenal Mateo Zuppi, a quién aupó de simple cura romano a arzobispo de Bolonia y presidente de la Conferencia Episcopal Italiana y tiene como plus que se odian mutua y cordialmente con Parolin. Sin embargo, como explicaba la semana pasada Sandro Magister, y a pesar de que Zuppi es miembro de la Comunidad de San Egidio, no es el candidato de esta poderosa e influyente comunidad por esa misma razón: difícilmente los cardenales votarían por alguien que, si fuera Papa, el verdadero poder no estaría en él sino en sus confratelli, comenzando por el fundador Andrea Riccardi. El candidato en las sombras sería el portugués José Tolentino de Mendonça, prefecto del dicasterio de la cultura.

Tolentino es un candidato que tiene papeles. Nacido en Fuchal, isla de Madeira, vivió muchos años en Angola y luego en Lisboa, donde ejerció labor de docencia universitaria y actividades culturas varias, siendo autor además, de libros de poesía, una especie de Vincenzo Pecci redivivo. También, como Zuppi, fue elevado de simple cura lusitano a cardenal por capricho del Papa Francisco. Su elección aseguraría que la Iglesia terminara convirtiéndose en la garante de un cristianismo cultural que, sin despojarse de los aspectos dogmáticos o morales, los dejara más o menos de lado para dedicarse a sostener los valores culturales cristianos en diálogo con las demás religiones. Una Iglesia modosita, habitada por los bien pensantes y alejada de los extremos.

Pero, ¿tiene chances verdaderamente el cardenal Tolentino de ser elegido? Difícilmente. Dos importantes factores juegan en su contra. En primer lugar, no tiene experiencia pastoral; jamás fue párroco ni vicario parroquial; ni tampoco obispo residencial. No tiene olor a oveja sino a libros y vernissages. Y en segundo lugar, y más importante aún, tiene 59 años; es muy joven. No creo que ningún cardenal se convenza de votar a una persona que hace prever un papado de veinticinco o treinta años, porque si en vez de pato sale gallareta, estamos fritos.

En definitiva, que es una muy buena noticia para la Iglesia que el Papa Francisco haya retornado a Santa Marta y que permanezca con vida algunos meses más, los suficientes para frustrar las aspiraciones de Parolin que es la opción más tenebrosa a la que podría ser arrojada la Iglesia.

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P.S.: Alguien podría preguntar lo siguiente: Si el Papa Francisco no lo quiere a Parolin, ¿por qué no lo saca, así como sacó a Müller o a Burke? Es muy sencillo: porque Francisco decidió no enfrentar la casta.

A la Iglesia la gobierna, desde hace siglos, una casta, para hablar en términos mileístas. Para bien o para mal, es así, y sin la casta, o sin un pacto con la casta, ningún Papa puede gobernar. En el último siglo pasaron nueve papas, sin contar a Juan Pablo I. De ellos, cuatro no pertenecieron a la casta: San Pío X, Juan Pablo II, Benedicto XVI y Francisco. El resto —Benedicto XV, Pío XI, Pío XII, Juan XXIII y Pablo VI— eran parte de ella. Quienes no lo fueron, se aliaron rápidamente con ella, a excepción de Ratzinger. San Pío X eligió como secretario de Estado a Rafael Merry del Val, parte de la casta desde que era seminarista y Juan Pablo II al cardenal Agostino Casaroli, flor y nata de la casta vaticana. Benedicto XVI la conocía muy bien: había convivido con la casta durante veinte años, y sabía cómo actuaba, y sabía de lo que eran capaces. Y fue el único que tuvo agallas para nombrar como su segundo al cardenal Tarcisio Bertone, extraño también al grupo. Y así le fue. Es verdad que Bertone no era el indicado, por torpe y frívolo, pero la casta le tendió al pontífice todas las trampas posibles. Y cuando éste redobló la apuesta y nombró una comisión investigadora a la curia romana, es decir a la casta, cuyo resultado fueron dos grandes cajas, tuvo que renunciar. Y la casta no lo perdonó ni siquiera después de la renuncia: eligieron a Bergoglio en vez de Scola, que era su candidato.

Francisco, que sabe cómo moverse en los círculos del poder y a pesar de sus cacareos de reforma de la curia, lo primero que hizo fue dejarle claro a la casta que trabajarían juntos: nombró a Mons. Battista Rica, vedette de la mafia rosa, en un alto puesto en el Vaticano y aceptó sin chistar la “sugerencia” de los cardenales Achille Silvestrini y Jean Turan, y trajo a Pietro Parlin como secretario de Estado, relevándolo del exilio en Caracas al que lo había enviado Benedicto XVI, que sabía muy bien quién era.

El Papa Francisco hará todo lo posible para obstaculizar la carrera del cardenal Parolin al pontificado romano, pero no lo echará de su puesto, y mucho menos en esta etapa final de su vida. ¿O justamente por eso se animará a hacerlo? No lo creo. Entre bomberos no se pisan la manguera.

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WANDERER

jueves, 20 de marzo de 2025

¿QUIÉN GOBIERNA LA IGLESIA?



