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viernes, 14 de noviembre de 2025

Acerca de la satánica «Mater populi fidelis»




“Cuanto hay en nosotros de esperanza, de gracia y de salud,nos viene por mediación de aquella que rebosa en delicias.” (San Bernardo de Claraval)

Satanás se disfraza de ángel de luz para engañar, y ahora lo hizo, ¡oh, tiempos funestos!, haciéndose pasar por “mariano”. Se hizo el mariano para atacar lo mariano. Oh, sí, obra satánica.

Como podrá verse en líneas venideras el ataque a la Corredención de la Santísima Virgen María y su misión de Mediadora de todas las gracias, no tiene comienzo con el escrito objeto de análisis y titulado Mater Populi Fidelis. Podrá observarse –y está contenido en el mismo documento que lleva firma papal- que ya Benedicto XVI rechazaba hablar de Corredentora, y más luego lo hizo Francisco. Y que es un ataque nadie lo dude: surge claramente desde la “Presentación” de “Mater Populis Fidelis”, en donde se lee: “a la luz del Misterio de Cristo como único Mediador y Redentor. Esto implica una profunda fidelidad a la identidad católica y, al mismo tiempo, un particular esfuerzo ecuménico.” En este pedazo de texto se ve la mezcolanza horrenda que pretende identificar la “identidad católica” con el “ecumenismo”. Nada más errado, nada más pernicioso, nada más venenoso. El tema del ecumenismo no es insistencia nuestra, es obsesión de cientos de eclesiásticos modernos: es la base de la nueva eclesiología sobre la que pivotea también todas sus otras novedades. Preciso entonces es no desconocer dicho centro.

Se descubre en el documento lo que llamo “la estrategia de la moneda mejor falseada”. Detalle sutil, y que, por tal, obra con mayor eficacia el engaño. ¿En qué consiste? En que, a diferencia de otros textos lanzados en los últimos tiempos, este intenta presentar una suerte de “teología refinada”. Se ha hecho despliegue de citas de santos, se ha recurrido a distinciones tanto terminológicas como doctrinales, se ha probado “investigaciones”. Pero se trata sencillamente de un refine de veneno modernista, y que, bajo tal condición, busca actuar como la moneda mejor falseada, esto es, lograr una eficacia rotunda, como si fuere verdadera.

Atento a lo copioso de citas que trae el escrito “Mater Populi Fidelis” y teniendo en cuenta las deformaciones doctrinales que por más de sesenta años venimos sufriendo, desconfío de las interpretaciones que se hacen sobre lo dicho por muchos santos y que son traídos a la palestra en intento de hacerles decir cosas como coincidentes con los criterios que defiende el documento.

De las casi 200 citas que se hacen no hay una sola en la que aparezca San Luis María Grignion de Montfort. Resulta llamativo, puesto que a dicho santo se lo conoce mundialmente por haber escrito un Tratado sobre la Madre de Dios, titulado: “Tratado de la verdadera devoción a la Santísima Virgen María”. No se trata de un simple escrito, no; se trata, repito, de un ‘Tratado’. Dejo sentado que la doctrina católica enseñada por el santo es completamente contraria a lo pretendido en “Mater populi fidelis”. Cabe recordar el hecho histórico de que, la firmeza impresionante de los mártires de la Vendée, asesinados atrozmente por los promotores de la Revolución Francesa, hallaron su fortaleza religiosa en el espíritu de San Luis María. El modernismo que abreva de la Revolución Francesa, se ve que prefirió dejar de lado a un santo que le atacó valientemente con su doctrina y a través de sus hijos espirituales.

El escrito “Mater Populi Fideli” hace gala de “doctrina mariana”, citando copiosamente textos de ‘Aparecida’. Y para quien no lo sabe, ‘Aparecida’ es una fuente principal donde se asienta el movimiento revolucionario conocido como Teología de la liberación, Tercer Mundismo.

Me causa una profunda molestia ver una utilización rastrera de Nuestra Santísima Madre para justificar las invenciones promovidas desde Concilio Vaticano II. En efecto, se desprende de “Mater Populi Fidelis” que ya no es el hombre el que ha de adaptarse a la Santísima Virgen María, sino que es Ella la que debe adaptarse ahora a los fenómenos inventados para unir la fraternidad humana. Será Ella la que debe servir para la “inculturación”. Así, leemos en el punto 79: “La cercanía de la Madre produce una piedad mariana ‘popular’, que tiene expresiones diversas en los distintos pueblos. Los variados rostros de María —coreano, mexicano, congoleño, italiano y tantos otros— son formas de inculturación del Evangelio que reflejan, en cada lugar de la tierra, «la ternura paterna de Dios» que llega hasta las entrañas de nuestros pueblos.”

En el documento se hace gala de traer a colación textos de Santo Tomás, y eso con el objetivo de hacer pasar al Doctor Angélico como favorable a las ideas novedosas. En contra de la deformación que se hace de los escritos del Aquinate, por razones de espacio me limito a transcribir lo que él dice al comentar el Ave María. Su contundencia es meridiana y deja en evidencia el papel de Nuestra Señora, contrario a lo afirmado por el documento lanzado hace poco por el Prefecto de la fe, Víctor Manuel Fernández: “Así pues, estuvo inmune de toda maldición y, por consiguiente, fue ‘bendita entre todas las mujeres’, porque ella sola puso bajo sus pies la maldición, portó la bendición y abrió la puerta del paraíso. Y por eso le conviene también el nombre de María, que se interpreta así mismo com «estrella del mar»; porque así como los navegantes se dirigen al puerto por la estrella del mar, así también los cristianos por María se dirigen a la gloria.”

El punto 3 de “Mater…”, expresa: “El presente documento (…) intenta preservar el equilibrio necesario que, dentro de los misterios cristianos, debe establecerse entre la única mediación de Cristo y la cooperación de María en la obra de la salvación, y pretende mostrar también cómo ésta se expresa en diversos títulos marianos”. Es archisabido que bajo su caballito de batalla llamado ‘ecumenismo’, la obra de Cristo poco les importó y poco les importa. Si para ellos hay salvación en el judaísmo, en el mahometismo, en el hinduismo, en el protestantismo (“caminando cada uno con su fe”, dirá Francisco), etc., ¿realmente les importa que Cristo sea único mediador? Probaron que no. Pero ahora, como se trata de quitarle a la Santísima Virgen María sus títulos de Mediadora y de Corredentora porque no son títulos ecuménicos, se hacen los teólogos expertos, los respetuosos de ‘Cristo como único mediador,’ mediador al que ultrajan a diario bajo las reformas que impulsan. Y ahora completan el ultraje al único mediador ultrajando a la Santísima Virgen, Mediadora de todas las gracias.

En el punto 12 aparecen otros engaños: “A partir del siglo XII, la teología occidental dirige su mirada a la relación que une a la Virgen Madre con el misterio de la Redención cruenta del Calvario y se relaciona la imagen de la espada de Simeón con la cruz de Cristo. La presencia de María al pie de la cruz se entiende como signo de fortaleza cristiana, llena de amor materno”. Desde el momento mismo en que Cristo estando crucificado dá a Su amadísima Madre por hijo a San Juan (siglo I), desde allí, afirmo, siempre se vio (comenzando por el mismísimo Apóstol involucrado) la relación de María Santísima con la Redención; y la presencia de María Santísima al pie de la cruz no se entiende como simple signo de fortaleza cristiana, sino primera y principalmente como realidad troncal que hizo a la Gloriosísima Madre de Dios, Corredentora.

El punto 18, para los que todavía gustan de los malabarismos, muestra el accionar del Concilio Vaticano II para con la Corredención: “El Concilio Vaticano II evitó utilizar el título de Corredentora por razones dogmáticas, pastorales y ecuménicas”. El agua envenenada tiene su fuente. Tenían que quedar bien con los “hermanitos” protestantes. En un ya lejano 1946, el R. P. Rios O.S.B, disertando sobre la Santísima Madre de Dios, enseñó: “cercar con límites las posibilidades de su influjo eficiente en el orden de los espíritus, es querer restringir arbitrariamente lo que Dios ha querido hacer más grande que todo pensamiento humano” (La Maternidad Divina, ed. Luz, Madrid, 1946, p. 172)

En el punto 19 lo vemos aparece a Ratzinger (más luego Benedicto XVI), gran amante del ecumenismo, negando la Corredención: “En la Feria IV del 21 de febrero de 1996, el Prefecto de la entonces Congregación para la Doctrina de la Fe, el Cardenal Joseph Ratzinger, ante la pregunta de si era aceptable la petición del movimiento Vox Populi Mariae Mediatrici para una definición del dogma de María como Corredentora o Mediadora de todas las gracias, respondió en su voto particular: «Negativo. El significado preciso de los títulos no es claro y la doctrina en ellos contenida no está madura. Una doctrina definida de fe divina pertenece al depósito de la fe, es decir a la revelación divina vehiculada en la Escritura y en la tradición apostólica. Sin embargo, no se ve de un modo claro cómo la doctrina expresada en los títulos esté presente en la Escritura y en la tradición apostólica». Más adelante, en 2002, expresó públicamente su opinión contraria al uso de este título: «La fórmula ‘Corredentora’ se aleja demasiado del lenguaje de las Escrituras y de la patrística y, por tanto, provoca malentendidos… Todo procede de Él, como dicen sobre todo las epístolas a los Efesios y a los Colosenses. María es lo que es gracias a Él. La palabra ‘Corredentora’ ensombrecería ese origen». El Cardenal Ratzinger no negaba que hubiese buenas intenciones y aspectos valiosos en la propuesta de uso de este título, pero sostenía que era «un vocablo erróneo».” En el punto 21 aparece Francisco con sus negaciones sobre la Corredención, y el punto 22 trae la conclusión a la que arribaron los firmantes de ‘Mater Populi Fidelis’, conclusión neoprotestante-modernista-anticrística-apostática: “Teniendo en cuenta la necesidad de explicar el papel subordinado de María a Cristo en la obra de la Redención, es siempre inoportuno el uso del título de Corredentora para definir la cooperación de María. Este título corre el riesgo de oscurecer la única mediación salvífica de Cristo y, por tanto, puede generar confusión y un desequilibrio en la armonía de verdades de la fe cristiana, porque «no hay salvación en ningún otro, pues bajo el cielo no se ha dado a los hombres otro nombre por el que debamos salvarnos» (Hch 4,12).” Hubo quien, para no desentonar con la línea “prolija” que le exigen sus privilegios, intentó aplacar las aguas de la satánica Mater Populi Fideli, aseverando que “la nota no aparece como declaración dogmática de fe o definición de un dogma”. La defensa a la Santísima Virgen María debe hacerse ante cualquier expresión que le fuere ofensiva, mas algunos parecen andar midiendo “grados” de declaración para poder abrir la boca.

