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lunes, 16 de junio de 2025

El voto útil no es democracia: es la trampa perfecta del bipartidismo | Albert Mesa Rey

ADELANTE ESPAÑA




El voto útil es el mayor engaño de la democracia moderna: una manipulación calculada para perpetuar el poder de los mismos de siempre, disfrazada de sentido común. Nos venden la idea de que votar con miedo es “ser responsable”, cuando en realidad es renunciar a la soberanía. No es pragmatismo, es sumisión. No es estrategia, es complicidad con un sistema podrido que teme a la pluralidad. Cada vez que cedemos al chantaje del “mal menor”, regalamos nuestro voto a quienes llevan décadas traicionándolo. ¿Hasta cuándo seguiremos creyendo esta mentira?»

Índice de contenidos

El voto útil: un espejismo antidemocrático que perpetúa el bipartidismo

En cada ciclo electoral resurge el mismo mantra: el voto útil. Una estrategia presentada como pragmática, casi como un deber cívico, para evitar la «fragmentación» o el «desperdicio» del sufragio. Pero tras esta aparente racionalidad se esconde una trampa política que ahoga la pluralidad, consolida el duopolio partidista y vacía de significado la democracia representativa.

El mito del voto útil: ¿útil para quién?

El voto útil no es más que un mecanismo de coerción psicológica impulsado por los grandes partidos y los medios afines. Se nos dice que votar a opciones minoritarias es «regalar el poder al adversario», como si el electorado debiera plegarse a una lógica binaria ajena a sus preferencias reales. Este discurso, lejos de ser neutral, beneficia exclusivamente a las fuerzas mayoritarias, que instrumentalizan el miedo al «mal menor» para secuestrar el voto crítico.

La democracia no consiste en elegir entre lo menos malo, sino en representar la diversidad ideológica de la sociedad. Cuando se reduce el debate a un cálculo-táctica entre dos opciones, se empobrece el debate público y se excluyen alternativas necesarias.

Consecuencias perversas: el círculo vicioso del bipartidismo

El voto útil no solo distorsiona la voluntad popular, sino que consolida un sistema oligárquico donde PP y PSOE —o sus equivalentes en otros países— se alternan en el poder sin resolver problemas estructurales. La amenaza del «caos» por la pluralidad es una falacia: la verdadera inestabilidad surge de gobiernos sin mayorías sólidas que negocian con fuerzas heterogéneas.

Además, esta dinámica ahoga la innovación política. ¿Cómo pueden surgir nuevos proyectos si se les niega a priori la posibilidad de crecer? Los partidos emergentes son tachados de «irresponsables» por no someterse a la lógica del bipartidismo, mientras los mismos actores de siempre cosechan votos por inercia.

La falacia del «voto desperdiciado»

El argumento más cínico es el del «voto perdido«. ¿Perdido para qué? ¿Para las estadísticas? Un voto es legítimo cuando expresa convicciones, no cuando se somete a un algoritmo electoral. Si la ciudadanía internaliza que solo dos opciones son viables, el sistema se autoperpetúa: los sondeos reflejarán esa distorsión, los medios la amplificarán y los votantes actuarán en consecuencia. Es una profecía autocumplida.

Peor aún: el voto útil incentiva la despolitización. Cuando las urnas se convierten en un mero trámite para «evitar lo peor«, se pierde el vínculo entre representantes y representados. La abstención y la desafección aumentan, y la democracia se reduce a un teatro donde solo importa el resultado, no las ideas.

Alternativas: romper el chantaje electoral

La solución no es resignarse, sino exigir reformas que acaben con el monopolio del bipartidismo:

  • Sistemas electorales proporcionales, donde cada voto cuente igual.
  • Primarias abiertas y vinculantes para que las bases decidan candidaturas.
  • Financiación transparente que nivele el campo entre partidos grandes y pequeños.

Mientras, el electorado debe rebelarse contra el chantaje del voto útil. Votar por miedo es renunciar a la soberanía. La democracia no es un juego de ajedrez, sino un espacio de disputa ideológica. Si cedemos a la presión táctica, permitiremos que los de siempre sigan decidiendo por nosotros.