Hace más de un mes que el Papa Francisco está internado. Los partes médicos, cada vez más escuetos, nos dicen que día a día necesita menos oxígeno y que mejora lentamente. Se trata de hacer un acto de fe en esas nuevas escrituras. Y para los que tienen poca fe y exigen algo más, los encargados de la comunicación vaticana —todo un dicasterio presidido por el prefecto Paolo Ruffini, un periodista laico— cometen torpeza tras torpeza. El brevísimo audio que se escuchó hace un par de semanas en la plaza San Pedro confirmó la gravedad del estado de salud del pontífice y sembró dudas sobre su origen —habló en español y los comentarios dicen que habría sido grabado a comienzos de febrero, apenas ingresado en el Gemelli, y destinado a un encuentro de oración por su salud que se celebró en la plaza de Constitución de Buenos Aires— y la fotografía profundizó las dudas. ¿Por qué de espaldas y de lado? ¿Qué impide que no pueda vérsele el rostro? Ademas, el Papa aparece envuelto en un par de sábanas blancas – que intentan, de manera bastante tosca, simular el alba, y sobre ellas tiene una estola morada, puesta al revés (las costuras están hacia arriba y no hacia abajo), signo elocuente de que quien lo vistió así no es un sacerdote .

Esta situación en una persona de 88 años y con una salud débil como la de Francisco hacen suponer, con toda sensatez, no solamente que está grave, sino que difícilmente salga de estado, aunque pueda permanecer en él durante meses. Y aún en el caso de que saliera, todo hace presumir que quedará en un estado muy limitado, no sólo en cuanto a la movilidad, sino también en lo cognitivo. Y para esto no hace falta ser médico. Basta con la experiencia que cualquiera de nosotros tiene con familiares o conocidos que han atravesado circunstancias similares.

Lo preocupante de todo esto es lo que nos temíamos: atravesar un intermezzo más o menos prolongado, durante el cuál nadie sepa quién es que realmente gobierna la Iglesia. O, peor aún, quiénes son los que la gobiernan. Ya tuvimos la experiencia de Juan Pablo II en su estado de enfermedad postrera, cuando cualquiera que tenía buena relación con don Estanislao iba a verlo y salía de los apartamentos pontificios con un nombramiento episcopal o con un decreto firmado. Y hasta el momento, las señales en ese sentido son inquietantes.

Quienes lo han visitado oficialmente, y en dos ocasiones, han sido el cardenal Pietro Parolin y el sustituto Edgar Parra. Es muy preocupante que sea Parolin quien tome las riendas de la Iglesia aunque le corresponde de oficio. Es público, y fácil de encontrar en la web, todas sus intervenciones en organismos internacionales como la ONU, el G20 o el Foro de Roma, en favor de la Agenda 2030 y de la gobernanza global. Se trata de un personaje que fácilmente puede ser ubicado en las antípodas de las posturas más claramente conservadoras que han asomado en los últimos años como Orban, Trump o Milei. En pocas palabras, tenemos en el él a un defensor del wokismo extremo, aunque siempre con buenos modales y con amables sonrisas. Si alguien es dado a los relatos apocalípticos y distópicos sobre los últimos tiempos del mundo y de la Iglesia, encontrará en Parolin al personaje que mejor encarna al pontífice traidor y postrero.

La otra señal es que, a pesar de la más que evidente incapacidad del pontífice para tomar decisiones sobre la Iglesia, las decisiones se siguen conociendo. Este semana ha nombrado a dos nuncios y a varios obispos. Pase; se trata de cargos que deben ser ocupados y seguramente hubo procesos previos de selección. Sin embargo, la agencia de noticias oficial del Vaticano, sin sonrojarse, anunció que el 11 de marzo Francisco había establecido “el inicio de un camino que conducirá a una Asamblea Eclesial dentro de tres años”. Ha sido el secretario del sínodo, cardenal Mario Grech, quien en una carta ha explicado que:
«Este proceso de acompañamiento y evaluación de la fase de implementación, que es coordinado por la Secretaría General del Sínodo, fue aprobado por el Papa Francisco. «El Santo Padre ha pedido su difusión entre las Iglesias locales y las agrupaciones de Iglesias». «El Camino que llevará a toda la Iglesia a la celebración de la Asamblea Eclesial de octubre de 2028 será marcado de tal manera que ofrezca tiempos adecuados y sostenibles para comenzar la implementación de las indicaciones del Sínodo, previendo luego algunas citas de evaluación significativas. Marzo de 2025 : anuncio del camino de acompañamiento y evaluación. Mayo de 2025 : publicación del Documento de Apoyo para la fase de implementación con las indicaciones para su desarrollo. Junio de 2025 – Diciembre de 2026 : caminos de implementación en las Iglesias locales y sus agrupaciones. 24-26 de octubre de 2025 : Jubileo de los equipos sinodales y órganos de participación. Primer semestre de 2027 : Asambleas de evaluación en las Diócesis y Eparquías. Segundo semestre de 2027 : Asambleas de evaluación en las Conferencias Episcopales nacionales e internacionales, en las Estructuras Jerarquías orientales y en otras agrupaciones de Iglesias. Primer semestre 2028: Asambleas Continentales de Evaluación. En junio 2028 : publicación del Instrumentum laboris para los trabajos de la Asamblea Eclesial de octubre 2028. Octubre 2028 : celebración de la Asamblea Eclesial en el Vaticano».
La primera reflexión que podemos hacer es de que se trata de algo disparatado, no solamente por hacernos creer que ha sido Francisco que, con plena conciencia, ha tomado decisión tan importante, sino por pretender que esa decisión se cumplirá cuando la evidencia nos lleva a afirmar que a este pontificado le quedan pocos meses. Es decir, se le pretende marcar una agenda al próximo papa, lo cual es bastante risible porque él puede cambiarla de un plumazo. ¿Manotazos de ahogado? Puede ser, aunque más bien me inclino a pensar que lo que quieren en embarrar la cancha a fin de que, si el próximo papa no es uno de ellos, se le haga más difícil gobernar.

