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martes, 14 de octubre de 2025

Cardenal Robert Sarah: “La Eucaristía es el cara a cara con Dios”



En una extensa entrevista en exclusiva al medio francés Tribune Chrétienne concedida en Roma el 9 de octubre, el cardenal Robert Sarah abordó con su habitual claridad los grandes desafíos de la Iglesia y del mundo contemporáneo. Considerado una de las voces más firmes de la ortodoxia católica, insistió en que el futuro de la humanidad depende de su relación con Dios: «El hombre tiene su raíz en Dios; excluirlo de la sociedad es destruirnos». Para Sarah, la misión de la Iglesia no es adaptarse al mundo, sino volver a colocar a Cristo en el centro: «Sin Dios no podemos vivir. La Iglesia está hecha para enseñar, santificar y guiar, no para callar».

Dios en el centro

El cardenal ve en la secularización una forma de anestesia espiritual que ha vaciado a Europa de sus raíces cristianas. «Occidente vive como si Dios no existiera», afirmó, y señaló que «los gobiernos que legalizan el aborto o la eutanasia se burlan de Dios». En ese sentido, calificó de «insulto directo a Dios» la inscripción del aborto en la Constitución francesa y condenó sin matices la eutanasia: «Ninguna autoridad tiene derecho a decidir sobre la vida o la muerte de alguien». En contraste, destacó positivamente que en Estados Unidos se haya recuperado la oración en la vida pública, valorando la actitud de quienes «invitan al pueblo a volverse hacia Dios».

La liturgia: el corazón de la fe

Sarah dedicó buena parte de la conversación a la Misa y a su sentido profundo. «La Eucaristía es el único momento en que el hombre está en contacto directo con Dios, donde Él lo escucha y le habla», subrayó, lamentando que se haya convertido «en un campo de batalla entre tradicionalistas y progresistas». A propósito del motu proprio Traditionis custodes, expresó su esperanza de que el Papa León XIV «dé lugar a cada uno», recordando que «el Papa es padre de todos: de los tradicionalistas y de los progresistas». Para el cardenal, «prohibir la Misa tradicional es un error; hay que animar a quienes practican y creen».

Doctrina y verdad

Sobre la evolución doctrinal, Sarah precisó que la Iglesia puede profundizar en su comprensión de la verdad, pero sin alterar su naturaleza. «La doctrina evoluciona como un embrión: se desarrolla, pero no se transforma en otra cosa», explicó. «La enseñanza que debemos acoger con fe es la del Magisterio, no la opinión del teólogo». Rechazó la posibilidad del sacerdocio femenino recordando que «la cuestión está definitivamente resuelta por san Juan Pablo II: la Iglesia no tiene poder alguno para ordenar mujeres».

Actualidad eclesial

Preguntado por la primera exhortación apostólica del nuevo pontífice León XIV, centrada en el amor a los pobres, Sarah respondió que aún no la había leído, pero advirtió contra la tentación de politizar la Iglesia: «La Iglesia es esposa, madre, educadora y misionera; no es para los pobres ni para los ricos, es madre de todos los pueblos». En cuanto al rumbo del nuevo pontificado, celebró la prudencia y la continuidad: «No es sabio cambiarlo todo en meses; el verdadero cambio debe empezar dentro de cada uno de nosotros: sacerdotes, obispos y fieles».

Fiducia supplicans y la cuestión moral

Sobre el polémico documento del Dicasterio para la Doctrina de la Fe y el llamado “peregrinaje LGBT”, Sarah fue categórico: «Cada persona debe ser respetada, pero cada persona también debe respetar a Dios y la doctrina de la Iglesia». Calificó de «agresión a Dios» la introducción de banderas y símbolos ideológicos en las basílicas y apoyó los actos de reparación promovidos por varios obispos. «Respetamos a todos, pero debemos respetar también a Dios», afirmó.

Migración y misión

El cardenal considera insuficiente un enfoque meramente material hacia los migrantes. «Si solo das pan, no has dado nada; dales también a Dios», dijo. A su juicio, la verdadera ayuda es ofrecer educación, trabajo y fe en sus países de origen. Recordó que la misión cristiana sigue siendo actual: «Jesús envió a sus discípulos a enseñar y bautizar; no se trata de forzar, sino de proponer a Cristo como único Salvador».

La familia y las vocaciones

Sarah identificó la crisis de la familia como el origen de la crisis vocacional. «Si destruimos la familia, destruimos la Iglesia», advirtió. «Hay una sola familia: un hombre, una mujer y los hijos». Explicó que la fe se transmite primero en el hogar y que sin esa base «la fe se apaga». Para el cardenal, reconstruir la familia es condición indispensable para renovar la vida cristiana y la misión.

África, cultura y liturgia

El purpurado respondió a quienes lo acusan de alejarse de su continente recordando que sigue siendo profundamente africano, pero que antes que africano es cristiano: «Soy cristiano africano. Primero hijo de Dios, después africano». Criticó con firmeza las celebraciones convertidas en espectáculo: «Celebramos la muerte de Cristo; ¿María y Juan bailaban al pie de la Cruz?», preguntó, lamentando que algunos sacerdotes y obispos «banalicen la liturgia» con bailes y guitarras.

Ecología y fe

Sobre el tema de la “conversión ecológica integral” relanzado por León XIV, Sarah pidió prudencia y equilibrio: «Respetamos la naturaleza porque es obra de Dios, pero no debemos convertirla en una diosa». Recordó que «la tierra nunca ha sido llamada ‘nuestra madre’ en la Biblia» y que un exceso de discurso ecológico puede llevar al sincretismo: «La verdadera conversión es la del corazón; si el corazón se convierte, también cambia nuestra relación con la creación».

Esperanza y santidad

Al final del encuentro, el cardenal resumió su vocación y su deseo más profundo: «Mi única ambición es que Dios haga de mí un sacerdote santo». Pidió orar por los sacerdotes «muchos de ellos desanimados y solos», y repitió la frase que eligió como lema episcopal: «Mi gracia te basta». Para Sarah, ese es el núcleo de toda esperanza cristiana: confiar en que la gracia de Dios basta para sostener la fe, renovar la Iglesia y reconducir al mundo hacia su verdadera luz.


Entrevista exclusiva con el cardenal Robert Sarah (versión íntegra en español)

En el mundo católico y más allá, al cardenal Robert Sarah se le reconoce como una de las grandes voces proféticas de la Iglesia. Fue prefecto de la Congregación para el Culto Divino y la Disciplina de los Sacramentos y es miembro de la Congregación para las Iglesias Orientales. Fiel a la doctrina de la Iglesia, llama a poner a Cristo en el centro de la fe. Millones de fieles lo leen y lo escuchan. 

En esta conversación, repasa su mirada sobre la Iglesia, la fe y los desafíos de nuestro tiempo.

TC — Se le describe como conservador o incluso ultraconservador. L’Humanité, en abril de 2025, antes del cónclave, lo presentó como el digno heredero de la Inquisición. ¿Cómo recibe este tipo de acusación?

RS — Lo recibo como una acusación. No tengo nada que responder. Si me juzgan así, lo acepto. Pero encuentro que es una acusación infundada, que no se sostiene. Si me juzgan así, ¿qué quiere que diga? La acepto. Por definición, no tiene fundamento.

Sobre el aborto

TC — El papa Francisco llegó a decir que los médicos que practican el aborto son “sicarios”. ¿Comparte esa expresión? ¿Y cómo puede la Iglesia seguir defendiendo la vida en un mundo donde la muerte se ha banalizado?
RS —  El Concilio Vaticano II definió el aborto como un crimen abominable. Es la posición de la Iglesia: no matarás. Es un mandamiento absoluto. Comparto plenamente lo que dijo el papa Francisco. No se puede tergiversar: el aborto es un crimen abominable.
TC —  En Francia, el aborto ha sido inscrito en la Constitución.
RS —  Eso es una decisión francesa. Pero me parece una burla a Dios, una ofensa directa a Dios. Francia, hija primogénita de la Iglesia, ha llegado a insultar a Dios con este tipo de decisión.

Donald Trump y el retorno de la fe

TC — En Estados Unidos, Donald Trump ha devuelto la fe al centro de la vida pública. Hay oración y adoración en la Casa Blanca. ¿Qué le inspira este retorno de lo religioso a la política?
RS —  El hombre tiene su origen en Dios. Separarse de Dios es suicidarse. La decisión de Trump de invitar a su pueblo a volverse hacia Dios me parece sabia. Sin Dios no podemos vivir. Occidente se suicida al excluirlo. Hoy en Occidente Dios “ha muerto”. Lo hemos desterrado de la vida cotidiana y de la política. Pero sin Dios, el hombre se destruye.
TC —  ¿Y sobre el asesinato de Charlie Kirk?
RS —  No lo conocía personalmente, pero parece que vivía su fe públicamente. Vivimos en una democracia que proclama la libertad de expresión, pero no tolera una palabra diferente. Es un horror que en un país civilizado se asesine por profesar la fe.

Eutanasia

TC —El Senado francés examina una ley sobre la llamada “ayuda a morir”. ¿Qué les diría a los senadores?
RS — Ningún gobierno tiene derecho a decidir sobre la vida o la muerte de nadie. No tenemos derecho a matar a una persona, bajo ningún pretexto. Decidirlo es usurpar un poder que no les pertenece.