El punto 45, netamente ultrajante, demuestra el choque entre la sana doctrina y el veneno, veneno hallado en Mater Populi Fideli, sana doctrina hallada en el Tratado de la Verdadera Devoción a la Santísima Virgen María. Veamos el veneno del punto 45: “También es frecuente que ella sea presentada o imaginada como una fuente de donde mana toda gracia. Si se tiene en cuenta que la inhabitación trinitaria (gracia increada) y la participación de la vida divina (gracia creada) son inseparables, no podemos pensar que este misterio pueda estar condicionado por un “paso” a través de las manos de María. Imaginarios de este tipo enaltecen a María de tal modo que la centralidad del mismo Cristo puede desaparecer o, al menos, resultar condicionada. El Cardenal Ratzinger expresó que el título de María mediadora de todas las gracias tampoco se veía claramente fundado en la Revelación”. Veamos lo que nos dice San Luis María: “Dios Padre creó un depósito de todas las aguas y lo llamó mar. Creó un depósito de todas las gracias, y lo llamó María. El Dios omnipotente posee un tesoro o almacén riquísimo en el que ha encerrado lo más hermoso, refulgente, raro y precioso que tiene, incluido su propio Hijo. Este inmenso tesoro es María, a quien los santos llaman el tesoro del Señor18, de cuya plenitud se enriquecen los hombres” (Tratado de la Verdadera Devoción a la Santísima Virgen María, ed. Lumen, Buenos Aires, 1989, p.17).

Pasamos azufroso punto 54, opuesto, como se verá, a lo enseñado por el santo últimamente nombrado. Punto 54: “En la perfecta inmediatez entre un ser humano y Dios en la comunicación de la gracia, ni siquiera María puede intervenir. Ni la amistad con Jesucristo ni la inhabitación trinitaria pueden concebirse como algo que nos llega a través de María”. En el Tratado del santo leemos: “Dios Espíritu Santo comunicó sus dones a María, su fiel Esposa, y la escogió por dispensadora de cuanto posee. Ella distribuye a quien quiere, cuanto quiere, como quiere y cuando quiere todos sus dones y gracias20. Y no se concede a los hombres ningún don celestial que no pase por sus manos virginales. Porque tal es la voluntad de Dios, que quiere que todo lo tengamos por María. Porque así será enriquecida, ensalzada y honrada por el Altísimo la que durante su vida se empobreció, humilló y ocultó hasta el fondo de la nada por su profunda humildad. Estos son los sentimientos de la Iglesia y de los Santos Padres” (ob. cit. p. 18). ¡Oiga, carísimo lector, oiga: “Estos son los sentimientos de la IGLESIA Y DE LOS SANTOS PADRES! ¿Un ejemplo? Va lo del Doctor Melifluo, San Bernardo, en su célebre libro “Las grandezas de María”: “Contemplemos con cuanto afecto de devoción quiso aquel Señor fuese María honrada por nosotros, que depositó en ella la plenitud de todos los bienes, a fin de que entendiéramos que cuanto hay en nosotros de esperanza, de gracia y de salud, nos viene por mediación de aquella que rebosa en delicias” (ed. Apostolado Mariano, España, p. 81).

Está clarísimo que una misión Corredentora no calza con la misión ecuménica modernita que busca con denudo lazos con los protestantes; y como los eclesiásticos modernos en escalas alarmantes han apostado por la segunda de las misiones, han de bregar por ver descalificada y silenciada a la primera.

De los puntos 56 al 80 se dedica el documento papal –principalmente- a insistir en la “inmediatez” de la gracia entre Cristo y el alma, eso, y eso en el marco de un análisis general sobre la Virgen Santísima, para dejarla de lado como canal de la gracia, reduciendo su función a la de ser una suerte de impetrante privilegiada de gracias, atento a que, por ser Madre, está entre Dios y nosotros. Un resumen de lo dicho aparece contenido en el punto 64: “Esta es la cooperación posibilitada por Cristo y suscitada por la acción del Espíritu que, en el caso de María, se distingue de la cooperación de cualquier otro ser humano por el carácter materno que Cristo mismo le atribuyó en la cruz”. Debe quedar bien claro: para el panfleto ultrajante y pro-protestante firmado por el Papa y el Prefecto de la Doctrina de la fe, la Santísima Virgen María no es más que una figura destacadísima, única, Madre de Dios, cuyo función, desde su altura exclusivísima, no sería más que la de obtener cosas de modo único y especialismo, atento a su cercanía con Dios. Mas dicha invención modernista debe rechazarse: María es mediadora de todas las gracias. Afirmo sin rodeos y de rondón, que no hay gracia alguna que descienda del Cielo que no pase por María, canal Ella, verdadero y real, por el cual se distribuye absolutamente lo que el Redentor nos ha conseguido en la Cruz. En un librito hoy bastante desconocido, verdadera joya titulada “El secreto de María” y también escrito por San Luis María Grignion de Montfort, se lee: “Dios ha escogido a la Santísima Virgen María por tesorera, administradora y dispensadora de todas las gracias, de suerte que todas las gracias y dones pasan por sus manos y conforme al poder que ha recibido (según San Bernardino) reparte Ella a quien quiere, como quiere, cuando quiere, y cuanto quiere, las gracias del Eterno Padre, las virtudes de Jesucristo y los donde del Espíritu Santo” (ed. Esinsa, 1993, España, p. 30).

Corto aquí mi análisis. Intenté mostrar la doctrina católica frente al modernismo destructor contenido en la ‘Mater Populi Fidelis’

Muchas más cosas habría para decir, pero creo que por ahora con lo expuesto es suficiente. Sugiero enormemente a los lectores de este brevísimo artículo lean el ‘Tratado de la Verdadera Devoción a la Santísima Virgen María’, para abrevar de aguas sanas, para acrecentar el amor a la Inmaculada Virgen María, Madre de Dios y Madre nuestra, Corredentora, Mediadora por quien nos vienen las gracias divinas. Y recuérdese esto otro de San Luis María: “La señal más infalible y segura para distinguir a un hereje, a un hombre de perversa doctrina, a un réprobo de un predestinado, es que el hereje y réprobo no tienen sino desprecio o indiferencia para con la Santísima Virgen, cuyo culto y amor procuran disminuir con sus palabras y ejemplos, abierta u ocultamente y, a veces, con pretextos aparentemente válidos. ¡Ay! Dios Padre no ha dicho a María que establezca en ellos su morada, porque son los Esaús” (ob. cit. p. 21).

Hermoso lo escrito por el R.P. A.D. Sertillanges O.P: “Ruega por nosotros Santa Madre de Dios, vela por nosotros, sé para nosotros un canal de gracias Madre de la divina gracia, dirige nuestros votos, nuestros pasos, nuestros corazones adonde estáis vos, Madre de los santos del cielo” (editor Francisco Colombo, Buenos Aires, 1943,Mes de María, 1943, p. 155).

En el Rosario, en los Misterios de Gloria, en el quinto se contempla “la coronación de la Santísima Virgen María como Reina y Señora de todo lo creado”. Ahora bien, la gracia es algo creado por Dios. Por tanto, la amadísima Madre, María Santísima, es Reina y Soberana Señora de cuanta gracia sale de Dios hacia las almas, y ni una sola gracia deja de pasar por María.

Por María vino Cristo a este mundo, y no sin Ella lo dejó. Es imposible que si el mismo Autor de las gracias pasó por María Santísima, no pasen las gracias que son creaciones de Él. Si el Creador de la gracia pasó por María, ¿acaso habrá impedimento en que las gracias del Creador pasen por Ella?

Cardenal Tucho Fernández CORRIGE a los santos y a San Pablo



DURACIÓN 24:38 MINUTOS

jueves, 13 de noviembre de 2025

Lanzan petición para que León XIV aparte a «Tucho» de la Doctrina de la Fe



El documento de Mater Populis Fidelis ha llegado como el primer balde de agua fría del pontificado de León XIV, sin embargo, la nota, heredada de Francisco y firmada por el Papa actual, representa una línea doctrinal que viene desde «Fiducias Suplicans».

