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viernes, 24 de octubre de 2025

“Basta de confusión”: Mons. Schneider pide a León XIV una respuesta clara sobre la fe



En una entrevista exclusiva concedida a Per Mariam, el obispo Athanasius Schneider advirtió que la Iglesia Católica vive “una confusión de fe sin precedentes” y pidió al papa León XIV un acto magisterial que reafirme la doctrina y devuelva la claridad perdida en las últimas décadas.

“El Papa debe fortalecer a toda la Iglesia en la fe; ésa es su primera tarea”, recordó Schneider, “una misión que Dios mismo confió a Pedro y a sus sucesores”.

El prelado, auxiliar de Astaná (Kazajistán), señaló que la Iglesia se encuentra “sumergida en una niebla doctrinal” que afecta la fe, la moral y la liturgia, debilitando la identidad católica.

“No podemos seguir avanzando en más confusión. Eso va contra Cristo mismo y contra el Evangelio. Cristo vino a traernos la verdad, y la verdad significa claridad”, afirmó con firmeza.

Para Schneider, la solución pasa por un gesto público del Papa que reafirme la fe católica en su integridad. Propuso, en ese sentido, un documento similar al Credo del Pueblo de Dios promulgado por san Pablo VI en 1968, en plena crisis postconciliar.

“Después de más de cincuenta años, la confusión ha aumentado, no ha disminuido, especialmente durante el último pontificado. Un acto así sería uno de los mayores gestos de caridad del Papa hacia sus hijos espirituales y hacia sus hermanos obispos”.

“Fiducia Supplicans” y la confusión sobre las bendiciones a parejas del mismo sexo

Consultado sobre el documento Fiducia Supplicans y las declaraciones recientes del papa León XIV acerca de “aceptar a las personas”, Schneider fue categórico. A su juicio, el texto del Dicasterio para la Doctrina de la Fe “debe ser abolido”, pues introduce ambigüedad en un tema moral central para la vida de la Iglesia.

“El documento habla expresamente de ‘parejas del mismo sexo’. Aunque se diga que no se bendice su relación sino a las personas, eso es inseparable. Es un juego de palabras que confunde y da a entender que la Iglesia aprueba esas uniones”.

El obispo recordó que la Iglesia siempre ha bendecido a los pecadores que buscan sinceramente la conversión, pero jamás ha bendecido una situación contraria a la ley de Dios. “No podemos bendecir algo que contradice la creación y la voluntad divina”, subrayó.

“Dios acepta a todos, pero llama al arrepentimiento. Aceptar al pecador sin invitarlo a cambiar no es el método de Dios ni del Evangelio”.

El prelado explicó que la verdadera acogida cristiana consiste en acompañar con caridad a quien desea dejar el pecado, no en confirmar a las personas en el error. “Debemos decirles: ‘Eres bienvenido, pero lo que vives no corresponde a la voluntad de Dios. Te ayudaremos a salir del mal, aunque lleve tiempo’. Eso es amor verdadero”, señaló.

Finalmente, advirtió contra la participación de clérigos o fieles en movimientos que buscan alterar la moral revelada:

“No podemos participar en organizaciones que tienen como fin cambiar los mandamientos de Dios. Confirmar sus objetivos sería una traición al Evangelio y a la misión de la Iglesia de salvar almas”.

Sobre el concepto de “caminar juntos”, tan repetido en el proceso sinodal, Schneider advirtió que su auténtico sentido se ha tergiversado y debe volver a sus raíces cristológicas.
“Caminar juntos” significa peregrinar hacia Cristo, no adaptarse al mundo

“Sinodalidad significa caminar hacia Cristo, que es el Camino, la Verdad y la Vida. La Iglesia no puede hablar por sí misma, sino transmitir fielmente lo que Cristo reveló”.

El obispo explicó que la Iglesia es militante, llamada a combatir el error, el pecado y la confusión espiritual. “La Iglesia en la tierra es una Iglesia combatiente. Luchamos contra nuestras malas inclinaciones, contra el demonio y contra el espíritu del mundo”, recordó, citando a san Pablo y san Juan.

Para Schneider, el sentido del “caminar juntos” no consiste en la escucha sociológica ni en la adaptación al mundo, sino en la comunión de los fieles que peregrinan hacia la Jerusalén celestial.

“Caminar juntos significa avanzar como una procesión de creyentes que saben en quién han creído, que profesan la verdad con claridad y la expresan en la belleza de la liturgia”.

El prelado advirtió, además, contra la presencia de “falsos profetas dentro de la comunidad eclesial”, que desvían a los fieles del verdadero camino. Por eso pidió vigilancia y firmeza doctrinal.

“La sinodalidad debe servir para proclamar con mayor claridad la belleza de la verdad de Cristo y evitar toda ambigüedad. La Iglesia debe adorar a Dios con una liturgia digna y sagrada, testimonio visible de su fe”, insistió.

“El Señor no dijo: ‘Escuchen al pueblo y pidan su opinión’. Dijo: ‘Vayan y proclamen la verdad’. El Papa y los obispos tienen la tarea grave de anunciar la verdad con amor y firmeza, para liberar a la humanidad del mal”.

Dejamos a continuación la entrevista completa:

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Monseñor Schneider habló con Per Mariam sobre la necesidad de que León XIV aborde la actual crisis de “confusión” en la Iglesia, el tema de la aceptación LGBT y el “caminar juntos”.

Analizando los primeros meses del pontificado de León XIV, monseñor Athanasius Schneider ha instado al Papa a responder a la “confusión de fe sin precedentes” que atraviesa la Iglesia.

En una entrevista exclusiva concedida a Per Mariam a comienzos de octubre, Schneider respondió a preguntas sobre el estado actual de la Iglesia Católica, el impulso contemporáneo hacia la aceptación LGBT y el futuro de la jerarquía eclesial a la luz del Sínodo sobre la Sinodalidad.

“No podemos continuar como Iglesia adentrándonos en más confusión”, advirtió, pidiendo al Papa León que realice una acción clarificadora para “fortalecer a toda la Iglesia en la fe”.

Schneider también habló sobre el modo católico de “aceptar” a las personas, desarrollando los comentarios del Papa León acerca de aceptar a otros “que son diferentes de nosotros”.

Ahora que la Iglesia comienza el largo proceso de preparación hacia la Asamblea Sinodal de 2028, el tema de “caminar juntos” es ampliamente utilizado, pero poco explicado. Schneider ofrece su interpretación del término y cómo la Iglesia Católica peregrina en la tierra, siempre orientada hacia el cielo.

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La entrevista completa se presenta a continuación. Ha sido ligeramente editada para mayor claridad, ya que la conversación se llevó a cabo en inglés, idioma que no es la lengua materna del obispo Schneider.

Haynes — En los últimos días de vida del papa Francisco, y luego en los primeros días del pontificado de León XIV, usted identificó varios asuntos que requerían una acción bastante rápida. Ya nos acercamos a los cinco meses del pontificado de León XIV, y ha sido un periodo bastante tranquilo. ¿Cuáles diría usted que son las necesidades más urgentes de la Iglesia hoy?

Monseñor Athanasius Schneider: Diría que la necesidad más apremiante es que el Papa debe fortalecer a toda la Iglesia en la fe, que es su primera tarea, una de las principales funciones del pontífice que Dios mismo confió a Pedro y a sus sucesores.

Es evidente para todos que la vida de la Iglesia está inmersa en una confusión de fe sin precedentes, en lo que respecta a la fe, la moral y la liturgia. La Iglesia está realmente envuelta en una especie de polvo o niebla de confusión.

No podemos continuar como Iglesia avanzando hacia más confusión. Esto va contra Cristo mismo, contra el propio Evangelio. Cristo vino a traernos la verdad, y la verdad significa claridad. Por tanto, la  tarea más urgente es que el Papa realice un acto de su magisterio que fortalezca a todos en la fe.

Podría hacerse mediante una especie de profesión de fe, similar, por ejemplo, a lo que hizo Pablo VI en 1968, llamado el “Credo del pueblo de Dios”, donde expresó en forma de profesión de fe los temas que entonces estaban siendo negados o confundidos en la Iglesia.

Esto es aún más urgente después de casi cincuenta años; la confusión ha aumentado, no disminuido, especialmente durante el último pontificado. Por tanto, ésta sería la tarea más urgente, que al mismo tiempo constituiría uno de los mayores actos de caridad del Papa hacia sus hijos espirituales, los fieles, y hacia sus hermanos los obispos.

Haynes — Recientemente, en su extensa entrevista con Crux, el Papa León habló sobre Fiducia Supplicans y sobre “aceptar” a las personas. En un pasaje dijo: “Fiducia Supplicans básicamente dice que, por supuesto, podemos bendecir a todas las personas, pero no busca ritualizar algún tipo de bendición porque eso no es lo que enseña la Iglesia. Eso no significa que esas personas sean malas, pero creo que es muy importante, una vez más, entender cómo aceptar a otros que son diferentes de nosotros, cómo aceptar a las personas que hacen elecciones en su vida y respetarlas.”

Entonces, en términos de la comprensión católica, ¿cómo “aceptamos” a alguien y, al mismo tiempo, permanecemos fieles a la enseñanza de la Iglesia y a la plenitud de la doctrina?

Monseñor Schneider: Lo primero es que, sin embargo, Fiducia Supplicans utiliza expresamente las palabras “parejas del mismo sexo”. Así lo dice el documento. Y eso ya causa una enorme confusión, porque trata sobre una bendición. Aunque se diga “no bendecimos su relación, sino a la pareja”, esto es imposible, es inseparable. Ellos se presentan precisamente como parejas del mismo sexo. Así que se trata solo de un juego de palabras que confunde a la gente y que, para una persona normal que lea el texto, se entiende como un permiso para bendecir uniones o parejas del mismo sexo, u otras parejas extramatrimoniales que viven públicamente en estado de pecado.

Por tanto, este documento debe ser abolido, porque es evidente —ya que está redactado con gran ambigüedad en un tema de suma importancia para la Iglesia y también para quienes están fuera de ella— que incluso los católicos lo leen como un texto que bendice a las parejas del mismo sexo.