“No hablo en nombre de ningún partido”

TC — En Francia se le asocia con un cierto movimiento identitario.
RS — Yo nunca hablo de política. Soy sacerdote y obispo: hablo de Dios, de la doctrina, de la moral. No soy ni de derecha ni de izquierda. Algunos pueden instrumentalizar mis palabras, pero yo sólo hablo en nombre de Dios.

Sobre la exhortación apostólica de León XIV

TC —  Hoy se publica la primera exhortación del papa León XIV, centrada en el amor a los pobres. ¿Qué le inspira?
RS — Aún no la he leído. Pero diré esto: la Iglesia es esposa, madre y educadora. No es una creación humana, viene de Dios. Hay que evitar calificaciones ideológicas. La Iglesia no es “para los pobres” o “para los ricos”: es madre de todos los pueblos.

Ordenación de mujeres

TC — Sarah Mullally ha sido nombrada arzobispo de Canterbury. ¿Qué piensa?
RS — La cuestión está resuelta por san Juan Pablo II: no hay sacerdocio femenino. Y, por tanto, tampoco episcopado femenino. María fue la más santa de las mujeres, pero Jesús no la hizo sacerdote. La Iglesia no tiene autoridad para cambiar eso.

Evolución doctrinal

TC — Algunos hablan de doctrina “inspirada” frente a doctrina “revelada”, para justificar cambios.
RS — La doctrina puede desarrollarse, pero sin contradecir su naturaleza. Como un embrión que crece sin dejar de ser humano. Los teólogos pueden opinar, pero sólo el Magisterio enseña con autoridad.

Abusos sexuales

TC — Tras el informe de la CIASE, algunos quieren culpar a toda la Iglesia.
RS — Es terrible lo que han hecho algunos sacerdotes, pero representan el 3%. No se puede condenar al 97% restante. Hay una intención clara de usar estos casos para hacer callar a la Iglesia, pero la palabra de Dios no puede encadenarse.

Liturgia y Traditionis custodes

TC — Usted espera que el motu proprio sea revisado.
RS — Cristo rezó por la unidad. Y hemos convertido la Misa en un campo de batalla: tradicionalistas contra progresistas. Es una profanación. La liturgia es el momento en que el hombre se encuentra cara a cara con Dios. Los fieles que más practican hoy son los que asisten a la Misa tradicional. Hay que animarlos, no prohibirles. Espero que el Papa tenga en cuenta eso.

Fiducia supplicans y el “pèlerinage LGBT”


TC —  ¿Qué piensa de esa bendición de parejas homosexuales?
RS — Cada persona debe ser respetada, pero también debe respetar la ley de Dios. Admitir un “matrimonio” entre personas del mismo sexo no tiene sentido. Y haber introducido la bandera LGBT en una basílica es insultar a Dios. Hay que pedir perdón.

Persecución en Occidente

TC — Usted conoció la dictadura en Guinea. ¿Cómo ve la situación en Occidente?
RS — En África sufrimos persecución física. En Occidente, la persecución es más grave: se anestesia la fe. Se profanan iglesias, se legalizan el aborto, la eutanasia, la homosexualidad. Se ha perdido la raíz cristiana. Es una persecución espiritual más profunda.

Laicismo

TC — ¿La laicidad es un pretexto para atacar a la Iglesia?
RS — Sí. El Estado laico que corta sus raíces se destruye. Es una ideología contra la Iglesia. El hombre no puede vivir sin religión. Todo en la cultura europea —arte, arquitectura, música— nace del cristianismo. Negarlo es suicidarse.

Migración

TC — El papa León XIV dijo: “Los migrantes serán siempre bienvenidos”. Usted, en cambio, ha hablado de una “traición”.
RS — Mi posición es clara: ¿por qué vienen? Porque creen que Europa es el paraíso. Hay que ayudarles a desarrollarse en sus países. No basta con darles trabajo: hay que darles también a Dios. Si sólo damos pan, no damos nada.
TC — ¿Y cómo evangelizar a los musulmanes?
RS — Jesús dijo: “Id por todo el mundo y bautizad”. No se trata de forzar, sino de anunciar. Si creemos que sólo Cristo salva, debemos evangelizar. No basta el desarrollo material: hay que anunciar el Evangelio.

Familia y vocaciones

TC — ¿La crisis de vocaciones está ligada a la familia?
RS — Claro. Si se destruye la familia, se destruye la Iglesia. La familia es la pequeña Iglesia doméstica. No hay “varios tipos” de familia: sólo una, formada por un hombre, una mujer y sus hijos. Si no se transmite la fe en casa, la fe se extingue.

Ecología y misión

TC — El papa León XIV ha retomado el tema de la “conversión ecológica”.
RS — Debemos respetar la creación porque es obra de Dios, pero no convertirla en una diosa. La “Madre Tierra” no existe en la Biblia. Introducir ídolos como la Pachamama en una basílica fue un error. La verdadera conversión es la del corazón.

Sobre León XIV y el cambio en la Curia

TC —  Algunos esperaban una revolución en la Curia. No ha ocurrido.
RS — El Papa no puede cambiar todo en pocos meses. No es un mago. El verdadero cambio debe venir de nosotros: sacerdotes, obispos, fieles. El cambio auténtico es interior, de fe, de oración, de santidad.

La Iglesia de Francia

TC — ¿Está la Iglesia francesa demasiado callada?
RS — Comparada con Alemania, Bélgica o Holanda, la Iglesia de Francia no está mal. De ella han nacido muchos movimientos nuevos. Fue la única donde el pueblo salió a manifestar contra el “matrimonio para todos”. Hay que felicitarla.

África y la liturgia

TC — Algunos dicen que ya no conoce el África, que allí las Misas son festivas, con cantos y danzas.
RS — Soy africano y cristiano. Pero antes que africano, soy hijo de Dios. Jesús rezó en silencio 30 años antes de predicar. No confundan cultura con culto. No se trata de espectáculos: en la Misa celebramos la muerte de Cristo. ¿Acaso María bailó al pie de la cruz?

Su lema episcopal: “Mi gracia te basta”

TC — ¿Por qué eligió ese lema?
RS —  Lo escogí porque era joven y sin experiencia. Me recordaba que no era yo quien me había elegido, sino Dios. Y su gracia basta.
TC — ¿Nunca dudó?
RS — Sólo una vez, en el seminario de Nancy. Pero luego mi padre me dijo: “Has tenido varios superiores, cada uno distinto, pero tú no trabajas para ellos, sino para Dios”.

Su testamento espiritual

TC — ¿Qué le gustaría que se recordara de usted?
RS — Sólo deseo ser un santo sacerdote, al servicio de Dios y de la Iglesia. Nada más.
TC — Muchos sacerdotes hoy están desanimados.
RS — Sí, pero que recuerden que Cristo sufrió primero. Su sufrimiento es incomparable. Que no pierdan el valor. Y que los obispos estén cerca de sus sacerdotes.

Entrevista realizada en Roma. Texto original en francés para Tribune Chrétienne. Traducción fiel al español para InfoVaticana.

viernes, 10 de octubre de 2025

¿QUÉ PASA EN LA IGLESIA? #88 PADRE JORGE GONZÁLEZ GUADALIX



DURACIÓN 33:24

Feijóo, Presidente del PP, asegura que si gobierna garantizará que cualquier mujer pueda abortar conforme a la ley (COMENTARIOS PERSONALES AL FINAL)




El Partido Popular es un partido abortista. Por si quedaba alguna duda, su presidente, Alberto Núñez Feijóo, ha asegurado que de gobernar garantizará que todas las mujeres puedan abortar con toda la ayuda médica posible.


(InfoCatólica) Tras la polémica de los últimos días por la moción aprobada en el Ayuntamiento de Madrid para que las mujeres reciban información sobre el síndrome post-aborto y la exigencia del Gobierno a las comunidades autónomas para que creen un registro de objetores de conciencia entre el personal sanitario que no quieran participar en esa práctica inhumana, así como por la pretensión del PSOE de que el aborto sea un derecho garantizado por la Constitución, el presidente del Partido Popular ha querido dejar clara cuál es su postura y, por tanto, la de su partido.

El líder del PP asegura en un comunicado que su compromiso es garantizar a las mujeres el acceso al aborto con atención médica y psicológica adecuada, y critica al presidente del Gobierno por recurrir a «maniobras desesperadas» para ocultar los problemas reales de las familias.

Alberto Núñez Feijóo ha afirmado que garantizará que «cualquier mujer que opte por la interrupción de su embarazo pueda hacerlo con la mejor atención médica y psicológica, conforme a las leyes». El presidente del Partido Popular ha acusado al jefe del Ejecutivo, Pedro Sánchez, de reabrir debates del pasado como estrategia para desviar la atención de «la corrupción» y de la «falta de rumbo» del Gobierno.

A su juicio, «volver 50 años atrás es meter miedo a la gente con bulos sobre falsas prohibiciones del aborto» y ha reprochado que mientras se habla de este asunto, no se actúe para ayudar a «las miles de mujeres que hoy quieren tener un hijo y no pueden, entre otras cosas porque un Gobierno corrupto se ha gastado el dinero en prostitución en lugar de ayudar a los jóvenes a prosperar y poder construir una familia».