Votar según convicciones: Por qué el voto útil es un fraude antidemocrático

El voto no es una apuesta táctica, sino un acto de soberanía. Cuando cedemos al chantaje del voto útil, renunciamos a nuestra capacidad de exigir algo mejor y perpetuamos un sistema diseñado para que nada cambie. Votar por miedo no es inteligente: es un suicidio político.

La democracia no es un juego de supervivencia, sino de representación. El argumento del voto útil presupone que las elecciones son una carrera binaria donde solo dos opciones son legítimas. Pero la democracia no funciona así. En países con sistemas plurales (Alemania, Portugal, Finlandia), la gobernabilidad no depende de mayorías absolutas, sino de pactos y consensos. Si solo votamos para «evitar lo peor», nunca tendremos lo mejor.

El miedo es el arma favorita del poder. Los partidos tradicionales llevan décadas usando el «¿Y si gana el otro?» para paralizar el electorado. Pero ¿qué han resuelto ellos? ¿Por qué seguimos aceptando su mediocridad como destino inevitable? Si tu voto se guía por el pánico, no decides: te manipulan.

Las convicciones no son lujos, son exigencias. Un voto consciente no es un capricho, sino un mandato. Si apoyas una formación por sus ideas, estás presionando al sistema a escucharte. Si te pliegas al bipartidismo, les das carta blanca para ignorarte. La única manera de que surjan alternativas es permitir que existan.

El «voto desperdiciado» es un mito. Ningún voto es inútil si refleja tus principios. Cada sufragio a opciones emergentes:

  • Aumenta su financiación pública (clave para crecer).
  • Les da voz en los medios (rompiendo el cerco informativo).
  • Obliga a los grandes partidos a negociar (como ya ocurre en Europa).

La única estrategia inteligente es votar con dignidad. El voto útil es un espejismo. No garantiza estabilidad, solo continuismo. No evita crisis, las posterga. Si queremos un futuro distinto, hay que dejar de votar con miedo y empezar a votar con rabia. Con rabia contra los que nos dicen que no hay alternativa. Con rabia contra los que llevan 40 años repitiendo los mismos errores. Con rabia, pero sobre todo, con la lucidez de quien sabe que la democracia no se mendiga: se ejerce.

Conclusión:

El voto útil no es un acto de responsabilidad, sino de capitulación. Es la rendición definitiva ante un sistema que nos ha enseñado a temer la diversidad política, a desconfiar de lo nuevo y a conformarnos con migajas de cambio. Los partidos mayoritarios —y los medios que los sostienen— nos repiten como un mantra que votar con honestidad es «dividir«, «debilitar» o «regalar el poder al enemigo«. Pero la verdad es justo lo contrario: el único voto desperdiciado es aquel que no representa nuestras convicciones.

Cada elección condicionada por el miedo consolida un régimen de alternancia ficticia, donde las siglas cambian, pero las políticas se repiten. Donde la deuda sigue creciendo, los derechos se recortan y la corrupción se normaliza, pero todo queda enterrado bajo la lógica del «esto es lo que hay«. El bipartidismo no es una solución: es el problema disfrazado de inevitabilidad.

Si queremos romper este círculo vicioso, hay que empezar por rechazar el chantaje emocional. No hay que votar contra algo, sino a favor de algo. No hay que elegir por resignación, sino por voluntad. La próxima vez que te digan que tu voto a una opción minoritaria «no sirve«, recuerda: los que más temen ese voto son precisamente los que llevan años fracasando en el poder.

La democracia no es un casino donde se apuesta al menos dañino. Es un espacio de lucha, de ideas, de proyectos en conflicto. Si seguimos votando con las tripas en lugar de con la cabeza, seguiremos siendo rehenes de los mismos de siempre. El cambio no llegará por arte de magia: llegará cuando dejemos de tener miedo a votar por él.

La agonía de la civilización cristiana y la misión del cristiano (padre Alfonso Gálvez)




Homilía del 7 noviembre 1980

DURACIÓN 7:28 MINUTOS

martes, 10 de junio de 2025

El Espíritu Santo solamente habla del Señor (Padre Alfonso Gálvez)


DURACIÓN 13:23 MINUTOS

Fiducia Supplicans (Mons. Schneider)



DURACIÓN 6:17 MINUTOS

Pentecostés y los dones del Espíritu Santo


Hoy celebramos la solemnidad de Pentecostés, en la cual recordamos la venida del Espíritu Santo sobre la Virgen Santísima y los Apóstoles reunidos en oración por temor a los judíos.