El problema es que si efectivamente este programa se consuma, el cardenal Grech y quienes lo aúpan, estarán poniendo a la Iglesia en un estado de asamblea permanente; una suerte de “asamblea de los soviets” con pretensiones de adueñarse del gobierno del Iglesia; dirán ellos, el “giro hacia una Iglesia sinodal”. Juegan con fuego, claro, porque la historia nos muestra el modo trágico en el que terminaron estos experimentos: con la guillotina funcionando día y noche en la Place de la Concorde, o con la familia imperial rusa fusilada en la casa Ipátiev. Lo grave es que en este caso no rodarán cabezas ni ningún Yákov Yurovski ordenará la descarga, sino que la Iglesia terminará diluida en una institución informe al servicio de sus eternos enemigos.

Esta es una, y sólo una, de las adversidades (ad versus: que se vuelve en contra) que deberá enfrentar el próximo pontífice. Espero que los cardenales caigan en la cuenta de la personalidad que requiere el candidato para enfrentarlas.

The Wanderer

martes, 11 de marzo de 2025

Mons. José Munilla y la misa tradicional



La semana pasada se publicó en Youtube una entrevista al obispo de la diócesis de Orihuela-Alicante, José Ignacio Munilla. (En este blog se encuentra en este link: http://www.blogcatolico.com/2025/03/munilla-y-el-dedito-del-listillo.html 

Pasa por ser un obispo conservador; un prelado moderado y bienpensante, alejado de la medianía progresista de sus colegas. Probablemente sea así; no lo conozco lo suficiente y tengo buenos amigos españoles que sí lo conocen. Pero lo cortés no quita lo valiente, y hay que decir que en los minutos que dedica Mons. Munilla a responder la pregunta del periodista sobre la misa tradicional da muestra de una sorprendente ignorancia y, me animaría a decir, de una riesgosa imprudencia que lo impulsa a afirmar lo que no sólo lo que no está probado sino lo que simplemente es mentira. Veamos:

1. “La misa tradicional fue aprobada por el Papa Benedicto XVI para conformar a ciertos grupos que se habían alejado de la Iglesia y para destacar el aspecto sacrificial que tiene la misa”. FALSO.

Joseph Ratzinger, siendo todavía sacerdote, fue un acérrimo defensor de la permanencia de la misa tradicional en la Iglesia, a punto tal que, cuando fue elegido arzobispo de Munich en 1977, muchos sacerdotes de la arquidiócesis obstaculizaron su ingreso en la catedral el día de la toma de posesión justamente porque rechazaban la defensa de la misa de su nuevo obispo. Pero no se trató sólo de este hecho anecdótico. A lo largo de toda su vida, y mucho antes de la aparición de “ciertos grupos alejados de la Iglesia”, Ratzinger se manifestó crítico del novus ordo y defensor del vetus. Por ejemplo, en 1976 —siendo aún sacerdote—, escribía lo siguiente:

El problema del nuevo Misal radica en el abandono de un proceso histórico que siempre fue continuo, antes y después de San Pío V, y en la creación de un libro completamente nuevo, aunque compilado con material antiguo, cuya publicación fue acompañada de una prohibición de todo lo que le precedió, lo cual, por lo demás, es inaudito en la historia tanto del derecho como de la liturgia. Y puedo afirmar con certeza, basándome en mi conocimiento de los debates conciliares y en la lectura reiterada de los discursos de los Padres conciliares, que esto no se corresponde con las intenciones del Concilio Vaticano II. (Wolfgang Waldstein, «Zum motuproprio Summorum Pontificum», en Una Voce Korrespondenz 38/3 [2008], 201-214)

Y treinta años después, siendo Papa, escribió:

En la historia de la liturgia hay crecimiento y progreso, pero no ruptura. Lo que las generaciones anteriores consideraban sagrado, sigue siendo sagrado y grandioso también para nosotros, y no puede ser de repente totalmente prohibido o incluso considerado perjudicial. A todos nos incumbe preservar las riquezas que se han desarrollado en la fe y en la oración de la Iglesia, y darles el lugar que les corresponde. (Carta Apostólica que acompañó a Summorum Pontificum).

A lo largo de esos treinta años, y después también, pueden citarse decenas de intervenciones por el estilo (recopiladas en este sitio), y en todas ellas se muestra que la voluntad de Benedicto XVI fue exactamente la contraria a la que postula Mons. Munilla: no hay mención alguna a los grupos disidentes y no hay mención alguna a una mayor evidencia del aspecto sacrificial de la misa tradicional. Hay algo mucho más profundo y metafísico que el obispo de Alicante no conoce, o es incapaz de ver.