En este contexto, ha defendido que «España necesita soluciones, no distracciones» y ha expresado su intención de gobernar desde «la serenidad, la transparencia y la verdad». Frente a lo que considera una utilización política de las mujeres por parte de Sánchez, Feijóo ha asegurado que su propósito es «resolver los problemas reales de las familias y garantizarles un futuro mejor».

Según ha declarado, el verdadero debate pendiente en España es el de la natalidad, la conciliación y el futuro. Por ello, ha avanzado que promoverá medidas para que «ninguna mujer renuncie a ser madre por motivos económicos, laborales o de vivienda» y ha subrayado que «la política debe estar al servicio de la libertad real de elegir cuándo y cómo tener hijos».

Feijóo ha concluido que «Sánchez no defiende a las mujeres: las utiliza», y ha contrapuesto su proyecto político como una alternativa de «estabilidad, respeto y futuro» frente a «la división y la manipulación».

Declaración de Feijóo:

Volver 50 años atrás es meter miedo a la gente con bulos sobre falsas prohibiciones del aborto y no hacer nada por las miles de mujeres que hoy quieren tener un hijo y no pueden, entre otras cosas porque un Gobierno corrupto se ha gastado el dinero en prostitución en lugar de ayudar a los jóvenes a prosperar y poder construir una familia.

Pedro Sánchez está agotado política y moralmente. Acorralado por la corrupción y por su falta de rumbo, recurre a maniobras desesperadas para sobrevivir unos meses más. Como se vislumbra la paz en Gaza, necesita otra cosa. Hoy intenta reabrir debates del pasado para ocultar los problemas del presente. Ni me impresiona ni me condiciona. España necesita soluciones, no distracciones.

Mi compromiso es gobernar desde la serenidad, la transparencia y la verdad. Los españoles merecen un gobierno que no divida para durar, sino que una para avanzar. Yo no utilizaré causas supuestamente nobles para marcar líneas que enfrenten a la sociedad. Mi propósito es resolver los problemas reales de las familias y garantizarles un futuro mejor.

Sobre el aborto, mi posición es clara y conocida. Garantizaré siempre que cualquier mujer que opte por la interrupción de su embarazo pueda hacerlo con la mejor atención médica y psicológica, conforme a las leyes. Lo que está en riesgo es que las familias puedan tener los hijos que desean, porque el Gobierno no les ofrece condiciones para hacerlo.

El verdadero debate que España necesita es sobre natalidad, conciliación y futuro. Si queremos un país con oportunidades, debemos apoyar a quienes quieren formar una familia. Impulsaré medidas para que ninguna mujer renuncie a ser madre por motivos económicos, laborales o de vivienda. La política debe estar al servicio de la libertad real de elegir cuándo y cómo tener hijos.

Sánchez no defiende a las mujeres: las utiliza. Las convierte en su último salvavidas político, y eso es inmoral. Mientras él se aferra a los conflictos, yo propongo estabilidad. Respeto y futuro. Frente a la división y la manipulación, ofrezco un proyecto para unir y hacer avanzar a España.

Alberto Núñez Feijóo


Bueno, si todavía alguien tenía alguna duda acerca de la postura del PP frente al aborto, el presidente del PP, el señor Feijóo ha dejado muy claro cuál es la posición suya y la de su partido.

Luego, si había algún tipo de duda a este respecto (¡que, en realidad, no la había) ahora esa duda está resuelta con una claridad meridiana: el PP es un partido abortista 100%, de modo que ningún católico puede votar a este partido sin cometer un pecado grave, en cuanto cómplice de este asesinato de niños inocentes.

Y no, esto no es hacer política. Lo que está en juego es la vida de estos niños, aún por nacer, que no han ofendido a nadie y que están completamente indefensos.

No hay ahora en España ningún partido que esté a favor de la vida. Y aunque a alguien le suene esto a política, lo cierto es que sólo VOX está en contra del aborto. Lo siento, pero es así. Esa falsa idea del mal menor, de que hay que votar al PP porque si no el PSOE ganaría las elecciones es una falacia, una mentira para engañar a los ingenuos e ignorantes que, por desgracia, abundan mucho en nuestra pobre España.

¡Y que viva Cristo Rey!

¿Quién Rompe la Iglesia? El Papa y su opinión | Obispos a Favor y Contra LGTBQ | P. Santiago Martín



DURACIÓN 19:27

sábado, 4 de octubre de 2025

Cuando el Papa torpedea la batalla por la vida, y por el camino se carga la teología moral básica



En los últimos días, tras las palabras de León XIV sobre Cupich y el premio al senador Durbin, hemos podido comprobar un fenómeno devastador: los grandes medios de comunicación no han tardado en presentarse como voceros del Papa para acusar de hipócritas a los provida y blanquear a los políticos abortistas. MSNBC, como muestra, ya hablan de “tener de su parte la autoridad moral de la Iglesia” para justificar el aborto.

No es una anécdota. Cada palabra de un Papa tiene un eco inmenso. Y lo que para algunos puede parecer un matiz teológico o un guiño pastoral, en la batalla cultural, política y social se convierte en un torpedo a la línea de flotación de quienes llevan décadas defendiendo la vida en la calle, ante las clínicas, en los parlamentos y en los tribunales.

El aborto no es un tema más

La enseñanza moral de la Iglesia, plasmada con claridad en Veritatis splendor y en Evangelium vitae, por ejemplo, distingue entre males que son intrínsecamente desordenados —y por tanto nunca justificables— y otros problemas sociales y morales que admiten grados, contextos y prudencia política.

El aborto está en la primera categoría. Es la eliminación directa e intencionada de un inocente, un acto que no admite circunstancias atenuantes ni proporcionalismo posible. Colocarlo al mismo nivel que la política migratoria, la ecología o la pobreza no es “integralidad”, es una distorsión moral. Es desarmar conceptualmente la defensa de la vida y rebajarla al terreno de la opinión.

El veneno de la “túnica inconsútil”

La llamada teoría del seamless garment de Joseph Bernardin, recuperada ahora como si fuera la panacea de la coherencia cristiana, opera en la práctica como un disolvente: reduce el aborto a un elemento más de una lista, poniéndolo al lado de la pena de muerte, la contaminación o la falta de acceso al polideportivo municipal.

La consecuencia es previsible: en lugar de exigir a un político que defienda el derecho fundamental a la vida, se le permite compensar su apoyo al aborto con un buen discurso verde o con fondos para programas sociales. Es exactamente lo que ha ocurrido con Durbin.

Una bomba en Veritatis splendor

Juan Pablo II explicó con precisión que hay actos que, por su objeto mismo, son malos siempre y en todas partes. El aborto es el paradigma de esos actos. Tratarlo como un asunto opinable o relativo, rebajándolo a la categoría de “tema entre otros”, significa dinamitar uno de los pilares de la moral católica, el concepto de «intrínsecamente desordenado».

Una tragedia para la Iglesia y para el mundo

Es una tragedia que un Papa hable así, porque desarma la conciencia de los fieles, embrolla la claridad que necesitamos frente a la mentira cultural del aborto y deja vendidos a quienes en primera línea combaten en defensa de los más vulnerables.

La Iglesia no está llamada a equilibrar el aborto con otras causas secundarias, sino a proclamar con toda la fuerza profética de Cristo que no se puede matar al inocente. Esa es la línea roja absoluta, y borrarla en nombre de la “coherencia integral” no une a la Iglesia: la divide y la debilita, y entrega munición al enemigo.

Carlos Balén

¿QUÉ PASA EN LA IGLESIA? #87 PADRE JORGE GONZÁLEZ GUADALIX




DURACIÓN: 35 MINUTOS

jueves, 2 de octubre de 2025

Me temo que hay que (empezar a) preocuparse





La elección del Papa León XIV fue una gran alegría para muchos, que estábamos cansados del tormentoso pontificado anterior. Parecía inaugurarse una nueva etapa en la que se acabarían los constantes sobresaltos, las arbitrariedades, el desprecio de la moral y la doctrina de la Iglesia y la proliferación en altos cargos de personajes que, en otras épocas, no habrían pasado de porteros de convento o sacristanes. El Pontífice recién elegido, tan amable, educado y cuidadoso en las formas, era un símbolo de que, de nuevo, la Iglesia se dedicaría a lo suyo, a ser Iglesia y a enseñar la fe católica y la salvación en el Señor Jesucristo, en lugar de a intentar superar al mundo en mundanidad. ¿Cómo no alegrarse?

La discreción de León XIV, que habló poco durante los primeros cien días de pontificado, permitió mantener estas esperanzas de cambio y renovación. Esa situación idílica duró lo que duró, pero en algún momento tenía que acabar. Por desgracia, tras el verano, cuando ha empezado a hablar y actuar más, el idilio se ha enfriado y, a una velocidad inquietante, han comenzado a surgir significativas razones para preocuparse.

Ya al principio mismo del pontificado señalamos alguna disonancia, como la afirmación de que el “verdadero milagro” de la multiplicación de los panes y los peces del evangelio era el compartir. Dentro de su gravedad objetiva, aún podían atribuirse, sin embargo, a una forma desafortunada de expresarse, comprensible quizá en alguien que no estaba acostumbrado aún a su nuevo cargo. El problema con esta interpretación reside en que, a medida que el pontífice se ha ido acostumbrando a ser Papa, esas afirmaciones desafortunadas o directamente erróneas han ido aumentando en lugar de disminuir.