¿Y por qué tenían temor? Pues porque habían matado al Señor: «si esto hacen con el árbol verde, ¿qué no harán con el árbol seco?»  (Lucas 23,31).

El Espíritu Santo, tercera persona de la Santísima Trinidad, que procede del amor del Padre y del Hijo, es el gran protagonista olvidado; el gran desconocido de las almas, como lo han llamado algunos teólogos (Antonio Royo Marín).

Es Él quien, luego de recibirlo en el Bautismo como en germen, va incrementándose en nuestras vidas y se fortifica en el momento de la Confirmación, haciéndonos actuar a la manera divina por medio de sus dones, es decir, esos hábitos sobrenaturales infundidos por Dios para secundar con facilidad las mociones del Espíritu Santo. 

Porque así como cuando obramos por medio de las virtudes lo hacemos gracias a nuestras propias fuerzas, como los remeros que reman en el mar, cuando el alma es movida por los dones del Espíritu Santo es como cuando un barco se mueve gracias al viento y a sus velas.

Y esta Tercera Persona de la Santísima Trinidad está constantemente presente en nuestras vidas, aunque a veces no lo reconozcamos.

¿Y cómo obra el Espíritu Santo en las almas?

a. En los incipientes, es decir, en los que recién comienzan, les exige el trabajo de la virtud; las velas del barco están, pero aún están flácidas, sueltas, no pueden recibir el viento que las llevará más lejos.

b. En los que van avanzando, sin embargo, el Espíritu Santo actúa por medio de sus dones; como cuando las velas van tomando viento y hacen que el esfuerzo de los remos sea cada vez menor.

c. Finalmente, en los santos, es decir, en los perfectos, cuando el cristiano ha perseverado en su colaboración virtuosa a las continuas mociones de la gracia, el Espíritu Santo impulsa poderosamente con su aliento las velas de su barca, y ésta avanza velozmente, sin trabajo de remos, con una fuerza divina, con una facilidad sobrehumana.

Es aquello del Evangelio de San Juan, como el Señor le dijo a Nicodemo: «El viento sopla donde quiere, y oyes su voz, pero no sabes de dónde viene ni adónde va; así es todo nacido del Espíritu» (Jn 3,8).    

¿Y por medio de qué nos mueve el Espíritu Santo?

Pues por medio de los 7 dones que sólo recordaré brevemente.

1) El don de Sabiduría: es la capacidad de juzgar según la medida de Dios y no según la medida del mundo. Es lo que le hizo dar todos sus bienes y riquezas al gran San Francisco de Asís.

2) El don del entendimiento: el que permite comprender la Palabra de Dios y las verdades reveladas por la plena docilidad a Dios. Es lo que le permitió, por ejemplo, a San Ignacio de Loyola, comprender toda la teología sin haberla aún estudiado siquiera

Es lo que muchas veces nosotros mismos experimentamos, al estar en gracia de Dios, cuando de un día para otro, algo que no podíamos comprender, un día, simplemente, lo entendimos.

3) Don de consejo: perfecciona la virtud de la prudencia. Es el don de lo inmediato; de lo que hay que hacer enseguida, sin demasiado razonamiento. Es como un “instinto” sobrenatural; ese, que muchas veces, “sin saber por qué”, las madres católicas tienen para con sus hijos al decirle: tienes que hacer esto.

4) Don de fortaleza: es esa fuerza sobrenatural para obrar valerosamente lo que Dios quiere de nosotros, bien visible en los mártires.

Es el don que recibió David para enfrentar a Goliat: “¿quién es este filisteo incircunciso para tratar de insultar de este modo a las filas del Dios vivo?”.

5) El don de ciencia: es el que nos da a conocer el verdadero valor de las criaturas en su relación con el Creador, sabiendo que son un medio, no un fin

6) El don de piedad: es el que sana nuestro corazón de todo tipo de dureza y lo abre a la ternura de Dios. Es el que tenían los santos frente a los pecadores: un corazón rico en misericordia.