2. “Joseph Ratzinger nunca celebró públicamente después del Concilio la misa tradicional”. FALSO

El cardenal Ratzinger celebró en numerosas ocasiones la misa tradicional públicamente, con pompa y circunstancia. Aquí propongo sólo algunos ejemplos de los muchos que se pueden encontrar en la web:

Misa solemne en el seminario de la Fraternidad Sacerdotal San Pedro (1995).
(Más fotos pueden verse aquí)
Misa solemne en una parroquia de Weimer, en 1989 y 1999 (aquí y aquí)

Misa en el monasterio de Le Barroux en 1995 (aquí)

3. “No es obvio que en la intencionalidad de Benedicto XVI estuviera que la liturgia tradicional pudiera ser celebrada de modo ordinario”. FALSO

Esa intencionalidad es obvia para cualquiera que lee el motu proprio Summorum Pontificum, en el que el Papa Benedicto “libera” la misa tradicional a fin de que pueda ser celebrada de modo ordinario, es decir, diario, por cualquier sacerdote y en cualquier iglesia. Las únicas restricciones que pone son las mismas que tiene la celebración de la misa de Pablo VI: acuerdo para los días y horarios con el rector de la Iglesia. Por ejemplo:

Art. 2.- En las Misas celebradas sin el pueblo, todo sacerdote católico de rito latino, tanto secular como religioso, puede utilizar tanto el Misal Romano editado por el beato Papa Juan XXIII en 1962 como el Misal Romano promulgado por el Papa Pablo VI en 1970, en cualquier día, […]

Art. 5 § 2. La celebración [con asistencia de fieles] según el Misal del beato Juan XXIII puede tener lugar en día ferial; los domingos y las festividades puede haber también una celebración de ese tipo.

4. “Es un error decir que el Vaticano II empobreció la liturgia”. FALSO.

Evidentemente, aquí entran en juego diversas opiniones, pero Mons. Munilla se está refiriendo a la enseñanza del Papa Benedicto XVI. Los ejemplos sobre la opinión del pontífice acerca del empobrecimiento de la liturgia posconciliar son múltiples y pueden ser corroborados en el enlace anterior. Pongo un solo ejemplo:

La reforma litúrgica, en su ejecución concreta, se ha alejado cada vez más de este origen [en el mejor del Movimiento Litúrgico]. El resultado no ha sido la revitalización sino la devastación.... En lugar de la liturgia que se había desarrollado, se ha puesto una liturgia que se ha hecho. (Commentary in Simandron—Der Wachklopfer. Gedenkschrift für Klaus Gamber (1919-1989), ed. Wilhelm Nyssen [Cologne: Luthe-Verlag, 1989], 13–15, citado in Theologisches, 20.2 (Feb. 1990), 103–4)

5. “Nos olvidamos lo que dice el adagio lex orandi, lex credendi”. FALSO

En primer lugar, la expresión aludida no es un adagio, ni un refrán, sino que es un principio que posee carácter dogmático y normativo, refrendado por la Tradición explicitada en los Padres de la Iglesia (San Agustín y Próspero de Aquitania, por ejemplo) y en el Magisterio.

En segundo lugar, el Papa Benedicto XVI dice en el comienzo mismo de Summorum Pontificum:

Art. 1.- El Misal Romano promulgado por Pablo VI es la expresión ordinaria de la «Lex orandi» («Ley de la oración»), de la Iglesia católica de rito latino. No obstante, el Misal Romano promulgado por san Pío V, y nuevamente por el beato Juan XXIII, debe considerarse como expresión extraordinaria de la misma «Lex orandi» y gozar del respeto debido por su uso venerable y antiguo. Estas dos expresiones de la «Lex orandi» de la Iglesia en modo alguno inducen a una división de la «Lex credendi» («Ley de la fe») de la Iglesia; en efecto, son dos usos del único rito romano.

6. “Si hubiera en el seno de la Iglesia comunidades que celebran diferentes ritos litúrgicos, eso iría en detrimento de la unidad”. ESCANDALOSAMENTE FALSO

En la iglesia católica hay muchos ritos (romano, bizantino, copto, etíope, maronita, armenio, sirio malabar, caldeo, sirio malankar) y jamás a nadie se le ocurrió decir que esta diversidad era un obstáculo para la unidad y, consecuentemente, habría que suprimirlos. Más aún, dentro del mismo rito romano hay otros ritos. A pocos kilómetros de la residencia de Mons. Munilla se celebra el rito mozárabe, por ejemplo. Se trata de un disparate que en el que no es necesario detenerse demasiado.

7. “No sería prudente que todos los domingos se asista a la misa tradicional”. FALSO

En primer lugar, el motu proprio del Papa Benedicto tendía a que en todas las parroquias se celebraran los dos ritos, y los fieles fueran libremente a uno u otro, según les apeteciera. Y eso ocurrió y ocurre todavía en varios sitios. Y no genera división, ni peleas ni desencuentros. Pareciera que Mons. Munilla cae en una actitud rígida y clerical queriendo imponer a los fieles dónde, cómo y cuándo deben asistir a la Santa Misa.