No podemos continuar con este juego. Además, para bendecir a una persona, no hace falta emitir un documento. La Iglesia siempre ha bendecido incluso a un pecador que se acerca y pide una bendición. Por supuesto, la bendición se da bajo la condición de que realmente pida sinceramente la ayuda de Dios para su conversión. No siempre podemos bendecir algo según el motivo que la persona pida. Por ejemplo, no podemos bendecir a alguien que diga: “Padre, deme una bendición para abortar” o “bendígame para que pueda robar algo”. Evidentemente, eso no es posible. Pero estas parejas viven en una situación estable de pecado, cuya unión misma ya es contraria a la voluntad y al mandato de Dios. ¿En qué se basan para unirse? ¿En hacer obras de caridad o en una atracción erótica hacia el mismo sexo? Esto va contra la creación de Dios, contra su voluntad. Por lo tanto, no podemos bendecirlo.

La segunda parte de la pregunta se refiere a “aceptar” a las personas. Por supuesto, Dios acepta a todos, pero Dios llama al arrepentimiento. Esta es la primera palabra que pronunció el Dios encarnado, Jesucristo, al comenzar su misión pública de enseñanza: “Arrepentíos”.

Y cuando el Señor resucitado se apareció a los Apóstoles antes de ascender al cielo, al final del Evangelio de san Lucas, dijo que la Iglesia debía predicar la penitencia a todos los pueblos. Y esto fue lo primero: la penitencia, la conversión del mal al bien con la ayuda de Dios. Esta es la tarea de la Iglesia. Por tanto, Dios acepta a todos los pecadores, siempre que tengan un sincero deseo de convertirse, de aceptar la voluntad de Dios y abandonar el mal.

Aceptar a los pecadores sin transmitirles —aunque sea con amor— la necesidad de conversión no es el método de Dios. No es el método del Evangelio, ni lo ha sido de la Iglesia a lo largo de dos mil años. De otro modo, sería un fracaso confirmar a las personas en el mal.

Por supuesto, debemos decir:

“Eres bienvenido, pero te invitamos a reflexionar seriamente sobre lo que estás haciendo y viviendo, porque no corresponde a la voluntad de Dios. Por tu propia salvación, debemos expresarte esto como un acto de amor hacia ti. Siempre eres bienvenido y te ayudaremos a dejar el mal y todo lo que sea contrario a la voluntad de Dios, aunque lleve tiempo.”

Sin embargo, lo importante es que estas personas decidan abandonar el estilo de vida pecaminoso y aceptar la voluntad de Dios. En cualquier caso, la Iglesia debe evitar la complicidad con el mal o la connivencia con él. Eso no es Jesucristo, ni los apóstoles, ni la Iglesia entera. Sería un método completamente extraño: colaborar y darles la señal de que su estilo de vida está bien. Eso debemos evitarlo.

Debemos decir: “Te amamos como persona, incluso si aún no estás dispuesto a convertirte, pero te amamos y rezamos para que aceptes la voluntad de Dios y te conviertas.” Es el único camino hacia la salvación eterna; no hay otro sin conversión.

Debemos transmitirles esto, pero no participar en organizaciones públicas como las LGBT, que por su objetivo oficial buscan cambiar los mandamientos de Dios. Estas organizaciones pretenden que su estilo de vida pecaminoso sea confirmado por la Iglesia.

Esto es una traición al Evangelio: la Iglesia traicionaría su misión de salvar almas y de llamar a todos al arrepentimiento.

Repito, el método debe ser con amor, pero debemos evitar confirmar los objetivos de estas organizaciones de cambiar la voluntad de Dios, los mandamientos de Dios o la enseñanza inmutable de la Iglesia. Ese es el verdadero sentido de la aceptación.

Haynes — Ahora tenemos la Asamblea Sinodal de 2028, después del Sínodo sobre la Sinodalidad. Uno de los grandes temas es “caminar juntos”. Como obispo y pastor de almas, ¿cuál es el significado de “caminar juntos” en relación con mantener la estructura jerárquica de la Iglesia tal como Cristo la instituyó?

Monseñor Schneider: Sí, “caminar juntos”, o en griego synodus, es el único camino que la Iglesia tiene y conoce. Como dijo Nuestro Señor: “Yo soy el camino, la verdad y la vida”. Ese es el programa.

Sabemos con claridad que Jesús dijo: “Yo mismo soy el camino, soy la verdad, y les revelo toda la verdad que el Padre me dio a revelar. Por eso les envío el Espíritu Santo, que les recordará lo que les dije. Él los introducirá en la plenitud de la verdad. El Espíritu Santo no hablará por sí mismo, sino solo de lo que oyó de mí, Jesucristo, la verdad, la Palabra de Dios.”

Esta es la tarea permanente de la Iglesia: no hablar por sí misma, sino, como el Espíritu Santo, transmitir fielmente lo que Cristo reveló. La Iglesia debe proclamarlo con mayor claridad, no con menos, sino con más claridad.

Esa es la misión del Espíritu Santo en la Iglesia: guiarla hacia una comprensión más clara y profunda, no disminuirla ni hacerla ambigua. San Pablo también dice que nadie puede correr en la arena sin conocer la meta, pues no alcanzará el objetivo. San Pablo escribe que nosotros, la Iglesia, debemos saber con claridad adónde vamos.

También dice que quien lucha no puede simplemente dar golpes al aire sin saber cómo combatir. La Iglesia en la tierra es una Iglesia militante, una Iglesia combatiente. Esa es la realidad terrenal. Estamos continuamente luchando —primero contra nosotros mismos, nuestras malas inclinaciones, el pecado, la carne y el diablo en el mundo—, como lo escribieron los apóstoles san Pablo y san Juan, y el mismo Señor Jesucristo.

Así pues, debemos ser conscientes de caminar juntos hacia Cristo, que es nuestra única meta. Caminamos hacia la eternidad. Esta es la Iglesia peregrina en la tierra. ¿A dónde peregrinamos? Hacia el cielo, hacia la Jerusalén celestial que nos espera. La Iglesia debe presentar siempre esto a los fieles: que esa es la meta de nuestro caminar juntos, la Jerusalén celestial.

Esa es nuestra meta y nuestra realidad. En este caminar, como predijo Jesucristo, habrá muchas tentaciones y ataques del espíritu del padre de la mentira, así como los ataques de los falsos profetas.

Nuestro Señor nos advirtió sobre los falsos cristos y falsos profetas, y lo mismo hicieron san Pablo y san Juan en el Nuevo Testamento. Advirtieron sobre los falsos profetas dentro de la comunidad.

Por tanto, en nuestro caminar tenemos lamentablemente falsos profetas en medio de nosotros, y debemos estar vigilantes para que no confundan ni perviertan a los demás.

Debemos caminar como en una procesión peregrina, con alegría y convicción, y todos los que caminan juntos deben poder decir con san Pablo: “Yo sé en quién he creído”, y debemos estar profundamente convencidos de la verdad católica.

Ese es el objetivo del camino sinodal: proclamar y presentar con más claridad la belleza de la verdad revelada de Cristo, evitando la confusión y la ambigüedad, y mostrando la belleza de la oración. La primera tarea de la Iglesia es adorar a Dios, como lo hace toda la creación, y ese será nuestro fin en el cielo. Ese es el fin de la Iglesia triunfante: alabar a Dios por toda la eternidad. Por tanto, en nuestro caminar juntos debemos expresarlo también en una liturgia sagrada, bella y digna.

Esto es un poderoso instrumento de evangelización: invitar a los no católicos, a los no creyentes que, metafóricamente, observan nuestra procesión. Cuando ven que sabemos en quién creemos, que presentamos la verdad con belleza y claridad, que oramos y adoramos a Dios con dignidad y sacralidad, eso los atraerá con fuerza a unirse a nuestra hermosa procesión y a este caminar conjunto de la Iglesia.

Por eso nuestro Señor dijo: “Vayan y proclamen mi verdad. Vayan y anuncien el Evangelio. Enseñen a todos los pueblos lo que les he mandado y enséñenles a vivirlo.” No dijo: “Vayan y escuchen al pueblo, vayan y pidan su opinión.” Eso no es Cristo. Ese es un método mundano, no el método de Jesucristo ni de su Iglesia.

Por tanto, la Iglesia, el Papa y los obispos tienen la gravísima tarea de proclamar la verdad, de asegurarse de que toda la existencia terrenal de la Iglesia proclame la Verdad.

La Iglesia es la única que ha recibido de Dios esta misión en la tierra: proclamar con amor la belleza y la claridad de toda la verdad divina, y guiar el camino hacia la adoración de Dios con dignidad. Y también mostrar al mundo que creemos verdaderamente en Cristo, que tenemos la misión de liberar a la humanidad del mal: en primer lugar, del mal mortal que destruye la vida espiritual del alma, el pecado contra Dios; y además, liberar a la humanidad de las cadenas del pecado y de las organizaciones del pecado contra el Primer Mandamiento, como la idolatría, y luego la fornicación y todos los pecados contra el amor.

Debemos mostrar esto al mundo con nuestra vida. Por supuesto, el amor es el primer y fundamental mandamiento, pero también debemos ser buenos médicos que liberen a la humanidad de las enfermedades espirituales mortales de los vicios y de las estructuras de pecado contrarias a la voluntad de Dios.

Esa es la tarea y el verdadero significado de “caminar juntos”.