7) El don del temor de Dios: es el que nos hace tener conciencia de nuestras propias culpas y el temor de ofender a Dios porque es nuestro Padre.

En esta Santa Misa entonces, pidamos a Dios Espíritu Santo que nos colme de sus dones y que seamos siempre dóciles a sus inspiraciones, para comenzar a obrar más al modo divino.

P. Javier Olivera Ravasi, SE

Pentecostés, 8 de Junio de 2025 

sábado, 7 de junio de 2025

Inician los Ataques al Papa | Defiende El Matrimonio | P. Santiago Martín FM ACTUALIDAD ECLESIAL



DURACIÓN 18:20 MINUTOS

NOTICIAS sobre POLÍTICA 4 y 5 de JUNIO de 2025

ADELANTE ESPAÑA








A casi treinta días del Papa León XIV

Wanderer


Ha pasado ya casi un mes del pontificado de León XIV. En este blog dijimos que estaríamos expectantes los primeros cien días, y todavía falta más de la mitad. Sin embargo, eso no impide que poco a poco nos vayamos haciendo una idea del personaje, a partir de sus palabras y primeras decisiones. 

Me da la impresión, leyendo lo que se publica en X, que los progresistas comenzaron a hace ya unos días a bajar el nivel de entusiasmo con que lo habían recibido. Elisabetta Piqué, la corresponsal de La Nación en Roma, debería haber ya renunciado a su puesto avergonzada pues no se cansó de hablar de “continuidad absoluta” con el pontificado de Francisco y, hasta el momento, tal continuidad ha sido, como era previsible, de carácter nominal. Los tradicionalistas recalcitrantes, por su lado, miran con sorna a los conservadores (yo también estaría incluido en ese grupo) porque, afirman, Prevost nos engañó poniéndose una muzetta colorada y con eso nos sentimos ya conformes. Pero ellos, sagaces y profundos teólogos, saben perfectamente que no es más que la continuidad de la misma teología modernista del Vaticano II.

Dejemos que los progresistas sigan mascullando su rabia y discutamos caritativamente con nuestros amigos más cercanos, los tradicionalistas recalcitrantes. Y aclaro que con esta denominación —no encontré otra mejor— no me refiero a ningún grupo en particular, pues hay de todo en todas partes.

Y partamos de la evidencia. En estos casi treinta días, el Papa León ha dado ciertas muestras de continuidad con el pontificado anterior. No podía ser de otra manera por muchas razones: educación y cortesía básica, coincidencia sincera en varios puntos y prudencia política elemental. No creo caer en ingenuos wishful thinkings si digo que buena parte de las medidas que menos nos han gustado han sido dictadas precisamente por esa prudencia. Veamos, por ejemplo, algunos nombramientos. Comentamos aquí el caso de la confirmación de la elección del progresista obispo de San Galo en Suiza; para muchos eso ya fue suficiente para encasillar a León XIV. Intuyo, sin embargo, que los tales jamás han ejercido un cargo ejecutivo en ninguna organización más o menos importante. Sería propio de un imprudente el oponerse, apenas dos semanas después de su elección, a un nombramiento de este tipo que despertaría un conflicto no sólo eclesiástico sino civil con las autoridades suizas debido al concordato. Pero más importante aún: no tiene a quién poner. Quienes conocen al clero helvético saben que salvo excepciones muy contadas, son rabiosamente progresistas. ¿O es que pretendían que nombrara obispo a un cura conservador? Fácilmente puede imaginarse lo que pasaría, porque ya pasó: basta recordar los ejemplos de Mons. Haas, en Coira, y de Mons. Groër en Viena. 