Y en segundo lugar, porque nunca la Iglesia dijo, por ejemplo, en Milán: “No es prudente que los fieles vayan todos los domingos a misa en rito ambrosiano, sino que deben asistir también al rito romano”. Un disparate.

Total que, refutando el título del video publicado (“¿Qué piensa de la Misa Tradicional? - Munilla lo tiene claro”), hay que decir que Munilla no lo tiene para nada claro. La evidencia documental que he mostrado lleva a la conclusión que, o bien Mons. Munilla no leyó Summorum Pontificum o, si lo leyó, no lo entendió: y si lo leyó y lo entendió, lo olvidó. Y se concluye también que el obispo de Alicante, en ocasiones al menos, habla sin saber. Cualquiera sea el caso, es muy preocupante que un obispo considerado faro del pensamiento conservador en España, sea tan débil en sus conocimientos y argumentaciones.

Al obispo mártir San Dionisio lo decapitaron en París los esbirros del emperador Decio en el siglo III, y por eso se lo representa descabezado y con la testa en sus manos. Hay otros obispos, en cambio, que sin ser mártires, también perdieron la sesera, y nadie sabe dónde la han dejado.

Wanderer

viernes, 7 de marzo de 2025

Quién será el próximo Papa


Francisco se muere. Irremediablemente. Podrán decirnos los partes diarios que emite la vocería vaticana que durmió toda la noche como un angelito, que luego se levantó, rezó en la capilla, se sentó en un sofá donde desayunó café con leche y medialunas, leyó los diarios, escribió varios documentos y discursos y recibió a un par de cardenales. A este paso, no sería raro que nos dijeran que jugó una partida de bridge con una monja, el cardenal Fernández y Miss Marple. Como bien repite con frecuencia Specola, los personajes que se encargan de la comunicación de la Santa Sede son de los más simplotes y elementales, y suponen que la gente es idiota.

Bajo estas circunstancias, entonces, es lo más normal del mundo que la Iglesia se encuentre en situación de pre-cónclave y que, consecuentemente, las quinielas de nombres de candidatos a ocupar el puesto que dejará libre Bergoglio se meneen en medios de prensa, en blogs y en trattorias romanas. Pero todos sabemos que no son más que eso: quinielas, suposiciones, cálculos, predicciones. No más que eso. Y esto es así porque el nombre del futuro Papa depende de la voluntad de 137 cardenales, y nadie sabe cómo se coordinarán esas voluntades. Y en este punto hay que ser muy claro: al Papa no lo elige el Espíritu Santo sino que lo eligen los cardenales. Ya verá luego el Paráclito cómo se las arregla para iluminar al que le pusieron debajo, pero lo que es seguro es que Él no lo elige.

Y como es época de predicciones y apuestas, me sumo también a los apostadores. Y junto a afirmar que no sé quién será el próximo Papa, sé en cambio quién o quiénes no serán los próximos Papas. No será elegido ningún cardenal latinoamericano ni tampoco ninguno que venga de las periferias. Bastante mal y bastante caro le salió a la Iglesia el divertimento de los purpurados que en 2013 quisieron experimentar con un hombre del fin del mundo. Por tanto, el cardenal Tagle, aunque los medios progres lo consideren papabile, no tiene la menor chance. Y no la tienen tampoco ninguno de los exóticos ejemplares a los que Bergoglio vistió de colorado. El que se quemó con leche, ve una vaca y llora, dice el refranero hispanoamericano.

Quedan entonces en carrera los cardenales norteamericanos y europeos. Si miramos a los canadienses, un buen candidato sería Francis Leo, arzobispo de Toronto. Posee todas las cualificaciones necesarias para ser elegido y seguramente sería mirado muy de cerca por sus colegas si no fuera por su juventud: tiene apenas 53 años, y nadie se arriesgaría a tener en el solio petrino a una misma persona durante cuarenta años. En cambio, el cardenal Lacroix, arzobispo de Quebec, y al que muchos ven como papabili carga consigo una acusación de abuso sexual que, aunque fue desestimada, lo obligó a dejar su cargo durante seis meses, y no están las cosas para andar jugando con fuego.

Y creo que no vale la pena considerar a los cardenales de Estados Unidos. Hay perfiles que se ajustan en un sector o en otro, como Timothy Dolan, arzobispo de Nueva York, o el cardenal Blase Cupich, de Chicago, pero el Sacro Colegio no elegirá a un cardenal americano en circunstancias en las que Donald Trump ha asumido un rol tan protagónico y disruptivo en todo el mundo. No les interesará que la Iglesia quede como complemento del caudillo. Más de uno temería que, como hizo León III con Carlomagno, lo corone emperador de un nuevo sacro imperio romano-americano.