Sin restar responsabilidad al Papa en ejercicio en el momento de publicación de los documentos, ya es evidente que hay una «mente maestra» tras la concepción y elaboración de estos documentos: el prefecto del Dicasterio para la Doctrina de la Fe. Ya lo exponíamos en la nota: De Francisco a León XIV: Fernández y la continuidad de la agenda doctrinal.

Ahora, ha comenzado a circular una petición dirigida al Papa León XIV que pide que el cardenal Víctor Manuel Fernández sea reemplazado como prefecto del Dicasterio para la Doctrina de la Fe, por considerar que su permanencia en el cargo “provoca confusión y división en la Iglesia”. El texto cuestiona la idoneidad doctrinal del cardenal y pide un cambio para proteger la fidelidad al Evangelio.
Una carta que expresa el malestar de muchos católicos

La carta comienza así:
“Querido Santo Padre: Con el respeto que le debo como hijo de la Iglesia, creo que debo manifestarle mi profunda preocupación por la continuidad del Cardenal Víctor Manuel Fernández al frente del Dicasterio para la Doctrina de la Fe.”
El documento cita directamente la reciente Nota Mater Populi fidelis, en la que el Dicasterio desaconseja el uso del título de Corredentora para referirse a la Santísima Virgen María.

El autor —en representación del sentir de muchos fieles— denuncia que ese texto “ha causado desconcierto y división”, y plantea una pregunta que ha resonado en el mundo católico:
“Con el argumento de que no hay que divinizar a María, se propone retirarle el título de corredentora. Pero, ¿quién está divinizando a María?”
El texto recuerda que hasta un niño de primera comunión entiende que la Virgen no está al nivel de Dios, y subraya el absurdo de los temores que inspiran la Nota:
“Desde que aprende a rezar, pide a la Virgen: ‘ruega por nosotros’, y le llama ‘abogada nuestra’ (no juez). ¿Por qué conviene ahora no llamarla corredentora?”
Un peligro de fondo: la negación del papel de María en la Redención

El documento advierte de un problema teológico más profundo: la tendencia —propia de la teología protestante— a negar la participación activa de los fieles en la obra redentora de Cristo.

Cita con precisión el texto de San Pablo a los Colosenses (1,24-26):
“Completo en mi carne lo que falta a los sufrimientos de Cristo, en beneficio de su Cuerpo que es la Iglesia.”
Y recuerda la enseñanza del Papa Benedicto XV en 1918, quien afirmó que María “redimió al género humano juntamente con Cristo” (Carta Inter sodalicia). El contraste con el planteamiento del Dicasterio actual es, según la carta, flagrante:
“¿A quién hacemos más caso?”, pregunta, en alusión a la ruptura entre la tradición magisterial y las nuevas interpretaciones.
Un prefecto marcado por la confusión doctrinal

La petición también recuerda otros episodios de confusión atribuibles al cardenal Fernández, incluyendo su participación en la redacción de Amoris laetitia y de Fiducia supplicans, documentos que han abierto la puerta a interpretaciones ambiguas sobre la moral conyugal y la bendición de uniones irregulares.

El texto menciona además su libro Sáname con tu boca – El arte de besar, considerado inapropiado por su tono y contenido, y su relación con el entorno intelectual del padre Marko I. Rupnik, cuya obra ha sido asociada a un inquietante “misticismo erótico”.
“Mantener al cardenal Fernández en un puesto tan crucial no sólo pone en riesgo la confianza de los fieles, sino que provoca ambigüedad en la orientación doctrinal del magisterio”, advierte el autor de la carta.
El riesgo de una fe desfigurada
La petición al Papa León XIV concluye con una invocación al Espíritu Santo y una súplica a la Santísima Virgen “verdadera Madre y corredentora del género humano”.
Más allá de su tono piadoso, el texto refleja un clamor profundo dentro del pueblo católico: la preocupación por una Iglesia que, bajo el pretexto de “actualizar” el lenguaje doctrinal, pierde el sentido del misterio y de la Verdad revelada.

No se trata de una rebelión contra el Papa, sino de un llamado a la responsabilidad: una defensa del Magisterio frente a quienes, desde dentro, lo relativizan.

Y ese llamado apunta directamente a Roma: si el nuevo pontificado de León XIV desea restaurar la unidad y la claridad, deberá empezar por la cabeza del organismo encargado de custodiar la fe.

Lea la carta completa aquí:

miércoles, 12 de noviembre de 2025

De Francisco a León XIV: Fernández y la continuidad de la agenda doctrinal



A comienzos de 2025, cuando el Papa Francisco aún se encontraba hospitalizado y su pontificado entraba en su fase final, el entonces prefecto del Dicasterio para la Doctrina de la Fe, cardenal Víctor Manuel Fernández, adelantó la inminente publicación de dos textos: uno sobre la monogamia y otro sobre los títulos marianos de la Virgen, en particular Corredentora y Mediadora

Nueve meses después, ambos documentos ven la luz bajo el pontificado de León XIV, confirmando —según Specola— la continuidad teológica y estructural de la llamada “era Francisco”.

Para muchos observadores, este gesto supone una prueba decisiva del rumbo doctrinal del nuevo Papa: ¿mantendrá sin revisión los textos más controvertidos del pontificado anterior, o marcará distancia con el estilo autoritario y ambiguo de la Doctrina de la Fe bajo “Tucho” Fernández?
Un pontificado heredado

Specola describe el momento con ironía:
“Si el deseo del Papa León es tranquilizar las cosas, parece que vamos en el peor de los caminos”.
Ambos documentos —el de la monogamia y el dedicado a los títulos marianos— habían sido redactados y promovidos por Fernández antes de la muerte de Francisco, pero no llegaron a publicarse. La decisión de León XIV de no archivarlos, sino de ratificarlos y difundirlos oficialmente, muestra que el nuevo pontífice ha optado por dar continuidad a la línea doctrinal que pretendía cerrar debates más que iluminarlos.

El problema, señala Specola, no es sólo el contenido, sino el método:
“Todos estos textos —de Fiducia Supplicans a Traditionis Custodes— son documentos divisivos: sofocan la discusión con el ejercicio de un poder autoritario y alejan a los fieles de la fe”.
La Nota mariana y su ambigüedad teológica

La Nota Doctrinal Mater Populi Fidelis, dedicada a los títulos de la Virgen María, ha sido el detonante más visible de esta controversia. El documento desaconseja el uso del título “Corredentora” y modera el de “Mediadora”, alegando un riesgo de “malentendidos teológicos”. Para sus críticos, el texto es una negación velada del papel singular de María en la obra de la redención y una muestra de desconfianza hacia la tradición mariológica clásica.

El historiador Roberto de Mattei lo expresó con dureza:
“Tras un tono meloso, el documento esconde un contenido venenoso: pretende despojar a la Virgen de su grandeza sobrenatural, reduciéndola a una mujer cualquiera”.
De Mattei ve en esta Nota “la culminación de la deriva mariológica posconciliar”, que en nombre de la moderación ha optado por un minimalismo doctrinal que desfigura a la Madre de Dios.


El debate entre la corrección y la timidez

El teólogo Mario Proietti, en cambio, defiende una lectura positiva:
“La Nota niega con palabras lo que afirma con la doctrina”.
Según él, el texto reconoce implícitamente la cooperación de María en la redención y su intercesión materna, aunque evite los títulos tradicionales.
“El documento enseña que María cooperó de manera singular en la obra redentora de su Hijo y continúa ejerciendo una función de mediación maternal: esa es la definición clásica de Corredentora y Mediadora. Solo que el texto defiende la verdad, pero teme su propio nombre”
Proietti concluye que la Nota “no incurre en error dogmático”, pero peca de timidez pastoral, evitando proclamar lo que de hecho sostiene.

Una Iglesia que teme nombrar lo que enseña

Specola subraya que el problema de fondo no es lingüístico, sino espiritual: una Iglesia que teme pronunciar las palabras de su propia tradición acaba defendiendo la verdad en silencio. La Nota Mater Populi Fidelis no niega formalmente la corredención ni la mediación mariana, pero renuncia a afirmarlas con la claridad que exige el Magisterio.

El resultado es una teología sin voz: ortodoxa en la letra, insegura en el tono, incapaz de inspirar devoción o certeza.

Así, León XIV hereda no sólo los documentos de Francisco, sino su crisis teológica más profunda: una Iglesia que, en nombre de la «prudencia», teme enseñar y defender lo que siempre ha creído.

sábado, 30 de agosto de 2025

Escándalo por «La pasión mística», libro del cardenal Fernández conocido ahora




«La pasión mística. Espiritualidad y sensualidad», desclasificado por la editorial, presenta un contenido teológicamente confuso y una exposición pornográfica de los temas. No aparece en el listado que incluyó en su CV en la página web del Vaticano.




(InfoCatólica) 'Fiducia Supplicans' no es el último escándalo provocado entre los fieles católicos por el Cardenal Fernández. Varias webs argentinas, italianas y de habla inglesa han facilitado la lectura (hoy, 8 de enero) de un libro escrito por el Cardenal 'Tucho' Fernández en 1998 y que según fuentes ordenó retirar.

El contenido del libro tiene descripciones que pueden clasificarse de pornográficas, irreproducibles, dañinas para cualquier persona con un mínimo de sensibilidad espiritual y que están ocasionando preocupación entre muchos fieles en las Redes Sociales.