DECLARACIÓN GRAVISSIMUM EDUCATIONIS SOBRE LA EDUCACIÓN CRISTIANA (Papa Pablo VI)




PROEMIO

El Santo Concilio Ecuménico considera atentamente la importancia decisiva de la educación en la vida del hombre y su influjo cada vez mayor en el progreso social contemporáneo. En realidad la verdadera educación de la juventud, e incluso también una constante formación de los adultos, se hace más fácil y más urgente en las circunstancias actuales. Porque los hombres, mucho mas conscientes de su propia dignidad y deber, desean participar cada vez más activamente en la vida social y, sobre todo, en la económica y en la política; los maravillosos progresos de la técnica y de la investigación científica, y los nuevos medios de comunicación social, ofrecen a los hombres, que, con frecuencia gozan de un mayor espacio de tiempo libre de otras ocupaciones, la oportunidad de acercarse con facilidad al patrimonio cultural del pensamiento y del espíritu, y de ayudarse mutuamente con una comunicación más estrecha que existe entre las distintas asociaciones y entre los pueblos.

En consecuencia, por todas partes se realizan esfuerzos para promover más y más la obra de la educación; se declaran y se afirman en documentos públicos los derechos primarios de los hombres, y sobre todo de los niños y de los padres con respecto a la educación. Como crece rápidamente el número de los alumnos, se multiplican por doquier y se perfeccionan las escuelas y otros centros de educación. Los métodos de educación y de instrucción se van perfeccionando con nuevas experiencias. Se hacen, por cierto, grandes esfuerzos para llevarla a todos los hombres, aunque muchos niños y jóvenes están privados todavía de la instrucción incluso fundamental, y de tantos otros carecen de una educación conveniente, en la que se cultiva a un tiempo la verdad y la caridad.

Ahora bien, debiendo la Santa Madre Iglesia atender toda la vida del hombre, incluso la material en cuanto está unida con la vocación celeste para cumplir el mandamiento recibido de su divino Fundador, a saber, el anunciar a todos loshombres el misterio de la salvación e instaurar todas las cosas en Cristo, le toca también una parte en el progreso y en la extensión de la educación. Por eso El Sagrado Concilio expone algunos principios fundamentales sobre la educación cristiana, máxime en las escuelas, principios que, una vez terminado el Concilio, deberá desarrollar más ampliamente una Comisión especial, y habrán de ser aplicados por las Conferencias Episcopales y las diversas condiciones de los pueblos.

Derecho universal a la educación y su noción

1. Todos los hombres, de cualquier raza, condición y edad, en cuanto participantes de la dignidad de la persona, tienen el derecho inalienable de una educación, que responda al propio fin, al propio carácter; al diferente sexo, y que sea conforme a la cultura y a las tradiciones patrias, y, al mismo tiempo, esté abierta a las relaciones fraternas con otros pueblos a fin de fomentar en la tierra la verdadera unidad y la paz. Mas la verdadera educación se propone la formación de la persona humana en orden a su fin último y al bien de las varias sociedades, de las que el hombre es miembro y de cuyas responsabilidades deberá tomar parte una vez llegado a la madurez.

Hay que ayudar, pues, a los niños y a los adolescentes, teniendo en cuenta el progreso de la psicología, de la pedagogía y de la didáctica, para desarrollar armónicamente sus condiciones físicas, morales e intelectuales, a fin de que adquieran gradualmente un sentido más perfecto de la responsabilidad en la cultura ordenada y activa de la propia vida y en la búsqueda de la verdadera libertad, superando los obstáculos con valor y constancia de alma. Hay que iniciarlos, conforme avanza su edad, en una positiva y prudente educación sexual. Hay que prepararlos, además, para la participación en la vida social, de forma que, bien instruidos con los medios necesarios y oportunos, puedan participar activamente en los diversos grupos de la sociedad humana, estén dispuestos para el diálogo con los otros y presten su fructuosa colaboración gustosamente a la consecución del bien común.

Declara igualmente el Sagrado Concilio que los niños y los adolescentes tienen derecho a que se les estimule a apreciar con recta conciencia los valores morales y a aceptarlos con adhesión personal y también a que se les estimule a conocer y amar más a Dios. Ruega, pues, encarecidamente a todos los que gobiernan los pueblos o están al frente de la educación, que procuren que la juventud nunca se vea privada de este sagrado derecho. Y exhorta a los hijos de la Iglesia a que presten con generosidad su ayuda en todo el campo de la educación, sobre todo con el fin de que puedan llegar cuanto antes a todos los rincones de la tierra los oportunos beneficios de la educación y de la instrucción.

La educación cristiana

2. Todos los cristianos, en cuanto han sido regenerados por el agua y el Espíritu Santo han sido constituidos nuevas criaturas, y se llaman y son hijos de Dios, tienen derecho a la educación cristiana. La cual no persigue solamente la madurez de la persona humana arriba descrita, sino que busca, sobre todo, que los bautizados se hagan más conscientes cada día del don de la fe, mientras son iniciados gradualmente en el conocimiento del misterio de la salvación; aprendan a adorar a Dios Padre en el espíritu y en verdad, ante todo en la acción litúrgica, adaptándose a vivir según el hombre nuevo en justicia y en santidad de verdad, y así lleguen al hombre perfecto, en la edad de la plenitud de Cristo y contribuyan al crecimiento del Cuerpo Místico. Ellos, además, conscientes de su vocación, acostúmbrense a dar testimonio de la esperanza y a promover la elevación cristiana del mundo, mediante la cual los valores naturales contenidos en la consideración integral del hombre redimido por Cristo contribuyan al bien de toda la sociedad. Por lo cual, este Santo Concilio recuerda a los pastores de almas su gravísima obligación de proveer que todos los fieles disfruten de la educación cristiana y, sobre todo, los jóvenes, que son la esperanza de la Iglesia.

Los educadores

3. Puesto que los padres han dado la vida a los hijos, están gravemente obligados a la educación de la prole y, por tanto, ellos son los primeros y principales educadores. Este deber de la educación familiar es de tanta trascendencia que, cuando falta, difícilmente puede suplirse. Es, pues, obligación de los padres formar un ambiente familiar animado por el amor, por la piedad hacia Dios y hacia los hombres, que favorezca la educación íntegra personal y social de los hijos. La familia es, por tanto, la primera escuela de las virtudes sociales, de las que todas las sociedades necesitan. Sobre todo, en la familia cristiana, enriquecida con la gracia del sacramento y los deberes del matrimonio, es necesario que los hijos aprendan desde sus primeros años a conocer la fe recibida en el bautismo. En ella sienten la primera experiencia de una sana sociedad humana y de la Iglesia. Por medio de la familia, por fin, se introducen fácilmente en la sociedad civil y en el Pueblo de Dios. Consideren, pues, atentamente los padres la importancia que tiene la familia verdaderamente cristiana para la vida y el progreso del Pueblo de Dios.

El deber de la educación, que compete en primer lugar a la familia, requiere la colaboración de toda la sociedad. Además, pues, de los derechos de los padres y de aquellos a quienes ellos les confían parte en la educación, ciertas obligaciones y derechos corresponden también a la sociedad civil, en cuanto a ella pertenece disponer todo lo que se requiere para el bien común temporal. Obligación suya es proveer de varias formas a la educación de la juventud: tutelar los derechos y obligaciones de los padre y de todos los demás que intervienen en la educación y colaborar con ellos; conforme al principio del deber subsidiario cuando falta la iniciativa de los padres y de otras sociedades, atendiendo los deseos de éstos y, además, creando escuelas e institutos propios, según lo exija el bien común.

Por fin, y por una razón particular, el deber de la educación corresponde a la Iglesia no sólo porque debe ser reconocida como sociedad humana capaz de educar, sino, sobre todo, porque tiene el deber de anunciar a todos los hombres el camino de la salvación, de comunicar a los creyentes la vida de Cristo y de ayudarles con atención constante para que puedan lograr la plenitud de esta vida. La Iglesia, como Madre, está obligada a dar a sus hijos una educación que llene su vida del espíritu de Cristo y, al mismo tiempo, ayuda a todos los pueblos a promover la perfección cabal de la persona humana, incluso para el bien de la sociedad terrestre y para configurar más humanamente la edificación del mundo.

Varios medios para la educación cristiana

4. En el cumplimiento de la función de educar, la Iglesia se preocupa de todos los medios aptos, sobre todo de los que le son propios, el primero de los cuales es la instrucción catequética, que ilumina y robustece la fe, anima la vida con el espíritu de Cristo, lleva a una consciente y activa participación del misterio litúrgico y alienta a una acción apostólica. La Iglesia aprecia mucho y busca penetrar de su espíritu y dignificar también los demás medios, que pertenecen al común patrimonio de la humanidad y contribuyen grandemente al cultivar las almas y formar los hombres, como son los medios de comunicación social, los múltiples grupos culturales y deportivos, las asociaciones de jóvenes y, sobre todo, las escuelas.

Importancia de la escuela

5. Entre todos los medios de educación, el de mayor importancia es la escuela, que, en virtud de su misión, a la vez que cultiva con asiduo cuidado las facultades intelectuales, desarrolla la capacidad del recto juicio, introduce en el patrimonio de la cultura conquistado por lasgeneraciones pasadas, promueve el sentido de los valores, prepara a la vida profesional, fomenta el trato amistoso entre los alumnos de diversa índole y condición, contribuyendo a la mutua comprensión; además, constituye como un centro de cuya laboriosidad y de cuyos beneficios deben participar a un tiempo las familias, los maestros, las diversas asociaciones que promueven la vida cultural, cívica y religiosa, la sociedad civil y toda la comunidad humana.

Hermosa es, por tanto, y de suma importancia la vocación de todos los que, ayudando a los padres en el cumplimiento de su deber y en nombre de la comunidad humana, desempeñan la función de educar en las escuelas. Esta vocación requiere dotes especiales de alma y de corazón, una preparación diligentísima y una facilidad constante para renovarse y adaptarse.

Obligaciones y derechos de los padres

6. Es preciso que los padres, cuya primera e intransferible obligación y derecho es el de educar a los hijos, tengan absoluta libertad en la elección de las escuelas. El poder público, a quien pertenece proteger y defender la libertad de los ciudadanos, atendiendo a la justicia distributiva, debe procurar distribuir las ayudas públicas de forme que los padres puedan escoger con libertad absoluta, según su propia conciencia, las escuelas para sus hijos.