En mi opinión entonces, el próximo Papa será necesariamente europeo. Y aunque esto es decir algo, no es decir mucho, pues hay que pensar qué condiciones debe reunir para enfrentar el estado catastrófico que deja Bergoglio a la Iglesia (los peronistas sólo saben ruinas cuando dejan el poder), y esto más allá de su tendencia doctrinal. En primer lugar, debe ser un hombre de orden y unidad, es decir, que sea capaz de ordenar el enorme desaguisado que encontrará en muchos niveles. Y el primero de todos, y no sólo por necesidad sobrenatural sino también por necesidad política, es lograr la unidad en la fe. En la actualidad, ser católico tiene las prerrogativas del ser: se dice de muchas maneras, y este estado de confusión ha sido buscado y querido por Francisco. Pero resulta imposible continuar por el mismo camino. El próximo pontífice, sea del bando que sea, deberá tender a clarificar la fe católica. No me parece que sea algo que pueda hacerse de modo abrupto ni de un día para otro, pero resulta imprescindible, si se quiere que la Iglesia continúe existiendo, que se retorne a una doctrina común, a que todos asintamos al mismo Credo y se dejen de lado las veleidades doctrinales.

Por eso mismo, deberá ser un hombre de personalidad fuerte y decidida, que no tema hacer en los primeros días de su pontificado lo que deba hacer. No creo que sea un della Chiesa, o un Montini, o un Ratzinger. Si lo que dijimos en el párrafo anterior tiene algún sentido, una de las primeras cosas que deberá hacer el próximo Papa será poner de patitas en la calle a varios paniaguados de la Curia, sobre todo los que no vienen “de la escuela”, que son difíciles de tocar, empezando por el cardenal Tucho Fernández, responsable en buena medida del desbarajuste actual.

¿Será el próximo Papa un bergogliano? El bergoglianismo, como hemos dicho, expirará junto con Bergoglio. En todo caso, podríamos hablar de cardenales bergoglianos lato sensu, lo que en otras palabras sería hablar de “cardenales progresistas”. Luis Badilla, un respetado conocedor del Vaticano, incluye varios nombres dentro de este sector en un artículo reproducido por Missa in Latino. Me parece demasiado generoso. Nunca será elegido otro jesuita, por lo que Hollerich está descartado; Marengo es muy joven (50 años), como también Pizzaballa (59), y Omella demasiado viejo (casi 80 años); Tolentino de Mendonca desangelado y demasiado intelectual y Arborelius demasiado exótico, pues Suecia entra, para la Iglesia, dentro de esa categoría. De ese listado quedan Pietro Parolin, Secretario de Estado; Matteo Zuppi, arzobispo de Bolonia, y Jean-Marc Aveline, arzobispo de Marsella.

Pietro Parolin, sería un buen candidato, pero creo que está ya demasiado remanido y fácilmente y con razón pueden adjudicársele a él los errores colosales de Bergoglio. No me parece que sea una opción aunque sí puede es un buen y poderoso king maker, y en esa función no me extrañaría que orientara los votos que le responden al cardenal Claudio Gurgerotti, pertenecientes ambos a la cordata del cardenal difunto Silvestrini.

Matteo Zuppi, aunque no tiene el physique du rol, sería el candidato ideal del progresismo y, curiosamente, también de muchos círculos tradicionalistas, porque es un liberal coherente: con él sí habría lugar en la Iglesia para todos, todos, todos, y no para los todos secundum quid de Bergoglio. Pero quizás sea justamente eso lo que le bloquee el camino: su progresismo desembozado y, consecuentemente, antitrumpismo, propio de la comunidad de Sant’Egidio a la que pertenece. En las circunstancias actuales del mundo, el Sacro Colegio no elegirá a un abierto enemigo de Trump.

En los últimos días han comenzado a circular rumores que circulan que Francisco, o quien sostiene su mano, antes de morir firmaría una reforma de las reglas del cónclave estableciendo que para ser elegido Papa es suficiente alcanzar la mayoría absoluta de los votos. No parece probable porque eso sería romper con un tradicion de setecientos años, cosa que no le importaría a Bergoglio, pero sí creo que le importaría que cuando un Papa, Gregorio XI en 1378 estableció esa medida, provocó en la elección de su sucesor el Cisma de Occidente, y no sería nada raro que en esta ocasión ocurriera lo mismo. Sin embargo, el sólo de que ese rumor corra significa que los bergoglianos, o los progresistas, están preocupados y nada seguros con que el próximo pontífice de Roma sea uno de ellos.

El grupo de los abiertamente no bergoglianos creo que no tienen posibilidad alguna de ser elegidos. A no ser que un terremoto hiciera temblar los cimientos de la Sixtina y que, aterrorizados, los cardenales se decidieran por un candidato claramente católico, no veo que sea posible. Lo que sí pueden hacer, y sin duda harán, será formar junto a los conservadores lato sensu un tercio de bloqueo que fuerce, luego de varios días de intentos, la elección de un candidato de compromiso. Y uno e ellos puede ser el húngaro Péter Erdö o el holandés Willem Eijk, o algún otro que surga inesperadamente como el fue el caso de Wojtyla, que zanjó la disputa entre Siri y Benelli.

Si las cosas son así, podemos adoptar estas claves para asistir al cónclave por televisión. Si la fumata bianca aparece pronto, es decir, luego de cuatro o cinco votaciones, encomendémonos a Dios, porque no creo que sea una buena señal. Una elección, en las circunstancias actuales, en tan poco tiempo, significaría que el tercio de bloqueo no funcionó y que fue elegido un cardenal con alta intensidad de bergoglianismo en sangre. Si dura más de tres días, sería una muy buena señal.