Según relata el siempre bien informado Caminante Wanderer, «el libro no aparece en el listado que incluyó en su CV y publicado luego por la página oficial del Vaticano en ocasión de su nombramiento. El libro en cuestión se llama La pasión mística. Espiritualidad y sensualidad, y fue publicado en la ciudad de México por la editorial católica Dabar en 1998»

Wanderer continúa relatando el hallazgo: «hace pocos días, fue subido a Scribd y allí lo encontramos. La veracidad del texto está confirmada no solamente por el ejemplar físico al que hemos accedido sino también por su inscripción en el registro internacional de ISBN (aquí) y su inclusión en Google Books (aquí), como así también en varios repertorio bibliográficos que pueden encontrarse en la web (por ejemplo este)».

El libro del arte de besar

Al poco de conocerse su nombramiento como Prefecto para el Dicasterio para la Doctrina de la Fe, el Cardenal (Tucho) Fernández, tal como hizo después de la publicación 'Fiducia supplicans' realizó varias entrevistas (por escrito y sin posibilidad de repregunta) en las que procuraba defenderse de escritura de otro libro sobre «el arte de besar», con la práctica que le caracteriza afeó a los que se escandalizaban de ese libro acusándoles de que en realidad es que estaban en contra del Papa. Como si el Santo Padre hubiese tenido algo que ver en lo que escribía en el cambio de siglo. En entrevista a InfoVaticana defendía el libro sobre el arte de besar:

Pues bien, conversando y conversando se nos ocurrió destacar que el sexo no es todo, que si uno lo pospone puede desarrollar muchas otras formas de expresión del amor y crecer en ese amor. Entonces, como ejemplo de una de esas expresiones de afecto que puede haber sin necesidad de llegar al sexo, estaba el beso. Así, junto con ellos hicimos una encuesta a otros jóvenes, buscamos poemas y fuimos armando esta catequesis. No era un manual de Teología, era un intento pastoral del cual no me arrepentiré nunca. Por supuesto que hoy no escribiría algo así, ya tengo 60 años y empiezo a prepararme para la vida eterna. De hecho, poco después pedí a la editorial que no lo reimprimieran. ¿No le parece de mala leche tomar ese librito, usar frases sueltas de ese opúsculo pastoral juvenil para juzgarme como teólogo?

Se desconoce qué tipo de rocambolescas «argumentaciones» utilizará ahora. El libro es absolutamente desaconsejable tanto por las formas como por el fondo, más allá que es otro ejemplo de la escasa cultura teológica que pone de manifiesto y que por las respuestas que da en las entrevistas se siente acomplejado.

Muchos fieles están también atentos a los sacerdotes y obispos que entonces defendían la publicación por parte del Cardenal Fernández el libro «Sáname con tu boca. El arte de besar» y repetían las excusas que ponía el Mons. Fernández.
El orgasmo

Aunque el libro está plagado de tesis teológicas débiles y confusas, los capítulos que más han escandalizado son los tres últimos capítulos titulados: «Orgasmo masculino y femenino»; «El camino hacia el orgasmo» y «Dios en el orgasmo de la pareja»

Algunas personas que han analizado el libro llaman la atención del conocimiento que tiene sobre el orgasmo femenino o la imprudencia de relatar «un encuentro apasionado con Jesús que me contó una adolescente de dieciséis años»

Y como en las sectas de «iluminados» de los siglos XV-XVI todo está trufado con unas supuestas finalidades espirituales:

Preguntémonos ahora si estas particularidades del varón y de la mujer en el orgasmo, se dan también de algún modo en la relación mística con Dios.

Podríamos decir que la mujer, por ser más receptiva, también está mejor dispuesta a dejarse tomar por Dios, está más abierta a la experiencia religiosa. Será por eso que en los templos predominan las mujeres. (p. 67).

Especialmente hiriente es el capítulo 8 cuando comenta las experiencias místicas de santas como Teresa de Jesús o del Niño Jesús.

Lógicamente, un tema que está siempre presente en muchos escritos del Cardenal Fernández es la homosexualidad. Con «argumentaciones» que ya prefiguran lo que después aparece en Amoris Laetitia y en otros escritos:

Pero esto tampoco significa necesariamente que esa experiencia gozosa del amor divino, si la alcanzo, me liberará de todas mis debilidades psicológicas. No significa, por ejemplo, que un homosexual necesariamente dejará de serlo. Recordemos que la gracia de Dios puede coexistir con debilidades y también con pecados, cuando hay un condicionamiento muy fuerte. En esos casos, la persona puede hacer cosas que objetivamente son pecado, pero no ser culpable, y no perder la gracia de Dios. (p. 80)

El también prescindible capítulo 9 dedicado al orgasmo en la pareja, que no en el matrimonio explícitamente. Los confusos párrafos intentan justificar una especie de «pornoteología» que como señala Wanderer:

El problema, según Mons. Fernández, viene de «la mentalidad griega la que influyó negativamente en el cristianismo, transmitiéndole un cierto desprecio del cuerpo». (p. 89) Pero Santo Tomás restituyó todo a su justo lugar y, para confirmar su opinión, trae el testimonio del P. Danielou quien en un escrito afirma que «De la unión erótica a la unión mística hay un paso fácil de dar» y, sobre todo la de «un venerable teólogo egipcio del siglo XV [olvida decir que se trata de un musulmán] que hacía la siguiente alabanza a Dios:

Alabado sea Alá, que afirma los penes duros y rectos como las lanzas para hacer la guerra en las vaginas (Al Sonuouti). (p. 91)

viernes, 22 de agosto de 2025

El Papa: “Adiós a la casa y al sueldo del cardenal Burke” (27 noviembre 2023)





Este es un artículo de La Nuova Bussola Quotidiana, Nov-27-2023, firmado por su director, Riccardo Cascioli. 

¿Recuerdan que el pasado Nov-20-2023 dimos cuenta de la convocatoria por parte de Francisco a una de esas reuniones con todos los jefes de dicasterio?,

Ya sabemos uno de los temas que le preocupan a Francisco y que manifestó en aquella ocasión.

El Papa: “Adiós a la casa y al sueldo del cardenal Burke”

Fuentes vaticanas han revelado a la Brújula el anuncio hecho a los Jefes de Dicasterio de la Curia Romana: Burke ha sido definido como un “enemigo”. El cardenal aún no ha recibido una notificación formal, pero los precedentes sugieren que no se trata sólo de una amenaza, que de todos modos ya sería grave.

Riccardo Cascioli
27_11_2023


“El cardenal Burke es mi enemigo, por eso le quito el piso y el sueldo”. 

Esto es lo que habría dicho el Papa Francisco en la reunión con los Jefes de Dicasterio de la Curia Romana el pasado 20 de noviembre, y que una fuente vaticana ha revelado a la Brújula Cotidiana. 

La indiscreción ha sido confirmada posteriormente por otras fuentes. Por lo que sabemos, el cardenal Raymond L. Burke, actualmente en Estados Unidos, aún no ha recibido un acto formal que confirme las palabras del Papa, pero dados los precedentes –el más reciente, el caso de monseñor George Ganswein, antiguo secretario personal de Benedicto XVI-, no cabe duda de que a las palabras seguirán los hechos. La dificultad para justificar canónicamente tal medida tampoco supondría ningún obstáculo, dado el desprecio que también ha demostrado el Papa Francisco por las leyes de la Iglesia con ocasión de la remoción de obispos de sus diócesis (véase aquí).
La supuesta enemistad del cardenal Burke se ha convertido en los últimos tiempos en una auténtica obsesión para el Papa Francisco, pero en realidad el cardenal estadounidense ha estado en su punto de mira desde el inicio de su pontificado, probablemente porque encierra algunos de los elementos que más le molestan: es estadounidense y es un recordatorio constante de la doctrina y la Tradición de la Iglesia; y además reside en Roma, a tiro de piedra de la Plaza de San Pedro, desde donde –pensará el Papa- puede “conspirar” contra él.
Ciertamente Burke ha sido muy claro en sus críticas al concepto de sinodalidad, convertido ya en un mantra destinado a cambiar la naturaleza de la Iglesia. 

Además, en la conferencia “La Babel sinodal” del pasado 3 de octubre –organizada en Roma por La Brújula Cotidiana precisamente la víspera de la apertura del Sínodo sobre la sinodalidad-, habían dado mucho que hablar sus argumentos y su polémica directa con el nuevo Prefecto del Dicasterio para la Doctrina de la Fe, Víctor “Tucho” Fernández, que había llamado hereje y cismático al cardenal Burke y a quienes piden al Papa que “salvaguarde y promueva el depositum fidei”.

Después de todo, llamar la atención al Papa es parte del deber de los cardenales, y el propio Francisco ha alentado repetidamente (de palabra) la parresìa. 

En cualquier caso, el cardenal Burke siempre ha rechazado tajantemente la etiqueta de “enemigo del Papa” que le han querido colgar desde el inicio del pontificado, sobre todo desde que criticó la postura del cardenal Walter Kasper que, en la preparación del Sínodo sobre la Familia de 2014, pidió explícitamente el acceso a la comunión para los divorciados vueltos a casar. Aunque no fue el único que se expresó en este sentido, Burke sufrió una verdadera campaña de demonización, pintado como el director de complots ocultistas contra el Papa Francisco (acusaciones que Burke siempre ha rechazado enérgicamente).

