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viernes, 26 de septiembre de 2025

¿Podemos todavía confiar en la justicia canónica? Una reflexión de Specola





Hay una dinámica que se repite con inquietante regularidad en la vida de la Iglesia: la negación de los propios problemas. Se percibe en la propia vida de la Iglesia que el sistema legal parece cada vez más inestable, cada vez más comprometido. «Hemos dedicado tantos años al estudio. ¿Por qué?»

Hoy en día, en la Iglesia, no tiene sentido estudiar derecho. Esperemos que un Papa canonista aborde esta tendencia. Pero quizás solo ahora nos estamos dando cuenta de lo inapropiado que fue nombrar obispos sin competencia legal en el pasado. La justicia canónica, que debería garantizar la transparencia, la protección y la imparcialidad, a menudo se ejerce de forma arbitraria, selectiva, casi caprichosa. Ya no se trata de casos aislados: es una tendencia sistémica que socava la credibilidad de la Iglesia en su propia pretensión de ser guardiana de la verdad y la justicia.

En los últimos años, se ha observado un aumento de casos de condenas pronunciadas sin un juicio adecuado, de procedimientos carentes de pruebas concretas y de decretos punitivos emitidos con total desprecio por el proceso canónico establecido.

Sacerdotes obedientes, a menudo frágiles, son suspendidos o marginados sin siquiera haber tenido la oportunidad de defenderse. Mientras tanto, otros permanecen inexplicablemente impunes, a pesar de haber escandalizado a los fieles durante mucho tiempo. Algunos insultan públicamente, otros asisten a programas de televisión, algunos usan lenguaje vulgar y grosero, algunos publican declaraciones en redes sociales que claman venganza ante Dios, desacreditando a la propia Iglesia. Algunos de estos sacerdotes incluso han sido condenados en tribunales civiles y penales, sin que esto haya afectado en lo más mínimo a sus obispos, quienes están ocupados discutiendo con la sociedad civil y provocando la huida de la mitad del presbiterio de las diócesis a las que lamentablemente fueron enviados. ¿Por qué este trato desigual? ¿Por qué quienes carecen de poder, apoyo y silencio son duramente perseguidos, mientras que quienes usan el púlpito mediático para ofender, difundir noticias falsas y división, y desacreditar a sus hermanos y al propio Papa siguen en libertad? ¿Será acaso porque estos individuos controlan a sus obispos, chantajeándolos con expedientes o amenazas? ¿O más bien, porque el episcopado, en demasiados casos, elige la salida fácil: mostrarse fuerte ante los débiles y débil ante los fuertes?

El derecho canónico pierde credibilidad y ya no es un instrumento de justicia, sino de conveniencia. Ya no es un bastión del derecho, sino un campo de batalla para intereses personales y dinámicas de poder. El derecho canónico, tal como está codificado, ofrece normas claras: juicio justo, posibilidad de defensa, pruebas garantizadas. Pero ¿con qué frecuencia se ignora todo esto? ¿Con qué frecuencia los tribunales eclesiásticos se convierten en lugares donde se ratifican decisiones ya tomadas en los despachos, en las cámaras episcopales o en los pasillos de un dicasterio romano?

San Agustín: «Remota itaque iustitia quid sunt regna nisi magna latrocinia»; sin justicia, ¿qué son los reinos sino grandes bandas de ladrones?. Sin justicia, ¿qué queda de su autoridad moral? Si la Iglesia no garantiza justicia a sus sacerdotes, ¿cómo puede exigir justicia a los estados, gobiernos y los poderosos de la tierra? La justicia canónica, creada para proteger a los débiles y salvaguardar la comunión, se utiliza a menudo para castigar a los obedientes y absolver a los rebeldes.

Esto produce un efecto devastador: una pérdida de fe. Los fieles ya no creen en la justicia de la Iglesia, porque ven con sus propios ojos la discrepancia entre las proclamaciones y la realidad. No se trata de invocar la represión indiscriminada ni de pedir juicios sumarios, al contrario. Se trata de reafirmar un principio fundamental: la justicia debe ser igual para todos. La credibilidad de la justicia canónica no se mide por códigos escritos, sino por hechos concretos. La verdadera reforma no consiste en una nueva ley ni en otro motu proprio, sino en la elección de la valentía y la competencia.

Nos sorprenden los caso de escándalos sacerdotales que pueblan la información, tenemos fresco el escándalo en España protagonizado por un ilustre miembro del cabildo de Toledo.