Por los demás, el Estado debe procurar que a todos los ciudadanos sea accesible la conveniente participación en la cultura y que se preparen debidamente para el cumplimiento de sus obligaciones y derechos civiles. Por consiguiente, el mismo Estado debe proteger el derecho de los niños a una educación escolar conveniente, vigilar la capacidad de los maestros y la eficacia de los estudios, mirar por la salud de los alumnos y promover, en general, toda la obra escolar, teniendo en cuenta el principio de que su función es subsidiario y excluyendo, por tanto, cualquier monopolio de las escuelas, que se opone a os derechos nativos de la persona humana, al progreso y a la divulgación de la misma cultura, a la convivencia pacífica de los ciudadanos y al pluralismo que hoy predomina en muchas sociedades.

El Sagrado Concilio exhorta a los cristianos que ayuden de buen grado a encontrar los métodos aptos de educación y de ordenación de los estudios y a formar a los maestros que puedan educar convenientemente a los jóvenes y que atiendan con sus ayudas, sobre todo por medio de asociaciones de los padres de familia, toda la labor de la escuela máxime la educación moral que en ella debe darse.

La educación moral y religiosa en todas las escuelas

7. Consciente, además, la Iglesia del gravísimo deber de procurar cuidadosamente la educación moral y religiosa de todos sus hijos, es necesario que atienda con afecto particular y con su ayuda a los muchísimos que se educan en escuelas no católicas, ya por medio del testimonio de la vida de los maestros y formadores, ya por la acción apostólica de los condiscípulos, ya, sobre todo, por el ministerio de los sacerdotes y de los seglares, que les enseñan la doctrina de la salvación, de una forma acomodada a la edad y a las circunstancias y les prestan ayuda espiritual con medios oportunos y según la condición de las cosas y de los tiempos.

Recuerda a los padres la grave obligación que les atañe de disponer, a aun de exigir, todo lo necesario para que sus hijos puedan disfrutar de tales ayudas y progresen en la formación cristiana a la par que en la profana. Además, la Iglesia aplaude cordialmente a las autoridades y sociedades civiles que, teniendo en cuenta el pluralismo de la sociedad moderna y favoreciendo la debida libertad religiosa, ayudan a las familias para que pueda darse a sus hijos en todas las escuelas una educación conforme a los principios morales y religiosos de las familias.

Las escuelas católicas

8. La presencia de la Iglesia en la tarea de la enseñanza se manifiesta, sobre todo, por la escuela católica. Ella busca, no es menor grado que las demás escuelas, los fines culturales y la formación humana de la juventud. Su nota distintiva es crear un ambiente comunitario escolástico, animado por el espíritu evangélico de libertad y de caridad, ayudar a los adolescentes para que en el desarrollo de la propia persona crezcan a un tiempo según la nueva criatura que han sido hechos por el bautismo, y ordenar últimamente toda la cultura humana según el mensaje de salvación, de suerte que quede iluminado por la fe el conocimiento que los alumnos van adquiriendo del mundo, de la vida y del hombre. Así, pues, la escuela católica, a la par que se abre como conviene a las condiciones del progreso actual, educa a sus alumnos para conseguir eficazmente el bien de la ciudad terrestre y los prepara para servir a la difusión del Reino de Dios, a fin de que con el ejercicio de una vida ejemplar y apostólica sean como el fermento salvador de la comunidad humana.

Siendo, pues, la escuela católica tan útil para cumplir la misión del pueblo de Dios y para promover el diálogo entre la Iglesia y la sociedad humana en beneficio de ambas, conserva su importancia trascendental también en los momentos actuales. Por lo cual, este Sagrado Concilio proclama de nuevo el derecho de la Iglesia a establecer y dirigir libremente escuelas de cualquier orden y grado, declarado ya en muchísimos documentos del Magisterio, recordando al propio tiempo que el ejercicio de este derecho contribuye grandemente a la libertad de conciencia, a la protección de los derechos de los padres y al progreso de la misma cultura.

Recuerden los maestros que de ellos depende, sobre todo, el que la escuela católica pueda llevar a efecto sus propósitos y sus principios. Esfuércense con exquisita diligencia en conseguir la ciencia profana y religiosa avalada por los títulos convenientes y procuren prepararse debidamente en el arte de educar conforme a los descubrimientos del tiempo que va evolucionando. Unidos entre sí y con los alumnos por la caridad, y llenos del espíritu apostólico, den testimonio, tanto con su vida como con su doctrina, del único Maestro Cristo.

Colaboren, sobre todo, con los padres; juntamente con ellos tengan en cuenta durante el ciclo educativo la diferencia de sexos y del fin propia fijado por Dios y cada sexo en la familia y en la sociedad; procuren estimular la actividad personal de los alumnos, y terminados los estudios, sigan atendiéndolos con sus consejos, con su amistad e incluso con la institución de asociaciones especiales, llenas de espíritu eclesial. El Sagrado Concilio declara que la función de estos maestros es verdadero apostolado, muy conveniente y necesario también en nuestros tiempos, constituyendo a la vez un verdadero servicio prestado a la sociedad. Recuerda a los padres cristianos la obligación de confiar sus hijos, según las circunstancias de tiempo y lugar, a las escuelas católicas, de sostenerlas con todas sus fuerzas y de colaborar con ellas por el bien de sus propios hijos.

Diversas clases de escuelas católicas

9. Aunque la escuela católica pueda adoptar diversas formas según las circunstancias locales, todas las escuelas que dependen en alguna forma de la Iglesia han de conformarse al ejemplar de ésta. La Iglesia aprecia también en mucho las escuelas católicas, a las que, sobre todo, en los territorios de las nuevas Iglesias asisten también alumnos no católicos.

Por lo demás, en la fundación y ordenación de las escuelas católicas, hay que atender a las necesidades de los progresos de nuestro tiempo. Por ello, mientras hay que favorecer las escuelas de enseñanza primaria y media, que constituyen el fundamento de la educación, también hay que tener muy en cuenta las requeridas por las condiciones actuales, como las escuelas profesionales, las técnicas, los institutos para la formación de adultos, para asistencia social, para subnormales y la escuela en que se preparan los maestros para la educación religiosa y para otras formas de educación.

El Santo Concilio exhorta encarecidamente a los pastores de la Iglesia y a todos los fieles a que ayuden, sin escatimar sacrificios, a las escuelas católicas en el mejor y progresivo cumplimiento de su cometido y, ante todo, en atender a las necesidades de los pobres, a los que se ven privados de la ayuda y del afecto de la familia o que no participan del don de la fe.

Facultades y universidades católicas

10. La Iglesia tiene también sumo cuidado de las escuelas superiores, sobre todo de las universidades y facultades. E incluso en las que dependen de ella pretende sistemáticamente que cada disciplina se cultive según sus principios, sus métodos y la libertad propia de la investigación científica, de manera que cada día sea más profunda la comprensión de las mismas disciplinas, y considerando con toda atención los problemas y los hallazgos de los últimos tiempos se vea con más exactitud cómo la fe y la razón van armónicamente encaminadas a la verdad, que es una, siguiendo las enseñanzas de los doctores de la Iglesia, sobre todo de Santo Tomás de Aquino. De esta forma, ha de hacerse como pública, estable y universal la presencia del pensamiento cristiano en el empeño de promover la cultura superior y que los alumnos de estos institutos se formen hombres prestigiosos por su doctrina, preparados para el desempeño de las funciones más importantes en la sociedad y testigos de la fe en el mundo.

En las universidades católicas en que no exista ninguna Facultad de Sagrada Teología, haya un instituto o cátedra de la misma en que se explique convenientemente, incluso a los alumnos seglares. Puesto que las ciencias avanzan, sobre todo, por las investigaciones especializadas de más alto nivel científico, ha de fomentarse ésta en las universidades y facultades católicas por los institutos que se dediquen principalmente a la investigación científica.

El Santo Concilio recomienda con interés que se promuevan universidades y facultades católicas convenientemente distribuidas en todas las partes de la tierra, de suerte, sin embargo, que no sobresalgan por su número, sino por el prestigio de la ciencia, y que su acceso esté abierto a los alumnos que ofrezcan mayores esperanzas, aunque de escasa fortuna, sobre todo a los que vienen de naciones recién formadas.

Puesto que la suerte de la sociedad y de la misma Iglesia está íntimamente unida con el progreso de los jóvenes dedicados a estudios superiores, los pastores de la Iglesia no sólo han de tener sumo cuidado de la vida espiritual de los alumnos que frecuentan las universidades católicas, sino que, solícitos de la formación espiritual de todos sus hijos, consultando oportunamente con otros obispos, procuren que también en las universidades no católicas existan residencias y centros universitarios católicos, en que sacerdotes, religiosos y seglares, bien preparados y convenientemente elegidos, presten una ayuda permanente espiritual e intelectual a la juventud universitaria. A los jóvenes de mayor ingenio, tanto de las universidades católicas como de las otras, que ofrezcan aptitudes para la enseñanza y para la investigación, hay que prepararlos cuidadosamente e incorporarlos al ejercicio de la enseñanza.

Facultades de Ciencias Sagradas

11. La Iglesia espera mucho de la laboriosidad de las Facultades de ciencias sagradas. Ya que a ellas les confía el gravísimo cometido de formar a sus propios alumnos, no sólo para el ministerio sacerdotal, sino, sobre todo, para enseñar en los centros eclesiásticos de estudios superiores; para la investigación científica o para desarrollar las más arduas funciones del apostolado intelectual. A estas facultades pertenece también el investigar profundamente en los diversos campos de las disciplinas sagradas de forma que se logre una inteligencia cada día más profunda de la Sagrada Revelación, se descubra más ampliamente el patrimonio de la sabiduría cristiana transmitida por nuestros mayores, se promueva el diálogo con los hermanos separados y con los no-cristianos y se responda a los problemas suscitados por el progreso de las ciencias.

Por lo cual, las Facultades eclesiásticas, una vez reconocidas oportunamente sus leyes, promuevan con mucha diligencia las ciencias sagradas y las que con ellas se relacionan y sirviéndose incluso de los métodos y medios más modernos, formen a los alumnos para las investigaciones más profundas.

