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miércoles, 24 de diciembre de 2025

Müller cuestiona la política vaticana sobre tradición y diálogo: «hacia su propia gente no muestran respeto»



El cardenal Gerhard Ludwig Müller, ex prefecto de la Congregación para la Doctrina de la Fe, ha acusado al Vaticano de aplicar un doble rasero perjudicial en su insistencia en el diálogo y el respeto, afirmando que estos principios se aplican de forma selectiva y que, con frecuencia, no se extienden a los propios católicos fieles.

En una entrevista reciente concedida a Pelican +, y recogida por The Catholic Herald, el purpurado alemán sostuvo que los enfoques actuales han profundizado las divisiones internas en lugar de sanarlas. Según explicó, mientras las autoridades eclesiásticas subrayan constantemente la apertura y el respeto en su relación con movimientos culturales contemporáneos, esa misma actitud no se mantiene de forma coherente con los católicos practicantes, especialmente con aquellos que desean asistir a la Misa tradicional en latín.

«No ha sido algo bueno»

Las declaraciones del cardenal se producen en el contexto del prolongado debate en torno a las restricciones impuestas a la celebración del rito romano tradicional, una decisión que ha afectado a diócesis y comunidades religiosas en todo el mundo. Preguntado directamente por esta política, Müller afirmó que «no ha sido algo bueno» que el papa Francisco haya suprimido el rito tridentino «de manera autoritaria».

El ex prefecto fue más allá y sugirió que la retórica del pontífice ha estigmatizado injustamente a un sector significativo de fieles católicos. Según Müller, el Papa habría causado «daño y una injusticia» al acusar de forma generalizada a quienes aman la forma antigua del rito de estar en contra del Concilio Vaticano II, «sin una distinción justa entre las personas».

El cardenal subrayó que la unidad de la Iglesia no puede sostenerse mediante medidas coercitivas. «No tenemos un sistema de Estado policial en la Iglesia, ni lo necesitamos», afirmó, añadiendo que «el Papa y los obispos deben ser buenos pastores».

El orden revela lo que realmente se cree

Más allá de la cuestión litúrgica, Müller planteó un interrogante más amplio sobre la identidad y la orientación actual de la Iglesia. La forma en que la Iglesia ordena sus prioridades revela lo que cree sobre la verdad, la autoridad y la persona humana, así como si la doctrina es algo que debe vivirse y enseñarse o simplemente gestionarse y relegarse.

Desde esta perspectiva, las tensiones actuales no se reducirían a un conflicto de estilos litúrgicos o personalidades, sino que reflejarían un cambio más profundo en la cultura eclesial, donde la imagen y el gesto tienden a sustituir a la coherencia teológica. En este sentido, el cardenal rechazó que su crítica sea una nostalgia conservadora por el pasado, y la presentó como el diagnóstico de un patrón más profundo.

«Todo el tiempo hablan de diálogo y respeto hacia otras personas», afirmó Müller, añadiendo que «cuando se trata de la agenda homosexual y de la ideología de género, hablan de respeto, pero hacia su propia gente no muestran respeto».

Un compromiso selectivo

El problema, según explicó, no es el compromiso de la Iglesia con el mundo moderno, algo acorde con su naturaleza universal, sino cuando ese compromiso se vuelve performativo, selectivo y desvinculado del centro doctrinal de la fe católica. Esto revelaría, a su juicio, una incapacidad para distinguir entre un apego legítimo a la tradición y una oposición ideológica al Concilio.

El resultado sería una Iglesia cada vez más cómoda con el espectáculo público, los grandes eventos y una comunicación cuidadosamente controlada, pero menos segura ante el trabajo silencioso y constante de la formación doctrinal. Mientras Roma se llena de congresos, conciertos y actos diseñados para proyectar apertura y relevancia, muchos católicos que piden continuidad, doctrina y tradición —señala la fuente— son tratados como un problema a gestionar, en lugar de como miembros plenos de la Iglesia católica.

La Sexta constata el auge de la Misa tradicional

INFOVATICANA



Que la televisión generalista española La Sexta —a través de su programa La Sexta Columna— haya dedicado parte de su programa a explicar el auge de la Misa tradicional no es un detalle menor. Es, más bien, una señal de que un fenómeno que hasta hace poco se consideraba marginal empieza a ser lo bastante visible como para entrar en el radar de los medios generalistas, y además con una objetividad mayor de la previsible.