No hace mucho, León XIV habló en un discurso de la “fe de Jesús”, algo que es contrario a la doctrina de la Iglesia, porque nunca en la Escritura se habla de esa fe y porque el hecho de que Cristo, como Dios verdadero, tuviera la visión beatífica ya en la tierra excluye la posibilidad de la fe. Después, en relación con la guerra de Ucrania, afirmó: “creo firmemente que no podemos perder la esperanza, nunca. Tengo grandes esperanzas en la naturaleza humana”. No hace falta saber mucha teología para darse cuenta de que esto es una afirmación netamente pelagiana. La esperanza del cristiano no está puesta en la naturaleza humana, ni en las buenas intenciones ni en nada parecido, sino en Dios. Resulta, además, muy llamativo caer en ese error de poner la esperanza en la naturaleza humana precisamente en la época en que la gente es más abiertamente anticristiana e inmoral.

En cuanto a la fascinación por temas que distraen fundamental de la tarea de la Iglesia, León XIV ha mostrado ya su militante ecologismo, criticando duramente a los que “han elegido mofarse de los indicios cada vez más evidentes del cambio climático, ridiculizar a los que hablan del calentamiento global e incluso culpar a los pobres precisamente de aquello que más les afecta”. Después, de forma enigmática (y, si somos sinceros y con todo el respeto, bastante ridícula), ha bendecido un trozo de hielo o le ha impuesto las manos o no se sabe muy bien qué ni para qué ni por qué.

Es muy difícil no asombrarse de que un pontífice no se dé cuenta de que su misión no es defender el cambio climático, que es una cuestión científica y no teológica. Especialmente cuando, como suele suceder a los eclesiásticos, no se ha enterado de que el “calentamiento global” ya está pasado de moda (después de décadas y décadas en que no se han cumplido nunca las predicciones catastrofistas al respecto) y ahora solo hay que hablar de “cambio climático", que es algo más vago y vale igual para un roto que para un descosido. En fin, al menos Schwarzenegger le ha llamado por ello un “héroe de acción”.

No podía faltar el irenismo religioso al que ya estamos, por desgracia, acostumbrados. En sus intenciones de oración, León XIV ha puesto una vez más al mismo nivel a las “distintas tradiciones religiosas […] más allá de las diferencias” (como si la misión de la Iglesia no fuera, precisamente, anunciar la diferencia esencial entre el catolicismo y las religiones que no pueden salvar) y hablando de la hermandad entre las religiones (como si la verdadera fraternidad no fuera la fraternidad en Cristo). Afirmó, además que las religiones deben ser “vividas como puentes y profecía”, olvidando que Cristo es el único puente entre Dios y los hombres y que las religiones no cristianas son errores mezclados con algunas verdades, pero en ningún caso profecías (es decir, palabras dadas en nombre de Dios).

Una de las cosas más graves ha sido su reafirmación de Fiducia supplicans, el documento del Papa Francisco que permitía bendecir a las parejas del mismo sexo, como si no fuera un despropósito bendecir lo que es moralmente malo. En la misma entrevista afirmó, entre otras cosas bastante cuestionables, que “me parece muy poco probable, al menos en un futuro próximo, que la doctrina de la Iglesia respecto a lo que enseña sobre la sexualidad y sobre el matrimonio” vaya a cambiar. Esto es gravísimo, porque si el propio Papa admite que es posible que la Iglesia cambie su doctrina sobre la sexualidad y el matrimonio, eso significa que no considera que sea verdad, porque la verdad no cambia. A eso se une que a una heterodoxa organizacion pro-LGBT el Vaticano le ha permitido participar oficialmente en el jubileo, con banderas del arcoiris, lemas anticatólicos, una cruz también arcoirisada y una Misa solemne en el Gesù, celebrada por el vicepresidente de la Conferencia Episcopal Italiana, en la que se intentó normalizar las relaciones del mismo sexo.

La gota que ha colmado el vaso para muchos, sin embargo, ha sido su asombroso apoyo a que se otorgase el premio a “los logros de toda una vida” a un senador norteamericano abortista y favorable al “matrimonio” del mismo sexo. Por si eso fuera poco, el pontífice ha pretendido fundamentar ese apoyo en que “alguien que dice que está en contra del aborto, pero está a favor de la pena de muerte, no es realmente provida”. De nuevo, no hace falta ser un teólogo para saber que el aborto es provocar la muerte a un inocente y, por lo tanto, es intrínsecamente inmoral y siempre malo. En cambio, la pena de muerte es un castigo lícito a alguien culpable de graves delitos y, por lo tanto, se puede aplicar o no en algunas ocasiones, de modo que un católico puede perfectamente estar a favor de la pena de muerte. No hay comparación posible entre ambas cosas y un Papa debería saberlo.

El sentido común nos dice que una o dos de estas cosas podrían achacarse a formas desafortunadas de expresarse, pero, en conjunto, resultan muy preocupantes. Algunos católicos, escamados por el pontificado anterior, ya se preocupaban desde el principio de este pontificado, temiendo que el nuevo Papa fuera a continuar los errores del anterior. Otros prefirieron aguardar a ver qué hacía y decía León XIV, dándole no solo el beneficio de la duda, sino el cariño y respeto que todo católico debe al Papa. Lo que ha ido sucediendo después parece decantar la balanza en dirección a la preocupación.

Es indudable que León XIV aventaja humanamente hablando a su predecesor y que le son ajenos los malos modos, los insultos, la imprudencia constante, la arbitrariedad, la dureza extrema con los enemigos y el desprecio por el derecho canónico. También es indudable que tiene en su haber muchas cosas buenas, como el enfoque más cristocéntrico de sus homilías, su amor por San Agustín, la conciencia de la importancia de la solemnidad y las buenas formas en la Iglesia o el sincero deseo de preservar la unidad eclesial. Asimismo, parece estar dispuesto a remediar algunas injusticias del pontificado anterior, por ejemplo, relajando las restricciones contra los amantes de la liturgia antigua.

Nada de eso importará, sin embargo, si falla en lo propio de un papa, que es confirmar en la fe a los católicos y proclamar esa fe a los que no la conocen. La ortodoxia doctrinal no es una simple ventaja en un Papa, sino que es esencial. Los católicos no deseamos otra cosa que obedecer al Papa, tenerle cariño y aprender de su doctrina, pero para ello tiene que ser fiel a su misión. Santo Tomás enseñaba que “toda verdad, la diga quien la diga, viene del Espíritu Santo”, pero eso supone que todo error, lo diga quien lo diga, no viene del Espíritu Santo.

Es más, en el caso de León XVI los errores doctrinales y morales serían mucho más dañinos, al presentarlos con una cara amable y educada, lo que los haría menos evidentes y, por lo tanto, más difíciles de combatir. Como decía Chesterton, “a menudo, conservador solo significa alguien que conserva revoluciones”. Si el Papa León XIV pretendiera conservar o continuar, a su modo más educado y simpático, la revolución doctrinal y moral fomentada por el Papa Francisco, los católicos, sintiéndolo mucho, tendríamos que resistirnos a ese intento, porque nadie tiene autoridad alguna contra la fe y la moral de la Iglesia, ni siquiera el Papa.

Recemos mucho por León XIV, para que el Espíritu Santo le ilumine y pueda cumplir con gozo su misión de confirmarnos en la fe.

Bruno Moreno

miércoles, 1 de octubre de 2025

Santo Padre, de lo que no puede hablar, mejor es callar



La historia es conocida y decepcionante. El cardenal Blaise Cupich, arzobispo de Chicago, decidió otorgar una medalla, algo muy típico de los yankees, al senador Richard Durbin como un «premio al logro» por su trabajo en torno a la política de inmigración (es decir, por su anti-trumpismo), a pesar del récord de votación proaborto que ostentaba el tal senador. Varios obispos estadounidenses condenaron los planes del cardenal: la Iglesia no puede premiar a alguien que abiertamente es favorable al asesinato de niños.

Finalmente, ayer nos enteramos que el Durbin declinó el honor que se le concedía, motivado seguramente por la ruidosa oposición que encontró dentro de la iglesia estadounidense.

La cuestión es que el Papa León, entrevistado por varios periodistas a la salida de su residencia de Castelgandolfo, breve e improvisadamente, dijo: «Entiendo la dificultad y las tensiones. Pero creo que como yo mismo he hablado en el pasado, es importante mirar muchos temas relacionados con las enseñanzas de la Iglesia. Alguien que dice que estoy en contra del aborto pero está a favor de la pena de muerte no es realmente provida. Alguien que diga que estoy en contra del aborto pero estoy de acuerdo con el trato inhumano a los inmigrantes en los Estados Unidos, no sé si eso es pro-vida. Así que son problemas muy complejos y no sé si alguien tiene toda la verdad sobre ellos. Así que son temas muy complejos y no sé si alguien tiene toda la verdad sobre ellos, pero pediría ante todo que tuvieran respeto los unos por los otros y que busquemos juntos, tanto como seres humanos y en ese caso como ciudadanos estadounidenses y ciudadanos del estado de Illinois, así como católicos, decir que necesitamos estar cerca de todos estos temas éticos. Y encontrar el camino adelante como Iglesia. La enseñanza de la Iglesia sobre cada uno de estos temas es muy clara«.