Pero antes, en diciembre de 2013, el Papa ya lo había destituido como miembro de la Congregación de Obispos, sustituyéndolo por el cardenal Donald Wuerl, decididamente liberal y, casualmente, vinculado al cardenal Theodore McCarrick, ex abusador en serie. 

Tras su participación en el libro “Permanecer en la verdad de Cristo” (que además contó con contribuciones de los cardenales Caffarra, Brandmüller, Müller y De Paolis) Burke, que es un canonista de talento, también fue destituido en noviembre de 2014 del cargo de Prefecto de la Signatura Apostólica al que había sido llamado por Benedicto XVI en 2008.

En su lugar, se le confió el cargo de Patrono de la Soberana Orden de Malta, un puesto menor para un cardenal aún joven y en activo. 

Sin embargo, tras la firma de los Dubia a raíz de la Exhortación postsinodal Amoris Laetitia (2016), las “represalias” contra el cardenal Burke continuaron, y en 2017 se le privó de facto de su cargo de Patrono de la Orden de Malta (pero dejándole el cargo formal), con el nombramiento de un delegado especial del Papa: primero el cardenal Becciu y después, en 2020, el cardenal Tomasi. 

Aunque no volvió a tener contacto con los miembros de la Orden y no desempeñó ningún papel en toda la problemática renovación de los Estatutos, el cardenal Burke dimitió formalmente en junio de este año al alcanzar la fatídica edad de 75 años, y fue sustituido inmediatamente por el cardenal Ghirlanda, de 81 años, algo que parece una broma.

Para más inri, en los últimos años el Papa Francisco no ha dejado pasar la oportunidad de lanzar pullas personales al cardenal Burke, culminando con la desafortunada (por decirlo suavemente) broma pronunciada mientras el cardenal Burke se debatía entre la vida y la muerte a causa del Covid. 

La manzana de la discordia era la vacuna, un “acto de amor” según el Papa, que Burke rechazaba por motivos éticos: “Incluso en el Colegio Cardenalicio hay algunos negacionistas”, había dicho el Papa con una sonrisa de satisfacción en la rueda de prensa en el avión al regreso de su viaje a Hungría y Eslovaquia el 15 de septiembre de 2021, “y uno de ellos, pobre hombre, está hospitalizado con el virus”.

La segunda vuelta de Dubia, presentada el pasado mes de julio junto con los cardenales Brandmüller, Sarah, Zen y Sandoval, pero que no se hizo pública hasta el 2 de octubre, sin duda habrá irritado aún más al Papa, que parece haberse desinhibido tras la muerte de Benedicto XVI el pasado mes de enero. Así, el nuevo prefecto del Dicasterio para la Doctrina de la Fe, Fernández, pudo “apuntar” personalmente al cardenal Burke en la mencionada entrevista con el National Catholic Register en septiembre en lo que, en retrospectiva, podría considerarse como una advertencia.

Y ahora llegamos a la decisión anunciada por el Papa de perjudicar directamente al cardenal Burke, quitándole piso y sueldo, una medida grave y sin precedentes, en desafío a todo principio legal y eclesial. Se puede pensar que el verdadero propósito es sacar a Burke de Roma, debilitando el campo de los que se resisten a la revolución en curso mientras se acerca el Cónclave, pero también es una advertencia para los que trabajan en la Curia Romana. El hecho es que el final de este pontificado se parece cada vez más en sus métodos a una dictadura sudamericana.

Riccardo Cascioli

sábado, 21 de octubre de 2023

Para Tucho el único pecado es el clericalismo


Víctor Manuel Fernández, arzobispo de La Plata


(Tommaso Scandroglio/La nuova bussola quotidiana)-El cardenal Víctor Fernández, recién nombrado prefecto del Dicasterio para la Doctrina de la Fe, sale a la palestra para reprender a los cardenales dubitativos, es decir, a aquellos cinco cardenales que habían enviado algunas dubia al Papa para que aclarara cuestiones centrales relativas a la moral, la fe y la estructura jerárquica de la Iglesia.

Por supuesto, el prefecto no los menciona directamente y, desde su punto de vista, se trata de una estrategia eficaz. De hecho, sus palabras pueden así adaptarse tanto a los cinco alborotadores como a sus numerosos émulos.

Fernández elige Facebook para lanzar su mensaje. Y sólo eso ya es insólito e irritante. No es un precisamente un lugar muy adecuado para las comunicaciones formales de un prefecto de dicasterio. Pero es una de las infinitas variantes de la adaptación al mundo que tanto gusta a los teo-conformistas. El post de Facebook tiene un título que lo dice todo: Abuso, clericalismo y sinodalidad. Lo esencial es lo siguiente: “Todas las personas con autoridad tenemos tendencia al abuso”. Y el cardenal se refiere al “abuso de cualquier tipo (sexual, de autoridad, manipulación de conciencias, etc.)”. Luego se detiene en una forma particular de abuso que parece haberse extinguido, al menos entre la mayoría: “existía una violencia verbal que llevaba demasiado rápido a juzgar duramente a los demás sin temor alguno a lastimarlos y a destrozar su autoestima, Se decía: “adúlteros”, “sodomitas”, “hijos ilegítimos”, “degenerados”, “pecadores”, etc”. Y así llegamos a descubrir que legiones de santos, desde san Pablo, pasando por santo Tomás de Aquino, hasta san Juan Bosco, eran maltratadores porque utilizaban esos términos malditos.

Pero hay más en la observación del Cardenal Fernández: la categoría moral del adulterio, de la sodomía, de la filiación ilegítima, de la degeneración de las costumbres, e incluso la de pecado, no sólo ya no existen, sino que es erróneo evocarlas. Son como insultos, son palabras o expresiones que ya no indican una realidad objetiva, sino que son meros epítetos despreciables, títulos insultantes. Así, ya no existe el adúltero, sino la persona que encuentra en una nueva unión, después de un serio discernimiento, un camino afectivo bendecido por Dios. Ya no existe la persona homosexual que experimenta una condición intrínsecamente desordenada, sino una persona que experimenta una variante natural diferente de la atracción sentimental y sexual. Ya no existe el hijo nacido fuera del matrimonio; sólo existe el hijo, lo demás es irrelevante. Ya no existe el degenerado moral, sino una persona en búsqueda. Y, por último, ya no existe el pecador, sino sólo la persona frágil. Ya no existe el mal y el vicioso, sino sólo el bien y el virtuoso.

El novelista Cormac McCarthy escribió acertadamente: “Poco a poco, el bandido acaba por volverse indistinguible de la colectividad. Es cooptado. Hoy en día es difícil ser un glotón o un sinvergüenza. Un libertino. ¿Un desviado? ¿Un pervertido? Debes de estar bromeando. Las nuevas directrices casi han borrado estas categorías del lenguaje. Ya no se puede ser una mujer libertina. Por ejemplo. Una puta. El concepto mismo carece de sentido. Ni siquiera se puede ser yonqui. Si te va bien eres un mero consumidor. ¿Un consumidor? ¿Qué diablos significa eso? En un par de años hemos pasado de porreros a consumidores. No hace falta ser Nostradamus para predecir dónde acabaremos. Los criminales más atroces reclaman su estatus. Asesinos en serie y caníbales reclaman el derecho a su estilo de vida. […] Sin malhechores, el mundo de los justos queda completamente desprovisto de sentido” (El pasajero).

Volvamos a nuestro prefecto que, censurando el concepto de autoridad, continúa diciendo que “esto permite comprender por qué el Papa Francisco afirma que el clericalismo es la principal causa de los abusos en la Iglesia, más que la sexualización de la sociedad”. Dos breves apuntes. Como afirmó Benedicto XVI, la causa de los abusos es la falta de fe: “Sólo donde la fe ya no determina las acciones de los hombres son posibles tales crímenes” (Papa Ratzinger: la Iglesia y el escándalo de los abusos sexuales, Corriere della Sera, 11 de abril de 2019). Quita a Dios y habrás eliminado el mayor obstáculo para llevar a cabo el mal. Además, y en relación con el clericalismo -una de las muchas palabras talismán de este Sínodo que significan todo y nada-, el autoritarismo de algunos sacerdotes no es la causa de los abusos, sino sólo una condición. Es como decir que la causa de los divorcios son los matrimonios.

El cardenal continúa diciendo que la referencia al clericalismo “también ayuda a entender el llamado a una Iglesia más «sinodal», donde la autoridad sólo se entienda en el contexto de la corresponsabilidad y de la variedad de carismas”. Aquí la autoridad jerárquica se licúa en un consenso aparentemente entre iguales, en una corresponsabilidad democrática que en realidad sirve de pantalla para ocultar las grandes maniobras de unos pocos.

Y finalmente la arremetida: es necesario “situar la autoridad en un contexto que impida los abusos de cualquier tipo y asegure el religioso respeto de la dignidad de las personas. La historia de la Iglesia nos muestra sobrados ejemplos de la ausencia de ese respeto en medio de la ostentación de la sana doctrina y de una rígida moral”. Así pues, quien pide fidelidad a la doctrina, como los cinco cardenales de los dubia, es un abusador, una persona que desprecia la dignidad de sus hermanos. Cuando es justamente al contrario: la doctrina es rígida porque debe proteger rígidamente la dignidad de las personas.

Está en juego la salvación eterna y por eso es necesario ser rigurosos e inflexibles a la hora de señalar lo que está en consonancia con esa dignidad y te lleva al Paraíso y lo que no está en consonancia con ella y te abre las puertas del Infierno.