Vayamos a los pocos nombramientos argentinos de los últimos días. El 28 de mayo el Papa nombró a Monseñor Alejandro Pablo Benna obispo de Morón. Y a Monseñor Raúl Martín arzobispo de Paraná. Sobre el primero nada puedo decir porque no lo conozco. Al segundo sí, y sobre él hablamos en este blog aquí y aquí. Se trata de un personaje menor que puso todo el empeño posible en perseguir a los buenos sacerdotes de su diócesis de Santa Rosa y a los fieles más apegados a la tradición. Veremos qué hace en Paraná, arquidiócesis que ostenta el legado de Mons. Servando Tortolo. ¿Por qué nombró a estos obispos entonces el Papa León? Pues porque no le queda otra opción. Lo venimos diciendo en esta página desde hace años: Bergoglio hipotecó la iglesia argentina por al menos dos décadas, y deberemos acostumbrarnos a que los nombramientos en nuestro país seguirán siendo malos. En Argentina pululan 146 obispos, de los cuales 96 están activos como ordinarios o como auxiliares, todos ellos más bien jóvenes y mediocres, y algunos abusadores de adolescentes. Hay diócesis pequeñas que tienen tres obispos. Es decir, difícilmente se produzcan nuevas consagraciones episcopales en los próximos años porque tenemos obispos para tirar para arriba. A lo sumo, se trasladarán de sede y, en el mejor de los casos, y dadas sus características, se irán acomodando a los nuevos aires. Un ejemplo paradigmático ha sido Mons. Sergio Buenanueva, obispo de San Francisco, que de ratizingeriano de estricta observancia se hizo francisquista delirante, y en las últimas semanas ya está ubicado en su posición de leoniano de la primera hora (sobre sus acrobacias dimos cuenta aquí).

Podríamos también hacer referencia a la afirmación de León XIV de que el matrimonio es entre un hombre y una mujer que, más allá de lo obvio, tiene un significado muy particular luego del “magisterio” bergogliano, pero sobre eso se ha escrito mucho en las páginas católicas. Más importante, sin embargo, me parece la afirmación realizada en la homilía del domingo pasado. De un modo muy claro y definido afirmó: “Por eso, con el corazón lleno de gratitud y esperanza, a ustedes esposos les digo: el matrimonio no es un ideal, sino el modelo del verdadero amor entre el hombre y la mujer: amor total, fiel y fecundo”. Esto es un tiro de gracia a la teología berreta del cardenal Tucho Fernández que, probablemente, esté temblando en su casita enclavada en los jardines vaticanos pensando en que deberá regresar a su pueblo natal, “pueblo de mierda” como él mismo lo calificó. Es que Fiducia supplicans y buena parte de la moral misericordiosista de Francisco se basaba en la premisa errónea de que tanto para la fidelidad matrimonial como para la castidad de las personas que experimentan atracción por otras de su mismo sexo, como para cualquier otro tópico moral, la Iglesia proponía, en sus mandamientos y enseñanzas, ideales hacia los cuales había que tender pero que difícilmente se alcanzaran en esta vida. Por eso mismo, con un rápido discernimiento se podía vivir en adulterio sin problemas de conciencia, y con un simple pedido se podían bendecir uniones sodomíticas. Ya es algo, decía el duo Bergoglio-Fernández, que estos pobres pecadores quieran acercarse a Dios; ya habrá tiempo para que alcancen el ideal; mientras tanto, misericordia para todos, todas y todes. El Papa León, apenas comenzado su pontificado, ha dicho con todas las letras: la perfección no es un ideal sino que es un modelo; es decir, es posible de alcanzar, con la ayuda de la gracia de Dios, para cualquier bautizado.

Si vemos la cuestión litúrgica que para nosotros es fundamental, los hechos están a la vista. El obispo de Charlotte, Mons. Michael Martin, cometiendo un incomprensible acto de torpeza —cualquier persona sensata habría “desensillado hasta que aclare”— decretó con razones disparatadas la prohibición casi completa de la misa tradicional en su diócesis. Pero el martes pasado por la mañana, el Papa León recibió en audiencia al cardenal Arthur Roche, Prefecto del Dicasterio para el Culto Divino y, por la tarde, Mons. Martin anunció sorpresivamente que suspendía hasta el 1º de octubre las prohibiciones decretadas. No puedo asegurar, y creo que sólo unos pocos pueden hacerlo, que haya una relación de causalidad entre ambos hechos, pero es muy sospechoso de que así sea. Más aún, y para desagrado de muchos de un lado y del otro, el Papa deberá hacer algo, y pronto, con respecto a la guerra litúrgica que desató irresponsablemente Bergoglio con Traditionis custodes. Edward Pentin trata muy bien la cuestión en este artículo.