No vale entrar a analizar los argumentos que da el pontífice sencillamente porque no existen. Y lo que dijo no hace más que demostrar lo que decíamos la semana pasada: Robert Prevost recibió una teología pésima, en el peor momento de la iglesia posconciliar y aprendida en uno de los peores lugares que puede uno imaginarse. Por eso decíamos que no pueden pedirse peras al olmos

Afirmar que «no sé si alguien tiene toda la verdad sobre ellos» muestra una ignorancia supina en teología básica: toda la verdad sobre todos los temas la tiene Jesucristo cuyo intérprete es la Iglesia. Lo curioso es que dice efectivamente que «La enseñanza de la Iglesia sobre cada uno de estos temas es muy clara», pero pareciera que es él quien no tiene clara la enseñanza de la Iglesia. La idea de ausencia de una verdad absoluta y definitiva lleva a estas dudas en el ámbito del bien moral y por tanto la religión queda relegada a una experiencia subjetiva donde lo único importante es eso que también pide el Papa en las mismas declaraciones de ayer: «ante todo que se respeten unos a otros y que busquen juntos el camino». Desvincular la comunión de la verdad y de la fe compartida y llevarla al terreno del respeto y la tolerancia mutua, porque todos podemos tener ideas distintas de lo que es un aborto. En definitiva, lo importante de la fe termina siendo que nos respetemos y sepamos convivir.

Yo insisto en que León XIV es un hombre de buena voluntad, y que estos gruesos errores se deben a su ignancia de la teología católica. Eso no debería ser un gran problema; a lo largo de la historia de la Iglesia encontramos muchos ejemplos de Papas que no sabían teología, pero estos Papas no hablaban sino por sus documentos. Y si hablaban improvisadamente, como hizo ayer León, lo hacían para un grupo reducido de personas y allí terminaba la cuestión. Hoy, en cambio, a los Papas se les da por hablar en cuanto ven un micrófono enfrente y lo escuchan millones de personas y, por eso mismo, pueden meter gravemente la pata, como ocurrió en esta ocasión.

Me permito entonces, con humildad filial, dirigirme al Papa León y suplicarle que no hable improvisadamente. Por algo la Iglesia dispuso que existiese en la corte papal el «Maestro del Sacro Palacio», hoy llamado «Teólogo de la Casa Pontificia», siempre un dominico cuyas funciones son asesorar doctrinal y confidencialmente al Papa en temas de fe, moral y magisterio y participar en la censura teológica de libros y documentos vaticanos.

Wanderer

lunes, 29 de septiembre de 2025

La entrevista a León XIV





No me acostumbro a que los Papas den entrevistas; preferirían que evitaran este género, y sólo espero que León XIV no le agarre el gustito y terminemos con una entrevista semanal como en el caso del Difunto. Pero dado que ya tenemos una emanación pontificia de este tipo, veamos qué podemos decir al respecto.

I. El Papa es católico

En primer lugar, y como dije en el artículo anterior, resulta claro que el Papa es católico: “Yo creo firmemente en Jesucristo y esa es mi prioridad, porque soy el obispo de Roma y sucesor de Pedro, y el papa necesita ayudar a la gente a entender, especialmente a los cristianos, a los católicos, que esto es lo que somos. […] Pero no tengo miedo de decir que creo en Jesucristo y que murió en la cruz y resucitó de entre los muertos, y que juntos estamos llamados a compartir ese mensaje”. Ya sé que nos está repitiendo los rudimentos del catecismo, pero venimos de la experiencia de Francisco que no solamente nunca dijo esto, sino que dijo, o dio a entender, más bien lo contrario. León XIII es católico y, a diferencia de su predecesor, cree en las verdades inmutables: “No sé si tengo una respuesta que no sea seguir diciéndole a la gente que existe la verdad, la verdad auténtica. No tengo mucha tolerancia cuando escucho a la gente decir «bueno, este es un conjunto alternativo de hechos», algo que hemos oído en el pasado”. Estaría tentado, si tuviera un campanario en mi casa, a mandar que las campanas repicaran al vuelo. Desde las épocas de Benedicto XVI no escuchábamos definiciones tan claras y tan católicas.

Pero además de ser católico, León XIV tiene muy claro también cual es su munus, su oficio: “Ser papa, llamado a confirmar a otros en su fe, que es la parte más importante, es también algo que solo puede suceder por la gracia de Dios; no hay otra explicación. El Espíritu Santo es la única forma de explicarlo. […] Espero ser capaz de confirmar a otros en su fe, porque ese es el papel fundamental que tiene el sucesor de Pedro”. Volvemos a escuchar la doctrina clásica sobre el papado y, además, excluye de modo explícito las fantasías que tuvieron pontífices recientes que se creyeron “expertos en humanidad”, como Pablo VI, o “expertos en climatología e inmigración”, como Francisco. El papa Prevost dice: “No veo que mi papel principal sea el de tratar de ser el solucionador de los problemas del mundo. No veo mi rol así en absoluto”. Y no ve que ese sea su rol, porque su rol, su oficio, su munus, es confirmarnos en la fe.

II. La sinodalidad

Cuando la periodista le pregunta sobre la sinodalidad inaugurada por el Papa Francisco, el pontífice asegura que continuará por ese camino, pero sin demasiadas sutilezas explica que lo que él entiende por sinodalidad es hacer lo que la Iglesia hizo a lo largo de muchos siglos: escuchar la voz de todos. Eso eran, y son, los concilios ecuménicos. Y tanto es así, que el Concilio de Trento (sí, el de Trento) invitó a hablar a Lutero; éste no fue, pero envió a su delegado Melachton. Como ya dije, a mi no me gustó que el Papa recibiera a James Martin S.J., o a la monja Caram (que está completamente loca), pero debo admitir que ese fue durante mucho tiempo el modo de actuar de la Iglesia. No se sabe con certeza si Arrio fue escuchado en el Concilio de Nicea, pero sí estuvo, expuso y defendió sus ideas su amigo Eusebio de Nicomedia. Nestorio participó activamente del Concilio de Éfeso (431) y Macario de Antioquía hizo lo propio en Constantinopla III (680-681) defendiendo personalmente el monotelismo. Repito, no me gusta ver la foto de Martin o de la Caram con León XIII, pero siglos atrás hubiese visto otras similares, con herejes bastante más peligrosos que la dominica descocada o que el suave Martín.

Por eso mismo, la sinodalidad, tal como la entiende León, no consiste en “intentar transformar la Iglesia en una especie de gobierno democrático, ya que, si miramos a muchos países del mundo hoy en día, la democracia no es necesariamente una solución perfecta para todo”. Cuando escuchemos la palabrita mágica con la que el viejo y difunto jesuita encandilaba, debemos saber que su sucesor está hablando de cosas bastante distintas.

III. El proselitismo

Otra diferencia diferencia con pontificados anteriores, es que Prevost fue durante muchos años misionero en Perú, y todos sabemos que muchas veces, luego del Vaticano II y, sobre todo, con el “magisterio” de Francisco, los misioneros no tenían como función predicar el evangelio; el proselitismo estaba prohibido, y no sólo en los países de misión sino también en los países ex-cristianos. De hecho, sé de varios casos en que sacerdotes franceses y españoles se han negado a aceptar conversos del islam o de otras sectas cristianas. León XIV, en cambio, celebra este acercamiento de jóvenes y adultos al bautismo y a la fe: “Ayer me reuní con un grupo de jóvenes franceses. Hubo miles el año pasado que libremente, ahora adultos jóvenes, buscaron el bautismo. Quieren venir a la Iglesia porque se dieron cuenta de que sus vidas están vacías, o de que les falta algo, o de que no tienen sentido, y están descubriendo de nuevo algo que la Iglesia tiene para ofrecer”. Y lo que tiene para ofrecer es ni más ni menos que a Jesucristo, en el que él cree. El cambio, aunque se presenta de un modo sutil, es rotundo.

IV. La ordenación de mujeres

Dice al respecto: “Espero seguir los pasos de Francisco, incluyendo la designación de mujeres en algunos roles de liderazgo, en diferentes niveles, en la vida de la Iglesia, reconociendo sus dones y su contribución de muchas maneras”. Y sin esquivar la cuestión, aclara que el problema real es si las mujeres pueden recibir el orden sagrado. No se le ocurre siquiera imaginar la existencia de mujeres sacerdotisas; habla de las diaconisas. Y sutilmente, desliza un argumento ad hominem que, en pocas palabras, dice lo siguiente: “El Vaticano II restauró el diaconado permanente, y en muchas diócesis hay diáconos permanentes, y sin embargo, todavía nos estamos preguntando qué son y para qué sirven”. Ergo, no nos metamos a ordenar diaconisas.

Pero la frase más clara al respecto es: “Yo, por el momento, no tengo la intención de cambiar la enseñanza de la Iglesia sobre el tema”. Es decir, mientras yo sea Papa, no habrán diaconisas. Lo que hace ruido en esta caso y en el de los LGBT, es la expresión “por el momento”; y es comprensible que cause descontentos, y que mucho asuman, creo yo injustificadamente, que esa expresión implica necesariamente que el Papa considera que en el futuro esa enseñanza puede cambiar. Y yo creo que no. Veámoslo desde el punto de vista estrictamente lógico; a fin de cuentas, Prevost es matemático. La expresión restringe la negación (“no tengo la intención”) al tiempo presente (t), sin extenderla a tiempos futuros (t’). Si la proposición es ¬I(y, C, t) (donde I es “tener la intención de cambiar”, y es el hablante, C es la enseñanza, t es el momento actual), “por el momento” enfatiza que la negación solo se aplica a t, dejando indefinido el estado en t’. La expresión controvertida convierte la proposición en una afirmación condicional temporal: ∀t’ (t’ = t → ¬I(y, C, t’)), donde t es el presente. No hace afirmaciones sobre t’ ≠ t.

