Nosotros no hemos recibido el espíritu del mundo, sino el Espíritu que procede de Dios (1 Cor 2, 12), el Espíritu de su Hijo, que Dios envió a nuestros corazones (Gal 4,6). Y por eso predicamos a Cristo crucificado, escándalo para los judíos y locura para los gentiles, pero para los llamados, tanto judíos como griegos, es Cristo fuerza de Dios y sabiduría de Dios (1 Cor 1,23-24). De modo que si alguien os anuncia un evangelio distinto del que recibisteis, ¡sea anatema! (Gal 1,9).
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sábado, 7 de junio de 2025
A casi treinta días del Papa León XIV
Wanderer
Ha pasado ya casi un mes del pontificado de León XIV. En este blog dijimos que estaríamos expectantes los primeros cien días, y todavía falta más de la mitad. Sin embargo, eso no impide que poco a poco nos vayamos haciendo una idea del personaje, a partir de sus palabras y primeras decisiones.
Me da la impresión, leyendo lo que se publica en X, que los progresistas comenzaron a hace ya unos días a bajar el nivel de entusiasmo con que lo habían recibido. Elisabetta Piqué, la corresponsal de La Nación en Roma, debería haber ya renunciado a su puesto avergonzada pues no se cansó de hablar de “continuidad absoluta” con el pontificado de Francisco y, hasta el momento, tal continuidad ha sido, como era previsible, de carácter nominal. Los tradicionalistas recalcitrantes, por su lado, miran con sorna a los conservadores (yo también estaría incluido en ese grupo) porque, afirman, Prevost nos engañó poniéndose una muzetta colorada y con eso nos sentimos ya conformes. Pero ellos, sagaces y profundos teólogos, saben perfectamente que no es más que la continuidad de la misma teología modernista del Vaticano II.
Dejemos que los progresistas sigan mascullando su rabia y discutamos caritativamente con nuestros amigos más cercanos, los tradicionalistas recalcitrantes. Y aclaro que con esta denominación —no encontré otra mejor— no me refiero a ningún grupo en particular, pues hay de todo en todas partes.
Y partamos de la evidencia. En estos casi treinta días, el Papa León ha dado ciertas muestras de continuidad con el pontificado anterior. No podía ser de otra manera por muchas razones: educación y cortesía básica, coincidencia sincera en varios puntos y prudencia política elemental. No creo caer en ingenuos wishful thinkings si digo que buena parte de las medidas que menos nos han gustado han sido dictadas precisamente por esa prudencia. Veamos, por ejemplo, algunos nombramientos. Comentamos aquí el caso de la confirmación de la elección del progresista obispo de San Galo en Suiza; para muchos eso ya fue suficiente para encasillar a León XIV. Intuyo, sin embargo, que los tales jamás han ejercido un cargo ejecutivo en ninguna organización más o menos importante. Sería propio de un imprudente el oponerse, apenas dos semanas después de su elección, a un nombramiento de este tipo que despertaría un conflicto no sólo eclesiástico sino civil con las autoridades suizas debido al concordato. Pero más importante aún: no tiene a quién poner. Quienes conocen al clero helvético saben que salvo excepciones muy contadas, son rabiosamente progresistas. ¿O es que pretendían que nombrara obispo a un cura conservador? Fácilmente puede imaginarse lo que pasaría, porque ya pasó: basta recordar los ejemplos de Mons. Haas, en Coira, y de Mons. Groër en Viena.
Vayamos a los pocos nombramientos argentinos de los últimos días. El 28 de mayo el Papa nombró a Monseñor Alejandro Pablo Benna obispo de Morón. Y a Monseñor Raúl Martín arzobispo de Paraná. Sobre el primero nada puedo decir porque no lo conozco. Al segundo sí, y sobre él hablamos en este blog aquí y aquí. Se trata de un personaje menor que puso todo el empeño posible en perseguir a los buenos sacerdotes de su diócesis de Santa Rosa y a los fieles más apegados a la tradición. Veremos qué hace en Paraná, arquidiócesis que ostenta el legado de Mons. Servando Tortolo. ¿Por qué nombró a estos obispos entonces el Papa León? Pues porque no le queda otra opción. Lo venimos diciendo en esta página desde hace años: Bergoglio hipotecó la iglesia argentina por al menos dos décadas, y deberemos acostumbrarnos a que los nombramientos en nuestro país seguirán siendo malos. En Argentina pululan 146 obispos, de los cuales 96 están activos como ordinarios o como auxiliares, todos ellos más bien jóvenes y mediocres, y algunos abusadores de adolescentes. Hay diócesis pequeñas que tienen tres obispos. Es decir, difícilmente se produzcan nuevas consagraciones episcopales en los próximos años porque tenemos obispos para tirar para arriba. A lo sumo, se trasladarán de sede y, en el mejor de los casos, y dadas sus características, se irán acomodando a los nuevos aires. Un ejemplo paradigmático ha sido Mons. Sergio Buenanueva, obispo de San Francisco, que de ratizingeriano de estricta observancia se hizo francisquista delirante, y en las últimas semanas ya está ubicado en su posición de leoniano de la primera hora (sobre sus acrobacias dimos cuenta aquí).