La coordinación escolar

12. La cooperación que en el orden diocesano, nacional o internacional se aprecia y se impone cada día más, es también sumamente necesaria en el campo escolar; hay que procurar, con todo empeño, que se fomente entre las escuelas católicas una conveniente coordinación y se provea entre éstas y las demás escuelas la colaboración que exige el bien de todo el género humano.

De esta mayor coordinación y trabajo común se recibirán frutos espléndidos, sobre todo en el ámbito de los institutos académicos. Por consiguiente, las diversas facultades de cada universidad han de ayudarse mutuamente en cuanto la materia lo permita. Incluso las mismas universidades han de unir sus aspiraciones y trabajos, promoviendo de mutuo acuerdoreuniones internacionales, distribuyéndose las investigaciones científicas, comunicándose mutuamente lo hallazgos, intercambiando temporalmente los profesores y proveyendo todo lo que pueda contribuir a una mayor ayuda mutua.

CONCLUSIÓN

El Santo Concilio exhorta encarecidamente a los mismos jóvenes a que, conscientes del valor de la función educadora, estén preparados para abrazarla con generosidad, sobre todo en las regiones en que la educación de la juventud está en peligro por falta de maestros.

El mismo Santo Concilio, agradeciendo a los sacerdotes, religiosos, religiosas y seglares, que con su entrega evangélica se dedican a la educación y a las escuelas de cualquier género y grado, los exhorta a que perseveren generosamente en su empeño y a que se distingan en la formación de los alumnos en el espíritu de Cristo, en el arte pedagógico y en el estudio de la ciencia, de forma que no sólo promuevan la renovación interna de la Iglesia, sino que sirvan y acrecienten su benéfica presencia en el mundo de hoy, sobre todo en el intelectual.

Todas y cada una de las cosas contenidas en esta Declaración han obtenido el beneplácito de los Padres del Sacrosanto Concilio. Y Nos, en virtud de la potestad apostólica recibida de Cristo, juntamente con los Venerables Padre, las aprobamos, decretamos y establecemos con el Espíritu Santo y mandamos que lo así decidido conciliarmente sea promulgado para la gloria de Dios.

Roma, en San Pedro, 28 de octubre de 1965.


Yo, PABLO, Obispo de la Iglesia Católica.

lunes, 20 de octubre de 2025

La Santa Misa, perseguida



En 2007 Benedicto XVI promulgó el motu proprio Summorum Pontificum acompañado de una carta en la que declaró que el rito antiguo jamás había sido abrogado (Cf. Summorum Pontificum 1). No podía ser de otra manera. De hecho, el Concilio de Trento había dejado establecido en un canon dogmático: «Si alguno dijere que los ritos recibidos y aprobados de la Iglesia Católica que suelen usarse en la solemne administración de los sacramentos pueden despreciarse o ser omitidos por el ministro a su arbitrio sin pecado, o mudados en otros por obra de cualquier pastor de las iglesias, sea anatema» (Denzinger 856).

Este canon XIII sobre el Sacramento de la Eucaristía condena como herética la idea de que un pastor de la Iglesia –el Papa incluido– pueda sustituir los ritos tradicionales por otros nuevos. El canon posee valor dogmático, no sólo disciplinario. Su formulación universal (quemqumque) excluye toda excepción. De ahí que la sustitución del Rito Romano por el Novus Ordo no sólo resulte ilegítima, sino contraria a la Fe católica según el magisterio del Concilio de Trento.

Por otra parte, San Pío V declaró solemnemente en la encíclica Quo primum tempore:

«Que absolutamente a ninguno de los hombres le sea licito quebrantar ni ir, por temeraria audacia, contra esta página de Nuestro permiso, estatuto, orden, mandato, precepto, concesión, indulto, declaración, voluntad, decreto y prohibición. Más si alguien se atreviere a atacar esto, sabrá que ha incurrido en la indignación de Dios omnipotente y de los bienaventurados Apóstoles Pedro y Pablo».

La frase «pueden despreciarse o ser omitidos» denota que la naturaleza de los ritos es intocable. Incluso si un papa intentase abrogarlos o efectuar cambios arbitrarios en ellos, sería un acto gravemente pecaminoso. Como vemos, el mencionado concilio declara que no sólo los sacerdotes y prelados, sino que ni siquiera el Papa puede alterar ni revocar ritos reconocidos por la Iglesia, porque forman parte de la Tradición y de la Fe apostólica, que no está sujeta a alteraciones arbitrarias. En el documento Quo primum tempore, San Pío V declara explícitamente que el decreto del Misal Romano no es negociable ni pasible de modificación por parte de nadie, ni siquiera el Sumo Pontífice. Las palabras «temeraria audecia» indican que toda tentativa de alterar el decreto supondría una grave infracción del derecho litúrgico. De las frases citadas se desprende claramente que, con arreglo a la doctrina del Concilio de Trento y el decreto de San Pío V, nadie, ni siquiera un pontífice, tiene autoridad para derogar o sustituir el Misale Romanum ni ningún otro rito reconocido y aprobado por la Iglesia. Tanto uno como el otro documento determinan que la liturgia constituye un depósito de fe que pertenece a la Iglesia y no puede ser modificado arbitrariamente. De ese modo, la liturgia de la Iglesia, en tanto que manifestación de la Fe apostólica, es intocable, y el Papa carece de autoridad para modificarla a su antojo.

Benedicto XVI afirma que la Misa Tridentina no ha sido jamás formalmente revocada, y con ello desmiente lo que se ha enseñado y practicado durante décadas. Las declaraciones oficiales del tiempo de Pablo VI, si bien son ambiguas, deben entenderse (y aplicarse) como un sustituto obligatorio del rito tradicional por el nuevo. La praxis eclesial de los años setenta y ochenta confirma esta interpretación: la celebración pública del Vetus Ordo estaba prohibida en casi todas partes, salvo raras concesiones a sacerdotes ancianos. Consciente de la obligación tridentina, Benedicto XVI evitó afirmar que Pablo VI había abolido el rito antiguo. Con esto, trató de exonerar a Pablo VI de la acusación de herejía material. En vez de afirmar que el Novus Ordo sustituyó al rito tradicional, lo presentó como una forma ordinaria de un rito romano del que se conserva también una forma extraordinaria que jamás ha sido abrogada. Pero esto no es más que una construcción jurídico-retórica que no se sostiene a la luz de la teología litúrgica tradicional y la realidad de los hechos.

La idea de las dos formas, ordinaria y extraordinaria, de un mismo rito romano es una distinción de índole jurídica, no teológica. Las diferencias entre la Misa Tradicional y la de Pablo VI son tan abismales –en cuanto a teología, estructura, espiritualidad y expresión de lo sagrado– que no se puede hablar verdaderamente de dos formas de un mismo rito. La nueva Misa abandonó elementos centrales del Rito Romano: unicidad de anáfora, continuidad ritual y centralidad del Sacrificio. A todos los efectos, la Misa nueva se asemeja más a un culto protestante que a la liturgia católica tradicional. Afirmar que se trata de un único rito sólo sirve para justificar la coexistencia canónica de ambas misas, pero no se corresponde con la realidad litúrgica ni doctrinal.

En 2021, con el motu proprio Traditionis custodes, el papa Francisco introdujo restricciones al uso del Misal. Tras una lectura atenta y serena del documento, nos gustaría exponer algunas reflexiones de naturaleza litúrgica y teológica. El documento, en efecto, revela cierta rigidez jurídica y traza unas líneas marcadamente restrictivas. Con todo, lo que se presenta como un acto de fuerza se puede interpretar fácilmente como un síntoma de debilidad: un intento de imponer la autoridad por medio de la norma en unos momentos de evidentes dificultades pastorales y litúrgicas.

En la carta a los obispos, el Pontífice expresa su preocupación por un uso que considera instrumental del Misal Romano de 1962, y afirma que podía contribuir a fomentar el rechazo del Concilio. Reveló además que en 2020 mandó a la Congregación para los Obispos enviar un cuestionario a todos los prelados sobre la aplicación de las disposiciones del papa Ratzinger, y declaró: «Las respuestas recibidas revelaron una situación que me apena y preocupa, confirmando la necesidad de intervenir». Hasta ahora no se habían revelado los pormenores de la consulta. Pero en el libro escrito mano a mano por monseñor Nicola Bux y Severino Gaeta La liturgia non è uno spettacolo (2025), sale finalmente a la luz la verdad: los resultados de la consulta fueron totalmente contrarios a cuanto afirmaba Francisco.

1) El informe, jamás publicado en su totalidad, demuestra que la mayoría de los obispos se consideraban satisfechos con la normativa entonces vigente (Summorum Pontificum de 2007) y pensaban que imponer restricciones acarrearía más males que beneficios, como divisiones litúrgicas y riesgo de cismas.

2) Al contrario de lo que sostenía el papa Francisco (que hablaba de divisiones y abusos litúrgicos), el informe pone de manifiesto que los problemas proceden más bien de una minoría de obispos hostiles a la Misa Tradicional o que no la conocen, no de los fieles vinculados a ella.

3) El documento subraya que en aquellos lugares en que Summorum Pontificum se ha aplicado bien, con colaboración entre el clero y los obispos, la situación es tranquila y fructífera.

4) Se observa entre la juventud una marcada atracción hacia la Misa Tradicional, vivida como una experiencia sincera y sagrada, con frecuencia asociada a un regreso a la Fe, vocaciones y renovación espiritual.

5) El informe recomendaba una formación teológica más profunda en los seminarios en ambas formas del rito, y proponía la libertad de elección para los fieles, de conformidad con el espíritu de unidad promovido por Benedicto XVI.

6) Algunos obispos, sobre todo en el mundo hispano y en Italia, tendían a minimizar la liturgia tradicional o ponerle trabas porque la veían como algo molesto o como un peligro que había que contener.

7) Un balance completo de las repuestas al cuestionario del Vaticano reconocía que el efecto de Summorum Pontificum había sido positivo y no suponía un peligro para la unidad de la Iglesia.