Hacer esta afirmación, ¿implica que el Papa cree que va a cambiar la doctrina en un futuro? No. Lógicamente, no hay implicación de creencia en un cambio. La expresión es neutra respecto a las creencias del pontífice sobre el futuro; solo deja abierta la posibilidad lógica de cambio (o no cambio) en t’, sin afirmar ninguna creencia específica. No se deriva lógicamente que el León XIV crea en P (la intención de cambiar) para t’, ya que ¬I en t no conlleva expectativa de I en t’.

Eliminemos la creencia del Papa. ¿Implica que cambiará? No. No hay implicación lógica de que el cambio ocurra en el futuro. La expresión no afirma ni niega acciones futuras; solo describe la ausencia de intención en t. Lógicamente, ¬I(y, C, t) no conlleva I(y, C, t’) ni la realización efectiva del cambio (que requeriría no solo intención, sino capacidad y acción).

Desde el punto de vista lógico, entonces, no puede atribuirse al Papa ninguna afirmación o suposición sobre el cambio de doctrina al respecto del diaconado femenino o sobre la aceptación de los actos homosexuales para el futuro. Pero que la lógica nos diga esto, no implica que la expresión no sea problemática porque muchos, fácilmente, pueden hacer una inferencias inválida, como de hecho ha sucedido. ¿Por qué entonces el Papa la incluyó? Veo dos opciones: o porque efectivamente piensa que la doctrina católica puede cambiar, o a fin de que la afirmación no cayera tan fuerte y sirviera para tranquilizar a los y las feministas de los que está rodeado. Sabrá él cuál de las dos es la correcta pero, como dije, Prevost es católico, por lo que me inclino por la segunda. De más está decir, que se trata de una ingenuidad propia de un yankee pretender que diciendo eso se calmarán las aguas. No logra tranquilizar a nadie, pues las feministas están cabreadas como lo están los gays, que más que cabreados están furiosos por lo dicho por el Papa. Basta repasar los últimos post de Specola y ver las noticias que allí reporta de las histerias que está sufriendo por estos días el “colectivo” feminista y el “colectivo” LGBT. Prevost, en la entrevista, habla a todos los católicos, y tiene el “cuidado”, en mi opinión inútil, de no ofender, al menos de no ofender demasiado, a nadie. Y el resultado es que fastidia a todos. Pero lo importante de la cuestión es que, en buena lógica, no hay motivos para suponer que esa afirmación implique una opinión del Papa sobre futuros cambios de doctrina en temas tan sensibles y delicados.

Y en cuanto a nosotros, nos tranquiliza saber que durante un muy buen tiempo —se estima que tendremos un pontificado largo— no habrá cambios traumáticos que llevarían seguramente al cisma. Como dijo un comentarista con respecto al artículo anterior, “ganamos tiempo”. Y sobre eso los argentinos estamos curtidos.

V. Los LGBT

Pasemos al tema LGBT. Reconozco que las siglas me resultan desagradables, pero las uso simplemente por su practicidad a la hora de escribir un artículo periodístico.

El Papa comienza definiendo ante la pregunta de la periodista: “Me parece muy improbable, ciertamente en un futuro cercano, que la doctrina de la Iglesia cambie en términos de lo que enseña sobre la sexualidad y el matrimonio”. Clarísimo, y sobre la confusa expresión “en un futuro cercano”, ya lo explicamos más arriba. Y poco más adelante, insiste: “La enseñanza de la Iglesia continuará como está, y eso es lo que tengo que decir al respecto por ahora. Creo que es muy importante”.

Y, por otro lado, recuerda la doctrina tradicional: “Las familias necesitan ser apoyadas, lo que llaman la familia tradicional. La familia es padre, madre e hijos. El papel de la familia en la sociedad, que ha sufrido en las últimas décadas, debe ser reconocido y fortalecido una vez más”. E insiste: “La familia es un hombre y una mujer en un compromiso solemne, bendecidos en el sacramento del matrimonio. Pero incluso al decir eso, entiendo que algunas personas se lo tomarán mal”. Sabe que no les gustará a los LGBTQ, pero se los dice igualmente y con todas las letras.

Lo que más ha confundido a muchos es otra afirmación sobre el tema: “Lo que intento decir es lo que Francisco dijo muy claramente cuando decía, ‘todos, todos, todos’. Todos están invitados”. Pero aquí hay una diferencia fundamental: mientras Francisco no ponía condiciones, por lo que sus palabras fueron entendidas como una acogida incondicional que rozaba el relativismo, el Papa León desliza un lenguaje religioso que revierte el significado de lo que dijo Francisco: “Pero no invito a una persona porque tenga o no una identidad específica. Invito a una persona porque es hijo o hija de Dios”. Es decir, no se entra a la Iglesia definiéndose como gay, bisexual o trans y exigiendo que todos lo acepten como se presenta. Ya hablamos en otra ocasión que, para la doctrina católica, el homosexual como categoría antropológica no existe, y es caer en una trampa adoptar esa mentira. Lo que existen son hombre y mujeres que tienen tentaciones contrarias al sexto mandamiento con personas de su mismo sexo, así como existen personas tentadas con oprimir a los pobres o con defraudar a los obreros en su salario, todos estos casos, tentaciones que si se materializan, constituyen pecados que claman al cielo. Dios llama a todos a través de su Iglesia sin etiquetarlos, pero esos todos tampoco deben autoetiquitarse y exigir ser reconocidos y enorgullecerse de sus tentaciones y pecados enumerados en la etiqueta. A la Iglesia se entra como persona creada y necesitada de redención. Ser hijo de Dios implica la transformación de las categorías seculares en la búsqueda de la santidad. Y es esto lo que dice el Papa León: “Invito a una persona porque es hijo o hija de Dios”, es decir, porque se ha dejado transformar por la gracias y es un hombre nuevo.

Y para reforzar esta idea no se priva de dar un zurrazo a los alemanes y belgas con pocas sutilezas: “En el norte de Europa ya están publicando rituales para bendecir «a las personas que se aman», es la forma en que lo expresan, lo que va específicamente en contra del documento que el papa Francisco aprobó, Fiducia Supplicans”. Les está diciendo “Eso no se puede hacer”, como una advertencia: “Si no dejan de hacerlo, lo prohibiré”.

Muchos han visto en esto una confirmación de Fiducia Supplicans. Yo veo, en cambio, una astuta maniobra propia de un canonista. No les está diciendo que está mal la cuestión de los rituales apoyándose en el Liber gomorrhianus de San Pedro Damián; eso no habría tenido efecto alguno. Se lo dice basándose en un documento reciente y vigente; ellos —los alemanes— no tienen argumentos para seguir haciéndolo. Es la misma táctica que refutar a Mons. Colombo o a Mons. Lozano sus prohibiciones sobre la comunión de rodillas o en la boca con el mismísimo Misal Romano de Pablo VI, que no me gusta nada, y no hacerlo con textos de San Pío V o del cardenal Ottaviani, pues mal que nos pese, en esos casos la argumentación perdería toda efectividad.

VI. La misa tradicional

Y pasemos ahora al último tema: la misa tradicional. Dice el pontífice: “Hay otro tema, que también es polémico, y sobre el que ya he recibido varias peticiones y cartas: la cuestión sobre cómo la gente siempre menciona [volver a] la misa en latín. Bueno, se puede decir misa en latín ahora mismo. Si es el rito del Vaticano II, no hay problema. Obviamente, entre la misa tridentina y la misa del Vaticano II, la misa de Pablo VI, no estoy seguro de hacia dónde va a ir eso. Es evidentemente muy complicado”.

En este primer párrafo señalemos algunas cuestiones. Una, tiene que ver con la expresión “Latin Mass”, que es con la que habitualmente, y erróneamente, los anglohablantes se refieren a la misa tradicional. El Papa dice que si se trata de “misa en latín” a secas, puede tratarse de la misa de Pablo VI celebrada en latín, “y en eso no habría problema”. El problema es que aún en ese caso hay problemas. Hemos dicho hace muy poco en este blog que varios obispos argentinos prohiben a sus fieles comulgar de rodillas y, más aún, prohiben que en las misas de sus parroquias se cante en latín. Cualquiera puede imaginar la suerte que correría el sacerdote al que se le ocurriera celebrar la misa en latín, por más novus ordo que fuera. O el Papa no está enterado de lo que realmente sucede en buena parte del orbe católico, o intenta “marear la perdiz”, es decir, dar rodeos para evitar el tema realmente candente.