TOMASSO SCANDROGLIO

miércoles, 18 de octubre de 2023

¿Los “dubia” son un arma contra el Papa o una defensa de los fieles? Una respuesta razonada




*

No hay paz para el nuevo prefecto del Dicasterio para la Doctrina de la Fe, el argentino Víctor Manuel Fernández.

A poco de haber asumido el cargo se encontró lidiando con un par de cuestiones abiertas incómodas, que creyó que podría cerrar rápidamente con la aprobación del papa Francisco, pero en cambio obtuvo el resultado opuesto.

La primera cuestión estaba constituida por los cinco “Dubia” remitidas el 10 de julio y luego el 21 de agosto a él y al Papa por cinco cardenales, referidos a otros tantos puntos críticos de la doctrina y de la práctica, entre ellos la bendición de las parejas homosexuales.

La segunda cuestión fue planteada, también en julio, por el cardenal Dominik Jaroslav Duka, arzobispo emérito de Praga, y se refería a la Comunión eucarística para los divorciados vueltos a casar.

Satisfecho con la aprobación firmada el 25 de septiembre por el papa Francisco, el 2 de octubre Fernández hizo públicos en el sitio web del dicasterio dos bloques de respuestas a ambas preguntas.

Pero en ambos casos las respuestas prácticamente fueron devueltas al remitente.

Respecto a la cuestión planteada por Duka, el cardenal y teólogo Gerhard Ludwig Müller tomó providencias para derribar las respuestas dadas por Fernández. Un rechazo no menor, teniendo en cuenta que Müller fue también, de 2012 a 2017, prefecto del mismo Dicasterio para la Doctrina de la fe:


Mientras que, en cuanto a los “Dubia” de los cinco cardenales, las respuestas proporcionadas por Fernández -en forma de carta enviada por el Papa Francisco el 11 de julio- fueron por ellos para nada esclarecedoras mucho antes de que el propio Fernández las hiciera públicas, tanto es así que plantearon las mismas preguntas al Papa por segunda vez en una forma más estricta.

A este relanzamiento de los “Dubia”, realizado el 21 de agosto, los cinco cardenales nunca recibieron respuesta, como luego decidieron documentar públicamente el 2 de octubre, pocas horas antes de que Fernández hiciera públicas las respuestas anteriores del 11 de julio como si fueran las definitivas:


Pero el problema no ha terminado. Porque no sólo los cinco cardenales protestaron contra el forzamiento llevado a cabo por Fernández, sino que uno de ellos, el chino Joseph Zen Ze-kiun, retomó las respuestas del Papa a la primera formulación de los “Dubia” y las criticó una a una, mostrando cómo eran cualquier cosa, incapaces de aportar claridad.

Zen publicó su acusación el 13 de octubre en su blog personal, en chino, inglés e italiano:


Por otra parte, en el bando de los apologistas del actual pontificado, los “Dubia” con las cuestiones que plantean han sido ignorados o, peor aún, acusados de ser un arma impropia esgrimida contra el Papa para obligarle a decir lo que se quiere.
¿Pero esto es necesariamente así? ¿O si, por el contrario, se tratara de una justa iniciativa de obispos y cardenales para proteger la fe del pueblo cristiano de las dudas sobre puntos importantes de la doctrina y de la moral, dudas generadas por expresiones poco claras de las máximas autoridades de la Iglesia?
Y si esta segunda respuesta es válida, ¿cómo justificar entonces los silencios o las respuestas evasivas por parte de las autoridades llamadas a aportar claridad?

La siguiente intervención ofrece una respuesta razonada precisamente a estas preguntas. El autor de la carta es bien conocido en Settimo Cielo, pero pide ser identificado simplemente como “un sacerdote que durante muchos años ha colaborado con la Santa Sede”. ¿Por qué? Evidentemente por razones opuestas a aquellas por las que el cardenal Zen, de 91 años, firma lo que publica: “Viejo como soy, no tengo nada que ganar, nada que perder”.

*

Estimado Magister,

La presentación de preguntas al papa Francisco sobre expresiones presentes en los textos que llevan su firma, que los autores de los llamados “Dubia” consideraban de interpretación poco clara, sigue suscitando interés y avivando un debate “intra et extra Ecclesiam catholicam”.

No pretendo afrontar aquí la formidable lista de cuestiones, algunas inéditas al menos en la historia reciente de la Iglesia, planteadas por los “Dubia”, sino sólo hacer algunas consideraciones respecto a algunos puntos, en primer lugar el que se centra sobre la posición (sin duda incómoda) de sus firmantes.

Lo hago inspirándome en una sospecha que circula entre el clero, los fieles católicos y algunos no creyentes. Es la que sugiere que detrás de los “Dubia” se esconde el deseo de “forzar la mano” del papa Francisco a “retractarse” o “corregir” algunas de sus declaraciones que entrarían en conflicto con la supuesta “inmutabilidad de la doctrina” en materia de fe y moral.

Pero antes quisiera detenerme en una distinción que me parece apropiada: la que existe entre “dubium unius fidelis vel pastoris” y “dubium gregis vel collegii pastorum”, es decir, entre la duda de un creyente o pastor individual y la duda de la grey o del colegio de pastores.

En cuanto al primer género de “dubium”, el del individuo, el deseable logro de una inteligencia adecuada y de una conciencia recta respecto de lo que el Santo Padre enunció puede ser perseguido práctica y fácilmente mediante la comparación del creyente individual (o de grupos limitados de fieles), de un obispo o de un presbítero (o incluso de una conferencia episcopal o de un presbiterio secular o regular) con un guía espiritual, teológica o pastoral de fe comprobado y de sólida moral, o -en particular, en los dos últimos casos- recurriendo de manera confidencial a los Dicasterios competentes de la Curia Romana, designados para entrar en el fondo de determinadas cuestiones doctrinales o canónico-legislativas. Dado que no concierne a todos o a la mayoría de los fieles y pastores, normalmente no es necesario ni apropiado que el propio Papa responda personalmente a los “dubia unius fidelis vel pastoris”.

En el segundo género de “dubium” las cosas son diferentes. Por razones práctico-pastorales, no es posible que un gran número de fieles o pastores, en todas partes del mundo, tengan acceso a una conversación con creyentes autorizados, bien formados espiritual, teológica y pastoralmente, y que estén razonablemente seguros del significado auténtico de las afirmaciones del Magisterio pontificio que han dado lugar a los “dubia gregis vel collegii pastorum”, para poder resolverlos de manera convincente.

Debe ser así, ya que, por su naturaleza, la enseñanza del Santo Padre que trata temas de carácter universal en materia de fe y de moral es pública (ya sea oral o escrita) y llega a creyentes y no creyentes en todas partes, también la respuesta a los “Dubia” sobre cómo deben interpretarse algunas declaraciones y traducirse en la práctica algunas normas debe hacerse pública, porque la incertidumbre de muchos puede ser la de todos o de la mayoría de los fieles y pastores. Al no existir una norma canónica ni una costumbre “ab immemorabilis” que prevea una iniciativa “anónima” de los fieles católicos o incluso del clero que pueda formular y presentar una pregunta al Papa sobre sus declaraciones, corresponde a quienes tienen el mandato eclesial de cuidar de los laicos y del clero -los cardenales y los obispos- y sienten ellos mismos la urgencia de ser “confirmados” en la fe y en la moral recoger los “Dubia” y someterlos filialmente al Supremo Pontífice.

Al proceder de este modo, cardenales y obispos no se arrogan un derecho -que no tienen- de “juzgar” al Papa o “presionarlo” para que corrija sus afirmaciones como les plazca, sino que solicitan la “caridad pastoral de la verdad” que es ” munus et virtus ” de un Papa, llamando a él mismo (y no sustituyéndolo) a ejercerla personalmente, ofreciendo públicamente una interpretación auténtica de su enseñanza pública. Esta “solicitud” del trono pontificio nace de la preocupación de cardenales y obispos por la “salus animarum” en la que se resume el “bonum Ecclesiae”.

En cuanto a la modalidad a través de la cual el Papa puede hacer público el “responsum” a los “dubia gregis vel collegii pastorum”, depende de las circunstancias y de las oportunidades: puede ser mediante su publicación directa por parte de la Santa Sede (como ha ocurrido recientemente), o bien autorizando a los firmantes de los “Dubia” a dar a conocer el “responsum” que les haya sido enviado.

UN EJEMPLO

Para que quede claro lo que intento decir, consideremos este ejemplo.

Un suboficial de un cuerpo de policía, plenamente disciplinado con sus superiores, cuyas órdenes ha obedecido constantemente, tiene como principio deontológico de su profesión el de rechazar cualquier forma de coacción física para conseguir que un delincuente confiese haber cometido un delito, y siempre ha prohibido a sus subordinados que lo hagan. Pero un día oye a su Comandante regional afirmar públicamente -en referencia a un hombre detenido por estar acusado de cometer una serie de asesinatos- lo siguiente: “Le mantendremos bajo presión. No le dejaremos en paz hasta que admita su culpabilidad”.

No se trató de un exabrupto privado del Comandante susurrado al oído de alguno de los oficiales, suboficiales o agentes, sino de una afirmación hecha delante de todo el cuerpo de policía y recogida por los medios de comunicación, de modo que hasta los ciudadanos de a pie pudieron enterarse.

