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viernes, 30 de mayo de 2025

San Agustín, santo patrono de nuestro tiempo



A principios de mes regresé de una estancia de dos semanas en Roma para seguir la preparación y conclusión del reciente cónclave. Fue una experiencia increíble. El día antes de la elección del cardenal Prevost, un amigo y colega, el excelente Jayd Henricks, me preguntó cuál era el nombre papal del nuevo Papa. Le respondí Agustín. Más que Benito, Domingo o cualquier otro santo, Agustín es el patrón obvio de nuestra época. Por supuesto, no tuvimos un “Papa Agustín”. Pero teníamos un agustino. Pienso –y espero– que esto sea significativo. Y trataré de explicar por qué.

Al observar el pontificado de Francisco, me pregunto si una de sus principales funciones, aunque no fuera intencionada, fue la de proporcionar una ruptura clara entre el período posconciliar inmediato y sus conflictos, y algo vivo, orgánico y nuevo en el papado de León. Vivimos en tiempos turbulentos. Es similar a la Reforma, no en los detalles históricos, sino en los impulsos y dinámicas subyacentes. Es una transformación profunda en cómo vemos el mundo, cómo se organiza la sociedad y lo que significa ser humano, todo impulsado por tecnologías que hacen que la imprenta de Gutenberg parezca un juguete.

De hecho, estamos al final de una era y al comienzo de otra. Y aquí es exactamente donde se encontró Agustín como obispo de Hipona, mientras el antiguo mundo romano se estaba desmoronando. Agustín fue siempre un realista, pero también un hombre de esperanza. Dirigió, alentó y sirvió fielmente a su pueblo durante un período extremadamente difícil, al tiempo que produjo algunos de los pensamientos más brillantes y fructíferos de la historia de la humanidad. Si León XIV puede transmitir una fracción de esa riqueza a través de su formación agustiniana, la Iglesia sanará y prosperará.

Necesitamos esta nueva vida. Lo necesitamos porque muchos de nosotros –demasiados en mi generación– vivimos nuestra fe principalmente como un código práctico de conducta diaria y de buena ética social. Pero esto no es cristianismo y para ello no necesitamos a Jesucristo ni su cruz. Los católicos en este país históricamente han sido forasteros y no bienvenidos. Durante el último siglo, hemos trabajado duro para ser aceptados en la cultura estadounidense. En cierto sentido, ésta se ha convertido en nuestra verdadera religión. Y hemos tenido un éxito tan notable que muchos de nosotros somos mucho más fielmente “estadounidenses” que “católicos”. El resultado es predecible.

Gran parte de la vida estadounidense actual es una mezcla de espiritualidad vana que no requiere mucho tiempo ni atención y un ateísmo práctico y generalizado que sí lo requiere. La disminución del número de católicos en todo el país es simplemente la verdad que se asoma a través de las capas de autoengaño que hemos acumulado como Iglesia a lo largo de medio siglo o más. La verdad puede ser dolorosa, pero nunca es negativa. La verdad nos hace libres: libres para cambiar; libres para recordar quiénes somos como católicos y por qué estamos aquí; y libre para hacerlo mejor.

La cuestión es ésta: lo que elegimos o no elegimos, lo que hacemos o no hacemos, importa. Agustín dijo que ser fiel en las cosas pequeñas es una gran cosa, y las pequeñas cosas que hacemos pueden tener consecuencias muy grandes. Nuestra tarea no es triunfar sino testimoniar. Recuperar la humildad acerca de nuestras apostasías silenciosas, la necesidad de una conversión más profunda y la claridad acerca de los desafíos que se avecinan para la vida católica en nuestro país: estos son los comienzos de la renovación de nuestra Iglesia y nuestra nación. Y podemos agradecer a nuestros actuales medios de comunicación y líderes políticos, de ambos partidos, por impulsar este proceso con el regalo involuntario de su mendacidad.

La historia es una gran maestra, y una de sus lecciones es ésta: bajo presión, los tibios se desvanecen. Pero los fieles se hacen más fuertes, más comprometidos con la verdad y, por tanto, más profundamente libres. Ésta ha sido siempre la historia de la Iglesia. Y Dios siempre gana. Siempre. A pesar de todos los insultos dirigidos a la Iglesia a lo largo de los siglos; a pesar de sus peores períodos de abandono y corrupción; A pesar de nuestros pecados, fracasos y actos más ingeniosos de autosabotaje como discípulos: estamos aquí hoy, en el nombre de Dios, por Su gracia.

Agustín también dijo que la gente siempre se queja de la oscuridad de los tiempos; pero nosotros somos los tiempos, somos nosotros los que hacemos los tiempos. Y si no mejoramos los tiempos en el nombre de Jesucristo, los tiempos nos harán peores en nombre de dioses menores y peores. Por eso es importante nuestra vida y nuestro servicio a la Iglesia.

He trabajado dentro y alrededor de la Iglesia durante 47 años. Fue un gran privilegio. He visto mucho, he hecho mucho y he aprendido mucho. Pero hay un problema. Las mismas cosas que hacen que las personas sean buenas en lo que hacen también pueden cegarlas a otras posibilidades, otras soluciones, otras ideas. Por eso los jóvenes católicos deben aprender de los dinosaurios [en el sentido de símbolos de antigüedad y de conexión con el pasado - n.d.r.] que los precedieron – dinosaurios como yo, pero espero que más inteligentes que yo – sin dejarnos atrapar por nuestros errores y nuestros límites.

A la mayoría de nosotros hoy en día nunca se nos pedirá que derramemos nuestra sangre por nadie ni por nada, incluida nuestra fe. Pero se nos pide vivir para Dios y para los demás, día tras día, todos los días, sin importar el coste. La vida en Jesucristo no es un conjunto de “debería y no debería”. Es una historia de amor; una familia de amigos unidos como hermanos y hermanas por su amor a Dios y por su amor, estímulo y apoyo mutuo. Esta experiencia de comunión cristiana ha sido el núcleo y el consuelo de mi matrimonio y de mi familia. Ha enriquecido nuestras vidas infinitamente con amigos que comparten la misión. Y no puedo desear mayor alegría y mayor bendición a quien lea estas líneas.

Francis X. Maier

SINODALIDAD, ¿de verdad cabemos todos? | P. Santiago Martín FM |




DURACIÓN 15 MINUTOS