Pero no es lo que hace, pues aborda la cuestión de frente: “Creo que a veces el, digamos, «abuso» de la liturgia de lo que llamamos la misa del Vaticano II, no fue útil para las personas que buscaban una experiencia más profunda de oración, de contacto con el misterio de la fe, que parecían encontrar en la celebración de la misa tridentina. Una vez más, nos hemos polarizado, de modo que [planteamos eso] en lugar de poder decir: «Bueno, si celebramos la liturgia del Vaticano ii de una manera adecuada, ¿realmente encuentras tanta diferencia entre esta experiencia y esa experiencia?”. Aquí encuentro dos problemas: los abusos de la misa del Vaticano II no fueron útiles sino que fueron dañinos no solamente para un grupo determinado de personas (las que “buscaban una experiencia más profunda de oración, de contacto con el misterio de la fe”) sino para todos los católicos, para la liturgia romana y para la Iglesia misma. Un abuso nunca puede ser útil para nadie y nunca debe ser admitido. Y pareciera —y destaco el condicional— que León ofrece una solución: “Celebremos la misa de Pablo VI piadosamente y solucionamos el problema”. Demás está decir en este ámbito que eso no es la solución de nada . ¿Será que el Papa no logra percibir el meollo de la cuestión y reduce todo el entuerto a una cuestión de sensibilidades piadosas diversas? Es probable y no sería extraño que así fuera.

Una persona amiga muy cercana e inteligente estaba particularmente furiosa con esta afirmación: “León XIV no entiende que liturgia es algo recibido y forma parte de la Tradición y, por eso mismo, no puede ser reformada por un grupo de sabiondos, y tampoco por un Papa”. Así es; ni más ni menos que lo que decía el Papa Benedicto XVI. Pero la cuestión es que este punto tan importante y tan sensible tampoco lo entendían Pablo VI, que autorizó esa reforma; ni Juan Pablo II, que la consolidó, ni Francisco que estableció que era el único modo de la lex orandi. Más aún, me animo a decir porque lo he escuchado, que tampoco lo entiende buena parte de los miembros de la FSSPX y de la FSSP, para quienes “si la reforma de la misa la hubiese hecho un Papa ortodoxo, ellos la habrían aceptado”, tal como aceptaron las reformas de Pío XII y Juan XXIII. Me parece, entonces, injusto pedirle al Papa León, formado en la peor teología de los ’70, claridad en un punto que ni siquiera poseen los más allegados a la Tradición, y mucho menos sus predecesores inmediatos.

Y finaliza con una buena noticia, más aún, con una noticia buenísima: “No he tenido la oportunidad de sentarme realmente con un grupo de personas que aboguen por el rito tridentino. Pronto se presentará una oportunidad, y estoy seguro de que habrá ocasiones para tratarlo. Pero ese es un tema del que creo que también, tal vez con la sinodalidad, tenemos que sentarnos y hablar. Se ha convertido en el tipo de tema que está tan polarizado que la gente, a menudo, no está dispuesta a escucharse mutuamente”.

Algunos recalcitrantes han pasado esto por alto sin darse cuenta que es una novedad que puede cambiar radicalmente la situación en la que nos encontramos los defensores de la misa tradicional. El Papa recurre a la sinodalidad como él la entiende: escuchar. Si bien Francisco se reunió con los superiores de la FSSP y del Instituto Cristo Rey Sumo Sacerdote, no fueron reuniones “sinodales”, y con esto quiero decir que no fueron reuniones destinadas a escuchar las razones del otro para discutir y tomar una decisión sobre un problema concreto. La solución la había tomado él antes con Traditiones custodes, como la había tomado Juan Pablo II con Ecclesia Dei antes de recibir a los flamantes superiores de la FSSP. Creería que la única reunión “sinodal” de un Papa para tratar el tema de la liturgia tradicional fue la que mantuvo Pablo VI con Mons. Marcel Lefebvre el 11 de septiembre de 1976 —hace casi cincuenta años—, y la tal reunión duró sólo 38 minutos. Previsiblemente, no sirvió para nada.

Concretamente, luego de 50 años un Pontífice afirma que convocará a una reunión a los que sostienen y defienden la liturgia tradicional para escucharlos y encontrar una solución. Los Papas anteriores se asesoraban con los miembros de su Curia para decidir; León quiere escuchar a todos. Desconozco cómo será el mecanismo de esa reunión y quiénes serán los convocados, pero el sólo hecho de que León XIV se comprometa públicamente a convocarla, me parece una novedad que no podemos menos que celebrar.

En fin, que en término generales, la entrevista me parece buena y auspiciosa. Habrán cuestiones que nos gusten menos y otras que no nos gusten nada, pero eso no autoriza la infamia de decir que el Papa León es un “Francisco con buenos modales”. Él es católico; el Difunto no lo era.

Wanderer

El libro sobre León XIV: la biografía




Este fin de semana leí León XIV. Ciudadano del mundo. Misionero del siglo XXI, la primera biografía del Papa León. El libro tiene dos parte claramente diferenciadas: la biografía en sí, que es la más extensa, y una larga entrevista. Pueden leerse de modo autónomo, aunque lo que el Papa dice en la entrevista se entiende mejor luego de haber leído su biografía, pues se cae en la cuenta que no podría haber respondido de otro modo a las preguntas. Publicaré mis impresiones de la primera parte de libro en este post, y el miércoles próximo lo haré de la entrevista.

En mi opinión, para que una biografía sea buena, debe reunir dos condiciones iniciales: que el biografiado haya ya muerto y que el autor no sea un periodista. Caso contrario, el libro será malo. Lo cierto es que ninguna de estas condiciones se cumplen en este caso, y el libro no es malo, sino malísimo. Podría haber tenido la mitad de la extensión que tiene y no se hubiese notado, porque está lleno de repeticiones agregadas solamente para engordarlo. Por otro lado, la autora es una periodista norteamericana: Elise Ann Allen, proclamada como los medios como “vaticanista”, lo cual ya de por sí indica que hay que ser cauteloso. Pero en este caso hay que serlo doblemente porque esta mujer tuvo un entuerto de joven con el Sodalitium, al que perteneció y se marchó en 2013. Estimo que habrá sufrido algún tipo de abuso de autoridad o psicológico, lo cual es lamentable, pero más lamentable aún es que la convirtió en una resentida contra todo lo que tenga que ver con esa disuelta institución religiosa y contra todo lo que huela a ultraconservador.

Consecuentemente, es un libro sesgado, completamente sesgado en cuanto a los datos que proporciona de Robert Prevost, porque eligió sesgadamente las fuentes a las cuales recurrir. El lector conocerá solamente un cariz de la vida del pontífice, aquél que ella quiere que se conozca, y desconocerá el resto. Pongo un ejemplo: para el importante capítulo destinado a relatar la vida de Prevost como obispo de Chiclayo, recurre solamente a tres o cuatro testimonios, de laicos y un sacerdote claramente progresistas, y que conocieron a su obispo sólo de modo circunstancial. Lo lógico hubiera sido que entrevistara también a los sacerdotes que convivieron siete años con él en la catedral de Chiclayo, como el P. Jorge Millán, que concedió muy interesantes reportajes a diversos medios como dimos cuenta aquí. Pero Millán, como la mayor parte de los sacerdotes y laicos de Chiclayo son conservadores, porque se trata de una diócesis que fue gobernada durante casi cincuenta años por obispos del Opus Dei, y en la que Bergoglio ubicó a Prevost creyendo que desarmaría el ambiente católico que se había generado, cosa que no sucedió aunque sí imprimió un aspecto más social a la labor de la Iglesia. Allen, entonces, entrevista a lo largo del libro a enemigos declarado de la Obra que, indefectiblemente, fuerzan los hechos a fin de presentar a Prevost como lo opuesto. Esto genera que los lectores, yo incluido, se queden con sólo una parte de los hechos. No es una sorpresa; lo mismo habría hecho Elizabetta Piqué o cualquier otro vaticanista.

Pero vayamos a las impresiones que deja la lectura del libro sobre León XIV. Una cosa queda clara después de la lectura del libro, del testimonio de aquellos que conocieron a Prevost y de lo él mismo dice: es un hombre que tiene fe católica, y con esto quiero decir que cree en Dios y cree que Jesucristo es el Hijo de Dios encarnado en el seno de María la Virgen y el único redentor del género humano. Y viniendo de donde veníamos y sabiendo los candidatos que se asomaban para suceder al Difunto, esto es mucho. Parece una broma pero no lo es; que un obispo, y en este caso el obispo de Roma, tenga fe católica es ya mucho.

En segundo lugar, es claro que fue un buen religioso, y por esto me refiero a que cumplió los votos que hizo el día de su profesión solemne. Fue un hombre obediente a todo lo que sus superiores le pedían, y le pidieron cosas difíciles.

Es además, un hombre disciplinado y trabajador, como los religiosos clásicos. Durante su etapa como formador en el noviciado agustiniano de Trujillo, se relata: “A las cuatro de la mañana ya estaba en pie; a las cinco estaba en la capilla; a las seis celebraba la eucaristía. Era una persona muy estricta […] Nunca dejó de estar en los programas o en los compromisos que teníamos. Creo que ese temple dio testimonio para todos. Siempre nos exigía el tema del estudio, de los compromisos, de las responsabilidades”. Y si bien Prevost no es un académico, es un hombre formado e, insisto, un religioso clásico. Cuenta, por ejemplo, quien lo sucedió en el gobierno general de los agustinos, que Prevost, siendo prior general, tradujo el inglés el propio de la orden, es decir, las oraciones de la misa y del oficio de todas las fiestas propias, que son habitualmente la de los santos que fueron agustinos. Y esto supone dos cosas: que tiene inclinación y valora la liturgia, y que sabe muy bien latín, porque esta es la lengua original desde la que tradujo.