Un dato relevante del reportaje no es solo el enfoque, sino la constatación explícita del fenómeno desde dentro de la propia jerarquía. El presidente de la Conferencia Episcopal Española, Luis Argüello, hizo esta declaración en el propio programa: «los movimientos juveniles que más crecen son, precisamente, los vinculados a la liturgia tradicional». No se trata de una impresión externa ni de una lectura interesada, todas instancias son conscientes del fenómeno.

Junto a Argüello, el espacio recabó opiniones de «expertos» más o menos orientados como Cristina López Schlichting y Jesús Bastante. Pero el hecho merece subrayarse por un motivo simple: ninguno niega ya la existencia del fenómeno. Con matices y enfoques distintos, el punto de partida quedó fuera de discusión: hay un crecimiento real, especialmente entre jóvenes, y hay un interés social y eclesial que ya no se puede despachar con tópicos.

El programa recogió algunas de las claves que explican por qué esta liturgia atrae. Se habla de una mayor presencia de hombres en estas celebraciones, de la búsqueda de una diferenciación más clara entre lo sagrado y lo profano, y del atractivo de un ritual bimilenario que conecta con la continuidad histórica de la Iglesia. Para muchos jóvenes —y especialmente para familias jóvenes— el valor está ahí: no en una experiencia “a medida”, sino en algo recibido, estable, objetivo, que no depende del gusto del celebrante ni del clima cultural del momento.

En España, el fenómeno todavía no ha estallado de forma masiva. Existe, sí, una realidad creciente, pero concentrada: hitos como la peregrinación a Covadonga, y capillas o parroquias puntuales con una vida litúrgica y comunitaria notable. Aun así, todo indica que la tendencia está lejos de agotarse. En buena medida, todavía está empezando.

Fuera de nuestras fronteras el patrón ya es conocido. En Francia, en Estados Unidos y en otros países, la extensión de la liturgia tradicional ha ido acompañada de un dato pastoral difícil de ignorar: seminarios que vuelven a llenarse allí donde esta forma litúrgica ha encontrado espacio y normalidad. No es el único factor, pero sí un indicador recurrente: donde la liturgia se vive con densidad, hay más disponibilidad vocacional; donde se diluye el misterio, la llamada se vuelve más rara y frágil.

Que los medios generalistas empiecen a intuirlo es, de algún modo, un signo “irremediable” de que esto viene con fuerza. La agenda eclesial también lo refleja: el consistorio de cardenales del 7 y 8 de enero abordará este tema. Y mientras tanto, en el terreno cultural —que hoy pasa en gran parte por lo digital— el contenido asociado a la Misa tradicional acumula millones y millones de impactos en redes sociales, con una presencia especialmente intensa en generaciones jóvenes.

En el fondo, este retorno litúrgico expresa algo más profundo: una corrección generacional. Muchos jóvenes perciben que se heredó una forma de celebrar que, con frecuencia, se volvió blanda, excesivamente horizontal, superficial en símbolos, y pobre en lenguaje sagrado. Cuando la liturgia se convierte en una conversación informal o en un acto indistinguible de cualquier reunión social, deja de ofrecer lo que promete: trascendencia, misterio, orientación de la vida hacia Dios.

Eso ha tenido consecuencias. No solo en la estética o en la experiencia subjetiva, sino en la capacidad de engendrar vocaciones y de proponer una identidad cristiana robusta. Una liturgia que rebaja continuamente el listón tiende a producir comunidades debilitadas, con menos impulso misionero y menos atractivo para perfiles amplios. La percepción de muchos jóvenes es que esa dinámica ha contribuido a vaciar seminarios y a empobrecer la vida eclesial.

La Misa tradicional aparece, para ellos, como lo contrario: silencio, trascendencia, belleza objetiva, disciplina y un lenguaje simbólico que no pide permiso a la época. No ofrece una experiencia “personalizada”; ofrece un marco que educa, exige y sostiene. Y precisamente por eso, en un tiempo de dispersión y fatiga cultural, resulta extrañamente liberador.

Por todo ello, el retorno de la liturgia tradicional no parece una moda pasajera ni un capricho minoritario. Es un síntoma de cambio de ciclo. Y la pregunta que se abre para la Iglesia en España ya no es si existe este fenómeno —porque incluso en La Sexta se ha narrado con claridad y con la propia declaración de Argüello dentro del programa—, sino cómo sabrá encauzarlo: con inteligencia pastoral, sin caricaturas y sin miedo a reconocer que, para una parte creciente de la juventud católica, la tradición no es un refugio, sino una promesa de futuro.

P. Zarraute: ¡Asalto al Altar!: El virus masónico y la traición de la 'Iglesia del Espectáculo



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