El propio suboficial queda perplejo por el significado de la afirmación de su superior y percibe que entre los demás suboficiales y los mismos agentes surgen diferentes interpretaciones de estas palabras. Algunos de ellos empiezan a hacer circular la idea de que el comandante pretende autorizar – en el caso en cuestión y en otros similares – además de interrogatorios intensos, prolongados y repetidos, también el uso de la violencia física para arrancar una confesión. El suboficial, a pesar de ser inflexible en que ninguna forma de tortura es admisible en ningún caso, para evitar que la interpretación favorable se difunda entre los agentes y se arraigue esta práctica inaceptable, se dirige por escrito al Comandante Regional pidiéndole que aclare, disipando cualquier duda, de qué quiso decir con esa expresión. “Sí, es correcto que en casos de delitos especialmente brutales lleguemos incluso a inducir una confesión mediante presión física sobre el presunto culpable, a fin de que, para que lo dejen en paz, confiese el delito cometido”. O: “No, bajo ninguna circunstancia es correcto utilizar la violencia física para obtener la confesión de una persona arrestada, por muy grave que haya sido su delito”.

La firme certeza de que la tortura de un presunto delincuente es siempre un mal que debe evitarse, porque no respeta la vida y la dignidad que es propia de todo hombre y mujer, no invalida la legítima y debida petición de aclaración sobre la declaración de un Superior que se presta (y así fue, en el ejemplo denunciado) a diferentes interpretaciones. El “dubium” del suboficial no se refiere a su conciencia, que es cierta, sino a la aplicación de las normas (o reglamentos) del cuerpo de policía al que pertenece, a partir de la reciente declaración del Comandante. Y ello para evitar que los agentes cuya conciencia no esté adecuadamente formada para discernir el bien del mal sigan su propia “interpretación permisiva” de la afirmación del Comandante y, en consecuencia, cometan un mal creyéndolo un bien (por ejemplo, para prevenir delitos posteriores o impartir justicia a las víctimas) como si se lo permitiera la autoridad a la que están sometidos.

Los otros suboficiales, aunque también permanecían perplejos respecto al significado de la expresión de su Comandante Regional, para poder vivir en paz y no querer enemistarse con él molestándolo con una pregunta incómoda (se sabe que rara vez un subordinado que molesta a un Superior con peticiones atrevidas podrá hacer carrera) no presentan ningún pedido de aclaración, ni firman la carta con el dubium que envió su colega.

¿Cuál de ellos -el valiente autor del “dubium” o sus compañeros suboficiales que se mostraron dudosos pero temerosos frente el Comandante- prestó realmente un servicio a los oficiales bajo su mando, ayudándoles a ser “buenos policías” y no “agentes depravados”? ¿Quiénes han mostrado concretamente que se preocupan por la dignidad, el honor y la función pública del cuerpo policial al que pertenecen, promoviendo su respeto y estima entre los ciudadanos? ¿Quién ha protegido mejor a los ciudadanos acusados ​​de un delito, evitando que sean sometidos a actos de tortura durante un interrogatorio policial?

Obviamente, la Iglesia no es un cuerpo de policía, el Papa no es su Comandante y sus afirmaciones a interpretar no se refieren -en el caso de los “Dubia” presentados a Francisco- a la práctica de los interrogatorios. Los cardenales y obispos no son oficiales ni suboficiales, y los fieles no son agentes ni acusados. Pero tal vez este ejemplo tenga algo que decirnos respecto a la discusión sobre los “Dubia”.

Estar personalmente seguro de las verdades reveladas por Dios y de la fe de la Iglesia, del bien que se debe hacer y del mal que se debe evitar, no convierte de por sí en “insinceros” o “incorrectos” a aquellos pastores que están preocupados por la difusión entre otros pastores o entre los fieles de interpretaciones arbitrarias de algunas expresiones del Magisterio pontificio que nacen de la evidencia no inmediata de las mismas a los ojos de la fe y de la razón, o que a primera vista parecen estar en conflicto con la enseñanza anterior de la Iglesia. Al decidir recurrir al Santo Padre para obtener su interpretación auténtica no buscan algo para ellos mismos, sino para la tarea que les ha confiado el mismo Papa: colaborar con él para cuidar del rebaño que les ha sido confiado por Cristo.

RESPUESTAS Y SILENCIO

¿Pero qué puede suceder si el Papa decide no responder a los “Dubia”? ¿Y si el “responsum” proporcionado no es considerado por quienes lo presentaron como suficiente para disipar las dudas y proporcionar una interpretación auténtica y completa que cierre la cuestión de una vez por todas?

En su libertad soberana (que implica una responsabilidad “coram Deo et coram Dei populo”), el Sumo Pontífice puede ciertamente no responder a los “Dubia”.

Los motivos que eventualmente le llevan a esta decisión pueden ser de diferente naturaleza: desde el vinculado a su tiempo y a las energías físicas y mentales de que dispone, considerando los numerosos y onerosos compromisos de un Papa, su edad y su salud, hasta el que surge de la convicción de haber sido suficientemente claro e inequívoco al pronunciarse sobre una determinada cuestión; o puede surgir del deseo de dejar la cuestión “abierta” a ulteriores profundizaciones teológicas y morales o a “discernimientos” en el interior de la Iglesia universal o particular, sin definirla de una vez para siempre.

Tampoco se puede excluir la preocupación por fuertes desacuerdos que surjan entre pastores o laicos sobre el objeto de la afirmación del Papa, contrastes que podrían socavar la unidad de la Iglesia. Y ni siquiera el miedo a una reacción de los medios de comunicación y de los no creyentes que podría desencadenarse en el caso de una interpretación que consideran inaceptable, en detrimento del diálogo con las diferentes culturas, religiones y sociedades o comprometiendo las oportunidades de presencia de la Iglesia en ciertos ambientes. Y otros motivos más todavía.

Ciertamente, sólo tenemos lo que el papa Francisco escribió en la carta, fechada el 10 de julio de 2023, dirigida a los cardenales Walter Brandmüller y Raymond Leo Burke, con la que acompaña su “responsum”: “Aunque no siempre me parece prudente responder las preguntas dirigidas directamente a mi persona (ya que sería imposible responderlas a todas), en este caso creo es adecuado hacerlo debido a cercanía del Sínodo”. En la expresión “no siempre me parece prudente” se puede vislumbrar una alusión a diferentes motivos de oportunidad para el silencio, de la misma manera que en la referencia a la “cercanía del Sínodo” se escucha el eco de los muy animados debates y controversias que lo precedieron y lo acompañan.

Nada autoriza a interpretar una “falta de respuesta” a los “Dubia” como expresión de la voluntad del Papa de acreditar una u otra de las interpretaciones que circulan sobre lo que ha dicho o escrito sobre un tema. Hay otras vías por las cuales, eventualmente, uno puede aproximarse a una supuesta “interpretación plausible” que se acerque lo más posible a la “auténtica” que no se proporcionó.

Finalmente, la situación más embarazosa para los fieles y los pastores, así como (podemos suponer) para el mismo Santo Padre, es el caso en el que quien extendió y presentó los “Dubia” no se declara satisfecho con lo contenido en el “responsum” y hace pública esta insatisfacción.

Es lo que ocurrió con la serie de los “Dubia” a los que Francisco respondió con la citada carta del 10 de julio. Los cardenales interpelantes reformularon los “Dubia” y los volvieron a presentar, sin haber recibido más respuesta. Si el objetivo de los “Dubia” -como debería ser- no es resolver una duda personal de conciencia de los redactores (escuchando sus declaraciones públicas en diferentes fechas y lugares, todos parecen demostrar una conciencia certera sobre las cuestiones a las que se refieren los “Dubia”), sino disipar las dudas presentes en un gran número de pastores y fieles (“mentis et cordis confusio”) respecto al significado de las expresiones del Santo Padre y encaminarlos por el camino de la verdad y del bien, este objetivo ha fracasado y el riesgo de acrecentar la “confusión” es grave.

¿De quién es la responsabilidad de este fracaso y de sus consecuencias, que son especialmente graves para los pastores y fieles más “frágiles” en la fe y en la moral? Considero que no corresponde a ningún hombre establecerlo: será el Señor de la historia (incluida la de la Iglesia) quien dictará la sentencia cuando “vendrá otra vez, en gloria, para juzgar a los vivos y a los muertos y su reino no tendrá fin”.

Carta firmada

Roma, 14 de octubre de 2023

domingo, 17 de septiembre de 2023

¿Más sabio que Santo Tomás? (Bruno Moreno)



Hace tiempo, escribí un artículo titulado “Mejores que Jesucristo”, sobre la plaga de eclesiásticos que, claramente, consideran que son más misericordiosos, inteligentes y avanzados que el mismo Hijo de Dios encarnado. Generalmente, como es lógico, no se atreven a decirlo con esas palabras, pero sí lo hacen con los hechos cuando defienden que habría que cambiar el Evangelio o la fe y la moral reveladas por Cristo, que es lo mismo que defender que ellos saben mejor que nuestro Señor lo que debe hacer el ser humano, o cuando pretenden que permitir el divorcio y demás inmoralidades es mucho más misericordioso que ser fieles a lo que Jesucristo enseñó.

En ese contexto, no es extraño que también hayamos terminado por tener a un Prefecto del Dicasterio para la Doctrina de la Fe que da por hecho que es más sabio que Santo Tomás. Era inevitable que sucediera antes o después. Lo digo con todo el respeto debido a su dignidad episcopal y reconociendo que, por supuesto, Mons. Fernández no lo expresa así, ni será consciente de que piensa así, pero los hechos son los hechos y lo cierto es que propone exactamente lo contrario que Santo Tomás y espera que le creamos a él en lugar de al santo y Doctor de la Iglesia, algo que solo se explicaría si fuese más sabio que él.