La etapa de formador en Trujillo, que se dio entre 1988 y 1998, muestra otro de los rasgos interesantes de su personalidad. Tanto él como el resto de los religiosos norteamericanos fueron perseguidos y amenazados de muerte por Sendero Luminoso, y a pesar de que en varios ocasiones se lo instó a que regresara a su país hasta que la situación se calmase, como hicieron varios de sus hermanos, lo cierto es que él permaneció en su puesto. Relata él mismo: “La mayoría de nosotros nos quedamos. Hubo varios mártires. En la diócesis al sur de Trujillo, Chimbote, tres sacerdotes fueron asesinados. Pero nos quedamos, pues era muy importante permanecer al lado de las personas a las que servíamos y estar con ellas. Y eso fue lo que hicimos”. Por otra parte, cuando el presidente Fujimori logró erradicar al terrorismo marxista de Sendero Luminoso, se levantó en Perú todo un cuestionamiento a los modos violentos que tuvo para hacerlo —como si hubiese otra opción—, y grandes demostraciones motorizadas por los conocidos “organismo internacionales de derechos humanos”. La particularidad en este caso fue la participación de amplios sectores de la Iglesia en estas actividades. Narran los novicios agustinos de ese momento, que el P. Prevost nunca participó de ellas, aunque no les prohibía que ellos participaran.

Y esto tiene que ver con otros de los aspectos de la personalidad del Papa actual que aparecen en el libro, mal que le pesen a la autora. Prevost nunca fue un sostenedor de la interpretación marxista de la Teología de la Liberación, tan cercana a toda la iglesia peruana porque peruano era su fundador Gustavo Gutierrez. Más aún, Prevost era, y seguramente seguirá siendo, un decidido contrario al marxismo. Dice él mismo hablando de otros colegas religiosos de la época: “[eran] de hecho, quizá demasiado amigables con ideas marxistas, incluyendo el uso de la violencia para luchar por los derechos de los pobres. Yo nunca fui alguien que estuviera de acuerdo con eso”.

Estaríamos quizás tentados a pensar entonces que Robert Prevost es conservador. Y no, no lo es. Si bien es un hombre “leído” (título de grado en matemáticas y doctor en derecho canónico), no es un teólogo, y la teología que tuvo fue pésima. Se formó en esta disciplina a fines de los ’70 y comienzo de los ’80 en el Catholic Theological Union de Chicago, que es una suerte de facultad o instituto teológico que habían establecido algunos años antes un buen número de congregaciones religiosas para que allí se formaran sus miembros. Cualquiera puede imaginar la teología que allí se enseñaba en aquellos años. La autora del libro entrevista a dos de sus antiguos enseñantes: son dos monjas, y sabrá disculparse mi actitud machirula, pero yo desconfío profundamente de las monjas que enseñan teología… Más aún, uno de los frailes agustinos peruanos a los que entrevista Allen y que conoce de cerca Prevost —y que es el más progresista que pudo encontrar— relata que es “alguien a quien le gustan mucho teólogos como el cardenal francés Yves Congar y el cardenal alemán Walter Kasper. Teólogos posconciliares, que han trabajado mucho en temas con una visión más abierta también de Jesucristo en la Iglesia”. No dudo de la veracidad de esta afirmación pero, insisto, se trata de una versión sesgada, pues no sabemos qué otras lecturas teológicas tiene y no conocemos el testimonio de otros allegados que tienen una tendencia más conservadora.

Decimos, entonces, que Roberto Prevost no es conservador. ¿Es, entonces, progresista? Yo diría que sí, pero un progresista de baja intensidad, un progresista circunstancial porque fue eso lo que conoció; en lenguaje de Karl Rahner, diría que es un “progresista anónimo”. Quizás este breve párrafo que pronuncia él mismo a la periodista, ilustre lo que quiero decir: “Fue como el Vaticano II, que quería renovar la vida de la Iglesia y lograr un sentido mucho más claro de comunión, de personas estando juntas en la Iglesia, y no de una espiritualidad individualista o una piedad privada donde yo le rezo a Dios, yo voy a misa y espero que Dios me salve. Ahora tenemos un sentido de «bueno, sí, nosotros vamos a misa, nosotros nos convertimos en comunidad eclesial, juntos somos testigos de la presencia de Cristo en el mundo”. ¿Es herético lo que dice? ¿Está mal? No, en absoluto, está bien, pero es la clásica poesía vacía vaticanosegundista que ya sabemos que no condujo a nada o, en todo caso, terminó provocando un gran daño a la Iglesia. Prevost, como todos nosotros, es hijo de su tiempo y de su formación, y no pueden pedirse peras al olmo.

Una persona amiga me decía: “Podría haber reaccionado a ese discurso progre”. Ciertamente, podría haber sido así. De hecho, mientras él era formador en Trujillo, había otra casa de formación agustiniana en Perú, ubicada en Lurín, a las afueras de Lima, dirigida por el ex-sacerdote Ricardo Coronado (en la web podrán seguir el confuso recorrido de esta persona), que era claramente conservadora. Pero me parece injusto pedirle a alguien que se dedicó fundamentalmente a las misiones que se desembarazara totalmente de la pésima formación teológica recibida y que descubriera el “mundo tradicional”. Por otro lado, si hubieran así sucedido las cosas, en el mejor de los casos, estaría todavía misionando en la costa peruana como simple fraile mendicante.

Sin embargo, y a pesar de todo esto, creo que es el hombre adecuado para dirigir a la Iglesia católica en este momento histórico. No se trata de una persona excepcional, un outstandig como dirían los gringos, como lo fue Juan Pablo II con su personalidad arrolladora, o como lo fue Benedicto XVI con su inteligencia prodigiosa, o como lo fue Francisco con su audacia para obrar el mal. Es un hombre gris y hasta opaco, pero que posee dos características que son las dos que debe tener un Papa para manejar la barca de Pedro en este momento histórico concreto: preocupación por la unidad y capacidad de gestión de conflictos.

Estos dos aspectos lo repiten una y otra vez los entrevistados. Prevost siempre estuvo preocupado y siempre bregó por la unidad, por superar los conflictos y no ahondarlos. En más de una ocasión hemos hablado en este blog de la preocupación casi obsesiva que tienen mucho por la unidad de la Iglesia a la que sacrifican la verdad. Y todos sabemos que la unidad verdadera sólo puede encontrarse en la Verdad. Yo creo que esto lo tiene claro el Papa León, pero también creo que Bergoglio dejó a la Iglesia en un estado de estrés muy alto, y que sólo un hombre de consensos podía dirigirla y evitar que se produjera un cisma. Si el elegido hubiese sido Palorín o Höllerich, por ejemplo, hubiese sido inevitable un cisma del grupo más conservador, desperdigado por todo el mundo; y si el elegido hubiese sido Erdö o Müller, el cisma lo habrían provocado los progresistas. León XIV es el indicado, me parece, para no apagar el pabilo humeante y para no quebrar la caña cascada (Isaías 42:3).

Y la otra característica no menor es su capacidad de gestión. Se dice que el hecho determinante que impulsó a Francisco a llevar a Roma fue el modo cómo resolvió un conflicto muy grave desatado en la diócesis de El Callao por un obispo español neocatecumenal. Éste fue desplazado y Prevost nombrado administrador apostólico. En un año se dedicó a escuchar a todos (y esta es una característica que aparece una y otra vez en el libro); escucha, pregunta pero no opina. Y se toma el tiempo para escuchar a todos, todos, todos. Dicen: “Resolvía conflictos de manera efectiva a través de la escucha y del diálogo con todas las partes, y no dudaba en tener mano firme cuando era necesario”. O bien: “La modestia y la humildad en él se acompañan de una gran valentía y, cuando es necesario, de una gran firmeza”. Tiene, para decirlo en lenguaje eclesial contemporáneo, una “actitud sinodal” que me parece imprescindible para el momento actual de la Iglesia. Así como escuchó al jesuita James Martin -lo cual no sólo no me gustó sino que opino que fue un gesto equívoco para toda la Iglesia-, escuchó también a Burke, y seguramente dentro de poco escuchará a Müller. Ese será su estilo; nos gustará poco o mucho, pero ese es Prevost: Se tomará todo el tiempo que sea necesario y decidirá, pero cuando lo hago, nadie lo moverá de lo decidido. Él mismo dice: “Soy capaz de ser decisivo cuando se necesita ser decisivo, que es otro aspecto del liderazgo que a veces falta en la gente. No puedes quedarte dando vueltas en «pensemos en esto y hablemos de ello para siempre». Tienes que tomar decisiones para poder seguir adelante. Soy capaz de hacer eso, y no tengo miedo de hacerlo”.

¿Es el Papa que a mi hubiese gustado? Ciertamente no. Y no pretendo pedirle peras al olmo. Algunos me dirán: “Pero nosotros queríamos un peral, no un olmo”, pero, aunque suene paradójico, creo que es mejor en este momento, tener un olmo y conformarnos con sámaras mientras olvidamos momentáneamente las peras. Porque estoy pensando que León XIV es el Papa que la Iglesia necesita en este momento tan complejo; una última oportunidad para evitar una nueva Reforma.

The Wanderer