Podríamos también hacer referencia a la afirmación de León XIV de que el matrimonio es entre un hombre y una mujer que, más allá de lo obvio, tiene un significado muy particular luego del “magisterio” bergogliano, pero sobre eso se ha escrito mucho en las páginas católicas. Más importante, sin embargo, me parece la afirmación realizada en la homilía del domingo pasado. De un modo muy claro y definido afirmó: “Por eso, con el corazón lleno de gratitud y esperanza, a ustedes esposos les digo: el matrimonio no es un ideal, sino el modelo del verdadero amor entre el hombre y la mujer: amor total, fiel y fecundo”. Esto es un tiro de gracia a la teología berreta del cardenal Tucho Fernández que, probablemente, esté temblando en su casita enclavada en los jardines vaticanos pensando en que deberá regresar a su pueblo natal, “pueblo de mierda” como él mismo lo calificó. Es que Fiducia supplicans y buena parte de la moral misericordiosista de Francisco se basaba en la premisa errónea de que tanto para la fidelidad matrimonial como para la castidad de las personas que experimentan atracción por otras de su mismo sexo, como para cualquier otro tópico moral, la Iglesia proponía, en sus mandamientos y enseñanzas, ideales hacia los cuales había que tender pero que difícilmente se alcanzaran en esta vida. Por eso mismo, con un rápido discernimiento se podía vivir en adulterio sin problemas de conciencia, y con un simple pedido se podían bendecir uniones sodomíticas. Ya es algo, decía el duo Bergoglio-Fernández, que estos pobres pecadores quieran acercarse a Dios; ya habrá tiempo para que alcancen el ideal; mientras tanto, misericordia para todos, todas y todes. El Papa León, apenas comenzado su pontificado, ha dicho con todas las letras: la perfección no es un ideal sino que es un modelo; es decir, es posible de alcanzar, con la ayuda de la gracia de Dios, para cualquier bautizado.
Si vemos la cuestión litúrgica que para nosotros es fundamental, los hechos están a la vista. El obispo de Charlotte, Mons. Michael Martin, cometiendo un incomprensible acto de torpeza —cualquier persona sensata habría “desensillado hasta que aclare”— decretó con razones disparatadas la prohibición casi completa de la misa tradicional en su diócesis. Pero el martes pasado por la mañana, el Papa León recibió en audiencia al cardenal Arthur Roche, Prefecto del Dicasterio para el Culto Divino y, por la tarde, Mons. Martin anunció sorpresivamente que suspendía hasta el 1º de octubre las prohibiciones decretadas. No puedo asegurar, y creo que sólo unos pocos pueden hacerlo, que haya una relación de causalidad entre ambos hechos, pero es muy sospechoso de que así sea. Más aún, y para desagrado de muchos de un lado y del otro, el Papa deberá hacer algo, y pronto, con respecto a la guerra litúrgica que desató irresponsablemente Bergoglio con Traditionis custodes. Edward Pentin trata muy bien la cuestión en este artículo.
Finalmente, al leer los sermones y discursos del Papa se aprecian dos originalidades muy alejadas del estilo de Francisco: habla de Jesucristo y habla de los grandes maestros y doctores de la Iglesia. Llama la atención, en todas sus intervenciones, la feliz naturalidad con la que apela continuamente a la tradición de la Iglesia a través de grandes autores que son sus testigos: de Ignacio de Antioquía a Efrén el Sirio, Isaac de Nínive, Simeón el Nuevo Teólogo, Benito de Nursia, León Magno y, claro, San Agustín. Un interesante artículo del patrólogo Leonardo Lugaresi explica el profundo significado que tienen estas referencias en relación a la verdadera tradición de la Iglesia (aunque aclaro que no estoy del todo de acuerdo con lo que dice el autor).
Creo que todos estos signos son mucho más que una muzetta colorada y no son precisamente sutilezas. Los progres lo han entendido y por eso están en retirada; los tradicionalistas recalcitrantes, por su parte, pareciera que no lo han entendio, o que no quieren verlas. Y creo que ese es un gran peligro, tema sobre el cual deberíamos discutir nuevamente: el modelo de iglesia tridentina ya pasó; el mundo actual y la iglesia actual necesitan otro modelo. Los intentos se hicieron desde Pablo VI hasta la catástrofe de Bergoglio, y todos fracasaron. Deberíamos tratar, entonces, de despojarnos de los prejucios y del síndrome del perro apaleado, y tratar de contribuir a la comunión eclesial —bellísima expresión patrística manoseada por el progresismo— uniéndonos al sucesor de Pedro en tanto éste nos está confirmando en la fe.
Wanderer