Hoy, Traditionis custodes resulta ser lo que muchos ya sospechaban desde el principio: no es un documento pastoral, sino un texto ideológico fruto de prejuicios doctrinales y hostilidad a la Tradición católica. El papa Francisco justificó la supresión de la Misa de siempre alegando hacerlo en respuesta a una consulta a los obispos que, como ahora sabemos, no sólo no habían solicitado una intervención represiva, sino que ponía en guardia contra las consecuencias que ésta podía tener.

El rechazo a Summorum Pontificum, que había empezado a restañar heridas profundas en la vida de la Iglesia, no fue por tanto fruto del discernimiento, sino de la voluntad de eliminar todo lo que parezca, así sea remotamente, una fe integral, un culto sagrado, un sacerdocio jerárquico y una liturgia obediente y orientada a Dios. En resumidas cuentas: todo lo que la Iglesia siempre custodió y que hoy en día se considera un residuo peligroso que hay que extirpar.

La línea trazada por Traditionis custodes es clara: se trata de marginalizar, o incluso eliminar, toda expresión visible de la Tradición viva. No se teme a la Misa de antes porque divida, sino porque convence, atrae y convierte. No se combate el Vetus Ordo porque sea estéril, sino porque lleva fruto.

Cabe señalar que no se actúa con la misma solicitud ante las graves desviaciones doctrinales imperantes en ciertas conferencias episcopales, en particular la alemana. ¡Por no hablar de los aberrantes abusos litúrgicos que se dan a diario en parroquias de todo el mundo! El rigor reservado a los grupos vinculados a la tradición litúrgica resulta entonces desproporcionado y es síntoma de un juicio ideológico y no pastoral. El punto neurálgico del documento, del que se derivan las disposiciones sucesivas, es el artículo 1, que reza: «Los libros litúrgicos promulgados por los santos Pontífices Pablo VI y Juan Pablo II, en conformidad con los decretos del Concilio Vaticano II, son la única expresión de la lex orandi del Rito Romano». Ahora bien, desde el punto de vista del derecho, esto resulta ser una interpretación arbitraria. Summorum Pontificum no había reconocido un privilegio, sino un derecho subjetivo basado en la inmunidad jurídica concedida por la bula Quo primum de San Pío V, como sostienen también el canonista Raymond Dulac y el liturgista monseñor Klaus Gamber. El propio cardenal Ratzinger decía precisamente que era una liturgia artificial:

«La promulgación de la prohibición del Misal que se había desarrollado a lo largo de los siglos desde el tiempo de los sacramentales de la Iglesia antigua, comportó una ruptura en la historia de la liturgia cuyas consecuencias sólo podían ser trágicas. Como ya había ocurrido muchas veces anteriormente, era del todo razonable y estaba plenamente en línea con las disposiciones del Concilio que se llegase a una revisión del Misal, sobre todo considerando la introducción de las lenguas nacionales. Pero en aquel momento acaeció algo más: se destruyó el antiguo edificio y se construyó otro, si bien con el material del cual estaba hecho el edificio antiguo y utilizando también los proyectos precedentes. No hay ninguna duda de que este nuevo Misal comportaba en muchas de sus partes auténticas mejoras y un verdadero enriquecimiento, pero el hecho de que se presentase como un edificio nuevo, contrapuesto a aquel que se había formado a lo largo de la historia, que se prohibiese este último y se hiciese parecer la liturgia de alguna manera ya no como un proceso vital, sino como un producto de erudición de especialistas y de competencia jurídica, nos ha producido unos daños extremadamente graves»1.

Esta afirmación da fe de que el nuevo Misal no es, ni en la forma ni en el fondo, una evolución del Rito Romano, sino una transformación radical que ha roto la continuidad orgánica con la tradición litúrgica precedente. Una cuestión jurídica y teológica esencial es la índole jurídica del Misal de San Pío V. Al parecer, el artículo 1 del motu proprio excluye su validez como expresión de la lex orandi de la Iglesia latina. Pero es algo que contrasta con la realidad histórica y canónica. El Misal tradicional ha gozado de vida oficial ininterrumpida durante varios siglos, ha sido venerado y utilizado por innumerables santos y está explícitamente blindado y protegido por la constitución apostólica Quo primum, como ya dijimos. Monseñor Gamber se pregunta con toda razón si el Papa tiene autoridad para abrogar un rito recibido y transmitido a lo largo de siglos. Según él y muchos otros teólogos, como Cayetano y Suárez, la respuesta es negativa. El Sumo Pontífice es custodio, no creador ni destructor, de la liturgia. Ningún documento de la Iglesia, ni siquiera el Código de Derecho Canónico, atribuye al Papa potestad para abolir un rito de tradición apostólica. Dice S.E. monseñor Athanasius Schneider en Credo: compendio de la Fe católica:

«771. ¿Puede un papa derogar un rito litúrgico de costumbre inmemorial en la Iglesia?

No. Así como un papa no puede prohibir o abrogar el Credo de los Apóstoles ni el Credo Niceno-Constantinopolitano por una nueva fórmula, tampoco puede abrogar los ritos milenarios de la Misa y los sacramentos o prohibir su uso. Esto se aplica tanto a los ritos orientales como a los occidentales.

772. ¿Podría alguna vez prohibirse legítimamente el rito romano tradicional para toda la Iglesia?

No. Se basa en el uso divino, apostólico y pontificio antiguo, y tiene la fuerza canónica de la costumbre inmemorial; nunca puede ser abrogado o prohibirse».

De lo que se desprende, canónica y teológicamente, que el Rito Romano tradicional no ha sido abrogado y que no puede ser revocado ni prohibido. Sigue existiendo como auténtica expresión de la verdadera lex orandi y los sacerdotes siguen teniendo derecho a celebrarlo, lo mismo que los fieles a participar en él.

En la Carta a los obispos observamos que el Papa se habría inspirado en San Pío V, el cual, tras el Concilio de Trento, estableció un único Misal Romano para toda la Iglesia latina. Con todo, el paralelo es equívoco; San Pío V no introdujo un nuevo rito. Lo que hizo fue restablecer el Rito Romano ya existente y proteger los que como mínimo tenían doscientos años de antigüedad. Mientras que el Misal de Pablo VI es una creación novedosa que rompe la continuidad, y que apoyándose en la autoridad de San Pío V habría que descartar al carecer de suficiente antigüedad. Aunque el motu proprio Traditionis custodes aparezca revestido de un tono legislativo severo, no resuelve las cuestiones doctrinales y litúrgicas surgidas a raíz de la reforma postconciliar. Intenta establecer por vía normativa algo que no se ha podido consolidar por la vía pastoral ni por la teológica.

En cuanto ordinatio rationis y no por la mera fuerza de la obediencia, la ley obliga a obedecer a una autoridad legítima. Separada del ordenamiento racional, la voluntad del legislador lleva peligrosamente a una peligrosa conculcación del derecho y a la negación de la realidad.

Según un sano concepto del derecho, alejado de maquiavelismos, es esa racionalidad la que rige la norma. Si la norma no tomase su medida de la ordinatio rationis, terminaríamos en una actitud totalmente arbitraria por parte de la autoridad. ¿Qué hizo Benedicto XVI con Summorum Pontificum? Partió de la constatación de que existían dos formas del rito en la Iglesia latina (de ahí la afirmación de que los libros litúrgicos antiguos no habían sido abrogados), una de las cuales era multisecular, y trató de encuadrarla jurídicamente con miras al bien común. Podrá discutirse si se hizo del mejor modo posible (en realidad, la afirmación dos formas del mismo rito es en sí errónea; ¿cómo es posible, por poner un solo ejemplo muy básico, que un rito en el que el sacerdote no separa los dedos índice y pulgar para no perder el menor fragmento de la Hostia consagrada tenga el mismo significado que otro que permite recibir la Comunión en la mano y que la distribuyan ministros extraordinarios?).

¿Qué hizo el papa Francisco? Decidió utilizar el derecho en contra de la realidad, inventándose que la única forma del Rito Romano sería la que salió de la reforma proyectada por Pablo VI, con lo que mandó a paseo el Rito Romano multisecular. Aunque contenga elementos de éste, ha sufrido una transformación tan radical que no es posible invocar una continuidad en la forma. En este caso, la reforma no ha consistido en una recuperación de la forma, sino en la creación de una nueva forma. Esta nueva forma señala precisamente algo nuevo. El autor cita a los autores de la reforma litúrgica, como el padre Joseph Gélineau y monseñor Anibale Bugnini, que hablaban de un Rito Romano destruido en lugar de un desarrollo del mismo. En el Consilium estaban presentes seis teólogos protestantes como asesores. Lo cual es importante teniendo en cuenta que en el Osservatore Romano del 19 de marzo de 1965 Bugnini hizo una declaración escandalosa: «Tenemos que sacar de nuestras oraciones católicas y de la liturgia católica todo lo que suponga una piedra de tropiezo para nuestros hermanos separados, o sea los protestantes»; la reforma era necesaria para que «las oraciones de la Iglesia no fueran causa de malestar espiritual para nadie». Y Jean Guitton, que desde luego no tenía nada de tradicionalista y era amigo de confianza de Pablo VI, afirmó:

«Es decir, que Pablo VI tiene la intención ecuménica de eliminar de la Misa, o al menos corregir o atenuar, lo que sea excesivamente católico en un sentido tradicional, y acercar la Misa católica –insisto– al rito calvinista»2.