En Italia es noticia el hermano Bernardino, de 66 años, de la Fraternidad de Menores Renovados, originario de Colombia pero residente en Palermo. Está acusado de agresión sexual contra cinco víctimas, de las cuales solo una era mayor de edad. En 2015, el fraile supuestamente les pidió a las niñas que se desnudaran y cambiaran delante de él. «Nos dijo que era una forma de expresar la libertad de nuestros cuerpos. Nos dio vergüenza, pero lo hicimos rápidamente por vergüenza». Su superior testificó ante el tribunal, relatando la investigación canónica iniciada contra el fraile cuando el asunto salió a la luz en 2014.

Sin justicia, no hay paz, ni dentro ni fuera de la Iglesia. Sin justicia, no hay credibilidad. Sin justicia, la Iglesia se convierte en la caricatura que sus enemigos siempre han denunciado: una institución autorreferencial, capaz de predicar, pero no de vivir lo que predica. ¿Podemos todavía confiar en la justicia canónica?

viernes, 14 de mayo de 2021

Por fin



España, como el resto de la Iberosfera, lleva décadas soportando que el derecho positivo, es decir, que la simple voluntad del legislador sordo al debate, ciego a la realidad y desmemoriado con la Historia, imponga su voluntad en forma de ley con mínimas posibilidades de defensa constitucional.

Decretazo a decretazo, o mayoría simple a mayoría simple de los partidos del establishment bipartidista con la bien pagada contribución de los nacionalismos separatistas, el Boletín Oficial del Estado ha publicado una miríada de leyes que no soportarían una revisión de un Tribunal Constitucional que trabajara en la defensa del Estado de Derecho y que no fuera una correa de transmisión del poder político. Los ejemplos están en la mente del lector informado: políticas lingüísticas, leyes educativas, aborto, leyes identitarias de género, desmemoria democrática, funcionamiento de la Justicia, discriminaciones ‘positivas’, competencia, fiscalidad, transferencias…

Tan acostumbrados están nuestros gobiernos y partidos tradicionales a mandar a golpe de decreto o a golpe de pacto antinatural entre los que se dicen constitucionalistas y los enemigos de España, que en marzo de 2020, tras un primer amago de colocar al entonces vicepresidente Pablo Iglesias en la Comisión Delegada del Centro Nacional de Inteligencia, lo coló de rondón en el decretazo sobre medidas económicas por la pandemia de coronavirus chino (con perdón). Este desprecio por las instituciones y por las reglas de juego del Estado de Derecho, unido a la mansedumbre de los españoles, dio como resultado una ola de un centímetro de indignación. Apenas un par de artículos aquí y allá, algún comentario cáustico en la radio, alguna zapatiesta en una tertulia no subvencionada y a las ocho, aplausos en los balcones.

Y no habría pasado nada por colar de manera ilegítima e ilegal a Pablo Iglesias y al jefe de Gabinete de Sánchez, Iván Redondo, sin derecho (constitucional) alguno a participar en un grupo que tiene como misión elaborar la Directiva de Inteligencia, es decir, las grandes líneas estratégicas de trabajo del CNI, si no hubiera sido por VOX.

Los diputados de Santiago Abascal fueron los únicos que presentaron un recurso de inconstitucionalidad contra el Real Decreto del Gobierno que colaba a Iglesias y a Redondo en el grupo restringido que decide las líneas de actuación de los agentes de ‘la casa’ en la defensa de los intereses permanentes de España en, pongamos como ejemplo, Venezuela, Túnez, Irak, Croacia y en regiones como Cataluña.

Con su agilidad característica, el Constitucional tumbó ayer la trampa positivista del Gobierno y dio la razón a VOX. Para nuestra desgracia, constatamos de nuevo que el Tribunal Constitucional no atiende lo urgente y la decisión ya no afecta a un fugado Pablo Iglesias que gracias a la desidia del TC ha disfrutado durante estos meses de una cuota ilegítima de poder en el centro de la Inteligencia nacional mientras él se reunía, puño en alto, con lo peor del castrochavismo en Bolivia. No lo olvidemos.

De esta sentencia del Constitucional que da la razón a VOX sólo nos caben dos consuelos. El primero, que anula la incorporación a la Comisión delegada del CNI del estratega de Pedro Sánchez y manda al Gobierno el mensaje, tardío, de que no caben trampas en su política infame de gobernar por decreto.

El segundo consuelo es el de que hay un partido vigilando. Por fin.