Wanderer

lunes, 17 de febrero de 2025

Ya basta. Bala y plomo eclesiales




La situación la venimos arrastrando desde hace décadas pero cada vez se hace más acuciante. ¿Cómo es posible que en la Iglesia hayamos llegado al nivel en el que nos encontramos? ¿Cómo es posible que con frecuencia casi semanal se destapen escándalos en los que están involucrados sacerdotes y obispos, relacionados con el abuso sexual, en la gran mayoría de los casos con personas de su mismo sexo? Aunque sea un tema que lo hemos tratado ya varias veces en el blog, es necesario volver sobre él y discutir algunos puntos.

1. No estamos hablando por supuesto de caídas ocasionales. Todos somos hijos de Adán y el pecado original nos afecta a todos. Por lo que cualquiera puede tener caídas, aún cuando sea sacerdote u obispo. Ver la cosa de otro modo sería adquirir una postura farisaica. Pero hay un elemento a tener en cuenta. Santo Tomás enseña que los obispos deben estar en “estado de perfección”. Es decir, no deberían tener siquiera caídas ocasionales. La teología moral francisquista, en cambio, dice que ese es el ideal y que la cosa consiste en caminar hacia ese ideal, aunque no se lo posea en acto en el día mismo de la consagración episcopal. Que cada cristiano elija la opción que más le convenza.

2. Hay una cuestión de antropología básica. Quien dice: “Hoy voy a refocilarme con mi chofer”, u “Hoy voy a manosear a un par de seminaristas”, u “Hoy me voy a desnudar con algunos jovencitos”, no tiene caídas ocasionales; tiene hábitos arraigados, y muy arraigados, contrarios a la virtud de la castidad. Es decir, no es casto. Y quien no tiene la virtud de la castidad, entendida como continencia perfecta, fuertemente arraigada, no puede ser sacerdote de rito romano, y tampoco obispo en ninguno de los ritos de la Iglesia católica. Un sacerdote o un obispo tiene que procurar estar a la altura de su ministerio, y si no lo está, rechazar el nombramiento y, si ya lo aceptó y ve que no alcanza esa altura, irse. Pongamos un ejemplo: soy medio chicato y me designan chofer de la seguridad presidencial: debería rechazar el nombramiento. Supongamos que me dicen que el presidente me quiere así como soy, que poco a poco lograré mejorar la visión, que estamos en camino de ver, etc.. Entonces debo procurar ver lo mejor posible o comprarme unos anteojos. Pero si mi visión no mejora, debo renunciar porque, conmigo al volante, morirán todos los que van en el coche. Y no vengan con que estas son posturas rígidas, que por tolerar posturas fláccidas, desde Juan Pablo II a esta parte, así nos ha ido.

3. Si un sacerdote u obispo procede de esa manera, según los ejemplos —reales—, que mencioné en el punto anterior, resulta claro que su vida está planificada sobre la hipocresía y la mentira. Si planea con anticipación de días o meses, el modo de ganar la confianza de algunos muchachitos para abusar de ellos, o ahorra para unas vacaciones nudistas, ese consagrado vive en estado permanente de pecado mortal, y aún así, celebra y recibe los sacramentos, cometiendo diariamente sacrilegios espantosos. Y frente a esto no hay muchas opciones: o es un esquizofrénico, o perdió la fe católica fabricándose una fe propia con todas las flaccideces y acomodamientos que le convienen, o es un cínico que simplemente dejó de creer y se sirve de los bienes, y de los jóvenes, que le provee la Iglesia para llevar una vida cómoda.

4. Este tipo de personajes, en los últimos tiempos, se han convertido en plaga dentro de la Iglesia. No es necesario mencionar aquí los casos que todos conocemos. Contentemonos con recordar al obispo Gustavo Zanchetta, abusador de seminaristas (¿regresó de Roma o continúa prófugo y protegido por Bergoglio?) o el ex- sacerdote Christian Gramlich, abusador de menores. ¿Cómo ha sido posible que los tales hayan llegado a la ordenación sacerdotal y, aún más, a la consagración episcopal? Muy sencillo: porque muchos que los rodeaban callaron e, incluso, encubrieron. Si, como hemos dicho, un obispo abusador lo es porque posee hábitos o vicios de ese tipo, lo más probable es que los tuviera también mientras era sacerdote. Y no resulta creíble que nadie supiera nada de sus conductas depravadas (esa situación es privilegio sólo del cardenal Kevin Farrell, que vivió durante décadas en la misma casa de McCarrick, y nunca vio nada…), y los que sabían no hablaron.

5. Es ineludible afirmar lo evidente: aquí hay un último culpable, y ese es el Papa Francisco, que es quien elige a los obispos. Muchos dirán que hay miles de obispos en el mundo y siempre se le puede pasar alguno. Pues para eso están los nuncios, para hacer una prolija labor de investigación de los candidatos. Y si no la hacen con el cuidado necesario, deberían ser expulsados.