Por eso declaró Klaus Gamber: «Una cosa es segura: que el Novus Ordo Missae que se nos presenta ahora no cuenta con la aprobación de la mayoría de los padres conciliares»3. De hecho, observando la realidad, no se puede menos que afirmar que el Misal promulgado por Pablo VI no se ajusta a las demandas que habían surgido de Sacrosanctum Concilium. En ningún punto prevé esta constitución apostólica «la supresión del Ofertorio tradicional ni la formulación de nuevas plegarias eucarísticas, la eliminación o modificación de casi todas las oraciones, que la celebración se realice de cara al pueblo, que el Canon se rece en voz alta ni mucho menos que la Comunión pueda recibirse en la mano»4. Ni siquiera se han respetado las indicaciones positivas sobre el mantenimiento de la lengua latina y el canto gregoriano. Por último, el voluntarismo jurídico que anima Traditionis custodes ha llevado en otros párrafos a despreciar el derecho canónico y a que se comentan errores jurídicos, como sobradamente demuestra el P. Rivoire. Es más, la cuestión litúrgica es más que un asunto de ritos; es también un tema fundamental que afecta la relación entre el Papa y la Revelación divina, que se expresa en la Escrituras y la Tradición.

«Lo desconcertante no es tanto que Francisco contradiga a su predecesor, sino que despache un rito plurisecular como si se tratara de un asunto puramente disciplinario»5.

Si la liturgia tradicional está viva hoy no es por nostalgia, sino porque expresa de modo sublime el sentido del sacrificio, la centralidad del culto divino, el silencio adorante y la íntima unión que liga fe y rito. Mientras que su rechazo se muestra como una opción ideológica en vez de pastoral, y corre el riesgo de fomentar la división en lugar de remediarla. La caridad y la verdad obligan a afirmar que el Rito Romano tradicional, calificado por el cardenal Schuster de lo más hermoso que hay en este mundo, sigue siendo un tesoro de la Iglesia que es preciso custodiar, celebrar y transmitir aunque conlleve sacrificios. El cardenal Darío Castrillón Hoyos declaró que «no puede prohibirse ni considerarse perjudicial una Misa que durante siglos nutrió al pueblo cristiano y la sensibilidad de numerosos santos como San Felipe Neri, San Juan Bosco, Santa Teresa de Lisieux […] y el padre Pío de Pietrelcina; se puede sostener que el rito antiguo expresa mejor el sentido del sacrificio de Cristo que representa la Santa Misa»6.

No se puede abolir la Tradición con un motu proprio. Las amenazas, prohibiciones y rescriptos no conseguirán extirpar la sed de lo sagrado, de la verdad y de continuidad que Dios ha grabado en el corazón de tantos fieles, sean jóvenes o mayores. Si la Jerarquía reniega de sus raíces, los católicos tienen el deber de mantenerse fieles a lo que Iglesia siempre ha creído, celebrado y enseñado.

Pietro Pasciguei


1 Mi vida, Encuentro, 2006, pp. 176-177.

2 Lumiere 101, Radio domenicale di Radio-Courtois, 19 de diciembre 1de 993.

3 The Reform of the Roman Liturgy, Harrison, Nueva York 1993, p. 61.

4 Il motu proprio Traditionis Custodes alla prova della razionalità giuridica, Amicizia Liturgica, p. 21.

5 Il motu proprio Traditionis Custodes alla prova della razionalità giuridica, Amicizia Liturgica, p. 20.

6 E. Cuneo – D. di Sorco – R. Mameli, Introibo ad altare Dei, p. 7.

(Traducido por Bruno de la Inmaculada)

sábado, 18 de octubre de 2025

El difícil equilibrio de León XIV: Conservadores Alertas y Liberales Expectantes | Santiago Martín





DURACIÓN 18:41

¿QUÉ PASA EN LA IGLESIA? #89



DURACIÓN 34:02 MINUTOS


1. El gobierno de España quiere blindar el aborto 
2. Acto por la libertad religiosa 
3. Restauración de la Esperanza Macarena 
4. 75 años de las Misioneras de la Caridad 
5. El peligro de Halloween 
6. Sacerdotes jóvenes en USA 
7. Dudar de la virginidad de María es renunciar a la fe 
8. Canonización de José Gregorio y Madre Carmen

martes, 14 de octubre de 2025

Cardenal Robert Sarah: “La Eucaristía es el cara a cara con Dios”



En una extensa entrevista en exclusiva al medio francés Tribune Chrétienne concedida en Roma el 9 de octubre, el cardenal Robert Sarah abordó con su habitual claridad los grandes desafíos de la Iglesia y del mundo contemporáneo. Considerado una de las voces más firmes de la ortodoxia católica, insistió en que el futuro de la humanidad depende de su relación con Dios: «El hombre tiene su raíz en Dios; excluirlo de la sociedad es destruirnos». Para Sarah, la misión de la Iglesia no es adaptarse al mundo, sino volver a colocar a Cristo en el centro: «Sin Dios no podemos vivir. La Iglesia está hecha para enseñar, santificar y guiar, no para callar».

Dios en el centro

El cardenal ve en la secularización una forma de anestesia espiritual que ha vaciado a Europa de sus raíces cristianas. «Occidente vive como si Dios no existiera», afirmó, y señaló que «los gobiernos que legalizan el aborto o la eutanasia se burlan de Dios». En ese sentido, calificó de «insulto directo a Dios» la inscripción del aborto en la Constitución francesa y condenó sin matices la eutanasia: «Ninguna autoridad tiene derecho a decidir sobre la vida o la muerte de alguien». En contraste, destacó positivamente que en Estados Unidos se haya recuperado la oración en la vida pública, valorando la actitud de quienes «invitan al pueblo a volverse hacia Dios».

La liturgia: el corazón de la fe

Sarah dedicó buena parte de la conversación a la Misa y a su sentido profundo. «La Eucaristía es el único momento en que el hombre está en contacto directo con Dios, donde Él lo escucha y le habla», subrayó, lamentando que se haya convertido «en un campo de batalla entre tradicionalistas y progresistas». A propósito del motu proprio Traditionis custodes, expresó su esperanza de que el Papa León XIV «dé lugar a cada uno», recordando que «el Papa es padre de todos: de los tradicionalistas y de los progresistas». Para el cardenal, «prohibir la Misa tradicional es un error; hay que animar a quienes practican y creen».

Doctrina y verdad

Sobre la evolución doctrinal, Sarah precisó que la Iglesia puede profundizar en su comprensión de la verdad, pero sin alterar su naturaleza. «La doctrina evoluciona como un embrión: se desarrolla, pero no se transforma en otra cosa», explicó. «La enseñanza que debemos acoger con fe es la del Magisterio, no la opinión del teólogo». Rechazó la posibilidad del sacerdocio femenino recordando que «la cuestión está definitivamente resuelta por san Juan Pablo II: la Iglesia no tiene poder alguno para ordenar mujeres».

Actualidad eclesial

Preguntado por la primera exhortación apostólica del nuevo pontífice León XIV, centrada en el amor a los pobres, Sarah respondió que aún no la había leído, pero advirtió contra la tentación de politizar la Iglesia: «La Iglesia es esposa, madre, educadora y misionera; no es para los pobres ni para los ricos, es madre de todos los pueblos». En cuanto al rumbo del nuevo pontificado, celebró la prudencia y la continuidad: «No es sabio cambiarlo todo en meses; el verdadero cambio debe empezar dentro de cada uno de nosotros: sacerdotes, obispos y fieles».

Fiducia supplicans y la cuestión moral

Sobre el polémico documento del Dicasterio para la Doctrina de la Fe y el llamado “peregrinaje LGBT”, Sarah fue categórico: «Cada persona debe ser respetada, pero cada persona también debe respetar a Dios y la doctrina de la Iglesia». Calificó de «agresión a Dios» la introducción de banderas y símbolos ideológicos en las basílicas y apoyó los actos de reparación promovidos por varios obispos. «Respetamos a todos, pero debemos respetar también a Dios», afirmó.

Migración y misión

El cardenal considera insuficiente un enfoque meramente material hacia los migrantes. «Si solo das pan, no has dado nada; dales también a Dios», dijo. A su juicio, la verdadera ayuda es ofrecer educación, trabajo y fe en sus países de origen. Recordó que la misión cristiana sigue siendo actual: «Jesús envió a sus discípulos a enseñar y bautizar; no se trata de forzar, sino de proponer a Cristo como único Salvador».

La familia y las vocaciones

Sarah identificó la crisis de la familia como el origen de la crisis vocacional. «Si destruimos la familia, destruimos la Iglesia», advirtió. «Hay una sola familia: un hombre, una mujer y los hijos». Explicó que la fe se transmite primero en el hogar y que sin esa base «la fe se apaga». Para el cardenal, reconstruir la familia es condición indispensable para renovar la vida cristiana y la misión.

África, cultura y liturgia

El purpurado respondió a quienes lo acusan de alejarse de su continente recordando que sigue siendo profundamente africano, pero que antes que africano es cristiano: «Soy cristiano africano. Primero hijo de Dios, después africano». Criticó con firmeza las celebraciones convertidas en espectáculo: «Celebramos la muerte de Cristo; ¿María y Juan bailaban al pie de la Cruz?», preguntó, lamentando que algunos sacerdotes y obispos «banalicen la liturgia» con bailes y guitarras.

Ecología y fe

Sobre el tema de la “conversión ecológica integral” relanzado por León XIV, Sarah pidió prudencia y equilibrio: «Respetamos la naturaleza porque es obra de Dios, pero no debemos convertirla en una diosa». Recordó que «la tierra nunca ha sido llamada ‘nuestra madre’ en la Biblia» y que un exceso de discurso ecológico puede llevar al sincretismo: «La verdadera conversión es la del corazón; si el corazón se convierte, también cambia nuestra relación con la creación».

Esperanza y santidad

Al final del encuentro, el cardenal resumió su vocación y su deseo más profundo: «Mi única ambición es que Dios haga de mí un sacerdote santo». Pidió orar por los sacerdotes «muchos de ellos desanimados y solos», y repitió la frase que eligió como lema episcopal: «Mi gracia te basta». Para Sarah, ese es el núcleo de toda esperanza cristiana: confiar en que la gracia de Dios basta para sostener la fe, renovar la Iglesia y reconducir al mundo hacia su verdadera luz.