En efecto, Mons. Fernández nos asegura que los obispos no deben pretender corregir nunca al Papa en materia de fe, porque “si me dicen que algunos obispos tienen un don especial del Espíritu Santo para juzgar la doctrina del Santo Padre, entraremos en un círculo vicioso (en el que cualquiera puede pretender tener la verdadera doctrina) y eso sería herejía y cisma”.

¿Es eso cierto? ¿Los obispos deben quedarse calladitos y no criticar nunca algo que ha dicho el Papa, porque hacerlo sería caer en la herejía y el cisma? 

Veamos qué decía Santo Tomás sobre el tema (al igual que toda la Iglesia anterior y posterior): “en el caso de que amenazare un peligro para la fe, los superiores deberían ser reprendidos incluso públicamente por sus súbditos” (S. Th., II-II, 33, 4). El inferior no solo puede, sino que debe reprender públicamente a un superior si habla contra la fe católica. Y esto es un principio universal en la Iglesia, de manera que no solo los obispos, sino también los simples sacerdotes o incluso los fieles pueden y deben rechazar cualquier error de fe, lo defienda quien lo defienda, aunque sea un papa. Pero está claro que Mons. Fernández debe de ser más sabio que Santo Tomás y habrá que hacerle caso a él y no al Doctor de la Iglesia.

¿Y qué dijo San Pablo? “Pero si aun nosotros, o un ángel del cielo, os anunciara otro evangelio contrario al que os hemos anunciado, sea anatema” (Gal 1,8). Parece que está muy claro: si alguien dice algo contra la fe, aunque sea un ángel o un Apóstol o, presumiblemente, un Papa, no hay que hacerle el más mínimo caso. San Pablo no dijo, “bueno, si lo digo yo que soy Apóstol, entonces sí vale”. Nadie, sea quien sea, puede afirmar nada contra la fe en la Iglesia y, si lo hace, hay que rechazarlo.

Pero, si nos queda alguna duda, preguntémonos: ¿qué hizo San Pablo? Exactamente lo que había dicho que debía hacerse. Cuando el primer Papa llevaba a error a los fieles al volver a las prácticas del judaísmo, San Pablo reprendió en público a San Pedro: “dije a Cefas en presencia de todos…” (Gal 2,14). ¿Por qué públicamente? Porque su conducta había sido públicamente escandalosa y estaba extraviando a los fieles. Y no solo reprendió públicamente al Papa, sino que contó que lo había hecho en la Carta a los Gálatas, que es Palabra de Dios. Santo Tomás explicó este hecho diciendo que así San Pedro dio humildemente ejemplo a los superiores para que aceptaran la corrección de sus inferiores si se habían apartado del buen camino. O quizá debamos concluir que Mons. Fernández es más obediente que el Apóstol San Pablo y más humilde que San Pedro, además de saber más sobre la Iglesia que la propia Palabra de Dios.

¿Y qué han dicho los concilios? El III Concilio de Constantinopla, por ejemplo, condenó al Papa Honorio por haber coqueteado con las ideas de los herejes monotelitas, condena que fue confirmada por el Papa San León y por los Concilios II de Nicea y IV de Constantinopla. ¿Será que no sabían que no se puede corregir a un Papa en materia de fe? El Concilio Vaticano I como es sabido, definió las circunstancias en que el magisterio del Santo Padre es infalible. No hace falta pensar mucho para darse cuenta de que eso implica que hay otro magisterio papal que no es infalible y, por lo tanto, puede estar equivocado si se aparta de la Tradición y la Escritura. Y, si está equivocado, ¿no habrá que rechazarlo como nos recordaba San Pablo en el párrafo anterior? Bueno, supongo que Mons. Fernández sabrá más que cuatro Concilios ecuménicos.

El Concilio Vaticano I, por cierto, refuta otra teoría de Mons. Fernández expresada en la misma entrevista, en la que nos asegura que: “Cuando hablamos de obediencia al magisterio, esto se entiende al menos en dos sentidos, que son inseparables e igualmente importantes. Uno es el sentido más estático, de un «depósito de la fe» que debemos custodiar y preservar incólume. Pero, por otro lado, existe un carisma particular para esta salvaguardia, un carisma único, que el Señor ha dado sólo a Pedro y a sus sucesores. En este caso no se trata de un depósito, sino de un don vivo y activo, que actúa en la persona del Santo Padre. Yo no tengo este carisma, ni usted, ni el cardenal Burke. Hoy sólo lo tiene el Papa Francisco.”

Este doble carisma es algo completamente ajeno a lo definido por el Concilio Vaticano I, que además lo negó expresamente: “Así el Espíritu Santo fue prometido a los sucesores de Pedro, no de manera que ellos pudieran, por revelación suya, dar a conocer alguna nueva doctrina, sino que, por asistencia suya, ellos pudieran guardar santamente y exponer fielmente la revelación transmitida por los Apóstoles, es decir, el depósito de la fe” (Concilio Vaticano I, Constitución dogmática Pastor Aeternus, 18 de julio de 1870). 

¿Cuál es, por tanto, el carisma de Pedro? El de guardar santamente y exponer fielmente el depósito de la fe. Ese otro carisma del que habla Mons. Fernández, que “no se trata de un depósito” y que “actúa en la persona del Santo Padre” parece ser, pues, una invención, es decir una de esas nuevas doctrinas que el Concilio rechazó expresamente.

¿Y qué nos dice la historia de la Iglesia? Cuando el Papa Juan XXII afirmó que las almas de los justos solo verían a Dios después del Juicio Final, es decir, una herejía, los teólogos de París, sus propios cardenales y varios príncipes católicos se volvieron contra él e incluso le amenazaron con la hoguera hasta que el Papa se retractó de sus errores antes de morir. Su sucesor, Benedicto XII, definió como dogma de fe la doctrina que había negado su predecesor, para que no hubiera ninguna duda. ¿Será que no sabían que no se puede corregir a un Papa? El Papa Adriano VI enseñó que un Papa podía errar en materia de fe e incluso enseñar una herejía. Inocencio III dijo que la fe es algo tan importante que, como Papa, solo podría ser juzgado si se apartara de ella. ¿Les haremos caso? Claro que no, habrá que creer más bien que Mons. Fernández sabe más de historia de la Iglesia que la propia Iglesia y más teología que el Papa Benedicto XII o Adriano VI.

¿Y qué han hecho y dicho los santos? Hay multitud de ejemplos. Santa Catalina de Siena, con mucho cariño, echaba unas broncas terribles al Papa de la época. San Roberto Belarmino, Doctor de la Iglesia, en De Romano Pontifice, habló de la posibilidad de que un Papa cayera en la herejía (citando el caso de Juan XXII como herejía material) y consideró la opinión contraria como una mera “creencia piadosa”. San Alfonso María de Ligorio dijo que, si el Papa incurriera en herejía, por eso mismo quedaría privado del pontificado. ¿Y los teólogos? Multitud de los mejores teólogos han enseñado que el Papa podía caer en herejía, como mínimo material, pero también en muchos casos formal. Por ejemplo, el Cardenal Cayetano, Melchor Cano, Francisco Suárez, Domingo Báñez, Billuart, Juan de Torquemada, Billot, Ballerini o Juan de Santo Tomás, por citar solo unos pocos. Sus opiniones sobre cómo podía solucionarse ese problema fueron muy diversas, pero el reconocimiento de que el problema de hecho podía darse es habitual entre los teólogos y todos defendían que la herejía también debía combatirse si era afirmada por un Papa, porque eso es lo que siempre ha enseñado la Iglesia sobre el tema. El Decreto de Graciano, en el siglo XII, afirmaba que el papa no es juzgado por nadie, “a no ser que se desvíe de la fe”. En fin, supongo que ya podemos tirar los escritos de santos y teólogos a la papelera, ahora que Mons. Fernández nos ha explicado las cosas mucho mejor.

Todo esto (y otros muchos ejemplos más que podrían darse), por supuesto, no decide el tema de si conviene corregir a un Papa en concreto o no, que es una cuestión prudencial y en la que conviene ser muy humildes y cautelosos, pero muestra sin lugar a dudas que la idea de que los obispos no deben corregir nunca al Papa en materia de fe es completamente ajena a la enseñanza de la Iglesia a lo largo de los siglos.

Sería injusto centrarnos demasiado en el pobre Mons. Fernández, que simplemente es hijo de una época en que la mala formación es habitual y se encuentra en un cargo que le supera, porque el problema, como decíamos está mucho más extendido. Tiendo a pensar que los católicos del futuro se maravillarán al pensar en nosotros y dirán que vivimos en una época asombrosa, en la que no solo tenemos clérigos que son más misericordiosos que el mismo Jesucristo, sino también son más sabios que Santo Tomás, más obedientes que San Pablo y más santos que San Roberto Belarmino o San Alfonso María de Ligorio y conocen mejor la fe que los Concilios Ecuménicos que la definieron o que la propia Palabra de Dios. Todo un portento.

¿Qué debemos hacer en una época así? Lo que siempre han hecho los católicos: amar a la Iglesia, rezar mucho por el Papa y los obispos, ser fieles a la Tradición recibida y a la fe de la Iglesia, rechazar humildemente pero con firmeza todo lo que sea contrario a ellas y confiar en Cristo, que es el único Señor de la Historia.