Finalmente, al leer los sermones y discursos del Papa se aprecian dos originalidades muy alejadas del estilo de Francisco: habla de Jesucristo y habla de los grandes maestros y doctores de la Iglesia. Llama la atención, en todas sus intervenciones, la feliz naturalidad con la que apela continuamente a la tradición de la Iglesia a través de grandes autores que son sus testigos: de Ignacio de Antioquía a Efrén el Sirio, Isaac de Nínive, Simeón el Nuevo Teólogo, Benito de Nursia, León Magno y, claro, San Agustín. Un interesante artículo del patrólogo Leonardo Lugaresi explica el profundo significado que tienen estas referencias en relación a la verdadera tradición de la Iglesia (aunque aclaro que no estoy del todo de acuerdo con lo que dice el autor).

Creo que todos estos signos son mucho más que una muzetta colorada y no son precisamente sutilezas. Los progres lo han entendido y por eso están en retirada; los tradicionalistas recalcitrantes, por su parte, pareciera que no lo han entendio, o que no quieren verlas. Y creo que ese es un gran peligro, tema sobre el cual deberíamos discutir nuevamente: el modelo de iglesia tridentina ya pasó; el mundo actual y la iglesia actual necesitan otro modelo. Los intentos se hicieron desde Pablo VI hasta la catástrofe de Bergoglio, y todos fracasaron. Deberíamos tratar, entonces, de despojarnos de los prejucios y del síndrome del perro apaleado, y tratar de contribuir a la comunión eclesial —bellísima expresión patrística manoseada por el progresismo— uniéndonos al sucesor de Pedro en tanto éste nos está confirmando en la fe. 

Wanderer

lunes, 2 de junio de 2025

ACTUALIDAD ECLESIAL 2 de Junio de 2025



¿Comienza la caída de Amoris Laetitia? (Bruno Moreno)

Del sínodo alemán al cisma alemán (P. Javier Olivera Ravasi) VIDEO de 32 minutos 

- Una Iglesia humillada - La Sacristía de La Vendée: 30-05-2025 (Tertulia contrarrevolucionaria) VIDEO de 117 minutos

León XIV y el Concilio de Nicea (Roberto De Mattei)



En la homilía inaugural de su pontificado este 18 de mayo, León XIV ha convocado varias veces a la unidad de la Iglesia. El Papa es consciente de la existencia de enconados enfrentamientos internos, que se agravaron durante el pontificado de Francisco y podrían estallar con gravísimas consecuencias.

Desde su fundación, la Iglesia ha conocido divisiones internas que se han convertido en cismas y herejías. El 20 de mayo de este año se cumplen 1700 años del Concilio de Nicea, en el que el emperador Constantino convocó una asamblea de obispos cristianos llegados de todo el mundo. Se trataba de afrontar una herejía que ponía en peligro la unidad de la Iglesia y del naciente imperio cristiano. Era la herejía arriana, llamada así por su fundador Arrio, que predicaba en la ciudad patriarcal de Alejandría. Según Arrio, el Verbo, Segunda Persona de la Santísima Trinidad, no es igual al Padre, sino creado por Él. Algo así como un término medio entre Dios y el hombre, y por tanto de naturaleza distinta a la divina del Padre. Esta teoría atacaba directamente al corazón del misterio de la Trinidad y socavaba con ello los cimientos de la propia Fe.

El concilio convocado por Constantino se celebró en Nicea, ciudad de Bitinia, hoy en Turquía. Se congregaron representantes de toda la Cristiandad, unos trescientos.

Narra el historiador Eusebio que «de toda Europa, Libia y Asia lo más granado de los ministros». Encontramos entre los participantes a personajes célebres como los taumaturgos Espiridión y Jacobo de Nisibe, de quienes se contaba que habían resucitado muertos; los confesores egipcios de la Fe Potamón de Heraclea y Pafnucio de la Tebaida, que habían perdido sendos ojos en la persecución decretada por Máximo, así como Pablo de Neocesarea, que tenía las manos quemadas por los hierros candentes que Licinio había mandado aplicarle. El papa Silvestre II, que no había podido asistir al concilio por su avanzada edad, envió a dos representantes del clero romano, Vito y Vicente.