Entrevista exclusiva con el cardenal Robert Sarah (versión íntegra en español)

En el mundo católico y más allá, al cardenal Robert Sarah se le reconoce como una de las grandes voces proféticas de la Iglesia. Fue prefecto de la Congregación para el Culto Divino y la Disciplina de los Sacramentos y es miembro de la Congregación para las Iglesias Orientales. Fiel a la doctrina de la Iglesia, llama a poner a Cristo en el centro de la fe. Millones de fieles lo leen y lo escuchan. 

En esta conversación, repasa su mirada sobre la Iglesia, la fe y los desafíos de nuestro tiempo.

TC — Se le describe como conservador o incluso ultraconservador. L’Humanité, en abril de 2025, antes del cónclave, lo presentó como el digno heredero de la Inquisición. ¿Cómo recibe este tipo de acusación?

RS — Lo recibo como una acusación. No tengo nada que responder. Si me juzgan así, lo acepto. Pero encuentro que es una acusación infundada, que no se sostiene. Si me juzgan así, ¿qué quiere que diga? La acepto. Por definición, no tiene fundamento.

Sobre el aborto

TC — El papa Francisco llegó a decir que los médicos que practican el aborto son “sicarios”. ¿Comparte esa expresión? ¿Y cómo puede la Iglesia seguir defendiendo la vida en un mundo donde la muerte se ha banalizado?
RS —  El Concilio Vaticano II definió el aborto como un crimen abominable. Es la posición de la Iglesia: no matarás. Es un mandamiento absoluto. Comparto plenamente lo que dijo el papa Francisco. No se puede tergiversar: el aborto es un crimen abominable.
TC —  En Francia, el aborto ha sido inscrito en la Constitución.
RS —  Eso es una decisión francesa. Pero me parece una burla a Dios, una ofensa directa a Dios. Francia, hija primogénita de la Iglesia, ha llegado a insultar a Dios con este tipo de decisión.

Donald Trump y el retorno de la fe

TC — En Estados Unidos, Donald Trump ha devuelto la fe al centro de la vida pública. Hay oración y adoración en la Casa Blanca. ¿Qué le inspira este retorno de lo religioso a la política?
RS —  El hombre tiene su origen en Dios. Separarse de Dios es suicidarse. La decisión de Trump de invitar a su pueblo a volverse hacia Dios me parece sabia. Sin Dios no podemos vivir. Occidente se suicida al excluirlo. Hoy en Occidente Dios “ha muerto”. Lo hemos desterrado de la vida cotidiana y de la política. Pero sin Dios, el hombre se destruye.
TC —  ¿Y sobre el asesinato de Charlie Kirk?
RS —  No lo conocía personalmente, pero parece que vivía su fe públicamente. Vivimos en una democracia que proclama la libertad de expresión, pero no tolera una palabra diferente. Es un horror que en un país civilizado se asesine por profesar la fe.

Eutanasia

TC —El Senado francés examina una ley sobre la llamada “ayuda a morir”. ¿Qué les diría a los senadores?
RS — Ningún gobierno tiene derecho a decidir sobre la vida o la muerte de nadie. No tenemos derecho a matar a una persona, bajo ningún pretexto. Decidirlo es usurpar un poder que no les pertenece.

“No hablo en nombre de ningún partido”

TC — En Francia se le asocia con un cierto movimiento identitario.
RS — Yo nunca hablo de política. Soy sacerdote y obispo: hablo de Dios, de la doctrina, de la moral. No soy ni de derecha ni de izquierda. Algunos pueden instrumentalizar mis palabras, pero yo sólo hablo en nombre de Dios.

Sobre la exhortación apostólica de León XIV

TC —  Hoy se publica la primera exhortación del papa León XIV, centrada en el amor a los pobres. ¿Qué le inspira?
RS — Aún no la he leído. Pero diré esto: la Iglesia es esposa, madre y educadora. No es una creación humana, viene de Dios. Hay que evitar calificaciones ideológicas. La Iglesia no es “para los pobres” o “para los ricos”: es madre de todos los pueblos.

Ordenación de mujeres

TC — Sarah Mullally ha sido nombrada arzobispo de Canterbury. ¿Qué piensa?
RS — La cuestión está resuelta por san Juan Pablo II: no hay sacerdocio femenino. Y, por tanto, tampoco episcopado femenino. María fue la más santa de las mujeres, pero Jesús no la hizo sacerdote. La Iglesia no tiene autoridad para cambiar eso.

Evolución doctrinal

TC — Algunos hablan de doctrina “inspirada” frente a doctrina “revelada”, para justificar cambios.
RS — La doctrina puede desarrollarse, pero sin contradecir su naturaleza. Como un embrión que crece sin dejar de ser humano. Los teólogos pueden opinar, pero sólo el Magisterio enseña con autoridad.

Abusos sexuales

TC — Tras el informe de la CIASE, algunos quieren culpar a toda la Iglesia.
RS — Es terrible lo que han hecho algunos sacerdotes, pero representan el 3%. No se puede condenar al 97% restante. Hay una intención clara de usar estos casos para hacer callar a la Iglesia, pero la palabra de Dios no puede encadenarse.

Liturgia y Traditionis custodes

TC — Usted espera que el motu proprio sea revisado.
RS — Cristo rezó por la unidad. Y hemos convertido la Misa en un campo de batalla: tradicionalistas contra progresistas. Es una profanación. La liturgia es el momento en que el hombre se encuentra cara a cara con Dios. Los fieles que más practican hoy son los que asisten a la Misa tradicional. Hay que animarlos, no prohibirles. Espero que el Papa tenga en cuenta eso.

Fiducia supplicans y el “pèlerinage LGBT”


TC —  ¿Qué piensa de esa bendición de parejas homosexuales?
RS — Cada persona debe ser respetada, pero también debe respetar la ley de Dios. Admitir un “matrimonio” entre personas del mismo sexo no tiene sentido. Y haber introducido la bandera LGBT en una basílica es insultar a Dios. Hay que pedir perdón.

Persecución en Occidente

TC — Usted conoció la dictadura en Guinea. ¿Cómo ve la situación en Occidente?
RS — En África sufrimos persecución física. En Occidente, la persecución es más grave: se anestesia la fe. Se profanan iglesias, se legalizan el aborto, la eutanasia, la homosexualidad. Se ha perdido la raíz cristiana. Es una persecución espiritual más profunda.

Laicismo

TC — ¿La laicidad es un pretexto para atacar a la Iglesia?
RS — Sí. El Estado laico que corta sus raíces se destruye. Es una ideología contra la Iglesia. El hombre no puede vivir sin religión. Todo en la cultura europea —arte, arquitectura, música— nace del cristianismo. Negarlo es suicidarse.

Migración

TC — El papa León XIV dijo: “Los migrantes serán siempre bienvenidos”. Usted, en cambio, ha hablado de una “traición”.
RS — Mi posición es clara: ¿por qué vienen? Porque creen que Europa es el paraíso. Hay que ayudarles a desarrollarse en sus países. No basta con darles trabajo: hay que darles también a Dios. Si sólo damos pan, no damos nada.
TC — ¿Y cómo evangelizar a los musulmanes?
RS — Jesús dijo: “Id por todo el mundo y bautizad”. No se trata de forzar, sino de anunciar. Si creemos que sólo Cristo salva, debemos evangelizar. No basta el desarrollo material: hay que anunciar el Evangelio.

Familia y vocaciones

TC — ¿La crisis de vocaciones está ligada a la familia?
RS — Claro. Si se destruye la familia, se destruye la Iglesia. La familia es la pequeña Iglesia doméstica. No hay “varios tipos” de familia: sólo una, formada por un hombre, una mujer y sus hijos. Si no se transmite la fe en casa, la fe se extingue.

Ecología y misión

TC — El papa León XIV ha retomado el tema de la “conversión ecológica”.
RS — Debemos respetar la creación porque es obra de Dios, pero no convertirla en una diosa. La “Madre Tierra” no existe en la Biblia. Introducir ídolos como la Pachamama en una basílica fue un error. La verdadera conversión es la del corazón.

Sobre León XIV y el cambio en la Curia

TC —  Algunos esperaban una revolución en la Curia. No ha ocurrido.
RS — El Papa no puede cambiar todo en pocos meses. No es un mago. El verdadero cambio debe venir de nosotros: sacerdotes, obispos, fieles. El cambio auténtico es interior, de fe, de oración, de santidad.

La Iglesia de Francia

TC — ¿Está la Iglesia francesa demasiado callada?
RS — Comparada con Alemania, Bélgica o Holanda, la Iglesia de Francia no está mal. De ella han nacido muchos movimientos nuevos. Fue la única donde el pueblo salió a manifestar contra el “matrimonio para todos”. Hay que felicitarla.

África y la liturgia

TC — Algunos dicen que ya no conoce el África, que allí las Misas son festivas, con cantos y danzas.
RS — Soy africano y cristiano. Pero antes que africano, soy hijo de Dios. Jesús rezó en silencio 30 años antes de predicar. No confundan cultura con culto. No se trata de espectáculos: en la Misa celebramos la muerte de Cristo. ¿Acaso María bailó al pie de la cruz?

Su lema episcopal: “Mi gracia te basta”

TC — ¿Por qué eligió ese lema?
RS —  Lo escogí porque era joven y sin experiencia. Me recordaba que no era yo quien me había elegido, sino Dios. Y su gracia basta.
TC — ¿Nunca dudó?
RS — Sólo una vez, en el seminario de Nancy. Pero luego mi padre me dijo: “Has tenido varios superiores, cada uno distinto, pero tú no trabajas para ellos, sino para Dios”.

Su testamento espiritual

TC — ¿Qué le gustaría que se recordara de usted?
RS — Sólo deseo ser un santo sacerdote, al servicio de Dios y de la Iglesia. Nada más.
TC — Muchos sacerdotes hoy están desanimados.
RS — Sí, pero que recuerden que Cristo sufrió primero. Su sufrimiento es incomparable. Que no pierdan el valor. Y que los obispos estén cerca de sus sacerdotes.

Entrevista realizada en Roma. Texto original en francés para Tribune Chrétienne. Traducción fiel al español para InfoVaticana.