Sin embargo, se sabe que para Argentina, a los obispos los elige directamente Bergoglio, sin intervención alguna de la nunciatura, ni consejo de la Conferencia Episcopal ni del clero. Mons. Carlos Domínguez, por ejemplo, fue provincial de su orden, los agustinos recoletos, con sede en Buenos Aires, y allí conoció al cardenal Bergoglio, y le cayó simpático. Y el pontífice, en algún momento de 2019, se acordó de él y decidió hacerlo obispo. Este es el modo en el cual se maneja el Santo Padre: su criterio de elección es su capricho. Los resultados están a la vista; los escándalos explotan a montones. Recordemos nomás lo ocurrido hace pocos meses con Mons. Mestre en La Plata, y con la sede de Mar del Plata.

6. Algunos sacerdotes, a los que caritativamente calificaré de ingenuos porque el epíteto que les corresponde es otro, opinan que estos casos deben ocultarse, y por dos motivos: el dolor de las víctimas de los abusadores y el bien de la Iglesia. Sacarlos a luz es signo evidente —dicen— de poco amor a la Iglesia. Son argumentos que atrasan 40 años; quizás en el juanpablismo podían esgrimirse; ahora ya no se puede porque los resultados de esa política los seguimos sufriendo.

7. El dolor de las víctimas es real y merece el mayor respeto y discreción. Sin embargo, cualquier persona más o menos informada sabe que una de las condiciones fundamentales para paliar ese dolor y curar esas heridas, es que el culpable sea juzgado y castigado. Y sabemos que los jerarcas de la Iglesia tienden indefectiblemente al encubrimiento en estos casos; sabrán ellos por qué lo hacen. Por tanto, es función de los seglares, a partir de información fidedigna y de fuentes cruzadas, sacar a la luz los escándalos procurando siempre proteger a las víctimas. Es el único modo —e insisto—, el único modo de forzar a los obispos a que castiguen a los culpables. Y, nuevamente, hay una riada de casos para mencionar. Apelo al último: el del ex-sacerdote Ariel Principi. Si no hubiese sido por la presión de los medios, su castigo por abusar de menores habría sido poco más que una mera reprimenda.

8. El argumento de buscar el bien de la Iglesia resulta nuevamente de una tierna ingenuidad propia de una viejecita del siglo XIX. Cuando a partir de los ’70 los casos de escándalos y abusos sexuales comenzaron a estallar en la Iglesia, la práctica fue ocultar todo, desentenderse de las víctimas y trasladar al culpable a otra diócesis. Esta política, hay que decirlo, es la que siguió a rajatabla Juan Pablo II. El prestigio de la Iglesia estaba por encima de la justicia. Y así se logró que los abusadores dejaran un tendal de víctimas, confiados en la omertá que los protegía. El único modo de curar esta enorme infección que padece el cuerpo de la Iglesia, y que amenaza con convertirse en septicemia, es exponer el pus y eliminarlo. Los casos de abusos, aunque sean terriblemente dolorosos no solamente para las víctimas y sus familias, sino para todos los católicos que se toman su vida de fe en serio, deben ser sacados a la luz —preservando, insisto, la identidad de las víctimas—, los culpables juzgados y severamente castigados. Los cancilleres diocesanos y demás sacerdotes con responsabilidad que intentan convencer a los abusados de que, por amor a la Iglesia, callen, en realidad están condenándolos a no sanar jamás, están impidiendo que se haga justicia (parece que a esta virtud no la tienen muy en cuenta los curiales) y están provocando que la infección continúe corroyendo las entrañas mismas de la Iglesia.

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En la Edad Media, se recurría en estos casos al ritual de execración de obispos. Era una ceremonia solemne utilizada para la deposición de un obispo caído en herejía, cisma o graves delitos, como el abuso sexual. Generalmente incluía los siguientes pasos:

1. Juicio eclesiástico: Antes de la ceremonia pública, se realizaba un juicio canónico en el que se examinaban las acusaciones. Si el obispo era hallado culpable, se procedía a su condena formal.

2. Despojo de los ornamentos episcopales: Durante la ceremonia, el obispo era llevado ante un concilio o sínodo y se le despojaba de sus insignias episcopales (mitra, báculo, anillo, capa pluvial, etc.). Este gesto simbolizaba su pérdida de autoridad espiritual.

3. Pronunciación de la maldición o anatema: Se leía en voz alta la sentencia de excomunión o deposición, a menudo en forma de una fórmula ritual que invocaba la condena divina.

4. Extinción simbólica de su dignidad: En algunos casos, se apagaban cirios o lámparas, simbolizando que el obispo era expulsado de la luz de la Iglesia. Se podía arrojar su anillo episcopal al suelo y pisotearlo, mostrando la ruptura de su unión con la Iglesia.

5. Expulsión de la Iglesia: El obispo condenado era formalmente expulsado del lugar sagrado. A veces, los asistentes sacudían el polvo de sus pies en señal de desprecio y ruptura total.

6. Entrega a la autoridad secular (si correspondía): En los casos más graves, el obispo podía ser entregado al poder civil, lo que en la práctica significaba el riesgo de prisión o ejecución.

No hay esperanza alguna de que en el misericordioso pontificado de Francisco este ritual sea restaurado. Por eso mismo, exigimos tolerancia cero para todos aquellos ministros del culto cuyo delito canónico haya sido probado. Bala y plomo eclesiales, es decir, expulsión del estado clerical y, si hay contumacia, excomunión.

THE WANDERER