Desde hacía ya diez años, la vida se había vuelto enormemente difícil para la mayoría de ellos, en medio de incesantes peligros. Pero ahora, el lujo del palacio, la majestuosidad de las ceremonias y la guardia de honor que representaba los ejércitos ante los dignatarios cristianos ofrecían a la vista un espectáculo que nadie habría imaginado hasta entonces.

Dieron comienzo los debates, presididos por Constantino. En la sala estaban presentes los partidarios de dos tendencias irreconciliables, representados por dos hombres que no eran prelados, sino consejeros de los padres conciliares: el hereje Arrio, que entre bastidores dirigía al grupo de sus secuaces, y Atanasio, el indómito organizador de la resistencia ortodoxa católica.

El historiador francés Daniel Rops recuerda que los partidarios más o menos declarados de Arrio se valieron de todos los recursos de la dialéctica, pero tenían en contra el más hondo sentimiento cristiano. El diácono Atanasio proponía como piedra angular del cristianismo el hecho indiscutible de la Redención. Ahora bien, la Redención sólo tiene sentido si el propio Dios se hace hombre, padece, muere y resucita, si Cristo es al mismo tiempo verdadero Dios y verdadero hombre. El Hijo no es una criatura; siempre ha existido. Siempre ha estado al lado del Padre, unido a Él. Distinto, pero inseparable. Gracias a la influencia de Atanasio, el concilio adoptó el término homousion, que se tradujo al latín como consustantialem.

Así quedó fijada una regla de Fe. No era diferente del Credo de los Apóstoles, pero resultaba más explícita, y estaba redactada de un modo que no dejaba lugar a errores. Es el texto del Símbolo o Credo de Nicea que recitamos cada domingo en la Misa cuando el pueblo fiel hace resonar su antiguas pero siempre precisas declaraciones: genitum, no factum; consustantialem Patri: engendrado, no creado; consustancial al Padre.

Una mayoría aplastante de padres declaró que el Hijo es verdaderamente Dios, consustancial al Padre, y Arrio fue condenado. La cuestión arriana parecía cerrada para siempre. Un mes más tarde, el 25 de agosto de 325 concluyó el concilio en medio de un clima triunfal. Pero apenas se hubieron marchado los padres, tres de ellos, entre los que se encontraba Eusebio de Nicomedia, retiraron su firma. La disputa volvió a estallar con violencia, y duró cosa de medio siglo.

El dogma de la encarnación del Verbo fue atacado por todos los medios posibles por los partidarios de Arrio. Entre el partido intransigente de Atanasio y el de los arrianos surgió una tercera facción, el semiarrianismo, cuyos seguidores estaban a su vez divididos en varias sectas que, reconociendo cierta analogía entre el Padre y el Hijo, negaban que Cristo fuera engendrado, no creado y de la misma sustancia que el Padre, como afirmaba el Credo niceno. El mérito de los teólogos del siglo IV, como San Atanasio y San Hilario, estuvo en combatir sin hacer concesiones para salvaguardar la divinidad de Cristo, esencia misma del cristianismo.

Si la Iglesia pudo sobrevivir a una prueba de tal magnitud y salir no sólo indemne sino reforzada, fue por obra de una pequeña cohorte de paladines de la Fe, que no se dejaron acobardar por las intrigas, las amenazas, el exilio ni la cárcel. Tildados de fanáticos por sus adversarios, dieron valeroso testimonio de la Fe católica.

Benedicto XVI equiparó la crisis actual con la del siglo IV y, sirviéndose de una metáfora que utilizó San Basilio en los años posteriores al Concilio de Nicea, dijo que nuestra época semejaba una batalla naval nocturna en un mar tempestuoso. Es indudable que León XIV tiene presente esa comparación, pues para los próximos meses tiene programado un viaje a Nicea a fin de conmemorar el concilio que corroboró la Fe católica evitando que la navecilla de la Iglesia zozobrara en la tempestad. No faltó entonces la ayuda de Dios, y tampoco nos faltará hoy.

Roberto De Mattei